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DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA

(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)

 

 

CAPÍTULO I

Situación general de la política española a la muerte de D. Alfonso XII.— El Pacto del Pardo.— El señor Cánovas del Castillo presenta la dimisión.— Historia de la crisis. — Un telegrama que se pierde.— Juramento de la Reina Regente.— El general Bermúdez Reina es nombrado subsecretario de Guerra.— Protesta del general Salamanca.— Incidente en el Real Palacio.— Arresto del duque de Sevilla.— Disidencia del señor Romero Robledo. —Sesiones de Cortes.— Sucesos de Cartagena.— Muerte del general Fajardo.— El 11 de Febrero.— Boda de la infanta Doña Eulalia.— Los partidos ante las elecciones.— Asesinato del obispo de Madrid.— Un petardo en una iglesia.—Elecciones generales.— Mensaje de la Corona.— Ciclón en Madrid.

 

CAPÍTULO II

El nacimiento de un Rey.— Bautizo del nuevo soberano.— Inauguración del Círculo Militar.— Protesta de D. Carlos.— Discusión del Mensaje.— La cuestión ultramarina.— Idea generosa de la Regente.— La Rosa de Oro.— Los presupuestos.— La lista civil. —La «cuestión de los castellanos». —Dimisión de Camacho.—Suspensión de sesiones. —Trabajos de los revolucionarios. —Alzamiento de Villacampa. —Asesinato del brigadier Velarde y del conde de Mirasol. —Los rebeldes vencidos. —Consejos de guerra —Los reos en capilla. —Indulto de los condenados. —Crisis ministerial. —Se reanudan las sesiones de Cortes

CAPÍTULO III

El partido reformista.— Segunda legislatura.— La asamblea republicana.— Ruptura de la coalición.— Un drama de Zapata.— D. Carlos divide España en zonas militares.— Dimisión del general Castillo.— Es nombrado Cassola ministro de la Guerra.— Sus reformas militares.— Los generales contra el ministro.— La Compañía Arrendataria de Tabacos.— Contrato con la Trasatlántica.— La Exposición de Filipinas.— Relevo del general Primo de Rivera.— Suspensión de las sesiones de Cortes.— El viaje de la Reina Regente.— Insurrección en las Carolinas.— Una embajada al Sultán.

CAPÍTULO IV

Asuntos de Cuba.— Dimisión del general Calleja.— Nombramiento del general Salamanca.— Declaraciones de este general.— Efecto que produjeron.— Su destitución.— La enfermedad del Sultán.— Ocupación de la isla de Peregil.— Congreso literario internacional.— Fomento de la marina.— Negociaciones para obtener de Italia un territorio en el Mar Rojo.— Tercera legislatura.— Cánovas proteccionista.— 1888.— Relevo del general Palacios.— Sucesos de Río Tinto.— Proyectos del ministro de Hacienda.— Las reformas de Cassola.— Disolución del partido reformista.— Los integristas.— Exposición universal de Barcelona.

CAPITULO V

El incidente del santo y seña.— Cassola y Martínez Campos.— Dimisión de Cassola.— Crisis total.— Nuevo Ministerio.— Suspensión de sesiones.— El crimen de la calle de Fuencarral.— Acuerdo del Consejo de Ministros sobre las reformas militares.— Silva de Cánovas.— Cuarta legislatura.— Sufragio universal.— Proposición del señor García Alix.— Puigcerver y Gamazo.— Derrota del Gobierno.— Crisis ministerial.— Solución de la crisis.— El Ayuntamiento de Madrid.— Enemistad de los señores Martos y Canalejas.— Conjura contra el Gobierno.— Plan de los conjurados.— Triunfo del Gobierno.— Motín en el Congreso.— Fin de la legislatura.

CAPÍTULO VI

Quinta legislatura.— Romero Robledo publica Un cuento en El Guipuzcoano.— El Sultán en Tánger.— Reapertura de Cortes.— Debates parlamentarios.— La enfermedad del Rey.— Crisis ministerial.— Intento de concentración liberal.— La Regente encarga al señor Alonso Martínez la formación del nuevo Ministerio.— Fracaso de sus gestiones.— El señor Sagasta reorganiza el Gabinete.— Interpelación al Gobierno.— Aprobación del sufragio universal.— Carta del general Daban.— Arresto del general.— Los socialistas ante el 1 de Mayo.— Manifestación obrera.— Muerte de Cassola.— Rumores de crisis.— Nuevo intento de conciliación entre los liberales.— Proposición del señor Martos.— El cumplimiento de un pacto.— Caída de los liberales.— Cánovas en el poder.

 

CAPÍTULO VII

Significación del Ministerio conservador.— Circular del señor Silvela.— La Junta Central del Censo.— Pruebas oficiales del submarino Peral.— Melilla: agresión a una patrulla de caballería. Reclamaciones diplomáticas.— Otra vez Ponapé.— Toma de un poblado rebelde.— Congreso católico.— Viaje de Sagasta.— Elecciones provinciales.— Disolución de Cortes.— Los partidos ante las elecciones generales.— Nueva coalición republicana.— Los carlistas.— Resultado de las elecciones.— Apertura de Cortes.— Mensaje de la Corona.— El 1.° de Mayo.—Encíclica de S. S.— Debates parlamentarios.— Asamblea de las Cámaras de Comercio.— La ley del Banco.— Nuevo partido republicano.— La amnistía.— Suspensión de sesiones.

CAPÍTULO VIII

La Corte en San Sebastián.— Campaña de Mindanao.— Sus causas.— Pensamiento del general Weyler.— Ataques de los moros.— Preparativos.— Comienzan las operaciones.— Acción de Maradig.— Las enfermedades.— Combate de Maraui.— Tregua forzosa.— Atentado contra el capitán general de Cataluña.— Ataque a un cuartel en Barcelona.— Catástrofe de Consuegra.— Dimisión de Beránger.— Romero Robledo reingresa en el partido conservador.— Crisis total.— Nuevo Ministerio.— Sucesos de Jerez.— Ruptura de las relaciones comerciales con Francia.— La transferencia a la Trasatlántica.— Los astilleros del Nervión.— El 1.° de Mayo.— Capítulo de huelgas.— En Barcelona.— En Bilbao.— Los telegrafistas.— Los agentes de bolsa.— Nuevo contrato con la Compañía Arrendataria de Tabacos.

 

CAPÍTULO IX

Continúa el antagonismo entre los señores Silvela y Romero Robledo. —Asuntos municipales, —El centenario de Colón.—Motín contra el Alcalde de Madrid. —Inspección al Ayuntamiento madrileño.—Inmoralidades que se suponían.—El señor Castelar lanza la idea del Presupuesto de Paz. —Imposibilidad de realizarle. —Proyectos del Gobierno. —Resultado de la inspección al Ayuntamiento de Madrid. — La Memoria del señor Dato.—Gravísimas imputaciones.—Dimisión del Alcalde. —El señor Villaverde propone al Consejo de Ministros medidas extremas. —Disparidad de criterios. —Dimisión de Villaverde. —Se reanudan las sesiones de Cortes. —El debate político. —Cánovas y Villaverde. —Bosch en el Senado. —Discurso del señor Silvela. — Efecto que produce.—El voto de confianza. —Derrota moral del Gobierno. —Caída de los conservadores.

 

CAPITULO X

Sagasta forma Ministerio. —Castelar y el nuevo Gobierno.—Discurso de Cánovas.—Disgusto contra Gamazo. —Disolución de las Cortes. —La coalición republicana. —Recelos de los ministeriales. —Violencias del Gobierno. —Decretos de Hacienda.— Liberales y conservadores.—Las elecciones generales. —Triunfo de los republicanos. —Los posibilistas. —Actitud del señor Castelar. —Disolución del posibilismo. —Dimisión del ministro de Marina. —Apertura de las Cortes. —El Mensaje.—Las relaciones comerciales con Francia. —Presupuestos.—Rasgo de la Reina Regente.— Proyecto de suspensión de las elecciones municipales. —Obstrucción de los republicanos. —La sesión permanente.— Detalles de la sesión. —Retirada de los coalicionistas. —Decretos del señor Maura.—Dimisión de Montero Ríos. —Las reformas del general López Domínguez. —Motines contra las reformas. — Una bomba contra el general Martínez Campos.

 

CAPÍTULO XI- GUERRA DE MARRUECOS

Campaña de Melilla. Antecedentes históricos. Tratado de 1767. Hostilidades de las cabilas. Nuevo tratado de 1799. Continúan las agresiones. Convenio de 1859 Importantes ventajas que obtuvo España. Tratado de Tetuán. Tratado de Madrid (1861). Deslinde de las fronteras de Melilla. El fuerte de Sidi Guariach. Protesta de los cabileños. Destrucción de la caseta provisional. Reclamaciones del general Margallo. Se reanudan los trabajos. El 2 de Octubre. Los moros atacan a los ingenieros militares. Margallo toma el mando de las tropas. Se generaliza el combate. Grave situación de los sitiados en Sidi Guariach. Heroica carga del teniente Golfín. Salen nuevos refuerzos de Melilla. Patriótica actitud de los paisanos. Combate al arma blanca. La retirada. Bajas sensibles.

