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DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)CAPÍTULO XVIIIGUERRA EN FILIPINAS
Es natural
que ante los acontecimientos que se desarrollaban en la isla de Cuba, la
política estuviera en España relegada a segundo término. En efecto, ya hemos
dicho anteriormente, que Cánovas hubo de presentarse a las Cortes liberales en
1895, para obtener la aprobación de los presupuestos, funcionando aquéllas
hasta el 30 de Junio en que se suspendieron las sesiones.
En Abril de
1896, se celebraron las elecciones generales, que no despertaron interés
ninguno, sacando triunfante el
Gobierno casi todos los candidatos encasillados, sin que encontrase mucha
oposición en la lucha electoral, por no haber acudido los partidos a los
comicios con el entusiasmo de otras veces. Los republicanos lucharon
fraccionados, sin llegar a la unión (tampoco la intentaron), pareciendo tan
sólo, que la muerte del señor Ruiz Zorrilla (ocurrida el 13 de Junio del año
anterior) habla disipado los arrestos de sus correligionarios.
Libre, pues,
de toda amenaza política, se presentó el. señor Cánovas del Castillo a las
nuevas Cortes, que se abrieron con la solemnidad de rigor, el 11 de Mayo,
siendo elegido presidente del Congreso el señor Pidal, y nombrado para el
Senado, el señor Elduayen, a quien sustituyó en el ministerio de Estado, el
duque de Tetuán, ya conforme con el relevo del general Martínez Campos, que
tanto habla indignado al paladín de los caballeros del Santo Sepulcro.
El Congreso
se constituyó el 16 de Junio, comenzando la discusión del proyecto de
respuesta al Mensaje, que aprovechó el señor Silvela para hacer público su
programa político. En la fracción acaudillada por este señor, era donde tenia Cánovas su verdadero peligro, y no tardó mucho tiempo
en demostrarse que la inhabilidad del jefe del partido conservador, dando entrada
en el Gabinete al señor Bosch y Fustegueras, habla
de proporcionarle serios disgustos, pues los silvelistas interpretaron la presencia de este señor en el Ministerio,
como una provocación y un fuerte palmetazo de Cánovas, contra, quienes con
tanta saña habían combatido al ex alcalde, por las inmoralidades descubiertas
en el Ayuntamiento de Madrid, las cuales, como se recordará, ocasionaron la
caída de los conservadores a fines del año 1892.
Asi es que, desde que juró el
Gobierno, en Marzo de 1895, Silvela y sus amigos se separaron ostensiblemente
El general
Martínez Campos, respondiendo a un reto que por carta le dirigió el general
Borrero, hubo de concertar un desafío con este último señor, que no llegó a
verificarse, por haber sido sorprendidos cuando iban a batirse (4 de Junio),
por el Capitán general de Madrid, señor Primo de Rivera, que, presentándose
inopinadamente en el campo del honor, suspendió la pantomima y exigió a los
duelistas su palabra de no insistir en el duelo. Negáronse éstos, y en su virtud, la primera autoridad militar de la región, arrestó a
ambos generales en sus casas. ¡Grave mortificación debió ser para el ilustre
héroe de Sagunto el verse arrestado por un inferior jerárquico! Sin embargo,
no protestó y cumplió su arresto con una resignación verdaderamente
encantadora.
Pero tanto
ese asunto, como los interesantes debates de las Cámaras, apenas si preocupaban
a la pública opinión, más atenta a las derivaciones que podía traer consigo
la insurrección cubana, según se desprendía de la inquietante actitud que
observaban los Estados Unidos. El Gobierno de esta República venía protestando
siempre de su simpatía a España; pero, a pesar de todo, sus agentes no se
cuidaban de impedir las reuniones que celebraban los rebeldes en propio
territorio de la Unión, ni
Claro es que
el Presidente de los Estados Unidos, Mr. Cleveland, apoyaba sus protestas de
cariño hacia España, en el hecho de haberse negado a sancionar el acuerdo
tomado por la Cámara de los diputados de su país, pidiendo que se reconociese
la beligerancia de los insurrectos cubanos; pero, por otro lado, aseguraba a
los representantes en Cortes, que el Consejo federal se hallaba preparado para
realizar la intervención, en el momento que se considerase oportuno. En los
grandes centros de población norteamericana, el odio hacia España era cada vez
mayor, y solía exteriorizarse frecuentemente, con manifestaciones antiespañolistas, que terminaban, las más de las veces, en
agresiones contra los consulados de nuestra nación, a la que ultrajaban en
plena vía pública, quemando banderas españolas.
