EL EVANGELIO DE CRISTO
SEGÚN SAN PABLO
Análisis biohistórico
de la Carta a los Romanos
Cristo Raúl Y & S
Prólogo biohistórico
La necesidad de
aplicarle a la Epístola a los Romanos de San Pablo el método biohistórico
que le aplicara anteriormente a las famosas 95 Tesis de Lutero
surge de la relación entre esta Carta y la confesión por antonomasia
de la Reforma, su ley madre: “La Fe sola”, al parecer tomada de
esta Epístola. Digamos que yo no soy quien para juzgar a nadie,
pero en cuanto hijo de Dios sí me considero capacitado para poner
sobre la mesa el juicio de Dios sobre quien manipula la Sagrada
Escritura, por las razones subjetivas que fueren, sea añadiendo
o quitándole parte al Texto o desfigurando mediante la parte el
todo.
Si mal no recuerdo
creo que es el propio Dios, en boca de su Hijo, quien al final
de su Libro, por la mano de San Juan, dio a conocer su juicio
contra todo el que se atreviera a quitarle o se atreviese a añadirle
palabra al Texto de la Sagrada Escritura, diciendo: .
“Yo atestiguo
a todo el que escucha mis palabras de la profecía de este Libro
que, si alguien añade a estas cosas, Dios añadirá sobre él las
plagas descritas en este Libro; y si alguno quita de las palabras
del Libro de esta profecía, quitará Dios su parte del árbol de
la vida y de la ciudad santa, que están escritos en este Libro”.
Personalmente
entiendo por “este libro” el Libro de Dios, en su conjunto, de
principio a fin, de Génesis a Apocalipsis, de manera que acabándolo
el Autor da a conocer su sentencia contra todo el que se atreviera
o atreviese a manipular su Libro, todo él, se entiende, una profecía
de principio a fin. Sobre lo cual hay mucho que decir pero en
cuyo tema no nos entretendremos más de la cuenta; de hacerlo lo
haría únicamente en la medida que lo exija este Análisis de la
Carta a los Romanos, en cuyas páginas el Apóstol de los Gentiles
dejó escritas las líneas maestras de su Evangelio, que hombre
indoctos pervirtieron contra el consejo de San Pedro, profeta,
quien viendo venir lo que habría de pasar con el fruto de la inteligencia
de Pablo ya lo anunciara, diciendo:
“Por esto, carísimos,
esperando estas cosas, procurad con diligencia ser hallados en
paz, limpios e irreprochables ante El, y considerad la longanimidad
de nuestro Señor como salvación, según nuestro amado hermano Pablo
os escribió conforme a la sabiduría que a él le fue concedida.
Es lo mismo que, hablando de esto, enseña en sus epístolas, en
las cuales hay algunos puntos de difícil inteligencia, que hombres
indoctos e inconstantes pervierten, no menos que las demás Escrituras,
para su propia perdición”.
Hablando sobre
puntos de difícil inteligencia San Pedro se refería a puntos de
difícil interpretación, entendiendo esta dificultad desde el abismo
que separa la inteligencia del Creador de la de la Criatura, abismo
que “personas indoctas” -incluyendo San Pedro en esta categoría
a los sabios según los títulos académicos por los que el mundo
reconoce a sus hombres doctos- pervierten; es decir, manipulan
para mediante la perversión del sentido divino de la Escritura
reclamar para sí la santidad del espíritu del Autor del Libro.
Manipuladores que no faltaron entonces ni habrían de faltar hasta
nosotros, cosa que se demuestra dando un paseo por la memoria
histórica del Género Humano, pero que dejaremos para otro momento
pensando en el acceso público que todo el mundo tiene a las memorias
de la Humanidad en general y del Cristianismo en especial.
La acción perversora
a la que se refiere San Pedro debemos nosotros entenderla como
la manipulación que tiene lugar cuando se saca un texto de su
contexto, se traslada este texto a un contexto ajeno y se interpreta
el texto original desde el contexto extraño al texto original.
En realidad todo el mundo puede realizar una operación vírica
de este tipo. Es una operación que en la vida diaria es el pan
de cada día. Desgraciadamente no debiera ser así, se entiende,
pero es lo que hay. Ciertos políticos y ciertos periodistas son
maestros en este arte de perversión de un texto, de donde se demuestra
que cualquiera es capaz de sacar adelante con éxito una operación
de trasplante de contexto.
De todas formas,
para no perderme en retóricas y demagogias destinadas a marear
la perdiz y ganarme la atención del lector mediante imágenes inconscientes
innatas, es bueno poner los puntos sobre las íes. Quiero decir,
el éxito de una operación de manipulación de un texto, de una
frase o de cualquier mensaje depende de un factor clave, sin cuya
presencia todos los intentos, incluso el del más genial de los
genios, no pasarían de ser un aborto mal alumbrado. Esta condición
es la ignorancia del destinatario de la operación manipuladora.