 

CAPÍTULO XII

Impresión que producen los sucesos de Melilla. Censuras al Gobierno. Notas diplomáticas. España y las potencias. Refuerzos. Relevo del general Margallo. Nuevas hostilidades. Combate del 27 de Noviembre. Sitio de Cabrerizas Altas. La madrugada del día 28. Épicos combates. Salidas frustradas. Situación desesperada de los sitiados. Margallo ordena la salida de la artillería. Muerte del general Margallo. Confusión. El teniente Primo de Rivera salva los cañones. Hazaña del teniente Caracuel. El convoy. Combate empeñado. El soldado San José. Desembarca el general Macías. Batalla del día 30. Desbandada de los rifeños. Parte oficial. La situación mejora.Bajas del 27 al 31.

CAPÍTULO XIII

Ante el desastre. Indignación nacional. Se activa el envío de refuerzos. Respuesta del Sultán. Muley Araafa en Melilla. Conferencia con el general Macías. Resultado de la entrevista. Acuerdos del Gobierno. El general en Jefe. Llega a Melilla el general Martínez Campos. Organización del ejército de operaciones. Alocución a las tropas. Los rífenos deponen su hostilidad. Se reanudan las obras del fuerte de Sidi Guariach. Fusilamiento del penado Farren. Ultimátum a Muley Araafa. Sumisión de las cabilas. Se turba momentáneamente la paz. La zona neutral. Es nombrado Martínez Campos embajador extraordinario. Negociaciones con el Sultán. Texto del tratado de 1894. Disolución del ejército de operaciones. Efecto que produce la conclusión del convenio. Llega a Madrid el general Martínez Campos.

CAPÍTULO XIV. CRISIS GUBERNAMENTAL

Explosión del vapor Cabo Machichaco, en Santander. Dos bombas en el Teatro del Liceo de Barcelona. Impresión que produjo. La situación política en 1894. Maura y sus reformas coloniales. Crisis ministerial. Nuevo Gobierno. Labor parlamentaria. Sucesos de Valencia. Suspensión de sesiones. Los posibilistas ingresan en la monarquía. Abarzuza, ministro de Ultramar. Se reanudan las sesiones de Cortes. Debate político. Discurso del señor Salmerón. Cuestión personal. Detalles del conflicto. Conato de crisis. Los proteccionistas y el ministro de Hacienda. Dimisión del señor Salvador. Otra vez las reformas de Maura. El Consejo central de administración. La «cuestión de los ducados». Embajada marroquí. El general Fuentes abofetea al embajador. Excusas del Gobierno.

CAPÍTULO XV. GUERRA DE FILIPINAS

Blanco en Mindanao. Ocupación de Pantar. Combate de Kabasarán. Acción de Nanapán. Emboscada de Momungán. Castigo de los agresores. Combate de Kalaganán. Movimiento combinado. Pánico de los enemigos. Brillante victoria. Paso del río Agus. Refuerzos. La ofensiva sobre Marahuí. Dificultades para la empresa. Las tres cottas. Impotencia de la artillería contra ellas. Nuestras tropas rechazadas. Entran en acción los zapadores. Los moros derrotados. Bajas sensibles. Fin de la campaña.

CAPÍTULO XVI. GUERRA DE CUBA

La insurrección de Cuba. El Gobierno acuerda el inmediato envío de refuerzos. Los militares y El Resumen. Asalto a la redacción de El Globo. Protesta de los periodistas. Dimisión del Gobierno. Los conservadores en el Poder. Es nombrado Martínez Campos general en jefe del ejército de Cuba. Situación de la Isla. Acción de Jobito. Fracaso de las negociaciones entabladas por Martínez Campos. La rebelión se extiende. Combate de Dos Ríos. Muerte del cabecilla Martí. Los rebeldes en Matanzas. Peralejo. Muerte del general Santocildes. Intenciones de Maceo. Invasión de las provincias centrales. Concentración de rebeldes. Acción de Trilladeras. Alarma en la Habana. Maceo en Pinar del Río. Bando de Estrada Palma. Censuras contra el general en jefe. Relevo de Martínez Campos. Resumen de su gestión. Llega a España el ex general en jefe. Hostilidad del pueblo contra el general.

CAPÍTULO XVII

Weyler en Cuba. Situación de la isla al encargarse del mando el nuevo general en jefe. Plan de campaña de Weyler. Las trochas militares. Maceo y Máximo Gómez en Matanzas. Vuelta de Maceo a la Habana. Santa Rita de Baró. Maceo en Pinar del Río. Weyler escoge a Maceo como principal enemigo. Acción de Cacarajícaras. Desembarca Calixto García. Combates en las Villas. Las Lojas. La insurrección en oriente. San Ramón de las Yaguas. Derrota y muerte de Zayas. Rebelión en la isla de Pinos. Operaciones en Santa Clara y Matanzas. Quintín Banderas pasa la trocha de Mariel-Artemisa. Operaciones contra Maceo. Acción de Mantua. Sitio de Cascorro. Rendición de Guaimaro. Weyler sale a campaña. Derrota de Maceo en Rubí. Propósitos del cabecilla. Pasa Maceo la trocha. Punta Brava. Muerte de Maceo. Acción de Río Hondo. Muere en Damas el cabecilla Serafín Sánchez. Santa Rita de Cauto. Vuelve Weyler a la Habana.

CAPÍTULO XVIII

La política en España. Elecciones generales. Dimisión de los señores Romero Robledo y Bosch y Fustegueras. El lance Martínez Campos-Borrero. Actitud de los Estados Unidos ante la insurrección cubana. Propósitos del Gobierno. Admirable labor del general Azcárraga. Movilización de tropas. La guerra en Filipinas. El Katipunán. Delaciones de Patifio. Comienza la insurrección. Los insurrectos en Cavite. Reconocimientos desgraciados. Nuevas salidas rechazadas. Combate de Carmona. Mala situación del archipiélago. La insurrección en otras provincias. Sitio de Talisag. Rendición del destacamento. Sale el general Blanco a operaciones. La ofensiva sobre Cavite. Desgraciado combate de Binacayán. El general Aguirre toma a Talisag. Es nombrado el general Polavieja segundo cabo de las islas Filipinas. Relevo del general Blanco. Polavieja general en jefe del ejército de operaciones.

CAPÍTULO XIX.-GUERRA DE FILIPINAS

Polavieja en Filipinas. El ejército de operaciones. Plan de campaña del nuevo general en jefe. Diversas operaciones. Consejos de guerra. Fusilamiento de Rizal. Combates en Bulacán. Nuevos fusilamientos. Operaciones en Cavite. Plan adoptado por el general Polavieja. Movimientos combinados. Combate y toma de Silang. En las orillas del Zapote. Batalla de Dasmariñas. Toma del pueblo por la brigada Marina. Intentona en Manila. Polavieja pide refuezos y se los niega el Gobierno. Continúa el movimiento ofensivo. Toma de Salitrán. Batalla de Imus. Es tomada la capital de la república filipina. Ocupación de Bacoor, Cavite Viejo y Binacayán. Enfermedad del general en jefe. El indulto. En marcha sobre Novaleta. Toma de Novaleta. Batalla y toma de Malabón. La insurrección dominada. Relevo de Polavieja. Honores al general.

CAPÍTULO XX

Sigue la guerra de Cuba. Máximo Gómez pasa la trocha de Jácaro a Morón. Acción de Guamo. Operaciones del general Aldave en las Villas. Weyler vuelve a salir a campaña. Arroyo Blanco. Weyler en Sancti Spiritus. Órdenes acertadas. Derrota de Máximo Gómez. Combates en San Jerónimo. El paso del río Buey. Linares en Santiago de Cuba. Intenciones de Máximo Gómez. Es batido en Veguitas, Quintín Banderas. Queda limitada la insurrección a oriente. Las reformas de 1897. Operaciones contra Máximo Gómez. Resultados satisfactorios. Campaña de liberales y conservadores disidentes contra el general Weyler. Imprudente discurso del señor Sagasta. La Reina Regente ratifica su confianza al señor Cánovas. Protesta de los Estados Unidos. La proposición Morgan. Incalificable actitud de Sagasta. Respuesta del Gobierno español. Cánovas y los Estados Unidos. Asesinato de Cánovas. Azcárraga, Presidente.—Máximo Gómez retrocede ante nuestras tropas. Sitio y rendición de Victoria de las Tunas. Rasgos heroicos. Aumenta la hostilidad contra el general Weyler. Los conservadores desunidos. Sagasta en el poder. Relevo de Weyler. Entusiasta despedida.

