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DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)CAPÍTULO
XVII
Ante el
ruidoso fracaso del general Martínez Campos, precisaba que la elección de
general en jefe recayese en persona de gran prestigio militar. La opinión
pública señaló a Weyler, que a la sazón desempeñaba la Capitanía general de
Cataluña, y atento el señor Cánovas del Castillo a esta corriente general, no
vaciló en llamarlo a Madrid, ofreciéndole el cargo, que, aunque espinoso, fue
aceptado inmediatamente por Weyler, embarcando él 28 en el puerto de Cádiz,
acompañado de los generales Ochando, Ahumada, Bargés, Arólas y Bernal, cuyos nombramientos, hechos a
petición del nuevo Gobernador general de Cuba, dieron lugar a muchos
comentarios por la significación republicana de los dos últimos.
Weyler llegó
a la Habana el 12 de Febrero, y acto seguido dividió el ejército de Cuba en
tres cuerpos, uno para las provincias de Pinar del Río, Habana y Matanzas, otro
para las Villas, y otro para el departamento oriental de la isla, siendo sus
comandantes en jefe respectivos, los generales marqués de Ahumada, Pando y
Bargés.
La gravísima
situación por que atravesaba nuestra hermosa colonia antillana, la describe el
mismo Weyler en las siguientes líneas, que transcribimos de Mi mando en Cuba.
«Al
encargarme del mando, Maceo continuaba en Pinar del Río, estando aquel día en
Sabana la Mar, y el 11 en el ingenio Laborí, cerca de
Artemisa; y Máximo Gómez, desde Jamaica (Habana), se dirigió a Guayabal, donde
acampó cerca del ingenio Portugalete, muy conocido, como he dicho, por ser
propiedad de don Manuel Calvo, y estar muy próximo a la capital.
«Por lo
consignado, se ve perfectamente el triste cuadro que me ofrecía la realidad :
partidas en toda la isla; el grueso de Maceo cerca de Artemisa, en la provincia
de Pinar del Río, a corta distancia de la Habana, después de haber recorrido
victoriosamente toda aquella provincia; y en la de la Habana, a poca distancia
también de la capital, Máximo Gómez; en ella reinaba el temor, teniendo mi
antecesor las disposiciones tomadas para el caso de que el enemigo la atacara,
según lo prueba la orden general del 6 de Enero : las piezas de artillería
situadas al efecto para defenderse de un ataque, retenes de voluntarios y
bomberos en la casa de Correos y principales edificios y dependencias
públicas, y todas las noches estos beneméritos cuerpos, cubrían el servicio de
la parte exterior de la población para impedir una sorpresa. En la misma Habana
no entraban diariamente artículos comestibles del campo, sin pagar a los
insurrectos el impuesto que exigían, y el día de mi llegada no permitieron que
entrase leche. A lo dicho debe añadirse que se conspiraba en la misma capital,
en la que entraban y salían municiones y recursos para los insurrectos en
distintas formas, se murmuraba públicamente, se comentaba todo, censurándolo y
haciendo mofa de España y de los españoles, y había desaparecido de allí todo
vestigio de autoridad y respeto.»
A tal
extremo habían llegado las cosas por la torpe complacencia del general Martínez
Campos.
Dispuesto a
obrar en sentido contrario, comenzó Weyler a ejecutar su plan de campaña,
disponiendo que en el plazo improrrogable de ocho días, se concentraran los
habitantes del campo en los puntos en que hubiera guarnición española. Era el
único medio de quitar recursos a los rebeldes, aislando las partidas sin que
éstas pudiesen obtener los medios de vida que les proporcionaron, desde el
comienzo de la insurrección, las poblaciones rurales.
Weyler, que
a su salida de la Península, había manifestado a los periodistas su propósito
de terminar la guerra en poco más de dos años, pensó incomunicar a Maceo del
resto de la isla, encerrándole en la provincia de Pinar del Río y batiéndole
allí constantemente, no darle punto de reposo hasta haber logrado por completo
aniquilarle, y una vez conseguido, ejecutar el mismo pensamiento en dirección a
oriente, hasta dominar la insurrección en el último baluarte en que ofreciese
resistencia.
