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DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)CAPÍTULO XXIII.GUERRA CON ESTADOS UNIDOS
Días antes
de la ruptura de hostilidades, se había ordenado a la escuadra yanqui del mar
de la China, se concentrase en Hong Kong, con objeto de tomar la ofensiva
sobre las islas Filipinas. En éstas, desde el mes de Marzo, se habían tomado
algunas disposiciones, en previsión de un ataque de los norteamericanos, construyén
Pero estos
trabajos se hacían con suma lentitud, por no creerse en la inminencia del
peligro, y tan confiadas se hallaban las autoridades del archipiélago, que casi
puede decirse que la ruptura de relaciones les cogió de sorpresa. Activáronse entonces los trabajos, ordenándose que los
barcos de la escuadra se reuniesen en el puerto de Manila, y se nombró una
comisión de defensa, compuesta por el arzobispo de Manila, el gobernador
civil, el alcalde y un periodista, como secretario.
El 23 de
Abril, se declaró el estado de guerra en todas las islas del archipiélago,
llamándose al servicio de las armas a todos los funcionarios públicos, que
debían alistarse bajo las órdenes de sus jefes naturales. Llamóse también a los peninsulares e hijos de peninsulares, comprendidos entre los
diez y ocho y cincuenta años, y se prohibió a los barcos nacionales, su salida
de la bahía de Manila. Apagáronse los faros y todo el
mundo esperó con cierta inquietud la aparición de la escuadra norteamericana.
Mientras
ésta terminaba sus preparativos de combate, el cónsul yanqui en Singapore no perdía el tiempo. Sabían de antemano los Estados
Unidos, que sin contar con el elemento indígena de las islas Filipinas, sus
operaciones en este archipiélago no podían tener feliz resultado, y a
atraerse a los tagalos dedicaron su mayor esfuerzo. En estos días, los
españoles tenían mucha confianza en los indios, no obstante los levantamientos
de partidas, que habían tenido lugar a poco de posesionarse del mando el
teniente general don Basilio Augustín, por lo cual se
había tenido que enviar fuertes columnas a la provincia de Zambales. Pero a
estos chispazos, no
En estas
condiciones, era natural que, antes de decidirse los yanquis a emprender la
ofensiva contra el archipiélago filipino, procurasen contar con los indios,
cosa en la cual no tenían gran confianza, pues, precisamente, por aquellos días
el cañonero español Elcano había apresado a la fragata norteamericana Sawanah, y este hecho había despertado cierto entusiasmo
entre la población indígena.
Desgraciadamente,
esta confianza de los españoles vino bien pronto a desvanecerse, pues el 25 de
Abril, se conoció públicamente que el cónsul de los Estados Unidos en Singapore, y Aguinaldo, habían firmado un convenio, en el
que se estipulaba lo siguiente :
iº. Se proclamará la independencia de las islas Filipinas. 2º. Quedará
establecida una República centralizada, cuyos individuos serán nombrados
provisionalmente por don Emilio Aguinaldo.
3º. Dicho
gobierno reconocerá una intervención temporal, confiada a delegados americanos
y europeos, propuestos por el almirante Dewey.
40. El protectorado americano se establecerá en los mismos términos y condiciones que en Cuba. 5º. Los
puertos de Filipinas deberán quedar abiertos al comercio universal.
6º. Respecto
a la inmigración china, se adoptarán medidas que no perjudiquen al trabajo de
los indígenas.
7º. La
administración de Justicia será reformada; y entretanto, serán elegidos los
jueces entre europeos competentes.
8º. La libertad
de prensa y de asociación, quedarán establecidas, así como la libertad de
cultos.
9º. Se
regularizará la explotación de las riquezas minerales del archipiélago.
10º. Para
facilitar el desarrollo de la riqueza pública se abrirán nuevos caminos y se
estimulará la construcción de ferrocarriles.
11º.
Quedarán abolidas las trabas puestas actualmente a la formación de empresas
industriales, así como las contribuciones que gravan a los capitales
extranjeros.
12º. El
nuevo Gobierno se impone la obligación de mantener el orden, y de impedir toda
clase de represalias.
El mismo día
en que se firmó este convenio, las autoridades inglesas de Hong Kong obligaron
a la escuadra norteamericana a abandonar aquellas aguas, en virtud de la
neutralidad decretada por el Gobierno de la Gran Bretaña. Dewey obedeció la
orden que se le daba, y fué a fondear con sus barcos,
en el puerto de Mirs (China), saliendo poco después
con dirección a Manila.
