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DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA

(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)

 

CAPÍTULO XXIII.

GUERRA CON ESTADOS UNIDOS

 

Días antes de la ruptura de hostilidades, se había ordenado a la escuadra yanqui del mar de la China, se concentrase en Hong Kong, con objeto de tomar la ofensiva sobre las islas Filipinas. En éstas, desde el mes de Marzo, se habían tomado algunas disposiciones, en previsión de un ataque de los norteamericanos, construyén­ dose algunos fortines, y emplazando cuantos cañones se guardaban en el arsenal de Cavite y en la maestranza de Manila.

Pero estos trabajos se hacían con suma lentitud, por no creerse en la inminencia del peligro, y tan confiadas se hallaban las autoridades del archipiélago, que casi puede decirse que la ruptura de relaciones les cogió de sorpresa. Activáronse entonces los trabajos, ordenándose que los barcos de la escuadra se reuniesen en el puerto de Manila, y se nombró una comisión de de­fensa, compuesta por el arzobispo de Manila, el gobernador civil, el alcalde y un periodista, como secretario.

El 23 de Abril, se declaró el estado de guerra en todas las islas del archipiélago, llamándose al servicio de las armas a todos los funcionarios públicos, que debían alistarse bajo las órdenes de sus jefes naturales. Llamóse también a los peninsulares e hijos de peninsulares, comprendidos entre los diez y ocho y cincuenta años, y se prohibió a los barcos nacionales, su salida de la bahía de Manila. Apagáronse los faros y todo el mundo esperó con cierta inquietud la aparición de la escuadra norteamericana.

Mientras ésta terminaba sus preparativos de combate, el cónsul yanqui en Singapore no perdía el tiempo. Sabían de antemano los Estados Unidos, que sin contar con el elemento indígena de las islas Filipinas, sus operaciones en este archipiélago no podían tener feliz resultado, y a atraerse a los tagalos dedicaron su mayor esfuerzo. En estos días, los españoles tenían mucha confianza en los indios, no obstante los levantamientos de partidas, que habían tenido lugar a poco de posesionarse del mando el teniente general don Basilio Augustín, por lo cual se había tenido que enviar fuertes columnas a la provincia de Zambales. Pero a estos chispazos, no se Les concedió la importancia que realmente merecían, si bien en la Península causaron muy mal efecto, por demostrar que, a pesar del pacto o pastel de Biac-na-bató, concluido por Primo de Rivera con los insurrectos, la guerra no había terminado, ni llevaba trazas de terminar.

En estas condiciones, era natural que, antes de decidirse los yanquis a emprender la ofensiva contra el archipiélago filipino, procurasen contar con los indios, cosa en la cual no tenían gran confianza, pues, precisamente, por aquellos días el cañonero español Elcano había apresado a la fragata norteamericana Sawanah, y este hecho había despertado cierto entusiasmo entre la población indígena.

Desgraciadamente, esta confianza de los españoles vino bien pronto a desvanecerse, pues el 25 de Abril, se conoció públicamente que el cónsul de los Estados Unidos en Singapore, y Aguinaldo, habían firmado un convenio, en el que se estipulaba lo siguiente :

iº. Se proclamará la independencia de las islas Filipinas.

2º. Quedará establecida una República centralizada, cuyos individuos serán nombrados provisionalmente por don Emilio Aguinaldo.

3º. Dicho gobierno reconocerá una intervención temporal, confiada a delegados americanos y europeos, propuestos por el almirante Dewey.

40. El protectorado americano se establecerá en los mismos términos y condiciones que en Cuba.

5º. Los puertos de Filipinas deberán quedar abiertos al comercio universal.

6º. Respecto a la inmigración china, se adoptarán medidas que no perjudiquen al trabajo de los indígenas.

7º. La administración de Justicia será reformada; y entretanto, serán elegidos los jueces entre europeos competentes.

8º. La libertad de prensa y de asociación, quedarán establecidas, así como la libertad de cultos.

9º. Se regularizará la explotación de las riquezas minerales del archipiélago.

10º. Para facilitar el desarrollo de la riqueza pública se abrirán nuevos caminos y se estimulará la construcción de ferrocarriles.

11º. Quedarán abolidas las trabas puestas actualmente a la formación de empresas industriales, así como las contribuciones que gravan a los capitales extranjeros.

12º. El nuevo Gobierno se impone la obligación de mantener el orden, y de impedir toda clase de represalias.