CAPÍTULO XXI

Islas Filipinas. Mando del general Primo de Rivera. Estado de la insurrección a la llegada del nuevo Gobernador general. Operaciones sobre Indang.—El paso de Limbón. Combate y toma de Indang. Ataque a Maragondón. Los rebeldes desalojados de la provincia de Cavite. Primo de Rivera publica un bando de indulto. Los insurrectos atacan a San Rafael. Combates en Aliaga. Preliminares del ataque a Biacna-bató. La diplomacia en acción. Las reformas de 1897.Negociaciones para la paz.Pacto de Biacnabató. Fin de la insurrección.

CAPÍTULO XXII.- GUERRA CON LOS ESTADOS UNIDOS DE AMÉRICA

La autonomía en Cuba. Los insurrectos no la aceptan. Los Estados Unidos ante la autonomía. Desórdenes en la Habana. Llegan a la Habana el crucero Maine y a Nueva York el Vizcaya. Actitud de las Cámaras norteamericanas.España envía a Cuba una escuadrilla de torpederos. Máximo Gómez manda fusilar al parlamentario español, señor Ruiz. Ejecución de otros cabecillas. Presentaciones. Concentración de la escuadra yanqui. Dimisión de Dupuy de Lome. Voladura del Maine. Los yanquis inculpan a España de la catástrofe. Sale el Vizcaya de Nueva York. Investigaciones sobre la voladura del Maine. Notas diplomáticas. Actitud de León XIII ante el conflicto hispano-yanqui. La resolución conjunta del Parlamento norteamericano. El ultimátum. Ruptura de relaciones diplomáticas. Declaración de guerra. Las fuerzas navales beligerantes. Ruptura de hostilidades. El corso. Bloqueo de la isla de Cuba.

 

CAPÍTULO XXIII

La escuadra yanqui en el mar de la China. Trabajos de defensa en Manila. Los norteamericanos y Emilio Aguinaldo. Bases de la alianza. La escuadra española sale al encuentro de la enemiga. Defensas con que contaba Manila. Regresa la escuadra española. Sale de China la flota norteamericana. Entrada de los yanquis en la bahía de Manila. Las escuadras frente a frente. Fuerzas navales de las dos flotas comparadas. Superioridad de la escuadra yanqui. Comienza la batalla naval de Cavite. Posición y movimientos de las escuadras. Detestable formación adoptada por la escuadra española. El Don Juan de Austria se lanza al abordaje. Imita su ejemplo el crucero Reina Cristina. Incendio de ambos cruceros y del Castilla. Se suspende el combate naval. Causas de la suspensión. Una versión interesante. Se reanuda la batalla. Destrucción de la escuadra española. Pérdidas de los combatientes. Rendición de Cavite y su arsenal. Los alemanes contra los yanquis. El general Augustín accede a las pretensiones de Dewey. Confianza en los filipinos. Las milicias. Los norteamericanos se entienden con los tagalos. Sublevación de las tropas y milicias indígenas. Asesinatos de españoles.

CAPÍTULO XXIV

La escuadrilla de torpederos. Concéntrase en Cabo Verde la escuadra de Cervera. Orden de salida para Puerto Rico. Consejo de guerra en Cabo Verde. Acuerdos que se tomaron. El ministro de Marina ante los acuerdos del Consejo de guerra. Junta de generales en el Ministerio de Marina. Se ordena a Cervera la salida para la isla de Cuba. Zarpa la escuadra española de Cabo Verde. Enorme desproporción de fuerzas con relación a la escuadra norteamericana. Movimientos estratégicos de la escuadra española. En la Martinica. En Curasao. Fondea en Santiago la escuadra española. Los yanquis burlados. Entusiasmo. Se desvanecen las esperanzas de que Cervera pudiese llegar a la Habana. La escuadra de Schley ante Santiago de Cuba. Consejo de capitanes. Solemnes declaraciones de Concas y Lázaga. Cervera desiste de salir con dirección a Puerto Rico. Defensas con que contaba Santiago de Cuba. Primer bom bardeo. Voladura del Merrimac. Los tripulantes prisioneros. Bombardeo del 6 de Junio. Bajas sensibles. Ejercicios de tiro de los yanquis sobre Santiago de Cuba.

 

CAPÍTULO XXV

Plan de campaña de los norteamericanos. Los ejércitos beligerantes. Inferioridad del ejército yanqui. Lo que pensaba la Strateg Ward. La ofensiva sobre Santiago de Cuba. Situación militar de la plaza. Desembarco de los yanquis en Guantánamo. Ataques de los españoles. Bombardeo del 16 de Junio. La invasión norteamericana. Conferencia entre Calixto García y el general Shaffter. Desembarco de los yanquis en Daiquiri. Siguen los desembarcos en Siboney. Organización del cuerpo de ejército norteamericano. Primeros combates. La sorpresa de Jaragua. Fuerzas con que contaba el general Linares. Movimientos de los ejércitos beligerantes. El de Julio. Acción del Caney. Resistencia heroica de los españoles. Muerte de Vara de Rey. Toma del poblado por los yanquis. Batalla de las lomas de San Juan. Movimientos combinados de las divisiones americanas. El general Linares herido. Toma del monte de San Juan. Los españoles se retiran a las alturas de la Canosa. Sigue el combate. Toral asume el mando del ejército español. Rasgos heroicos. El combate del día 2 de Julio. Los norteamericanos rechazados. Negociaciones. Bajas de los beligerantes en todos los combates.

 

CAPITULO XXVI

Cervera recibe la orden de salida. Junta de comandantes. Acuerdo! que tomaron. Situación y constitución de la escuadra yanqui. Sale de Santiago la escuadra española. Sistema de salida elegido. Comienza la batalla naval. Destrucción de los destroyers. El Infanta María Teresa durante el combate. El Oquendo. Suicidio de Lazaga. Embarranca el Vizcaya. Escapa el Cristóbal Colón. La caza del crucero. Se rinde el barco. Bajas de españoles y americanos. Partes oficiales de los almirantes. Shaftter piensa en la retirada. Intimación al general Toral. Suspensión de hostilidades. Entra en Santiago la brigada Escario. Situación de la plaza al llegar estos refuerzos. El canje de prisioneros. Nueva intimación. Blanco y Toral. Se reanudan las hostilidades y vuelven a suspenderse. Proposición de Shaffter. Blanco ordena a Toral que tome la ofensiva. Imposibilidad de ejecutarlo. El general Toral es autorizado para rendir la plaza. Condiciones de la capitulación. Salen de Santiago.

 

CAPÍTULO XXVII

Impresión que producen en España las noticias de la guerra. Desembarcan los yanquis en Puerto Rico. Ocupación de Ponce. Negociaciones para la paz. Firma del Protocolo. Texto de los preliminares de paz. La guerra en Filipinas. Sitio de Manila. Derrota de la columna mandada por el general Monet. El general Augustín pide refuerzos a España. La escuadra de Cámara. Constitución de la flota. Inferioridad de esta escuadra con relación a la de Dewey. Dificultades para el aprovisionamiento de carbón en Port-Said. Regresa a España la escuadra de Cámara. Llega a Filipinas la primera expedición yanqui. El mayor general Merritt asume el mando supremo de las fuerzas norteamericanas. Comienzan los asaltos a la plaza. Estado de ánimo de los defensores. Destitución del general Augustín. Es nombrado Jáudenas capitán general de Filipinas. Dewey y Merritt intiman la rendición. Comunicaciones que se cambiaron entre sitiadores y sitiados. Jáudenas rechaza las proposiciones enemigas. Empieza el bombardeo de Manila. Asalto general a las defensas españolas. Capitulación de la plaza. Las bajas durante el sitio.

