web counter
cristoraul.org

 

DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA

(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)

 

CAPÍTULO XX.-

GUERRA EN CUBA

 

Dominada la insurrección cubana en occidente, comenzó el general Weyler los preparativos para hallar y destruir, como ya lo habla hecho con Maceo, a los dos cabecillas más importantes de la rebelión : Calixto García y Máximo Gómez, para lo cual, concentró gran número de batallones en las provincias de la Habana y Matanzas, con el objeto de caer sobre Máximo Gdtnez que, al comenzar el año 1897, había pasado la trocha de Jácaro a Morón, internándose en la jurisdicción de Sancti-Spiritus.

En oriente, Calixto García atacaba y sitiaba, el día 6 de Enero, al destacamento español que guarnecía el poblado de Guamo. Defendióse bizarramente la escasa fuerza a las órdenes del teniente Rico, dando lugar a que llegase en su auxilio la columna del coronel Tovar, que salvó a los sitiados después de batir a los insurrectos, fuertemente parapetados en las orillas del río Cauto.

En Las Villas se habían apoderado los rebeldes del poblado de Las Vueltas, y trataban de reconcentrar las partidas, para volver a invadir las provincias occidentales. El general Aldave encontró a los insurrectos en territorio de Santa Clara, derrotándoles en Azules y Pelados. Unióse este general, el 19 de Enero, con la columna del general Molíns, reconociendo los sitios en que se verificaba la concentración de partidas, dispersándolas y haciendo fracasar sus tentativas.

El mismo día, salió Weyler a dirigir personalmente las operaciones, recorriendo las provincias de la Habana y Matanzas,. donde pudo convencerse, por los reconocimientos. practicados, de que no existían grandes núcleos rebeldes que batir, siendo en extremo satisfactoria la situación por que atravesaban aquellas comarcas. Siguió avanzando el general en jefe hacia oriente, colocándose en Las Villas, con la esperanza de hallar a Máximo Gómez, que, según todas las referencias, se hallaba entre Sancti-Spiritus y el Jatibonico. A su paso por aquellos territorios, ordenó Weyler la destrucción de cuantos recursos del país pudiesen ser utilizados por los insurrectos, y, continuando su marcha, cerró el paso de las partidas en dirección a occidente, ocupando con fuertes destacamentos las riberas del río Hanabana, obstruyendo los vados y haciendo construir multitud de fortines.

Máximo Gómez, en tanto, se hallaba sitiando con alguna artillería, al destacamento español de Arroyo Blanco, cuyos defensores fueron salvados, a fines de Enero, por la columna del general Arjona.

El 25, llegó Weyler a Cruces, y siempre avanzando, se situó en Santa Clara el 2 de Febrero, volviendo a salir, el día 9, en dirección a Placetas, llegando el 11, no sin sostener algunos combates durante el camino. Máximo Gómez continuaba en el Jatibonico, y, deseando Weyler limitar la zona por aquél ocupada, ordenó la salida de varias columnas, con objeto de desorientar al cabecilla, y hacerle caer en una u otra de las brigadas preparadas a este fin en tan hábilmente trazado plan. En efecto, Máximo Gómez, cuya situación comenzaba a hacerse crítica, empezó a retroceder a la parte oriental del Jatibonico, siempre acosado por los españoles. Weyler llegó a Sancti- Spiritus a mediados de Febrero, y desde allí imprimió gran impulso a las operaciones que habían de traer, como consecuencia, la derrota experimentada por el generalísimo cubano, a quien alcanzó la brigada del general Gaseó entre la trocha de Jácaro a Morón y el Jatibonico. Después de esta acción, y no considerando Weyler necesaria su presencia en Sancti-Spiritus, regresó a la Habana a primeros de Marzo.

El general Jiménez Castellanos salió de Puerto Príncipe con dirección a San Jerónimo, donde se hallaba el titulado Gobierno insurrecto. Durante los cinco días que duró la marcha de la columna, no cesó de combatir un solo instante, siendo el más importante de los combates que hubo de sostener, el del día 6 de Marzo, en que el enemigo atacó resueltamente a las fuerzas españolas, que le rechazaron con grandes pérdidas. Según el parte oficial de esta acción, la columna Jiménez Castellanos consumió ventinueve mil doscientos ochenta cartuchos, e hizo veintitrés disparos de cañón. Nuestras bajas fueron : un oficial y seis de tropa, muertos, y heridos dos oficiales y 30 soldados.

