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DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA

(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)

CAPÍTULO XXIV

GUERRA CON LOS ESTADOS UNIDOS DE AMERICA

 

 

Mientras se cruzaban las notas diplomáticas que precedieron a la ruptura de hostilidades, habla dispuesto el Gobierno español la inmediata salida para la isla de Cuba de una escuadrilla compuesta de los torpederos Ariete, Rayo y Azor, y los destroyers Plutón, Furor y Terror, todos ellos bajo el mando del capitán de navio de segunda clase don Fernando Villaamil. Escoltaba a esta escuadrilla el trasatlántico Ciudad de Cádiz, y sin novedad, fondearon todos los barcos en Cabo Verde, en los últimos días del mes de Marzo.

Ante la eventualidad de un conflicto armado, se ordenó que buques españoles en disposición para el combate, marchasen también a Cabo Verde para realizar su concentración con la escuadrilla de torpederos, saliendo a primeros de Abril los cruceros Cristóbal Colón e Infanta María Teresa. Al mismo tiempo, zarpó del puerto de la Habana el Vizcaya con dirección a Puerto Rico, donde debía encontrar al Almirante Oquendo, y juntos los dos barcos salieron a reunirse en Cabo Verde con el resto de la escuadra española, cuyo mando se había conferido al contralmirante don Pascual Cervera y Topete.

Contaba el ministro de Marina, general Bermejo, con poder utilizar todos los buques disponibles que figuraban en los cuadros de la marina de guerra española; pero, por desgracia, el acorazado Pelayo realizaba, por aquellos días, importantes reparaciones en Tolón, que le impedían, por el momento, formar parte de la escuadra en preparación. El Carlos V no estaba tampoco listo, y el Lepanto y Alfonso XIII, aunque muy adelantados en su construcción, no se hallaban completamente terminados. En cuanto a las fragatas blindadas Numancia y Victoria, estaban transformándose y no podían prestar servicio en dos o tres meses.

Así, pues, sólo se pudo contar con los cuatro cruceros antes mencionados, y con la escuadrilla de Villaamil, reducida a su mitad, por haberse visto que las calderas de los torpederos Ariete, Rayo y Azor, estaban prácticamente inservibles, y en tales condiciones, constituían esos barcos una pesadilla para el jefe de la escuadra. Hubo que prescindir de ellos, quedando reducida, por tanto, a los tres destructores ya enumerados.

El 19 de Abril, se incorporaron a la escuadra los cruceros Vizcaya y Almirante Oquendo, celebrándose al día siguiente, a bordo del Teresa, un consejo de guerra al que concurrieron todos los comandantes de buque. Cuatro horas duró la deliberación, discutiéndose la orden del Gobierno respecto a la salida inmediata de la escuadra para Puerto Rico, medida absurda, impropia de haber sido dictada por un ministro que pertenecía a la clase de generales de la Armada, pues de esa expedición, no podía esperarse más que la destrucción de nuestros barcos de guerra, sin que el sacrificio sirviese para nada.

Los ilustrados jefes que concurrieron al Consejo, se condujeron de la manera más patriótica y correcta que cabe suponer en circunstancias tan críticas como aquellas ; pero no quita esto para que todos por unanimidad considerasen disparatada aquella orden extravagante, y tomasen el acuerdo de suplicar al Consejo de ministros, que la escuadra cubriese las islas Canarias, como manera de evitar un posible golpe del enemigo sobre las costas españolas. Efectivamente, con su marcha a las Antillas, no resolvía la escuadra ningún problema, pues condenada a luchar con la norteamericana, que ciertamente le cerraría el paso en alta mar, su destrucción era segura, y con ella, las Canarias podían convertirse para los enemigos en excelente base de operaciones para bombardear nuestros puertos de la Península.

Levantóse acta de lo acordado, y envió copia de ella, el almirante Cervera, al ministro de Marina, insistendo en su telegrama de lo desastroso que, a juicio de los comandantes de buque, sería realizar el ordenado viaje a Puerto Rico. La respuesta del Ministro fué reunir en el ministerio una junta de generales y suspender, en tanto, la orden de marcha a dicha isla.