Para la
realización de su plan, dió Weyler mucha importancia
a las trochas militares, alcanzando gran desarrollo la de Jácaro a Morón, ya
construida durante la primera guerra separatista, que llegó a constituir una de
las más formidables líneas militares de todos los países y de todos los
tiempos.
Se taló la
manigua en una anchura de 500 metros en toda la longitud de la línea, se edificaron
68 torres de dos pisos de mampostería, rematadas por una garita con un
proyector de luz oxhídrica para iluminación del campo a 500 metros por uno y
otro lado; todas ellas estaban provistas de teléfono en comunicación con todos
los puntos de la línea. Había también 68 blocaos de madera y 408 escuchas en
forma de pequeños blocaos para cuatro hombres.
Una
alambrada defensiva de 68 kilómetros, con cuatro filas de estacas espaciadas a
dos metros, completaba la instalación de la trocha, la cual se alargó con siete
kilómetros de vía nueva férrea entre Morón y San Fernando.
Asimismo se
estableció la trocha de Mariel a Majana, con
importantes obras de defensa. En las provincias de Pinar del Río y de la
Habana, se establecieron líneas de observación, como la de Hanabana en Matanzas; las de Placetas-Spiritus-Pelayo,
Placetas-Fomento, en Las Villas; otras dos en la provincia de Puerto Príncipe,
y varias en la de Santiago de Cuba.
Atento
siempre Weyler a operar principalmente contra el grueso de la partida
acaudillada por Antonio Maceo, dispuso que varias columnas observasen sus movimientos
y se apoyasen mutuamente en el caso de que el cabecilla intentase entablar
acción formal con una de ellas. No tardó en presentarse esta ocasión,
encontrando el coronel Segura al lugarteniente de Máximo Gómez, en San Antonio
de las Vegas, el 16 de Febrero. Maceo fue completamente derrotado, cayendo sus
fuerzas dispersas sobre la columna Linares, que el 18 las batió en Chimborazo,
haciéndoles numerosas bajas.
Con todo, no
pudo evitarse que verificase su unión con la partida de Máximo Gómez el día 19,
trabando combate en Moralito, que terminó con la
retirada de los rebeldes, que perdieron más de 100 hombres, entre los que se
hallaba Basilio Guerra. La persecución contra ambos jefes rebeldes, era viva y
continuada, de una columna tropezaban con otra, y no pudiendo substraerse a
nuestras tropas, los dos cabecillas lograron internarse en la provincia de
Matanzas, tomando, al parecer, la dirección de Las Villas, con el objeto de
despistar a los españoles, y volver a separarse, volviendo Maceo a occidente y
dirigiéndose Gómez hacia oriente. De esta manera obligaron a Weyler a dislocar
las columnas enviadas en contra suya, colocando las cosas en el mismo lugar en que
se hallaban a primeros de Febrero.
En los
últimos días de este mes penetró una partida insurrecta en las calles de
Cárdenas, de donde tuvieron que salir perseguidos por la guarnición.
La vuelta de
Maceo a la provincia de la Habana produjo bastante alarma, pues no se ocultaba
a nadie que su fuerza había aumentado a 5,000 hombres, que trabaron reñida
lucha, el día 2 de Marzo, con el general Aldecoa, que les venció, mientras
Linares y Melguizo batían en la misma fecha a los núcleos mandados por los cabecillas
Castillo y Massó.
De todas
maneras, la insurrección continuaba teniendo gran incremento en las provincias
de la Habana y Pinar del Río; tanto es así que, en esta última, los rebeldes
consiguieron incendiar las poblaciones de Mantúa,
Cabañas y Guanes y se acercaron a la misma capital con una osadía inexplicable.
El 1.° de
Marzo, el general Bosch encontró en la loma de Mamey a 3,000 insurrectos
mandados por Cayo Álvarez, Serafín Sánchez y Antonio Núñez, haciéndoles 25 muertos
y cogiéndoles varios prisioneros.
