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DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)CAPÍTULO IVAsuntos de Cuba.— Dimisión del general Calleja.— Nombramiento del general Salamanca.— Declaraciones de este general.— Efecto que produjeron.— Su destitución.— La enfermedad del Sultán.— Ocupación de la isla de Peregil.— Congreso literario internacional.— Fomento de la marina.— Negociaciones para obtener de Italia un territorio en el Mar Rojo.— Tercera legislatura.— Cánovas proteccionista.— 1888.— Relevo del general Palacios.— Sucesos de Río Tinto.— Proyectos del ministro de Hacienda.— Las reformas de Cassola.— Disolución del partido reformista.— Los integristas.— Exposición universal de Barcelona.
En los primeros días de Julio empezaron a recibirse en Madrid noticias desagradables de la isla de Cuba, que tenían su fundamento en ciertas manifestaciones cele- bradas en la Habana contra la inmoralidad de los empleados civiles que se enviaban a la Gran Antilla. El capitán general de la isla, señor Calleja, haciéndose eco de la opinión del país cubano, que pedía justo castigo para los prevaricadores, propuso al Gobierno la cesantía de varios funcionarios; pero como quiera que éstos contaban en su favor con grandes influencias, no sólo el Gobierno no pudo acceder a los deseos del general, sino que, por la presión ejercida en Madrid por los protectores de aquellos empleados, ascendió a algunos de ellos y confirmó en el empleo a los demás. En vista de esto, el general Calleja presentó la dimisión de su cargo, siendo inútiles todas las gestiones que se hicieron para lograr que la retirara, y en consecuencia se acordó que fuera substituido por una persona conocedora de los asuntos de Cuba, recayendo el nombramiento en el general Salamanca (23 de Julio). Pocos días después publicaba El Resumen un artículo, en el que se ponían en labios del general Salamanca ciertas declaraciones sobre la inmoralidad de los empleados que se enviaban a Cuba, con evidente complicidad de quienes en Madrid les ayudaban, con lo cual ponía en entredicho la honorabilidad de algunos personajes políticos, entre los que se contaba algún ministro. Decía textualmente el general : «A mí me cuesta más de 20,000 duros ir a Cuba, porque precisamente había adquirido máquinas y ganado para emprender la explotación de mis tierras de Extre- madura; todo tengo que dejarlo. Hoy por hoy, disfruto de 15,000 duros de renta y sé que vendré de Cuba empeñado; pero ya que yo me sacrifico, quiero que se sacrifiquen los demás, y voy decidido a que todo el mundo ande allí derecho, aunque pese a esas grandes influencias políticas de Madrid, que reciben dinero de Cuba.» Los declaraciones del general produjeron un revuelo indescriptible, tanto más cuanto que se creyó que alguna de las indicaciones iba dirigida contra los señores Martos y Gamazo, quienes indignados protestaron de las supuestas aseveraciones del general. Reunióse el Consejo de ministros y acordó pedir a Salamanca que desmintiera o ratificara la información. Salamanca respondió que las palabras que se le atribuían eran apócrifas, puesto que él no había hecho declaraciones ante ningún periodista; pero el autor del artículo, señor Gutiérrez Abascal, defendió enérgicamente la autenticidad del mismo, y tales vuelos tomó la discusión entre general y periodista, que motivó una cuestión personal entre ambos en la que entendió un tribunal de honor que en su fallo dispuso que el general no se batiese, haciéndolo en cambio, un hijo de Salamanca con el director de El Resumen. No obstante haber desmentido el general las declaraciones que se le atribuían, habían éstas surtido ya su efecto, siendo la situación en que, por consecuencia de ellas, quedaban los ministros de Fomento y Ultramar, verdaderamente lamentable. Entendiéronlo así los señores Navarro Rodrigo y Balaguer, quienes, haciendo cuestión de amor propio el relevo de Salamanca, lo propusieron en el primer Consejo de ministros que se celebró, acordándose que el ministro de la Guerra pidiera al Capitán general de Cuba la dimisión de su cargo. Negóse rotundamente el general Salamanca a