No se hizo esperar muchos días el acuerdo definitivo del general Bermejo, relativo a si debía o no salir la escuadra. Celebrada la Junta el 23 de Abril, se comunicó a Cervera la orden de salir para la isla de Cuba. Y Cervera obedeció, haciendo constar antes de su salida, que «iba al sacrificio, sin explicarse el voto unánime de los generales de Marina, alguno de los cuales debía haber ido a Cabo Verde, a encargarse del mando de la escuadra, quedando él (como había propuesto) de segundo jefe de la misma».

Salió, por fin, la escuadra española de la isla de Cabo Verde, sin elementos de guerra, sin el carbón necesario para el viaje, sin que el Vizcaya limpiase sus fondos, sin que el Colón tuviese montada su artillería de grueso calibre, y finalmente, sin que los casquillos metálicos fabricados por la casa Armstrong para los cañones de 14 centímetros de los buques, sirviesen para otra cosa que para matar o malherir a sus desgraciados sirvientes. Pero el honor militar estaba por encima de todas estas consideraciones, y aun a ciencia de cuanto les iba a acontecer, salieron aquellos hombres bravos, con el único sentimiento de que el sacrificio resultaría estéril, y de que, consumado que fuera, no había de agradecérselo mucho el pueblo de pan y toros. Frente a ellos se habían concentrado en el mar de los Caribes, 30 barcos americanos entre acorazados, cruceros acorazados y protegidos.

Y para combatir a tan poderosos elementos de guerra, enviaba España los siguientes buques :

Infanta María Teresa, Almirante Oquendo y Vizcaya, gemelos los tres. Construidos en los astilleros del Nervión (Bilbao) en 1890 el y 1891 los dos restantes. Desplazamiento, 7,000 toneladas. Defensas: corazas de 30’50 en la línea de flotación, de 25 en las torres y de 5 en la cubierta protectora. Armamento : dos cañones Hon- toria de 28 centímetros en las torres ; 10 del mismo sistema de 14 centímetros en batería, 8 Nordenfelt de 57 milímetros, dos ametralladoras y ocho tubos lanzatorpedos. Dotación, 500 hombres ; velocidad, 20’5 millas.

Cristóbal Colón. Construido en los astilleros de la casa Ansaldo (Génova), casco de acero; desplazamiento, 6,840 toneladas; velocidad, 20 millas. Defensas: blindaje en el costado, en la línea de flotación, en los reductos y en las torres de 15 centímetros; cubierta protectora de 4 id. Armamento: dos cañones Armstrong de 25’4 centímetros en las torres, 10 id. id. de 15’2 ; seis de 12 ; 10 de 0’37 ; dos ametralladoras y 5 tubos lanzatorpedos. Dotación, 480 hombres.

Destructores.

Pintón, Furor y Terror. De igual tipo los tres. Construidos en Inglaterra. Desplazamiento, 380 toneladas ; velocidad, 30 millas, armados con varias piezas de tiro rápido y los tubos lanzatorpedos, propios de esta clase de barcos. Tripulación de cada uno, 65 hombres.

Total de artillería en las principales unidades de combate : Cañones de grueso calibre 25 a 28 centímetros, 8 (los del Colón no estaban montados); 46 de los calibres 12 a 16; diferentes piezas menores de tiro rápido, cañones revólveres, ametralladoras, tubos lanzatorpedos, etc., incluyendo los destroyers, 35. Tripulantes, 2,175 hombres.

Esta era toda la fuerza naval que pretendía forzar el bloqueo de la isla de Cuba, sostenido por las formidables escuadras norteamericanas, cuya resolución era la de sorprenderla y aniquilarla, antes de que pudiese lograr su propósito.

Pero mientras navegaba la escuadra de Cervera en dirección a las Antillas, en España habían tenido lugar acontecimientos importantes.

Las Cortes se habían reunido el día 20 de Abril, y en ellas interpelaron las minorías al Gobierno, sobre los su cesos de actualidad por aquellos días, quedando en situación tan desairada algunos ministros, que se produjo en la primera quincena de Mayo una grave crisis política, que determinó la salida de los señores Moret, Gullón, conde de Xiquena, y general Bermejo.

