web counter
cristoraul.org

 

DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA

(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)

CAPÍTULO IX

Continúa el antagonismo entre los señores Silvela y Romero Robledo. —Asuntos municipales, —El centenario de Colón.—Motín contra el Alcalde de Madrid. —Inspección al Ayuntamiento madrileño.—Inmoralidades que se suponían.—El señor Castelar lanza la idea del Presupuesto de Paz. —Imposibilidad de realizarle. —Proyectos del Gobierno. —Resultado de la inspección al Ayuntamiento de Madrid. — La Memoria del señor Dato.—Gravísimas imputaciones.—Dimisión del Alcalde. —El señor Villaverde propone al Consejo de Ministros medidas extremas. —Disparidad de criterios. —Dimisión de Villaverde. —Se reanudan las sesiones de Cortes. —El debate político. —Cánovas y Villaverde. —Bosch en el Senado. —Discurso del señor Silvela. — Efecto que produce.—El voto de confianza. —Derrota moral del Gobierno. —Caída de los conservadores.

 

La salida del señor Silvela del Ministerio y la subsiguiente entrada en el Gabinete del señor Romero Robledo, fué bastante mal recibida por la opinión, que temía fundadamente sus desaprensivos procedimientos de gobierno. El ministro de Ultramar, queriendo congraciarse con el país, dictó algunas disposiciones encaminadas a introducir economías en el presupuesto de la isla de Cuba, que si bien fueron recibidas con agrado, no bastaron para borrar el mal efecto producido por la transferencia a la Trasatlántica, y el nombramiento del señor Bosch y Fustegueras para la alcaldía de Madrid, que tanto había combatido el señor Silvela.

Este empeño del señor Romero Robledo, suponía una mortificación para su antagonista, que permitía hacer creer en la próxima disidencia de Silvela y sus amigos, a cuya creencia daba serio fundamento la exclusión en el Ministerio de los individuos que seguían las inspiraciones del exministro de la Gobernación.

Los rumores se sucedían contradictoriamente; pues, mientras unos aseguraban que Silvela aprovecharía cualquier incidente que se suscitase, para hacer declaraciones hostiles al Jefe de gobierno, otros decían que, por el contrario, se mantendría fiel a la política de Cánovas, a quien reconocía como jefe del partido conservador, sin que esto equivaliera a hacerse solidario de los actos de Romero Robledo, cuya gestión dentro del Gabinete, pensaba discutir y hasta fiscalizar. Era, pues, cuestión de antagonismo entre ambos prohombres, distanciados por su modo de pensar y proceder ; con dos políticas contrapuestas que cada uno patrocinaba de por sí ; representando Romero Robledo la arbitrariedad, en pugna con la sinceridad proclamada por Silvela, y tan tenazmente defendida por este ilustre político. Cánovas, al sacrificar a Silvela en aras de la unión con Romero Robledo, cometió una verdadera torpeza cuya trascendencia no tardó en demostrarse, pues si bien procuró enmendar el yerro con la entrada de Villaverde en el ministerio de la Gobernación, el paso estaba ya dado, y era natural suponer que el nuevo ministro, en representación del grupo silvelista, había de procurar poner en claro ciertas cosas observadas en el Ayuntamiento de Madrid, de las cuales se ocupaba la prensa por aquellos días, y que si se confirmaban, habían de redundar en perjuicio de la corporación municipal y en desprestigio de su Presidente, señor Bosch, que, como buen romerista, era enemigo mortal del señor Silvela.

Transcurrió aquel verano en este estado las cosas ; viviendo el Gobierno en continuo sobresalto, a causa de las grandes campañas iniciadas en los periódicos de Madrid contra las inmoralidades del Ayuntamiento. Realmente había para alarmarse, pues se llegaron a decir cosas estupendas que dejaban bastante mal parado el cargo de concejal y aun el de alcalde. Baste decir que las hazañas de Pepe el huevero, tan severamente juzgadas por los conservadores en la anterior etapa liberal, habíanse olvidado por completo, ante la serie de anomalías descubiertas en el municipio madrileño, en todos los ramos de su administración.

