cristoraul.org |
DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)CAPÍTULO XIXGUERRA DE FILIPINAS
Poco
halagüeña era la situación en que se encontraban las islas Filipinas, al
encargarse de la alta dirección de la campaña del nuevo general en jefe. Las
partidas insurrectas cruzaban el campo en todas direcciones, atacando los
poblados en las provincias de Zambales, Bataán, Tárlac y Pampanga, sin que pudiera decirse que los
españoles dominaban en otro punto que no fuesen las capitales de Manila y
Cavite. Los distritos de Bulacán, Nueva Ecija, Morong, Laguna y Batangas pertenecían casi por completo a
los rebeldes, quienes, campando por su respeto, hablan dado a los territorios
una organización independíente,
con sus jefes civiles y militares a la cabeza, de tal suerte, que el principio
de autoridad y la soberanía de España, se hallaban completamente destruidos.
La guarnición permanente del archipiélago filipino, antes de estallar la insurrección, la componían unos 19,000 hombres, la mayor parte filipinos (excepción hecha de los artilleros). Desde Septiembre a Diciembre habían llegado a Manila las siguientes fuerzas expedicionarias: tres batallones de infantería de marina, siete batallones de cazadores y la mitad del batallón número 8, un batallón de artillería de plaza, una batería, y tres escuadrones. Estos refuerzos, unidos a las tropas ya existentes en Filipinas, daban un total de 30,000 hombres, a las órdenes del general Polavieja. El plan de
campaña del general en jefe, era tan sencillo como hábil. Consistía en impedir
la salida de los insurrectos de Cavite, distrayéndoles por diversos medios, en
tanto algunas columnas pacificaban las otras provincias. Una vez conseguido
esto, concentraría cuantas fuerzas tuviera disponibles para verificar las
operaciones decisivas sobre Cavite, empresa de verdadera importancia, dados
los elementos de que disponían los rebeldes, y lo bien fortificadas que estaban
sus posiciones.
Encomendósele al general Ríos el
cuidado de las provincias centrales de la isla de Luzón, encargándole la
persecución de los rebeldes en la Pampanga, Tárlac y
Nueva Ecija.
En la
provincia de Manila, operaba el general Galbis con
las columnas Marina y Albert, y al sur de Cavite se hallaba con su brigada,
el general Jaramillo, mientras en la Laguna batía los focos de la insurrección
el general Cornel. Ambas. brigadas estaban bajo el mando inmediato del general
de división, señor Lachambre.
Habiendo
sabido el general Polavieja que las partidas de Bulacán se habían concentrado
en las canteras de Manacayán, ordenó al general Ríos que marchase sobre ellas, al frente de
1,500 hombres, como lo hizo el día 17 tomando la posición, y destruyendo las
trincheras del enemigo, que dejó sobre el campo 42 cadáveres.
Al mismo
tiempo que el Capitán general daba tan gran impulso a las operaciones,
procuraba también que los juzgados militares activasen la marcha de los
procesos de los encartados con motivo de la insurrección. El día 17, fueron
fusilados en Cavite 20 presos que se sublevaron en la cárcel y salieron a la
calle, después de haber asesinado a los centinelas. El 18, sufrieron idéntica
pena siete reos, condenados por espías, y finalmente, el 29 de Diciembre fué pasado por las armas el ilustre doctor tagalo don José
Rizal, hecho que llenó de indignación al mundo civilizado, pues, aparte de
estar sobradamente demostrada la inculpabilidad del condenado, se vió en su fusilamiento, una muestra del gran influjo que
sobre las autoridades del archipiélago ejercían los padres dominicos.
Los combates
continuaban en varios puntos de la isla de Luzón, siendo los más importantes
los de Morang, en que fuerzas de la guardia civil, en
combinación con un cañonero, desalojaron del pueblo a los insurrectos
haciéndoles 130 muertos. En San José, los rebeldes se habían apoderado de la
iglesia, haciéndose fuertes en ella. Acudió el comandante Olaguer,
dispersándoles con pérdida de 50 hombres muertos y algunos prisioneros.
