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INTRODUCCION BIOHISTORICA A LA REFORMA
I
El
espíritu de la Verdad implica la objetividad como contraria de la subjetividad
intelectual, y la abstracción como opuesta al precondicionamientomental.
El fin de esta objetividad incondicionada es ver las cosas y los seres tal cual
los seres y las cosas se ven a sí mismas. Si la Teología es el estudio del Ser
de Dios desde la Razón Humana, la Sabiduría es la visión de Dios tal cual Dios
se ve a sí mismo.
La
objetividad implica la capacidad del intelecto para aislar las circunstancias
del pensador en tanto que ser, y proceder al estudio de las cosas en su
naturaleza independiente. La abstracción es la facultad de aislar el ser del
objeto de sus circunstancias a fin de entrar en su naturaleza y reflejar su
esencia y sustancia en la salsa de su existencia autónoma. Sin estas dos
premisas el estudio de un objeto del conocimiento, sea físico o histórico, no
conduce a ninguna parte satisfactoria, y a lo máximo a integrarse en el proceso
de relación que como efecto busca el objeto del estudio.
Ahora
bien, un pensador que se interna en el análisis de una realidad específica y
concreta, sea acontecimiento o individualidad cualquiera, y acaba envolviéndose
en sus consecuencias, ya porque durante el proceso de estudio ha sido
condicionado por el poder del acontecimiento, ya porque la personalidad
estudiada ha acabado integrándolo en su esfera mediante un proceso de juicio,
sea por una causa o por la otra el hecho es que un pensador que no mantiene su
objetividad a prueba de bomba y su abstracción contra todo determinio pierde ambas premisas sin las cuales la
verdad es imposible de ser alcanzada.
En
el caso de Martín Lutero el precondicionamiento mental
a que ha estado sujeto el estudio de su biografía se ve en toda su potencia en
el último esfuerzo del Protestantismo de nuestros días, llevando a las
pantallas de cine una versión de Lutero apta exclusivamente para mentes
intelectualmente retardadas, cuya aspiración no es la elevación de su nivel de
pensamiento objetivo sino la conservación del nivel de idiotismo natural a un
ser cuya vida se basa en la renuncia a la Inteligencia y prefiere la mentira a
la Verdad desde el momento que la Verdad conduce al Calvario.
Y
sin embargo emitir un juicio final es, por lo valiente precisamente, un acto no
menos fundamentalista desde el momento en que nuestro pensamiento asume las
funciones de Juez del Universo. Pues como ya he dicho antes, si por la
objetividad observamos el objeto de estudio desde la posición de quien no tiene
en su ser más interés que la visión de su naturaleza íntima y secreta, por la
abstracción separamos y nos curamos de emitir un juicio sobre una realidad que,
aunque nos concierna, no está en nuestras manos cambiar ni fue, su origen,
efecto o causa de nuestra propia actividad.
El precondicionamiento mental se da, en efecto, en dos
direcciones.
De
un lado tenemos al defensor a ultranza que hace de abogado del diablo de su
héroe e ídolo, y no hay quien le meta en la cabeza que la línea sobre la que
camina es la de la idolatría; y por el otro lado tenemos la posición de
quien hace de fiscal de Cristo y no se baja de su burra condenatoria aunque le
caiga encima el techo del mundo. El enfrentamiento entre estas dos posiciones
es la razón que mantuvo la enemistad Protestantismo-Catolicismo viva a pesar de
los siglos e hizo del Movimiento Ecuménico del Siglo XX una causa perdida.
Un
estudio psicohistórico, por consiguiente, que quiera penetrar en el ser en sí
de los acontecimientos y sus protagonistas, en este caso del Protestantismo y
Lutero, tiene por lógica, inherente al espíritu de la Verdad, que abrirse el
pecho y exponer su pensamiento a ambas partes enzarzadas en el tribunal de la
historia, y atrapadas en la marisma de sus juicios, a favor o en contra de un
acontecimiento y una vida en la que no tuvo arte ni parte.
El
Juicio a los muertos, en este caso Martín Lutero, le corresponde al Juez del
Cielo; y lo que nos corresponde a los que estamos vivos en la Tierra es el
análisis de todas las fuerzas determinantes de las circunstancias envolventes
que condujeron al hombre y a su tiempo a la acción por la que unos lo adoran y
otros lo anatematizan.
Para
entrar en los orígenes psicohistóricos de la Reforma debemos superar la carne y
la sangre y descorrer el Velo de los tiempos con objeto de ver la Historia
desde la posición del Actor Estelar Universal de sus páginas, nuestro Rey,
Jesucristo. Reducir el Acontecimiento de la Reforma a un juego de fuerzas
exclusivamente humanas es renunciar al Espíritu de Dios y seguir el ejemplo del
pensamiento natural al ateísmo científico del XX, cuyo reduccionismo de los
procesos históricos a simples claves económicas fue el fraude más enorme y
monstruoso jamás cometido contra la inteligencia de los siglos.
Una
Historia Universal desligada de la Actuación e Intervención de Dios, en el
proceso de su desarrollo, es la crónica de una Anti-Historia escrita para la
manipulación de los pueblos y el dominio demo-absolutista de las clases
gobernantes que dirigen el Poder al ritmo de sus intereses de clase. En
definitiva esto es el Cristianismo como Doctrina Histórica, es el
reconocimiento del Derecho Ilimitado de Dios a intervenir en la Historia del
Mundo cuando y donde en quien Él, Dios, quiera.
El
Cristianismo Histórico, en consecuencia, introduce la Acción Divina en el
desarrollo de la Historia de la Civilización. Y al hacerlo integra en la
Dinámica Universal la propia Realidad Divina como Raíz y Origen de la Historia
de las Naciones, tomando la Caída en Adán y la Redención en Cristo como los dos
Acontecimientos decisivos sin cuyo estudio y comprensión, precisa y exacta, se
le hace imposible al Pensador comprender la naturaleza de las fuerzas en
movimiento, el enfrentamiento entre las cuales se halla en la base de las
revoluciones y reformas, entre ellas la Protestante, por las que ha atravesado
la Civilización hasta llegar a nosotros, que han marcado la naturaleza de nuestro
Presente y determinado el rumbo de nuestro Futuro.
Mas
bajar a las profundidades mismas donde esas fuerzas tienen sus bases sería
superar el perfil de esta Introducción a la Reforma. Nuestro punto de partida
debe ser Dios en persona, el autor y fundador del Cristianismo por en cuanto la
Reforma fue un proceso interno cuyas causas y efectos fueron cosa del
Cristianismo, y querer reducir la explosión protestante a efectos exclusivos humanos
es, como ya he dicho, renunciar al espíritu de Cristo.
II
Desde
Cristo y para el cristiano dos son las fuerzas que mueven la Historia. De un
lado tenemos a Dios, y del otro tenemos a la Muerte.