Los encuentros eran frecuentes en las provincias orientales, y resulta casi imposible poder seguir paso a paso los movimientos de las distintas columnas encargadas de combatir a los rebeldes. 

En Manzanillo se habían reconcentrado gran número de partidas, con el objeto de cerrar el paso a Bayamo, atrincherándose cerca del río Buey en extensa línea que dominaba el camino a seguir por las fuerzas españolas, por lo cual la división de Manzanillo a las órdenes del general Rey, salió y tomó al enemigo las trincheras, después de serio combate que nos costó 8 muertos y 50 heridos, entre los que había 4 oficiales.

Durante siete días realizó el general Linares, brillante expedición desde Santiago de Cuba, reconociendo los poblados de aquella jurisdicción y batiendo a los insurrectos diferentes veces, cogiéndoles armas y municiones. Sin embargo, en esta provincia la insurrección se mantenía con bríos, debido a la escasez de fuerzas de que disponía el comandante general de aquel cuerpo de ejército, por tener empleadas Weyler sus mejores y más numerosas tropas en el centro de la isla, principal objeto de las operaciones del general en Jefe por aquellos días.

A pesar de todas las precauciones tomadas por el general Weyler en las provincias centrales, no desesperaba Máximo Gómez de hacer una nueva invasión allende el Jatibonico, contando con el poderoso auxilio de Quintín Banderas, que había iniciado la marcha hacia occidente, previa reconcentración de importantes partidas procedentes de Santiago de Cuba, Bayamo y Camagüey. Pero ya Weyler había logrado cerrar la trocha de Jácaro a Morón, después de ocupar la isla de Turiguanó, con lo cual imposibilitaba la ejecución de los planes concebidos por el jefe de la insurrección, a quien se prohibía el acceso a occidente. Con ello, quedaban Banderas, en Matanzas, Máximo Gómez en Sancti-Spiritus, y Calixto García en el extremo oriental de la isla, todos separados entre sí, y con pocas esperanzas de verificar su reunión.

Quintín Banderas se dirigía, el 24 de Abril, a Veguitas, encontrándole en esta población, una columna es­pañola compuesta de infantería y caballería, que le batió y dispersó su partida, causándole, además, numerosas bajas. Banderas se retiró hacia oriente, quedando con esto demostrada la imposibilidad de invadir las provincias occidentales, que podían considerarse definitivamente perdidas para la causa de la insurrección. Mal andaban las cosas para ésta en dichos territorios, a los que se agregó al poco la provincia de Santa Clara. Sin partidas que las recorriesen, iba Weyler organizándolas en zonas militares, contemplando, a su paso por ellas, los progresos de la pacificación, que se traducía por la casi absoluta tranquilidad con que se hacían las faenas de la molienda. Tampoco los insurectos de oriente denotaban con sus hechos la osadía de los primeros tiempos de la revuelta, y escaso de hombres con que reponer las nu­merosas bajas que les habían ocasionado nuestras columnas, se vió precisado el Gobierno rebelde a decretar el servicio obligatorio para todos los cubanos.

Ante la notoria decadencia del movimiento insurreccional, estimó Weyler la procedencia de la aplicación de las reformas para el régimen y administración de la isla de Cuba, acordadas por el Gobierno español en Febrero. Accedió el Gobierno, y con el fin de restar elementos al campo rebelde, se promulgaron dichas reformas, aplicándolas a las provincias pacificadas, dándose de ello cuenta al Gobierno yanqui, cuyo Presidente había manifestado a las Cámaras de su país, que los Estados Unidos intervendrían en la isla, tan pronto como los hechos hubiesen demostrado la impotencia de España para sofocar la insurrección filibustera.