presentarla, y en vista de ello, el Consejo decidió su destitución, publicándose en la Gaceta del día 23 de Agosto el decreto correspondiente. En el mes de Septiembre llegaron de Marruecos rumores inquietantes sobre la salud del Sultán, a quien se suponía en gravísimo peligro de muerte. Efectivamente, nuestro representante en Tánger, señor Diosdado, confirmaba dichas noticias el día 29, manifestando que poco después de haber despedido el Sultán a la embajada española en Rabat, salió Muley el Hassan a campaña, teniendo que detenerse en Mequinez a causa de una enfermedad extraña atribuida, por unos, al tifus, contra la opinión de otros que sostenían que era debida a los efectos de un veneno que le había sido propinado, por lo cual nuestro representante se creía en el deber de informar de ello al Gobierno, participándole su impresión sobre lo que podía suceder en caso de fallecimiento del Sultán, dado el estado de rebelión latente en las cabilas y de las ambiciones del xerif de Vasan, a quien apoyaba Francia resueltamente. Esto ocurría, como decimos, a últimos de Septiembre, y el 3 de Octubre, tomaba el Consejo de ministros un acuerdo de suma gravedad. Se ordenó que la brigada de cazadores del campo de Gibraltar, se concentrase en Algeciras al mando del general Ciriza, y que la de Madrid, mandada por Villar y Villate, se dispusiera a marchar al primer aviso, para intervenir en el imperio, al primer conato de revuelta. Las noticias que se recibían sobre el curso de la enfermedad del Sultán eran sumamente contradictorias, llegando a asegurarse que el Emperador había fallecido, cuyo rumor dio ocasión para que el señor Moret ordenase, a pretexto de la instalación de un faro, la ocupación de la isla de Peregil, y, no contento con esto, dispuso que varios buques de guerra hiciesen una demostración en las costas del imperio. Los franceses, en vista de la actitud de nuestro Gobierno, pusieron el grito en el cielo, y aunque el gabinete de París manifestó su conformidad con las precauciones adoptadas por España, y el día 6 Le Journal des Debats publicaba un artículo diciendo que Francia no tenía prevención alguna contra nosotros, lo cierto es que el gobierno francés concentró sus tropas en la frontera argelina, con la intención de avanzar sobre Udja en el momento en que España desembarcase un soldado. La conmoción que produjo en Europa la actitud del señor Moret, fué extraordinaria. Los representantes de las potencias signatarias del acta de la Conferencia de Madrid, celebraron frecuentes reuniones, y después de muchas idas y venidas, Alemania disgustada con Francia por los continuos incidentes que en aquellos días tenían lugar en la frontera de Alsacia-Lorena, se puso decididamente de nuestra parte, siendo su ejemplo secundado por Inglaterra, Austria e Italia, quienes nos dieron a entender que éramos muy dueños de intervernir en Marruecos cuando nuestro Gobierno lo estimara conveniente. No parece sino que el señor Moret esperaba tan sólo ver el efecto que sus medidas producían en Europa, para volverse atrás en los arrestos demostrados, por cuanto que, al conocer la sanción de las grandes potencias, declaró solemnemente que «nuestro país era completamente opuesto a toda idea de engrandecimiento territorial», y después de haber alarmado a la opinión con sus preparativos, dio orden de que volvieran a sus respectivos cantones las tropas que se hallaban concentradas en Algeciras. Verdad es que el Sultán no se murió, con gran alegría de los franceses, a quienes su muerte hubiese producido un serio disgusto, dada la actitud benévola con que Europa se había colocado respecto a nosotros. Correspondió por entonces celebrarse en Madrid el Congreso literario internacional, a cuyas sesiones asistieron gran número de congresistas nacionales y extranjeros, siendo nombrado presidente el señor Moret. Pronunciáronse discursos enalteciendo la literatura española, y acordóse, por aclamación, tributar un homenaje a Cervantes, que consistió en colocar una corona en el pedestal de su estatua. El 13 de Octubre se obsequió a los congresistas con un banquete en el Real Sitio de San