El jefe del Gobierno, señor Sagasta, procuró sustituir a los ministros citados con algunos prohombres del partido liberal, solicitando, para ello, el concurso de la numerosa fracción acaudillada por don Germán Gamazo. Este ilustre político impuso algunas condiciones que aceptó el Presidente del Consejo, y la crisis quedó resuelta el 18 de Mayo, jurando el cargo los señores don Germán Gamazo en Fomento; don Vicente Romero Girón en Ultramar, y don Ramón Aufión, en Marina. La cartera de Estado se reservó para el entonces embajador en París, don Fernando León y Castillo, que no la aceptó por ciertas razones que aún no se han hecho públicas, nombrándose en vista de ello, al señor Duque de Almodóvar del Río.

El Gobierno liberal así vigorizado se dedicó, desde aquel momento, a afrontar con más empeño que nunca, los graves problemas que las circunstancias habían planteado, y a buscar con mayores garantías de acierto las soluciones políticas, económicas y militares, que exigía la salvación de la patria. Pero tarde se quería poner remedio a los desaciertos cometidos por los señores Moret y Bermejo.

El primer acuerdo del Consejo de ministros, fué el de ordenar a la escuadra de Cervera, que regresara nuevamente a España. Así lo creyó conveniente el caballeroso general Auñón, cuya conciencia no podía permitir que los marinos españoles muriesen inútilmente, en lucha con todas las fuerzas navales de los Estados Unidos. La escuadra, en tanto, había llegado a la Martinica, donde no encontró el carbón que había sido ofrecido al almirante, por el anterior ministro de Marina, señor Bermejo. Destacóse entonces el Terror, marchando a Puerto Rico, con objeto de enterarse de los movimientos del enemigo. La escuadra salió para Curasao, esperando encontrar, en este puerto, el carbón que no había en la Martinica, y, a su llegada, las autoridades sólo permitieron la entrada de dos barcos, que cargaron una pequeña cantidad de combustible. Con estas peripecias de la escuadra, se perdió un tiempo precioso, pues, comunicada la orden de regreso al general Blanco, para que la pusiese en conocimiento de nuestros cónsules, consideróla el gobernador general de Cuba inoportuna, por el mal efecto que había de producir en las Antillas la precipitada vuelta de la escuadra a España. Y el Consejo de ministros, entonces, volvió de su acuerdo.

Además, tampoco era ya tiempo para ello, pues, en aquellos mismos días, Cervera se acercaba ya a Santiago de Cuba, y los yanquis, engañados por las maniobras del almirante español, creían que nuestra escuadra navegaba no lejos de Costa Rica.

En efecto, entre el asombro universal, fondeó en Santiago de Cuba, el 19 de Mayo, frustrando todos los planes del almirante Sampson, que quedaron desbaratados de un solo golpe. No es de extrañar que toda la prensa europea y americana prodigara los grandes elogios que dedicó al ilustre marino español, que con su feliz llegada a las costas de Cuba, demostraba palpablemente que el bloqueo de la isla era más nominal que efectivo.

Ya desde algunos días atrás, la admiración de los críticos se había manifestado repetidamente; pues la impensada aparición de la escuadra en la Martinica, cuando se la suponía a pocas millas de Cádiz, fué un golpe maestro. Pensaron entonces los yanquis, que Cervera se dirigía a Puerto Rico, y a impedirlo se dirigieron todos sus esfuerzos, presentándose, el 12, ante su capital, a la que bombardearon, contestando con sus cañones las baterías de la plaza. En esta creencia estaban los norteamericanos, al presentarse el almirante Cervera en Curasao. Entonces se volvieron locos los yanquis, creyendo unos que la escuadra española se dirigía directamente a la Habana, y otros que trataba de ganar el golfo de Méjico, para bombardear los puertos americanos. El terror que esta suposición produjo en algunos puntos de la costa yanqui, fué indescriptible, y bastaba que apareciese a lo lejos un barco de aspecto sospechoso, para que vieran en él a un explorador de la escuadra española. El intento de Cervera no era ese ; consistía en llegar a la Habana, cuyo paso le estaba impedido sin presentarse antes en un puerto de Cuba, donde proveerse de carbón, y zarpar rápidamente para la capital, ya libre de enemigos, después de haber llamado la atención de la escuadra yanqui hacia el punto en que hubiese recalado la nuestra. Y ese punto era Santiago. Por desgracia, lo mismo que ya había ocurrido en Cabo Verde y en la Martinica, a pesar de las promesas y seguridades del Gobierno, en Santiago... tampoco había carbón. Así se malogró completamente el resultado que esperaba Cervera conseguir de su astucia para burlar a sus adversarios, y aun cuando había ganado la victoria en la partida estratégica jugada en el Atlántico, esa victoria no era lo decisiva que hubiera sido, si encontrando nuestra escuadra en Santiago, el carbón necesario para el viaje a la Habana, hubiesen los barcos españoles podido marchar a la capital de Cuba, tan formidablemente defendida, por entonces, como podía haberlo estado Sebastopol, en tiempos de la memorable campaña de Crimea.

