cristoraul.org |
DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)CAPÍTULO XI. GUERRA DE MARRUECOS
Campaña de
Melilla. Antecedentes históricos. Tratado de 1767. Hostilidades de las
cabilas.—Nuevo tratado de 1799. Continúan las agresiones. Convenio de
1859. Importantes ventajas que obtuvo España. Tratado de Tetuán. Tratado de
Madrid (1861). Deslinde de las fronteras de Melilla. El fuerte de Sidi
Guariach. Protesta de los cabileños. Destrucción de la caseta
provisional. Reclamaciones del general Margallo. Se reanudan los trabajos. El 2
de Octubre. Los moros atacan a los ingenieros militares. Margallo toma el
mando de las tropas. Se generaliza el combate. Grave situación de los sitiados
en Sidi Guariach. Heroica carga del teniente Golfín. Salen nuevos refuerzos de
Melilla. Patriótica actitud de los paisanos. Combate al arma blanca. La
retirada. Bajas sensibles.
La vieja
cuestión de los límites de Melilla, tenía necesariamente que acabar dando un
serio disgusto a la nación española.
La
inexplicable debilidad e indolencia de nuestros gobiernos, que no se ocupaban
para nada en evitar al país espectáculos que rebajaban su crédito en el
extranjero, y al propio tiempo la impunidad de que gozaban desde tiempo
inmemorial las hordas rifeñas, que con sus constantes agresiones a nuestras
plazas de África, mantenían en ellas un estado constante de intranquilidad que
perduraba desde los buenos tiempos de la conquista de Melilla por don Pedro
Estapiñán, habían aumentado en tal forma el espíritu belicoso de las cabilas
colindantes a esta plaza, que raro era el afio en que no se tenía que lamentar
algún suceso desagradable. Un día, eran disparos sueltos sobre fuerzas que
practicaban reconocimientos en el campo exterior; otro, el asesinato de un
centinela en los fuertes avanzados; otro, el establecimiento de cabileños
dentro de los limites españoles, contraviniendo lo preceptuado en los tratados.
Bien es
verdad que estos últimos, pocas veces se hablan visto cumplidos, casi siempre
por la parsimonia de nuestros gobernantes, que en lo relativo a los asuntos marroquíes,
procedían abandonando de tal suerte nuestros intereses, que los menos avisados
hubiesen creído que el Gobierno español carecía de fuerzas suficientes para
hacerse respetar. No es de extrañar, pues, que los moros de Melilla llevaran su
osadía al extremo de pretender oponerse por las armas a la construcción del
fuerte de la Purísima Concepción, que, junto con los de San Lorenzo y Camellos,
debía completar la defensa del valle del Río de Oro, cuyas obras ordenaba emprender
el señor Sagasta ejerciendo un acto de reconocida soberanía, según se desprende
de los varios tratados subscritos con el Sultán de Marruecos, cuyo conocimiento
interesa conocer como antecedentes del conflicto surgido en 1893.
Puede
decirse que desde la conquista de Melilla, las hostilidades entre la guarnición
de eta plaza y las cabilas de las inmediaciones, no cesaron hasta el tiempo de
Carlos III, que, deseoso de poner fin a este estado de cosas, se dirigió, por
mediación del ministro Muniani, a S. M. xerifiana, proponiéndole fijar de una
manera definitiva los límites de Melilla. Esto ocurría en 1766, pidiéndose al
Sultán «una línea de demarcación que debía tirarse desde la boca del río Oro
por su margen al Ataque del Martillo, Albarrada, Colina, Ataque Seco, el de los
Blancos y el de la Puntilla, cuyos puntos están situados bajo el fuego de fusil
de la plaza y que de este límite no se exceda por una y otra parte, sin el permiso
correspondiente de los respectivos jefes».
Las
negociaciones entabladas a este fin, terminaron en 1767, admitiendo el Gobierno
español un artículo en el tratado, que nadie ha acertado a explicarse el porqué
de ello, pues a más de no resolver nada en beneficio de Melilla, se reconoció
un supuesto falso. Nos referimosal artículo 18 del mencionado tratado, en el
que el Sultán se niega a alterar los límites de nuestra plaza africana, en los
términos que pretendía el Gobierno «por prohibirlo enteramente la ley: pues
desde el tiempo en que fue tomada la fortaleza, fijaron límites Sus Majestades
imperiales por dictamen de sus tolba (sabios) y juraron no alterarlos,
cuyo juramento han practicado y practicarán todos los Emperadores, y es causa
de que S. M. I. no pueda concederlo» ; pero, no obstante, para renovar dichos
límites y marcarlos con pirámides de piedra, nombró el Sultán a Simi Achem, con
amplias facultades para ello, puesto previamente de acuerdo con el comisionado
que Su Majestad Católica se sirviese enviar.