El mismo día en que se firmó este convenio, las autoridades inglesas de Hong Kong obligaron a la escuadra norteamericana a abandonar aquellas aguas, en virtud de la neutralidad decretada por el Gobierno de la Gran Bretaña. Dewey obedeció la orden que se le daba, y fué a fondear con sus barcos, en el puerto de Mirs (China), saliendo poco después con dirección a Manila.

El 25, a media noche, la escuadra española de Filipinas, al mando del contralmirante Montojo, marchó hacia Subic, con objeto de tomar posiciones en espera del enemigo, contra la opinión de muchos españoles que, conociendo la inferioridad de nuestra flota, propusieron su desarme y que la artillería de los barcos se emplazase en tierra, especialmente en el arsenal de Cavite, que estaba poco menos que indefenso.

Las baterías que defendían la bahía y plaza de Manila, eran las siguientes :

Boca: Punta Restinga, Islote del Fraile, Punta Caballo, Corregidor, Punta Gorda, Punta Siriman (Mariveles): una batería de tres cañones en cada uno de estos puntos.

Subic: Cuatro cañones Ordóñez de 15 centímetros y 8,000 metros de alcance.

Cavite : Punta Sanglay, dos cañones OrdóÑez de 15 centímetros y 8,000 metros de alcance. Frente al mar, cuatro cañones Pellicer de 16 centímetros y 5,000 metros de alcance, y dos Wittvorth de 13 centímetros y 7,000 metros de alcance.

Manila : Baluarte de San Diego: nueve cañones B. C. de 16 centímetros con 3,700 metros de alcance. Plano : cinco obuses de 21 centímetros y 4,200 metros de alcance. Fuerza de Santiago : cinco cañones B. C. de 16 centímetros. Luneta : dos cañones H. R. S. de 24 centímetros y 7,000 metros de alcance. San Pedro: un cañón de H R. S. de 24 centímetros. Escollera: dos obuses H. de 15 centímetros y 6,000 metros de alcance, y dos cañones B. C. de 12 centímetros y 5,000 metros. Toda esta artillería, sin contar algunos cañones de bronce antiguos, a cargar por la boca y emplazados en diversos puntos de la muralla.

El 29 de Abril, nuestra escuadra volvió a la bahía de Manila, por no encontrar el puerto de Subic en condiciones para luchar con la escuadra enemiga, que se acercaba por momentos. Según manifestó el almirante Montojo, los cuatro cañones que debían emplazarse en la isla Grande, tardarían mes y medio en montarse, por no hallarse construidas las baterías. Esto unido a no haberse colocado minas submarinas y a la profundidad de las aguas en el puerto de Subic,(que alcanza unos 40 metros, obligaron al almirante español a regresar a Manila, teniendo en cuenta que, en caso desgraciado (que era lo más probable), perecerían las tripulaciones de nuestros barcos. La escuadra se dirigió a Cavite y fué a situarse en las ensenadas de Bacoor y Cañacao, en los sitios donde hay menos agua.

Entretanto, como ya decimos anteriormente, zarpó, el 27, la flota yanqui de la bahía de Mirs, llegando a Bolinao, en la mañana del 30, sin encontrar barco español alguno, en vista de lo cual, la tarde del mismo día continuó navegando a la vista de la costa, hasta llegar a la entrada de la bahía de Manila. El Boston y el Concord fueron enviados por el almirante norteamericano a reconocer el puerto de Subic, donde practicaron una exploración sin encontrar a la escuadra española.

A las once y media de la noche entró toda la flota yanqui, formada en orden de batalla, por la boca grande de la citada bahía, con una velocidad de ocho nudos, y después de haber pasado la mitad de la escuadra, rompieron el fuego las baterías de la entrada, sin que los disparos surtieran efecto, por resultar casi todos cortos, siendo contestados por los cañones del Boston y del Mac-culloc.

La escuadra atravesó la bahía con poca velocidad, llegando, al rayar el día 1º. de Mayo, frente a Manila. El paso lo había verificado en medio de la mayor impunidad, a pesar de los cañones qué se suponían emplazados en el Corregidor, en las bocas y en los islotes que defienden la entrada. A las cuatro y veinte minutos de la madrugada, se hallaban frente a frente las dos escuadras que habían de librar el primer combate naval de la guerra entre España y los Estados Unidos.