La seguridad
en Manila era más aparente que real. La autoridad civil recibió algunas
confidencias, por las cuales se vino en conocimiento de una vastísima
conspiración, que consistía en libertar a los 3,000 presos encerrados en el
presidio, y, durante la alarma, matar a
Deseando
Polavieja dar el golpe de gracia a la insurrección en Bulacán, combinó seis
columnas, que el día 2 de Enero de 1897 fueron a caer simultáneamente sobre Cacaroon de Sile. La operación se
realizó con una precisión verdaderamente matemática, trabando duro combate
con el enemigo, a quien cortaron la retirada. Sus bajas fueron enormes,
calculándose en unas 1,100, por 30 muertos y 68 heridos que tuvimos nosotros.
Ante jornada
tan desastrosa para los de Bulacán, intentaron los caviteños prestar auxilio a
sus hermanos, y en la mañana del 3, atacaron el campamento de Mun- tinlupa, viéndose detenidas
las fuerzas del batallón de cazadores número 1 que, desde Biñán,
fueron a socorrer el campamento atacado, por grandes contingentes enemigos
atrincherados en San Pedro de Tunazán. Al mismo tiempo
y con el objeto de que no pudieran auxiliarles las tropas de Santo Domingo y Biñán, atacaban ambos destacamentos, que consiguieron
rechazarles. La masa principal de insurrectos, al mando de Aguinaldo, se
dirigió al río Pasig, atrincherándose en ambas
orillas y poniendo sitio a Taguid y entrando en
Pateros, desguarnecido de fuerzas españolas. El general Galbis con dos columnas apoyadas por los fuegos de unos cañoneros, salvó a Taguid, dispersando a los rebeldes. Emilio Aguinaldo se
retiró con 4,000 hombres a Hagonoy, de donde también fué rechazado con pérdidas, dejando en nuestro poder, gran
número de fusiles.
Como se ve,
la insurrección era bastante desgraciada fuera de la provincia de Cavite.
Continuando
el general Polavieja su política de no dar cuartel a los principales autores de
la conjuración filipina, que habían caído en manos de los españoles, activaba los trabajos encomendados
a los consejos de guerra. Durante el mes de Enero, fueron fusilados 25 reos,
entre los que se contaban el alcalde de Nueva Cáceres, tres curas, un teniente
de infantería sublevado, varios notarios, y diversas personas de reconocido
prestigio, entre el elemento indígena.
Escarmentadas
las partidas de Bulacán, Manila y Pampanga, y fusilados los reos condenados a
esta pena, dictó el general Polavieja un bando el 12 de Enero, por el cual se
concedía el indulto a los rebeldes que depusieran su actitud, y se presentasen
a las autoridades. El bando produjo efectos inmediatos, siendo amnistiados dos
mil insurrectos en Bulacán, y es seguro que hubieran sido muchos más los
indultados, si los jefes Aguinaldo y Bonifacio no hubieran ocultado
cuidadosamente a sus parciales, el perdón ofrecido por el general español.
El 6 de
Febrero, fueron fusilados otros nueve reos, entre los que se encontraban
algunos ministros del llamado Gobierno nacional filipino.
A esas
fechas, la insurrección se limitaba ya a la provincia de Cavite, y el combatir
a los rebeldes en sus trincheras de esa provincia, era el verdadero hueso de la
campaña. Los insurrectos se aprestaban a defenderlas con gran tesón, y
aspiraban a derrotar a nuestras columnas, como anteriormente lo habían hecho.
Desembarcados
los últimos refuerzos que llegaron a Manila a últimos de Enero, y organizados
los batallones de voluntarios de Ilongas, llocos Norte e llocos Sur,
Cagayán, Isabela, Pampangos, Abra y Paete, dieron
comienzo las grandes operaciones contra Cavite, «de ejército a ejército, y de
general a general».