Este
convenio fue ratificado por dos veces en 1782 y 1785, pero continuó siendo
letra muerta, pues las cabilas continuaron hostilizando la plaza, y fue
menester convenir otro tratado que lleva fecha de 1799. En él se estipuló que,
de continuar las tropelías de los moros fronterizos a Melilla, se reconocía el
derecho a la guarnición de esta fortaleza «para usar del cañón y del mortero,
en el caso en que se viera hostilizada, pues la experiencia ha demostrado que
no basta el fuego de fusil para escarmentar a esa clase de gente».
Pero como si
no hubiese hecho nada : las agresiones continuaron, y fue preciso empezar de
nuevo, concertándose dos convenios, uno en 1845, y otro en 1859, este último de
tan gran importancia, que no podemos menos de transcribir la parte del
articulado que corresponde a Melilla :
«Art. 1.° S.
M. el Rey de Marruecos, deseando dar a S. M. C. una señalada muestra de los
buenos deseos que le animan, y queriendo contribuir en lo que de él dependa al
resguardo y seguridad de las plazas españolas de la costa de África, conviene
en ceder a S. M. C. en pleno dominio y soberanía el territorio próximo a la
plaza española de Melilla, hasta los puntos más adecuados para la defensa y
tranquilidad de aquel presidio.
Art. 2.0 Los
límites de esta concesión se trazarán por ingenieros españoles y marroquíes.
Tomarán éstos por base de sus operaciones, para determinar la extensión de
dichos límites, el alcance del tiro de un cañón de 24 de los antiguamente
conocidos.
Art. 3.0 En
el más breve plazo posible, después del día de la firma del presente convenio,
se procederá, según lo indicado en el anterior artículo, a señalar, de común
acuerdo, y con la solemnidad conveniente, la línea que desde la costa N. a la
costa S. de la plaza, ha de considerarse en adelante como límite del territorio
jurisdiccional de Melilla.
El acta de
deslinde, debidamente certificada por las autoridades españolas y marroquíes
que intervengan en la operación, será firmada por los plenipotenciarios respectivos,
y se considerará con la misma fuerza y valor que si se insertase textualmente
en el presente convenio.
Art. 4.0 Se
establecerá entre la jurisdicción española y marroquí un campo neutral. Los
límites de este campo neutral serán : por la parte de Melilla, la línea de la
jurisdicción española consignada en el acta de deslinde, a que se refiere el
artículo 3.0; y por la parte del Rif, la línea que se determine de común
acuerdo como divisoria entre el territorio jurisdiccional del rey de Marruecos
y el mencionado campo neutral.
Art. 5.0 S.
M. el Rey de Marruecos se compromete a colocar en el límite de su territorio
fronterizo a Melilla un caid o gobernador con un destacamento de tropas,
para reprimir todo acto de agresión por parte de los rifeños, capaz de
comprometer la buena armonía entre ambos gobiernos.
Iguales
destacamentos se colocarán en las inmediaciones del Peñón y Alhucemas,
entendiéndose que habrán de constituirlos precisamente las tropas del ejército
marroquí, sin que pueda encomendarse este encargo a jefes ni tropas del Rif.»
La guerra de
África, comenzada poco después de la firma de este convenio, impidió su
ratificación, por lo cual O’Donnell adicionó en el tratado de paz dos
artículos, (5.º y 6.°) en los que se obligaba al Sultán, a confirmar las
cesiones hechas en favor de España en virtud del pacto de 1859.
El 30 de
Octubre de 1861, se subscribió en Madrid un nuevo tratado, que, con referencia
a los límites de Melilla, decía así :
«Art. 4.0 La
demarcación de los límites de Melilla, se hará conforme al convenio de 24 de
Agosto de 1859, confirmado por el tratado de paz, de 26 de Abril de 1860. La
entrega de dichos límites al Gobierno de S. M. la Reina de España, se ejecutará
precisamente antes de la evacuación de Tetuán y su territorio.»
A pesar de
este artículo, las tropas españolas se retiraron de Tetuán, sin que hubiese
sido previamente cumplimentada la cláusula referida, pues, hasta el 18 de
Agosto de 1862, no fueron fijados definitivamente los límites de Melilla. Los
rifeños, por su parte, siguieron haciendo de las suyas, sin respetar los
tratados, y dieron motivo con sus agresiones, a un nuevo convenio firmado por
don Francisco Merry Colon y Muley el Abbas, cuyo contenido era el siguiente:
«Art. 1.°. Se volverán a colocar postes en los puntos que señalaron los ingenieros
españoles y marroquíes en el acta internacional que levantaron el año pasado de
1862, en cumplimiento del artículo 2.0 del tratado de paz de Tetuán. Los que
arranquen o destruyan estos postes, serán severamente castigados, y el poste
destruido será repuesto por el bajá del Rif con asistencia del gobernador de
Melilla, o un delegado suyo.