Como es natural, los fusionistas se mostraban alborozadísimos, creyendo cercana su subida al Poder ; pues no era para nadie un secreto que, a pesar de la actividad desplegada por el señor Villaverde, para depurar los hechos que se denunciaban contra el Ayuntamiento de Madrid, su energía se había de estrellar ante la firme resolución del señor Romero Robledo en sostener a su íntimo amigo, Bosch y Fustegueras, al frente de la Alcaldía. Y de ahí se presagiaba la probable dimisión del ministro de la Gobernación y acaso la ruptura definitiva de los silvelistas, sin cuyo apoyo no podía Cánovas gobernar.

Las fiestas del cuarto centenario del descubrimiento de América, señalaron una tregua en las luchas políticas. La corte marchó a Cádiz y Sevilla, en cuyas ciudades se con- memoró con inusitada pompa la fecha del 12 de Octubre. En Cádiz pasó revista la Reina Regente a las escuadras extranjeras enviadas por casi todas las naciones del mundo para asociarse a este gran acontecimiento. Los Estados Unidos, queriendo significarse entre todos los países que acudieron al centenario con sus representaciones navales, obtuvieron del Gobierno español la autorización necesaria para construir por su cuenta y bajo la dirección de ingenieros españoles, las dos carabelas Pinta y Niña, que, en unión de la nao Santa María, ya construida en España, formaron en la revista naval de Cádiz, desfilando ante ellas todas las escuadras extranjeras. Poco después, las tres naves, que eran reproducción exacta de las que constituyeron la escuadrilla de Colón, fondearon en el puerto de Huelva, y, saliendo de Palos de Moguer, marcharon a New-York, remolcadas por el crucero Isla de Cuba. La expedición se realizó felizmente, aun cuando el viaje fue sumamente molesto para las tripulaciones de las carabelas, siendo recibida su presencia en los mares norteamericanos con manifestaciones de entusiasmo.

En Madrid también se celebraron lucidos festejos, con asistencia de los reyes de Portugal, siendo el más notable de todos, la cabalgata histórica que salió a fines de Octubre.

Con todo y a pesar del centenario, los comentarios que se hacían respecto a la situación del Ayuntamiento, no eran nada halagüeños para los ediles y su Presidente ; y todo hacía presagiar que había de cumplirse la profecía de Sagasta, que meses antes había dicho : «que la última fiesta del centenario de Colón, sería la caída del partido conservador».

Efectivamente, estaba escrito que las fiestas del centenario acabarían como el Rosario de la aurora.

El buen pueblo de Madrid, un tanto excitado por las campañas de la prensa contra las inmoralidades de su municipio, halló ocasión de manifestar su enojo el día 31 de Octubre.

Habíase anunciado para esa noche un gran concierto al aire libre, en el que tomarían parte los orfeones bilbaíno y coruñés, acompañados por la banda de música del re- gimiento de ingenieros, y al llegar la hora señalada para la celebración del festejo, se supo que los orfeones daban conciertos en algunas sociedades de recreo, y la banda militar tocaba en el circo de Parish. Esta informalidad de las autoridades municipales, indignó al numeroso público congregado para escuchar el concierto que, tomando venganza en cuanto encontró a su paso, manifestó el odio de que se hallaba poseído en vías de hecho contra los faroles, las tribunas del Ayuntamiento y platónicamente contra el Alcalde.