El plan de
campaña adoptado por el general en jefe, era el siguiente:
El general
Jaramillo con su brigada, avanzaría por el sur, con el objeto, no sólo de
llamar la atención de los rebeldes de los pueblos altos de la provincia de Cavite, impidiéndoles acudir a los llanos y a las costas, sino con el de limpiar,
en lo posible, de defensas, las vertientes meridionales de la cordillera. La
escuadra rompería el fuego contra todos los puntos fortificados de la costa,
simulando un desembarco hacia Naic o Rosario, al
mismo tiempo que se simularía otro ataque con el avance de las fuerzas de Delajicán, para que tampoco las fuerzas rebeldes de estos
lugares pudieran acudir a otros puntos. Por la línea del Zapote avanzaría, al
mismo tiempo, la brigada Galbis, hasta sus mismas
márgenes, destruyendo los bantais o atalayas que se
encontrasen, o tomando como base los populosos barrios de Almansa y
Pamplona, para cerrar, desde ellos, la comunicación que los rebeldes habían
sostenido con las provincias del norte. El general en jefe, con su cuartel
general, se establecería en Peñaraque, con objeto de
que su sola presencia en este sitio, hiciese creer (como así sucedió) que la
invasión del territorio rebelde iba a tener lugar por Bacoor,
teniendo la ventaja de comunicar fácilmente, desde aquella posición, con la
escuadra, con todas las fuerzas, y con la capital del archipiélago. Por último,
en el cuartel de Santo Domingo, punto más avanzado hacia Silang,
se había situado la división Lachambre, compuesta de dos brigadas, con el objeto de que por
este punto se hiciese la primera invasión hasta Das- marifias.
Al llegar a este punto, debería establecerse el primer contacto de la división
con el cuartel general y
Al llegar a
este momento, dejamos la pluma al hoy capitán de ingenieros, don Eduardo
Gallego Ramos, que describe aquellos combates en los siguientes términos :
«El día 14 dió comienzo el movimiento ofensivo. Por la mañana salió de Cabuyán el 1.° de
cazadores, al mando del teniente coronel Lecea (brigada Cornell), con objeto
de ocupar posiciones avanzadas; siguió en dirección a Santo Domingo,
atravesando el arroyo Boal por el puente Carrillo, y acampó en las alturas de
la orilla izquierda, a un kilómetro próximamente del puente. El mismo 14, el
coronel Zabala, con fuerzas de artillería de plaza, y el batallón de cazadores
número 2, partiendo de
«Reunida
toda la división en Santo Domingo, a la una de la tarde emprendían la marcha
las dos brigadas, siguiendo por la izquierda la del general Marina, y por la
derecha la brigada Cornell, con el general Lachambre y fuerzas afectas, a excepción de la sección de obuses que quedó en Santo
Domingo.
«La brigada
Marina, desde Santo Domingo, siguió por el camino de Puntingcahoí,
encontró algunas trincheras que abandonaron los insurrectos, pasó varios
barrancos y arroyos, y acampó en el barrio de Puhoc.
Continuó su marcha el 16; llegó a Agaliac, sin
sostener más que pequeños tiroteos, y atravesó con escasa resistencia el Munting-illoc. Oculta en un bosque había una trinchera, que
tenía delante, como defensas accesorias, ramas de árboles, y a su izquierda un
barranco que dificultaba el poder envolverla por este flanco. En ella
ofrecieron fuerte resistencia los insurrectos, que causaron bastantes bajas al
batallón número 4, que iba en extrema vanguardia; pero éste les tomó la
mencionada trinchera, y los rebeldes huyeron al bosque. La importancia de la
posición ocupada y su proximidad a Silang,
determinaron al general Marina a no abandonarla, y le decidieron a acampar en
ella.
«Desde Santo
Domingo había salido, flanqueando por la derecha, el batallón 15; pero dadas
la espesura del bosque y la falta absoluta de veredas, perdió el enlace con la
brigada, se encontró frente al barrio de Munting-illoc,
donde tomó algunas trincheras, y llegó hasta el río del mismo nombre,
fuertemente defendido por los insurrectos,
«El 15,
continuó su marcha el teniente coronel Lecea y acampó a unos 6 kilómetros del
puente Carrillo (en terrenos ya de Silang), quedando
de extrema vanguardia de la brigada Cornell, que desde Santo Domingo, atravesó
el Boal por el mismo puente y acampó en el barrio de Munting-illoc.
«Como había
grandes dificultades para el paso de Munting-illoc,
el 17 ordenó el general, al teniente coronel López Morquecho, que, con fuerzas
de su batallón de cazadores y las dos guerrillas del 1 y 2, pasase el río
por la izquierda y a bastante distancia de la trinchera, que por su posición,
era muy difícil tomar de frente, mientras fuerzas del 1°,
con su teniente coronel, entretenían al enemigo por el flanco derecho,
intentando el paso si se presentase ocasión favorable. No existía más solución
que descolgarse por profundo barranco, y así lo hicieron los cazadores del 2.0,
utilizando cuerdas y escalas; tomaron por retaguardia la trinchera de que nos
ocupamos, y causaron buen número de bajas al enemigo. Siguió su marcha la
brigada, pasando el Munting-illoc, hasta acampar
cerca del barrio de Iba y algo retrasada del campamento de la brigada Marina.
