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DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)CAPÍTULO XXIGUERRA EN FILIPINAS
Decíamos
anteriormente que, en reemplazo de Polavieja, había sido nombrado gobernador
general de las islas Filipinas, el general Primo de Rivera, que en la madrugada
del día 23 de Abril, llegó a Manila, tomando posesión del mando, que le había
sido conferido por el Gobierno de S. M.
La
insurrección, a la llegada del nuevo general en jefe, se hallaba en plena
decadencia, después de las graves derrotas experimentadas por los rebeldes, y
de la ocupación por nuestras tropas de Silang, Dasmariñas, Imus, Novaleta y San Francisco de Malabón.
Pero aun quedaba en su poder gran parte del las provincias de Cavite y Batangas, contando con buena
provisión de armas y municiones, y con alguna artillería, fabricada por ellos
mismos, y por tanto, defectuosa.
En cambio, se hallaban bien provistos de dinero, procedente de las
contribuciones impuestas a las zonas en que dominaban, y no les faltaban los
víveres. En Manila había algunas partidas, y lo mismo acontecía en diversos
puntos de las provincias de Bulacán, Bataán y Tayabas, calculándose el número de insurrectos en armas, en
unos 25,000 hombres.
El 30 de
Abril, salió a operaciones el general Primo de Rivera, dirigiéndose a Cavite y
saliendo nuevamente al siguiente día con dirección a Salitrán y Dasmariñas. El 3, emprendieron la marcha sobre Indang todas las fuerzas que componían el ejército de
operaciones, divididas en tres brigadas al mando de los generales Suero,
Pastor y Ruiz Serralde, atravesando los escarpados barrancos, a que dan el
nombre de Doce Apóstoles, al camino de dicho pueblo. El enemigo esperaba a
nuestros soldados al lado opuesto del barranco de Limbón,
en cuyas proximidades se hallaban las fuerzas de vanguardia a las cinco de la
tarde del día referido. Pensóse, primeramente, en
acampar sobre el terreno, esperando la llegada del nuevo día para desalojar a
los rebeldes de las posiciones que ocupaban; pero como, por otro lado, precisaba
levantar la moral de las tropas, se ordenó el ataque, que realizaron
briosamente el regimiento número 70 y el batallón de cazadores número 3. La
acción fué rapidísima, y el enemigo, desconcertado,
abandonó las trincheras, una hora después de haberse roto el fuego, sin que
los españoles tuvieran más que 15 bajas .
Pernoctóse en el barrio de Aluloo, y en las primeras horas de la madrugada del 4, se
continuó el avance, con todo género de precauciones, pues los caminos estaban
obstruidos y los puentes cortados por el enemigo, cuyo fuego había que
contestar necesariamente, sin cesar un instante, hasta llegar a 400 metros de Indang. El pueblo estaba bastante bien
defendido, según se había podido comprobar en un reconocimiento practicado,
consistiendo las principales defensas en varios reductos que sostenían el
centro y flancos de las posiciones rebeldes. El convento y las casas del pueblo
eran otras tantas fortalezas. La columna encargada del asalto, se lanzó
resueltamente contra las trincheras de los rebeldes, coronándolas después de
irresistible choque, y persiguiendo a los insurrectos dentro del mismo pueblo,
cuyo convento e iglesia, no tardaron en caer en poder de nuestros soldados,
izándose en ellos la bandera española. Nuestras bajas, casi todas en el combate
cuerpo a cuerpo, que decidió la ocupación de las trincheras enemigas, fueron 20
muertos y 50 heridos.
El 5 de
Mayo, salió el general en jefe con las brigadas Suero y Castilla, hacia Naic, para preparar el ataque de Maragondón,
quedando el general Pastor en Indang, con parte de
su brigada, con objeto de asegurar el abastecimiento desde Palanqué a Silang. El general Ruiz Serralde estaba aquel día
en Amadeo, enviándosele instrucciones para que ocupase los pueblos de Méndez
Núñez, Alfonso y Bailén.
El día 10,
embarcaron las tropas en el Alava, que hizo rumbo al
anochecer hacia Punta Restinga, donde desembarcó la columna al día siguiente,
dirigiéndose a Maragondón, después de breve
escaramuza con los rebeldes que trataron de impedir el desembarco. La marcha
de nuestras tropas fué sumamente difícil y penosa a
causa del calor excesivo, que produjo algunos casos de insolación y de asfixia,
de los que murieron 16 soldados y el capitán de fragata Oset.
Las tropas pernoctaron en Kaputunán, a dos
kilómetros de Maragondón, que fué tomado el 11, tras duro combate que nos costó 130 bajas, ocupándose después,
sin resistencia, el pueblo de Ternate.