Es
por la Caída de Adán que ambas fuerzas se enfrentan abiertamente y se declaran
la Guerra sin cuartel, la Tierra por campo de Batalla Final. Ya hemos visto en
la HISTORIA DIVINA DE JESUCRISTO que este enfrentamiento tuvo su Principio en
la Eternidad, y su Origen en la Ruptura que causó Dios entre la Vida y la
Muerte, cuando deseó la Inmortalidad para todos los seres de su Universo.
Una
vez declarada la Batalla Final entre Dios y la Muerte fue la Humanidad la que
quedó atrapada en el fuego cruzado por la Victoria, y vino a ser la Humanidad
la parte sufriente y desgarrada que habría de rehacer su vida bajo el fuego
cruzado de unas fuerzas increadas de naturaleza incomprensible para la mente de
una criatura en su Infancia Ontogénica.
El
Enfrentamiento entre las Fuerzas del Cielo y del Infierno puso en el campo de
batalla aquél Duelo personal a muerte entre los Campeones respectivos, nuestro
Rey Jesucristo, por la parte de Dios, y Satán, Príncipe del Infierno, por la
parte de la Muerte. Lo que se jugaba era el Imperio del Maligno, que pretendía
imponer la ley de los dioses del Infierno, contra el Reino de Dios, cuya Ley es
la del Espíritu Santo, que no reconoce acepción de Personas sobre la Justicia.
En
efecto, toda la controversia universal en la raíz del conflicto cósmico
desatado por la Muerte contra la Creación de Dios tuvo en el establecimiento de
un status quo “más allá del Bien y del Mal” para la Casa de los hijos de Dios
su agujero negro. Contra cuya Ley de Excepcionalidad se levantó Dios, el Padre
de ésos mismos hijos, declarando sobre la tumba de su hijo menor, Adán,
primero, y sobre la de su Hijo Mayor, Jesús, después, que antes destruía su
Creación entera, y volvía a comenzar de nuevo, que permitir que su Reino esté
dirigido por una familia de dioses con poder ilimitado para hacer de la Guerra
su Pasatiempo favorito.
De
todas formas, la Decisión Final la dejó Dios en las manos de su Hijo Mayor. Y Él,
doblando sus rodillas, prefirió la muerte que ser rey sobre una corte de
príncipes malignos. Ése fue el Día que la creación entera dobló sus rodillas
ante su Rey, Jesucristo, allí, crucificado en un madero por haber preferido el
Espíritu Santo de la Ley al espíritu Maligno de un Imperio que buscó hacer de
la Creación su campo de juego.
III
Pero
la Batalla Final no había terminado. La Resurrección dio por terminada la
Cuestión sobre si el Imperio de la Muerte se impondría al Reino del Espíritu
Santo. Aún había que establecer la Causa de la Oposición de Dios al Imperio de
la Ciencia del Bien y del Mal sobre la Roca de la Experiencia. No se trataba
tanto de “no me gusta” cuanto de hacer ver porqué “Dios emite un juicio final
tan contundente sobre esa Ciencia”.
La
Tragedia de la Humanidad, pues, debía seguir su curso. Sería sobre la
Destrucción de nuestro Mundo, según fue escrito: “Polvo eres y al polvo
volverás”, que el Reino de Dios y la creación entera en su Plenitud verían con
sus ojos la Causa y la Razón del porqué ÉL, Dios, no podía, ni puede permitir que su
Creación se funde sobre la ley de la Ciencia del Bien y del Mal.
Pero
Dios, el mismo que nos dio a su Hijo para curar nuestro dolor sobre una Fe
invencible, en su Poder para consolarnos con una Esperanza de Salvación
Universal, buscando acelerar el Fin, con objeto de acabar cuanto antes su
Lección para la Eternidad, decretó la Liberación del Príncipe del Infierno.
Con
la Liberación del Diablo, que se nos reveló en el Apocalipsis, de un lado Dios
quería poner de relieve ante toda su Creación y Reino que son los Enemigos de
su Ley quienes prefieren el Destierro del Universo a vivir bajo la Paz del Rey.
Y del otro, conociendo esa Naturaleza Maligna, quiso Dios acelerar el Fin del
Mundo sabiendo que en su locura infernal el Diablo trataría de vencer a su
Vencedor utilizando el mismo esquema que le diera la victoria en el Edén sobre
el Padre de Cristo.
En
efecto, no fue “la fruta” la que le causó la muerte al Primer Hombre, sino la
Transgresión de la Palabra de Dios. En consecuencia, habiendo Dios establecido
su Reino en la Tierra sobre una Ley de Unidad, diciendo “Todo reino en Sí
dividido será destruido”, y sabiendo el Diablo que Dios no puede romper su
Palabra, so pena de declararse contra la Ley por la que fuera condenado a
Destierro Eterno un hijo de Dios, rompiendo la Unidad de las iglesias el Diablo
pondría el Reino de Dios en la Tierra bajo la misma Sentencia que una vez le
costara a Adán su reino y vida.
De
manera que por la misma ley que una vez venciera a Adán, ahora vencería a
Cristo, estando así el Diablo en que, aunque habiendo perdido la
batalla contra el Rey en persona, la guerra contra su Reino en la Tierra estaba
aún en el aire. Y Dios, conociendo este esquema de pensamiento, sabiendo que la
división del Cristianismo acortaría la distancia de la Humanidad al Fin de los
tiempos, con el cual se daría por terminado el Espectáculo infortunado que su
Creación ha estado viviendo, decretó la Liberación del Diablo al término del
Primer Milenio de la Era de Cristo.
IV
La
Muerte, conociendo el Decreto Apocalíptico de Liberación del Diablo, le preparó
el campo a su Príncipe, a fin de que lo que no podía conseguir por sí misma,
dividir las iglesias, lo hiciera realidad el Sembrador Maligno. Fruto de
aquella labor preparatoria de la Muerte fue la Primera Negación del Sucesor de
Pedro, asunto que se toca en la JHISTORIA DE LOS PAPAS, efecto de la cual fue
la Primera Pornocracia de “los OBISPOS” de
Roma.
Los
efectos de aquella Primera Negación del Obispo de Roma se vieron cuando,
inmediatamente tras su Liberación, al Diablo le costó nada y menos provocar la
División de las dos iglesias del momento. Le bastó al Diablo mover un peón en
el tablero, Miguel Cerulario, magnicida
frustrado que hizo del convento su escondite, para encender en su pecho el
fuego de su ambición marchita, soplar en su rostro el aliento de la división
maldita como punto de partida hacia su gloria bendita, y el Cisma de Oriente se
hizo.
Tal
como era de esperar la División afirmada condujo al Pastor Ortodoxo y su rebaño
bizantino a su destrucción.