Lorenzo del Escorial, en cuyo acto brindó el señor Castelar, por todos los jefes de Estado de las naciones allí representadas y «por la ilustre dama que personifica la autoridad real en España», palabras que fueron comentadísimas y hasta muy censuradas por los correligionarios de Castelar, que temían que su jefe, imitando la conducta del señor Martos en tiempos de Alfonso XII, salvase la honesta distancia que le separaba de la Monarquía y se presentara en Palacio bajo cualquier pretexto. El mismo día en que tenía lugar el banquete del Escorial, disponía el ministro de Marina, en virtud de la autorización que le concedía la ley de escuadra votada anteriormente, que además de los tres cruceros de 5,000 toneladas que se estaban construyendo, se comenzase la construcción de otros seis, uno en cada arsenal del Estado y los otros tres en el extranjero, para lo cual se abría el oportuno concurso para la adjudicación de las obras. El 3 de Noviembre se declaró terminada la segunda legislatura, anunciándose que el 1.° de Diciembre empezarían las sesiones de la tercera. El 12 permutaron los señores León y Castillo y Albareda, pasando el primero de dichos señores a ocupar la embajada de París y el segundo al ministerio de la Gobernación. En aquellos días inició el señor Moret negociaciones con Italia, para obtener de esta potencia la cesión de un territorio en el mar Rojo que sirviera de puerto de refugio y depósito de carbón a los barcos españoles que se dirigían a Filipinas, lo cual era de suma importancia para nuestro país, si se quería evitar el peligro que corría nuestro archipiélago en caso de guerra con otra potencia. Apoyaba el ministro de Estado su petición, en las gestiones que anteriormente se habían hecho por don Pedro Carrere, en nombre del Gobierno español, cerca de los jefes indígenas de la bahía de Tadyura, quienes celebraron un contrato con el referido señor, en virtud del cual, se comprometían a ceder a España un territorio de veinte kilómetros cuadrados de extensión, estipulándose su precio en 50,000 pesetas. Pero por la apatía de los unos y mala fe de los otros, después de muchas discusiones, declaró el Consejo de ministros en 1880 nulas las negociaciones entabladas, y a pesar del patriotismo de don Alfonso XII, que ofreció pagar de su peculio particular los 10,000 duros a que ascendía el precio de la cesión. Cánovas lo juzgó improcedente, y cuando Moret quiso remediar el daño, ya pertenecían a Italia aquellos terrenos. El Gobierno de Italia acogió favorablemente las peticiones del señor Moret, que en aquella ocasión dio pruebas de un talento previsor, que le colocaba a la altura de los primeros estadistas europeos; y, en consecuencia, se comenzaron los tratos, por cuyas primeras cláusulas obtenía España, por espacio de quince años, la bahía de Ras Garibel, en la bien entendida inteligencia de que había siempre de reconocerse la soberanía de Italia sobre aquel territorio. No era, pues, una cesión, sino un arriendo lo que el Gobierno italiano propuso al señor Moret. Por desgracia, las negociaciones se prolongaron indefinidamente, y no llegaron a resultado satisfactorio, por culpa de las malas pasiones que han animado siempre a nuestros políticos; pero es indiscutible que el ministro de Estado obtuvo un señalado triunfo diplomático, pues aparte de la buena voluntad de que se hallaba animado el Gabinete de Roma, el derecho de España a obtener una estación carbonera en el mar Rojo, fué reconocido espontáneamente por todas las naciones europeas, dando ocasión a que el señor Moret decidiese elevar la categoría de nuestras representaciones en Berlín, Londres, Roma y Viena, servidas a la sazón por plenipotenciarios, en cuyas capitales se crearon embajadas que nos ponían al nivel de las grandes potencias, hecho que fué muy comentado, puesto que éramos muy poquita cosa para figurar en el concierto europeo. Pero Moret, recordando sin duda el efecto producido en Europa por sus precauciones cuando la enfermedad del Sultán, explicó cumplidamente su medida, diciendo que se había dictado «mirando a África que mira a España como la potencia que puede darle la paz». Verificóse el día 1.