Veamos las fuerzas comparadas de las escuadras combatientes, a fin de que nuestros lectores se den una idea de las desventajosas condiciones en que luchó nuestra marina, en Filipinas.

Estados Unidos

 

Boston.—Fecha, 1884. Toneladas, 3,189. Velocidad, once millas; protegido. Artillería, dos cañones de 25 centímetros, seis de 15, y seis de tiro rápido.

Olimpia.—1892. Toneladas, 3,189. Velocidad, 19 mi­llas ; protegido. Artillería: cuatro cañones de 25 céntí- tros, diez de 12, y catorce de tiro rápido.

Raleigh.—1882. Toneladas, 3,183. Velocidad, 16 mi­las ; protegido. Artillería : 27 cañones de tiro rápido y diez de 12.

Concord.—1890. Toneladas, 1,700. Velocidad, 14 millas ; medio protegido. Artillería : seis cañones de 15 centímetros, y cuatro de tiro rápido.

Baltimore.—1892. Toneladas, 3,000. Velocidad, 15 millas; protegido. Artillería : dos cañones de 25 centímetros, 16 de 15, y 10 de tiro rápido.

Mac-culloc.—1892. Toneladas, 1,370. Velocidad, 14 millas; no protegido. Artillería: 12 cañones de 12 y 1/2 centímetros de tiro rápido.

Petrel.—1888. Toneladas, 890. Velocidad, 13 millas ; medio protegido. Artillería : 4 cañones de 15 centímetros, y 3 de tiro rápido.

España

Reina Cristina.— 1888. Toneladas, 3,500. Velocidad, 9 millas ; no protegido. Artillería : 6 cañones de 16 cen­tímetros, 2 de 7 y 1/2, 7 de 57 milímetros y cinco lanza­torpedos.

Castilla.—1881. Toneladas, 3,260. Velocidad, 14 millas; no protegido. Artillería : cuatro cañones de 15 centímetros, dos de 8, cuatro de 7’50, cuatro de tiro rápido, y dos tubos lanzatorpedos.

Don Juan de Austria.—1887. Toneladas, 1,500. Velocidad, 8 millas ; no protegido. Artillería : cuatro cañones de 12 centímetros, dos de pequeño calibre, dos de tiro rápido, cuatro de 37 milímetros, dos ametralladoras y dos tubos lanzatorpedos.

Don Antonio de Ulloa.—1887. Toneladas, 1,000. Velocidad, 8 millas ; no protegido. Artillería : cuatro caño­nes de 16 centímetros y cuatro de tiro rápido.

Isla de Luzón.—1886. Toneladas, 1,045. Velocidad, 14 millas; protegido. Artillería: cuatro cañones de 12 centímetros, dos de tiro rápido y dos tubos lanzatorpedos.

Isla de Cuba.—1886. Gemelo del anterior.

Como se ve, tenían los yanquis, cuatro buques protegidos, dos medio protegidos y uno solo sin protección, mientras que en la escuadra española sólo había dos protegidos y todos los demás con cascos de madera. Los barcos americanos representaban unas 5,500 toneladas más sobre los nuestros, y mucha mayor velocidad. El número de cañones muy superior y de mayor calibre, montando sus barcos 138 piezas, de las cuales 8 eran mayores de 20 centímetros, al paso que la escuadra española tenía, aparte de las ametralladoras, 70 cañones, cuyo mayor calibre era el de 16 y sólo tenía 10. De 15 centímetros tenían los yanquis 15, y los españoles 4. De esta manera se explica que los norteamericanos pudieran ponerse fuera de tiro de nuestra artillería de marina, hiriendo a nuestros barcos a mansalva, sin que nuestros fuegos pudiesen casi ofenderles.