Máximo
Gómez, que desde su separación de Antonio Maceo se hallaba en Las Villas,
apareció de nuevo en Matanzas y marchó hacia occidente, no sin sostener antes
(9 de Marzo) un reñido combate con el coronel Prats en Santa Rita de Baró, al
sur de Colón, tras el cual, se retiró Gómez a San Severino, donde se reunió con
las partidas de Antonio Maceo y Quintín Banderas. Después de esto, Maceo volvió
a la Habana y Gómez marchó a la parte oriental.
Los combates
se sucedían con frecuencia en oriente, donde era jefe de la rebelión, José
Maceo, que en vano intentó apoderarse de Sagua de Tánamo.
La situación
de las provincias de la Habana y Pinar del Río era lo que más preocupaba a
Weyler, pues la completa pacificación de las mismas, implicaba el dominio
absoluto de las comunicaciones, amenazadas de continuo por las incursiones de
Antonio Maceo, en aquellos territorios.
«Así pues,
dice Weyler en su citada obra, hube de preocuparme más de Maceo que de Gómez,
aun prescindiendo de que daba más importancia a aquél, que por ser valiente,
arrastraba a los de su raza, y porque en la correría a Pinar del Río, había
demostrado, en mi concepto, más condiciones de audacia y resolución que
Gómez, el cual se limitaba a recorrer la Habana y Matanzas cuando no se le
perseguía, huyendo siempre que se veía acosado.»
Las fuerzas
reunidas de Quintín Banderas y Antonio Maceo, sumaban unos 6,000 hombres, con
los cuales se dirigieron a Batabanó, con el empeño de apoderarse de este punto,
y no habiéndolo podido conseguir por la heroica defensa que del poblado hizo
el destacamento que lo guarnecía, se internaron, al día siguiente, en la provincia
de Pinar del Río. Al mismo tiempo, penetraba en la de Santa Clara, Máximo
Gómez. De la persecución de Maceo estaba encargado el general Linares, que le
infirió, el 7 de Abril, un serio descalabro, a consecuencia del cual se le
separó Banderas que, sorprendido en Guayajabos,
cuando se disponía a atacar un fuerte, por el general Suárez Valdés, tuvo que
emprender precipitadamente la retirada, dejando abandonados en el campo los
treinta y tres hombres muertos en la acción.
Mientras
tanto, no desperdiciaba Weyler las ocasiones para hallar y batir a Maceo, en
dondequiera que se encontrase. El 13 de Abril ordenó una operación combinada
con tres columnas que simultáneamente penetraron en las lomas de Rosario. Una
de ellas no forzó la marcha lo que hubiera sido menester, lo cual dio lugar a
que la mandada por el teniente coronel Dervos,
trabase desigual combate con el grueso de las fuerzas de Maceo, que le hicieron
grandes bajas, y le hubieran seguramente derrotado, sin la oportuna aparición
del general Suárez Inclán, que llegó al campo de batalla, después de trece
horas de camino. Batido el enemigo, acamparon las dos columnas en Manolita,
siguiendo al día siguiente en su persecución.
Reducido
Maceo a la provincia de Pinar del Río, acumuló Weyler grandes refuerzos en la
línea de Mariel a Artemisa, para impedir que aquél viviese a la Habana. Dentro
de la misma línea se hallaba encerrado Quintín Banderas, a quien vigilaba
atentamente el general Arólas, mientras Linares hacía
lo propio con Antonio Maceo.
Las pequeñas
partidas de la Habana, reducidas a su mayor impotencia para luchar con nuestras
tropas, se ensañaban en gente indefensa, escondiéndose durante el día, para por
la noche incendiar los ingenios. En el extremo oriental de la isla, se dedicó
el general Bargés a evitar la concentración de las partidas, si bien no pudo
evitar que el 29 de Abril, atacase José Maceo el poblado de Cristo, a pocos
kilómetros de Santiago de Cuba, quemando ocho bohíos, y siendo expulsado al
poco por fuerzas españolas. Calixto García, cuyas dos primeras tentativas de
desembarco en la isla habían fracasado, logró, por fin, repetir la intentona,
esta vez coronada por el éxito ; y uniéndose con Máximo Gómez, obtuvo del generalísimo
cubano, el mando del departamento oriental, a pesar de las vivas protestas de
José Maceo, que deseaba continuar al frente de dicha provincia.
