web counter
cristoraul.org

 

DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA

(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)

CAPÍTULO XXV.

GUERRA CON LOS ESTADOS UNIDOS

 

No era intención de los norteamericanos verificar, por el momento, desembarcos de contingentes importantes en la isla de Cuba. Su plan era sencillo y lo expondremos en breves líneas. Dueños en absoluto del mar e indefensa la Gran Antilla, por carecer España de escuadra que oponer a la suya, en el bloqueo efectivo de la Gran Antilla, estribaba todo el éxito de sus operaciones navales. El desembarco de un ejército en cualquier punto del territorio cubano, podía serles fatal, dada la desproporción de fuerzas terrestres entre ambas partes beligerantes.

Tenía España en la isla 200,000 hombres aguerridos y admirablemente equipados y municionados, al declararse la guerra. Por contra, todo el ejército reunido por los yanquis no rebasaba la cifra de 60,000 soldados mercenarios, aventureros en su mayoría, y que jamás habían entrado en fuego. No podían, pues, batir en toda la línea al ejército español, precisándoles esperar a que el bloqueo y la insurrección dieran sus naturales efectos, imposibilitando la resistencia de los españoles. Por otro lado, lo único positivo que hubieran podido obtener los yanquis en una campaña terrestre, era la rendición de alguna plaza del departamento oriental, que, como es sabido, se hallaba casi entero en poder de los insurrectos; pero, aun suponiendo que los norteamericanos se hubiesen hecho dueños de Guantánamo, Manzanillo, Holguín, Santiago de Cuba, etc., les quedaba por destruir un núcleo de 175,000 hombres repartidos en las restantes provincias de Cuba, y a los cuales no podrían vencer en una batalla formal.

Si los Estados Unidos hubiesen tenido un ejército suficiente para presentarse ante el ejército español, no cabe duda alguna de que su esfuerzo militar se hubiese dirigido hacia la Habana, único punto donde una victoria podía tener el carácter de decisiva. Pero esto no era fácil. La Habana se hallaba unida por ferrocarril, a tres provincias, y esta ventaja permitía acumular en ella, un ejército de 100,000 hombres, contra el que nada podían los norteamericanos.

Desechada, pues, la idea de la invasión de Cuba, el objetivo de los yanquis no podía ser otro que la ocupación de Puerto Rico y Filipinas, por el gran efecto moral que habla de producir en los españoles, la pérdida de estas ricas colonias. Y la cosa era tan fácil como sencilla : Puerto Rico, apenas guarnecido por 16,000 hombres, poca resistencia podía ofrecer a las columnas de desembarco norteamericanas, superiores en número y en artillería ; y en cuanto a Filipinas, estaba descontado que el concurso que prestaban los indígenas a los yanquis, era la más preciada garantía de la victoria. Por tanto, con esperar a que el tiempo diera el fruto de tan bien pensado plan, sin exponerse a las dolorosas pérdidas que había de ocasionarles una campaña terrestre en Cuba, tenían al cabo ésta ganada, sin disparar un tiro y sin perder un hombre en la Gran Antilla. Quedaba sólo un problema que resolver, y era el de la posibilidad de que el indómito pueblo español continuase la lucha a pesar de la conquista por los yanquis de Puerto Rico y Filipinas. Para entonces guardaban los norteamericanos su último esfuerzo, teniendo en cuenta que el bloqueo marítimo, impidiendo el desembarco de víveres y municiones, en la isla de Cuba, obligaría a los españoles a gastar éstas en su incesante lucha con los rebeldes, lo cual había de facilitar mucho la ardua tarea de los yanquis, colocándoles en condiciones de superioridad para expulsar de la isla a sus dominadores.