° de Diciembre la solemne apertura de Cortes de la tercera legislatura, leyendo la Reina Regente el Mensaje, en el que, dspués de agradecer las manifestaciones de cariño de que había sido objeto en su viaje por las provincias vascongadas, prometía la implantación del sufragio universal y lamentaba los males que afligían a las Antillas, a cuyas islas se procuraría remediar en la forma que creyese más oportuna el Gobierno. Ambas Cámaras funcionaron con los mismos presidentes, obteniendo el señor Martos en el Congreso 161 votos. Inmediatamente de verificada la apertura de Cortes, presentó el señor Cánovas del Castillo una proposición en la que, haciéndose intérprete de la política proteccionista del partido que dirigía, solicitaba del Gobierno el establecimiento de un recargo transitorio a los derechos de introducción de los cereales, de 30 por 100 sobre el total de los derechos, siendo desechada la proposición. Por entonces fué relevado de su cargo el capitán general de Puerto Rico, señor Palacios, a causa de las arbitrarias medidas tomadas por el general, contra la recién constituida sociedad autonomista, que, sin separarse de la unión nacional, pedía únicamente la descentralización del régimen de la isla. El ministro de Ultramar, señor Balaguer, entendiendo que el general Palacios se había excedido en el cumplimiento de su deber, le llamó a la Península, a fin de que explicara sus actos e informase al Gobierno de la situación de la isla. Vino, en efecto, el general y habló del descubrimiento en Ponce de una vastísima conspiración, a consecuencia de la cual había efectuado numerosas prisiones, dando ocasión a que las manifestaciones del capitán general de Puerto Rico fueran causa de una interpelación al Gobierno, en la que intervinieron los señores Romero Robledo y Bosch y Fustegueras. Este último señor presentó una proposición pidiendo que el Parlamento procurase corregir las inmoralidades de las colonias y se nombrara una comisión de diputados y senadores que hiciera investigaciones sobre los sucesos de Puerto Rico; pero el señor Sagasta creyó que lo propuesto por Bosch tendía a mermar las facultades del ministro de Ultramar, y no aceptó la proposición. El general Palacios fué relevado el 5 de Enero de 1888 y substituido por el general Polavieja. El día 4 de Febrero se produjo una huelga general en las minas de Río Tinto, por causa de haber suprimido la Compañía el jornal que acostumbraba pagar a los trabajadores, cuando el humo de las calcinaciones imposibilitaba el trabajo. Pidieron los obreros que se suprimieran aquéllas, y, habiéndose negado la empresa, sobrevino la huelga. Dirigiéronse los huelguistas en actitud tumultuosa al ayuntamiento de Río Tinto, para pedirle la prohibición de las calcinaciones al aire libre, y tan grave llegó a ser la situación, que el Gobernador civil de la provincia ordenó la salida de fuerzas del ejército y de la guardia civil, que hicieron fuego sobre los huelguistas, haciéndoles varios muertos y gran número de heridos. Romero Robledo interpeló al Gobierno, dirigiéndole fuertes censuras por la manera con que había ejercido la represión de la huelga de Río Tinto, saliendo del debate muy mal parado el señor Sagasta y sobre todo el ministro de la Gobernación, señor Albareda, que no pudo borrar el mal efecto causado por aquellos sucesos con la prohibición que hizo, por R. D. de 24 de Febrero, de las calcinaciones, dando un plazo de dos años a las compañías para que esterilizasen los humos que tanto perjuicio causaban a la agricultura y a la salud pública. El ministro de Hacienda presentó un proyecto de ley, aumentando en un 100 por 100 el recargo que pesaba sobre las cédulas personales, y otro creando un impuesto especial sobre las bebidas alcohólicas que se importaran del extranjero. Mientras tanto, las reformas del general Cassola permanecian completamente estancadas, pues a pesar de hallarse puestas a discusión, los debates eran interminables por culpa del señor Romero Robledo que mostraba empeño decidido en que no fueran aprobadas, y, por si esto fuera poco, pasaban de trescientas las