La situación del señor Bosch y Fustegueras era insostenible, y parecía fuera de toda duda que su dimisión era cuestión de horas, sobre todo después de la visita de inspección al Ayuntamiento decretada por el señor Villaverde ; así es que se esperaba con gran interés el resultado del Consejo de ministros que había de celebrarse el día primero de Noviembre, pues se creía que de él saldría algún acuerdo relacionado con el cese del Alcalde. Pero, contra lo que se esperaba, nada de esto ocurrió, pues si bien los señores Cánovas y Villaverde sostuvieron una conferencia antes del Consejo, hablando extensamente de la situación del Ayuntamiento de Madrid y de la conveniencia de dimitir al Alcalde, nada se acordó, por no querer Cánovas disgustarse con Romero Robledo, que, ausente de Madrid por aquellos días, hubiera podido ofenderse con cualquier determinación tomada contra el señor Bosch, a espaldas suyas.

Llegó el señor Romero Robledo, y ya al apearse del tren, manifestó que venía muy animado y dispuesto a luchar con todos sus adversarios, tanto los de fuera como los de dentro de casa ; palabras que muchos interpretaron como una alusión directa a la actitud que observaban los señores Silvela y Villaverde.

Sin embargo, ministeriales muy caracterizados, aseguraban que la dimisión del Alcalde estaba descontada, pues, al punto a que las cosas habían llegado, y recordando con cuánta razón habían combatido los conservadores a los liberales en el Ayuntamiento por sus escándalos e inmoralidades, no era posible correr un temporal parecido, dando con ello motivo a que establecieran comparaciones que resultar pudieran en daño de la situación.

Pero, a pesar de todo, el señor Bosch y Fustegueras, parecía resuelto a continuar en su puesto, lo cual era considerado por muchos como el colmo de la desaprensión.

El día 22 de Noviembre, publicó El Globo un artículo del señor Castelar, lanzando la idea del «Presupuesto de paz». El trabajo del jefe del posibilismo estaba muy bien intencionado, y la opinión lo acogió con relativo agrado, si bien todo el mundo se preguntaba si era posible introducir economías en los presupuestos, porque predicarlas y predicarlas, sin tomarse la molestia de descender a señalarlas, era cosa facilísima. Pero resultaba que, aun suponiendo hecha la revisión general que patrocinaba al señor Castelar, llegando hasta lo más recóndito de los escondrijos del presupuesto y señalando las eco- nomías que podían hacerse en personal y servicios que no se estimasen absolutamente indispensables, necesarios y precisos, ¿qué hombre tenía la energía y resolución necesarias para luchar con tantos elementos contrariados, con tantos egoísmos, con tantos intereses que había que destruir, y que se confabularían para combatir al Gobierno que lo intentase, con sobra de esperanzas en el éxito, dado el sistema en que siempre se ha vivido en España?

Tenía el señor Castelar la rara habilidad de disgustar con sus escritos, a todos, y es natural que con el artículo se molestasen tirios y troyanos. Los conservadores vieron en el trabajo una respuesta a la disposición del Gobierno, mandando adquirir en el extranjero 50,000 fusiles maüser y, por su parte, los fusionistas quedaron muy mal impresionados con el presupuesto de paz defendido por el jefe de los posibilistas, especialmente en el párrafo en que decía que apoyaría de buena voluntad al señor Cánovas, si este ponía los medios para realizarlo.

En tanto, avanzaba el mes de Noviembre, y ante la proximidad de la reunión de Cortes, el Gobierno se preparaba para defenderse en las Cámaras. Tenía sumo interés en sacar adelante el proyecto de tarifas de ferrocarriles y, a creer por lo que se decía en los centros bursátiles, a hacer subir los fondos españoles, bastante despreciados por aquellos días. Pensaba también presentar un proyecto de empréstito para saldar la Deuda Flotante.

El ministro de la Gobernación tenía ya en su poder la Memoria relativa al Ayuntamiento de Madrid, que, como resultado de la visita de inspección decretada contra dicha corporación, habían presentado los señores Dato y Santoyo. Acerca de su contenido, se tenían impresiones muy contradictorias ; pero, por las referencias de quienes la conocían, se presumía que habían aparecido cosas de excepcional gravedad.