En Abril de 1896,
teniendo que disculpar el Gobierno yanqui el veto interpuesto por el
Presidente, al acuerdo del Congreso norteamericano relativo a la beligerancia
de los cubanos, se dirigió el secretario de Estado, Mr. Olney,
a nuestro Gabinete, ofreciéndole sus buenos servicios, para poner término a la
guerra de Cuba, que «tan perjudicial resulta a los intereses de España, como
para los de la Confederación norteamericana». Tuvo Cánovas el buen acuerdo de
declinar semejante ofrecimiento, después de agradecerlo suficientemente,
haciendo constar en la respuesta, que en el Mensaje leído por la Corona a las
nuevas Cortes, el Gobierno español declaraba
Con todo, y
por si no diesen resultado favorable estas medidas, no se descuidaba un momento
el ilustre ministro de la Guerra, general Azcáraga,
dictando aquella serie de disposiciones, por las cuales pudo llevar tan
magistralmente a la práctica la admirable movilización de tropas, que fué y es aún hoy día, el asombro del mundo militar.
Es preciso
que nos detengamos un momento en el estudio de la obra realizada por el general
Azcárraga, para que se comprenda la magnitud de la empresa confiada a su
talento.
Recordaremos
que en Agosto de 1892, poco tiempo antes de la caída de los conservadores,
habían éstos ultimado todo lo necesario para dotar a nuestro ejército del
armamento Maüser, en substitución del anticuado Remington, que usaban a la sazón nuestras tropas. El
proyecto del Gobierno se hizo público, se comunicaron a la prensa las cifras
del presupuesto de adquisición, se negoció con la casa constructora, y cuando
sólo faltaban leves detalles para dar el asunto por terminado, surgió la crisis
y el digno general Azcárraga abandonó la cartera de Guerra, cuyo puesto fué ocupado por el general López Domínguez.
Castelar
había ya lanzado a la publicidad su famoso manifiesto, cantando las excelencias
del presupuesto de paz, y a él se agarró fervientemente el nuevo ministro de la
Guerra, que, procurando hacer más política que patria, mantuvo a nuestro
ejército con el deficiente armamento que poseía, a cambio de media docena de
republicanos, que, siguiendo las orientaciones del señor Castelar,
ingresaron en la Monarquía.
En efecto,
el señor López Domínguez, para congraciarse con el jefe de los posibilistas,
acogió su programa con visible simpatía, y, olvidando aquello de Si vis pacem para bellum (olvido
inexcusable en un militar), pregonó la necesidad de realizar economías en su
departamento, y empezando por suspender la previsora medida de su digno
antecesor, el general Azcárraga, dictó aquellas disparatadas disposiciones que
trajeron, como consecuencia, la más completa desorganización del Ejército, que
tan evidentemente se demostró al procederse a aquella modesta movilización
motivada por los sucesos de Melilla en 1893. Se redujeron los cupos, se
desatendieron importantes servicios y, cuando fué menester dar a Europa una muestra de nuestra vitalidad militar, dimos el triste
espectáculo de necesitar cerca de dos meses para enviar al Africa una expedición de 20,000 hombres. Y Africa está a las
puertas de España, a unas horas escasas de navegación a partir de cualquiera de
nuestros puertos del Estrecho.
El ministro
de la Guerra, que con un abandono inconcebible, habla querido prescindir de
dotar a nuestro ejército de medios ofensivos, tuvo que acudir
precipitadamente a la compra de varias partidas de armamento Maüser, con las cuales se formaron algunas secciones de
tiradores, que ensayaron el nuevo fusil en los campos de Melilla.