A las cinco y cuarto de la mañana, rompió el fuego la escuadra española, sostenida por las baterías de la capital. Entonces la flota norteamericana se preparó para el ataque, avanzando resueltamente sobre Bacoor, punto éste, en el que se hallaban fondeados los barcos españoles. La escuadra yanqui se desplegó, llevando el Olimpia en cabeza, seguido por el Baltimore, Raleigh, Petrel, Concord y Boston, por el orden enumerados, manteniéndose en esta formación durante todo el combate. El primer cañonazo contra la escuadra española, fué disparado por el Olimpia, a las cinco y cuarenta y un minutos. Al iniciar el avance los yanquis, estallaron dos minas a proa del buque insignia, aunque demasiado lejos para producir efecto. Seguidamente, la escuadra norteamericana empezó a hacer una serie de marchas y contramarchas, en lineas paralelas a la que ocupaba la escuadra española. Esta había adoptado la siguiente formación: El Reina Cristina, buque insignia, en la ensenada de Cañacao, acoderado con el costado de babor frente a Manila ; el Castilla, también acoderado entre el Cristina y Punta Sangley ; por dentro de éstos, el Don Juan de Austria y el Don Antonio de Ulloa, y por la amura y aleta de babor del Cristina, respectivamente, los cruceros Isla de Cuba e Isla de Luzón, por la proa, el aviso Marqués del Duero. Además, en la ensenada de Bacoor se hallaban el Manila, Velasco y Lezo, en reparaciones. Como puede verse en esta formación, se hallaban nuestros barcos apiñados, en disposición de que los enemigos no desaprovechasen ningún proyectil, y para que fuese peor el mal, nuestros buques no evolucionaban, y si alguno se movía, era por iniciativa de su comandante, y no para obedecer las señales, que, encerrado en la más absoluta pasividad, no hizo el almirante Montojo desde el Cristina. Al propio tiempo faltaba dirección, unidad de mando y de movimientos; habiendo, en fin, tan lamentable confusión en nuestras naves, que no es aventurado suponer que, aun con escuadra igual en potencia a la norteamericana, nuestra derrota no se hubiera podido evitar.

En tanto, el enemigo sostenía el fuego entre 5,000 y 2,000 yardas, que fueron las distancias límites en que se mantuvo, acercándose y retirándose sucesivamente. El fuego de la escuadra española era vigoroso; pero, en general, poco eficaz. Pudo apreciarse pronto que, por efecto del poco alcance de nuestra artillería, era perfecta la impunidad con que maniobraban los barcos americanos, los cuales parecían estar efectuando una revista naval. En el momento de comenzar la batalla, la tripulación del trasatlántico Isla de Mindanao, contestó al ruido de los cañonazos con tres sonoros vivas al Rey, a la Reina, y a España. La sangre fría de los yanquis exasperaba a nuestros marinos. Fué entonces cuando de las líneas españolas, se destacaron dos lanchas, con la intención aparente de usar el torpedo; pero una de ellas fué echada a pique en seguida, y la otra embarrancó, antes de que pudiera conseguir su objeto. Al generalizarse el fuego, el Don Juan de Austria avanzó sobre el Olimpia, y hubiera logrado abordarle, a no impedirlo la lluvia de proyectiles que paralizaron sus movimientos. El valiente comandante del Cristina, viendo que el intento del Don Juan de Austria había fracasado, hizo una tentativa desesperada para acercarse al buque almirante norteamericano y combatirle a menos distancia; pero concentrándose sobre él todas las baterías del Olimpia, fué recibido con un fuego tan vivo, que apenas le dió tiempo para volver al abrigo de la costa, siendo incendiado con gran rapidez, y sumergiéndose al poco. El almirante español se trasladó al Isla de Cuba.

Desde el principio del combate, las tres baterías de Manila sostuvieron un fuego continuo, que no fué contestado por la escuadra yanqui; pero como venía siendo molesto, y algunos de los disparos habían hecho averías en la flota, envió, a las siete de la mañana, el almirante Dewey, un mensaje al gobernador general, manifestando que si no cesaban en su hostilidad las mencionadas baterías, bombardearía la ciudad, cuya intimación produjo el silencio de las mismas. A las siete y media, entre el asombro general, suspendió el fuego la escuadra norteamericana, retirándose en medio de la bahía, y fondeando detrás de los barcos mercantes extranjeros. Dos de sus barcos, el Boston y el Baltimore, habían sufrido averías de consideración. El primero había sido alcanzado por un proyectil disparado por la batería de Punta Sangley, y el segundo se vió obligado a separarse del lugar de la lucha, a causa de tener destrozadas las máquinas, por explosión de una granada de la misma batería.

El almirante Dewey, en el parte oficial dirigido a su Gobierno, dijo que la suspensión de la batalla se había debido a su deseo de conceder un descanso a la marinería para que almorzase. Pero la verdadera causa fué diferente.