Nuevamente volvió a salir a campaña el general Weyler el día 2 de Mayo, observando a su paso por el territorio de Las Villas, la escasa intensidad de la insurrección en aquella comarca, donde no quedaban partidas de importancia, hallándose únicamente Quintín Banderas con muy poca fuerza, acosado constantemente por nuestras columnas. Máximo Gómez no había salido de la zona de Sancti-Spiritus, persiguiéndole el general Obregón, que le encontró en las lomas Pedrero, desalojándole de sus posiciones, después de brillante carga a la bayoneta, dada por el batallón de cazadores de Tarifa, ante la cual abandonaron los rebeldes el campo, dejando varios muertos. Gómez se retiró al potrero Reforma, uniéndose con la partida del cabecilla Carrillo. Contra ellos se dirigió el principal esfuerzo deí general en jefe, disponiendo que cuarenta batallones bloqueasen al generalísimo cubano, quien, convencido de la imposibilidad de sostenerse en Reforma, reunió sus destrozadas huestes, intentando dirigirse a Las Villas. Nuestras columnas, que espiaban sus movimientos, le cortaron el paso, y en la necesidad de buscarse un refugio de salvación, resolvió Máximo Gómez lanzarse al combate, siendo totalmente destruido, haciéndosele numerosas bajas. Los españoles pudieron recoger cincuenta muertos abandonados por los insurrectos, entre ellos los cabecillas Clavero, Junco, Cárdenas y Robert. El resultado de la jornada fué que, destrozados los grandes núcleos que constituían el avance de Máximo Gómez, dispersos y desalentados, quedaron divididos entre sí, siendo inútiles cuantos esfuerzos intentaron para su concentración.

Así, pues, a mediados del año 1897, la situación general de la isla había mejorado mucho. Los ataques a los poblados no se sucedían con aquella frecuencia de los meses anteriores, los trenes circulaban con cierta regularidad, las partidas no se atrevían a presentarse en campo abierto a los españoles, y aun cuando quedaban por pacificar los territorios comprendidos entre el Jatibonico y el cabo de San Antonio, no quedaba duda alguna de que el general Weyler restablecería la normalidad en toda la isla, al terminar las operaciones que proyectaba para la campaña de invierno.

Pero no todo eran satisfacciones para el general en jefe. Los partidos políticos se agitaban en España, combatiendo por la conquista del Poder. Silvela enemistado con Cánovas, por atacar a éste, atacaba también al representante de su política en Cuba; Martínez Campos, celoso de la gloria militar que pudiese corresponder a su sucesor en el mando de la Gran Antilla, se mostraba disconforme con los procedimientos seguidos por Weyler; Moret, en memorable discurso pronunciado en Zaragoza, manifestaba, en nombre del partido liberal, que «por la autonomía entrarían los alzados en armas por el camino de la legalidad»; y Sagasta, en fin, después de hacer suyas las palabras del señor Moret, declaraba a las minorías parlamentarias, que «España tenía 200,000 hombres empleados en la isla de Cuba, sin que fuesen dueños del terreno que pisaban, a pesar de que la guerra que se hacía a los insurrectos, era salvaje, cruel y feroz».

Ante la dura oposición que se hacía al señor Cánovas del Castillo, instándole las minorías coligadas a que relevase al general Weyler, decidió el jefe del Gobierno español, plantear a la Reina Regente la cuestión de confianza, y reiterados por S. M. los poderes, continuó el mismo Ministerio (3 de Junio), que a su vez los reiteró al gobernador general de Cuba.

Pero la imprudencia del señor Sagasta, al hacer aquellas declaraciones a que nos hemos referido, causaron todo el mal que de ellas se podía esperar. Basado en sus palabras, dirigió el secretario de Estado de la República norteamericana, una protesta dirigida a nuestro Gobierno, en nombre de la civilización y de su país, que tan importantes intereses tenía en Cuba, contra los bandos y procedimientos adoptados por el general Weyler para reprimir la insurrección, y muy particularmente contra la reconcentración de pacíficos.

Aparte de esto, el daño producido a España por el señor Sagasta, había sido incalculable, pues su discurso fué coreado en el Senado yanqui, dándole la significación que tenía al salir de los labios del futuro sucesor del señor Cánovas en la Presidencia del Gobierno español, por cuyo solo hecho hasta los senadores menos belicosos, no sintieron repugnancia en votar la proposición Morgan reconociendo la beligerancia de los cubanos.