Pero
la misma Ley que dice “todo reino en Sí dividido será destruido”, dice también
“el que peque, ése morirá”. Y de otra parte el Imperio Bizantino estaba
condenado de antemano en tanto que “Imperio Romano” de Oriente, toda vez que
Dios decretara la Destrucción del Imperio Romano desde el mismo Apocalipsis.
Así
que aquella destrucción le supo a poco al Maligno. Quemar una rama desgajada
del tronco y arrojada lejos, calienta al leñador pero no quema el árbol. El
Diablo necesitaba un fuego capaz de provocar un incendio de los que queman el
bosque.
Ahora
bien, un bosque que cuenta con un poderoso sistema anti-incendios, y
mantiene una vigilancia extrema sobre los visitantes y sus acampadas, no es lo
que se dice un bosque sencillo de echar a arder y reducir a cenizas. El Cisma
de Oriente se lo encontró el Diablo como quien entra en una partida de ajedrez
con un jakemate puesto a punto. ¿Dónde estuvo
el mérito? Si el Diablo quería meterle fuego al bosque Católico, provocando una
Guerra Civil de Religión que consumiese a las partes, tenía que darle tiempo al
tiempo.
V
La
Esposa de Cristo se había recuperado de la primera de las Negaciones de sus
siervos, los Obispos de Roma.
Bueno
es saber que el Señor le dejó a su Esposa por Herencia una Ley acorde a la cual
todo sacerdote hallado en hechicería, crimen, perversión, etcétera, según está
escrito: “Fuera perros, hechiceros, homicidas”, etcétera. Ella tiene el Poder de
expulsar del Sacerdocio, independientemente de su lugar en la Servidumbre de la
Casa del Señor, a todo siervo de su Señor haciendo de dichos delitos su modus
vivendi.
Pero
fue el Siervo en quien la Iglesia dejó ese Poder quien precisamente se entregó
a la hechicería, al crimen, a la perversión, causando en la Historia el
acontecimiento de la visión dantesca de un siervo de Cristo dando el ejemplo a
su rebaño sobre cómo ser un “buen demonio”.
La
Iglesia Católica se recuperó del Escándalo de la Primera Negación de “Pedro”. Y
demostró su Grandeza al cabo en la Cuestión de las Investiduras, adelantándose
a su tiempo con su Lucha por la Separación entre Iglesia y Estado, en la que,
estando el Diablo por medio, era solo natural que Gregorio VII se fuese al otro
extremo, y en su Lucha contra la esclavitud de la Esposa del Señor del Cielo a
un señor terrestre se le fuese la cabeza al Pensamiento de la Teocracia
Eclesial como garantía de Libertad sempiterna del Sacerdocio Cristiano frente a
los intereses del Poder de los reyes y los imperios del momento. Y pues que
Gregorio VII luchó por una causa no comprensible en su tiempo se murió, como él
reconoció, solo y abandonado de propios y ajenos.
San
Satanás, como fue llamado por los que le comprendieron, venció a aquel que
intentó prostituir a la Esposa de Cristo convirtiéndola en la querida del
Emperador del Sacro Imperio, delito que la Iglesia Ortodoxa Bizantina pagó con
su vida, y su sucesora, la Ortodoxa Rusa, la querida del Zar, pagaría con la
suya en el futuro, dejando Dios un resto a fin de que se convirtiera a la
Unidad, justificando con su Obediencia el Mal causado en la Ignorancia.
VI
Pero
el Diablo, que estaba buscando la ruina del Reino de Dios en la Tierra, no iba
a darse por vencido ante una derrota a manos de un Siervo. Más, ésa derrota a
manos de Gregorio VII le marcó la necesidad por haber de destruir primero a ese
obispado romano como condición sine qua non para proceder a una división
sangrienta que consumiese a las naciones cristianas en una orgía fabulosa de
fanatismo fratricida.
Consecuencia
de cuya nueva estrategia del Diablo fue la famosa Cautividad Babilónica de la
Iglesia y el no menos famoso Cisma de Occidente, actos los dos de la “Segunda
Negación de Pedro”. Pero Dios, como jugador que ha movido primero y adivina la
respuesta a su jugada por parte del contrincante, puso en escena santos
y santas contra tantos anti-papas como el
Diablo puso en movimiento.
La
destrucción del Obispado Romano no fue posible. Y sin embargo la victoria del
Papado actuó de revulsivo degenerativo de la verdadera condición sacerdotal de
un obispado, que, íntimamente ligado a los poderes de este mundo, como se viera
en la controversia de Huss y Wycliff, se entregó a todos los males hasta entonces
combatidos: en la consciencia -cosa increíble- de su propia indestructibilidad.
“Puesto que somos indestructibles, pequemos
sin límites”, fue la consigna del Papado desde el Cisma de Occidente hasta el
Concilio de Trento.
La
Consigna de Lutero en respuesta a semejante esquema mental pontificio fue aquel
célebre: “Peca hasta que te salga por los ojos, que todo lo lava la Sangre de
Cristo”.
En
el camino, la Reforma se hizo.
VII
Tras
la “Tercera Negación de Pedro”, en los días de Alejandro VI, la hora de la
Cosecha de la Semilla del Diablo había sonado. El reino de Dios en la Tierra
estaba maduro para una División de proporciones fratricidas colosales.
La
Muerte, por el otro lado, acompañaría a su Príncipe de las Tinieblas cubriendo
el Occidente con sus ejércitos. Atrapada la Esposa de Cristo entre la División
a muerte entre Católicos y Protestantes, propagada por el Diablo, y la Invasión
de Occidente por las Fuerzas movidas por la Muerte, ¿qué futuro le quedaría a
la Humanidad una vez borrado el Reino de Dios de la faz de la Tierra?
Mas
una cosa es pensar en Futuro y otra muy distinta hacer Futuro. Una División de
las proporciones fratricidas colosales que se regalaba el Diablo en su
pensamiento, triunfando donde fracasaran los Savonarolas, Huss y Wycliff,
requería de actores de más peso.
Savonarola, Huss, Wycliff fueron
espontáneos que saltaron al ruedo a lidiar el toro de la Reforma Eclesiástica
sin más apoyo que el de sus convicciones propias. Y por esas convicciones
murieron.
La
mecha que había de prenderle fuego al Bosque Cristiano, ya de por sí bastante
seco, tenía que forjarla el Diablo con sus propias manos.
VIII
Martín
Lutero era un joven de su tiempo. Iba para abogado. O sea, un calavera entre
calaveras, un miembro de aquellas tunas universitarias de su tiempo, un joven
de 22 años loco por la vida, amante de la cerveza y las mujeres, como buen
macho teutónico, que se alojaba en la casa de una “viudita alegre” durante el
tiempo de carrera.
Que
a Martín Lutero le iba la cerveza como a cualquiera de sus colegas de tuna no
es necesario probarlo, basta leer sus charlas “alrededor de un barril de
cerveza” que han hecho época y la delicia de tanto santurrón mojigato.