En efecto, poco a poco, fué apareciendo la verdad, y al cabo, todo el mundo se convenció de que la Memoria contenía muchas faltas, negligencias y abusos incalificables y otros vicios más o menos graves, en los que figuraban acuerdos importantes de comisiones, no tomados, en su gran mayoría, con número suficiente de vocales asistentes. Había datos que, por su índole especial, debían ser entregados a los tribunales de justicia. En el servicio de escuelas municipales, por ejemplo, se daba el caso de que algunas casas no se utilizaban para instalar centros de enseñanza, aunque para esto, exclusivamente, se habían alquilado, y, a veces, sobre todo en los barrios extremos, con alquileres que llamaban desde el principio la atención por el beneficio que reportaban al propietario. Uno de esos alquileres era el de una casa en las inmediaciones de la Huerta del Bayo, por valor de algunos miles de pesetas anuales. Idénticos abusos aparecían en el suministro de material de las escuelas.

Los servicios de limpieza y piedra partida, se venían prorrogando por la tácita, y se advertían faltas y abusos de índole sobrado importante para la censura y la corrección. En lo referente a Consumos, proponían los señores Dato y Santoyo, que los expedientes de defraudaciones descubiertas, y de las cuales tanto se había ocupado la prensa, pasaran a los tribunales.

Pero lo que más gravedad encerraba, era cuanto se refería a expropiaciones del ensanche y sobre cuentas y pagos pequeños. En lo primero figuraba lo relativo a la expropiación de un tal Gosálvez, por valor de dos millones de pesetas, otorgándose la escritura, sin que las propiedades estuviesen inscritas en el registro a nombre de los herederos de dicho señor, y se postergó a otros expropiados, que, por ser anteriores, debían ser preferidos.

En cuanto a lo segundo, los suministros por valor de menos de 500 pesetas, se hacían en el Ayuntamiento, sin el requisito previo de la subasta para evitar dilaciones ; pero esta autorización o costumbre, que se podía justificar cuando se trataba de adquirir una carretilla, o un pico, o cualquier otra herramienta, había servido para un abuso grave, como era el de subdividir los suministros, apareciendo compradas en diferentes veces y a dis- tintas personas las herramientas y útiles necesarios, sin subasta alguna, puesto que nunca llegaba el importe de cada partida a 500 pesetas. Fraccionábase, por tanto, en cuentas menores de esta cantidad otras importantes, que, sin embargo, se pagaban en el día, dándose el caso escandaloso de que se habían pagado algunas veces al mismo tiempo, diez cuentas de 500 pesetas por este medio. El importe total de cuentas de esta clase ascendía en un año a cerca de 40,000 duros, cantidad que se abonaba a diversos proveedores al por menor, que eran tres o cuatro, de los cuales uno de ellos era, a más de tal, jornalero del Ayuntamiento, siendo lo más chocante, que tenía un apoderado que se entendía con la Corporación municipal para esos suministros.

En la Memoria se proponía que fuesen declarados nulos esos pagos, y que acerca de ellos, así como del asunto de las expropiaciones, entendiesen los tribunales. Este fué el resultado de la investigación mandada hacer por el señor Villaverde. Como puede verse por nuestra reseña, a la que hemos procurado dar toda la extensión que merece un asunto que tan graves consecuencias trajo al partido conservador, el trabajo efectuado por el subsecretario de Gobernación, señor Dato, y por el Gobernador civil de Madrid, señor marqués de Santoyo, justificaba plenamente la expectación pública y confirmaba las sos- pechas de que algo olía a podrido en el Municipio madrileño, según aseguraba la prensa.

El Alcalde, señor Bosch, que hasta entonces había permanecido firme en su puesto, no tuvo más remedio que dimitir, y así lo hizo después de una entrevista con su protector, el señor Romero Robledo, redactando su dimisión en términos tales, que más que renuncia del cargo que desempeñaba, parecía un voto de censura contra los señores Villaverde, Dato y Santoyo.