Cualquiera creerá que el señor Sagasta, al conocer la magnitud del mal ocasionado a su patria, se sintió profundamente arrepentido y trató de desvirtuar el mal efecto causado con su inexplicable conducta, rectificando los perniciosos conceptos de su discurso; pero no fué así. Lejos de eso, ni explicar quiso sus palabras, cuando tanto se lo hubieran agradecido los buenos españoles.

Como es natural, el Gobierno español contestó al de los Estados Unidos, protestando de las afirmaciones contenidas en su nota, y haciéndole ver que la guerra de Cuba se ajustaba a las prescripciones de los pueblos civilizados; pero de todos modos, la ingerencia de los yanquis en los asuntos de nuestra colonia antillana, demuestran hasta la evidencia, los grandes deseos abrigados por la República norteamericana, de verificar en la isla de Cuba una intervención militar en perjuicio de España.

Esto ocurría el día 4 de Agosto, y a un mismo tiempo, se enviaban al general Weyler instrucciones reservadas, instándole a que evitase, en lo posible, complicaciones con los Estados Unidos, que pudiesen conducir a esta nación a una guerra con la nuestra. Cánovas, gran conocedor del gran poderío marítimo de los yanquis, no la deseaba, a pesar del entusiasmo demostrado por el pueblo español en diversas manifestaciones callejeras, que llegó a pedirla a gritos a los acordes de la Marcha de Cádiz.

En su afán constante de no dar a nuestra patria días de luto, contemporizó Cánovas, casi hasta llegar a los linderos de la humillación, procurando ganar tiempo, y dando a entender a Weyler que precisaba dar gran impulso a las operaciones militares, a fin de pacificar la isla de Cuba, antes de que la actitud de los Estados Unidos precipitase los acontecimientos.

Algunos políticos combatían al señor Cánovas por su carencia de arrestos bélicos, y alguien hubo de manifestar esas censuras al propio Presidente del Consejo de ministros, que al oir a su interlocutor, se limitó a contestarle : «No quiero la guerra, porque nos comen».

Demasiado conocía el señor Cánovas los resultados que podíamos esperar de una campaña emprendida con tanta imprudencia, como falta de elementos para triunfar.

Por desgracia, bien ajenos estaban los españoles de la terrible tragedia que el día 8 de Agosto, iba a privar de la vida, al más ilustre y más sesudo de los estadistas de nuestra patria.

Hallábase don Antonio Cánovas del Castillo, pasando unos días en el balneario de Santa Agueda (Guipúzcoa), cuando un anarquista italiano, que de tiempo atrás acechaba el momento de asesinar al jefe del Gobierno español, le disparó dos tiros de revólver, en ocasión que el señor Cánovas se hallaba sentado, leyendo la prensa, en una de las galerías del establecimiento, siendo su muerte instantánea. Detenido inmediatamente el asesino, manifestó llamarse, en los primeros momentos, Emilio Rinaldini; pero pareciendo a sus aprehensores que el nombre declarado era supuesto, estrecháronle a preguntas, acabando por confesar que se llamaba Miguel Angiolillo, y que había matado al Presidente del Consejo de ministros, para vengar los fusilamientos de anarquistas, verificados en el castillo de Montjuich de Barcelona. El asesino Angiolillo fué sometido a un consejo de guerra que se reunió en Vergara. Condenadora muerte en garrote vil, se cumplióla sentencia el 20 del mismo mes.

El cadáver del infortunado señor Cánovas, fué conducido a Madrid, enterrándosele el día 13 de Agosto, con los honores propios del alto cargo que desempeñaba.

Interinamente se encargó de la Presidencia del Consejo, el general Azcárraga, siendo nombrado definitivamente para ese puesto, el día 22.

Weyler, que consideraba irreemplazable al señor Cánovas del Castillo, y le parecía que el nuevo Presidente carecía de la autoridad y energías suficientes, para hacer prevalecer la política desarrollada por aquel eminente político, preguntó al general Azcárraga, telegráficamente, si el Gobierno que presidía estaba dispuesto a sostenerle. La contestación fué afirmativa, y en su virtud, decidió el general en jefe continuar en el mando de la isla, para acelerar las operaciones, antes de que, al manifestarse las divergencias entre los conservadores, faltos de dirección, se impusiera un cambio de política, que, llevando a Sagasta al Poder, se viera en la triste necesidad de dimitir, sin haber logrado acabar la guerra de Cuba, cuyo feliz término era la constante obsesión del general Weyler, en su deseo de procurar el prestigio del Ejército.