La presencia de la escuadra española en Santiago de Cuba, despertó un entusiasmo inenarrable en la ciudad, no obstante la opinión de los militares, a quienes no se ocultaba la falsa situación en que se hallaba nuestra flota. Se temía fundadamente, que si la escuadra no podía proveerse de carbón en un plazo relativamente corto, quedaría para siempre encerrada en el puerto, sin medios de salvación posible, puesto que la inferioridad de nuestra división naval, ante cualquier otra enemiga, era evidente. Sin embargo, muchos opinaban que, siendo superiores en velocidad los barcos españoles a los norteamericanos, se podía utilizar esta ventaja para aceptar o no combate, y doblando el cabo de San Antonio, caer sobre la Habana, cuyo bloqueo no era muy eficaz, como ya se había probado el 15 de Mayo, día en el cual, los cruceros Conde de Venadito y Nueva España, obligaron a retirarse a cinco barcos enemigos, que se hallaban frente a la capital. Y abrigada nuestra escuadra en el puerto de la Habana, no podía empezar la campaña bajo auspicios más favorables, teniendo en cuenta la facilidad de comunicaciones en aquella provincia, que permitía acumular en ella, grandes contingentes militares, para hacer frente a una invasión, y que aún en caso desesperado, podía, con sus formidables baterías de costa y defensas terrestres (debidas a la previsión del general Weyler), eclipsar la gloria alcanzada por. el ejército turco en el sitio de Plewna.

Pero, como decimos, para que ello fuera posible, se necesitaba, en primer término, que en Santiago hubiese carbón, y en segundo, que hubiera medios para activar la carga, y desgraciadamente, no ocurrió así. En Santiago había, por toda existencia, 2,000 toneladas de combustible, y éste de mala calidad, procedente de las minas del país e insuficiente para rellenar las carboneras de los cruceros, que para el viaje a la Habana, necesitaban, por lo menos, 1,000 toneladas cada uno. No había tampoco, lanchones ni remolcadores, y la escuadra tenía que valerse de sacos para el embarque de carbón, v con estas insuficiencias, no era posible la salida con la rapidez que hubiese sido tan necesaria. Además, era indispensable limpiar las máquinas y relevar el agua de las calderas, y tan mal dispuesto estaba todo en Santiago, que la lentitud con que se vió obligada a obrar la escuadra española, le fué sumamente fatal. A los cuatro días de su llegada, se presentaron ya los barcos americanos, y desde este momento se vió claramente, que la escuadra de Cervera estaba perdida.

Sin embargo, en los buques se trabajaba con entusiasmo en la pesada tarea de hacer carbón, cuando, el 25, se presentó en la boca del puerto, la escuadra de Schley, que, a la vista del Morro, apresó al vapor inglés Restormel, procedente de Curasao, con cargamento de carbón para los barcos de Cervera. El temporal reinante obligó a la flota norteamericana a apartarse al SE. para abrigarse a sotavento de la isla de Jamaica. De todos modos, el bloqueo se había iniciado ya, y temiendo Cervera que al cesar el temporal, se hiciera más efectivo, reunió junta de capitanes para resolver si procedía o no, la salida de la escuadra. Los barcos habían conseguido cargar en sus carboneras, la siguiente cantidad de combustible: el Colón, 700 toneladas; el Oquendo y el Vizcaya, 500 cada uno, y el Infante María Teresa, 300. Se encendieron las calderas, y los buques se pusieron en disposición de salir.