El 30 de
Abril, ante la persistencia de Antonio Maceo en permanecer en Pinar del Río, y
con objeto de cercarle, ordenó el general en jefe, un movimiento combinado
sobre Cacarajícaras, en el que tomaron parte seis
columnas, moviéndose el general Suárez Inclán, desde Bahía Honda, apoyado por
los tenientes coroneles Pintos y Valcarce, mientras
los coroneles Devos y Gelabert permanecían a la
expectativa para cortar todas las salidas del cabecilla por San Blas y Caimito.
Las admirables disposiciones dictadas por Weyler, fracasaron por no haber
concurrido a la operación, como se le había ordenado, el general Bernal. Sin
embargo de este contratiempo, el general Suárez Inclán, llevando dos batallones
del regimiento de San Fernando y alguna artillería, desalojó al enemigo de sus
fuertes posiciones, defendidas por mil quinientos hombres, arrasándolas y acampando
en ellas. Los insurrectos tuvieron en aquella acción doscientas bajas, siendo
perseguidos en su repliegue por nuestras tropas, que, según las órdenes de
Weyler, procuraron estrecharles dentro de un círculo de fuego, para evitar que
se escaparan en dirección alguna. Nuestras bajas en Cacarajícaras fueron dos oficiales, los tenientes Burguete y Moneada muertos, además de
catorce soldados ; y heridos, tres jefes, seis oficiales y 61 individuos de
tropa.
Derrotadas
las fuerzas de Maceo, se dirigieron el día 22 de Mayo a Vega Morales, donde
encontraron a la columna del general Serrano Altamira, que les batió
nuevamente, impulsándoles a retirarse en la dirección que seguía en su marcha
el general Suárez Inclán, con cuyas fuerzas se toparon el día 6. En Aguacate se
reunieron los generales Serrano e Inclán, tomando juntos el camino de Bahía
Honda, sin dejar de combatir un solo momento, dispersando cuantos grupos se les
presentaron.
Ante las
dificultades que encontraba Maceo, para sostenerse en la sierra, acentuó su
movimiento hacia Paso Real con dirección a oeste, en vista de lo cual dio orden
Weyler, a Serrano, de perseguirle desde San Cristóbal, y a Valcarce para que, situándose en Candelaria, apoyase al primero, si se confirmaba el
avance de los enemigos hacia occidente, o bien para atacarle por el flanco, si
se dirigía hacia la línea de Mariel-Majana.
En Las
Villas, Máximo Gómez con las partidas de Zayas y Castillo, avanzaba hacia
occidente, con intención de ayudar a Maceo. El coronel Segura dióle alcance en Ciego Romero, diseminándose las fuerzas
enemigas tras rudo combate, en el que jugaron las tres armas. A esta acción la
concedió Weyler mucha importancia, y en efecto, el intento de los insurrectos
de marchar hacia el oeste, se frustró completamente, lográndose en cambio la
disgregación de las partidas que componían el núcleo batido por Segura, cuyos
componentes fueron a caer en las columnas López Amor y Vázquez, que las
dispersaron en Potrerillo y Hoyo de Manicaragua. Los rebeldes empleaban con
frecuencia la dinamita para hacer descarrilar los trenes, y la mayor parte de
los heridos de nuestras tropas, lo eran por proyectiles explosivos.
Fraccionadas
las fuerzas insurrectas después de los anteriores combates, Máximo Gómez se
dedicó a maniobrar sin combatir, procurando despistar a las Columnas españolas
e intentando verificar su nueva reunión, con Zayas, cuando las circunstancias
lo permitiesen.
En el
Camagüey, se hallaba instalado el Gobierno de la titulada república cubana, y
en la provincia de Santiago de Cuba el general Bargés no dejaba un solo momento
de descanso a las partidas acaudilladas por Calixto García y José Maceo.
A primeros
de Junio había logrado Weyler contener a Antonio Maceo en Pinar del Rio, sin
permitirle franquear la trocha de Mariel-Majana.