Así es que, en consecuencia de esa ratificación de poderes, empezó Weyler a desarrollar en las provincias orientales de la isla, el plan de campaña que tenía en preparación. Para ello, salió a operaciones llevando de occidente 25 batallones, cuya presencia no juzgaba necesaria en las regiones pacificadas, distribuyéndolos con­venientemente en diversos puntos del departamento oriental.

Coincidiendo con estos preparativos, Calixto García reunía todas las partidas de Santiago de Cuba, para ir en auxilio de Máximo Gómez, moviéndose en combinación con éste, para atacar simultáneamente la trocha de Jácaro a Morón, ya prolongada hasta San Fernando.

Efectivamente, Máximo Gómez había comenzado la marcha el día 3 de Septiembre con dirección a occidente, saliendo a su encuentro las columnas del general Segura, ante las cuales volvió atrás, repasando el Jatibonico.

Ante la retirada del generalísimo insurrecto, que implicaba su fracaso, decidió Calixto García probar fortuna, intentando un golpe de mano que le hiciese dueño de Victoria de las Tunas, y, reunido con las partidas de Cebreco y Rabí, sumando un total de 6,000 hombres, con cinco cañones, se dirigió al indicado pueblo, guarnecido por unos 200 españoles, asediándolo el día 14 de Agosto.

La guarnición defendióse bizarramente durante quince días, esperando el auxilio que suponía había de prestarle el general Luque, comandante general de la división de Holguín; pero, por desgracia, este general se hallaba operando sobre la zona de Bijarú, sin tener conocimiento de los movimientos de Calixto García, ni recibir la comunicación que le dirigió Weyler el día 24, ordenándole marchase prontamente a socorrer a Victoria de las Tuñas, sitiada por el enemigo. El pueblo contaba en su recinto con 14 fuertes artillados, los cuales, al parecer, fueron asaltados por los insurrectos, después de abrir en ellos brecha, utilizando proyectiles de dinamita, capitu­lando únicamente el llamado del Telégrafo, defendido por alguna tropa y 40 voluntarios que fueron macheteados por las hordas de Calixto García.

Los rasgos de sublime heroísmo ejecutados en aquella luctuosa jornada, los describe admirablemente el general Luque en el parte que dió al general en jefe, el día 15 de Septiembre.

Transcribiremos algunos párrafos, que deben quedar en la memoria de todos los españoles, para que sirvan de admiración a cuantos se interesan por las glorias del Ejército.

Dice así:

«Las noticias que he adquirido, que amplían las dadas a V. E. en mis telegramas del 5 y 6 del corriente, no alteran el concepto que sobre la toma de las Tunas, había yo formado. Heroísmo en casi todos, lucha desesperada, pero falta de inteligencia y unidad en la defensa. Hay rasgos que merecen ser conocidos.

«El comandante de Puerto Rico, don Jacobo Menac, que defendió el cuartel de infantería, ya en ruinas, con un puñado de hombres, en el foso los defensores y después de haber rechazado repetidos asaltos, fué intimado a rendirse durante una suspensión de hostilidades; se adelantó solo a contestar : «Soy español y aragonés, y estas ruinas serán nuestra sepultura», y al volver la cabeza, sin duda para cumplir tan hermosa decisión, rerecibió un machetazo de un enemigo, que dejó al héroe sin vida. Hazaña digna de los bandoleros, que si más tarde han devuelto heridos y prisioneros, no ha sido más que por grotesca pedantería.

«El capitán don Adolfo Rodríguez de Alcalá, herido de dos balazos, sentado en el suelo, murió descargando los seis tiros de su revólver y entonando él mismo un responso con el grito de «¡Viva España!»

«El cabo Nalaso, de Sanidad militar, con cuatro individuos, recuperó un fuerte, y un soldado, cuyo nombre averiguaré, que es de los capitulados, durante toda una noche se sostuvo él solo en el fuerte, retirándose cuando ya no tenía municiones ; y por último, el médico mayor don Juan Benedid, hecho prisionero en mitad de la calle, donde curaba heridos, débese a su serenidad, a su frío valor, a su astucia, la salvación de 150 individuos que hizo pasar por enfermos. Este médico, rodeado de su mujer y de sus pequeños hijos, a pie todos, condujo hasta la Breñosa y después hasta Maniabón, el convoy de heridos y enfermos, haciendo verdaderos prodigios de viril energía.»