CAPITULO XXVIII

Después del desastre. Se reanudan las sesiones de Cortes. Actitud del conde de las Almenas en el Senado. Nombramiento de las comisionados para las conferencias de París. Situación de los Bisayas. El Gobierno español pretende el envío de refuerzos. Los Estados Unidos rechazan la proposición. Evacuación de la isla de Puerto Rico. La situación política en España. Disidencia del señor Gamazo. Asamblea de las Cámaras de Comercio en Zaragoza. Mensaje que elevaron a la Reina Regente. Lo que significaba la Asamblea. Firma del Tratado de paz. Texto del mismo. Indiferencia del pueblo español ante el despojo de las colonias. Repatriación de las tropas españolas en Cuba y Filipinas. Es retirada del castillo del Morro, en la Habana, la bandera española. Evacuación de las Bisayas. Dificultades por que atravesaba el Gobierno Sagasta. El tratado de paz ante las Cortes. El Gobierno se considera derrotado en el Senado. Crisis ministerial.Silvela en el Poder. Ratificación del Tratado de París

 

CAPITULO XXIX

El Ministerio de la regeneración. Programa político del señor Silvela. Las cesantías de los ministros. La opinión y el nuevo Gobierno. Los republicanos. Primeras disposiciones del nuevo Ministerio. Las elecciones. Apertura de Cortes. Cesión a Alemania de las islas Carolinas, Marianas y Palaos. El acta del señor Morayta. Empeñada discusión que motivó. Es admitido el señor Morayta al cargo de diputado. Escándalo parlamentario. Voto de censura contra el señor García Alix. Los presupuestos de Villaverde. Admirable labor del ministro de Hacienda. Agitación nacional contra los presupuestos. Graves sucesos en Zaragoza. Obstrucción de las minorías contra los proyectos del ministro de Hacienda. Conflicto entre las oposiciones y el Gobierno. La Reina Regente hace un donativo de un millón de pesetas, para mejorar el estado de la Hacienda. La fórmula de concordia entre el Gobierno y las oposiciones. Junta de comandantes. Acuerdo que tomaron. Situación y constitución de la escuadra yanqui. Sale de Santiago la escuadra española. Sistema de salida elegido. Comienza la batalla naval. El Infanta María Teresa durante el combate. El Oquendo. Suicidio de Lazaga. Embarranca el Vizcaya. Escapa el Cristóbal Colón. La caza del crucero. Se rinde el barco. Bajas de españoles y americanos. Partes oficiales de los almirantes. Shaftter piensa en la retirada. Intimación al general Toral. Suspensión de hostilidades. Entra en Santiago la brigada Escario. Situación de la plaza al llegar estos refuerzos. El canje de prisioneros. Nueva intimación. Blanco y Toral. Se reanudan las hostilidades y vuelven a suspenderse. Proposición de Shaffter. Blanco ordena a Toral que tome la ofensiva. Imposibilidad de ejecutarlo. El general Toral es autorizado para rendir la plaza. Condiciones de la capitulación. Salen de Santiago.

 

CAPÍTULO XXX. POLITICA NACIONAL

Convenio con el Banco. Los prisioneros españoles en Filipinas. Condiciones que imponía Aguinaldo para el rescate. Ruptura de hostilidades entre yanquis y filipinos. Libertad de los prisioneros. El destacamento de Baler. Los generales Toral, Augustín y Montojo ante el Supremo de Guerra y Marina. Sigue la agitación contra los presupuestos. Desórdenes en Barcelona.Se reanudan las sesiones de Cortes. Los catalanes piden el concierto económico. Aprobación de los presupuestos. Supresión del Ministerio de Fomento y creación de los de Obras Públicas e Instrucción. El señor Silvela reforma el Gabinete. Viaje a Barcelona del señor Dato. Resistencia al pago de los tributos. Embargos. Negociaciones con Francia sobre las posesiones españolas de la Guinea. Resumen del Tratado de 1900. Viaje marítimo de D. Alfonso XIII por los puertos del Cantábrico. Crisis parciales. Es nombrado el general Weyler, capitán general de Madrid. Cae el señor Silvela. Azcárraga forma nuevo Gobierno. Agitación carlista. El enlace de la Princesa de Asturias. Motines que origina. Se declara en Madrid el estado de guerra. Casamiento de la Princesa.

 

CAPITULO XXXI. FIN DE LA REGENCIA

Útimo Ministerio de la Regencia. Azcárraga presenta la dimisión. Sagasta en el Poder. Circular del señor Urzáiz sobre la tributación de las órdenes religiosas. Las elecciones. La educación del Rey. —Maniobras militares en Carabanchel. Apertura de las Cortes. Crisis presidencial. Moret, Presidente del Congreso. Las cuestiones sociales y religiosas. R. D. del señor González, concediendo a las asociaciones un plazo de seis meses para cumplir lo preceptuado en la Ley de 1887. Proyectos del ministro de Hacienda. El señor Urzáiz y el Banco. Dimisión del señor Urzáiz. Crisis total. Sagasta reorganiza el Gabinete. Entra en el nuevo Gobierno el señor Canalejas El pleito de las asociaciones religiosas. Sagasta entra en negociaciones con Roma.Disgusto del señor Canalejas. Inminencia de la ruptura entre los señores Sagasta y Canalejas. Aplaza- miento de la ruptura. Fin de la Regencia.

FIN

 

HISTORIA DE LAS CAMPAÑAS DE MARRUECOS

Historia de las campañas militares españolas en Marruecos, una publicación del Servicio Histórico Militar del Ministerio de Defensa (España). Se compone de cuatro tomos:

Tomo 1. Antecedentes (hasta mediados del siglo XIX), Guerra hispano-marroquí de 1859-1860, conflicto en el campo exterior de Melilla en 1893-1894.

Tomo 2. Campaña del Rif de 1909, campaña del Kert (1911-1912) y acción militar y política posterior en el territorio de Melilla (1912-1919), campañas de Yebala (1913-1919).

Tomo 3. Continuación, interrupción y fin de las campañas de Yebala (1919-1920), situación en la región occidental (Ceuta-Tetuán, Larache) hasta el 13 de septiembre de 1923, acción militar y política en la Comandancia General de Melilla (1920-1923), derrumbamiento y reconquista.

Tomo 4. Desde la constitución del directorio militar hasta el final victorioso de la acción militar de España en Marruecos.

 

 

 

CAPÍTULO I

Pavoroso era el conflicto planteado en España al ocurrir el fallecimiento del Rey Pacificador (Alfonso XII), acaecido en las primeras horas de la mañana del 25 de Noviembre de 1885. Limitándose su descendencia a dos niñas de corta edad, sin más solución que una Regencia llena de peligros, todo el peso del gobierno iba a caer en manos de una dama extranjera, apenas iniciada en los secretos e intrigas de la política española.

De un lado, los señores Cánovas y Romero Robledo, manteniéndose en el poder contra la opinión general del país, que recelaba posibles violencias en los encargados de afianzar el nuevo estado de cosas creado por la muerte del Rey; de otro los fusionistas, con su monarquismo intermitente, amenazando con graves males si persistían los afanes de mando del señor Cánovas del Castillo. Martos, Montero Ríos, López Domínguez... toda aquella pléyade de dinásticos de última hora, siempre dispuesta a retornar al campo de que procediera... Ruiz Zorrilla, Salmerón, Pi y Margall, pretendiendo derribar por la fuerza las instituciones... ; finalmente, los carlistas a la expectativa de lo que pudiera ocurrir, acechando la ocasión propicia para lanzarse a nueva guerra civil. Tal era la gravísima situación de aquellos críticos momentos. ¡Con cuánta razón, con qué clarividencia de espíritu, pronunció don Alfonso XII sus últimas palabras : «¡Qué conflicto! ¡¡qué conflicto!!»

Rodeaban el cadáver de don Alfonso, a más de las personas reales y personajes palatinos, los ministros de Estado, Gracia y Justicia, Marina, Hacienda, Fomento, Ultramar y el Presidente, señor Cánovas del Castillo, quien, tan pronto como la Reina se apartó un instante de la cabecera de su augusto esposo, manifestó a S. M., como Gobernadora que era, ya, del Reino, según los artículos 67 y 72 de la Constitución, que en aquel mismo momento habían terminado sus funciones ministeriales, por lo cual, respetuosamente, deponía a los reales pies de S. M. la autoridad constitucional que hasta entonces le había estado conferida.

S. M. la Reina gobernadora, poseída del inmenso dolor que era natural, por la terrible desgracia que acababa de experimentar, se sirvió mandar a los ministros que continuasen desempeñando sus funciones, mientras con alguna mayor tranquilidad podía fijar su atención en los negocios públicos; y en virtud de este soberano mandato, el Gobierno procedió a ordenar inmediatamente todo lo necesario para que desde luego comenzase a cumplirse en todas sus partes el artículo 72 de la Constitución del Estado, sin perjuicio de proceder también a la aplicación de lo dispuesto en el artículo 69 de la misma Constitución, cuando el estado de S. M. la Reina lo consintiera.

El fallecimiento de don Alfonso XII era un suceso de tal trascendencia, que, a medida que se iba considerando en ello, parecía mayor su gravedad; y para que todo fuese extraordinario en esta desgraciada nación, a todo lo que podía preverse hay que añadir el estado interesante en que se encontraba S. M. la Reina, caso no previsto en la Constitución y que no se podía resolver pura y simplemente aplicando las reglas del derecho común y especialmente las antiguas leyes vinculadoras, señaladamente la de Partida, que ha sido siempre la norma de la sucesión a la Corona.

En vista de este estado de cosas, se pensó en no precipitar los acontecimientos proclamando a la princesa doña María de las Mercedes. Precisaba esperar el fausto acontecimiento del alumbramiento de la Reina para hacer la referida proclamación, toda vez que, caso de ser varón el fruto del nuevo parto, a él correspondería la sucesión de la Corona.