Con estas
ocupaciones, y las efectuadas por los generales Ruiz Serralde y Castilla, que
se apoderaron, respectivamente, de Méndez NúÑez,
Alfonso, Bailón y Magallanes, quedó en poder de las tropas españolas la provincia
entera de Cavite, huyendo el enemigo hacia las montañas del Sungay,
donde fué atacado por el general Jaramillo, que tomó
a los insurrectos, el 30 de Mayo, el pueblo de Talisay,
que les servía de refugio.
Emilio
Aguinaldo se hallaba en los montes de Puray (Manila),
con el grueso de la insurrección, ocupando formidables posiciones, que fueron
tomadas en operación combinada que realizaron las columnas del teniente
coronel Dujiols, y del comandante Primo de Rivera.
Los enemigos sufrieron incalculables bajas, pues al huir de una, daban en otra
columna, y sólo así se explica que dejasen abandonados 200 muertos. Las
nuestras fueron 23 muertos y 53 heridos.
Quedaba, pues, asegurada la parte norte de la provincia de Manila, y limpia completamente de rebeldes la de Cavite. En Batangas apenas quedaban grupos insurrectos, y en La Laguna ocurría lo propio, vigilando el general Jaramillo el campamento de Looc, único que conservaban los revoltosos. En esta
situación, creyó el general Primo de Rivera, llegado el momento de dirigirse a
los insurrectos, exhortándoles a deponer las armas, y al efecto, publicó un
bando concediendo amplísimo indulto a los que se presentasen. Los resultados
no fueron muy satisfactorios, pues si bien las presentaciones eran numerosas,
se recogieron muy pocas armas, lo cual venia a
probar que los rebeldes no desistirían tan fácilmente de su actitud. De todos
modos, la insurrección se reduela a las provincias de
Bulacán, Nueva Ecija y Pampanga, en donde ocupaban
bastantes posiciones que obligaron a nuestras tropas, a cercarlas durante los
meses de Junio y Julio, haciéndose lo propio en Biac-na-bató, capital del Gobierno filipino. Los insurrectos, a
partir de su expulsión de la provincia de Cavite, se mantuvieron a la
defensiva, sin dar, apenas, señales de vida, hasta los primeros días del mes de
Agosto, en que un fuerte contingente de rebeldes atacó el pueblo de San Rafael,
motivando la salida de tres columnas al mando del coronel Iboleón,
y de los tenientes coroneles Pastor y Olaguer que, encontrando a los
insurrectos en Balinag, les derrotaron completamente,
causándoles 125 muertos y 300 heridos, por 44 bajas que sufrieron nuestras
columnas. Para impedir nuevos ataques a dicho pueblo, que parecía ser el
constante objetivo de los rebeldes, se formó otra columna mandada por el
comandante González, que les batió, obligándoles a encerrarse en Biac-na-bató. Entonces, eligieron
el pueblo de Aliaga, y acumulando todas sus fuerzas, se lanzaron al asalto en
la noche del 3 al 4 de Septiembre, incendiando las casas y sitiando al
destacamento, que se defendió con gran energía. De Nueva Ecija,
salió el general NúÑez,
con fuerzas a sus órdenes, y el coronel Monet hizo lo propio desde Santor, mientras la brigada del general Castilla por Tárlac, se dirigió al pueblo amenazado. El día 7, se
estableció el contacto entre las tres columnas que, al día siguiente, entraban
por distintos sitios en Aliaga, rechazando a los sitiadores, que emprendieron
la fuga, dejando abandonado el rico botín que habían cogido en su saqueo a las
casas del pueblo. La jornada fué bastante dura, y
costó la vida al capitán del destacamento, don Valeriano García, a más de
otras 40 bajas, entre muertos y heridos. El mismo general Núñez resultó con una
herida grave en la pierna.
Estos
ataques de los rebeldes tenían por fundamento la necesidad de proveerse de
víveres, de los cuales empezaban a escasear, dado el
bloqueo establecido por nuestras fuerzas a sus posiciones, tanto en Bulacán y
Nueva Ecija, como en La Laguna y Batangas. En esta
última provincia, los rebeldes intentaron saquear el pueblo de San Pablo,
acudiendo en su auxilio el general Jaramillo, que frustró sus propósitos, si
bien con sensibles pérdidas por nuestra parte, que consistieron en 62, entre
muertos y heridos.
Habiendo
resuelto el general en jefe, emprender el ataque decisivo a las posiciones de Biac-na-bató, empezó a circular
las oportunas órdenes para que, como preliminares de la operación, comenzasen
las columnas a desalojar a los insurrectos de los puntos que ocupaban en Puray, Minuyán y Looc, encomendándose al general Mo- net el ataque del
campamento establecido por Macabulos, en el Arayat, lo que se verificó en el mes de Noviembre. Ocupados Puray y Bosoboso, se
dispuso que las tropas se apoderasen de la montaña de Minuyán,
avanzada de Biac-na-bató,
que con estas operaciones quedó encerrado en un estrecho circulo de fuego. Sólo
faltaban las órdenes para emprender el ataque a este último baluarte de la
insurrección, cuando se dispuso, que callasen los cañones y empezase su obra
pacificadora, la diplomacia.