El 25, a
media noche, la escuadra española de Filipinas, al mando del contralmirante
Montojo, marchó hacia Subic, con objeto de tomar
posiciones en espera del enemigo, contra la opinión de muchos españoles que,
conociendo la inferioridad de nuestra flota, propusieron su desarme y que la
artillería de los barcos se emplazase en tierra, especialmente en el arsenal de
Cavite, que estaba poco menos que indefenso.
Las baterías
que defendían la bahía y plaza de Manila, eran las siguientes :
Boca: Punta
Restinga, Islote del Fraile, Punta Caballo, Corregidor, Punta Gorda, Punta Siriman (Mariveles): una
batería de tres cañones en cada uno de estos puntos.
Subic: Cuatro cañones Ordóñez
de 15 centímetros y 8,000 metros de alcance.
Cavite :
Punta Sanglay, dos cañones OrdóÑez de 15 centímetros y 8,000 metros de alcance. Frente al mar, cuatro cañones
Pellicer de 16 centímetros y 5,000 metros de alcance, y dos Wittvorth de 13 centímetros y 7,000 metros de alcance.
Manila : Baluarte
de San Diego: nueve cañones B. C. de 16 centímetros con 3,700 metros de
alcance. Plano : cinco obuses de 21 centímetros y 4,200 metros de alcance.
Fuerza de Santiago : cinco cañones B. C. de 16 centímetros. Luneta : dos
cañones H. R. S. de 24 centímetros y 7,000 metros de alcance. San Pedro: un
cañón de H R. S. de 24 centímetros. Escollera: dos obuses H. de 15 centímetros
y 6,000 metros de alcance, y dos cañones B. C. de 12 centímetros y 5,000
metros. Toda esta artillería, sin contar algunos cañones de bronce antiguos, a
cargar por la boca y emplazados en diversos puntos de la muralla.
El 29 de
Abril, nuestra escuadra volvió a la bahía de Manila, por no encontrar el puerto
de Subic en condiciones para luchar con la escuadra
enemiga, que se acercaba por momentos. Según manifestó el almirante Montojo, los cuatro cañones que debían emplazarse en la
isla Grande, tardarían mes y medio en montarse, por no hallarse construidas
las baterías. Esto unido a no haberse colocado minas submarinas y a la profundidad
de las aguas en el puerto de Subic,(que alcanza unos
40 metros, obligaron al almirante español a regresar a Manila, teniendo en
cuenta que, en caso desgraciado (que era lo más probable), perecerían las
tripulaciones de nuestros barcos. La escuadra se dirigió a Cavite y fué a situarse en las ensenadas de Bacoor y Cañacao, en los sitios donde hay menos agua.
Entretanto,
como ya decimos anteriormente, zarpó, el 27, la flota yanqui de la bahía de Mirs, llegando a Bolinao, en la
mañana del 30, sin encontrar barco español alguno, en vista de lo cual, la
tarde del mismo día continuó navegando a la vista de la costa, hasta llegar a
la entrada de la bahía de Manila. El Boston y el Concord fueron enviados por el almirante norteamericano a reconocer el puerto de Subic, donde practicaron una exploración sin encontrar a
la escuadra española.
A las once y
media de la noche entró toda la flota yanqui, formada en orden de batalla, por
la boca grande de la citada bahía, con una velocidad de ocho nudos, y después
de haber pasado la mitad de la escuadra, rompieron el fuego las baterías de la
entrada, sin que los disparos surtieran efecto, por resultar casi todos cortos,
siendo contestados por los cañones del Boston y del Mac-culloc.
La escuadra
atravesó la bahía con poca velocidad, llegando, al rayar el día 1º. de Mayo, frente a Manila. El paso lo había verificado
en medio de la mayor impunidad, a pesar de los cañones qué se suponían
emplazados en el Corregidor, en las bocas y en los islotes que defienden la
entrada. A las cuatro y veinte minutos de la madrugada, se hallaban frente a
frente las dos escuadras que habían de librar el primer combate naval de la
guerra entre España y los Estados Unidos.
Veamos las
fuerzas comparadas de las escuadras combatientes, a fin de que nuestros
lectores se den una idea de las desventajosas condiciones en que luchó nuestra
marina, en Filipinas.
Estados
Unidos
Boston.—Fecha,
1884. Toneladas, 3,189. Velocidad, once millas; protegido. Artillería, dos
cañones de 25 centímetros, seis de 15, y seis de tiro rápido.