Esto, calculaba la Strateg Ward (Junta de guerra), de Washington, que ocurriría a principios del mes de Octubre; pero la llegada y embotellamiento de la escuadra de Cervera en el puerto de Santiago de Cuba, adelantó los acontecimientos. En efecto, la presencia de los cuatro cruceros españoles en dicha plaza, obligaba a los yanquis a acumular sus mayores fuerzas navales delante de la bahía de Santiago, para impedir que, saliendo la escuadra española, no fuese la norteamericana dueña absoluta del mar, cosa que por demás convenía a los yanquis. Si no se obraba enérgicamente sobre Santiago de Cuba, hasta obtener su rendición, que había de determinar la de la escuadra, o su destrucción, se corría el riesgo de debilitar el bloqueo total de la isla de Cuba y Puerto Rico, a las que los mercantes españoles avituallarían como en tiempos normales. Y esto era destruir, en parte, el plan que se habían trazado los generales de la Unión. Que este extremo era cierto, lo demuestra el hecho de haber entrado y salido, sin novedad, de Cienfuegos y San Juan de Puerto Rico, respectivamente, los trasatlánticos Reina Maria Cristina y Alfonso XIII. Entonces fué cuando se pensó, en los Estados Unidos, realizar inmediatamente el desembarco de un cuerpo de ejército en Santiago de Cuba.

Ya en previsión de que esto pudiese acontecer, había colocado el gobernador militar de la plaza, general de división, don Arsenio Linares, tropas en la playa, para rechazar a los invasores, cuyas tentativas de desembarco habían ya empezado en Punta Cabrera y en Aguadores, a pocos kilómetros del puerto de Santiago. La escuadra enemiga no permanecía inactiva, antes al contrario, facilitaba, en cuanto le era posible, la ocupación de algunos puntos de la costa. El primer desembarco de los yanquis tuvo lugar en la mañana del 6 de Junio, en que los cruceros norteamericanos Marblehead y Yankee tomaron posesión de la bahía exterior del puerto de Guantánamo, obligando a un cañonero español, que allí se hallaba, a refugiarse en el puerto interior. Varios destacamentos de marinería ocuparon la orilla de la bahía, sufriendo constantemente las acometidas de las tropas españolas. La infantería de marina yanqui tuvo, para defenderse, que apoyarse en su propio campamento, formando tres lados del cuadro y dejando aquél en el centro. El fuego de las guerrillas españolas era tan molesto, y les causaba tantas bajas, que el crucero Marblehead hubo de auxiliar a los desembarcados, disparando algunos cañonazos sobre las posiciones de los españoles, sin lograr grandes resultados. Nuestras tropas, molestando sin cesar a los norteamericanos, durante el día, aprovechaban la noche para realizar violentas cargas a su campamento, del cual les hubieran arrojado, a no hallarse protegidos por los cañones de su escuadra. De todas maneras, la situación de los yanquis que habían desembarcado, era bastante crítica.

En la mañana del 16, toda la flota enemiga rompió el fuego contra las baterías de costa de Santiago de Cuba, durando el cañoneo, que fué violento y muy nutrido, hora y media. Los yanquis concentraron todo su esfuerzo sobre la batería de la Socapa, la cual recibió cerca de 1,000 disparos, que inutilizaron, por el momento, los dos Hontorias allí emplazados. Antes de empezar el bombardeo, el cañonero americano Vesúbius lanzó, con su cañón neumático de dinamita, tres proyectiles, cargados cada uno con 250 libras de algodón pólvora, dirigidos con el propósito de hacer blanco en los cazatorpederos españoles que estaban en la bahía. Uno de ellos cayó detrás de la Socapa, entre el Reina Mercedes y el Furor. Este sufrió serias averías, y milagrosamente no se fué a pique. 

En Tampa se organizaba el embarque de la primera expedición destinada a apoderarse de Santiago. El 7 de Junio por la tarde, se le dió orden al general Shaffter, jefe de la misma, de hacerse a la mar con 10,000 hombres. Pero cuando ya se hallaban los expedicionarios embarcados, se recibió contraorden, debida a haberse asegurado que, por el canal Nicolás, navegaba un barco de guerra español.