El 26, a la una de la tarde, llegó Cánovas al Pardo, celebrando una larga conferencia con la Reina, en la que, después de determinar los caracteres de la situación, después de definir la actitud y los antecedentes de cada uno de los partidos políticos que se disputaban el poder, terminó aconsejando a la soberana que llamase a sus consejos al señor Sagasta, como jefe del partido liberal.

Inmediatamente después, era llamado por telégrafo el señor Sagasta al Pardo, y el señor Cánovas marchaba a la Presidencia, donde daba la orden de arreglar sus papeles, para pasar, ya, la noche en su domicilio particular. Así, pues, contra lo que muchos esperaban, el señor Cánovas dejó el poder al señor Sagasta.

La crisis ocurrió de la manera siguiente :

El mismo día de la muerte del Rey, ante la suma gravedad del acontecimiento y el temor de que aquella tristísima circunstancia fuera aprovechada por los tenaces partidarios del carlismo y de la República que, repitiendo sus intentonas, podrían llenar nuevamente de luto al país, pensó el general Martínez Campos reunir a los señores Cánovas y Sagasta, para hacerles comprender que convenía por igual a la nación y a los dos partidos dinásticos tomar un acuerdo que permitiese dar estabilidad a la Regencia de doña María Cristina.

La entrevista se realizó, y en ella se convino que Cánovas entregase el poder a Sagasta, como única manera de hacer frente a las complicaciones que afortunadamente no habían de surgir, pero que no era desatinado temer. Y, en consecuencia de lo acordado, aconsejó Cánovas a S. M. la subida de los fusionistas.

Esto fué el llamado pacto del Pardo.

Desde las primeras horas de la tarde del día 26, teníase ya por seguro en los círculos políticos, que aquella misma noche juraría el nuevo ministerio, y sin embargo, no ocurrió así, a causa de un incidente cómico motivado por el extravío del telegrama dirigido desde el Pardo al señor Sagasta.

Hallábase la casa del jefe de los liberales repleta de prohombres del fusionismo, y aunque todos sabían que Cánovas había aconsejado a la Reina que llamase al poder a Sagasta, en casa de éste no se recibía recado alguno del Pardo. Desde las tres de la tarde estaban los reunidos esperando el aviso, y... ¡nada! Dieron las ocho de la noche, y la incertidumbre llegó al colmo. Se hablaba de secuestros, de traición, de camelos y de intrigas.

En esta situación, un general fusionista, queriendo salir de dudas, se puso en comunicación directa con el Pardo, y desde allí contestaron que a las cuatro y media de la tarde se había telegrafiado al señor Sagasta para que fuese al Real Sitio, donde se le esperaba y no acababa de llegar.

La estupefacción que produjo esta noticia fue inmensa, y nadie acertaba a explicarse lo que pasaba, cuando entró un criado en la habitación donde se devanaban los sesos los prohombres de la fusión, y al enterarse de lo que se hablaba, sacó tranquilamente del bolsillo un telegrama que, según manifestó, le había sido entregado a las cinco de la tarde, y del cual no había vuelto a acordarse a causa de las emociones del día. El buen fámulo había retenido, a causa de una distracción, durante cuatro horas, el primer documento importante de un reinado.

El día 27, fue trasladado el cadáver de D. Alfonso XII a Madrid, y a las cinco y cuarto de ese mismo dáa entraba el señor Sagasta en Palacio. Sin pérdida de tiempo fue recibido por S. M., quien le encargó de la formación del Gabinete, quedando constituido a las pocas horas, en la forma siguiente :

Presidencia, Sagasta.

Estado, Moret.

Gracia y Justicia, Alonso Martínez.

Guerra, general Jovellar.

Gobernación, González.

Fomento, Montero Ríos.

Marina, Beránger.

Hacienda, Camacho.

Ultramar, Gamazo.

Tomó juramento a los nuevos ministros, el saliente de Gracia y Justicia, señor Silvela, e inmediatamente después juró ante el nuevo Gobierno, S. M. la Reina, levantándose de este solemne acto el acta siguiente :

«En la villa y corte de Madrid, a los veintisiete días de Noviembre de 1885, reunido en la Real Cá;mara el Consejo de Ministros, presidido por el señor Sagasta, estando presentes los senores Moret, ministro de Estado; Alonso Martínez, ministro de Gracia y Justicia, Jovellar, ministro de la Guerra; González, ministro de la Gobernaciín; Montero Rí;os, ministro de Fomento; Beranger, ministro de Marina; Camacho, ministro de Hacienda; y Gamazo, ministro de Ultrama ; el señor Presidente del Consejo, previa la venia de S. M. la Reina Regente, doña María Cristina de Hapsburgo-Lorena, dio lectura al artículo 69 de la Constitución de la Monarquía, que prescribe el juramento que debe prestar el Regente del Reino, y atendiendo a que S. M. la Reina, por el fallecimiento de su muy amado esposo don Alfonso XII (q. s. g. h.), está llamada, con arreglo al artículo 67 de la Constitución, a ejercer la Regencia, y habiéndose dignado manifestar su voluntad libre y espontánea de cumplir el precepto constitucional, en presencia del Consejo de Ministros, hincada de rodillas ante un crucifijo y puesta la mano sobre el libro de los Santos Evangelios, hizo por sí misma el siguiente juramento :

«Juro por Dios y por los Santos Evangelios, ser fiel al heredero de la Corona, constituido en la menor edad, y guardar la Constitución y las leyes, y prometo reiterar este Juramento ante las Cortes tan pronto como se hallen Congregadas. Asi Dios me ayude y sea en mi defensa y si no me lo demande.»

«Terminado este solemne acto, por mandato de S. M. la Reina Regente y acuerdo del Consejo de Ministros, lo consigno en la presente acta como notario mayor del Reino. El Ministro de Gracia y Justicia Manuel Alonso Martínez.»

La masa general del país acogió con viva satisfacción la inauguración de una política expansiva, que revelaba en la persona que ocupaba el poder una perspicacia poco vulgar. En efecto, análogas circunstancias habían motivado siempre entre nosotros una política desconfiada; lejos de esto, la Regencia se entregó en brazos de la nación, en cuya lealtad confiaba ciegamente.

Levantóse el estado de sitio declarado por Cánovas en varias regiones y se abandonó por completo la actitud de abierta hostilidad contra la prensa, seguida por el gabinete anterior, y donde todos temían motines y algaradas no ocurrió el menor incidente.

El 29 fue conducido el cadáver de don Alfonso XII al Escorial, y el mismo día publicó la Gaceta la convocatoria de Cortes para el 27 de Diciembre.

El nombramiento del general Bermúdez Reina para subsecretario del ministerio de la Guerra, produjo algún revuelo en el campo fusionista, pues estando afiliado dicho general al partido democrático-izquierdista, se supuso que el nombramiento se había hecho por imposición del general López Domínguez, jefe de la izquierda dinástica desde el fallecimiento de su tío el Duque de la Torre, ocurrido el mismo día en que murió don Alfonso XII.

Este suceso motivó una carta del general Salamanca al señor Sagasta, en la que protestaba violentamente del hecho, manifestando al mismo tiempo su extrañeza porque en vez de darse los destinos a los generales fusionistas, se recurriese a los disidentes del partido liberal.

Tanto llegó a apasionar este asunto a los políticos y tantas cosas llegaron a decirse sobre una supuesta inteligencia entre Sagasta y López Domínguez, que este general creyó del caso desmentir públicamente esos rumores, declarando que mantendría siempre sus ideales, pero que apoyaría al gobierno por afinidad y por monarquismo.

El 16 de Diciembre ocurrió un lamentable incidente en el Real Palacio.

Mandaba dicho día, como jefe de parada, la guardia exterior de Palacio, el duque se Sevilla, hijo del infante don Enrique de Borbón, a quien años antes diera muerte en desafío el duque de Montpensier. El duque se empeñó en entrar en la habitación de Su Majestad, prohibiéndoselo el gentilhombre de guardia, conde de Guaqui. Insistió el duque en sus propósitos y el conde en su negativa, expresándose aquél con cierta viveza sobre sus derechos personales. Del hecho se dio cuenta al capitán general de Madrid, quien después del relevo de la guardia de Palacio, se dirigió al ministro de la Guerra, disponiendo éste, que el duque quedase en situación de reemplazo e ingresara en prisiones militares, verificándose esto último, el día 20.

La subida de los liberales al poder, fué causa de una grave disidencia en el partido conservador, porque recibida de mal talante la solución de la crisis por el señor Romero Robledo, que entendía suicida la conducta de Cánovas abandonando el poder a Sagasta, levantó bandera y agrupó a su alrededor a no pocos conservadores que pensaban lo mismo que el político antequerano, poniendo en grave aprieto al jefe de los conservadores, a quien obligó a fundar un nuevo circulo, por haber sido derrotados los canovistas en la elección de nueva Junta Directiva del Casino conservador, por los adictos al señor Romero Robledo.