Terminaron
aquellos desagradables sucesos, y el general López Domínguez, con un optimismo
exagerado, continuó sus economías en el presupuesto de Guerra, que alcanzaron
grandes proporciones en 1894, especialmente en el contingente de hombres
señalado para guarnecer la isla de Cuba, que al estallar la insurrección, sólo
contaba con 16,000 hombres para defender los intereses de la Patria.
En este
estado de cosas encontró el general Azcárraga su departamento, al volver a
ocuparle en Marzo de 1895. Hubo necesidad de contratar el armamento Maüser, en peores condiciones que las que ya tenía
ultimadas en 1892, y aun con todo no se pudo adquirir para todas las tropas el
mismo modelo, siendo menester acudir a la Argentina, que facilitó algunos
millares de fusiles, de calibre superior al contratado, con lo cual se
dificultaba el municionamiento de las columnas, dando lugar a incidentes
lamentables.
Ante la
necesidad de enviar refuerzos a nuestra colonia antillana, procedió el general
Azcárraga a organizar varios batallones provisionales, con fuerzas sacadas de
la Península por sorteo en todos los cuerpos. Pero los refuerzos no bastaban, y
el reclutamiento por sorteo no es nunca perfecto, por necesitar el soldado ser
mandado por sus jefes naturales, con quienes convive, y se halla encariñado.
Azcárraga lo comprendió así, y dispuso el envío a Cuba de los primeros
batallones de los regimientos de línea, tal como estaban constituidos, con el
natural aumento de hombres para completar sus plantillas en pie de guerra.
Asimismo destinó a la Gran Antilla un batallón, por
cada dos de cazadores, y paulatinamente fué movilizando cuerpos de todas las armas, hasta reunir, en los cinco primeros
meses de su permanencia en Guerra, 80,000 hombres que, unidos a los 16,000 que
ya había en Cuba, daban un contingente total de 96,000 hombres en
operaciones.
Sucesivamente
se fueron destinando a nuestra colonia, nuevas fuerzas, compuestas de las
compañías de los regimientos regionales de Baleares, Canarias y Puerto Rico,
además de los batallones sueltos que se crearon con carácter provisional, de
tal modo, que al poco tiempo de la llegada de Weyler a Cuba, pudo este general
contar con
Bien es
verdad que el pueblo español ayudó mucho, con su patriótica actitud al
Gobierno, y muy especialmente la prensa, distinguiéndose entre todos los
periódicos El Imparcial, que instaló en todas las provincias un sanatorio para
los soldados heridos o enfermos que regresaban de la campaña.
No menos es
de admirar la vitalidad de que dió muestras el
capital español, concurriendo al empréstito de obligaciones del Tesoro sobre la
Renta de Aduanas, cubriéndole con exceso, y demostrando a la alta banca francesa,
que España sabía responder gallardamente a su negativa de facilitar fondos a
nuestra nación, a pesar del elevado interés ofrecido por el ministro de
Hacienda.
Desgraciadamente,
las buenas noticias que sobre la marcha de la insurrección cubana, mandaba
Weyler en los últimos meses de 1896, fueron profundamente atenuadas por los
primeros rumores que empezaron a circular en Agosto, sobre el descubrimiento
de la conjura separatista en Filipinas. Existía de antiguo en este
archipiélago una asociación secreta denominada Katipu-nán, cuya organización era muy semejante a la
fracmasonería. Formaban ella, casi todos los elementos aristocráticos
indígenas, y aun cuando en un principio su enemiga sólo se dirigió contra el
clero regular (dominicos), pronto los iniciados empezaron a combatir veladamente a los
elementos españoles y a todo cuanto de España procedía.
La
asociación se propagó bien pronto entre los tagalos, y dieron comienzo las
conspiraciones para lanzar el grito de independencia. El capitán general del
archipiélago, señor Blanco, tuvo algunas referencias de lo que se tramaba;
pero no les concedió importancia alguna, y apenas si tomó medidas de
precaución.
Los tagalos,
entretanto, continuaban sus preparativos, y aprovechando la circunstancia de
estar España guerreando en la isla de Cuba, decidieron rebelarse, después de
ultimados los detalles relativos al caso.
El
movimiento estuvo a punto de fracasar, por causa de uno de los conjurados,
apellidado Patifio, que, arrepentido a última hora,
confesó al padre agustino Fr. Mariano Gil, todo el plan de la sedición en
proyecto, con pruebas materiales y una lista de los comprometidos.
