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DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA

(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)

 

CAPITULO XXXI FIN DE LA REGENCIA

 

Efectuada la boda de la Princesa de Asturias, comenzaron los calendarios políticos a vaticinar la próxima caída del partido conservador. Realmente, no era ninguna profecía semejante suposición, pues aun a los ojos de los menos avisados en cuestiones políticas, se presentaba el problema a resolver por la Corona, de una manera clara y terminante. El Gobierno Azcárraga se hallaba tan falto de cohesión como la misma mayoría, y ésta sólo podía ser encarrilada por el ademán de un hombre de gesto viril, circunstancia que no concurría en el jefe del Ministerio, y si extremamos mucho, ni en el señor Silvela, que careció siempre de la energía suficiente para dirigir un partido gobernante. Además, la vuelta de este último señor a la cabecera del Gobierno, hubiese podido interpretarse torcidamente, dando con ello pábulo a la creencia general de que había abandonado el cargo de Presidente del Consejo de ministros, por no hacerse solidario del enlace de la Princesa Mercedes con don Carlos de Borbón, dejando por entero la responsabilidad de la citada unión, el Gabinete-puente que se encargó de la gobernación del Estado, a raíz de la crisis de Octubre. Sobre todo esto, debemos añadir que la agitación producida por la cuestión religiosa, a que dio lugar el real enlace verificado, había tomado carácter de verdadera cuestión nacional, y urgía acallarlo, siquiera fuese momentáneamente, con hechos o promesas que llevasen la tranquilidad a los espíritus.

No es, pues, de extrañar que, al plantear el general Azcárraga a la Reina Regente la cuestión de confianza el 13 de Marzo, se apresurase doña Cristina a confiar al señor Sagasta la misión de formar nuevo Ministerio, que el día 14 juraba constituido en la siguiente forma :

Presidencia, Sagasta.

Estado, duque de Almodóvar del Río.

Gracia y Justicia, marqués de Teverga.

Hacienda, Urzáiz.

Guerra, Weyler.

Marina, duque de Veragua.

Gobernación, Moret.

Instrucción pública, conde de Romanones.

Agricultura, Villanueva.

Volvieron, pues, los hombres del desastre a enseñorearse del mando, llamando poderosamente la atención el hecho de figurar el general Weyler en la combinación ministerial, cosa que extrañó a todo el mundo, pues para nadie era un secreto que Sagasta y Moret habían sido sus más encarnizados enemigos, durante el período en que Weyler ocupó la capitanía general de Cuba, y decorosamente no podía marchar del brazo con los causantes de su relevo.

Una de las primeras medidas del nuevo Gobierno fué la circular del ministro de Hacienda relativa a la tributación industrial de las asociaciones religiosas, que respondían, ante todo, a satisfacer los deseos manifestados por la opinión y sirvió para unificar, respecto del asunto, el criterio de todos los delegados de Hacienda. De los trabajos realizados, resultó que algunas Asociaciones pagaban ya la contribución correspondiente, y muchas, que no lo hacían, se dieron de alta a consecuencia de la circular. De todos modos, el asunto no era tan fácil de resolver, pues importaba medir con el mismo rasero a las asociaciones benéficas y a las que tenían como único fin el lucro, y sólo podía conseguirse que la tributación resultase equitativa mediante una minuciosa inspección de los libros de contabilidad.

El 19 de Mayo, se celebraron en toda España las elecciones generales, en las que, como es natural, obtuvo gran mayoría el Gobierno. Para conseguir este resultado, se apeló a todos los viejos procedimientos de amaños y corrupciones en los distritos rurales, y la característica en las grandes poblaciones fué el casi absoluto retraimiento de los electores. Se abstuvo de votar y renunció, por tanto, a tener representación en Cortes, el 70 por 100 del censo. La gran masa intermedia, compuesta de gentes acomodadas y generalmente cultas, seguía tan enferma de egoísmo y de ánimo de la voluntad como en 1898. Con decir que en Barcelona y Madrid, los candidatos triunfantes lo fueron por poco más de 5,000 votos, lo habremos dicho todo.