En el Consejo se trató de si podían los cruceros llegar a la Habana. Lo probable era que no, pues aquel mismo día había recibido el almirante Cervera dos despachos telegráficos, en los que se le comunicaba que el comodoro Sampson, bajaba con su escuadra a reunirse con la de Schley, y a ésta se la suponía vigilando el paso de Cabo Cruz. Además, Blanco aseguraba que había aumentado el número de barcos bloqueadores de la capital, y esto complicaba el problema, pues no convenía a la escuadra aceptar batalla en alta mar, fuera del alcance de las baterías de costa. Desechóse, pues, esta idea y surgió de improviso la de dirigirse a Puerto Rico, con objeto de cargar las restantes toneladas de carbón que hasta el número de 1,000 necesitaban los barcos. Pero temieron los reunidos encontrar en dicha isla las mismas dificultades que habían encontrado en Santiago para el embarque rápido del combustible necesario. Y la operación de carbonear en Puerto Rico tenía que hacerse, a lo sumo, en treinta y seis horas, que era el tiempo que podía tardar el enemigo en presentarse ante la más pequeña de nuestras Antillas.

La discusión se animó por momentos, dividiéndose las opiniones : unos se pronunciaron por la inmediata salida de la escuadra; otros dijeron que debía permanecer en Santiago para hacer frente a los sucesos; acalorándose tanto los ánimos, que los comandantes del Teresa y del Oquendo, señores Concas y Lázaga, puestos en pie, manifestaron solemnemente «que en su honor y en su conciencia, se hallaban plenamente convencidos de que el Gobierno de Madrid, al ordenar la salida de la escuadra, había abrigado el propósito de que fuera destruida lo antes posible, como medio de llegar lo más rápidamente a la paz, y que, por tanto, convenía salir, porque, de no hacerlo, había de recibirse tarde o temprano la orden militar, para efectuarlo, en peores condiciones.

La profecía era terrible y causó cierta sensación en el Consejo, que, sin tomar acuerdo en definitiva, dejó al almirante en libertad de obrar como lo estimara más oportuno. En vista del voto de sus capitanes, mandó Cervera sondar la boca del puerto, y habiéndose demostrado que sólo había 25 centímetros libres debajo de la quilla del Colón, para pasar sobre las rocas de la barra, lo cual suponía que el barco tocase y se perdiese totalmente, resolvió el almirante que se apagasen los hornos de los buques y permaneciera la escuadra en Santiago, esperando alguna ocasión favorable para emprender la marcha. Esta circunstancia, como es natural, no se presentó, pues el 27 llegó Sampson frente a la bahía, impidiendo con su presencia, que se lograse el objetivo de nuestros marinos.

Mientras tanto, en Santiago de Cuba se efectuaban grandes trabajos para dejar a la plaza en condiciones de resistir la embestida de la flota yanqui. Al estallar la guerra, ni el castillo del Morro tenía suficiente artillería para ahuyentar al enemigo, ni las baterías de la Estrella y Punta Blanca podían, con sus viejísimos cañones, hacer un solo disparo eficaz. Sólo a la infatigable actividad del ilustre inventor, coronel de artillería, señor Ordóñez, secundado por el coronel de ingenieros señor Caula, se debió que la escuadra de Cervera no fuese hallada y batida en la misma bahía de Santiago, a semejanza de lo que había acontecido a la de Montojo en Cavite. Por iniciativa de esos señores,, se colocaron líneas de torpedos en la entrada del puerto y se construyeron las baterías de la Socapa y de Punta Gorda, aumentándose al mismo tiempo las defensas del Morro, principal baluarte de la plaza. Para ello, se sacaron del crucero Reina Mercedes cuatro cañones González Hontoria, modelo 1883, de los cuales, dos se emplazaron en la Socapa y otros dos en Punta Gorda. Al llegar a Santiago la escuadra de Cervera, sólo se había conseguido montar uno, y en estas condiciones, tuvo que resistir el bombardeo del 31 de Mayo, que, por fortuna, no produjo daños materiales ni bajas en la plaza. Tampoco los sufrió el Cristóbal Colón, que, fondeado en Punta Gorda, contestó al fuego enemigo con su artillería de 15 centímetros.