Para engañar, pervertir o manipular a alguien hay que contar con
la ignorancia de ese alguien. No se puede engañar ni pervertir
ni manipular a alguien que conoce perfectamente el texto del mensaje
y la identidad del mensajero. Tomemos el caso de Adán y la Serpiente.
En toda la historia
de la Creación no encontraremos un caso de manipulación tan básico.
Tal vez por esto, independientemente de que “ese toro ya había
acorneado con anterioridad”, las consecuencias de aquélla manipulación
han cambiado de un forma tan revolucionaria la estructura de la
relación entre Dios y su Creación. Entremos en los intríngulis
del caso. Adán estaba a la espera del regreso de Dios. Dios estaba
poniendo a Prueba la Obediencia y Fidelidad de Adán. No abrir
la Caja de Pandora, en términos clásicos, era la Prueba. La confianza
entera puesta en su creación Dios descansó de todas sus obras,
Día séptimo de la creación del Universo.
Desde la teología
de los reformadores, especialmente la calvinista, Dios le dio
la espalda a su hijo para que pasara lo que en su presciencia
y omnisciencia había predispuesto, la Caída de Adán. Según la
teología de la Reforma, siendo Dios Omnisciente y Presciente las
dos partes en el conflicto, Satán y Adán, estaban predestinadas
a interpretar en sus carnes el guión de antemano escrito por el
Creador de ambos: Adán la Caída y Satán la Traición.
Desde la Teología
que Jesucristo puso en marcha Dios es omnisciente y presciente
y la posibilidad de la Traición y de la Caída entraban en el contexto
del futuro del Edén. Pero si Dios no nos dejara a sus hijos la
libertad para decidir por nosotros mismos la puerta de qué futuro
queremos abrir, en este caso no habría libertad ni creación a
imagen y semejanza de Dios; y la filiación divina del hombre sería
una gigantesca farsa.
Las puertas de
la Vida y de la Muerte estaban delante de Satán, y de Adán. Sí,
la caja de Pandora estaba ahí. Pero entre el tentador y el tentado
había una diferencia letal. El primero conocía por experiencia
la naturaleza de lo que guardaba la caja; el segundo sólo sabía
lo que le había dicho Dios, que el día que la abriera, moriría.
Amando, conociendo y creyendo en Dios, Adán se limitó a elegir,
entre la vida y la muerte, la vida. En cuanto a la caja, Adán
no conocía la naturaleza de lo que escondía. Ni le preocupaba.
El fruto mataba al que lo comía. Con qué tipo de veneno mataba
no era su problema, al muerto la forma de morir una vez muerto
¿qué le importa?
Esa era la prueba
que Adán tenía que superar, permanecer solo en el Edén durante
un tiempo equis. A Su regreso se le daría la corona del mundo
y bajo su reinado la Sabiduría se abriría en flor, expandiendo
su gobierno hasta los confines de la Tierra. Más sencillo imposible.
Y para que el tiempo le fuera más leve le dio Dios por compañero
una hembra.
Así estaban las
cosas cuando entró en el escenario, con pleno conocimiento de
causa, en posesión de todas sus facultades mentales e intelectuales,
uno de los hijos de Dios, uno de aquellos hijos a los que Dios
les confiara el proceso de civilización de las razas humanas,
aquél que se llamaba Satán.
“Cuando el Altísimo
distribuyó su heredad entre las gentes, cuando dividió a los hijos
de los hombres, estableció los términos de los pueblos según el
número de los hijos de Dios”- dijo Moisés en su cántico (Deuteronomio).
Satán sí conocía
qué había detrás de la puerta de la Ciencia del bien y del mal.
Abrirla y empujar a Adán al infierno que había al otro lado era
una decisión exclusivamente personal. Dios, conociendo a Satán,
conocimiento que luego dejó traslucir en la relación Jesús-Judas,
sabía que la posibilidad de la Traición estaba ahí. “Aquél toro
había acorneado ya con anterioridad”. Existía la posibilidad.
Y porque existía, para apartar a Satán de la tentación Dios levantó
la pena de destierro eterno de su Reino para cualquiera que osase
intervenir en los acontecimientos del Edén. Aquí, en este aspecto
de la Ley, estaba la Ignorancia de Adán. Adán creía que la Ley
lo miraba sólo a él, y desconocía este aspecto de la Ley. Satán,
que conocía este talón de Aquiles de Adán, despreciando al Cielo
en preferencia al Infierno, y sabiendo que Adán nunca desconfiaría
de un hijo de Dios, sólo tuvo que hacerse pasar por el mensajero
que venía a anunciarle la buena nueva. ¿No era sutil Dios recompensando
con aquello que prohibiera?