enmiendas presentadas al proyecto de ley constitutiva del Ejército. Cassola, en vista del mal aspecto que presentaban los debates, modificó algo la actitud de intransigencia en que se había colocado desde los primeros momentos, y prometió hacer algunas concesiones; pero en vano trató el general de solucionar los entorpecimientos que sufrían sus reformas. Convencido de la esterilidad de sus trabajos, comunicó al señor Sagasta su propósito de dimitir la cartera de Guerra, evitándose la crisis milagrosamente, por haber logrado convencerle el Presidente del Consejo de que su determinación era extemporánea y podía constituir un triunfo para los que con tanta saña combatían los proyectos del general. Discutiéronse, también, en las Cortes las nuevas leyes, relativas al matrimonio civil y el código de este nombre, cuya aprobación constituyó el mayor timbre de gloria para el ministro de Gracia y Justicia, señor Alonso Martínez, que se tomó el enorme trabajo de recopilar en un solo cuerpo, la innumerable colección de leyes que, desperdigadas, formaban la base de nuestra legislación civil. Asimismo quedó sancionado, el 20 de Marzo, el estableci- miento del Jurado, y finalmente se leyeron los presupuestos para el ejercicio de 1889, que arrojaban las siguientes cifras : Ingresos ..................851.667,932 pesetas. Gastos .....................849.323,985 Superávit .............2.343,947 pesetas. que desgraciadamente, no respondieron a la realidad, continuándose en el déficit iniciado años atrás y que persistía, sin que hubiese fuerza humana que lo pudiera evitar, no obstante los esfuerzos que para la nivelación hacía el señor López Puigcerver, a quien es justo reconocer las grandes cualidades de hacendista de que dio pruebas, sólo malogradas por la actitud en que se colocó el señor Gamazo, que en sus ansias de aumentar las divisiones del partido fusionista, no perdonaba medios para hacer oir su voz, contraria siempre a cuanto proyectaban los consejeros de la Corona. El partido reformista atravesaba, a mediados del año 1888, una grave crisis interior que permitía asegurar su próxima disolución, profetizada, por algunos, desde el mismo día de su constitución, a causa de la heterogeneidad de sus componentes. Los acontecimientos fueron precipitados por la separación de Linares Rivas, que hasta entonces había sido el lugarteniente de López Domínguez. Dicho señor tuvo un pequeño disgusto con el general, y decidido a separarse, dio un cambio de frente en sus ideas, e ingresó en el partido conservador. Tampoco venían siendo muy cordiales las relaciones entre Romero Robledo y López Domínguez. El batallador político antequerano tenía un espíritu muy independiente, que se avenía muy mal con toda idea que pudiera significar acatamiento a las personas a cuyas órdenes se ponía en cuestiones políticas, y es muy natural que, no habiendo podido soportar a Cánovas, cuyo nivel político estaba muy por encima de López Domínguez, la jefatura del general no pudiera ser tampoco muy del agrado de Romero Robledo, cuya significación era, en realidad, superior a la de aquél. Así las cosas, publicó El Resumen un artículo en el que se hablaba de manera no muy respetuosa para el trono, y, siendo dicho diario órgano oficial del partido reformista, visitó Romero Robledo a López Domínguez, para pedirle la destitución del director, y habiéndose negado el último de los citados señores, declaró Romero Robledo disuelto el partido, por entender que con el artículo de El Resumen se había faltado a la principal condición que se había estipulado al constituirse el reformismo, que consistía en la defensa de las instituciones. No era menor la gravedad por que atravesaba el partido carlista, acentuada de día en día por las divergencias de los dos núcleos en que se hallaban divididos los parti- darios del Pretendiente. Deseando don Carlos poner término a las polémicas de los suyos, llamó al director de El Correo Catalán, señor Llauder, quien respondiendo al requerimiento de su soberano fué a Venecia, desde donde envió a su periódico un artículo que, inspirado por el propio don Carlos, se publicó el 14 