Para
demostrar que a Martín Lutero lo perdían las mujeres, bendito sea Dios, como a
cualquier otro estudiante de Derecho de su época y de todos los tiempos, basta
sólo psicoanalizar sus paranoias en el claustro y la violencia que se dio para
romper los votos monásticos y lanzarse sobre una hembra en cuanto el efecto
sucedió a la causa.
Con
22 años, en la universidad, libre como un jabato y viviendo en la casa de una
viuda alegre, creer que Martín se santiguaba cuando veía una mujer y se iba a
confesar cada vez que le pegaba un beso a una cerveza es, si no de burros
consumados, sí de idiotas natos. Y efectivamente, un idiota nato hay que ser
para tragarse la imagen para becerros que hemos descubierto ha estado
circulando en el mundo protestante sobre el Lutero de sus amores; imagen que
nos han pasado por la pantalla en estos días y aún circula, que os invito a
visionar por el mero hecho de comprobar que no estoy mintiendo. Imagen de todos
modos natural en un mundo que aceptó como santo un criminal de la categoría de
Calvino.
En
un mundo al revés donde el criminal es un santo, ¿qué raro tiene ver en el
joven amante “de la viuda alegre” de sus días universitarios... un perfecto beato?
Los
padres de Martín Lutero pertenecían a la burguesía naciente al alba de la Edad
Moderna. Los fans del Campeón de la Reforma nos han querido presentar a su
ídolo como “el hijo de un carpintero”, pero lo cierto es que a principios del
Siglo XVI a la Universidad no iba todo el mundo: había que tener dinero. Dado
que Lutero se iba de calle con su Tuna, costumbre que los Españoles heredaron
del Imperio y han conservado hasta nuestros días, por el estudio de cuyo
costumbrismo se ve que más que el dinero es el afán de aventura el que mueve de
bar en bar sus traseros, y porque Lutero era un Tunante, deducir, como
dedujeron los fans de aquel Tunante metido a reformador, que no tenía dinero
suficiente para pagarle “la cama” a la Viudita Alegre, es suponer mucha cosa.
En
el acto de monjificación de Lutero vemos a
un padre que pertenece a la burguesía de su tiempo, con aspiraciones a la baja
nobleza, y que no entiende para nada la locura de su hijo. De abogado a fraile
había, y hay, el mismo abismo que de santo a diablo. Y no porque los papas del
Renacimiento hicieran ese camino un día sí y el otro también debe deducirse que
cualquiera podía meterse con el diablo como el que se mete bajo las sábanas de
la patrona, y luego salir tan campante, laúd en mano, a coger la borrachera a
costa de la Tuna.
Beber
y pasárselo bien, tener por amante una viuda alegre, todo eso lo podía
comprender aquel padre de un hijo de 22 años, fuerte como un toro y macho como
dios manda; lo que no podía entender el padre de Lutero era que por un voto
hecho al diablo en una noche de tormenta un joven a punto de hacerse abogado
del imperio se metiese en un hábito de monje. ¿De cuándo el hábito hizo santo a
un calavera?
Los fans luteranos se lavaron el cerebro comparando el viaje a caballo de con el viaje de San Pablo. Si las comparaciones son malas, ésa fue un delito. Comparemos.
IX
Saulo
vuelve de la casa del gobernador romano con un Decreto de Holocausto contra
todos los Cristianos de la Judea. Saulo no se pierde bajo ninguna tormenta. Y
si se hubiera perdido y luego hubiera venido con el cuento de haber hecho un
voto, se entendería por lo novedoso del terreno recorrido; no siendo Saulo
judío de nacimiento, sino turco-judío de origen, que Saulo se perdiera por ahí,
entre Jerusalén y Damasco, cabía dentro de los cálculos. Lo que no cabía en la
cabeza de ningún judío era que un criminal de la clase de Saulo se encontrase
por el camino con el Rey de los Cielos.
Martín
Lutero es un universitario que hace su camino entre la casa de sus padres y el
pueblo donde estudia, rutina que lleva haciendo mucho tiempo, y por esas cosas
del clima le pilla una tormenta en el camino. Los rayos caen, los relámpagos
truenan, la oscuridad es absurda ... ¿y el aspirante a abogado del imperio se
caga por las patas abajo en unos tiempos en que los Colones se arrojaban a
tormentas sobre las aguas de un abismo en el que si se caían adiós a las
viuditas alegres que dejaban sobre tierra firme para el disfrute de otros, como
el joven Lutero, por ejemplo…? ¿Qué comparación puede darse entre el viaje de
Saulo y el de Lutero?
1.-Saulo
vio a Jesucristo. Lutero vio al demonio en un rayo.
2.-Saulo
hacía un camino desconocido para él. Lutero había pasado mil veces por ese
camino.
3.-Saulo
no era judeo-palestino, era judeo-turco, y el clima de la zona -en cuanto no
era nativo de la Palestina- podía pillarle desprevenido. Lutero, por contra,
era Alemán de pura cepa, y que una tormenta le resultara un fenómeno
desconocido en una tierra donde lo que es raro es el sol y el cielo azul, es,
si no para maravillarse, sí para reírse.
Y
ahora, siguiendo la ley del “por los frutos los conoceréis”:
A)
San Pablo predicó el amor a todo el mundo;
Lutero
predicó el odio contra todo el mundo que no doblase su rodilla ante su
doctrina, especialmente contra los católicos, pero no con menos fuerza contra
los anabaptistas, por ejemplo.
B)
San Pablo prefirió morir antes que matar y ni en su boca ni en su mano se
detectó jamás palabra alguna aconsejando el crimen;
Lutero
predicó la Masacre contra los Campesinos, el Genocidio contra los Judíos, y por
supuesto la destrucción de todos los Católicos. Los Anabaptistas eran ratas sin
importancia contra las que el fuego se debía aplicar sin más.
C)
San Pablo edificó para la Unidad;
Lutero,
para la División.
Y
pues que “Todo reino en Sí dividido será destruido”, Lutero trabajó para el
Diablo.
El Diablo fue el que jugó con su conciencia en aquella tormenta para la posteridad. Lutero, amante de una viuda, pecado alegre, pero pecado delante de tus padres tan católicos : ¿qué dirían tus padres si conocieran tu secreto? ¡Tonto de la
carne! ¡Verguenza de tu sangre! ¿No había en toda Alemania mujeres de tu edad
para tener que ir a tirar el jugo de tu juventud en las faldas de una viuda?
¿Qué ers, un pervertido, un vicioso, un corrompido? ¿La locura va a ser merecía castigo?
Oscura
era la noche. Las Tinieblas rodearon al joven que corría alegre de los
brazos de su amante, una “viuda alegre”, el talón de Aquiles de un estudiante de
voluntad de hierro y fina inteligencia, el hijo de un triunfador que aspiraba a
superar a su progenitor en triunfos en la vida: “Lutero y Abogados, Bufete del
Diablo”.
