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DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA

(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)

CAPÍTULO VII

Significación del Ministerio conservador.— Circular del sefior Silvela.— La Junta Central del Censo.— Pruebas oficiales del submarino Peral.— Melilla: agresión a una patrulla de caballería. Reclamaciones diplomáticas.— Otra vez Ponapé.— Toma de un poblado rebelde.— Congreso católico.— Viaje de Sagasta.— Elecciones provinciales.— Disolución de Cortes.— Los partidos ante las elecciones generales.— Nueva coalición republicana.— Los carlistas.— Resultado de las elecciones.— Apertura de Cortes.— Mensaje de la Corona.— El 1.° de Mayo.—Encíclica de S. S.— Debates parlamentarios.— Asamblea de las Cámaras de Comercio.— La ley del Banco.— Nuevo partido republicano.— La amnistía.— Suspensión de sesiones.

 

La caída de Sagasta causó, como no podía menos, dolorosísima impresión en los fusionistas, que no concluían de digerir una crisis tan en contra suya resuelta. Temían que el nuevo Gobierno, tan enemigo como se había mostrado en el Parlamento de las libertades otorgadas al pueblo, desvirtuase la recta aplicación del sufragio universal, por medio de arbitrariedades y violencias en las elecciones provinciales, próximas a celebrarse.

El primer acto de Cánovas después de tomar posesión de la Presidencia, fue hacer la importante declaración, de que el Gabinete era una conjunción liberal-conservadora, como lo probaba el hecho de ocupar cartera los señores duque de Tetuán y Beránger, que tan distanciados habían estado siempre de los procedimientos seguidos ante- riormente por el partido conservador.

El señor Silvela, por su parte, hizo público el programa del Ministerio, por medio de una circular dirigida a los gobernadores civiles de las provincias. En ella, después de reconocer que las reformas implantadas por los liberales en sus cinco años de permanencia en el Poder, constituían un estado legal que necesariamente se había de aceptar, manifestaba que se ensayaría con entera sinceridad el sufragio universal, hallándose el Gobierno animado de los mejores deseos para que la referida ley respondiera al objeto que había guiado a sus creadores.

Prometía después el ministro de la Gobernación, proteger decididamente la producción nacional, basado, entre otros medios y poderosos auxiliares, en la revisión arancelaria; establecer la nivelación en los presupuestos y reprimir, finalmente, todos los males, dondequiera que apareciesen.

Con respecto a asuntos electorales, recomendaba el señor Silvela a los gobernadores que le prestasen «todas las garantías de verdad que al honor del país importan», y terminaba diciendo que, de repetirse las vergüenzas electorales, que desde hacía tiempo deshonraban nuestra historia, el sufragio universal sufriría gravísimo perjuicio, pues su mixtificación vendría a demostrar que en nuestra nación, ningún sistema daría fruto sano.

Leyóse en las Cortes, el día 7 de Julio, el decreto de suspensión de sesiones, siendo acogido por parte de los fusionistas con grandes vivas al Parlamento y a la Soberanía Nacional.

Ya por entonces se había constituido la Junta Central del Censo, organismo creado por la ley del sufragio universal, sancionada el 26 de Junio.

La misión de la referida Junta, era la formación del censo, y la dirección de todos los asuntos electorales, interviniendo en cuantas operaciones dieran lugar los mismos, y resolviendo las dudas que surgiesen, sin más obligación que la de dar cuenta al Congreso de las decisiones por ella tomadas.

Fue nombrado presidente de la Junta, el señor Alonso Martínez, y vocales de la misma, los señores Cánovas, Sagasta, Martos, Castelar, Salmerón, Ruiz Zorrilla, marqués de Montevirgen, Elduayen, Cárdenas, Gil, Cervera, Palanca y Valero. Era secretario, el señor Fernández Martín, oficial mayor del Congreso.

En una de las primeras sesiones de la Junta se acordó que se celebrasen las elecciones de diputados provinciales por medio del sufragio universal.

