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DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA

(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)

CAPÍTULO XIX

GUERRA DE FILIPINAS

 

Poco halagüeña era la situación en que se encontraban las islas Filipinas, al encargarse de la alta dirección de la campaña del nuevo general en jefe. Las partidas insurrectas cruzaban el campo en todas direcciones, atacando los poblados en las provincias de Zambales, Bataán, Tárlac y Pampanga, sin que pudiera decirse que los españoles dominaban en otro punto que no fuesen las capitales de Manila y Cavite. Los distritos de Bulacán, Nueva Ecija, Morong, Laguna y Batangas pertenecían casi por completo a los rebeldes, quienes, campando por su respeto, hablan dado a los territorios una organización independíente, con sus jefes civiles y militares a la cabeza, de tal suerte, que el principio de autoridad y la soberanía de España, se hallaban completamente destruidos.

La guarnición permanente del archipiélago filipino, antes de estallar la insurrección, la componían unos 19,000 hombres, la mayor parte filipinos (excepción hecha de los artilleros). Desde Septiembre a Diciembre habían llegado a Manila las siguientes fuerzas expedicionarias: tres batallones de infantería de marina, siete batallones de cazadores y la mitad del batallón número 8, un batallón de artillería de plaza, una batería, y tres escuadrones. Estos refuerzos, unidos a las tropas ya existentes en Filipinas, daban un total de 30,000 hombres, a las órdenes del general Polavieja.

El plan de campaña del general en jefe, era tan sencillo como hábil. Consistía en impedir la salida de los insurrectos de Cavite, distrayéndoles por diversos medios, en tanto algunas columnas pacificaban las otras provincias. Una vez conseguido esto, concentraría cuantas fuerzas tuviera disponibles para verificar las operaciones decisivas sobre Cavite, empresa de verdadera importancia, dados los elementos de que disponían los rebeldes, y lo bien fortificadas que estaban sus posiciones.

Encomendósele al general Ríos el cuidado de las provincias centrales de la isla de Luzón, encargándole la persecución de los rebeldes en la Pampanga, Tárlac y Nueva Ecija.

En la provincia de Manila, operaba el general Galbis con las columnas Marina y Albert, y al sur de Cavite se hallaba con su brigada, el general Jaramillo, mientras en la Laguna batía los focos de la insurrección el general Cornel. Ambas. brigadas estaban bajo el mando inmediato del general de división, señor Lachambre.

Habiendo sabido el general Polavieja que las partidas de Bulacán se habían concentrado en las canteras de Manacayán, ordenó al general Ríos que marchase sobre ellas, al frente de 1,500 hombres, como lo hizo el día 17 tomando la posición, y destruyendo las trincheras del enemigo, que dejó sobre el campo 42 cadáveres.

Al mismo tiempo que el Capitán general daba tan gran impulso a las operaciones, procuraba también que los juzgados militares activasen la marcha de los procesos de los encartados con motivo de la insurrección. El día 17, fueron fusilados en Cavite 20 presos que se sublevaron en la cárcel y salieron a la calle, después de haber asesinado a los centinelas. El 18, sufrieron idéntica pena siete reos, condenados por espías, y finalmente, el 29 de Diciembre fué pasado por las armas el ilustre doctor tagalo don José Rizal, hecho que llenó de indignación al mundo civilizado, pues, aparte de estar sobradamente demostrada la inculpabilidad del condenado, se vió en su fusilamiento, una muestra del gran influjo que sobre las autoridades del archipiélago ejercían los padres dominicos.

Los combates continuaban en varios puntos de la isla de Luzón, siendo los más importantes los de Morang, en que fuerzas de la guardia civil, en combinación con un cañonero, desalojaron del pueblo a los insurrectos haciéndoles 130 muertos. En San José, los rebeldes se habían apoderado de la iglesia, haciéndose fuertes en ella. Acudió el comandante Olaguer, dispersándoles con pérdida de 50 hombres muertos y algunos prisioneros.

La seguridad en Manila era más aparente que real. La autoridad civil recibió algunas confidencias, por las cuales se vino en conocimiento de una vastísima conspiración, que consistía en libertar a los 3,000 presos encerrados en el presidio, y, durante la alarma, matar a todas las autoridades, mientras los insurrectos atacaban la capital.