Ante la
gravedad de las revelaciones, no tuvo otro recurso el general Blanco, que tomar
cartas en el asunto, ordenando registros y practicando detenciones, con la
natural lentitud de la jurisdicción ordinaria.
Pero
mientras todo esto sucedía en Manila, los conjurados adelantaron la fecha, y
reunidos el día 25 en el pueblo de Novaliches, dieron
comienzo a la insurrección, sosteniendo el primer combate de la campaña con el
destacamento de la guardia civil acantonado en Malabón,
al que obligaron a retirarse, después de algunas horas de fuego.
Los rebeldes
aumentaron de una manera prodigiosa, y envalentonados con el resultado del
combate del 25, se presentaron el 30 en los arrabales de Manila, siendo
rechazados, causándoseles más de 100 muertos y haciéndoles algunos
prisioneros.
La provincia
de Cavite se sublevó en masa, atacando
La gran
importancia de Cavite y la necesidad de asegurar su posesión, obligaron al
general Blanco a enviar en aquella dirección una columna compuesta de fuerzas
del ejército y de la armada, al mando del comandante de ingenieros señor
Urbina, ordenándosele que desde Cavite marchase a socorrer a Novaleta. Llegó la columna a su destino, y en el momento en
que se disponía a cumplimentar las órdenes recibidas, se descubrió un complot
tramado en Cavite para asesinar a todos los españoles, en cuanto se hubiesen
alejado las tropas, para lo cual el alcaide de la cárcel debía facilitar la
fuga de todos los presos.
Como
consecuencia del complot, se suspendió la salida de la columna, y ello fué causa de que se rindiera Novaleta
después de heroica defensa. Entonces, todo el esfuerzo del gobernador militar
de Cavite se redujo a reforzar las guardias y a vigilar por si el enemigo
intentaba el asalto de la plaza, como parecía era su propósito.
El día 1.° de Septiembre se ordenó al comandante de la guardia
civil, señor García Aguirre, que saliese con fuerzas del instituto a recoger a
los hombres de su cuerpo concentrados en diferentes pueblos. Salió el
comandante, al cual se incorporaron en Las Pifias unos 100 guardias civiles y
acto seguido verificó un detenido reconocimiento sobre Imus.
En el camino de Bacoor, encontró al enemigo que defendía
el puente de este pueblo, viéndose obligado a retroceder ante la superioridad
de las fuerzas contrarias. Salió nuevamente el día 2 con mayores fuerzas y recorió los pueblos de Pefiaraque y Las Pinas, retirándose poco tiempo después, a causa de la gran resistencia
que, como el día anterior, encontró en el camino de Bacoor.
Ante
resultados tan desfavorables, el general Blanco formó una columna importante
que, saliendo el mismo día 2 de Manila, al mando del general Aguirre, llegó al
anochecer a Las Pinas, continuando la marcha el día 3 en dirección a Imus, donde el enemigo, fuertemente parapetado, rechazó a
nuestras tropas, causándoles siete muertos y veinte heridos, entre ellos un
jefe y un oficial.
El 5 de
Septiembre, se supo en Manila que el teniente jefe de la línea del puesto de la
guardia civil en Silang, se hallaba sitiado, con su
familia, en la casa cuartel que le servía de residencia, y para libertarle,
envió en su auxilio el general Blanco, una compañía de infantería, que
desembarcó en Biñang el 6, tomando el 7 el camino de Silang. En Camona encontraron las
tropas españolas al enemigo, teniendo que forzar la entrada del pueblo,
obstruida por los rebeldes con varias barricadas. Ya en el interior,
resultaron vanos los intentos del capitán que mandaba la compañía para abrirse
paso a viva fuerza, por lo cual hubo de hacerse fuerte en una casa que le
sirvió de refugio durante la noche, rechazando los ataques de los tagalos, que
le cercaron.
Al día
siguiente y habiendo tenido noticias del asesinato del oficial de la guardia
civil a quien se trataba de libertar, regresó la columna a Manila, conduciendo
los nueve muertos y 27 heridos, que había tenido en los combates de Carmona.