Se estableció después enlace entre las dos brigadas y, acampadas ambas en Iba,
no cesaron un momento de ser tiroteados los campamentos por los rebeldes, que
ocultos en el bosque, y subidos en los árboles más altos causaban bastantes
bajas. En la tarde y noche del 18, los insurrectos, que fiaban toda la defensa
de Silang en impedir el paso del río Tibagán, organizaron un ataque en regla, que empezó en el
campamento de la brigada Marina, corriéndose después al de la de Cornell.
Fueron rechazados en ambos
«Para tomar
a Silang era preciso forzar el paso del río Tibagán. Los caminos que conducían al pueblo, estaban
interceptados por trincheras; pero una prisionera dió noticia de otro paso, por el que no se podía descender más que de uno a uno, y
que no se hallaba fortificado. La columna de vanguardia se internó en el
bosque, siguiendo la dirección señalada por la espía ya mencionada, y
sosteniendo tiroteos con las avanzadas insurrectas que rodeaban el campamento,
las que huían rápidamente, sin duda para dar cuenta de la aproximación de
fuerzas. Acelerando la marcha, llegó la vanguardia al paso citado, lo atravesó
sin más obstáculo que el ofrecido por el terreno, por lo escarpado de las
pendientes, utilizando las escalas que de antemano se llevaban, y la sección de
ingenieros construyó en pocos momentos, una pasarela de cañas, por la que
después pasó toda la brigada. Próximo a éste, existía un nuevo barranco e
igualmente profundo, que tampoco estaba defendido, y por el cual los soldados,
llenos de entusiasmo por la fortuna con que se iba realizando la operación, se
despeñaban y trepaban con gran rapidez, consiguiendo encontrarse reunida toda
la vanguardia en breve espacio de tiempo, en la izquierda del río. Sosteniendo
fuego, pero siempre avanzando, se llegó a la entrada del pueblo, apoderándose
a viva fuerza de una barricada que la defendía, en la que se hicieron muchos
muertos al enemigo. Unióse entonces a la brigada, el
batallón número 12, que con su teniente coronel Mir, a la cabeza, entraba en el
pueblo por el mismo sitio en que lo hacía la extrema vanguardia. La brigada
Marina siguió por el bosque situado detrás del pueblo, persiguiendo grupos
fugitivos hasta llegar a la iglesia. La media brigada Zavala, con gran arrojo,
se
«E1 19 de
Febrero, quedó, pues, Silang en poder de nuestras
tropas. Estaba tomado el primer baluarte de la insurrección, que todos los
rebeldes, hasta el último momento, suponían inexpugnable, y más que nadie, los
mismos habitantes, no combatientes, de Silang, pues
sólo así se explica que no abandonaran hasta el último momento la población,
dejando encendidas las luces de la iglesia y de sus propios hogares.
«Operaban al
mismo tiempo, las brigadas de Jaramillo y de Galbis.
La primera había salido de Taal el día 12. Siguió por
la orilla de la laguna de Bombón, y se dirigió hacia Bayuyungán,
en donde se sabía que existía un foco de insurrectos fuertemente atrincherados.
Llegó el 13 a la proximidad de Bayuyungán, después de
penosas marchas por las dificultades que ofrecían los caminos, y se apoderó en
este día de las trincheras de Franquero, en brillante
ataque a la bayoneta, dado por una compañía del 73, al mando del valiente
capitán Comas, costándonos
«En cuanto a
la brigada Galbis, el día 15 había salido de Las
Piñas la media brigada del coronel Barraquer, con
la compañía de ingenieros, y marcharon sobre Pamplona, pueblo situado en la
orilla derecha del Zapote, defendido por multitud de trincheras. Componían la
vanguardia mandada por el teniente coronel Albert del 3.0 de cazadores, fuerzas
de su batallón, y del 5.0 de cazadores que, después de rudo combate, se
apoderaron de todas las trincheras y del pueblo, persiguiendo al enemigo y
pasando a la orilla izquierda del Zapote, donde al arma blanca le causaron
infinidad de bajas. Tuvimos un oficial y 18 soldados muertos, y dos oficiales y
43 de tropa, heridos. La media brigada Arizón, que se
encontraba en Almansa, no concurrió a esta operación. Tomado Pamplona, se
construyó un reducto, aprovechando alguna de sus trincheras, y quedó ya en nuestro
poder la línea Las Piñas, Pamplona, Almansa y Muntinlupa,
que facilitaba el racionamiento de estos dos últimos puntos, y constituía la
verdadera línea de defensa de Manila.
