web counter
cristoraul.org

 

DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA

(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)

 

CAPÍTULO XVI. GUERRA DE CUBA

La insurrección de Cuba.—El Gobierno acuerda el inmediato envío de refuerzos.—Los militares y El Resumen.—Asalto a la redacción de El Globo.—Protesta de los periodistas.—Dimisión del Gobierno.— Los conservadores en el Poder.—Es nombrado Martínez Campos general en jefe del ejército de Cuba.—Situación de la Isla.—Acción de Jobito.—Fracaso de las negociaciones entabladas por Martínez Campos.—La rebelión se extiende.—Combate de Dos Ríos.—Muerte del cabecilla Martí.—Los rebeldes en Matanzas.—Peralejo.—Muerte del general Santocildes.—Intenciones de Maceo.—Invasión de las provincias centrales.—Concentración de rebeldes.—Acción de Trilladeras.—Alarma en la Habana.—Maceo en Pinar del Río.—Bando de Estrada Palma.—Censuras contra el general en jefe.—Relevo de Mar­tínez Campos.—Resumen de su gestión.—Llega a España el ex general en jefe.—Hostilidad del pueblo contra el general.

 

De Cuba llegaban malas noticias.

A fines del mes de Febrero, cuando ya el Gobierno había dado la fórmula de los proyectos de reformas antillanas, y las Cortes acababan de votarlas, por acuerdo de todas las fracciones políticas, se supo que en la Gran Antilla, habían aparecido varias partidas, proclamando la independencia de la isla.

Los primeros rumores comenzaron a hacerse más concretos el día 27 de Febrero, en que se recibió un despacho del general Calleja, Capitán general de Cuba a la sazón, en el que se comunicaba que los grupos insurrectos habían lanzado simultáneamente el grito de rebeldía en Baire y Guantánamo, siendo la partida más importante, la del primero de los puntos citados, pues se componía de más de 200 hombres, bien armados y equipados.

Calleja en su cablegrama manifestaba que hallándose, por el momento, reducida la insurrección a la provincia de Santiago de Cuba, no necesitaba refuerzos, pues con las tropas de que disponía, tenía elementos sobrado suficientes para pacificar la región sublevada.

Sin embargo, no se ocultaba al Gobierno la gravedad de la situación en Cuba, y dispuesto a obrar enérgicamente, decidió el envío de siete batallones de infantería y algunas otras fuerzas en un total de 6,000 hombres que embarcaron el día 10 de Marzo.

El envío de este primer refuerzo, dio motivo a un lamentable incidente promovido por varios oficiales del ejército

Habían recogido los periódicos El Globo y El Resumen, ciertas informaciones, por las que se aseguraba que no existían grandes deseos, por parte de los subalternos, de ofrecerse voluntariamente para combatir en Cuba, y ofendidos los militares con estas afirmaciones, comisionaron, primeramente, a dos tenientes de caballería, los cuales se personaron en las redacciones de los citados diarios, exigiendo de sus respectivos directores, la rectificación de los sueltos de referencia. Negáronse éstos, por considerar poco correcta la forma empleada para pedir la rectificación, y exacerbados los ánimos de los oficiales por esta negativa, marcharon 300 de ellos a la redacción de El Resumen, y la invadieron tumultuosamente, haciendo añicos cuanto dentro de ella encontraron.

No contentos con esto, se dirigieron los militares a la imprenta donde se tiraba el diario, propiedad de un particular, que nada tenía que ver con la redacción del mismo, y que, sin embargo, vio allanado su establecimiento, inutilizando los asaltantes la maquinaria y destruyendo los tipos.

Igual asalto se repitió en la redacción de El Globo, en donde, además de destrozar cuanto encontraron los oficiales, agredieron al director y al administrador, que resultaron con diversas contusiones.

La indignación que estos sucesos produjeron, fue intensísima. Los directores de todos los periódicos de Madrid, celebraron una reunión para protestar de los hechos realizados, acordándose pedir al Gobierno que garantizase sus derechos profesionales y asegurase el orden ; pero los generales celebraron una reunión haciéndose solidarios de la conducta de los oficiales del ejército, y ante acuerdo tan trascendental, presentó la dimisión, el señor Sagasta, encargando la Reina Regente al señor Cánovas la forma­ción de nuevo Gobierno, que el día 23 de Marzo quedaba constituido de la siguiente manera :

Presidencia, Cánovas.

Estado, duque de Tetuán.

Gracia y Justicia, Romero Robledo.

Hacienda, Navarro Reverter.

Gobernación, Cos Gayón.

Fomento, Bosch y Fustegueras.

Guerra, Azcárraga.

Marina, Beránger.

Ultramar, Castellano.

El general Bermúdez Reina, Capitán general de Madrid durante los sucesos relatados, fue substituido por el general Martínez Campos, que tan pronto como se encargó del mando, reunió en su despacho a una numerosa comisión de subalternos de todas las armas, y les dirigió una sentida alocución, condoliéndose de la actitud por ellos adoptada y exhortándoles a no alterar el orden, para lo cual estaba dispuesto a obrar enérgicamente, disolviendo, incluso por la fuerza, cuantos grupos volvieran a formarse, aun cuando para ello fuese preciso hacer el sacrificio de su vida.

El gobierno liberal, al encargarse del Poder los conservadores, dejaba sin solucionar el problema económico, y no tuvo otro recurso el señor Cánovas del Castillo, que presentarse a unas Cortes donde, por efecto del cambio de la situación, la mayoría poblaba los escaños de las oposiciones.

Pero no había más remedio que salvar el escollo insuperable de los presupuestos, y de buena gana accedió el señor Sagasta a facilitar a los conservadores el arreglo de tan arduo problema, cuya solución había quedado interrumpida.