Así pues, hubo
ignorancia, y porque la hubo Dios levantó su puño al Cielo jurando
por su Cabeza vengarse de sus enemigos, Satán la cabeza. La cuestión,
volviendo ahora al tema, es la siguiente, ¿hubo ignorancia en
los tiempos de la Reforma? ¿Estuvieron todos los actores de la
Reforma: Lutero, Calvino, Enrique VIII, la iglesia romana, al corriente de la naturaleza de todas las fuerzas que
estaban en movimiento en el universo? ¿Nadaban los pueblos alemán,
inglés, suizo, holandés, español, francés e italiano en la abundancia
de sabiduría?
¡¡¿¿La Fe sola
salva??!! ¿Y esto lo dijo San Pablo? ¿Están seguras todas las
ramas de las iglesias protestantes que se dividieron del árbol
de la Iglesia Católica que San Pablo dijo alguna vez que “la Fe
sola salva”? ¿Sin las obras de la Sabiduría, sin la Iglesia de
Dios? ¿Y esto lo dijo San Pablo? ¿Entonces es verdad que fue Dios
quien envió a Satán para que le clavara el puñal a Adán por la
espalda?
¡Qué cosa más
curiosa, la Teología de la Reforma! Porque claro, si Dios es Omnisciente
y Presciente y nada sucede sin su conocimiento por lógica El tenía
que conocer lo que iba a pasar, y si sabiéndolo no hizo nada es
porque no quiso hacer nada, y si no quiso hacer nada tal vez sería
porque creara a a ambos actores del Edén para protagonizar el
espectáculo de la Caída. ¿O me equivoco? Y si me equivoco ¿en
qué me equivoco?
¿Dios es omnisciente?
Sí.
¿Dios es presciente?
Sí.
¿Significa que
Dios puede ver todo lo que va a pasar?
Sí.
¿Entonces por
qué no hizo nada para detener a Satán?
Obviamente -se
respondió la Teología de la Reforma- porque a unos los crea desde
su nacimiento para el Infierno y a otros para la Gloria. De manera
que sin haber hecho nada malo los malos ya están condenados al
Infierno en razón del conocimiento de Dios, quien de antemano
ya conoce los delitos que los harán merecedores del castigo del
Infierno. Y al contrario, los predestinados al Cielo, los buenos,
no tienen de qué preocuparse en vida porque ya están salvados
en razón de quien antes de cometerlos ve sus actos y, pesados
en la balanza de su justicia, ya tienen por premio la Gloria.
“La fe sola por tanto” -concluye la Reforma- es la medida del
juicio de Dios, pues aunque el hombre lo quiera ninguna acción
que de su voluntad propia ponga podrá abatir el platillo del juicio
final a su favor o en su contra. De aquí que Lutero aconsejara
no tenerle miedo a ser un pecador más grande que el propio Judas,
pues aunque un protestante violase a la misma Virgen quedaría
absuelto de su crimen “por
la preciosa sangre de Cristo”.
Este tipo de teología
-si teología puede llamársele a semejante Apología del Diablo-
peca de absolutismo racional. Al querer glorificar a Dios hasta
el infinito se olvida de un detalle crucial, no lo glorifica sino
que lo demoniza, no lo ensalza sino que lo bestializa. Para afirmar
a Dios niega el principio básico con el que abre su marcha la
Sagrada Escritura: al Principio Dios creó al hombre a su imagen
y semejanza.
Estas consideraciones
jesucristianas previas lanzadas es hora de devolver el texto que
Lutero extrajera de su contexto paulino a su verdadero contexto
sagrado. Y negarle al protestantismo, sin afirmarle al vaticanismo,
el derecho a manipular la Sagrada Escritura en nombre de la necesidad
de combatir la Idea de la Iglesia Romana contra Cristo impuesta
por algunos de sus siervos. Perversión de la Idea Jesucristiana
establecida por un obispado medieval, que contra la voluntad de
Dios resucitara lo que Dios condenó: el Imperio. Voluntad Divina
contra cuya Juicio se rebelaron el Patriarca de Bizancio, escondiendo
al emperador de Constantinopla bajo su manto, y el Patriarca de
Roma, resucitando lo que Dios ya había enterrado.
A pesar de estos
delitos de rebelión contra Dios, y como ya se demostrara en “Lutero,
el Papa y el Diablo”, es un delito aún más grave el delito de
quien en su ceguera confunde un obispado metropolitano, sea romano
o moscovita, con la Iglesia Católica. La Iglesia Católica era
antes del nacimiento del obispado romano y seguirá siendo después,
sempiternamente, independientemente de la existencia o la desaparición
de la ciudad de Roma, de Moscú y de todas las demás ciudades de
la Tierra
Saludos a los
fieles de Roma
Pablo, siervo de Cristo Jesús, llamado al apostolado,
elegido para predicar el evangelio de Dios, que por sus profetas
había prometido en las Santas Escrituras
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