Olimpia.—1892.
Toneladas, 3,189. Velocidad, 19 millas ; protegido. Artillería: cuatro cañones
de 25 céntí- tros, diez de
12, y catorce de tiro rápido.
Raleigh.—1882.
Toneladas, 3,183. Velocidad, 16 milas ; protegido. Artillería : 27 cañones de
tiro rápido y diez de 12.
Concord.—1890.
Toneladas, 1,700. Velocidad, 14 millas ; medio protegido. Artillería : seis
cañones de 15 centímetros, y cuatro de tiro rápido.
Baltimore.—1892.
Toneladas, 3,000. Velocidad, 15 millas; protegido. Artillería : dos cañones
de 25 centímetros, 16 de 15, y 10 de tiro rápido.
Mac-culloc.—1892. Toneladas, 1,370. Velocidad, 14 millas; no
protegido. Artillería: 12 cañones de 12 y 1/2 centímetros de tiro rápido.
Petrel.—1888.
Toneladas, 890. Velocidad, 13 millas ; medio protegido. Artillería : 4 cañones
de 15 centímetros, y 3 de tiro rápido.
España
Reina
Cristina.— 1888. Toneladas, 3,500. Velocidad, 9 millas ; no protegido. Artillería
: 6 cañones de 16 centímetros, 2 de 7 y 1/2, 7 de 57 milímetros y cinco
lanzatorpedos.
Castilla.—1881.
Toneladas, 3,260. Velocidad, 14 millas; no protegido. Artillería : cuatro
cañones de 15 centímetros, dos de 8, cuatro de 7’50, cuatro de tiro rápido, y
dos tubos lanzatorpedos.
Don Juan de
Austria.—1887. Toneladas, 1,500. Velocidad, 8 millas ; no protegido.
Artillería : cuatro cañones de 12 centímetros, dos de pequeño calibre, dos de
tiro rápido, cuatro de 37 milímetros, dos ametralladoras y dos tubos
lanzatorpedos.
Don Antonio
de Ulloa.—1887. Toneladas, 1,000. Velocidad, 8 millas ; no protegido.
Artillería : cuatro cañones de 16 centímetros y cuatro de tiro rápido.
Isla de
Luzón.—1886. Toneladas, 1,045. Velocidad, 14 millas; protegido. Artillería:
cuatro cañones de 12 centímetros, dos de tiro rápido y dos tubos
lanzatorpedos.
Isla de
Cuba.—1886. Gemelo del anterior.
Como se ve,
tenían los yanquis, cuatro buques protegidos, dos medio protegidos y uno solo
sin protección, mientras que en la escuadra española sólo había dos protegidos
y todos los demás con cascos de madera. Los barcos americanos representaban
unas 5,500 toneladas más sobre los nuestros, y mucha mayor velocidad. El número de cañones muy superior y de
mayor calibre, montando sus barcos 138 piezas, de las cuales 8 eran mayores de
20 centímetros, al paso que la escuadra española tenía, aparte de las
ametralladoras, 70 cañones, cuyo mayor calibre era el de 16 y sólo tenía 10. De
15 centímetros tenían los yanquis 15, y los españoles 4. De esta manera se
explica que los norteamericanos pudieran ponerse fuera de tiro de nuestra
artillería de marina, hiriendo a nuestros barcos a mansalva, sin que nuestros
fuegos pudiesen casi ofenderles.