Deseando Polavieja dar el golpe de gracia a la insurrección en Bulacán, combinó seis columnas, que el día 2 de Enero de 1897 fueron a caer simultáneamente sobre Cacaroon de Sile. La operación se realizó con una precisión verdaderamente matemática, trabando duro combate con el enemigo, a quien cortaron la retirada. Sus bajas fueron enormes, calculándose en unas 1,100, por 30 muertos y 68 heridos que tuvimos nosotros.

Ante jornada tan desastrosa para los de Bulacán, intentaron los caviteños prestar auxilio a sus hermanos, y en la mañana del 3, atacaron el campamento de Mun- tinlupa, viéndose detenidas las fuerzas del batallón de cazadores número 1 que, desde Biñán, fueron a socorrer el campamento atacado, por grandes contingentes enemigos atrincherados en San Pedro de Tunazán. Al mismo tiempo y con el objeto de que no pudieran auxiliarles las tropas de Santo Domingo y Biñán, atacaban ambos destacamentos, que consiguieron rechazarles. La masa principal de insurrectos, al mando de Aguinaldo, se dirigió al río Pasig, atrincherándose en ambas orillas y poniendo sitio a Taguid y entrando en Pateros, desguarnecido de fuerzas españolas. El general Galbis con dos columnas apoyadas por los fuegos de unos cañoneros, salvó a Taguid, dispersando a los rebeldes. Emilio Aguinaldo se retiró con 4,000 hombres a Hagonoy, de donde también fué rechazado con pérdidas, dejando en nuestro poder, gran número de fusiles.

Como se ve, la insurrección era bastante desgraciada fuera de la provincia de Cavite.

Continuando el general Polavieja su política de no dar cuartel a los principales autores de la conjuración filipina, que habían caído en manos de los españoles, activaba los trabajos encomendados a los consejos de guerra. Durante el mes de Enero, fueron fusilados 25 reos, entre los que se contaban el alcalde de Nueva Cáceres, tres curas, un teniente de infantería sublevado, varios no­tarios, y diversas personas de reconocido prestigio, entre el elemento indígena.

Escarmentadas las partidas de Bulacán, Manila y Pampanga, y fusilados los reos condenados a esta pena, dictó el general Polavieja un bando el 12 de Enero, por el cual se concedía el indulto a los rebeldes que depu­sieran su actitud, y se presentasen a las autoridades. El bando produjo efectos inmediatos, siendo amnistiados dos mil insurrectos en Bulacán, y es seguro que hubieran sido muchos más los indultados, si los jefes Aguinaldo y Bonifacio no hubieran ocultado cuidadosamente a sus parciales, el perdón ofrecido por el general español.

El 6 de Febrero, fueron fusilados otros nueve reos, entre los que se encontraban algunos ministros del llamado Gobierno nacional filipino.

A esas fechas, la insurrección se limitaba ya a la provincia de Cavite, y el combatir a los rebeldes en sus trincheras de esa provincia, era el verdadero hueso de la campaña. Los insurrectos se aprestaban a defenderlas con gran tesón, y aspiraban a derrotar a nuestras columnas, como anteriormente lo habían hecho.

Desembarcados los últimos refuerzos que llegaron a Manila a últimos de Enero, y organizados los batallones de voluntarios de Ilongas, llocos Norte e llocos Sur, Cagayán, Isabela, Pampangos, Abra y Paete, dieron comienzo las grandes operaciones contra Cavite, «de ejército a ejército, y de general a general».

El plan de campaña adoptado por el general en jefe, era el siguiente:

El general Jaramillo con su brigada, avanzaría por el sur, con el objeto, no sólo de llamar la atención de los rebeldes de los pueblos altos de la provincia de Cavite, impidiéndoles acudir a los llanos y a las costas, sino con el de limpiar, en lo posible, de defensas, las vertientes meridionales de la cordillera. La escuadra rompería el fuego contra todos los puntos fortificados de la costa, simulando un desembarco hacia Naic o Rosario, al mismo tiempo que se simularía otro ataque con el avance de las fuerzas de Delajicán, para que tampoco las fuerzas rebeldes de estos lugares pudieran acudir a otros puntos. Por la línea del Zapote avanzaría, al mismo tiempo, la brigada Galbis, hasta sus mismas márgenes, destruyendo los bantais o atalayas que se encontrasen, o tomando como base los populosos barrios de Almansa y Pamplona, para cerrar, desde ellos, la comunicación que los rebeldes habían sostenido con las provincias del norte. El general en jefe, con su cuartel general, se establecería en Peñaraque, con objeto de que su sola presencia en este sitio, hiciese creer (como así sucedió) que la invasión del territorio rebelde iba a tener lugar por Bacoor, teniendo la ventaja de comunicar fácilmente, desde aquella posición, con la escuadra, con todas las fuerzas, y con la capital del archipiélago. Por último, en el cuartel de Santo Domingo, punto más avanzado hacia Silang, se había situado la división Lachambre, compuesta de dos brigadas, con el objeto de que por este punto se hiciese la primera invasión hasta Das- marifias. Al llegar a este punto, debería establecerse el primer contacto de la división con el cuartel general y brigada de Las Piñas, completándolo después por Salitrán y San Nicolás, para marchar todas las fuerzas reunidas, bajo el mando del general en jefe, sobre Imus, capital de la insurrección. Se suponía que la posesión de Imus había de darnos la de Bacoor, sin disparar un tiro sobre el cenagoso delta del Zapote, como así se verificó, justificando las primeras previsiones de tan bien combinado plan, lo mismo que después se justificaba que las tomas de Novaleta y San Fernando, nos darían a Cavite Viejo, Binacayán, Rosario y Santa Cruz, sin resistencia alguna, allí precisamente, donde tanta habían acumulado los insurrectos en los desgraciados ataques del mes de Noviembre. Además de estas disposiciones, las líneas de Pansipit, de Tananán, Bañadero y el Desierto, por Almansa, deberían estar sólidamente ocupadas y defendidas por nuestras tropas, para evitar que por ellas pudiesen entrar los insurrectos intentando una irrupción sobre Batangas, La Laguna o Manila, a retaguardia de nuestras fuerzas de avance.

Al llegar a este momento, dejamos la pluma al hoy capitán de ingenieros, don Eduardo Gallego Ramos, que describe aquellos combates en los siguientes términos :

«El día 14 dió comienzo el movimiento ofensivo. Por la mañana salió de Cabuyán el 1.° de cazadores, al mando del teniente coronel Lecea (brigada Cornell), con ob­jeto de ocupar posiciones avanzadas; siguió en dirección a Santo Domingo, atravesando el arroyo Boal por el puente Carrillo, y acampó en las alturas de la orilla iz­quierda, a un kilómetro próximamente del puente. El mismo 14, el coronel Zabala, con fuerzas de artillería de plaza, y el batallón de cazadores número 2, partiendo de Santo Domingo, practicó un reconocimiento por la orilla izquierda del arroyo mencionado, y ocupó una posición elevada, distante unos 4 kilómetros del puente, en la linde del bosque, y sobre una de las veredas que conduce a Silang.

«Reunida toda la división en Santo Domingo, a la una de la tarde emprendían la marcha las dos brigadas, siguiendo por la izquierda la del general Marina, y por la derecha la brigada Cornell, con el general Lachambre y fuerzas afectas, a excepción de la sección de obuses que quedó en Santo Domingo.

«La brigada Marina, desde Santo Domingo, siguió por el camino de Puntingcahoí, encontró algunas trincheras que abandonaron los insurrectos, pasó varios barrancos y arroyos, y acampó en el barrio de Puhoc. Continuó su marcha el 16; llegó a Agaliac, sin sostener más que pequeños tiroteos, y atravesó con escasa resistencia el Munting-illoc. Oculta en un bosque había una trinchera, que tenía delante, como defensas accesorias, ramas de árboles, y a su izquierda un barranco que dificultaba el poder envolverla por este flanco. En ella ofrecieron fuerte resistencia los insurrectos, que causaron bastantes bajas al batallón número 4, que iba en extrema vanguardia; pero éste les tomó la mencionada trinchera, y los rebeldes huyeron al bosque. La importancia de la posición ocupada y su proximidad a Silang, determinaron al general Marina a no abandonarla, y le decidieron a acampar en ella.

«Desde Santo Domingo había salido, flanqueando por la derecha, el batallón 15; pero dadas la espesura del bosque y la falta absoluta de veredas, perdió el enlace con la brigada, se encontró frente al barrio de Munting-illoc, donde tomó algunas trincheras, y llegó hasta el río del mismo nombre, fuertemente defendido por los insurrectos, donde encontró muerte heroica el comandante Vidal, quien con la sección de tiradores del batallón, intentó asaltar la trinchera que defendía el único paso que existía.