Aprobóse después, una proposición del señor Sagasta, que venía a ser una especie de voto de censura contra el Gobierno, por haber éste consentido que varios ayuntamientos intervinieran en las operaciones del censo. Visiblemente contrariados con este acto los señores Cánovas y Silvela, se retiraron de la Junta, prometiendo no volver a concurrir a, las deliberaciones en tanto lo estimaran conveniente.

Por aquellos días llegó a Madrid el ilustre teniente de navio, don Isaac Peral, inventor del submarino eléctrico que lleva su nombre, realizando su viaje desde Cádiz materialmente en triunfo. En Madrid fue acogido con largas y espontáneas ovaciones, siendo recibido por la Reina Regente, a la que detalló los pormenores de su invento, recibiendo de S. M., como regalo, una hermosa espada de honor.

El submarino Peral, era para la nación española algo más que un acontecimiento: de su resultado dependía el resurgir de nuestro poderío naval. Por eso la espléndida imaginación meridional de los españoles se manifestó en aquella ocasión en toda su amplitud.

Puede decirse que el nombre de Peral lo llenaba todo, y tanto en las conversaciones como en la prensa, los experimentos hechos por don Isaac Peral, en el puerto de Cádiz, tenían lugar preferentísimo; desbordándose el entusiasmo de las gentes, al conocer las satisfactorias pruebas realizadas en la segunda quincena del mes de Junio.

El proyecto de Peral databa ya de algunos años, habiéndolo hecho público a poco de estallar el conflicto con Alemania, a causa de las Carolinas. Ofreciólo al Gobierno, y el ministro de Marina, que lo era, a la sazón, el vicealmirante Pezuela, acogió el pensamiento con verdadero cariño. Los ministros que se sucedieron en el ramo, apoyaron también a Peral en su empresa; pero no sin tener aquél que sostener, antes, laboriosas luchas burocráticas y aun apelar a altísimas influencias en vista de que pasaban años y años sin adelantar un paso.

En efecto, como declara el mismo Peral, se perdía lastimosamente el tiempo en hacer, con pocos recursos, pruebas parciales innecesarias, hasta que, por fin, en 1889 se le dieron más facilidades, verificándose las pruebas definitivas el día 7 de Junio de 1890. Dieron éstas un resultado admirable, comunicado por el capitán general del Departamento de Cádiz, señor Montojo, al ministro de Marina, en un telegrama que fue leído en las Cortes, en medio de atronadores aplausos, especialmente en el Senado, donde varios generales de la armada expresaron su admiración por el inventor, en particular el señor Rodríguez Arias, que declaró «que su recuerdo más grato, era no haber omitido nada, absolutamente nada, para la terminación de esa obra, habiéndole facilitado cuanto había sido posible».

La Junta técnica que había presenciado los experimentos, dio su informe favorable, haciendo constar que el submarino se sumergió a diferentes profundidades, y navegó bajo el agua cortas distancias con bastante facilidad, siendo el resultado que el barco, aun siendo de construcción defectuosa, podía sumergirse relativamente bien, haciéndose invisible durante las inmersiones.

El marqués de la Habana, cumpliendo el acuerdo del Senado, felicitó al inventor en nombre de la Cámara, y el capitán general del Departamento le envió las insignias de la cruz de segunda clase de Mérito Naval, con distintivo rojo, diciéndole en su comunicación : «Puede usted ostentar con noble orgullo esa cruz, satisfecho de su merecimiento, puesto que en ella está consignada la fecha del acontecimiento realizado por usted con un valor e inteligencia que me ha cabido la suerte de ser el primero en reconocer».

Continuaron durante algún tiempo, los experimentos con el mismo resultado favorable, lo cual indujo a Peral a construir un buque mayor, para lo cual hizo un pre- supuesto de 800,000 pesetas, que pareció al ministro excesivo y, en consecuencia, nombró una Junta consultiva que estudiara el asunto y resolviese en definitiva.