A las cinco
y cuarto de la mañana, rompió el fuego la escuadra española, sostenida por las
baterías de la capital. Entonces la flota norteamericana se preparó para el
ataque, avanzando resueltamente sobre Bacoor, punto
éste, en el que se hallaban fondeados los barcos españoles. La escuadra yanqui
se desplegó, llevando el Olimpia en cabeza, seguido por el Baltimore, Raleigh,
Petrel, Concord y Boston, por el orden enumerados,
manteniéndose en esta formación durante todo el combate. El primer cañonazo
contra la escuadra española, fué disparado por el
Olimpia, a las cinco y cuarenta y un minutos. Al iniciar el
avance los yanquis, estallaron dos minas a proa del buque insignia, aunque
demasiado lejos para producir efecto. Seguidamente, la escuadra norteamericana
empezó a hacer una serie de marchas y contramarchas, en lineas paralelas a la que ocupaba la escuadra española. Esta había adoptado la
siguiente formación: El Reina Cristina, buque insignia, en la ensenada de Cañacao, acoderado con el costado de babor frente a Manila
; el Castilla, también acoderado entre el Cristina y Punta Sangley ; por
dentro de éstos, el Don Juan de Austria y el Don Antonio de Ulloa, y por la
amura y aleta de babor del Cristina, respectivamente, los cruceros Isla de Cuba
e Isla de Luzón, por la proa, el aviso Marqués del Duero. Además, en la
ensenada de Bacoor se hallaban el Manila, Velasco y
Lezo, en reparaciones. Como puede verse en esta formación, se hallaban nuestros
barcos apiñados, en disposición de que los enemigos no desaprovechasen ningún
proyectil, y para que fuese peor el mal, nuestros buques no evolucionaban, y si
alguno se movía, era por iniciativa de su comandante, y no para obedecer las
señales, que, encerrado en la más absoluta pasividad, no hizo el almirante
Montojo desde el Cristina. Al propio tiempo faltaba dirección, unidad de mando
y de movimientos; habiendo, en fin, tan lamentable confusión en nuestras
naves, que no es aventurado suponer que, aun con escuadra igual en potencia a
la norteamericana, nuestra derrota no se hubiera podido evitar.
En tanto, el
enemigo sostenía el fuego entre 5,000 y 2,000 yardas, que fueron las distancias
límites en que se mantuvo, acercándose y retirándose sucesivamente. El fuego de
la escuadra española era vigoroso; pero, en general, poco eficaz. Pudo
apreciarse pronto que, por efecto del poco alcance de nuestra artillería, era
perfecta la impunidad con que maniobraban los barcos americanos,
Desde el
principio del combate, las tres baterías de Manila sostuvieron un fuego continuo,
que no fué contestado por la escuadra yanqui; pero
como venía siendo molesto, y algunos de los disparos habían hecho averías en la
flota, envió, a las siete de la mañana, el almirante Dewey, un mensaje al gobernador general, manifestando que si no
cesaban en su hostilidad las mencionadas baterías, bombardearía la ciudad,
cuya intimación produjo el silencio de las mismas. A
las siete y media, entre el asombro general, suspendió el fuego la escuadra
norteamericana, retirándose en medio de la bahía, y fondeando detrás de los
barcos mercantes extranjeros. Dos de sus
El almirante
Dewey, en el parte oficial dirigido a su Gobierno, dijo que la suspensión de la
batalla se había debido a su deseo de conceder un descanso a la marinería para
que almorzase. Pero la verdadera causa fué diferente.
El ayudante
de Dewey, Mr. Stickney, que ha hecho el relato de
este combate naval, refiriéndose a esta retirada de la escuadra
norteamericana, dice lo siguiente :
«La batalla
empezó el día 1 de Mayo, a las cinco de la mañana ; dos horas más tarde,
después de encarnizada lucha, nuestra escuadra se retiraba, concentrándose en
medio de la bahía de Manila, pues la situación de Dewey había llegado a ser
comprometida. Llevábamos dos horas de combatir a un enemigo valeroso, sin haber
conseguido con nuestro fuego, disminuir aparentemente el de los barcos
contrarios. Es verdad que tres de los buques estaban ardiendo (Cristina,
Castilla y Don Juan de Austria), pero también teníamos nosotros incendiado el Boston. En una palabra, hasta entonces nada había ocurrido que nos demostrase
haber lesionado gravemente a la escuadra enemiga. Todos sus barcos maniobraban
alrededor de Punta Sangley, tan activamente, como cuando los divisamos al
romper el día. Nada nos indicaba, por tanto, que el enemigo estuviera en
peores condiciones de defensa que cuando se inició la batalla. Entretanto, la
situación de la escuadra americana había empeorado considerablmente. En los
pañoles del Olimpia quedaban sólo 58 proyectiles de 5 pulgadas; y aunque
Renovóse la batalla a las once y
diez y seis minutos, manteniéndose un fuego vivísimo por ambas partes, hasta
las doce y media, en que, destruidos los barcos que componían el resto de la
escuadra española, concentraron los yanquis todos los fuegos de sus barcos,
contra la batería de Punta Sangley, desmontando los dos cañones Ordóñez que la
constituían y matando a cuatro artilleros.