La Memoria, que tan graves cargos contenía contra la desordenada gestión municipal, pasó a estudio del Consejo de ministros, que se reunió el día 30 de Noviembre, siendo vivísimo el interés que despertó su reunión, toda vez que era público que en él habían de discutirse los procedimientos a seguir por el Gobierno en vista de las afirmaciones hechas contra el Ayuntamiento de Madrid.

La opinión señalaba a Romero Robledo dispuesto a salir del Ministerio, en el caso de que el Jefe del gabinete tomase el partido de Villaverde, y no andaban muy des- caminados lo que esto suponían, pues, en efecto, el ex reformista no acudió al Consejo de ministros, pretextando una ligera indisposición, y esta ausencia debió alarmar a Cánovas, que, no dispuesto a romper lanzas contra Romero Robledo, prefirió sacrificar a Villaverde, como anteriormente había sacrificado a Silvela. Antes de la reunión de los ministros, había visitado el ministro de la Gobernación al señor Cánovas, para manifestarle que era para él cuestión de honra y moralidad, y hasta de formalidad, hacer ver a la opinión pública que con su medida al decretar la inspección al Ayuntamiento no había cometido una ligereza, ni se había propuesto realizar determinados actos de hostilidad personal o política, como alguien había supuesto, habiendo para ello recomendado al señor Dato, la mayor circunspección en las afirmaciones de su Memoria, pero sin perdonar medio de depurar los hechos en que se había faltado a la Ley. Cánovas replicó que, puesto que había hechos censurables en la administración municipal y acaso también judiciables, parecía lo prudente enviar la Memoria al Consejo de Estado para que informase, previa audiencia de los concejales. Este parecer prevaleció en el Consejo de ministros, y, no pudiendo mostrarse conforme el señor Villaverde con esta decisión, hizo, en el acto, dimisión de la cartera que tenía a su cargo, protestando siempre de su adhesión personal y política al señor Cánovas.

Igualmente dimitieron el subsecretario del ministerio y el Gobernador civil, señores Dato y Santoyo respectivamente.

Como es natural, esta crisis, aunque parcial, aumentaba el peligro en que vivía el Gobierno, pues, hallándose tan próxima la apertura de Cortes, el debate que en ellas se desarrollase podía ser fatal para la situación, a causa de la actitud en que se suponía colocado al señor Silvela, de quien llegó a decirse que presentaría frente al señor Pidal, su candidatura para Presidente del Congreso.

Votos para ello, no le faltaban al ilustre político ; pero no era tal su pensamiento : era incapaz de descender a tan bajas esferas morales, plagiando a Romero Robledo cuando disputó el puesto a Cánovas, a raíz del fallecimiento de don Alfonso XII. El combate parlamentario del señor Silvela era más noble ; desdeñaba la lucha de encrucijada, presentándose frente al adversario con la mirada en alto, aguantando el ataque y atacando a su vez con frase florentina, si se quiere, pero seguro de sí mismo, con gran aplomo y con exquisita dignidad.

Y así ocurrió el 5 de Diciembre. Al procederse a la elección de Presidente del Congreso, los silvelistas, con su jefe a la cabeza, sumaron sus votos a los del resto de la mayoría y resultó elegido el señor Pidal.

El debate político se inició el mismo día 5 con la interpelación del señor Moret, que atrajo desde luego la atención de las gentes, que esperaban habían de surgir en él incidentes de importancia, pues el señor Villaverde explicaría las causas que le habían obligado a presentar la dimisión, haciendo, además, historia de la disparidad de criterio surgida entre él y todo el Gobierno, respecto del procedimiento que debía seguirse con el Ayuntamiento de Madrid, a consecuencia de los cargos formulados contra su gestión en la Memoria del señor Dato.