A partir de aquel momento, comenzaron para don Isaac Peral los angustiosos días de la Pasión. Las envidias de los unos, y el cansancio de los otros, se sobrepusieron a la patriótica iniciativa del sabio electricista. Peral fué calificado de iluso, de ignorante, de dilapidador del Erario nacional, que comprometía la vida de los que le acompañaban en sus inmersiones, y, para que nada faltase en su calvario, se alzaron voces demostrando que Peral no había inventado nada, limitando su tarea a plagiar la teoría descubierta por Nordentfelt sobre la aplcación de hélices horizontales a los buques sumergibles.

Por si eran pocas todas estas contrariedades, sus mismos compañeros, los que con tanto afán le habían ayudado en la construcción, esos cinco tenientes de navío, que propuestos por el mismo Peral, se habían sumergido con él, al realizarse las pruebas oficiales, no encontraron mejor manera de desacreditar el invento, que con la extraña petición de la cruz laureada de San Fernando, a pretexto del grave peligro corrido por ellos el día de la inmersión.

Abrióse, en consecuencia de esto, el oportuno juicio contradictorio, siendo nombrado juez instructor el capitán de fragata, señor Concas. En el proceso declararon los tripulantes del submarino, haciendo constar las deficiencias del mismo, que carecía de las condiciones de estabilidad tan necesarias en los buques de esta clase ; y como precisamente lo que deseaban los peticionarios de la laureada era, más que la concesión de la cruz, patentizar los defectos observados en el invento ; que, naturalmente, había de tener, como los tienen todos los intentos de cosas nuevas, que con el tiempo se corrigen y perfeccionan ; el fallo denegó la petición de los compañeros de Peral.

Pero el resultado del juicio contradictorio ya había surtido sus efectos. Pasó el fallo a la Junta consultiva de Marina, que se reunió bajo la presidencia del general Beránger, y puesto a discusión el presupuesto de Peral para la construcción del nuevo submarino, fue desechado el proyecto, abandonándose el invento por inservible.

De este modo terminó un asunto que por tanto tiempo había interesado a la opinión pública. Peral intentó continuar sus experimentos, hasta que, rendido de tanta adversidad, desistió por completo de su empeño, dedicándose a escribir artículos pretendiendo justificarse ante la opinión ; pero como necesariamente tenía que atacar las opiniones de superiores y compañeros, se le obligó a pedir la licencia absoluta.

Este desenlace conmovió hondamente al país, pues nadie esperaba que tan de repente le volviesen la espalda al inventor, los que hasta entonces habían sido sus favorecedores, llegando a entablarse grandes discusiones entre los partidarios y enemigos del submarino, en las que estos últimos llevaron la peor parte.

Un hombre ilustre salió a la defensa de Peral, publicando un razonado escrito en el que, después de destruir todo el informe de la Junta consultiva de Marina, decía textualmente :

«Que otros le silben, si sienten apetito ; yo le aplaudo y le felicito por sus trabajos y por su invento».

Mientras todas estas cosas sucedían en la Península, un gravísimo incidente se había desarrollado en Melilla el día 20 de Julio. Efectuaba, dicho día, un paseo militar por la línea fronteriza una sección de caballería al mando de un oficial, y habiendo notado que dentro del campo español se habían establecido con sus ganados unos cabileños de las inmediaciones, dióles orden de desalojar aquel terreno, a cuyo requerimiento se opusieron los moros que, en unión de otros que llegaron rápidamente, rompieron nutrido fuego sobre las tropas españolas, teniendo éstas que retirarse a Melilla. Acudió en el acto el batallón disciplinario y una compañía del regimiento de Málaga, al mando del teniente coronel Díaz, entablando vivo combate con los rífenos, a los que causó infinidad de bajas, obligándoles a salir del territorio español, donde habían tomado posiciones.

Protestó vigorosamente el Gobernador militar de Melilla de la agresión de que habían sido objeto nuestras tropas por parte de los moros, y el bajá de Mazuza contestó lamentando el suceso y manifestando que prohibiría a los moros la entrada dentro de los límites españoles.