Veamos por
qué se dió este giro al poblema que se estaba resolviendo con las armas.
Según
parece, el Gobierno español consideró como virtualmente terminada la campaña
con la toma de Malabón, y en ese sentido, había
dado instrucciones el general Primo de Rivera, al embarcar éste para el
archipiélago filipino, para que procurase tratar con los principales
caudillos de la rebeldía y llegara a la paz, cosa que deseaba grandemente el
Gabinete de Madrid. Las negociaciones se entablaron casi tan pronto como Primo
de Rivera se hubo hecho cargo del mando, acogiéndolas los
insurrectos con cierta reserva que motivó la continuación de las
hostilidades, durante los meses de Mayo y Junio. En el mes de Julio, empezaron
a concretarse algo las aspiraciones de los rebeldes, quienes delegaron su
representación en don Pedro A. Paterno, para que fijase las bases de arreglo,
de común acuerdo con el general en jefe. Este, comunicó al Gobierno las buenas
disposiciones que animaban a los insurrectos, y ante el deseo de que la guerra
terminara pronto, se dictó el R. D. de 12 de Septiembre de 1897, reformando el
régimen y administración del archipiélago, robusteciendo la autoridad del gobernador
general y reglamentando algunas de las disposiciones descentralizadoras de las
reformas del señor Maura, aplicadas años antes, por las cuales los capitanes de
los tribunales municipales, que hasta entonces eran nombrados por elección
indirecta por la Principaba del pueblo, dependían
directamente del Capitán general, quien les nombraba y separaba libremente
autorizándose a éste para que, en casos excepcionales, nombrase los capitanes,
aun cuando no pertenecieran a la comunidad municipal, cuya representación se
le confiaba.
El segundo
fin que se realizaba con estas reformas, era el de incluir en el número
de sociedades ilícitas, las asociaciones secretas, tales como el katipunán y otras similares, estableciéndose, además, penas
para los que incurriesen en el delito de propaganda del separatismo. Se
disolvían, además, las guardias veterana y civil, refundiéndolas en un solo
cuerpo, bajo la denominación de gendarmería rural, creándose una inspección
general de policía, con agentes en todo el archipiélago y en los países
cercanos. Estos últimos quedaban a las órdenes de los cónsules de España en
los puntos donde ejercían su cometido. Precisaba, también, evitar que el
Las
negociaciones entre Primo de Rivera y Paterno se prolongaron varios meses, y
hasta los primeros días de Octubre no se traslució nada de cuanto pudieron. tratar ambos negociadores.
Por fin se
llegó a un arreglo, y el Capitán General envió a Madrid para su aprobación,
las bases de paz estipuladas por el representante de Emilio Aguinaldo.
Aprobadas que fueron por el Gobierno del señor Sagasta, se dirigió Primo de
Rivera a Paterno manifestándoselo, y dando un plazo a los rebeldes para
concluir la paz. Paterno fué a Biac-na-bató, poniéndose de acuerdo con Aguinaldo y otros
significados cabecillas y firmándose enseguida el pactoj que lleva el nombre de dicho pueblo, por
«Gobernador
general a Presidente del Consejo de ministros.
«Cumplido
programa con toda exactitud, siendo inmenso el entusiasmo en las provincias
recorridas hasta zarpar vapor Uranus para Hong Kong.
Aguinaldo y titulado Gobierno, dirígenme sentida
instancia, poniendo sus familias al amparo de nuestra noble nación; prometo
que así será. Generales Monet y Tejeiro siguen Biac-na-bató, dando pases y recogiendo armas. Entregaron 14
prisioneros, entre ellos fraile Bailer. Siete
influyentes cabecillas quedan con pase mío, para obligar a entregarse a los de
todas las provincias, y de no conseguirlo, se pondrán a mis órdenes para
perseguir a los que titulan bandidos. Hoy es el día que con efusión grito : ¡Viva España!—Primo de Rivera.»
Al conocerse
en España el anterior telegrama, el júbilo fué indescriptible, si bien no faltaron los que acogieron la grata nueva con
cierto recelo, no exento de incredulidad. De todas maneras, el Gobierno decretó
júbilo oficial y se celebraron funciones religiosas en acción de gracias por
el término de una campaña que, aparentemente acabada, había de costar a
España, meses después, la pérdida de la más rica de sus colonias.
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