de Marzo con el título de «El pensamiento del duque de Madrid». El artículo era una especie de manifiesto dirigido por el pretendiente a sus leales, y en él se proclamaba la obediencia al Papa en lo religioso, la sumisión a don Carlos en lo político y la adhesión a los principios que hablan constituido siempre el lema de la bandera tradicionalista. Hacia referencia, también, al restablecimiento de los fueros y se declaraba decidido partidario de la reunión de Cortes a la antigua usanza de Castilla y Aragón. El efecto que había de producir el articulo del señor Llauder, no se hizo esperar. Arreciaron su campaña los nocedalistas, en sus diarios, distinguiéndose entre todos, por su fuerte oposición. El Tradicionalista, de Pamplona, y tal cariz llegaron a presentar los acontecimientos, que, decidido don Carlos a que la prensa de España «entrara por el camino de la obediencia», ordenó al citado periódico que cesase en su publicación. Negóse el director, protestaron veintiún diarios, entre los que se contaba El Siglo Futuro, y, viendo don Carlos que las protestas constituían un desacato a su persona, expulsó de su partido a los protestantes, quienes desde aquel momento dejaron de militar en las filas carlistas, y se agruparon en un núcleo al que dieron el nombre de integrista, que fué consagrado pocos días después por el señor Nocedal, poniéndose el nuevo partido bajo la protección del Sagrado Corazón de Jesús. El día 13 de Mayo, salió la Reina Regente acompañada de sus augustos hijos y de los señores Sagasta y Cassola en dirección a Zaragoza y Barcelona, con el objeto de inaugurar en esta última ciudad, la Exposición Universal, debida al más preclaro alcalde que ha tenido la capital de Cataluña, gran certamen que atrajo sobre Barcelona la estimación de nacionales y extranjeros y colocó el nombre del gran Rius y Taulet a la altura que corresponde a persona de tan extraño mérito. Detúvose la Reina dos días en Zaragoza para presentar el Rey a la Virgen del Pilar, siendo objeto de calurosas aclamaciones por parte de los aragoneses. El 17 llegó la Regente a Barcelona, siendo recibida en triunfo por la población, que no cesó en sus vítores, hasta la entrada de S. M. en el Ayuntamiento, en cuyo palacio se tenía preparado alojamiento a las reales personas. El día 19 tuvo lugar la revista naval pasada por la Reina a las escuadras extranjeras, que, formadas en batalla, se hallaban en el puerto. S. M., a bordo de la Nu- mancia, recorrió la extensa línea en la que, además de los buques españoles de guerra Gerona, Blanca, Isla de Luzón, Navarra, Juan de Austria y Castilla, estaban los acorazados franceses Colhert, Devastation, Annibal, Duperrier, Redoutable e Indomptable, los ingleses Surprise, Alexandra, Colossius, Dreagnouth y Tundhere, los austríacos Custozza, Hugessoff, Prinze Eugen y Causer Max, los italianos Dándolo, Italia, Lepanto, Castelfidardo y Archimeda, el alemán Kaiser, el holandés Wilhem, el norteamericano Quinnebang y el portugués Vasco da Gama. Dio la Reina un banquete en la Numancia, en honor de los almirantes extranjeros, en cuyo acto brindó el señor Sagasta por la salud de los jefes de todas las naciones allí representadas. El 2, inauguró la Regente la Exposición, que resultó vei daderamente grandiosa, desfilando por ella el rey Oscar II de Suecia y gran número de príncipes de las casas reinantes europeas, entre los que se contaban los duques de Genova y de Edimburgo.
CAPITULO VEl incidente del santo y seña.— Cassola y Martínez Campos.— Dimisión de Cassola.— Crisis total.— Nuevo Ministerio.— Suspensión de sesiones.— El crimen de la calle de Fuencarral.— Acuerdo del Consejo de Ministros sobre las reformas militares.— Silva de Cánovas.— Cuarta legislatura.— Sufragio universal.— Proposición del señor García Alix.— Puigcerver y Gamazo.— Derrota del Gobierno.— Crisis ministerial.— Solución de la crisis.— El Ayuntamiento de Madrid.— Enemistad de los señores Martos y Canalejas.— Conjura contra el Gobierno.— Plan de los conjurados.— Triunfo del Gobierno.— Motín en el Congreso.— Fin de la legislatura.
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