Lo
llamaban El Filósofo, según cuentan, por su labia, ésa labia que le ganaría los
clientes y a sus interminables clientes la victoria en épicos pleitos. El
Filósofo, entre plan y proyecto, cogía el laúd y se iba de tuna por las
tabernas, a reír, a cantar, a beber el trago de la vida hasta el fondo de la
copa. Y al regresar a su “zimmer” ... ella, su
amante, su maestra amatoria, su delito, su debilidad, su crimen, su muerte
poética, el fuego que le devoraba los sentidos y le hacía recorrer las
distancias al encuentro de ... ella.
Con
Lutero el Diablo se superó a sí mismo.
EL BUFÓN DEL DIABLO Y SU
PACTO CON LA NACIÓN ALEMANA
EN la
encrucijada de los siglos XV y XVI la Alemania nacida de la Caída del Sacro
Imperio Germánico fue una multitud de principados independientes, bajo un
cuerpo de príncipes electores aún más independientes; en otras palabras, la
Alemania Pre-Luterana fue la nación más feudal y atrasada de las naciones
europeas.
Espiritual y
moralmente el comportamiento de los alemanes de principios del siglo XVI en
poco o en nada se diferenciaba de los pueblos feudales de los siglos pasados.
Mientras Francia, España, Italia e Inglaterra habían experimentado un
Renacimiento de sus sociedades, particular a cada una de ellas, (no se debe
comparar el renacimiento de España bajo los Reyes Católicos al de Francia bajo
su Corona), la Alemania de Maximiliano I presentaba al mundo el rostro de un
ciento de ladrones principescos, dioses sobre sus territorios, en los que la
ley era el fuego y el hierro.
La demarcación
por territorios de aquella Alemania Pre-Luterana puede compararse a la de las
mafias criminales de nuestros días, o a la de las bestias de todos los tiempos,
marcando territorios. Cada territorio-Estado imponía su ley, y la ley era común
a todos: el robo y el saqueo de todo el que cruzase sus fronteras. Esta
ley no era nueva. El propio Ricardo Corazón de León, de regreso de las
Cruzadas, fue secuestrado por un príncipe alemán, y sólo fue liberado mediante
un rescate a cargo de la corona inglesa. Este ejemplo lo dice todo sobre la
calidad espiritual y moral de la Alemania Pre-Luterana.
Desde sus
orígenes, hablando en plata, la Historia de los pueblos alemanes fue un rechazo
absoluto a la Civilización.
Pueblos
idólatras, adoradores de árboles, únicamente salían de sus bosques, donde
vivieron como bestias salvajes, cuando eran presionados por los invasores del Norte
y del Este.
La entrada de
la Civilización Romana fue combatida a muerte por los pueblos germanos;
únicamente cuando la superioridad de las armas los obligó a ponerse de rodillas
aceptaron la existencia de esa cosa que llamaban “la Infame Civilización
Cristiana.”
Como aquí no
se trata de la Historia del Imperio Romano dejo a los historiadores las
relaciones entre Germanos y Romanos hasta la Caída del Imperio del César. Esa
Caída produjo el regreso de los Germanos a sus bosques sagrados.
Instalados de
nuevo en su mundo de libertad salvaje allí estuvieron, aislados, rechazando
todo trato con Dios y los hombres hasta que Carlo Magno se decidió, por las
malas, a traerlos a la Civilización.
Por las buenas
aquella especie humana salvaje se mostró intratable. Asesinaron a cuantos
Apóstoles se atrevieron a derribar sus ídolos. Fue un pueblo salvaje que
únicamente podía ser tratado desde la victoria.
Carlo Magno
hizo todo lo que pudo por conquistarlos, San Bonifacio por civilizarlos. Pero
aquel pueblo llevaba en su seno el odio a la Civilización, a Cristo y al
Hombre.
La División
del Imperio Carolingio en dos naciones, Francia y Alemania, no fue entendida
por la Iglesia. La lucha entre los nuevos Caín y Abel, por lógica, tendría que
sucederse.
Con el
traspaso de la Corona Imperial de Francia a Alemania el Caín que llevaba dentro
el Alemán salió a flote. Malvado por placer, el Alemán quiso hacer suya a la
Esposa del Señor Jesucristo, obligando a Éste a encender el Fuego del Celo de
Dios en una Rama que no se consumía nunca, Gregorio VII.
A males
drásticos, medidas drásticas. Que por supuesto los emperadores germanos
combatieron a fuego y espada, dejando sentir su Odio sobre las repúblicas
italianas, a las que devastaron sin misericordia, una vez tras otra. Milán es
testigo. Mar de sangre nacido en el genocidio de poblaciones enteras, en cuya
sangre encontraron los Alemanes el placer de los demonios, que ya les
acompañaría a lo largo de todo el Segundo Milenio.
La Decadencia
del Sacro Imperio Germano fue una liberación para Italia y una maldición para
Europa. Sin Estado Central que administrase la Ley entre las regiones, en unos
tiempos en que se luchaba a muerte por salir del Feudalismo, Alemania hizo del
Feudalismo arte y gloria. Los príncipes electores, tanto de la Curia como
de la Aristocracia, se convirtieron en grandes terratenientes, entre cuyas
fronteras los pequeños señores feudales tenían la bendición de sus superiores
para mantener a raya a los Campesinos: libertad para saquear, matar, violar, y cometer todos los
crímenes que se les antojasen, sin responder delante de nadie.
Contra aquella
Ley cuya cabeza armada fue Enrique IV se alzó Gregorio VII. Libres del
emperador, el salvaje sueño del bárbaro alemán regresó de su tumba, para hacer
la vida del campesino un verdadero infierno. España, Francia e Inglaterra se
habían dado Constituciones que defendían y protegían a sus pueblos. A la altura
del final de la Edad Medieval la España de los Reyes Católicos emprendió una
Revolución Eclesiástica que independizó del sistema feudal a su Curia, sometiendo
los Negocios de la Iglesia de España a la Corona, dejando al Papado
exclusivamente las cosas que le pertenecen a Dios. Pues: “Al César lo que es del César, y a Dios
lo que es de Dios”.
La debilidad
de la Inglaterra del Siglo XV no le permitió a su Corona emprender esta
revolución Eclesiástica. Francia la hizo a su manera.
El Clero
Alemán de principios del Siglo XVI fue Sacerdotal sólo de nombre. Pero no
porque el Papado hubiera impuesto aquel sistema. ¿Por qué iba el Papado a
instalarlo en Alemania, y no en Francia y en España? Fue la propia Aristocracia
Alemana la que se otorgó a sí misma aquel status social por el que, y en el que
el obispo no era ni chicha ni chicharrón, ni demonio ni ángel, ni pagano ni
cristiano; el invento puede definirse como un pacto entre Cristo y el
Diablo.