Faltaba sólo un año para que, en cumplimiento del precepto constitucional que declara al Rey mayor de edad a los diez y seis años, correspondiera a don Alfonso XIII regir los destinos de la nación española. El joven rey, legítima esperanza de la patria, había resuelto con su clara inteligencia, el grave problema que entraña la educación de un niño, que por su condición de príncipe, está destinado en fecha fija a colocarse al frente de un país constitucional. En la elección de profesores habíase tenido en cuenta, no la personalidad, sino el mérito de las personas encargadas de tan difícil tarea, y no está de más decir que fué un acierto de la Reina Regente, la adopción de un severo y ordenado método pedagógico, cuya finalidad fué el desarrollo físico, moral e intelectual del regio alumno.

Don Alfonso XIII estudió los mismos textos que sirven para la educación de los alumnos que cursan sus estudios en las Universidades, y las personas encargadas de su instrucción, permanecieron constantemente a su lado, sirviéndole a un tiempo de ayos y profesores. El ilustrado general de Marina, don Patricio Aguirre de Tejada, conde de Andino, ejerció el cargo de jefe de estudios, desde la muerte del general Sánchiz, que lo desempeñaba anteriormente. Al lado de este cultísimo director, actuaban como profesores, los señores siguientes : de Derecho y Economía política, don Vicente Santamaría de Paredes, catedrático de Universidad central ; de Historia Universal, don Fernando Brieba y Salvatierra, catedrático de Filosofía y Letras de dicha Universidad ; de Historia natural y ciencias, don Francisco de Paula Arrillaga, ingeniero de montes ; de inglés, don Alfonso Merry del Val, secretario de Embajada ; de francés, don Alberto García Gayan ; de alemán y música, doña Paula Czezny ; de gimnasia, don Anselmo S. González ; de dibujo, don José de Coello y Pérez del Pulgar ; de esgrima, don Pedro Carbonell, y de equitación, don Antonio Bellido Risco. Alternando con estos señores, cumplían su misión de instructores militares, don Miguel González de Castejón y don Juan Loriga, encargado de la parte técnica, cada uno de los cuales permanecía veinticuatro horas al lado del Rey, acompañándole en las comidas, así como en sus paseos y excursiones cinegéticas.

Vestía don Alfonso, de ordinario, el uniforme de alumno de la Academia de Infantería, y sus aficiones por el arte militar están demostradas por el interés con que asistía a los actos en que tomaba parte el elemento armado. De los ejercicios prácticos de instrucción estaba encargado el capitán de infantería, don Enrique Ruiz Tornells, y para que no faltase un solo detalle en la educación militar del Rey, se formó un pequeño pelotón de niños que, junto con el monarca, obedecían las voces de mando del capitán Ruiz. Estos niños, compañeros de don Alfonso en los ejercicios militares, fueron : Alvaro y Luis Armada, Fernando y José Ramírez de Arellano, Luis Escrivá, marqués de Monistrol, Pedro Diez de Rivera, y Eduardo Aguirre Cárcer.

Necesario complemento de la educación militar del Rey fue la disposición del general Weyler, para que se celebrasen en Carabanchel unas maniobras militares con asistencia de los alumnos de las academias militares, que para este fin se trasladaron a Madrid por jornadas, reuniéndose todos ellos en el campamento, después de un simulacro de ataque y toma del mismo por los cadetes de todas las armas. Don Alfonso hizo vida de campaña, durante los días que permanecieron en el campamento las academias militares, fraternizando con los que, por el uniforme que vestían, eran sus compañeros, y de estos ejercicios hubo de sacar provechosa lección, dándose cuenta de la importancia que tienen estas maniobras de conjunto.

Con la apertura de la Cortes, verificada a primeros de Junio, comenzó a animarse la política, un tanto encalmada desde la caída del partido conservador. A la presidencia del Senado fué el señor Montero Ríos, y en el Congreso fué elegido el señor Marqués de la Vega de armijo. Poco después de constituidos ambos cuerpos colegisladores, surgió una crisis presidencial motivada por lo poco nutrida de la votación que alcanzó Vega de Armijo en la Cámara popular. Entendió este señor que las numerosas abstenciones en la elección, implicaban cierta desconfianza a su persona, y dimitió el cargo, sin que los grandes esfuerzos realizados por el señor Sagasta, para disuadirle de su actitud, diesen resultado favorable. Entonces fué elegido el señor Moret, pasando a ocupar el ministerio de la Gobernación, don Alfonso González.

Nada de particular ofreció la etapa parlamentaria del mes y medio escasos que funcionaron las Cortes, limitándose la tarea de los legisladores, al examen de las actas graves y a la discusión de la respuesta al Mensaje de la Corona, anodino e insubstancial.