2.° Habiendo
S. M. el Rey de Marruecos resuelto indemnizar a aquellos de sus súbditos que
tienen propiedades dentro del territorio cedido a España, a fin de hacer la
entrega de dichas tierras a S. M. la Reina de España, a quien corresponden en
pleno dominio y soberanía, se ha convenido en que todos los súbditos de S. M.
marroquí que se hallen en aquel caso, saldrán del territorio español, y
abandonarán sus propiedades que pasarán a serlo de la nación española.
Dichos
súbditos marroquíes serán expulsados inmediatamente del territorio español. Las
autoridades españolas de Melilla no les consentirán bajo ningún pretexto que se
establezcan de nuevo en ellas, pues esto pudiera ser motivo de disturbios en la
frontera. En este punto quedarán las cosas en Melilla en el mismo estado que se
hallan en Ceuta.
3.° A fin de
evitar las cuestiones a que necesariamente darla lugar la entrada de los moros
del campo para visitar la mezquita que hay dentro de los límites en el lugar
llamado Santiago, dicha mezquita será destruida y arrasadas las higueras y
chumberas que la rodean. La destrucción de la mezquita y limpia del terreno
circunvecino, se hará por las tropas marroquíes o por los habitantes de la
tribu.
4.° Los
súbditos marroquíes no podrán, bajo ningún concepto, entrar armados en el
territorio español fronterizo a Melilla. El ministro de España declara que el
que contraviniera a esta disposición, después de haberse puesto en ejecución el
presente acuerdo, perderá sus armas, que quedarán en poder de las autoridades
españolas.»
Y, en
efecto, por esta vez, tuvo exacto cumplimiento lo convenido en las anteriores
bases ; pero, a partir de la destrucción de la mezquita por las tropas
marroquíes, que fue lo único positivo que se consiguió, continuaron los
inquietos cabileños hostilizando a la plaza, sin que los gobiernos españoles se
ocupasen en dotar a Melilla de los medios defensivos que tanto le eran
menester.
En este
estado de cosas, llegamos a 1893.
Había dado
orden el Gobierno español de comenzar los trabajos de un fuerte que había de
elevarse en el cerro de Sidi Guariach, junto a la mezquita del mismo nombre,
que servía de cementerio a un santón muy venerado en la comarca. Esto ocurría
en el mes de Julio, y tan pronto como empezaron los ingenieros a ejecutar la
fortificación en proyecto, reclamaron los moros ante el gobernador militar de
Melilla, protestando de que lo consideraban un atropello a sus creencias.
Mediaron
comunicaciones entre el Gobierno y el jefe de nuestra plaza africana, y
reiterada la orden de reanudar la obras del fuerte, empezóse el 26 de
Septiembre por construir una caseta provisional para guardar las herramientas y
diversos útiles necesarios. Los moros la destruyeron por la noche y atacaron un
tejar próximo a ella, llegando los proyectiles hasta el recinto de la plaza.
El
gobernador militar de Melilla, general de brigada, don Juan García Margallo,
protestó ante el bajá de la agresión de los rifeños y le instó para que, en
cumplimiento de los tratados, reprimiese los desmanes de las cabilas. Contestó el
bajá diciendo que carecía de fuerzas para imponerse, a causa de la superioridad
numérica de los revoltosos, y trató de obtener del general, la suspensión de
los trabajos comenzados.
El general
no pudo acceder a los deseos del bajá, y ordenó, el día 29, que se reedificase
lo destruido, disponiendo que pernoctasen en la caseta dos secciones del
batallón disciplinario, al mando de sus respectivos oficiales. Durante dos
noches, permanecieron las indicadas fuerzas aguantando los disparos que les
dirigían los moros apostados en las inmediaciones.
En la mañana
del 2 de Octubre observóse desde nuestra plaza, gran concurrencia de rifeños,
que acudían al zoco de Frajana, y en el momento en que los confinados
emprendieron los trabajos interrumpidos desde la víspera, gran contingente de
moros inició el avance con el decidido propósito de apoderarse de la caseta. En
vista de esto, el destacamento encargado de la protección de las obras,
compuesto de 40 hombres, desplegó en un montículo próximo, esperando la acometida,
que no se hizo esperar.