«El 15, continuó su marcha el teniente coronel Lecea y acampó a unos 6 kilómetros del puente Carrillo (en terrenos ya de Silang), quedando de extrema vanguardia de la brigada Cornell, que desde Santo Domingo, atravesó el Boal por el mismo puente y acampó en el barrio de Munting-illoc.

«Como había grandes dificultades para el paso de Munting-illoc, el 17 ordenó el general, al teniente coronel López Morquecho, que, con fuerzas de su batallón de cazadores y las dos guerrillas del 1 y 2, pasase el río por la izquierda y a bastante distancia de la trinchera, que por su posición, era muy difícil tomar de frente, mientras fuerzas del , con su teniente coronel, entretenían al enemigo por el flanco derecho, intentando el paso si se presentase ocasión favorable. No existía más solución que descolgarse por profundo barranco, y así lo hicieron los cazadores del 2.0, utilizando cuerdas y escalas; tomaron por retaguardia la trinchera de que nos ocupamos, y causaron buen número de bajas al enemigo. Siguió su marcha la brigada, pasando el Munting-illoc, hasta acampar cerca del barrio de Iba y algo retrasada del campamento de la brigada Marina. Se estableció después enlace entre las dos brigadas y, acampadas ambas en Iba, no cesaron un momento de ser tiroteados los campamentos por los rebeldes, que ocultos en el bosque, y subidos en los árboles más altos causaban bastantes bajas. En la tarde y noche del 18, los insurrectos, que fiaban toda la defensa de Silang en impedir el paso del río Tibagán, organizaron un ataque en regla, que empezó en el campamento de la brigada Marina, corriéndose después al de la de Cornell. Fueron rechazados en ambos campamentos, dejando en el límite del bosque gran número de muertos.

«Para tomar a Silang era preciso forzar el paso del río Tibagán. Los caminos que conducían al pueblo, estaban interceptados por trincheras; pero una prisionera dió noticia de otro paso, por el que no se podía descender más que de uno a uno, y que no se hallaba fortificado. La columna de vanguardia se internó en el bosque, siguiendo la dirección señalada por la espía ya mencionada, y sosteniendo tiroteos con las avanzadas insurrectas que rodeaban el campamento, las que huían rápidamente, sin duda para dar cuenta de la aproximación de fuerzas. Acelerando la marcha, llegó la vanguardia al paso citado, lo atravesó sin más obstáculo que el ofrecido por el terreno, por lo escarpado de las pendientes, utilizando las escalas que de antemano se llevaban, y la sección de ingenieros construyó en pocos momentos, una pasarela de cañas, por la que después pasó toda la brigada. Próximo a éste, existía un nuevo barranco e igualmente profundo, que tampoco estaba defendido, y por el cual los soldados, llenos de entusiasmo por la fortuna con que se iba realizando la operación, se despeñaban y trepaban con gran rapidez, consiguiendo encontrarse reunida toda la vanguardia en breve espacio de tiempo, en la izquierda del río. Sosteniendo fuego, pero siempre avanzando, se llegó a la entrada del pueblo, apoderándose a viva fuerza de una barricada que la defendía, en la que se hicieron muchos muertos al enemigo. Unióse entonces a la brigada, el batallón número 12, que con su teniente coronel Mir, a la cabeza, entraba en el pueblo por el mismo sitio en que lo hacía la extrema vanguardia. La brigada Marina siguió por el bosque situado detrás del pueblo, persiguiendo grupos fugitivos hasta llegar a la iglesia. La media brigada Zavala, con gran arrojo, se lanzó por el camino que descendía al barranco. Emplazada la batería de montaña, con sus certeros disparos, preparó el ataque de las trincheras, y la impresión que produjo en sus defensores el oir las cornetas de la brigada Marina que se acercaba, unida al heroísmo de las tropas, que, sin reparar en peligros, atacaron a la bayoneta con empuje irresistible, les hicieron desalojar las trincheras. Entraron los nuestros en el pueblo, marchando el 2.° de cazadores por la calle principal, y el 1.° por la paralela, las dos en dirección al convento (que no estaba en estado de defensa), del cual huyeron los insurrectos a los primeros disparos de la batería. Una vez en el pueblo las primeras fuerzas, pronto lo invadió la división; cada cuerpo marchaba por la calle más próxima, tomando cuantas barricadas encontraba a su paso y persiguiendo rebeldes, que, asustados, corrían en todas direcciones.