«Las fuerzas
de infantería de Marina que se hallaban en Dalahicán,
hicieron una demostracón sobre Novaleta,
y los barcos de la escuadra, así como los botes de vapor, y gabarras blindadas,
acercándose cuanto pudieron a la
«En la
mañana del día 22, los insurrectos quisieron recuperar a Silang,
y, en número considerable, rodearon el pueblo por sus tres frentes, tratando de
arrollar por el número, las fuerzas que prestaban el servicio de seguridad,
con las que trabaron encarnizado combate al arma blanca, hasta que, reforzadas
inmediatamente las fuerzas de servicio de cada brigada, se consiguió rechazar a
los rebeldes, que dejaron en el límite del bosque más de 300 cadáveres, a más
de algunos que habían logrado atravesar la línea de centinelas y fueron
muertos en las calles.
«Continuaron
los reconocimientos por los montes del Sungay y Rio
Zapote, de los cuales el más importante fué el
realizado por el coronel Albert, el 19, en el cual, después de tomar al enemigo
varias trincheras en la orilla derecha, cruzó el río y fué muerto gloriosamente en la orilla izquierda. Encargado el capitán de
ingenieros, Escario, del mando de la columna compuesta de 40 hombres de cada
una de las compañías que guarnecían Pamplona, contuvo la retirada de una
sección de ingenieros y otra de cazadores, persiguió a los rebeldes, recogió el
cadáver del infortunado coronel Albert, y retiró heridos y armamentos, teniendo
nueve muertos, y un capitán, y 25 de tropa heridos. El valor, la serenidad y la
sangre fría del capitán Escario, en los críticos momentos en que se encargó del
mando de la fuerza, fueron alabados por todos, y con su distinguido
comportamiento, evitó, quizás, mayores desgracias.»
La división Lachambre continuó, el 24, su marcha, dividida en dos
brigadas, una de las cuales siguió por el
Los
insurrectos habían acumulado en Dasmariñas considerables masas de combatientes, a las que se habían agregado fuerzas
rebeldes procedentes de Imus y las derrotadas en Silang. Los defensores del pueblo habían establecido sus
principales defensas en el barrio de Sampaloc, con objeto
de impedir el paso a nuestros soldados. Deshecha la primera trinchera y
reorganizada y municionada la vanguardia, continuó el avance y se tomó la
segunda trinchera, menos defendida que la anterior. A dos kilómetros del
pueblo, se emplazaron los obuses, en sitio desde donde era visible la iglesia.
Por orden del general Marina, el coronel Iboleón, al
frente del regimiento número 73 y algunas tropas del batallón número 6, avanzó
por la izquierda, mientras verificaba lo propio por la derecha el comandante
Carpió. En tanto, la vanguardia había llegado a la entrada del pueblo,
defendido por fuerte muro aspillerado del que los valientes soldados del
regimiento 73 se apoderaron en breves momentos. Siguió por la calle principal
el batallón número 6, siendo recibido con un fuego horroroso que le dirigía el
enemigo parapetado en la iglesia, convento, y casa del cura, y en general,
desde todos los edificios construidos con materiales fuertes. Detuviéronse las tropas y concentraron sus fuegos sobre
los sitios citados.
La jornada
de Dasmariñas—dice Gallego—fué una de las más duras para la brigada Marina, que llevó a cabo tan importante
operación, pues los rebeldes se habían propuesto extremar la resistencia en
dicho pueblo, considerando luego a Imus como último
baluarte. De acuerdo con esto,
dirigieron la defensa el generalísimo Aguinaldo, y su lugarteniente Estrella.
Tuvieron los insurrectos en este memorable combate, más de 500 muertos, que
fueron enterrados por nuestras tropas. Nuestras bajas fueron un capitán y 19
soldados muertos, y dos jefes, nueve oficiales, y m de tropa heridos. Al día
siguiente (26 de Febrero), el general Marina dió orden de destruir el pueblo.