El ministro español en Tánger, señor Figueroa, dirigió al Maghzen la correspondiente reclamación, recordándole que el suceso de referencia se debía al incumplimiento del artículo 5.° del tratado de Tetuán, que disponía la instalación de guarniciones de askaris, en las inmediaciones de nuestros presidios africanos. Siguiéronse las necesarias negociaciones para deslindar los campos y obtener el castigo de los culpables, traduciéndose todo lo conseguido en el envío por el Sultán de una embajada que, a pesar de manifestar a la Regente los buenos deseos que animaban a Muley el Hassan respecto a España, no traía solución práctica alguna que impidiera para lo sucesivo hechos de tanta gravedad como el que últimamente se había desarrollado en Melilla.

También en las Carolinas volvió a alterarse nuevamente la paz en aquellos días.

El día 25 de Julio, un destacamento de tropas españolas que había salido de Ponapé al mando del teniente Porras, fue súbitamente acometido en el poblado de Oua, por infinidad de indígenas armados. De la breve lucha que se entabló, resultaron muerte el teniente y 50 soldados. Enterado el capitán general de Filipinas, señor Weyler, del suceso, envió una escuadrilla, conduciendo 500 hombres de desembarco, mandados por el coronel Gutiérrez de Soto, que pocos días después de su llegada a aquellos parajes, se suicidó, a causa del mal resultado de las operaciones emprendidas, encargándose del mando el comandante del crucero Velasco, quien, al frente de las tropas, tomó a la bayoneta, después de un sangriento combate, el poblado de Oua.

Poco después desembarcó el coronel Serrano con nuevas fuerzas y batió a los rebeldes, dispersándoles en todas direcciones y dividiendo los territorios ocupados en grandestrozos, que distribuyó entre los reyezuelos de aquella isla, afectos a nuestra causa.

La política, en tanto, estaba completamente encalmada, a causa del veraneo, y aparte de los discursos pronunciados por Sagasta en Bilbao y Santander, nada de particular ocurrió durante los meses del estío. S. M. la Reina Regente se había trasladado a San Sebastián, y desde allí fué a realizar una visita a los astilleros del Nervión, asistiendo a la botadura del crucero Infanta María Teresa.

A fines de Octubre, la proximidad de las elecciones provinciales dio margen a numerosos viajes de propaganda electoral, realizados por los prohombres de los diversos partidos que acudían a la lucha. Sagasta fué a Zaragoza, y al entrar en esta población, un grupo de entusiastas desenganchó los caballos del coche que le conducía, y ocupó el lugar de aquéllos, llevándole en triunfo por toda la ciudad, sin cesar de aplaudir en el trayecto y dar vivas al sufragio universal.

Celebróse un mitin en el teatro Pignatelli, y allí explicó Sagasta las causas de la crisis, diciendo que se había visto obligado a abandonar el poder a causa de las impaciencias de los que ya no son amigos nuestros. Estas palabras fueron saludadas con una prolongada ovación por parte de los asistentes al acto. Iguales demostraciones de cariño recibió Sagasta a su llegada a Barcelona, repitiéndose la escena del desenganche de los caballos. Algunos periódicos dijeron que los que arrastraban el coche del jefe de los fusionistas en su paseo por la ciudad condal, habían llegado en el mismo tren que el político riojano; pero parece ser que la voz de «¡fuera los caballos!» se oyó en diferentes calles, siendo coreada por la multitud.

Por su parte, los liberales madrileños no quisieron ser menos que sus colegas de Zaragoza y Barcelona, y prepararon a Sagasta una manifestación de simpatía a su llegada a la corte, que se verificó a últimos de Noviembre. Coincidió casi con su llegada, un ruidoso motín de cigarreras en Madrid, promovido por las malas condiciones en que las operarias de la fábrica de tabacos efectuaban el trabajo. Acudieron el gobernador y fuerzas de la guardia civil y seguridad, que fueron apedreadas por las amotinadas, restableciéndose el orden pocos días desr pues.