En efecto, después de unas cuantas palabras del señor Moret, pidiendo a Cánovas explicase las causas que motivaron el cambio experimentado en el Gobierno, mani- festó el Presidente del Consejo que no debía hacerlo estando presente el señor Villaverde, que, en su entender, era el primero que debía dar explicaciones, pues sólo a su iniciativa se debía todo lo ocurrido, y nadie mejor que él podía dar satisfacción a los deseos del interpelante.

Planteada la cuestión en estos términos, pidió el señor Villaverde la palabra, y, en un breve discurso, expuso todo el proceso de la cuestión, explicando las causas que le habían obligado a decretar la inspección al Ayuntamiento y los resultados que ésta había ofrecido, resultando que entendía debía ser sometido a los tribunales, pues en la gestión municipal, se habían cometido hechos que tenían todas las apariencias de delitos, y que, no habiendo aceptado su propuesta el señor Cánovas, creyó que su delicadeza le impedía continuar al frente del ministerio de la Gobernación, pero sin que este disentimiento, que sólo era de procedimiento, alterara en lo más mínimo su actitud de resuelto y franco apoyo a la situación presidida por el señor Cánovas del Castillo.

Cánovas replicó que la solución propuesta por el señor Villaverde, le parecía demasiado ligera, y emitió seguidamente algunos conceptos sobre lo que su conciencia le dictaba en contra de los procedimientos patrocinados por Villaverde.

El señor Bosch y Fustegueras se defendió en el Senado de los cargos que se le imputaban en la Memoria del señor Dato, haciendo un discurso que ofendía personalmente a este señor y al marqués de Santoyo.

De todas maneras, el debate se deslizaba tranquila y reposadamente, sin que nadie imaginara, el día 6, lo que después había de suceder, puesto que los más enterados, aseguraban que el señor Silvela, cuyo discurso se esperaba con verdadera ansiedad, no hablaría hasta el 7 ó el 8, pero, lejos de ser así, se levantó el mismo día 6, adquiriendo el debate, desde sus primeras palabras, excepcional importancia, pues desde luego se comprendió que sostendría las teorías expuestas por el señor Villaverde en la sesión anterior, acentuándolas mucho más que su colega, y no se equivocaron los que tal habían supuesto, porque tan pronto como entró en el fondo del asunto, se manifestó en un todo conforme con el señor Villaverde, entendiendo que, puesto que se había comprobado, en la información municipal, la existencia de hechos punibles, debía entregarse a los autores de éstos a los tribunales, para que dilucidaran la responsabilidad que cabla a cada uno de los concejales y al Alcalde Presidente.

«Esta cuestión—dijo el señor Silvela,—nada tiene que ver con la política, pues dentro de cada partido y en incidentes de procedimiento, puede opinarse de distinta manera, debiendo soportar, sin embargo, algunas veces, las apreciaciones de los jefes.»

Además de esto, teorizó durante algunos momentos, acerca de los deberes que impone la disciplina a los hombres políticos, para deducir en consecuencia que no pueden nunca obligar a que se llegue al sacrificio de las propias opiniones de cada uno de sus individuos.

El señor Cánovas se levantó a contestar. Trémulo al principio por la ira, pálido por la indignación, recobró en seguida el dominio de sí mismo. Hizo su discurso con bastante acritud, manifestando que no necesitaba apoyos condicionales y dando a entender bien claramente que, a la altura que la cuestión se había colocado, estaba resuelto a presentar la dimisión del Gabinete.

Semejante declaración, hecha como punto final del discurso, produjo un revuelo indescriptible. El señor Silvela, al escuchar las palabras de Cánovas, se sintió profundamente emocionado, y la extrañeza y el asombro se pintaron en su rostro. Su rectificación fué en términos más suaves y pacíficos. El señor Cánovas no quiso rectificar y se levantó la sesión.

El verdadero resumen de aquella memorable jornada parlamentaria lo había hecho el señor Pidal, que al terminar su discurso el señor Silvela, le había pasado un volante desde la Presidencia, diciéndole : «Acaba usted de inferir una herida de muerte al partido conservador».