Aquel primer ataque de la escuadra norteamericana, causó cierto entusiasmo en los artilleros, que continuaron con su misma actividad los trabajos de emplazamiento de los Hontoria, hasta el punto de que, el 3 de Junio, pudo abrir el fuego por primera vez, la batería de la Socapa. Este segundo ataque ofreció, como nota interesantísima, la voladura del Merrimac, que, tripulado por siete hombres, al mando del teniente yanqui Hobson, intentó cerrar el canal de Santiago, obstruyéndole en su entrada, no consiguiéndolo por la prontitud con que el Platón le disparó el torpedo automóvil que le echó a pique delante de Punta Gorda. El sacrificio de aquellos bravos resultó inútil, siendo milagroso que salvaran la vida. Hechos prisioneros, el almirante Cervera felicitóles efusivamente por el hermoso acto de abnegación que acababan de realizar, y envió a Sampson un parlamentario, ofreciendo el canje de esos prisioneros por otros españoles, que tenía en su poder el jefe de la escuadra norteamericana.

El día 6 de Junio, toda la flota yanqui tomó posiciones y abrió, a las ocho de la mañana, un violento fuego de cañón contra la plaza. El cañoneo terminó a la una de la tarde, y fué muy bien sostenido por nuestras improvisadas baterías, contra las que disparó el enemigo 1,500 proyectiles de todos los calibres, sin lograr desmontar ni una sola pieza. La jornada fué muy gloriosa para la tripulación del crucero Reina Mercedes, que se portó con el heroísmo tradicional en los marinos españoles. Colocado el barco, a manera de batería flotante, a la entrada del puerto, recibió un proyectil de los grandes acorazados enemigos, que hizo grandes destrozos en la popa, matando, además, al segundo comandante don Emilio Acosta y cinco marineros, y quedando heridos de más o menos consideración, otros 24 hombres.

En tierra también se experimentaron algunas bajas muy sensibles, causadas por los cañones de mayor calibre de la escuadra yanqui. Fué muerto un soldado, y heridos el bravo coronel de artillería, señor Ordóñez, el capitán señor Sánchez Seijas, el teniente señor Irizar, y dos oficiales de voluntarios. Pero, como ya decimos anteriormente, el enemigo no tan sólo no logró apagar el fuego de nuestras baterías, sino que ni siquiera consiguió por un solo instante que dejasen de disparar todos los cañones. Debióse esto, a la excesiva prudencia de los norteamericanos, que, manteniéndose casi constantemente a una distancia de 7,000 yardas, sólo podían utilizar los tiros de su gran artillería.

A partir de aquel día, la escuadra enemiga cañoneó frecuentemente nuestras baterías y varios puntos de la costa, donde había algunos destacamentos españoles en previsión de un desembarco, sin dejar tampoco de disparar con tiro indirecto, sobre la bahía, para poner en peligro nuestros barcos. Claro está que, no hallándose la artillería de marina construida para el tiro por elevación, poca eficacia podían tener sus disparos; pero, de todos modos, estos ejercicios de tiro eran muy útiles a los marinos americanos, que, favorecidos por la absoluta impunidad de que disfrutaban, iban adquiriendo una práctica que había de hacer a Santiago de Cuba mucho daño, en bombardeos sucesivos.

 

CAPÍTULO XXV

Plan de campaña de los norteamericanos. Los ejércitos beligerantes. Inferioridad del ejército yanqui. Lo que pensaba la Strateg Ward. La ofensiva sobre Santiago de Cuba. Situación militar de la plaza. Desembarco de los yanquis en Guantánamo. Ataques de los españoles. Bombardeo del 16 de Junio. La invasión norteamericana. Conferencia entre Calixto García y el general Shaffter. Desembarco de los yanquis en Daiquiri. Siguen los desembarcos en Siboney. Organización del cuerpo de ejército norteamericano. Primeros combates. La sorpresa de Jaragua. Fuerzas con que contaba el general Linares. Movimientos de los ejércitos beligerantes. El de Julio. Acción del Caney. Resistencia heroica de los españoles. Muerte de Vara de Rey. Toma del poblado por los yanquis. Batalla de las lomas de San Juan. Movimientos combinados de las divisiones americanas. El general Linares herido. Toma del monte de San Juan. Los españoles se retiran a las alturas de la Canosa. Sigue el combate. Toral asume el mando del ejército español. Rasgos heroicos. El combate del día 2 de Julio. Los norteamericanos rechazados. Negociaciones. Bajas de los beligerantes en todos los combates.