Verificáronse las elecciones provinciales en los primeros días de Diciembre, obteniendo el Gobierno en este primer ensayo del sufragio universal, gran mayoría. En Madrid resultó triunfante la candidatura fusionista y en las provincias se observó que mientras en los grandes centros de población, las masas votaban por los republicanos, en cambio en los pueblos, los caciques inclinaron el resultado, por aquel de los bandos de quien más tenían que esperar.

De todas maneras las elecciones transcurrieron en medio de la mayor Indiferencia, absteniéndose de votar más del 6o por 100 del censo.

Dio comienzo el año 1891 con la reunión en Madrid de la Asamblea de Maestros y del Congreso Agrícola de Castilla, en cuyos actos se tomaron acuerdos y se votaron conclusiones que no llegaron a traducirse en hechos, limitándose el Gobierno a leer las exposiciones que le dirigían los congresistas, sin volver a ocuparse de los asuntos cuya resolución se le había recomendado.

Disueltas las Cortes, el día 29 de Diciembre, se prepararon los partidos para la lucha, pretendiendo sacar el mayor número posible de candidatos triunfantes. Los republicanos, contando con la gran fuerza que les daba el apoyo de las masas, se esforzaban en parecer unidos, siquiera fuera durante el período electoral, acallando momentáneamente todas las rencillas que separaban a los diferentes grupos.

Notóse desde los primeros momentos que entre los posibilistas reinaba marcada tendencia a coaligarse con sus correligionarios de otras fracciones, y después de varias entrevistas con los señores Pi y Salmerón, así lo declaró el señor Castelar, mostrando, sin embargo, decidido empeño, en que Sagasta entrase con los fusionistas a formar parte de la coalición, por entender que frente al enemigo común de las libertades, debían unirse en Es- paña todos los elementos de ideas democráticas.

Sagasta, a pesar de que buena parte de sus partidarios deseaba la unión con los republicanos, no aceptó la invitación, acaso para no ser considerado como sospechoso en su monarquismo. Por esta razón, sus relaciones con Castelar se enfriaron muchísimo.

Por fin, la alianza se pactó entre los republicanos, dándose conocimiento de ello al señor Ruiz Zorrilla, que la subscribió diciendo que aquella alianza era «la aurora que precedía al Sol de la República».

Los carlistas acudieron también a la lucha con cierto entusiasmo, inexplicable en sus ideas contrarias al parlamentarismo; pero don Carlos no quiso que en las Cortes próximas a reunirse, dejara de alzarse una voz que «pidiera se rasgara para siempre el artículo 11 de la Constitución, porque siendo los españoles católicos, no podían consentir que en el suelo de la Patria, se propagasen otras religiones, ni se alzasen otros altares, que los del Divino Cristo, hijo de aquella madre cuya luz brilla con incomparable resplandor sobre el bendito Pilar de Zaragoza».

Celebráronse las elecciones el día señalado, obteniendo el Gobierno un triunfo enorme, debido exclusivamente al ministro de la Gobernación, señor Silvela, que demostró ser inimitable en el maravilloso arte de tocar todos los resortes electorales y en la confección del encasillado oficial. Hechos los escrutinios y proclamados los triunfantes, el Congreso quedaba constituido de la siguiente manera :

Conservadores ......................271 diputados

Fusionistas .............................95

Liberales martistas................... 8

Republicanos .........................29

Reformistas ............................13

Carlistas. ................................. 6

Independientes .........................3

Total. ....................................425 diputados

Como detalle de aquellas elecciones, citaremos la derrota del señor Salmerón, que luchaba por el distrito de Gracia (Barcelona). Conocida es la gran fuerza con que contaba, en el referido distrito, el prestigioso jefe republicano, siendo menester para arrebatarle el acta toda clase de coacciones, chanchullos, etc. Este hecho da prueba de cómo compilan los gobernadores civiles la circular del señor Silvela, a raíz de la caída de los fusionistas.