El honor militar quedó, pues, a salvo, con el heroísmo de aquellos que supieron morir en defensa de la bandera de España. En cambio, los insurrectos mancharon su fácil victoria, con el asesinato de 68 soldados, que no habían cometido más crimen que el de defender el pabellón español, mutilando sus restos, saqueando tiendas y casas, y atropellando ancianos y niños. Y terminada, su bárbara obra, pusieron fuego a la población, reduciéndola a cenizas.

Parte de esa banda de forajidos, pertenecientes al llamado ejército libertador de Cuba, fueron alcanzados días después por la columna del general Luque, que batió en Mojacasabe a las partidas de Capote y Carlos García, haciéndoles numerosas bajas, siendo las nuestras 4 muertos, y un oficial y 21 de tropa, heridos.

Este desagradable suceso, vino a aumentar la hostilidad que de algún tiempo atrás, manifestaban algunos periódicos de Madrid, contra el general Weyler, a quien, ciertamente, no se podía culpar de la rendición de Victoria de las Tunas. Pero, corno en este país, todo se aprovecha en beneficio de la política de partido, fué un pretexto más para pedir a gritos el relevo del general en jefe.

Por otro lado, los conservadores se mostraban cada vez más desunidos desde el asesinato del señor Cánovas del Castillo, inclinándose unos a reconocer la jefatura del señor Silvela, mientras otros patrocinaban la candidatura del duque de Tetuán. Dividida así la mayoría, era natural que se anunciase un cambio de política al regresar la corte de San Sebastián. Estos anuncios tomaron cuerpo, al publicarse unas declaraciones del general Martínez Campos, en las que consideraba perjudicial para los altos intereses de la patria, la continuación del Gobierno Azcárraga, continuador de la fatal política de la guerra con la guerra, patrocinada por Cánovas, entendiendo que debían venir, «pero en seguida, los liberales».

Ya sabemos, por haberlo visto anteriormente, que Martínez Campos era en Palacio voto de calidad. No es de extrañar, por lo tanto, que, tan pronto como la Reina Regente llegó a Madrid, presentase el general Azcárraga la dimisión total del Ministerio, subiendo al Poder los liberales, cuyo Gobernó quedó constituido el 4 de Octubre en la siguiente forma :

Presidencia, Sagasta.

Estado, Gullón.

Gracia y Justicia, Groizard.

Gobernación, Capdepón.

Hacienda, Puigcerver.

Fomento, conde de Xiquena.

Guerra, Correa.

Marina, Bermejo.

Ultramar, Moret.

Pocos días después de haber jurado el cargo los ministros liberales, firmaba la Reina Regente (9 de Octubre) un decreto disponiendo que cesara el general Weyler en los cargos de Gobernador general y General en jefe del ejército de operaciones, nombrándose para reemplazarle, al capitán general don Ramón Blanco, que embarcó para la Gran Antilla el 19 de dicho mes.

Salió Weyler de Cuba el día 21, a bordo del Montserrat, tributándole el pueblo de la Habana una despedida afectuosísima, que revelaba bien a las claras las simpatías que había dejado en nuestra colonia el ilustre general, que sin tan inoportuno relevo, a más de cumplir su promesa de acabar la insurrección en el plazo de dos años, hubiera, a buen seguro, evitado las vergüenzas de 1898, o, al menos, las hubiese atenuado, no humillándose sin combatir.

 

CAPÍTULO XXI

Islas Filipinas. Mando del general Primo de Rivera. Estado de la insurrección a la llegada del nuevo Gobernador general. Operaciones sobre Indang.—El paso de Limbón. Combate y toma de Indang. Ataque a Maragondón. Los rebeldes desalojados de la provincia de Cavite. Primo de Rivera publica un bando de indulto. Los insurrectos atacan a San Rafael. Combates en Aliaga. Preliminares del ataque a Biacna-bató. La diplomacia en acción. Las reformas de 1897.Negociaciones para la paz.Pacto de Biacnabató.—Fin de la insurrección.