La nota de aquel verano la dio la frecuencia con que estallaron diferentes huelgas en casi toda España, siendo de ellas las principales las de los empleados de tranvías en Madrid y Barcelona que originaron desórdenes de importancia, sobre todo en la ciudad condal, donde hubo de declararse el estado de guerra.

La agitación religiosa también se manifestaba con frecuencia en forma tumultuosa, y hubo asaltos de conventos y motines que terminaban casi siempre de una manera sangrienta. Esta cuestión preocupaba seriamente al Gobierno, toda vez que a su entrada en el Poder había desplegado la bandera anticlerical, y con el fin de acallar a los impacientes dictó el ministro de la Gobernación, su famoso Real decreto de 19 de Septiembre, relativo a las asociaciones religiosas.

Este R. D. vino a dar efectividad a la Ley de 30 de Junio de 1887, que reguló el ejercicio del derecho de asociación, obligando a las asociaciones existentes por entonces, a llenar los requisitos que se determinaron por dicha Ley, en un plazo de 40 días. Pero resultó que al cabo de los años, casi ninguna de las nuevas asociaciones creadas con posterioridad a aquella fecha, había cumplido las formalidades necesarias para que el Estado ejerciese la debida fiscalización sobre ellas. Este incumplimiento implicaba una autorización al Gobierno para suspender a las asociaciones que se encontraban en este caso; pero el señor González quiso ser tolerante, y en el R. D. mencionado, concedía un plazo de seis meses para que las asociaciones se inscribieran en el Registro de los gobiernos de provincias y para que llenaran estos requisitos, cuantas se pudiesen crear en lo sucesivo.

La reapertura de Cortes tuvo lugar a primeros de Noviembre, dedicándose por entero las sesiones, a la discusión de los presupuestos. El ministro de Hacienda leyó un proyecto de ley del Banco, al que se hizo rudísima oposición dentro y fuera de las Cámaras. La idea del señor Urzáiz, aunque buena en el fondo, pecaba de demasiado radical, y sobre todo denotaba cierto desafecto por parte de un ministro de la Corona, hacía el Establecimiento de crédito que de tantos apuros había sacado al Erario Nacional en sus días de mayor angustia. De ahí que el ministro de Hacienda se viese aislado, sin encontrar apoyo en sus compañeros de Gabinete, y con pocas esperanzas de que las mayorías parlamentarias le secundasen en su empresa. Importa decir, contra lo que generalmente se cree, que en la batalla empeñada entre el señor Urzáiz y el Banco de España, fué el ministro víctima de su inoportunidad, pues aun estimando nosotros que el referido proyecto respondía en todo, a la verdadera situación en que deben hallarse los Bancos de emisión, de momento, precisaba contemporizar, esperando ocasión propicia para implantar en una nueva ley, las reformas que se estimasen necesarias para mayor garantía de la circulación fiduciaria. La crisis no se hizo esperar, en consecuencia del fracaso del señor Urzáiz; pero de parcial convirtióse en total, por haber dimitido a la vez, el ministro de la Gobernación, señor González.

Suspendiéronse las sesiones el 12 de Marzo, y a los dos días quedó reformado el Ministerio, entrando en Gracia y Justicia el señor Montilla; en Hacienda, el señor Rodrigáñez; en Gobernación, el señor Moret, y en Agricultura, el señor Canalejas. Los señores duque de Almodóvar del Río, duque de Veragua, Weyler y Romanones, continuaron al frente de los departamentos que ocupaban anteriormente.

La presencia del señor Canalejas en el nuevo Gobierno, despertó la curiosidad de las gentes, que esperaban habría de mantener siempre en alto la bandera radicalísima de la política anticlerical tan defendida por el caudillo demócrata en los discursos por él pronunciados en diversos mítines de provincias. El nuevo Ministerio se presentó en las Cortes (3 de Abril), reforzado con los votos de los diputados personalmente adictos al ministro de Agricultura, y cabía esperar que este refuerzo aumentase considerablemente la vitalidad de la situación presidida por el señor Sagasta. Precisamente ocurrió todo lo contrario.