«E1 19 de Febrero, quedó, pues, Silang en poder de nuestras tropas. Estaba tomado el primer baluarte de la insurrección, que todos los rebeldes, hasta el último momento, suponían inexpugnable, y más que nadie, los mismos habitantes, no combatientes, de Silang, pues sólo así se explica que no abandonaran hasta el último momento la población, dejando encendidas las luces de la iglesia y de sus propios hogares.

«Operaban al mismo tiempo, las brigadas de Jaramillo y de Galbis. La primera había salido de Taal el día 12. Siguió por la orilla de la laguna de Bombón, y se dirigió hacia Bayuyungán, en donde se sabía que existía un foco de insurrectos fuertemente atrincherados. Llegó el 13 a la proximidad de Bayuyungán, después de penosas marchas por las dificultades que ofrecían los caminos, y se apoderó en este día de las trincheras de Franquero, en brillante ataque a la bayoneta, dado por una compañía del 73, al mando del valiente capitán Comas, costándonos dos muertos y cinco heridos. Conducido el convoy de víveres en balsas por la laguna, continuó su marcha el 15, y se apoderó del fuerte Bignay, con pérdida de siete muertos y 18 heridos, causando gran número de bajas a los rebeldes que abandonaron 37 cadáveres. El 16 tomó Bayuyungán, San Gabriel y Baraquilong, envolviendo las trincheras, siendo nuestras bajas un capitán y dos soldados muertos, y 28 de tropa heridos, y después con­tinuó la persecución de los insurrectos (quienes dejaron 38 muertos) hacia el Sungay, en cuyos montes practicó diferentes reconocimientos.

«En cuanto a la brigada Galbis, el día 15 había salido de Las Piñas la media brigada del coronel Barraquer, con la compañía de ingenieros, y marcharon sobre Pamplona, pueblo situado en la orilla derecha del Zapote, defendido por multitud de trincheras. Componían la vanguardia mandada por el teniente coronel Albert del 3.0 de cazadores, fuerzas de su batallón, y del 5.0 de cazadores que, después de rudo combate, se apoderaron de todas las trincheras y del pueblo, persiguiendo al enemigo y pasando a la orilla izquierda del Zapote, donde al arma blanca le causaron infinidad de bajas. Tuvimos un oficial y 18 soldados muertos, y dos oficiales y 43 de tropa, heridos. La media brigada Arizón, que se encontraba en Almansa, no concurrió a esta operación. Tomado Pamplona, se construyó un reducto, aprovechando alguna de sus trincheras, y quedó ya en nuestro poder la línea Las Piñas, Pamplona, Almansa y Muntinlupa, que facilitaba el racionamiento de estos dos últimos puntos, y constituía la verdadera línea de defensa de Manila.

«Las fuerzas de infantería de Marina que se hallaban en Dalahicán, hicieron una demostracón sobre Novaleta, y los barcos de la escuadra, así como los botes de vapor, y gabarras blindadas, acercándose cuanto pudieron a la costa, cañonearon Cavite Viejo y Bacoor. Quedó, por lo tanto, realizada con fortuna la primera parte del plan de campaña en Cavite, del general Polavieja.

«En la mañana del día 22, los insurrectos quisieron recuperar a Silang, y, en número considerable, rodearon el pueblo por sus tres frentes, tratando de arrollar por el número, las fuerzas que prestaban el servicio de seguridad, con las que trabaron encarnizado combate al arma blanca, hasta que, reforzadas inmediatamente las fuerzas de servicio de cada brigada, se consiguió rechazar a los rebeldes, que dejaron en el límite del bosque más de 300 cadáveres, a más de algunos que habían logrado atravesar la línea de centinelas y fueron muertos en las calles.