El 2 de Marzo, se verificó la solemne apertura de Cortes, leyendo la Reina Regente el discurso de la Corona. Declaraba S. M. en el Mensaje, que el Gobierno res- petaría las reformas políticas realizadas por el anterior ministerio, y prometía organizar el reclutamiento y reemplazo del Ejército, sobre la base de la instrucción militar obligatoria, adelantar las obras de defensa de las costas y mejorar las condiciones en que vivían los jefes y oficiales de los institutos armados.

En cuanto al problema económico, manifestaba que se combatiría el déficit del presupuesto, haciendo cuantas economías consintieran los diferentes servicios.

Constituido el Congreso, fué elegido Presidente don Alejandro Pidal, por 229 votos. Para la Presidencia del Senado fué nombrado el general Martínez Campos. El ministro de Hacienda leyó dos proyectos de ley, reformando la del Banco, y pidiendo autorización a las Cortes para levantar un empréstito en Deuda interior al 4 por ICO, Amortizable en 50 años.

Leyéronse también en el Congreso los presupuestos generales del Estado, cuyos ingresos importaban pesetas 733.785,728 por 752.703,928 a que ascendían los gastos.

Transcurrió el primero de Mayo en medio de la natural agitación del elemento obrero, que aprovechó la Fiesta del Trabajo para reproducir sus pretensiones en lo relativo a las ocho horas de jornada y el aumento de salarios. Tanto en Madrid como en Barcelona, Valencia y Bilbao, menudearon las coacciones, sin que por fortuna se hiciese precisa la intervención de la fuerza armada, por haber guardado los trabajadores una actitud más pacífica que ei año anterior.

Sin embargo, la cuestión obrera preocupaba hondamente a todas las naciones, y los Gobiernos procuraban atender, en lo posible, el grave asunto que representaba la aspiración del proletariado. S. S. el Papa León XIII se creyó en el caso de intervenir en la contienda social, para definir el pensamiento de la Iglesia, ante el programa de los socialistas, y al efecto publicó una carta-enciclica, dirigida a todos los primados de las naciones, en cuyo documento sentaba el verdadero principio de la propiedad, que pretendía universalizar el socialismo.

Decía el Papa que la tal propiedad era tan legítima, como el propio salario devengado por los obreros, y para demostrarlo, presentaba como caso práctico, la probabilidad de que un obrero pudiese ahorrar parte de su jornal, empleando el indicado ahorro en una finca, deduciendo en vista de ello que «la finca que el obrero compró así, debía ser tan suya como suyo era el salario que con su trabajo ganó». Culpaba también S. S. del incremento tomado por el socialismo a «unos cuantos opulentos hombres que han puesto sobre los hombros del proletariado un yugo que difiere poco del de los esclavos», y terminaba aconsejando a los patronos un poco de transigencia y de caridad, porque ésta «es paciente, es benigna, no busca el provecho, todo lo sobrelleva, todo lo soporta».

Mientras tanto, continuaba en el Congreso la discusión del proyecto de reforma de la ley del Banco, por el que se concedía al referido establecimiento la facultad de au- mentar la circulación fiduciaria hasta el límite de 1,500 millones de pesetas, siempre que conservara en sus cajas en metálico, y barras de oro o plata, la tercera parte, cuando menos, del importe de los billetes en circulación, y la mitad de esa tercera parte precisamente en oro.

Se prorrogaba además la duración del privilegio otorgado al Banco de España por la ley de 19 de Marzo de 1879, hasta el 31 de Diciembre de 1921. En compensación a estas concesiones, se obligaba al Banco a anticipar al Tesoro público 150 millones de pesetas, por los que no cobraría interés, ni tendría derecho al reintegro, hasta el último día del año 1921, en el cual serían reembolsados. Este anticipo debería ser puesto a disposición del ministro de Hacienda en tres plazos, pagándose respectivamente en 1.° de Julio de 1891, 1.° de Julio de 1892, e igual fecha de 1893, a razón de 50 millones en cada uno de los plazos.

Tanto en el Congreso como en el Senado, fue objeto el anterior proyecto de gran oposición, que se exteriorizó igualmente fuera del Parlamento, a causa de haber coincidido su discusión con la asamblea de las Cámaras de Comercio, que por aquellos días se verificó en Madrid.