No que en la
Italia del Siglo XV se echase en falta aquel status degenerado por el que los
obispos italianos y sus socios con sus conductas hacían que el Nombre de Cristo
fuese blasfemado. ¿Negar esta realidad? La Historia del Papado Pornócrata del Siglo XV está escrita. ¿Dónde está ése
que no conoce las hazañas de los Papas Borgias y
Médicis?
El milagro del
Clero Alemán fue el perfeccionar aquella inmoralidad curial contra la que
Europa entera pedía Reforma, perfeccionamiento por el que la Curia Alemana fue
arrojada a los pies de las grandes familias aristocráticas, abandono contra el
que luchó Gregorio VII, pero al que se rindieron los obispos alemanes en los
siglos siguientes.
El grito de
Reforma de la Curia Católica no procedió jamás de Alemania; no fue nunca cosa
de Alemania. Fueron Italia, Inglaterra, Francia, Checoslovaquia… quienes
escandalizadas por la Inmoralidad de la Curia Pontificia, y su Ordeño Fiscal de
los Rebaños de Cristo, alzaron sus voces.
Sin ningún
resultado. ¿O sí? La Curia Alemana, propiedad de los hijos de la
Aristocracia Imperial, bajo el blindaje de aquel Pacto entre Cristo y el Diablo
que ellos se habían sacado de la manga, vivió encantada aquella Inmoralidad. Si
los Alemanes hubiesen querido una Reforma Eclesiástica Verdadera ¿por qué no
hicieron los Electores Imperiales lo que los Reyes Católicos hicieron en
España?
La respuesta
está en la punta de los labios. Porque la Aristocracia Alemana consiguió sin el
famoso Enrique IV lo que con toda su crueldad éste no pudo: apoderarse de la
Iglesia. Los príncipes se repartieron los obispados. Cuando el feudalismo
estaba ya desfasado, y toda Europa caminaba hacia el Mundo Moderno, los Obispos
alemanes se convirtieron al Poder de los señores feudales.
El Emperador
era un título honorífico que los grandes terratenientes feudales germanos compraban
y se vendían entre ellos con el fin de mantener la Balanza del Poder en
equilibrio. El sueño de Maximiliano I, el abuelo de Carlos V de Alemania y
Primero de España, de unir a toda Alemania y ponerla a la cabeza de una Europa
Moderna, le ganó la burla de todos los electores, al punto de pasar a la
Historia como Maximiliano el Soñador.
El Colegio de
los electores unidos fue siempre superior en poder y fuerza al Emperador. En
las disputas entre aquellos terratenientes feudales, la importancia de los
pequeños señores de la guerra, producía que la balanza se inclinase a favor o
en contra de uno u otro aspirante. Los príncipes alemanes cultivaban aquel
huerto del crimen como se cuida a una jauría de lobos siempre prestos a acudir
a la voz de los pastores.
La Rebelión
contra aquel sistema feudal de electores unidos, que le servía de blindaje a la
Curia Alemana, a su vez dependiente de aquel ejército de pequeños señores de la
guerra, sin moral de ninguna clase, cuyo negocio fue el saqueo y el crimen,
nació muerta. Entre los mismos Electores la envidia siempre estuvo presente, y
únicamente si veían que levantándose podían aumentar sus riquezas se dejaban
ganar para una causa concreta.
Lo que uno
pierde, otros lo ganan.
Romper aquella
Unidad de Intereses entre los Electores no sería sencillo; conseguir que los
pequeños señores de la Guerra se alzasen contra la iglesia de sus Señores
Feudales Superiores, sólo podría concebirse mediante un pacto de traspaso de
todas las propiedades de los Electores Eclesiásticos a sus manos. El
pueblo no contaba:
«Por ello
deben arrojarlos, estrangularlos, degollarlos secreta o públicamente a todo el
que pueda, (le decía Lutero a los señores de la guerra, grandes y
pequeños, - un lenguaje muy cristiano por cierto-), y recordar que nada puede
haber más venenoso, dañino y diabólico que un hombre rebelde, lo mismo que
cuando se tiene que matar a un perro rabioso, si tú no lo matas, él te matará a
ti y a todo el país contigo. Acuchíllenlos, mátenlos, estrangúlenlos a todos
los que puedan. Y si en ello pierdes la vida, dichoso tú; jamás podrás
encontrar una muerte más feliz. Pues mueres obedeciendo la palabra de Dios... y
sirviendo a la caridad».
Palabra de
Lutero.
Un hombre no
habla así de su prójimo de la noche a la mañana. Uno se va a la cama bendiciendo
a diestra y siniestra … ¿y se levanta maldiciendo por arte de magia?
Si te vas a la
cama odiando, natural que te levantes maldiciendo.
Una Rebelión
contra la iglesia de los Obispos Imperiales, pilares de aquel sistema de
corrupción degenerada que había hecho del Feudalismo Alemán arte y gloria,
tenía que contar con el alzamiento en rebelión de esos cientos de pequeños
señores de la guerra cuyo medio de vida era el crimen, el saqueo, la violación.
Una Rebelión de los pequeños terratenientes feudales alemanes contra los
grandes terratenientes imperiales exigía una Guerra Santa, el premio de cuya
victoria sería el reparto de todos los bienes de los obispos que no se uniesen
a la Rebelión.
Sin embargo
esta Rebelión debía contar también con el apoyo popular. Había que alejar a las
masas de la Iglesia y atraerlas a una Nueva Religión, y ésta, aunque
establecida sobre la que se demonizaba, tenía que ser de cuño alienante, y
sobre todo fundarse sobre el Odio.
Lograrlo o no
lograrlo sería otra cuestión. Una cosa es que se te inspire una Rebelión, y
otra cosa es meterle mano.
¿Que había
causa suficiente para proceder a una Revolución Eclesial tipo Español?, por
supuesto.
¿Que el Clero
Alemán Pre-Luterano era una Ofensa Total y Absoluta contra la Fe que decían
representar?, por supuesto. Sus vidas, desde el Espíritu Cristiano Apostólico, era
una miserable representación del Sacerdocio Cristiano. La expulsión de tales
miembros podridos de la Iglesia, siguiendo la Ley: “Más te vale perder un miembro
que con todo el cuerpo ser arrojado al fuego”, era de necesidad. Y es verdad,
cuando los Pastores conducen al Rebaño al precipicio es el Poder Secular, pues
que es instaurado por el propio Dios, el que debe arrestar a los Pastores y
expulsarlos de la Propiedad del Señor, porque si el Poder Eclesial tiene por
misión sagrada el bien de las almas, el Poder Secular tiene por suya el bien
del cuerpo. Y si el primero atenta contra el segundo, el choque sólo puede
solucionarse mediante el encarcelamiento de los pastores homicidas. Y
viceversa, si el Secular se dedica a la destrucción del alma es el Eclesial el
que debe, para defender su Rebaño y siguiendo la doctrina de Gregorio VII,
levantar al pueblo contra ese Gobierno que rompiendo la Ley: “Al César las
cosas del César”, se levanta contra Dios.