«Continuaron los reconocimientos por los montes del Sungay y Rio Zapote, de los cuales el más importante fué el realizado por el coronel Albert, el 19, en el cual, después de tomar al enemigo varias trincheras en la orilla derecha, cruzó el río y fué muerto gloriosamente en la orilla izquierda. Encargado el capitán de ingenieros, Escario, del mando de la columna compuesta de 40 hombres de cada una de las compañías que guarnecían Pamplona, contuvo la retirada de una sección de ingenieros y otra de cazadores, persiguió a los rebeldes, recogió el cadáver del infortunado coronel Albert, y retiró heridos y armamentos, teniendo nueve muertos, y un capitán, y 25 de tropa heridos. El valor, la serenidad y la sangre fría del capitán Escario, en los críticos momentos en que se encargó del mando de la fuerza, fueron alabados por todos, y con su distinguido comportamiento, evitó, quizás, mayores desgracias.»

La división Lachambre continuó, el 24, su marcha, dividida en dos brigadas, una de las cuales siguió por el Paliparán, y otra, que avanzó por la calzada de Dasma- riñas. De la brigada de Las Piñas se destacó una columna al mando del teniente coronel Arizón, con objeto de unirse a las fuerzas anteriores en el ataque a Dasmariñas.

Los insurrectos habían acumulado en Dasmariñas considerables masas de combatientes, a las que se habían agregado fuerzas rebeldes procedentes de Imus y las derrotadas en Silang. Los defensores del pueblo habían establecido sus principales defensas en el barrio de Sampaloc, con objeto de impedir el paso a nuestros soldados. Deshecha la primera trinchera y reorganizada y municionada la vanguardia, continuó el avance y se tomó la segunda trinchera, menos defendida que la anterior. A dos kilómetros del pueblo, se emplazaron los obuses, en sitio desde donde era visible la iglesia. Por orden del general Marina, el coronel Iboleón, al frente del regimiento número 73 y algunas tropas del batallón número 6, avanzó por la izquierda, mientras verificaba lo pro­pio por la derecha el comandante Carpió. En tanto, la vanguardia había llegado a la entrada del pueblo, defendido por fuerte muro aspillerado del que los valientes soldados del regimiento 73 se apoderaron en breves momentos. Siguió por la calle principal el batallón número 6, siendo recibido con un fuego horroroso que le dirigía el enemigo parapetado en la iglesia, convento, y casa del cura, y en general, desde todos los edificios construidos con materiales fuertes. Detuviéronse las tro­pas y concentraron sus fuegos sobre los sitios citados.

La jornada de Dasmariñas—dice Gallego—fué una de las más duras para la brigada Marina, que llevó a cabo tan importante operación, pues los rebeldes se habían propuesto extremar la resistencia en dicho pueblo, considerando luego a Imus como último baluarte. De acuerdo con esto, dirigieron la defensa el generalísimo Agui­naldo, y su lugarteniente Estrella. Tuvieron los insurrectos en este memorable combate, más de 500 muertos, que fueron enterrados por nuestras tropas. Nuestras bajas fueron un capitán y 19 soldados muertos, y dos jefes, nueve oficiales, y m de tropa heridos. Al día siguiente (26 de Febrero), el general Marina dió orden de destruir el pueblo.

Al mismo tiempo que tenía lugar la toma de Dasmariñas, un grupo de katipuneros penetró en Manila, y de acuerdo con una parte de la fuerza de carabineros, allí acuartelada, penetraron en el cuartelillo, asesinando al teniente coronel Rodríguez Fierre, al oficial de guardia, don José Antonio Rodríguez y al sargento Miguel Lozano. Cometidos estos crímenes, salieron a la calle con la esperanza de que se les uniese parte de la población indígena; pero batidos en las afueras por el general Zappino, tomaron la dirección del río Nanea, donde fueron nuevamente alcanzados y dispersados.

Ante este acontecimiento, que demostraba la inconcebible tenacidad de los rebeldes, a pesar de los graves descalabros sufridos por sus armas en Cavite, desconfió el general Polavieja de destruir la insurrección con las fuerzas de que disponía, y el 25 de Febrero, dirigió desde Pefiaraque un telegrama al ministro de la Guerra, pidiéndole el inmediato envío de 20 batallones. A primeros de Marzo, contestó el general Azcárraga, manifestando su sorpresa por el pedido de refuerzos, que al ser conocido en el país y extranjero, «había de causar viva impresión, pues desvirtuaría el ventajoso efecto producido por las victorias», y además, «dificultaría el levantamiento de fondos para continuar ambas campañas coloniales».