Los congresistas nombraron una numerosa comisión con el encargo de visitar al señor Cánovas pidiéndole, además de la reforma del Código de Comercio en lo referente a las quiebras, la suspensión de los debates del proyecto de ley del Banco, hasta que en pública información se hubieran oído todos los pareceres sobre el citado proyecto. Según el parecer de los comisionados, a quienes apoyaba en sus gestiones la Junta directiva del Círculo de la Unión Mecantil, el aumento en la circulación fiduciaria irrogaría a la nación graves perjuicios, no estimando, además, de justicia, la prórroga del privilegio otorgado al Banco.

Sin embargo, nuestro primer establecimiento de crédito era merecedor de esas concesiones, a causa de los grandes favores que había prestado al Tesoro y de los que después había de prestarle. Así lo manifestó el señor Cánovas a sus visitantes, notificándoles que la Haciendo pública necesitaba esos 150 millones para destinar 87 de ellos a completar el presupuesto de escuadra de 1888, y los otros 63, para otras diversas atenciones, todo lo cual quedaría cubierto con el anticipo que el Banco haría al Gobierno en unas condiciones que ningún particular podría subscribir.

Era, pues, justo que el Banco obtuviese algún beneficio en pago de su desinterés. Votóse la ley el 17 de Junio, e igualmente fué aprobada la emisión de deuda amortizable al 4 por 100 para convertir la deuda flotante adquirida, y la que se pudiese contraer hasta fin del año 1891.

El día 20 de Junio se reunieron los republicanos que seguían las inspiraciones del señor Salmerón, acordando constituir un nuevo partido. Era poco que se hallasen divididos en posibilistas, federales de ambas clases y progresistas de Zorrilla y Esquerdo respectivamente; hacía falta un grupito más que evidenciase su falta de unión, y de ahí la necesidad de formar el partido centralista, en cuyo programa entraba la unión ibérica, bajo la forma de república federal, la autonomía regional y municipal, el servicio militar obligatorio, la supresión del impuesto de consumos y la elección de diputados a Cortes, en las islas Filipinas.

Formaban el directorio los señores Salmerón, Pedregal, Azcárate, Labra, Cervera y Melgarejo.

En el mes de Julio fué sancionada por la Reina Regente la ley de amnistía en favor de los sentenciados por delitos políticos y de imprenta que hubieran sido cometidos hasta el 21 de Abril de aquel año, otorgándose a los jefes y oficiales del ejército a quienes comprendía esta disposición, derecho al retiro con arreglo a los años de servicio que contasen al ser baja en filas. A los individuos de tropa amnistiados que no hubieran servido el tiempo reglamentario, se les destinaría a los cuerpos que designase el ministro de la Guerra para completar el que habían servido los de su reemplazo. Y con esta ley, las de reforma de la del Banco, y emisión de amortizable y otra aumentando el sueldo a los jefes y oficiales del Ejército, se suspendieron las sesiones de Cortes el día 15 de Julio

 

 

CAPÍTULO VIII

La Corte en San Sebastián.— Campaña de Mindanao.— Sus causas.— Pensamiento del general Weyler.— Ataques de los moros.— Preparativos.— Comienzan las operaciones.— Acción de Maradig.— Las enfermedades.— Combate de Maraui.— Tregua forzosa.— Atentado contra el capitán general de Cataluña.— Ataque a un cuartel en Barcelona.— Catástrofe de Consuegra.— Dimisión de Beránger.— Romero Robledo reingresa en el partido conservador.— Crisis total.— Nuevo Ministerio.— Sucesos de Jerez.— Ruptura de las relaciones comerciales con Francia.— La transferencia a la Trasatlántica.— Los astilleros del Nervión.— El 1.° de Mayo.— Capítulo de huelgas.— En Barcelona.— En Bilbao.— Los telegrafistas.— Los agentes de bolsa.— Nuevo contrato con la Compañía Arrendataria de Tabacos.