Volviendo a
Alemania. Que el Clero Italiano encabezado por el Papado no estaba dispuesto a
intervenir en un Clero Nacional, que se le había escapado de las manos y
actuaba fuera de control del Jefe de los Pastores de los Rebaños del
Señor, negar esta realidad es ir contra la Historia del Papado del Siglo
XV.
Permanecer con
los brazos cruzados viendo cómo el Clero Curial Italiano se abstenía de ejercer
su Jefatura Doctrinal Universal, y se dedicaba a engrandecer su República
superando en Maldad y Astucia a los reyes del Siglo, en verdad rebelaba. Y se
entiende. Pero no soy quien para celebrar un Juicio Final, ni a favor ni en
contra, sobre la Rebelión de Lutero y sus hermanos contra la Iglesia como
puente hacia la destrucción de las Naciones Cristianas sobre las que se
construyó Europa. Al Espíritu de la Inteligencia no le corresponde el Juicio,
sino la defensa de la Verdad. A sus Siervos indignos ya los juzgará su Señor.
Los gritos
pidiendo Aggiornamento de la relación entre las iglesias y una
Adaptación de la Iglesia Universal a la Edad Moderna habían sonado alto y
claro. La muerte de Savonarola fue el grito que
anunció la victoria del caos y las tinieblas en una Hora en la que el Diablo
reunía todas sus fuerzas para lanzarlas contra su Enemigo, la Europa Cristiana.
Encerrado en
aquel convento, adonde fue arrastrado, según su versión, por un rayo, en una
Alemania donde los latigazos del firmamento son el pan de cada día, el joven
Lutero sufrió el ataque de visiones de Reforma Eclesiástica lideradas por su
persona, y que elevaría la gloria de su Alemania al Papado; visiones que rumió
lentamente, primero rechazándolas como inspiradas por el Diablo, y finalmente
aceptando su impotencia para vencer la tentación: ser Papa, o desatar el
Infierno contra la Iglesia.
El abogado
frustrado metido a monje por una calaverada cometida a diario en todas las partes
de aquel mundo, acostarse con una viudita alegre, acabó entregándose a su “dios
oculto” con la promesa de ser adorado como un nuevo Jesucristo.
Hablemos
claro, la Rebelión de Lutero no fue producto de una borrachera. Fue tejida
durante aquéllos años de shock entre las cuatro paredes de una prisión
monástica, existencia para la que no había nacido, y contra la que fue incapaz
de rebelarse, ¡qué locura había cometido!, meterse a monje en penitencia
por el pecado más vulgar de todos… ¡alimentar las carnes de una viuda alegre!
... Y en unos tiempos cuando los hombres eran masacrados en las constantes e interminables
guerras entre los señores feudales, por esa puerta de la Viudedad entrando mujeres
a granel.
No fue Martín
Lutero el primer estudiante de aquellos tiempos, cuando las guerras sin fin
entre los príncipes alemanes hicieron de la nación un criadero de viudas, que
apenas casadas tenían que enfundarse el velo, en ser seducido por una de ellas.
Seducir a un tunante de provincias, en la plenitud de su Juventud, 22
añitos, que vivía bajo su techo, ¿dónde estaba el problema? ¿Quién era el guapo
capaz de resistirse a aquella generación de viuditas alegres locas por seguir
siendo hembras?
En la
conciencia de un pueblerino, criado en la estricta moral de unos padres de su
tiempo, caer en aquella red de seducción urbanita, entre cuyas hembras alegres
la araña de la pasión devoraba a los tunantes universitarios del momento,
alegremente atrapados en los placeres de la carne, adquirió proporciones
dantescas en respuesta a una simple tormenta.
¡Señor!, aquel
mar de viudas devoraba la carne fresca que alegremente se dejaba condimentar,
y, bueno, el pecado estaba para gozarlo, y el confesionario para recoger la lágrimas
nacidas de tanta pena.
Y si la pena
era demasiado pesada, ahí ...las indulgencias….
Tampoco era
para meterse en un convento.
¡El rayo de la
culpa alcanzó al estudiante de Derecho, Martín Lutero, de regreso a la casa de
sus padres! Una tormenta entre los dioses del infierno ... justo … sobre su cabeza.
Lutero le ve los cuernos al Diablo. Satanás viene a cobrarse su deuda … por
pecador … Lutero siente pánico y no tiene ocurrencia más infantil y estúpida que
traficar con su alma a cambio de su vida: ¡Me meto en un convento!
En unos
tiempos en que los Conquistadores Españoles y Portugueses se jugaban la vida
uno contra mil, en las Américas, este héroe alemán se caga por las patas abajo
por un mea culpa que ya lo hubiesen querido para ellos miles de jóvenes de su
misma edad.
Encadenado a
aquellas cuatro paredes del convento, privado de la libertad que amaba, y del
futuro para el que vivió su adolescencia y primera juventud, ser abogado,
Martín fue carne de cañón para ese Poder no Humano que le puso en las manos un
contrato: su vida a cambio de ser el receptáculo del Argumento Sagrado que
habría de darle legalidad a la Guerra Santa contra el Papado.
Pretender la Reforma y soñar con un Nuevo Papado, lo sabía Lutero como buen teólogo y mejor abogado, por muy inspiradora que fuera la visión no tenía futuro. La Curia
Romana no estaba para veleidades de un monje esquizofrénico que encontró la paz
con el Diablo entre las cuatro paredes cuando aceptó ser su brazo ejecutor, rendición
que ocultó en su famosa frase de haber encontrado la paz en “la Fe sola”.
Lutero halló la paz cuando aceptó su Destino: atacar a muerte a
la Iglesia Católica.
Adolfo descubrió
a Hitler en la miseria, Martín descubrió a Lutero en la celda de un convento, a
quien se entregó en la creencia de ser él un San Jorge y la Iglesia el Dragón
Maligno que con la espada de fuego de su verbo sufriría su Condena, ser
desterrada al Infierno.
Lo dije y lo
digo, nadie se va a la cama con un corazón en paz y se levanta con ese mismo
corazón en estado de guerra sin cuartel, conjurado con su “dios oculto” para meterle
fuego al mundo entero en defensa de su Razón sola. A no ser que se
tuviese un sueño: “ser Papa”. Para proceder a aquella Reforma que el Papado
Romano se negaba a bendecir era necesario elevarse a la cabeza de la
Curia, y desde la altura de un dios proceder a expulsar del Templo a todos los
traficantes de Indulgencias.