Así es que el general Polavieja tuvo que resignarse a continuar las operaciones con las fuerzas de que disponía, ordenando, el día 7 de Marzo, a la división Lachambre, que emprendiese nuevamente el avance con dirección a Salitrán, en donde entraron nuestras tropas después de encarnizado combate al tomar la trinchera de Anabó.

Tomada esta trinchera por el regimiento número 74, se abandonó al poco, para ser relevado este cuerpo por la media brigada del coronel Zabala. La trinchera tenía una longitud de un kilómetro, y en el corto espacio de tiempo que medió entre ambos relevos, volvieron a ocupar a los insurrectos, quienes, al ver avanzar la columna Zavala, rompieron vivísimo fuego, al punto contestado por nuestras tropas. Ante la imposibilidad de continuar por más tiempo aquella lucha a pecho descubierto, ordenó el coronel Zabala el ataque de la trinchera a la bayoneta, en cuyo momento cuyó muerto el bravo coronel. Tomó entonces el mando, el teniente coronel Lecea, que, atacando con dos batallones de cazadores la fortificación enemiga, tomóla a viva fuerza, siendo acuchillados por nuestros soldados gran parte de los defensores, que en su huida abandonaron 70 muertos. Nuestras bajas, además de la del coronel Zabala, fueron 10 soldados muertos, y 5 oficiales y 25 de tropa, heridos.

El día 9 de Marzo, siguió su marcha la división sobre Imus, capital de la República Filipina, donde se suponía habían de encontrar nuestros soldados extraordinaria resistencia, pues se sabía que los rebeldes contaban con alguna artillería, y en los diferentes reconocimientos prac­ticados, se habían visto cortados los puentes y defendidos los pasos de los ríos. Además, los fugitivos de Dasmariñas y Salitrán, se habían unido a la guarnición insurrecta de Imus, y esta circunstancia, así como la de ser este pueblo el principal baluarte de la insurrección tagala, daban mayor importancia a la operación proyectada.

Verificáronse primeramente, algunos movimientos preparatorios para establecer el contacto entre la división Lachambre y las fuerzas de Las Piñas, que debían cooperar al avance, y una vez ocupadas las dos orillas del rio Zapote, después del ligero combate entablado el día 10 en Presa Molino, continuaron la marcha todas las colum­nas reunidas bajo el mando personal del general en jefe.

Desde Presa Molino, se partió hacia Salitrán, con objeto de limpiar de enemigos aquella zona, pues durante la permanencia de las tropas en el Zapote, habían intentado los rebeldes apoderarse de Salitrán y Dasmariñas.

El 24, muy de madrugada, se lanzó la división al asalto de las dos trincheras que defendían a Imus, de 2 y 3 kilómetros de extensión, muy bien establecidas y apoyadas en un sin número de obstáculos naturales. Nuestros soldados las tomaron a la bayoneta, cargando contra el enemigo, con una bizarría sin igual, muriendo al tomar la segunda trinchera el capitán Sánchez Mínguez, con gran parte de la fuerza de su compañía, que iba en la extrema vanguardia. Los rebeldes hacían una resistencia desesperada, y es probable que hubieran rechazado a los asaltantes, si no hubiera sido envuelta la trinchera por ambos flancos por la brigada Serralde, ante cuyo esfuerzo se retiró el enemigo precipitadamente, dejando abandonados cientos de muertos al pie de las trincheras. Nuestras bajas fueron muy sensibles, muriendo dos capitanes, un teniente y 22 de tropa, y quedando heridos un jefe, tres capitanes, seis oficiales y 119 soldados. .

Faltaba, para coronar tan brillante jornada, apoderarse a viva fuerza del pueblo, que se aprestaban a defender grandes núcleos insurrectos, parapetados en las casas. Emplazáronse las baterías de montaña, y comenzaron un fuego eficaz a 700 metros de Imus. Ante la imposibilidad de sostenerse, en la que hasta entonces había sido capital de la insurrección, incendiáronla los rebeldes para asegurar su retirada. Entraron los españoles, y des­pués de inauditos esfuerzos, lograron dominar el incendio.

Tomado Imus, fueron ocupadas, según se había previsto, Bacoor, Cavite Viejo y Binacayán, así como las trincheras del Zapote, que abandonaron los insurrectos, a quienes, como resultado de tan gloriosos combates, no se dejaba más retirada que la del mar.