Sumamente duro fué el combate empeñado por aquellos
días entre las fuerzas del cabecilla mulato y las del general Suárez Valdés en
Las Lajas, obligándosele, después de cinco horas de fuego, a retirarse en
dirección a Caiguanabo, no sin dejar 39 muertos sobre
el campo. Suárez Valdés y 30 españoles, resultaron heridos, substituyendo al
primero en el mando de la división, el general Melguizo.
En la sierra
de Najosa, los generales Jiménez Castellanos y
Godoy, batieron a 5,000 insurrectos mandados por Máximo Gómez. La partida de
Aguirre entró en el pueblo de Bucaranao y destruyó la
mayor parte de las casas. En la Habana, Zayas reorganizaba y reforzaba las
partidas insurrectas.
Aun cuando
había entrado la época de las lluvias, no por eso se dejaba de combatir. En
Loma de Gato, derrotaron el general Albert y el
coronel Vara del Rey, con sus columnas combinadas, a las partidas reunidas de
Máximo Gómez
y Calixto García, aparecieron unidos e iniciaron su marcha hacia Santiago de
Cuba, donde el cariz se presentaba poco halagüeño para la insurrección.
Llegados a dicha provincia, confirieron a Cebreco el
mando que tenía José Maceo. Separado García de Gómez, sostuvo el general
Linares, brillante acción con el primero, en San Ramón de las Yaguas,
tomándole sus posiciones y ahuyentándole en todas direcciones.
El coronel
Maroto batió en la provincia de Matanzas a varias partidas insurrectas, y el
general Bernal estrechaba en Pinar del Río a Antonio Maceo, mientras las demás
columnas encargadas, como la de. aquél, del mismo objeto, efectuaban diarios
reconocimientos ofensivos, que no dejaban sosegar al mulato. Merece también
especial mención, entre los numerosos combates ocurridos en el mes de Julio, la
derrota y muerte de Zayas (Quivicán) por el coronel
Perol, que hizo al enemigo 45 muertos, apoderándose del cadáver del cabecilla,
que fué expuesto al público e identificado por los
prisioneros hechos de la misma partida.
En la isla
de Pinos, se rebelaron los deportados políticos, aprisionando al comandante militar,
que fué libertado al poco tiempo por nuestras
fuerzas, que, saliendo en persecución de los enemigos, les redujeron tras
breve combate.
Los
insurrectos mostraban singular empeño en cercar a Bayamo, costando gran trabajo
a los españoles aprovisionar dicha plaza. Máximo Gómez se hallaba, en Agosto,
en la provincia de Santiago, y, cumpliendo los sublevados las disposiciones
del gobierno insurrecto, proseguían su campaña de destrucción, volando puentes
y cortando las vías férreas.
En Santa
Clara y Matanzas, se recrudeció la insurrección, a pesar de los brillantes
triunfos obtenidos por el teniente coronel Antequera, sobre las partidas de
Rojas y Lacret.
En Pinar del
Rio, no se pudo evitar que Quintín Banderas atravesara la trocha de
Mariel-Artemisa, pasando a la provincia de la Habana, e internándose poco
después en Las Villas. En Santa Clara, Matanzas y la Habana, los rebeldes eran
acosados constantemente por nuestras tropas, moviéndose, por contra, con
bastante facilidad en Puerto Príncipe y Santiago de Cuba; si bien en esta
última, el general Linares, que habla sucedido en el mando a Bargés, lanzaba
sus columnas en todas direcciones para evitar la reconcentración de partidas.
Pero donde
tenían verdadera importancia las operaciones, era en la provincia de Pinar del
Rio. Ya hemos dicho que Weyler tenia el principal
empeño en destruir completamente a Maceo, y firme en su propósito de limitar
en lo posible el campo de acción del cabecilla, reforzó las columnas que contra
él operaban, ordenando la ocupación de cuantos poblados se hallaban en las
cercanías de las lomas, y esperó a que el cambio de tiempo le permitiera
emprender las grandes operaciones que tenía proyectadas.