El programa de
elevación desde la simple tonsura a la supremacía espiritual sería un camino
largo. Pero él fue un buen estudiante, y qué brillante futuro de abogado por
delante tuvo ... ¡si el Diablo no se le hubiese cruzado en el camino...!
De todos modos
el Sueño era magnífico, él era joven, tenía tiempo. La estrategia a seguir
ya la iría desarrollando, ya la iría descubriendo en los próximos años. La
decadencia moral en la que el Papado se encontraba, como cerdo en su charco de
fango, sería su llave hacia su transfiguración en el Nuevo Jesucristo. Si el
Plan A no le funcionaba echaría mano del Plan B: ganarse a la Nación Alemana
con esta simple proclama:
“La Iglesia no
es necesaria, una vez consumado su trabajo de haber salvado la Biblia de todas
las tempestades y terremotos que el Diablo levantó contra el Libro de Dios, la
Iglesia Católica debía abandonar su Misión y dejar a la Fe hacer su Trabajo”.
Esta doctrina
seduciría al Pueblo:
La Doctrina de Dios era que quien peca y peca y peca acaba asesinando su propia Fe. Por esto le dice a la Pecadora: “Vete y no peques más”. La Cuestión Luterana proponía juzgar quién es más fuerte: si Cristo o el Diablo. ¿De quién es la Fuerza: de Dios o de la Muerte? El Pueblo
Alemán no estaba para este tipo de filo-ensoñaciones. Iletrado, analfabeto,
reducido a la esclavitud y a la miseria por sus obispos y príncipes, la NUEVA
BUENA NUEVA: la “Fe Sola” absuelve al hombre de todos sus crímenes, los
cometidos y los por cometer, no hay que pagar un centavo por la absolución
sacerdotal, reventaría los goznes de las puertas de la Iglesia y los atraería a
todos al NUEVO EVANGELIO.
Una vez ganado el Pueblo, condición indispensable para el triunfo de su Rebelión, Lutero tendría que conquistar a los pequeños señores de la Guerra, alienarlos de sus amos superiores. Al ladrón se le tienta con oro. A cambio de la
Rebelión les entregaría todas las propiedades de los Obispos
A la cuestión:
¿y qué ganas tú?
Lutero les
respondió: Para vosotros las tierras, para mí las almas.
La apariencia
de santidad en esta respuesta los convencería de ser su Cruzada Anti Católica
la Voluntad de Dios, quien, curiosamente, había decidido quitarle a la Iglesia
Católica, por el pecado de una generación de Obispos entregados a la
prostitución, contra la que el Señor se alzó y redujo a escombros el Templo
Jerusalén, Mil Quinientos Años de Trabajo, y entregarle el fruto de tanto
esfuerzo a la Raza Superior Alemana.
En su demencia
el monje agustino en su celda acarició esa imagen de NUEVO SAN PABLO expulsando
a los Nuevos Ladrones del Templo de Dios, destruyendo el Templo Católico y
Construyendo el NUEVO TEMPLO en el que él sería adorado como el NUEVO SALVADOR.
Pero esto no
había que decirlo, ni tampoco el Diablo iba a llamarle “hijo mío” delante de los
santos y divinos borrachos que alrededor de la mesa se duchaban en toneles de cerveza. El Dios Oculto no iba a
quitarse en público la máscara con la que se le presentó y le inspiró aquellas visiones
de Guerra Santa entre las naciones hermanas, visiones verdaderas, que se harían
realidad enseguida, y cruzando la puerta de la Guerra de los Treinta Años
sembraría aquel Odio entre Francia y Alemania que perduraría por las
generaciones hasta desembocar en la Primera Guerra Mundial.
Las 95 Tesis de Lutero fue la aceptación de una claudicación ante el Diablo. Pues que Dios engendra en nosotros hombres a Su Imagen y Semejanza haciéndonos volver a nacer de nuevo, su Enemigo engendraría en Lutero un Siervo a la imagen y semejanza de su Dios Oculto, Satanás: Un Criminal sin piedad, lleno de Odio Genocida contra sus enemigos, un Demente loco capaz de meterle fuego al mundo entero por su verdad, ¡una verdadera criatura del infierno! ¿No fue consciente
Lutero del precio en vidas humanas que el mundo pagaría por seguirle al infierno de las Guerras de religión
entre las iglesias nacionales europeas?
¿O acaso el terror
que sufrió Lutero ante aquel dios oculto que le ató a la camisa de fuerza del voto
monástico y se apoderó de su cerebro y su corazón para crear
en él un hombre a su imagen y semejanza, un siervo fiel a su causa: La División
de las iglesias, fue un terror imposible de vencer … excepto declarándose
vencido a los pies del príncipe de la Muerte?
Su lucha
interior contra el fruto de su Guerra Santa acabó cuando el Diablo lo venció. Dios dijo que el que cree no es juzgado sino que pasa de esta vida a la
vida eterna. ¡¡Ya está!! Aunque mates a
medio mundo mientras la Fe esté viva Dios no puede juzgarte. La Palabra es Dios
es Dios, Dios no puede ir contra Dios: “La
Razón sola”. No había marcha atrás. Dios tiene que aceptar que el Diablo encontró su talón de
Aquiles.
Lutero siempre
hubiera podido retractarse. Se le dio la oportunidad. Era inteligente. Hubiese
podido rebelarse contra su voto monástico.
Tal vez su familia hubiera debido compensar a los frailes con oro. Nada que el
padre de Lutero no hubiese podido arreglar. Que Lutero no lo hiciera demuestra,
Primero: que su Guerra Santa se coció en la celda de aquel convento en la que
el Diablo lo asedió hasta conquistar su alma. Y Segundo: Que el Diablo le prometió
abrirle la carrera al Papado, y seducido por la gloria del Poder más grande durante
tantos milenios, la gloria del Papa, Lutero, como aquella Eva, cayó seducido ante
la idea de ser como un dios.
La esperanza
de victoria de Lutero se basó en el conocimiento de su Siglo. Las guerras entre
las naciones y la participación del Papado en la guerra de las naciones le
abría la ventana por la que colarse, entrar y sentarse en el trono del Obispo
de Roma … o saquear la Iglesia.
Ignorante de
la Gran Batalla que la Muerte y Dios se aprestaban a combatir, la elevación de
ambos Campeones, Carlos V por parte del Rey de los Cielos, y Solimán el
Magnífico por parte del Príncipe del Infierno, año 1520, no hizo reflexionar a
Lutero sobre la verdadera identidad de su “Dios Oculto”.
El dios oculto
de la Reforma no fue otro que el Diablo, como se verá el Análisis de las 96
Tesis con las que Lutero le declaró la Guerra a
la Iglesia, a Jesucristo y a Dios. Porque quien ordena mata en nombre de Dios
no es hijo ni Siervo de Dios.
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