El ayudante de Dewey, Mr. Stickney, que ha hecho el relato de este combate naval, refiriéndose a esta retirada de la escuadra norteamericana, dice lo siguiente :

«La batalla empezó el día 1 de Mayo, a las cinco de la mañana ; dos horas más tarde, después de encarnizada lucha, nuestra escuadra se retiraba, concentrándose en medio de la bahía de Manila, pues la situación de Dewey había llegado a ser comprometida. Llevábamos dos horas de combatir a un enemigo valeroso, sin haber conseguido con nuestro fuego, disminuir aparentemente el de los barcos contrarios. Es verdad que tres de los buques estaban ardiendo (Cristina, Castilla y Don Juan de Austria), pero también teníamos nosotros incendiado el Boston. En una palabra, hasta entonces nada había ocurrido que nos demostrase haber lesionado gravemente a la escuadra enemiga. Todos sus barcos maniobraban alrededor de Punta Sangley, tan activamente, como cuando los divisamos al romper el día. Nada nos indicaba, por tanto, que el enemigo estuviera en peores condiciones de defensa que cuando se inició la batalla. Entretanto, la situación de la escuadra americana había empeorado considerablmente. En los pañoles del Olimpia quedaban sólo 58 proyectiles de 5 pulgadas; y aunque el repuesto de los de 8 no se había agotado, se hallaba reducido al extremo de hacerse imposible continuar la batalla por otras dos horas. Ocurríasenos, que nuestra escuadra se encontraba a más de 7,000 millas de un puerto americano, y que, ni aun en condiciones favorables, podía llegar a nosotros, antes de un mes, repuesto de municiones : de ahí que nos pareciera poco halagüeña la perspectiva. El comodoro Dewey sabía que los españoles habían recibido gran cantidad de municiones del transporte Isla de Mindanao, así es que había perdido la esperanza de que se les agotaran aquéllas en una acción que durara otras dos horas. De modo que, hallándonos escasos de pólvora y municiones, corríamos el ries­go de convertirnos de cazadores en cazados. Unicamente se disiparon los temores de Dewey al observar que el incendio del Reina Cristina provocó la explosión de los pañoles del buque; entonces empezó a demostrarse cuál había sido el efecto verdadero de nuestra artillería.»

Renovóse la batalla a las once y diez y seis minutos, manteniéndose un fuego vivísimo por ambas partes, hasta las doce y media, en que, destruidos los barcos que componían el resto de la escuadra española, concentraron los yanquis todos los fuegos de sus barcos, contra la batería de Punta Sangley, desmontando los dos cañones Ordóñez que la constituían y matando a cuatro artilleros.

A las doce y cuarenta fondeó la escuadra norteamericana frente a Manila, dejando atrás al Petrel para completar la destrucción de los pequeños cañoneros situados detrás de la punta de Cavite, que fueron echados aque por los mismos españoles, para evitar que cayesen en poder de los yanquis, a excepción del Callao, que fué apresado por éstos. Nuestras pérdidas fueron 58 muer­tos, entre ellos el comandante del Cristina, señor Cadarso y el capellán Novo. Los heridos, 236. Los americanos tuvieron 2 oficiales y 23 marineros muertos, y unos 50 heridos, contándose en este número el capitán de navio, Gridley, comandante del Olimpia, que murió en Yokohama el 6 de Junio, de resultas de las heridas que sufrió en la batalla naval del 1º. de Mayo.

Al día siguiente, se dirigió de nuevo la escuadra norteamericana a Cavite, rompiendo el fuego contra la plaza y el arsenal, que no contestaron al enemigo por carecer de defensas. A las dos de la tarde apareció en ellos la bandera de parlamento, evacuando, el día 3, las fuerzas españolas el arsenal, del que tomó posesión una fuerza de desembarco, y pocos momentos después el Raleigh y el Baltimore consiguieron la rendición de la isla del Corregidor, haciendo prisionera a la guarnición y destruyendo sus cañones. En la mañana del 4, el transporte Manila, que estaba encallado en la bahía de Bacoor, fué remolcado y declarado presa, por el almirante Dewey.

Temíase que los norteamericanos bombardeasen Manila, y sin embargo, no sucedió así, según parece, por escasearles las municiones y esperar a que la insurrección de los tagalos completase en tierra la obra por ellos comenzada en el mar. Otra versión atribuye la inactividad de la escuadra yanqui, a la actitud en que se colocó el cónsul de Alemania, que estuvo bastante enérgico al hablar con Dewey. Parece ser que le dijo que sobre él recaería toda la responsabilidad del bombardeo, y que su nación le exigiría 25 millones de dollars por indemnización de los perjuicios ocasionados a los intereses alemanes, que en Manila eran considerables, añadiendo que si quería luchar, hiciese un desembarco, y atacase a la capital por tierra, «cosa no tan fácil como se le figura, pues Manila tiene defensas y los españoles son bravos.»