Al mismo
tiempo que tenía lugar la toma de Dasmariñas, un
grupo de katipuneros penetró en Manila, y de acuerdo
con una parte de la fuerza de carabineros, allí acuartelada, penetraron en el
cuartelillo, asesinando al teniente coronel Rodríguez Fierre, al oficial de
guardia, don José Antonio Rodríguez y al sargento Miguel Lozano. Cometidos
estos crímenes, salieron a la calle con la esperanza de que se les uniese parte
de la población indígena; pero batidos en las afueras por el general Zappino, tomaron la dirección del río Nanea, donde fueron
nuevamente alcanzados y dispersados.
Ante este
acontecimiento, que demostraba la inconcebible tenacidad de los rebeldes, a
pesar de los graves descalabros sufridos por sus armas en Cavite, desconfió el
general Polavieja de destruir la insurrección con las fuerzas de que disponía,
y el 25 de Febrero, dirigió desde Pefiaraque un
telegrama al ministro de la Guerra, pidiéndole el inmediato envío de 20
batallones. A primeros de Marzo, contestó el general Azcárraga, manifestando su
sorpresa por el pedido de refuerzos, que al ser conocido en el país y
extranjero, «había de causar viva impresión, pues desvirtuaría el ventajoso
efecto producido por las victorias», y además, «dificultaría el levantamiento
de fondos para continuar ambas campañas coloniales».
Así es que
el general Polavieja tuvo que resignarse a continuar las operaciones con las
fuerzas de que disponía,
ordenando, el día 7 de Marzo, a la división Lachambre, que emprendiese nuevamente el avance con dirección a Salitrán, en donde entraron nuestras tropas después de
encarnizado combate al tomar la trinchera de Anabó.
Tomada esta trinchera por el regimiento número 74, se abandonó al poco, para ser relevado este cuerpo por la media brigada del coronel Zabala. La trinchera tenía una longitud de un kilómetro, y en el corto espacio de tiempo que medió entre ambos relevos, volvieron a ocupar a los insurrectos, quienes, al ver avanzar la columna Zavala, rompieron vivísimo fuego, al punto contestado por nuestras tropas. Ante la imposibilidad de continuar por más tiempo aquella lucha a pecho descubierto, ordenó el coronel Zabala el ataque de la trinchera a la bayoneta, en cuyo momento cuyó muerto el bravo coronel. Tomó entonces el mando, el teniente coronel Lecea, que, atacando con dos batallones de cazadores la fortificación enemiga, tomóla a viva fuerza, siendo acuchillados por nuestros soldados gran parte de los defensores, que en su huida abandonaron 70 muertos. Nuestras bajas, además de la del coronel Zabala, fueron 10 soldados muertos, y 5 oficiales y 25 de tropa, heridos. El día 9 de
Marzo, siguió su marcha la división sobre Imus,
capital de la República Filipina, donde se suponía habían de encontrar nuestros
soldados extraordinaria resistencia, pues se sabía que los rebeldes contaban
con alguna artillería, y en los diferentes reconocimientos practicados, se
habían visto cortados los puentes y defendidos los pasos de los ríos. Además,
los fugitivos de Dasmariñas y Salitrán, se habían unido a la guarnición
insurrecta de Imus, y esta circunstancia, así como
la de ser este pueblo el principal baluarte de la insurrección tagala, daban
mayor importancia a la operación proyectada.
Verificáronse primeramente, algunos
movimientos preparatorios para establecer el
contacto entre la división Lachambre y las fuerzas de
Las Piñas, que debían cooperar al avance, y una vez ocupadas las dos orillas
del rio Zapote, después del ligero combate entablado el día 10 en Presa Molino,
continuaron la marcha todas las columnas reunidas bajo el mando personal del
general en jefe.
Desde Presa
Molino, se partió hacia Salitrán, con objeto de
limpiar de enemigos aquella zona, pues durante la permanencia de las tropas en
el Zapote, habían intentado los rebeldes apoderarse de Salitrán y Dasmariñas.