«Desde este
momento—dice un ilustrado cronista militar,—la situación estaba
bien definida. Cuantos reconocimientos habían verificado nuestras tropas, no
nos proporcionaron más ventajas que las noticias que respecto de la
insurrección en la provincia de Cavite, trajeron los jefes de las columnas,
noticias que no podían ser más desfavorables. Todas ellas habían sido
rechazadas y se habían retirado en vista de su gran inferioridad y de lo
fuertes que eran las posiciones de los rebeldes. La provincia de Cavite
pertenecía a los insurrectos, sin poseer nosotros más que la plaza y los
pueblos de San Roque y la Caridad, inmediatos a ella, que permanecían, por
decirlo así, neutrales.»
El 10 , practicó una columna de ingenieros, salida de Cavite,
otro reconocimiento por el camino de la playa, sin encontrar seria resistencia,
llegando hasta el istmo de la Estanzuela. El 17, se repitió el reconocimiento,
encontrando las fuerzas a los rebeldes, que ocupaban el pueblo de la Caridad,
retirándose nuestros soldados después de vivo combate que nos costó algunas
bajas. A partir de este momento, y creyéndose siempre posible un ataque de los
insurrectos a Cavite, se aumentó la guarnición de la plaza con varias
compañías y se emplazaron varias piezas en Portavega para batir el pueblo de Novaleta, principal centro
de la rebeldía.
A fines de
Septiembre, llegaron a Manila los primeros refuerzos enviados desde la
Península, consistentes en un batallón de infantería de marina, con cuya
llegada se decidió el general Blanco a ocupar el istmo de Novaleta,
único punto de acceso a Cavite que podían utilizar los rebeldes, para llegar a
la plaza.
No sólo se
reducía la insurrección a la provincia de
Sitiada en
el campamento de Talisag, una compañía de infantería, organizóse, el 8 de Octubre, una expedición en su
socorro, compuesta de dos columnas, al mando de los tenientes coroneles Heredia
y Benedicto, que salieron respectivamente de Calamba y Tananán. Ninguna de las dos pudo desalojar al
enemigo de las posiciones que ocupaba próximas a Talisag,
retirándose ambas con dos oficiales y trece soldados muertos y un jefe, dos
oficiales y diez y nueve de tropa heridos. La fuerza sitiada intentó hacer una
salida para unirse con las columnas; pero, rechazada por los sitiadores, hubo
de rendirse.
«Este
desgraciado hecho de armas—dice Gallego,—y principalmente, la grandísima
importancia que desde el principio, concedió el general Blanco al
establecimiento de estas líneas militares, que constituían la base de su plan
de campaña, puesto que de ellas dependía que los insurrectos de Cavite
invadiesen o no, las provincias cercanas, y el que fuera relativamente fácil,
en caso negativo, batir los grupos rebeldes de ellas y reducir la
insurrección a Cavite, y muy difícil en el segundo, fueron las causas que
motivaron la salida a operaciones del general Blanco, que en unión del jefe de
Estado Mayor, general
Los
rebeldes, que mostraban especial empeño en invadir las provincias de Laguna y
Batangas, fueron alcanzados, el día 18, por el general Jaramillo, que con dos
compañías de cazadores y otra de la guardia civil les derrotó completamente,
causándoles 150 muertos, a cambio de dos bajas que sufrieron nuestras tropas.
Inmovilizadas
nuestras tropas en la provincia de Cavite, el mismo día 18, atacaban los
insurrectos la línea Bilog-Bilog, lanzando
considerables masas en formidable asalto contra dicha línea el 26. El
destacamento al mando del capitán Gener se batió
bravamente, dando lugar con su heroica resistencia a que llegasen en su
socorro, dos compañías de infantería, que obligaron a los rebeldes a retirarse
con grandes pérdidas.
Recibidos
los refuerzos que se esperaban de España, decidió el general Blanco pasar a la
ofensiva, para lo cual concentró en Cavite Nuevo unos 3,000 hombres que habían
de operar en combinación con la columna Aguirre, apoyadas ambas por los cañones
de la escuadra.