A las doce y
cuarenta fondeó la escuadra norteamericana frente a Manila, dejando atrás al
Petrel para completar la destrucción de los pequeños cañoneros situados detrás
de la punta de Cavite, que fueron echados aque por los mismos españoles,
para evitar que cayesen en poder de los yanquis, a excepción del Callao, que fué apresado por éstos. Nuestras pérdidas fueron 58
muertos, entre ellos el comandante del Cristina, señor Cadarso y el capellán
Novo. Los heridos, 236. Los americanos
Al día
siguiente, se dirigió de nuevo la escuadra norteamericana a Cavite, rompiendo
el fuego contra la plaza y el arsenal, que no contestaron al enemigo por
carecer de defensas. A las dos de la tarde apareció en ellos la bandera de
parlamento, evacuando, el día 3, las fuerzas españolas el arsenal, del que tomó
posesión una fuerza de desembarco, y pocos momentos después el Raleigh y el Baltimore consiguieron la rendición de la isla
del Corregidor, haciendo prisionera a la guarnición y destruyendo sus cañones.
En la mañana del 4, el transporte Manila, que estaba encallado en la bahía de Bacoor, fué remolcado y
declarado presa, por el almirante Dewey.
Temíase que los norteamericanos
bombardeasen Manila, y sin embargo, no sucedió así, según parece, por escasearles
las municiones y esperar a que la insurrección de los tagalos completase en
tierra la obra por ellos comenzada en el mar. Otra versión atribuye la
inactividad de la escuadra yanqui, a la actitud en que se colocó el cónsul de
Alemania, que estuvo bastante enérgico al hablar con Dewey. Parece ser que
le dijo que sobre él recaería toda la responsabilidad del bombardeo, y que su
Pero, ya que
por el momento no pudiera hacer otra cosa, el almirante Dewey envió, por
conducto del cónsul inglés, una comunicación al general Augustín,
exigiéndole la entrega de todos los barcos de guerra no apresados, e
intimándole a que las baterías de la plaza no disparasen contra su escuadra. Augustín accedió a esto último, con gran enojo de la
población de Manila, y especialmente de su guarnición, que deseaba atraer el
bombardeo de la población, como manera de distraer a la flota norteamericana,
mientras las tropas marchaban sobre Cavite con objeto de recuperar el arsenal.
La determinación del general Augustín impidió la
realización de esta noble idea, pues callando las baterías de Manila, cuantas
fuerzas intentasen pasar por el istmo de Dalabicán,
hubieran sido barridas por la artillería de los barcos enemigos. Y, sin
embargo, urgía auxiliar a los infelices heridos abandonados por los yanquis en
Cavite, antes de que (como lo hicieron) fuesen asesinados por los indios que se
habían levantado con armas facilitadas por el almirante Dewey.
Augustín fiaba mucho de los
filipinos, creyendo de buena fe, que aquella comunidad de muchos siglos en una
misma vida, leyes, religión y cariño, unida a la propia defensa de los hogares
tagalos amenazados por los invasores yanquis, habían de producir en la
población indígena, un movimiento de confraternidad hacia los españoles.
Fué por eso por lo que
dispuso la creación en la capital del archipiélago de la Asamblea consultiva
de Filipinas, autorizando, además, el alistamiento de las Milicias, cuya
misión era el mantenimiento del orden en las provincias y la defensa de las
capitales en que residiesen, pudiendo, además, acudir a ellas el Capitán
general, para enviarlas donde fuese preciso, a fin de sostener la integridad
de la patria.
Bien pronto
pudo convencerse el general Augustín de la
inoportunidad de sus decretos. Dewey habíale ganado
la delantera, y aun cuando, por el momento, las milicias filipinas armadas por
el gobernador general, no despertaron sospechas, los trabajos secretos entre
el almirante yanqui y los tagalos continuaban, haciéndose ostensibles hacia
mediados de Mayo, en cuyos días pudo ya observarse desde Manila, que sin
recato ninguno, atracaban al costado del Olimpia, varias vintas de indígenas.
Efectivamente, alentados los tagalos con los recursos que les
proporcionaba la escuadra yanqui, empezaron a levantarse en masa en la isla de
Luzón, sublevándose los soldados indios después de asesinar a sus oficiales y
acometer a las poblaciones civiles, sin que los norteamericanos, que decían
haber emprendido la guerra por razones de humanidad, hiciesen nada para
impedir aquellos actos de vandálico salvajismo, cometidos contra indefensos
frailes, empleados civiles y desgraciadas mujeres, atrozmente martirizados por
los que se intitulaban aliados de la civilizada República norteamericana.
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