Habían ya transcurrido con exceso los seis meses que concediera el R. D. dictado por el señor González para que las asociaciones cumpliesen lo preceptuado en la Ley de 30 de Junio de 1887, y en efecto, gran parte de aquéllas había dejado incumplidas las formalidades que se exigían para colocarse en forma legal. Sagasta, ante esta situación, prefirió negociar con Roma, antes de determinarse a adoptar resoluciones extremas, y cambiadas las primeras notas entre el Gobierno y la Nunciatura, el representante de S. S. aconsejó, por medio de una carta dirigida a las asociaciones religiosas, que, cumpliendo lo ordenado en el decreto de 19 de Septiembre anterior, se inscribieran, las que no lo hubiesen ya efectuado, en los Registros de los gobiernos de provincias. La determinación del señor Sagasta irritó profundamente al señor Canalejas, por entender este último, que la negociación con Roma, respecto del particular, equivalía al reconocimiento de la superioridad de la Iglesia sobre el Poder civil. Y en el acto ofreció su dimisión.

Todo, sin embargo, quedó aplazado hasta después de la jura de S. M. el Rey don Alfonso XIII, que había de tener lugar el 17 de Mayo. Esta solemne ceremonia acalló por unos días los comentarios políticos que se hacían sobre la insostenible situación del Gobierno. Ningún español, ni aún los más ancianos, recordaban haber visto en ocasión alguna, la corte de España visitada por tantos y tan ilustres representantes de las potencias extranjeras. Europa, Asia, África y América, enviaron a la coronación de S. M. los más linajudos príncipes y los más insignes diplomáticos. Alemania envió como embajador, al Príncipe Regente del Ducado de Brunswich; Austria, a S. A. R. e I. el archiduque Carlos Esteban, hermano de doña Cristina; Dinamarca, al Príncipe Cristian Carlos; Inglaterra, al duque de Connaught; Grecia, al Príncipe Nicolás; Italia, al Duque de Genova; Rusia, al gran Duque Wladimiro; Portugal, al infante don Alfonso, duque de Oporto; Persia, al Príncipe Mirza; Siam, al Principe heredero; Suecia y Noruega, al Principe Eugenio; los Estados Unidos, a Mr. Jabez Curry; Francia, al teniente general Florentin; Brasil, al señor don Pedro de Aranjo; Colombia, al señor Betancour, y Marruecos a Sidi Mohamed Torres.

Juró el Rey, y fué aclamado con entusiasmo. Las altas clases y el pueblo, fundidos en el mismo deseo de ver al Rey dueño de sí mismo, al cabo de diez y seis años de no conocerle sino de oídas, vitorearon al joven monarca en todas las calles del tránsito de la regia comitiva. La Reina Regente, al entregar a su augusto hijo los destinos de la patria española, despidióse de la nación en alocución sentidísima. Su obra fué admirable, y sin la torpeza de sus Gobiernos, que con sus ineptitudes y abandonos nos condujeron al tremendo desastre de 1898, doña María Cristina ocuparía en la Historia lugar tan preferente en el número de las mejores reinas, como de cierto lo ocupa entre las más ejemplares madres.

 

ALOCUCIÓN-DESPEDIDA DE LA REINA REGENTE

 

Señor Presidente del Consejo de Ministros :

Al terminar hoy la Regencia, a que fui llamada por la Constitución, en momentos de profunda tristeza y de viudez inesperada, siento en lo íntimo de mi alma la necesidad de expresar al pueblo español la inmensa e inalterable gratitud que en ella dejan las muestras de afecto y adhesión que he recibido de todas las clases sociales.

Si entonces presentí que sin la lealtad y la confianza del pueblo, no me sería dado cumplir mi difícil misión, ahora, al dirigir la vista a ese período, el más largo todas las Regencias españolas, y al recordar las amargas pruebas que durante él nos ha deparado la Providencia, aprecio aquellas virtudes en toda su magnitud, afirmando que, gracias a ellas, la Nación ha podido atravesar tan profundas crisis en condiciones que auguran para lo futura una época de bienhechora tranquilidad.

Por eso, al entregar al REY Alfonso XIII, los poderes que en su nombre he ejercido, confío en que los españoles todos, agrupándose en torno suyo, le inspirarán la confianza y la fortaleza necesarias para realizar las esperanzas que en él se cifran. Esta será la recompensa más completa de una madre que, habiendo consagrado su vida al cumplimiento de sus deberes, pide a Dios proteja a su hijo, para que, emulando las glorias de sus antepasados, logre dar la paz y prosperidad al noble pueblo que mañana empezará a regir.

Ruego a usted, señor Presidente, haga llegar a todos los españoles esta sincera expresión de mi profundo agradecimiento y de los fervientes votos que hago por la felicidad de nuestra amada Patria.

María Cristina 16 Mayo de 1902.