La actitud de los disidentes, colocados en abierta hosilidad contra el señor Cánovas, tenía necesariamente que exteriorizarse en el Parlamento.

En efecto, abiertas las Cortes el día 27 de Diciembre, vióse desde los primeros instantes que los amigos del señor Romero Robledo llevaban intención de reñir batalla al señor Cánovas, aprovechando la coyuntura de haber de procederse a la elección de Presidente del Congreso.

La mayoría conservadora de la Cámara hallábase profundamente dividida por efecto de la escisión y mientras unos apoyaban decididamente la candidatura del señor Cánovas, otros, contando con el grupo acaudillado por el general López Domínguez, decidieron votar al señor Romero Robledo.

En estas circunstancias, la expectación era inmensa en todos los diputados, pues la derrota de Cánovas podía significar para éste la pérdida de la jefatura del partido conservador liberal, y hallándose la mayoría tan descompuesta, no era difícil que obtuviese el triunfo el señor Romero Robledo. De la actitud que adoptasen los fusionistas dependía el resultado, y Sagasta, que lo entendió así, recomendó a sus amigos que votasen la candidatura de Cánovas, toda vez que la disidencia de Romero era debida al despecho de éste por la subida de los liberales, acordada en la entrevista que se verificó el día del fa- llecimiento de don Alfonso XII.

Verificóse la elección y resultó triunfante el señor Cánovas por 222 votos contra 102 que obtuvo el señor Romero Robledo.

En ambas Cámaras pronunciaron los presidentes discursos necrológicos, enalteciendo las virtudes del Rey difunto, poniendo de manifiesto la suma gravedad de las circunstancias e invitando a todos los dinásticos a que estrecharan las filas, para defender a la Monarquía, seriamente amenazada por los enemigos del régimen.

El día 30 prestó la Reina Regente el juramento de rigor ante ambos Cuerpos Colegisladores reunidos en el Senado.

La política expansiva del Gobierno tuvo como primera e inmediata consecuencia, debilitar y dividir a los republicanos, los cuales celebraron el santo del señor Ruiz Zorrilla (1 de Enero) con un banquete de 150 cubiertos, con asistencia de los señores Salmerón, Figuerola y Llano y Persi. Se pronunciaron discursos violentos, abundando muchos oradores en la necesidad de hacer la revolución, contra el parecer del señor Salmerón, a quien parecía que sólo debía de acudirse a formas violentas cuando la necesidad de practicarlas fuese absoluta, y sólo como medio de evitar peores males.

El día 2 de Enero de 1886, fueron a Palacio las comisiones de las Cámaras para dar el pésame a S. M., y en la sesión del Congreso inicióse un debate político, que el señor Sagasta hubiese a todo trance querido evitar, no lográndolo por el empeño que demostró el diputado republicano don José Muro, interpelando a los conservadores sobre las causas de la crisis y atacando duramente al señor Cánovas por la forma en que había resuelto la cuestión de las Carolinas mediante un laudo pontificio, en el que, aun cuando se reconocían nuestros derechos sobre aquellas islas, daba a Alemania todas las ventajas que hubiera podido apetecer.

El debate fue un largo duelo parlamentario entre los señores Silvela y Romero Robledo, en que, si bien el primero de estos señores justificó plenamente la entrega del poder hecha por Cánovas a Sagasta, en cambio el partido conservador quedó muy mal parado, evidenciándose más aún la grave crisis por que atravesaba, después de la declaración hecha por Romero Robledo manifestando que el acto llevado a cabo por Cánovas, además de ser su suicidio político, era antiparlamentario y en cierta manera anticonstitucional.

El señor Sagasta, después de declarar que esta discusión no era propia de aquellos instantes, prometió dar al pueblo español cuantas libertades había prometido en la oposición, y subió después a la tribuna (5 de Enero), dando por terminadas las últimas Cortes elegidas en vida de don Alfonso.

Suspendidas las sesiones de Cortes, ocupábase el Gobierno en dar a su política tonos más seriamente liberales, cuando un suceso gravísimo puso en conmoción al país, produciendo en todas partes clamoreo general de indignación.

El día 9 de Enero, un sargento del regimiento de la Princesa, apellidado Rasero, en inteligencia con otro sargento de Otumba, logró, sorprendiendo a la guarnición del fuerte de San Julián de Cartagena, apoderarse de la fortaleza, en la cual se instaló en unión de cuarenta paisanos armados que le acompañaban, después de haber reducido a prisión al gobernador del castillo y fuerzas de su mando.

Verificado este audaz golpe de mano, dedicáronse los insurrectos a hacer ciertas señales, al parecer convenidas, para lograr que otras fuerzas secundaran la intentona, disparando a este efecto determinado número de cañonazos que se perdieron en el vacío, toda vez que los supuestos comprometidos, si los había, no respondieron al llamamiento.

Sostuviéronse en el fuerte los sublevados durante todo el día 9 y parte del 10, en que el general Fajardo, gobernador militar de la plaza, al frente de un batallón del regimiento de Otumba, avanzó sobre la fortaleza con objeto de reducir a los rebeldes.

Quiso el general evitar en lo posible el derramamiento de sangre en lucha estéril, y convencido de la poca resistencia que los sublevados podían oponer, se adelantó acompañado de cinco guardias civiles e intentó persuadirles para que depusieran su actitud, exhortándoles a rendirse en evitación de tener que acudir a las armas, sin que sus palabras hallasen eco en el ánimo de los insurrectos, quienes, desoyendo los consejos del general, respondieron con una descarga, de cuyas resultas cayó gravemente herido eí infortunado general Fajardo, que falleció pocos días después, sin que los recursos de la ciencia sirvieran para evitar este triste desenlace, a pesar de los solícitos cuidados prodigados por el doctor Ledesma, médico de Cámara, enviado por la Reina Regente para encargarse de la asistencia del general.

La confusión que la descarga y sus resultados produjo en las fuerzas encargadas de desalojar a los rebeldes de la fortaleza, dio tiempo a éstos para darse a la fuga, embarcando en un buque que les condujo a Orán, cosa que se hubiera evitado, si el coronel Meras, que sucedió a Fajardo en el mando, se hubiese en el acto lanzado al asalto del castillo; pero el momento de vacilación de este Jefe, lo aprovecharon los insurrectos, los cuales escaparon a excepción de un delineante del arsenal que fué hecho prisionero y que, según se comprobó más tarde, fué quien dio la voz de fuego contra el general Fajardo.

Como siempre que tiene lugar una intentona y no se ve ésta coronada por el éxito, los republicanos execraron el hecho, y periódico hubo que manifestó que los sargentos sublevados habían lanzado el grito de «¡Viva Isabel II!» al posesionarse del fuerte, versión inexacta a todas luces, pues se halla plenamente confirmado que los revoltosos izaron sobre el mismo, bandera tricolor, y por si esto fuera poco, el sargento Rasero, al llegar al castillo, manifestó a los sublevados que obraba por cuenta del señor Ruiz Zorrilla, de cuyo señor tenía amplios poderes.

El paisano fué sometido a Consejo de guerra y ajusticiado un mes después del suceso.

Mientras se disponía el país para la próxima campaña electoral, doña María Cristina refrendaba un decreto del señor Montero Ríos, creando la Escuela Politécnica, otro del señor Gamazo extendiendo la aplicación del Código de Comercio a las provincias de Ultramar, y otro, también del señor Montero Ríos, derogando los decretos del señor Pidal sobre enseñanza. Esta última medida produjo un revuelo extraordinario, por haber varios periódicos republicanos y conservadores, acogido el rumor de que S. M. había opuesto reparos a la firma del decreto; pero lejos de ser así, la Regente, cumpliendo su deber constitucional, prestó con notorio agrado su sanción al decreto.

Siguiendo el Gobierno la significación de su política, acentuó su democracia dejando en libertad a los republicanos para celebrar el aniversario de la proclamación de la República, en cuyo acto se manifestó una vez más la profunda disidencia que dividía a aquéllos, pues contra el parecer de algunos jefes que estimaban necesaria una reunión general de los partidos que militaban en la idea, cada grupo conmemoró el 11 de Febrero en su respectivo casino, celebrándose hasta 14 banquetes y pronunciándose discursos cuyos tonos hacían comprender la imposibilidad de que los republicanos pudiesen intentar algo en serio contra el régimen.

El día 6 de Marzo celebráronse, en la capilla de Palacio, las bodas de los infantes doña Eulalia y don Antonio de Orleáns.