Pero, ya que por el momento no pudiera hacer otra cosa, el almirante Dewey envió, por conducto del cónsul inglés, una comunicación al general Augustín, exigiéndole la entrega de todos los barcos de guerra no apresados, e intimándole a que las baterías de la plaza no disparasen contra su escuadra. Augustín accedió a esto último, con gran enojo de la población de Manila, y especialmente de su guarnición, que deseaba atraer el bombardeo de la población, como manera de distraer a la flota norteamericana, mientras las tropas marchaban sobre Cavite con objeto de recuperar el arsenal. La determinación del general Augustín impidió la realización de esta noble idea, pues callando las baterías de Manila, cuantas fuerzas intentasen pasar por el istmo de Dalabicán, hubieran sido barridas por la artillería de los barcos enemigos. Y, sin embargo, urgía auxiliar a los infelices heridos abandonados por los yanquis en Cavite, antes de que (como lo hicieron) fuesen asesinados por los indios que se habían levantado con armas facilitadas por el almirante Dewey.

Augustín fiaba mucho de los filipinos, creyendo de buena fe, que aquella comunidad de muchos siglos en una misma vida, leyes, religión y cariño, unida a la propia defensa de los hogares tagalos amenazados por los invasores yanquis, habían de producir en la población indígena, un movimiento de confraternidad hacia los españoles.

Fué por eso por lo que dispuso la creación en la capital del archipiélago de la Asamblea consultiva de Filipinas, autorizando, además, el alistamiento de las Milicias, cuya misión era el mantenimiento del orden en las provincias y la defensa de las capitales en que residiesen, pudiendo, además, acudir a ellas el Capitán general, para enviarlas donde fuese preciso, a fin de sostener la integridad de la patria.

Bien pronto pudo convencerse el general Augustín de la inoportunidad de sus decretos. Dewey habíale ganado la delantera, y aun cuando, por el momento, las milicias filipinas armadas por el gobernador general, no despertaron sospechas, los trabajos secretos entre el almirante yanqui y los tagalos continuaban, haciéndose ostensibles hacia mediados de Mayo, en cuyos días pudo ya observarse desde Manila, que sin recato ninguno, atracaban al costado del Olimpia, varias vintas de indígenas. Efectivamente, alentados los tagalos con los recursos que les proporcionaba la escuadra yanqui, empezaron a levantarse en masa en la isla de Luzón, sublevándose los soldados indios después de asesinar a sus oficiales y acometer a las poblaciones civiles, sin que los norteamericanos, que decían haber emprendido la guerra por razones de humanidad, hiciesen nada para impedir aquellos actos de vandálico salvajismo, cometidos contra indefensos frailes, empleados civiles y desgraciadas mujeres, atrozmente martirizados por los que se intitulaban aliados de la civilizada República norteamericana.

 

CAPÍTULO XXIV

La escuadrilla de torpederos. Concéntrase en Cabo Verde la escuadra de Cervera. Orden de salida para Puerto Rico. Consejo de guerra en Cabo Verde. Acuerdos que se tomaron. El ministro de Marina ante los acuerdos del Consejo de guerra. Junta de generales en el Ministerio de Marina. Se ordena a Cervera la salida para la isla de Cuba. Zarpa la escuadra española de Cabo Verde. Enorme desproporción de fuerzas con relación a la escuadra norteamericana. Movimientos estratégicos de la escuadra española. En la Martinica. En Curasao. Fondea en Santiago la escuadra española. Los yanquis burlados. Entusiasmo. Se desvanecen las esperanzas de que Cervera pudiese llegar a la Habana. La escuadra de Schley ante Santiago de Cuba. Consejo de capitanes. Solemnes declaraciones de Concas y Lázaga. Cervera desiste de salir con dirección a Puerto Rico. Defensas con que contaba Santiago de Cuba. Primer bom bardeo. Voladura del Merrimac. Los tripulantes prisioneros. Bombardeo del 6 de Junio. Bajas sensibles. Ejercicios de tiro de los yanquis sobre Santiago de Cuba.