Observada
desde Melilla la actitud agresiva de los moros, tomó el general Margallo el
mando de las tropas disponibles, y marchó a socorrer a los refugiados en la
caseta, al frente de 700 hombres del batallón disciplinario y del regimiento de
infantería de África número 1. El auxilio no pudo ser más oportuno; las fuerzas
empeñadas en desigual combate, empezaban a terminar sus municiones y un momento
de vacilación en el gobernador militar, hubiese determinado una horrenda
catástrofe.
Estableció
el señor Margallo su cuartel general en el fuerte Camellos, disponiendo que con
las baterías del mismo, se protegiese la marcha de una columna mandada por el
teniente coronel Mir, que avanzaba lentamente aprovechando los accidentes del
terreno. Lo mismo hicieron los fuertes de Cabrerizas y de San Lorenzo, sin que,
a pesar de su vivísimo fuego, lograsen contener el ímpetu creciente de los
moros, que no sólo cercaron la caseta, en que seguían resistiéndose sus escasos
defensores, sino que amagaron un ataque a fondo, contra el mismo fuerte de
Camellos.
La situación
del destacamento de sidi Guariach se hacía insostenible por momentos, pues el
número de enemigos aumentaba, y el resultado de la batalla no se podía prever.
Nuestras tropas no conseguían ventajas positivas, antes bien, se hallaban
detenidas en sus improvisadas trincheras, manteniendo una extensa línea de
fuego que desde Cabrerizas llegaba hasta la mezquita.
Sin embargo,
no había más remedio que rechazar a la morisma, desalojándola de sus posiciones
antes de que llegase la noche y acuchillase a la guarnición de Sidi Guariach.
De esta difícil misión se encargó el bravo teniente Golfín, que, al frente de
siete jinetes, cargó contra los moros de manera tan impetuosa, que no se sabía
qué admirar más, si el heroísmo de aquel oficial, o los inexplicables
resultados que obtuvo, pues los moros huyeron espantados en presencia de tan
escasa caballería.
Pero no
estaba ganada, ni con mucho, la batalla. Los rifeños apretaban el cerco de Sidi
Guariach, y fué preciso que el general Margallo ordenase que saliera de Melilla
un nuevo refuerzo compuesto de una compañía de infantería, que, marchando por
la orilla derecha del Río de Oro, se dirigió a proteger a los sitiados, teniendo
que rechazar en su avance formidables ataques de los moros, que aparecían cada
vez más compactos y numerosos.
El fuego, en
tanto, se había generalizado en toda la extensión del campo exterior de
Melilla, y los momentos eran tan graves como desesperados. Todas las tropas disponibles
se hallaban en las líneas, y era inútil pedir más refuerzos a la plaza. En
Melilla no quedaban más que los paisanos, y comprendiendo éstos lo crítico del
instante, formaron un cuerpo de voluntarios, que al mando del teniente
Palacios, se dirigió al sitio del combate entre una verdadera granizada de
balas.
Al fin
pudieron los improvisados soldados llegar al fuerte de Camellos, no sin haber
tenido antes que atacar a la bayoneta unas trincheras en que se ocultaban los
moros.
A las cuatro
de la tarde, continuaba el combate, sin que se vislumbrase el tiempo que aun
podía durar. Si llegaba la noche, sin que aquél hubiese terminado, nuestras
tropas hubieran podido verse gravemente comprometidas. Era necesario acabar de
una vez, y ante la imposibilidad de mantenerse en sus posiciones, ordenó el
general Margallo la retirada ordenadamente, con el objeto de sufrir lo menos
posible.
Avanzaron
unas cuantas compañías, verificando un movimiento contra los flancos del
enemigo, mientras el cuerpo de paisanos atacaba por el frente, impidiendo con
ello que los rifeños se percatasen de la retirada del resto de las fuerzas.
Un sargento
de caballería se encargó de transmitir a los defensores de Sidi Guariach la
orden del general, y mientras los trabajadores se retiraban, las fuerzas del
disciplinario, encargadas de su custodia, salieron de la caseta y, después de
varios combates al arma blanca, lograron unirse al grueso de las tropas que,
por escalones, se retiraba sobre Melilla.
Eran las
cinco y media de la tarde cuando nuestros soldados se encontraban en la
plaza.
La jornada
había sido gloriosa, aunque dura a causa de las sensibles bajas sufridas.
Resultaron 18 muertos y 40 heridos, entre los que se contaban los tenientes, de
caballería señor Golfín, y de infantería, señor Palacios, que cayeron, el
primero al dar la heroica carga que dejamos referida, y el segundo, al atacar
a los rifeños al frente del grupo de paisanos que voluntariamente se ofrecieron
para combatir al lado de los soldados.
CAPÍTULO XII
|