El 29 de
Septiembre, encontraron las columnas de los coroneles Francés y Hernández a las
fuerzas de Maceo, que ocupaban fuertes posiciones en Mantua, desalojándolas de
ellas, tras rudo combate que duró hasta el anochecer. En esta acción los
insurrectos emplearon un cañón de dinamita. Durante el mes de Octubre,
continuaron nuestras tropas acosando a las partidas de Pinar del Rio, y todo
el interés de la campaña estuvo en la provincia de Puerto Principe,
donde se le encomendaron al general Jiménez Castellanos, diversas operaciones
contra
Salió
Jiménez Castellanos, con mil quinientos hombres y alguna artillería, teniendo
que combatir, constantemente, en su marcha, con los grupos enemigos, que
picaban su retaguardia. El 4 de Octubre, sostuvo tres combates importantes en
los potreros Lugones, Delirio y Conchita, teniendo que emplear los cañones para
rechazar a los insurrectos, y llegó, por fin, a Cascoro el día 5, libertando al destacamento, que a duras penas había podido
sostenerse durante los trece días que había durado el sitio.
El
destacamento sitiado se componía de unos 100 hombres del regimiento de María
Cristina, al mando del capitán Neira. Los insurrectos, dueños del pueblo,
cañoneaban furiosamente el fortín desde una de las casas inmediatas. En tales
condiciones la defensa no habría sido muy eficaz si el soldado Eloy Gonzalo no
hubiese ejecutado el sublime acto heroico de incendiarla, después de hacerse
atar, para que, en caso de ser muerto, no cayese su cadáver en poder del
enemigo. La hazaña fué ejecutada con fortuna para el
héroe. Madrid, su pueblo natal, ha conmemorado la abnegación de su hijo
elevando un monumento que recuerde a las generaciones venideras el valor y la
abnegación de aquel soldado.
No fué tan afortunado el general Jiménez en Guaimaro
El enemigo,
después de haber sido rechazado de Cascorro, se dirigió a Guaimaro,
donde reuniéronse las fuerzas de Máximo Gómez y
Calixto García, asumiendo este último la dirección del sitio del pueblo citado,
y marchando Gómez con 3,000 hombres a estorbar la llegada de Jiménez
Castellanos, que iba en auxilio de la población sitiada. El plan adoptado por
los dos caudillos rebeldes, se vió coronado por el
éxito, rindiéndose Guaimaro, después
Conseguido
este objeto por los insurrectos, procuraron por todos los medios, activar la
reconcentración de partidas en el Camagüey, con la evidente esperanza de
obligar al general Weyler a distraer parte de las fuerzas que en Pinar del Río
acosaban a Antonio Maceo, cuya situación empezaba a hacerse insostenible. El
general en jefe no cayó en el lazo, que tan hábilmente se le tendía, y como,
por otra parte, la trocha de Jácaro a Morón era para los rebeldes un obstáculo
insuperable, decidieron el envío de pequeñas partidas, las cuales se
reunieron en la provincia de la Habana, al mando del cabecilla Lacret.
Ya en
Noviembre, y previos algunos movimientos de tropas dispuestas por el general
Weyler, y ejecutados por las columnas de Pinar del Río, salió personalmente el
general en jefe a operaciones, llevando consigo 35 batallones y seis baterías,
con cuyas fuerzas consiguió, después de varios combates, desalojar a Maceo de
sus posiciones de Rubí, haciéndole grandes bajas y siendo las nuestras unas
90, además del general Echagüe que resultó herido de un balazo en una pierna.
Maceo se retiró hacia el oeste, perseguido de cerca por nuestros soldados, que
a las órdenes del general González Muñoz le alcanzaron y batieron en Río Hondo
Conseguido
este primer objeto, cuya finalidad no era otra que la de privar a Maceo de que
siguiera sosteniéndose en las lomas de Pinar del Rio, no cupo ya la menor
duda a Weyler, de que el cabecilla mulato, impulsado por las circunstancias,
rehuiría todo combate, ante el temor de verse envuelto, y procuraría ver la
manera de forzar la línea de Mariel a Artemisa, dejando libre el territorio,
cuya permanencia en el mismo, le resultaba ya en extremo peligrosa. En efecto, volvióse Weyler a la Habana, y al enterarse de que en Pinar
del Río no encontraban nuestras columnas grandes núcleos enemigos, y sí partidillas sueltas, comprendió
inmediatamente el intento que abrigaba Antonio Maceo de procurarse salida hacia
la Habana, y, en el acto concibió el plan cuyo resultado había de traer por
consecuencia la derrota y muerte del cabecilla en Punta Brava.