La noticia no se confirmó, saliendo, por fin, el 14 de Junio, la expedición norteamericana, compuesta de 815 oficiales y 16,100 individuos de tropa. En la mañana del 20, llegó el ejércto yanqui a la bahía de Guantánamo, comenzando inmediatamente los preparativos para rea­lizar el desembarco. El almirante Sampson pasó a bordo de un transporte para conferenciar con el general Shaffter, conviniendo en visitar al cabecilla Calixto García, que había ofrecido el concurso de su partida y de la de Castillo, sumando un total de 5,000 hombres que habían de cooperar a las operaciones militares contra los españoles. Se verificó la entrevista en Aserraderos, y en ella se aceptó el ofrecimiento de los cubanos, sin más condiciones por parte de éstos, que la de facilitarles víveres y municiones y cierta libertad en el mando militar, si bien reconociendo de antemano la suprema autoridad del general Shaffter. En consecuencia de lo acordado en la conferencia, se trasladó desde Aserraderos a Cujababo, un núcleo insurrecto de 1,000 hombres mandados por Castillo, con la misión de atacar a las tropas españolas en Daiquiri, mientras los norteamericanos desembarcaban. Otro destacamento rebelde, al mando de Rabí, debía entretener a los españoles en Cabañas, engañándoles respecto al punto en que se intentaba el desembarco. Todo se hizo como se había acordado, comenzando el 22 esta última operación.

Rápidamente fuéronse colocando a los costados de los transportes un enjambre de botes y lanchas de vapor, que se cargaron con tropas, y en cuanto estuvo embarcada toda la división del general Lawton, fueron remolcados los botes y conducidos a tierra. Al mismo tiempo, la escuadra americana bombardeaba toda la costa donde se suponía existían fuerzas españolas, especialmente Siboney y Daiquiri, de donde nuestros destacamentos tuvieron que retirarse uniéndose a las tropas que, procedentes de Santiago, habían tomado posiciones en los altos de Sevilla. Esta retirada se hizo precisa, desde el momento en que la partida de Castillo inició el fuego con sus mil insurrectos, ocultos en la manigua, siendo su ayuda tan eficaz, que al desembarcar las primeras tropas norteamericanas, se encontraron los españoles entre dos fuegos, y, en estas condiciones, no pudieron sostenerse a lo largo de la costa. Al llegar la noche, estaba en tierra toda la división del general Lawton, que a los pocos momentos, dispuso la salida de una fuerte columna, con el objeto de apoderarse de Siboney. Esta operación se ejecutó el 23, abandonando el pueblo los 600 hombres que componían su guarnición, sin apenas resistir. En Daiquiri habían desembarcado, en la mañana de dicho día, 6,000 hombres más, y por la tarde, empezó a verificarlo en Siboney, la división del general Kent, que tardó en hacerlo, todo el día 23 y parte del 24, en cuya noche, se encontraron ya en tierra, a ocho millas de Santiago de Cuba, todas las tropas que constituían el cuerpo de ejército mandado por Shaffter.

 

CAPITULO XXVI

Cervera recibe la orden de salida. Junta de comandantes. Acuerdo! que tomaron. Situación y constitución de la escuadra yanqui. Sale de Santiago la escuadra española. Sistema de salida elegido. Comienza la batalla naval. Destrucción de los destroyers. El Infanta María Teresa durante el combate. El Oquendo. Suicidio de Lazaga. Embarranca el Vizcaya. Escapa el Cristóbal Colón. La caza del crucero. Se rinde el barco. Bajas de españoles y americanos. Partes oficiales de los almirantes. Shaftter piensa en la retirada. Intimación al general Toral. Suspensión de hostilidades. Entra en Santiago la brigada Escario. Situación de la plaza al llegar estos refuerzos. El canje de prisioneros. Nueva intimación. Blanco y Toral. Se reanudan las hostilidades y vuelven a suspenderse. Proposición de Shaffter. Blanco ordena a Toral que tome la ofensiva. Imposibilidad de ejecutarlo. El general Toral es autorizado para rendir la plaza. Condiciones de la capitulación. Salen de Santiago.