El general Polavieja había regresado a Manila, enfermo de fiebres palúdicas, y, deseando coordinar la clemencia con el rigor, dictó un amplio bando de indulto, al cual se acogieron infinidad de familias, que volvieron a sus hogares, abandonados a raíz del comienzo de las operaciones militares en Cavite.

Pero la insurrección continuaba con una potencia relativa, ocupando los rebeldes los pueblos de Novaleta y Malabón (nueva capital de la república filipina, desde la toma de Imus), y con el objeto de apoderarse de ellos, dió el general en jefe instrucciones al general Lachambre, para que emprendiese nuevo movimiento ofensivo el día 1 de Abril.

Reunida la división, se dirigió la columna Arizón sobre Novaleta desde Dos Bocas, mientras la brigada Marina marchaba por el camino de Rosario, y la de Serralde amagaba a San Francisco. Los rebeldes, engañados con la marcha del general Marina, se obstinaron en defender el pueblo de Rosario, y mientras se hallaban entretenidos en su defensa, llegó Arizón a Novaleta, ocupándole sin resistencia. Nuestras bajas fueron : un teniente y 9 de tropas muertos, y 3 oficiales y 56 soldados, heridos. Las del enemigo pasaron de 300.

El 6 de Abril, cayó en poder de nuestros soldados el pueblo de San Francisco de Malabón, después del admirable movimiento envolvente ejecutado por el general Marina, que hizo a los insurrectos más de 1,600 bajas, cogiéndoles gran número de provisiones, tres cañones y muchas armas de fuego y blancas, siendo nuestras bajas, 25 de tropa muertos, y un jefe, 7 oficiales y 97 soldados heridos.

La salud del ilustre general Polavieja no era lo satisfactoria que hubiera sido de desear, por lo cual pidió al Gobierno su relevo (según otros, dimitió al negársele los refuerzos que había solicitado anteriormente), embarcándose para la Península a mediados de Abril, y siendo reemplazado, el 23 de dicho mes, por el capitán general, don Fernando Primo de Rivera y Sobremonte.

Al dejar el mando de las islas Filipinas el señor Polavieja, los insurrectos estaban completamente desmoralizados. Las provincias de Zambales, Bataán, Tárlac, Pampanga, Nueva Ecija y Manila, estaban completamente pacificadas. En la de Cavite ofrecían poquísima resistencia; los presentados a indulto eran cada vez en mayor número, y, por fin, en los campos se habían reanudado las faenas agrícolas, como si se hubiese restablecido por completo la normalidad.

El recibimiento que se hizo en España al general Polavieja, fué en extremo afectuoso, y las Cortes, para recompensar los meritorios servicios prestados a la patria, por el prestigioso caudillo, acordaron concederle la gran cruz de la orden de San Fernando, en atención a que, haciendo el tercer número en la escala de Tenientes generales, se creyó que no había de tardar mucho tiempo en ostentar en su uniforme las divisas de la más alta jerarquía del Ejército.

 

CAPÍTULO XX

Sigue la guerra de Cuba. Máximo Gómez pasa la trocha de Jácaro a Morón. Acción de Guamo. Operaciones del general Aldave en las Villas. Weyler vuelve a salir a campaña. Arroyo Blanco. Weyler en Sancti Spiritus. Órdenes acertadas. Derrota de Máximo Gómez. Combates en San Jerónimo. El paso del río Buey. Linares en Santiago de Cuba. Intenciones de Máximo Gómez. Es batido en Veguitas, Quintín Banderas. Queda limitada la insurrección a oriente. Las reformas de 1897. Operaciones contra Máximo Gómez. Resultados satisfactorios. Campaña de liberales y conservadores disidentes contra el general Weyler. Imprudente discurso del señor Sagasta. La Reina Regente ratifica su confianza al señor Cánovas. Protesta de los Estados Unidos. La proposición Morgan. Incalificable actitud de Sagasta. Respuesta del Gobierno español. Cánovas y los Estados Unidos. Asesinato de Cánovas. Azcárraga, Presidente.—Máximo Gómez retrocede ante nuestras tropas. Sitio y rendición de Victoria de las Tunas. Rasgos heroicos. Aumenta la hostilidad contra el general Weyler. Los conservadores desunidos. Sagasta en el poder. Relevo de Weyler. Entusiasta despedida.