Los comentarios que, al terminar la sesión, se hicieron en el salón de sesiones y en los pasillos de la Cámara, fueron infinitos, manifestándose los fusionistas muy sa- tisfechos del resultado del debate, pues entendían que no cabía más desenlace que un cambio de política, encargándose el señor Sagasta de la formación de nuevo Gobierno.

Al día siguiente, creyeron los pesimistas que iría el señor Cánovas a Palacio para presentar a la Reina Regente las dimisiones de los ministros ; pero, contra lo que se esperaba, tomó cuerpo entre los ministeriales la idea de presentar al Congreso una proposición en forma de voto de confianza al Gobierno, y, en su virtud, aplazó Cánovas su decisión, manifestando su propósito de no asistir a la sesión del Congreso, para que con su ausencia tuviera más libertad la mayoría, para pronunciarse en pro o en contra de las doctrinas por él sustentadas.

Al abrirse la sesión del Congreso, se dio lectura a la referida proposición, redactada en los siguientes términos : «Los diputados que subscriben, piden al Congreso se sirva declarar que la doctrina aplicada por el señor Presidente del Consejo de Ministros, en el proyecto de suspensión del Ayuntamiento de Madrid, es la única legal, teniendo en cuenta los preceptos de la Ley municipal vigente. —Palacio del Congreso 7 de Diciembre de 1892. —El marqués de Mochales, el marqués de Lema, Tomás Castellano, Viana, Bonilla, Monasterio, Bushell.»

Seguidamente se levantó para defenderla, su primer firmante el señor marqués de Mochales, manifestando que, al presentar la anterior proposición, le había guiado el propósito de fijar las posiciones que cada cual ocupaba, por medio de una votación que determinara la actitud en que se encontraba la mayoría.

El ministro de la Gobernación, que lo era el señor Dávila, desde la salida de Villaverde, habló acusando a los liberales de haber provocado, con su interpelación, la disidencia de los silvelistas. Aceptó en nombre del Gobierno el voto de confianza y declaró que de su aprobación hacía el Ministerio cuestión de gabinete.

Concedida la palabra al señor Silvela, dijo este señor que los términos en que estaba redactada la proposición del marqués de Mochales, impedían votarla a los que desde el ministerio de la Gobernación habían empleado otros procedimientos para aplicar la Ley, distintos de los que había seguido el Gobierno y la proposición aprobaba, por lo cual anunciaba que él y sus amigos se abstendrían de votar.

Empezó la votación y, como votos eran triunfo, la expectación y la curiosidad, por lo que podía ocurrir, crecían por momentos. Las minorías salieron a los pasillos, dejando a los ministeriales que resolviesen por sí solos el pleito de familia entablado.

Publicóse el resultado de la votación : 121 votos a favor del Gobierno, contra 6 ; cinco de los martistas y uno del silvelista señor Domínguez Pascual, que no quiso abstenerse a pesar de la recomendación hecha por su jefe.

La sensación fué grande, la derrota moral del Gobierno enorme. Después de los aprestos para que la votación resultara nutrida, aparecía escasa, insignificante, mortal. Los diputados ministeriales eran 271 : de ellos se habían abstenido 149, y uno había votado en contra : era, pues, el señor Silvela dueño de la mayoría.

El Ministerio no podía vivir. Ni una sola persona de entre los ministeriales, ni de la oposición, dudó un momento de que el Gobierno había caído y que el partido conservador entraba en una nueva etapa de descomposición. Y, sin embargo, este desastroso resultado podía haberlo evitado el señor marqués de Mochales, con sólo suprimir en su proposición la palabra «único», que por sí sola constituía una censura para los señores Villaverde y Silvela.

Aquella misma noche fué el señor Cánovas a Palacio, y entregó a la Reina Regente la dimisión del Ministerio, quedando en que al día siguiente comenzaría S. M. las consultas de rigor.

....