El 24, muy
de madrugada, se lanzó la división al asalto de las dos trincheras que defendían
a Imus, de 2 y 3 kilómetros de extensión, muy bien
establecidas y apoyadas en un sin número de obstáculos naturales. Nuestros
soldados las tomaron a la bayoneta, cargando contra el enemigo, con una
bizarría sin igual, muriendo al tomar la segunda trinchera el capitán Sánchez
Mínguez, con gran parte de la fuerza de su compañía, que iba en la extrema
vanguardia. Los rebeldes hacían una resistencia desesperada, y es probable que
hubieran rechazado a los asaltantes, si no hubiera sido envuelta la trinchera
por ambos flancos por la brigada Serralde, ante cuyo esfuerzo se retiró el
enemigo precipitadamente, dejando abandonados cientos de muertos al pie de las
trincheras. Nuestras bajas fueron muy sensibles, muriendo dos capitanes, un
teniente y 22 de tropa, y quedando heridos un jefe, tres capitanes, seis
oficiales y 119 soldados. .
Faltaba,
para coronar tan brillante jornada, apoderarse a viva fuerza del pueblo, que
se aprestaban a defender grandes núcleos insurrectos, parapetados en las
casas. Emplazáronse las baterías de montaña, y
comenzaron un fuego eficaz a 700 metros de Imus.
Ante la imposibilidad de sostenerse, en la que hasta entonces había sido
capital de la insurrección, incendiáronla los
rebeldes
Tomado Imus, fueron ocupadas, según se había previsto, Bacoor, Cavite Viejo y Binacayán,
así como las trincheras del Zapote, que abandonaron los insurrectos, a quienes,
como resultado de tan gloriosos combates, no se dejaba más retirada que la del
mar.
El general
Polavieja había regresado a Manila, enfermo de fiebres palúdicas, y, deseando
coordinar la clemencia con el rigor, dictó un amplio bando de indulto, al cual
se acogieron infinidad de familias, que volvieron a sus hogares, abandonados a
raíz del comienzo de las operaciones militares en Cavite.
Pero la
insurrección continuaba con una potencia relativa, ocupando los rebeldes los
pueblos de Novaleta y Malabón (nueva capital de la república filipina, desde la toma de Imus),
y con el objeto de apoderarse de ellos, dió el
general en jefe instrucciones al general Lachambre, para que emprendiese nuevo movimiento ofensivo el día
1 de Abril.
Reunida la
división, se dirigió la columna Arizón sobre Novaleta desde Dos Bocas, mientras la brigada Marina
marchaba por el camino de Rosario, y la de Serralde amagaba a San Francisco.
Los rebeldes, engañados con la marcha del general Marina, se obstinaron en
defender el pueblo de Rosario, y mientras se hallaban entretenidos en su
defensa, llegó Arizón a Novaleta,
ocupándole sin resistencia. Nuestras bajas fueron : un teniente y 9 de tropas
muertos, y 3 oficiales y 56 soldados, heridos. Las del enemigo pasaron de 300.
El 6 de
Abril, cayó en poder de nuestros soldados el pueblo de San Francisco de Malabón, después del admirable movimiento envolvente
ejecutado por el general Marina, que hizo a los insurrectos más de 1,600
bajas, cogiéndoles gran número de
provisiones, tres cañones y muchas armas de fuego y blancas, siendo nuestras
bajas, 25 de tropa muertos, y un jefe, 7 oficiales y 97 soldados heridos.
La salud del
ilustre general Polavieja no era lo satisfactoria que hubiera sido de desear,
por lo cual pidió al Gobierno su relevo (según otros, dimitió al negársele los
refuerzos que había solicitado anteriormente), embarcándose para la Península
a mediados de Abril, y siendo reemplazado, el 23 de dicho mes, por el capitán
general, don Fernando Primo de Rivera y Sobremonte.
Al dejar el
mando de las islas Filipinas el señor Polavieja, los insurrectos estaban
completamente desmoralizados. Las provincias de Zambales, Bataán, Tárlac, Pampanga, Nueva Ecija y Manila, estaban completamente pacificadas. En la de Cavite ofrecían
poquísima resistencia; los presentados a indulto eran cada vez en mayor número,
y, por fin, en los campos se habían reanudado las faenas agrícolas, como si se
hubiese restablecido por completo la normalidad.
El
recibimiento que se hizo en España al general Polavieja, fué en extremo afectuoso, y las Cortes, para recompensar los meritorios servicios
prestados a la patria, por el prestigioso caudillo, acordaron concederle la
gran cruz de la orden de San Fernando, en atención a que, haciendo el tercer
número en la escala de Tenientes generales, se creyó que no había de tardar
mucho tiempo en ostentar en su uniforme las divisas de la más alta jerarquía
del Ejército.
CAPÍTULO XX
|