La columna
mandada por el coronel Marina, en su movimiento sobre Cavite Viejo, fué derrotada por los tagalos en Binacayán.
El enemigo se había situado a la salida del pueblo y ocupaba trincheras
formidables, desde las cuales batía el camino de la playa, que era
precisamente el que había de recorrer Marina en su avance. Apenas empezó éste,
rompió el fuego el enemigo, causándonos infinidad de bajas. La columna, pronto
quedó envuelta en un círculo de fuego, que hacían los insurrectos desde sus
posiciones y desde un camino paralelo al que recorrían nuestras tropas, y que
conducía también a Cavite Viejo. En los primeros momentos fué herido
Sólo la
serenidad de Marina (que recibió una segunda herida), pudo evitar que la
derrota de sus tropas se convirtiera en desastre. Gracias a sus excelentes
disposiciones, se pudo lograr una retirada brillante.
La jornada
costó a los españoles 28 muertos y 103 heridos.
Entretanto,
otra columna mandada por el coronel Díaz Matoni salió
de Delahicán, con el mismo objeto que la de Marina;
pero los rebeldes le cerraron el paso, y la obligaron a retirarse con 42
muertos y 97 heridos.
Por el sur
de Cavite operaba el general Aguirre, que fué más
afortunado que los anteriores, pues venció toda la resistencia del enemigo y
tomó a Talisag, teniendo ocho muertos y quince
heridos. La operación hubiera resultado más completa, si hubiese podido
concurrir a ella la columna del coronel Arizmendi, que hubiera cortado la
retirada a las grandes masas de rebeldes batidas por el general Aguirre.
El día 13,
salió el general Aguirre de Talisag, que quedó
destruido por los ingenieros, dirigiéndose las tropas a Calamba,
donde embarcaron, el 16, para Santa Cruz de la Laguna, deshaciendo las partidas
que allí se encontraban y pacificando en pocos días toda la provincia.
«Por causas
que desconocemos — añade Gallego,—y que no son de este lugar, el ataque no se
emprendió de nuevo, en Cavite, con arreglo al mismo plan u otro más conveniente; y esta inacción, unida al desdichado éxito conseguido con las operaciones de Novaleta y Binacayán, no pudo
menos de levantar la moral de los insurrectos. Después de cuatro meses, no
habíamos conseguido penetrar en la provincia de Cavite, nuestras columnas habian sido rechazadas, y ellos
juzgaron ya segura su independencia.»
Como es
natural, en España causaron muy mal efecto las noticias de la insurrección
filipina, y la opinión pública censuraba acremente al general Blanco, y pedía a
gritos su relevo. Resistíase a ello el señor Cánovas
del Castillo, hasta que, a instancias de la Reina Regente, se decidió a nombrar
segundo cabo al teniente general, don Camilo García Polavieja, que llegó a
Manila el día 4 de Diciembre, posesionándose inmediatamente de su destino y del
cargo de gobernador militar de la capital, anejo a aquél.
A todo esto,
la insurrección aumentaba rápidamente, adquiriendo por momentos, grandes
vuelos. Ya no se reducía a la isla de Luzón. El día 5, telegrafiaba el Capitán
General que se había descubierto una conspiración en ía isla de Paragua, siendo fusilados cinco comprometidos. Al crucero «Velasco» se
le ordenó que desde Joló se dirigiera a Paragua, para estar a la expectativa
de los sucesos.
El día 5, el
teniente coronel Darnell, con fuerzas de su mando,
batió en Bigtasen (Batangas) a los rebeldes,
destruyéndoles un fuerte y una batería en construcción. El mismo día, el
teniente Rodríguez puso en fuga a nuevos grupos, que en su huida cortaron el
telégrafo a Fuente Santiago.
El 7, fueron fusilados Catalino Miguel, Angel Cristóbal, Baldomero Castro, Benito Blanco, Lorenzo Paz y Lázaro Eduasolo, los cuales habían asesinado anteriormente al artillero Juan Barberá. Entretanto,
el general Blanco, que no había querido entender lo que significaba el destino
de Polavieja, como segundo cabo del archipiélago, continuaba aferrado a la
Capitanía General, sin decidirse a presentar su dimisión,
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