La regia comitiva se dirigió al solemne acto dividida en tres grupos, en uno de los cuales iban la Reina Regente con la infanta y su madrina, la condesa de París ; en otro, doña Isabel II con la infanta de igual nombre, y en el tercero, el Rey don Francisco con el duque de Montpensier y el infante don Antonio. Este vestía uniforme de capitán de húsares de la Princesa, el Rey don Francisco, de Capitán General de ejército con el Toisón y collar y banda de Carlos III, y doña Eulalia, rico vestido blanco con flores y corona de azahar.

Los desposorios se verificaron con arreglo al ceremonial fijado con antelación, siendo muy viva la emoción de la infanta, que rompió a llorar al solicitar el consentimiento de la Reina Regente y de sus padres doña Isabel y don Francisco. Ofició de pontifical el cardenal Fr. Zeferino González, auxiliado por el obispo de Madrid-Alcalá.

Por fin el día 9 de Marzo se firmó el decreto de disolución de Cortes, que señalaba la reunión de las nuevas para el día 10 de Mayo. Quiso el Gobierno que las elec- ciones se verificasen bajo un ambiente de más neutralidad de lo que se había acostumbrado anteriormente, y en efecto, por su parte, cometió el menor número posible de ar- bitrariedades, razón por la cual los partidos fueron a la lucha con cierto entusiasmo.

Los señores Romero Robledo y López Domínguez pactaron una alianza electoral, celebrándose un banquete en el cual el señor Linares Rivas afirmó que el partido izquierdista debía prepararse para recoger la herencia que dejarían caer los liberales. López Domínguez atacó duramente a Sagasta, diciendo que la sinceridad electoral de éste era una máscara que ocultaba los rencores contra la izquierda, y aludiendo a la alianza con los romeristas dijo que era una consecuencia natural la unión de los perseguidos cuando existía enfrente la alianza de los perseguidores. Confirmó el programa de la Constitución de 1868 y de la soberanía nacional, y terminó brindando por la Reina Regente y por toda la familia real, lamentándose de que a la muerte de don Alfonso XII no se consultase a la izquierda.

Después de este banquete proyectaron celebrar un grandioso mitin electoral en el Teatro Real, cuyo acto debía verificarse el día 16; pero atendiendo a amistosas in- dicaciones del capitán general de Madrid, señor Pavía, se desistió de celebrarlo.

Los carlistas, por su parte, celebraron varias reuniones para acordar su conducta ante la proximidad de las elecciones. Manifestáronse desde el primer momento dos tendencias : el retraimiento y la lucha. Fluctuando don Carlos entre estas ideas contrarias de sus partidarios, optó por un temperamento conciliador que daba la razón a los intransigentes, esto es, prohibía al partido como colectividad ir a los comicios, pero dejaba en libertad de acción a aquellos que, contando con probabilidades de triunfo, quisieran individualmente presentar su candidatura. Esto, que parecía un temperamento medio, no lo era en realidad; pero permitía llevar a los escaños rojos del Congreso algunas individualidades más o menos significadas en el tradicionalismo, que podía traer sus compromisos, pues no cabía dudar de que en el curso de los debates parlamentarios se habrían de presentar momentos difíciles para los carlistas cuando se les provocase a hacer manifestaciones en pugna con su conciencia, cosa extremadamente peligrosa, sobre todo careciendo de un hombre hábil que les dirigiese.

Mientras los carlistas andaban casi a la greña, combatiéndose con saña las dos fracciones en que se hallaban divididos, cuyas doctrinas sustentaban El Siglo Futuro y La Fe respectivamente, sin que las amigables advertencias del señor Villoslada, jefe de la comunión tradicionalista, sirvieran para otra cosa que para avivar más el fuego de la discordia, no menos desunidos se hallaban los republicanos, cuyos grupos, distanciados entre sí, no podían entenderse por las particulares ambiciones de los jefes.

En estas circunstancias y ante la proximidad de las elecciones, celebróse, por iniciativa del señor Figuerola, una reunión en casa de éste, a la que asistieron los señores Pi y Margall, Salmerón y Castelar, con objeto de formar una coalición de todas las fuerzas republicanas, que asegurase el triunfo del mayor número posible de candidatos del partido, en la lucha que se avecinaba. Pero todas las tentativas de inteligencia fracasaron por completo por haber surgido desacuerdos respecto de las doctrinas y procedimientos que debían seguirse. Castelar sostuvo que sólo podían unirse los republicanos que tenían un mismo programa, y en vista de esta manifestación se prescindió del concurso de los posibilistas y se pactó después de mil incidencias y reuniones, la unión de los partidos fe- deral y progresista, bajo las siguiente bases que fueron publicadas el día ig de Marzo :

1.° Afirmar y defender como principios comunes los derechos de la personalidad humana, el sufragio universal, la república como forma esencial de la organización democrática de los poderes públicos.

2.° Luchar unidos para la realización de las comunes aspiraciones por todos los medios legales y también los extraordinarios que la opinión reclama y la justicia sanciona.

3.° Aceptar como legalidad provisional desde el establecimiento de la República hasta la reunión de Cortes, los artículos de la Constitución de 1869 y Ley municipal de 1870.

4.° Constituir un Gobierno provisional en el que tengan representación todos los partidos que concurran al triunfo de la República.

5.° Convocar Cortes Constituyentes.

6.° Someterse a la Constitución que decreten las Cortes.

7.° Declarar que la coalición no es obstáculo para que cada partido defienda sus particulares doctrinas.

8.° Procurar por todos los medios que la coalición responda al propósito del res- tablecimiento de la República, a fin de que ésta sea una obra nacional.

Es decir, un programa subversivo incapaz de ser llevado a la práctica por hombres civiles, tales como los que firmaban el documento, señores Pi y Margall, Salmerón, Montemar y Portuondo.

El día 4 de Abril se celebraron las elecciones generales de diputados, luchando gran número de candidatos, y obteniendo el Gobierno una gran mayoría. En Madrid fueron derrotados los dos jefes de la unión izquierdista, señores Romero Robledo y López Domínguez. Los conservadores obtuvieron 70 puestos y la coalición republicana sacó catorce diputados. El señor Pi y Margall se presentó por acumulación y fué elegido por 18,000 votos. Los carlistas eligieron un diputado y un senador; y en cuanto a los posibilistas, su benévola actitud para con el Gobierno les permitió obtener cuatro puestos en las nuevas Cortes.

Dos hechos criminales tuvieron lugar durante la Semana Santa de aquel año. El domingo de Ramos, día 18 de Abril, en el momento en que se apeaba de su coche delante de la iglesia de San Isidro de Madrid, para oficiar en la fiesta religiosa propia del día y cuando la comisión del cabildo se adelantaba a recibir al obispo de la diócesis, don Narciso Martínez Izquierdo, un cura llamado Cayetano Galeote, vestido con un traje talar nuevo, se adelantó disparando tres tiros de revólver contra el prelado, que recibió dos heridas gravísimas, a consecuencia de las cuales falleció al día siguiente.

El asesino fué preso inmediatamente, y según declaró, había obrado en venganza de ciertos atropellos cometidos por el obispo en contra suya. Estos supuestos atropellos se referían a haber sido separado el cura del cargo de capellán del convento de la Encarnación, por haber dado algunas muestras de enajenación mental.

El otro suceso tuvo lugar el día de Jueves Santo. En la mañana de dicho día, 22 de Abril, presentóse en la iglesia de San Luis de la corte, una persona que manifestó su deseo de regalar un cirio de cuatro libras para colocarlo en el Monumento, hecho que no llamó la atención por la costumbre establecida de practicar esta devoción. Sin embargo, por circunstancias especiales, el cirio fué colocado tarde y dadas las doce de la noche, y cerradas las puertas de la iglesia, quedaron en vela ante el Santísimo Sacramento, dos hermanos de la cofradía, uno de los cuales notó que el cirio chisporroteaba de una manera extraña ; pero, al acercarse para apagarle, estalló un cartucho de dinamita contenido dentro del expresado cirio, que hirió gravemente al cofrade y más levemente a su compañero de vela, destrozó parte del monumento y apagó todas las luces que había en el templo.

Este hecho produjo general indignación.

Próxima la apertura de Cortes, reuniéronse las mayorías en la Presidencia del Consejo de Ministros, pronunciando con tal motivo el señor Sagasta un discurso en el que, después de saludar a la Reina Regente, lamentando la prematura muerte de don Alfonso XII, manifestó que si la monarquía había perdido con tan infausto acontecimiento una digna personificación, no por eso carecía de fuerza, pues para consolidar las instituciones estaban todos los monárquicos, concluyendo por decir que el Gobierno confiaba ciegamente en el porvenir, contando con la lealtad del Ejército y con la hidalguía del pueblo español.

Abriéronse las Cortes el día 10 de Mayo, leyendo en ambos Cuerpos Colegisladores el discurso de la Corona el señor Sagasta, delegado para ello por la Reina Regente, que, en atención de hallarse en el noveno mes de su embarazo, no pudo asistir a la apertura.