Volvió
Weyler a campaña a fines de Noviembre, y a fin de tenerlo todo dispuesto para
evitar que forzase Maceo la trocha, dividió la provincia de Pinar del Río en
zonas, al frente de las cuales colocó un jefe de columna, con objeto de
realizar diariamente reconocimientos que le orientasen de una manera exacta
sobre los movimientos ejecutados por el enemigo. Pero con todas estas
precauciones, Maceo podía pasar, y esto motivó que la previsión del general en
jefe, colocase fuerzas suficientes a retaguardia de la trocha, a fin de que ni
por un momento escapase el lugarteniente de la insurrección, sin combatir.
Pasó, en
efecto, Maceo, durante la noche del 4 al 5 de Diciembre, reuniéndose con
varias partidas, que en junto formaban unos 2,000 hombres, algunas de las
cuales habían ya sido batidas por nuestras columnas, que recorrían el terreno
en todas direcciones. El día 7 se encontraron los insurrectos con las fuerzas
españolas compuestas de un batallón de San Quintín al mando del comandante Cirujeda, entablándose vivo combate en las inmediaciones de
Punta Brava. A pesar de la superioridad de los rebeldes, obtuvieron los españoles
una señalada
El mismo día
en que tuvo lugar el combate de Punta Brava, encontró el general Figueroa al
enemigo, fuertemente parapetado en Río Hondo, siendo menester, para
desalojarle de sus posiciones, que la caballería compuesta de los regimientos
de la Reina y Pizarro, diese una formidable carga, de resultas de la cual,
murieron sesenta insurrectos, aparte de otras muchas bajas que se llevaron.
Por nuestra parte, hubo que lamentar lá muerte
gloriosa del teniente coronel del batallón de cazadores de las Navas, señor
Aguayo, y de un soldado del mismo batallón.
En Las
Villas, el general Aldave lograba sobre los insurrectos ventajas importantes, y
en Puerto Príncipe, el general Jiménez Castellanos imposibilitaba, con sus
acertados movimientos, las tentativas de Máximo Gómez y Calixto García, para
dirigirse a occidente.
La, partida
de Serafín Sánchez, fuerte de 1,500 a 2,000 hombres, junto con las de los
cabecillas Carrillo y Miguel Gómez, maniobraban en Sancti-Spiritus,
tratando de dificultar a nuestras tropas el paso del río Zaza. Alcanzadas por
el general Amor, trabaron con él porfiada lucha en Damas, logrando nuestros
soldados deshacer a las fuerzas contrarias, que se dispersaron con grandes
bajas. Serafín Sánchez resultó muerto en la acción.
En la
provincia de Santiago de Cuba, hubo también, por aquellos días, un reñido
encuentro en Santa Rita de Cauto (9 de Diciembre). Tomaron parte en el combate
la columna del general Bosch y 4,000 rebeldes mandados por Calixto García y
Rabí, siendo vencidos estos cabecillas.
Al terminar
el año 1896, el enemigo estaba sumamente desmoralizado, y la muerte de Maceo
había producido gran descorazonamiento en los caudillos principales de la
insurrección. En Pinar del Río, apenas si quedaban rebeldes con ánimo
suficiente para continuar la lucha, y los escasos contingentes que allí se
hallaban, no tardaron en ser definitivamente destrozados, con la muerte de
Rius Rivera, sucesor de Antonio Maceo. La Habana y Matanzas estaban casi
pacificadas, y ante resultados tan halagüeños, regresó Weyler a la capital de
la isla, para combinar las operaciones que habían de ejecutarse en las
provincias donde la rebeldía se hallaba aún latente.
Había
logrado el general en jefe, llevar a feliz éxito el plan que se había trazado
en la primera parte de su campaña.
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