El mensaje era sencillo, pero elocuente e inspirado. Dedicaba un párrafo a la memoria del Rey difunto y prometía el Gobierno presentar las leyes del sufragio universal y de juicios por jurados, reconstitución de la marina, reforma de la enseñanza, proyecto de expropiación forzosa y otras relativas a obras públicas y organización de la administración colonial.

El 12 de Mayo, en las últimas horas de la tarde, se desencadenó sobre la corte un violento ciclón que produjo incalculables daños materiales y ocasionó 24 muertos y cerca de 400 heridos. S. M. la Reina, a pesar de su estado, acudió, contra el parecer de los médicos, al sitio de la catástrofe, consolando a unos, socorriendo a otros, y animando a todos. En el Hospital General hizo un donativo de 2,500 pesetas, repartiendo además otros muchos so- corros entre los damnificados.

 

CAPÍTULO II

El nacimiento de un Rey.— Bautizo del nuevo soberano.— Inauguración del Círculo Militar.— Protesta de D. Carlos.— Discusión del Mensaje.— La cuestión ultramarina.— Idea generosa de la Regente.— La Rosa de Oro.— Los presupuestos.— La lista civil. —La «cuestión de los castellanos». —Dimisión de Camacho.—Suspensión de sesiones. —Trabajos de los revolucionarios. —Alzamiento de Villacampa. —Asesinato del brigadier Velarde y del conde de Mirasol. —Los rebeldes vencidos. —Consejos de guerra —Los reos en capilla. —Indulto de los condenados. —Crisis ministerial. —Se reanudan las sesiones de Cortes

 

CÁNOVAS DEL CASTILLO (1828-1897)

Antonio Cánovas del Castillo fue el hijo primogénito de Antonio Cánovas García, un maestro nacido en Orihuela (Alicante), y de Juana del Castillo y Estébanez, hija de Juan José del Castillo y prima hermana del escritor y arabista Serafín Estébanez Calderón. Fue un buen estudiante, interesado sobre todo por la historia y las humanidades. Pero quedó huérfano de padre a los quince años, junto con sus cuatro hermanos, en marzo de 1843. Logró salir del paso con un empleo de ayudante en la misma escuela donde trabajó su padre y compaginó los estudios con su afición al periodismo (a los diecisiete años dirigía y escribía el semanario local La Joven Málaga, que editó catorce números en 1845). En ese mismo año, apreciando los méritos periodísticos de su sobrino, su tío Serafín Estébanez lo llamó a Madrid, a pesar de que el famoso escritor costumbrista no soportaba demasiado bien la compañía. Sin embargo, no volvió, se instaló en una pensión de la calle del Barco y, con un trabajo de escribiente y luego de empleado en la compañía del ferrocarril (gracias a una recomendación de su tío), pudo sufragar el costo de la carrera de Derecho que decidió emprender y fue alternando con la periodística. Al cabo de tres años pudo instalar a toda su familia en Madrid, e incluso "colocó" a numerosos amigos malagueños; ya entonces empezaba a declararse su gran habilidad política y gestora: incluso vendía los apuntes que tomaba en las clases de Derecho para sacar algún beneficio. En el terreno literario, destacan las críticas teatrales que en 1849 publicaba en el semanario La Patria de Madrid, cuya dirección asumió desde 1850. También en abril de 1849 entró en el Ateneo con una lección magistral sobre Las siete partidas. Sin embargo, solo andaba entonces interesado en el estudio de la Historia de España; en tres años (de 1851 a 1854) publicó Historia de la decadencia de España (1854), una novela histórica, La campana de Huesca: crónica del siglo XII (1852) y escribió un drama histórico sobre la princesa de Éboli (que no llegó a ser publicado). Es más, colaboró con varios artículos en el Compendio histórico de todas las monarquías.

Inició su carrera política de la mano del director de La Patria, Joaquín Francisco Pacheco, un jurista y político que había asumido el liderato de un grupo disidente del Partido Moderado de matiz más centrista, los llamados puritanos. Formaban parte integrante del grupo el escritor Nicomedes Pastor Díaz, el banquero José de Salamanca, los políticos y publicistas Antonio Ríos Rosas, Patricio de la Escosura y otros personajes de reputada influencia, así como muchos jóvenes que se iniciaban entonces en política, entre ellos el propio Cánovas. Mientras ejercía de redactor, y, en 1850, director de La Patria, colaboraba ocasionalmente en El Oriente, El Constitucional, El Contemporáneo, Las Novedades y sobre todo en el Semanario Pintoresco, donde insertó numerosos apuntes históricos. Pacheco llegó incluso a presidir el Consejo de Ministros en la facción de Leopoldo O'Donnell, artífice de la revolución del 54 proclamada con el Manifiesto de Manzanares que había escrito el mismo Cánovas.

Miembro de la Unión Liberal, en 1854 fue elegido diputado por Málaga para las Constituyentes y, a la caída de O'Donnell, gobernador civil de Cádiz. Contrajo matrimonio con María de la Concepción Espinosa de los Monteros y Rodrigo de Villamayor el 20 de octubre de 1860, enviudando apenas 2 años más tarde, el 3 de septiembre de 1863. Fue nombrado ministro de Gobernación en 1864 y de Ultramar en 1865. Tras la Revolución de 1868 y el fin de la monarquía borbónica se encargó de preparar la vuelta del que sería Alfonso XII, hijo de Isabel II.

En 1874 se publicaban en Madrid ya cuatro periódicos partidarios de la vuelta de los Borbones. Bajo la influencia de Cánovas, el príncipe Alfonso firma el 1 de diciembre de 1874 el Manifiesto de Sandhurst. El general Arsenio Martínez Campos llevaba tiempo deseando un pronunciamiento alfonsino en estrecho contacto con Antonio Cánovas del Castillo, pero no contaba con su permiso, pues Cánovas pretendía evitar la más mínima posibilidad de una guerra civil. Martínez Campos, sin embargo, se hartó de esperar: "Cargo con la responsabilidad de este acto... No tengo derecho a la protección del Partido: ustedes son los jueces de si deben o no dármela; la deseo, pero la he perdido separándome de la opinión de ustedes". El 27 de diciembre de 1874 le había escrito:

"No me mezclo en política... Exijo, sí, que si el movimiento triunfa en Madrid, sea usted el que se ponga al frente del Gobierno... Deseo que se me deje el cuartel de Barcelona, y tengo el firme propósito de no aceptar mando, ni ascenso, ni título, ni remuneración alguna... No hay de mí a usted antipatía política alguna... La diferencia entre usted y yo estriba en los distintos modos de procedimiento en la cuestión del alzamiento".

El Pronunciamiento de Sagunto del general Martínez Campos y la proclamación de Alfonso XII como rey se llevó a cabo dos días después, el 29 de diciembre. Lo primero que hizo Cánovas fue distanciarse del militarismo y del viejo moderantismo que encarnaba este general, por lo que después señaló, siempre que pudo, su incomodidad con el mismo, destacando que todo estaba ya hecho antes de la escenificación de este exceso de fuerza en el que, sin embargo, no se disparó un solo tiro.

Fue poniendo en marcha el sistema de la Restauración. Para marginar y aislar al Partido Demócrata, propuso un sistema bipartidista entre conservadores y progresistas que se alternaran en el poder, y en esto admitió ante Francisco Silvela que su modelo era un régimen similar al británico de tories y whigs que Disraeli y Gladstone personificaban a la sazón. El problema fue el nulo juego limpio: para posibilitarlo era preciso anular al Partido Democrático por medio de precisos fraudes electorales periódicos, apoyados en el caciquismo rural; solo así sería factible y segura la alternancia en el poder, como medio de disipar tensiones, acuartelar al movedizo ejército, siempre metido en pronunciamientos, y conseguir la ansiada estabilidad política a costa del pucherazo o fraude electoral. Así accedió siete veces al cargo de presidente del Consejo de Ministros de España con Alfonso XII.

"Únicamente cabe la libertad donde hay un Estado muy fuerte y muy poderosamente constituido. Si el Estado es débil, la injusticia de los unos tratará de imponerse al derecho de los otros. Pero cuando el Estado es verdaderamente fuerte y poderoso..., cuando el Estado es una gran creación, hija de los siglos, o está fortalecido por el amor de todos, entonces en este Estado es fácil mantener el derecho del individuo".

Para poner en marcha su modelo político conocido popularmente como el canovismo o el sistema canovista. Cánovas se vio forzado a pactar con otras fuerzas políticas, como la derecha católica. Manuel Orovio Echagíe, su ministro de Fomento, suspendió la libertad de cátedra en España si se atentaba contra los dogmas de fe, a través del llamado decreto Orovio, que, según Elizalde Pérez-Grueso, Cánovas consideró una barbaridad.

 

 

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