Así es que las Cortes liberales continuaron funcionando, bajo la presidencia del marqués de la Vega de Armijo.

El Ministerio fue a las Cámaras el día 27, dando Cánovas conocimiento a las mismas de la situación de la isla de Cuba. Por las manifestaciones del Jefe de Gobierno, se enteró el país de que la insurrección se extendía, no obstante los grandes esfuerzos realizados para contenerla en sus primitivos límites, por el gobernador militar de Santiago, general Lachambre. Diariamente, aparecían partidas y más partidas, que desde la parte oriental de la isla, invadieron el centro, presentándose en las provincias de Santa Clara y Matanzas.

Los encuentros menudeaban, y en uno de ellos perdió la vida el cabecilla cubano Manuel García, por sobrenombre El Rey de los Campos.

El 25 de Marzo salieron de Costa Rica, a bordo de un pailebot, los cabecillas Antonio Maceo, Crombet, Valdés y Rodríguez, desembarcando en las costas de Santiago, después de asesinar al capitán del barco, por haberse negado a conducirles a Cuba.

El Gobierno español, ante noticias de tanta gravedad, activó el envío de refuerzos, pues, reducido el ejército de la isla, por efecto de las economías realizadas por López Domínguez a 16,000 hombres, no era lógico suponer que nuestras tropas pudiesen reducir a los insurrectos, que cada vez se mostraban más audaces. Además, ya no era un secreto para nadie que había varias partidas compuestas de 700 o más hombres.

El fracaso del general Calleja estaba con esto demostrado, y en su virtud, se acordó relevarle, nombrándose en su lugar, por decreto de 28 de Marzo, al Capitán general don Arsenio Martínez de Campos, cuyo nombramiento fue un verdadero desacierto del señor Cánovas, pues nadie menos indicado que este general para ventilar el asunto cubano, toda vez que, habiendo sido él quien negoció la paz de Zanjón y hallándose incumplidas las bases estipu­ladas en 1876, su prestigio político-militar era bastante dis­cutido entre los insulares.

Embarcó Martínez Campos en los primeros días de Abril, encargándose del mando el día 16 de dicho mes.

Desde su llegada a la Habana, todas sus medidas se encaminaron a atajar la propagación del movimiento sedicioso, recurriendo a cuantos medios le sugirió su talento diplomático, para lo cual, empezó usando de una extraordinaria templanza, que pronto le conquistó las simpatías de los partidos autonomistas, malquistándose, en cambio, con los constitucionales, para quienes los procedimientos seguidos por el general en jefe, daban más fuerza a los rebeldes, siempre incapaces de corresponder a las contemplaciones usadas con ellos.

Tenía la insurrección su mayor fuerza en la provincia de Santiago de Cuba, totalmente infestada de grandes partidas, que, faltas de consistencia y organización, en un principio, bien pronto fueron regularizándose, con la sabia dirección imprimida por los dos caudillos, Máximo Gómez y Antonio Maceo.

La insurrección crecía de manera alarmante, iniciando los rebeldes en el mes de Mayo la invasión de las provincias occidentales, no sin que antes tuvieran lugar varios encuentros entre españoles y cubanos, en territorio de Holguín.

El primer combate tuvo lugar el 12 de Mayo en los alrededores de Jobito. Encontráronse dicho día las fuerzas que mandaba el teniente coronel del regimiento de Simancas, señor Bosch, compuestas de 500 hombres aproximadamente, con las partidas reunidas de Antonio y José Maceo, y si bien los cubanos llevaron la peor parte en la acción, retirándose después de diez horas de incesante lucha, las pérdidas sufridas por nuestras tropas, aminoraban la importancia del triunfo. Allí encontraron gloriosa muerte el teniente coronel Bosch, el médico militar Ruiz y doce soldados. Los heridos pasaron de 40. En cuanto a los insurrectos, sus bajas fueron 30 muertos y cerca de 90 heridos.

La situación empeoraba por momentos, y ya los cubanos empezaban a dominar en Puerto Príncipe, en donde se hallaban varias partidas, la principal de ellas mandada por el cabecilla Aquilino Sánchez, con quien pronto se reunió el generalísimo Máximo Gómez, cosa que llenó de estupor al propio Martínez Campos, más atento a lograr la paz por medio de misteriosos manejos, que a imponerse con las armas en la mano.

En esto sufrió una verdadera decepción el general en jefe, y no es de extrañar que así le ocurriera, pues tan mal informado se hallaba Martínez Campos de las cau­sas que habían motivado la insurrección cubana, como el último de los españoles, por efecto de las repetidas de­claraciones de los gobernantes, para quienes la descentralización del régimen en la Gran Antilla, era signo de concordia.

Se ha hablado muchísimo de las reformas de Maura y de la autonomía, suponiéndose que aquéllas garantizaban nuestro dominio en Cuba, cuando lo que hicieron, no fue sino perturbar, aún más de lo que estaban, a los insulares. Los cubanos no querían ni reformas, ni autonomía; la sublevación hubiera estallado lo mismo de habérseles concedido, y a los que en España pregonaban como lema de su política : «La autonomía es la paz», contestaban los alzados en armas, con un grito que condensaba todas sus aspiraciones : «La paz es la independencia». Y pues se había partido de un error, lógico era que Martínez Campos no alcanzara el éxito que se había prometido de antemano, con las negociaciones entabladas con los caudillos del movimiento insurreccional, para lograr que éstos depusieran su hostilidad contra España.

En efecto, tanto Máximo Gómez como Antonio Maceo y Estrada Palma, se negaron a tratar con el Gobernador general, dándole a entender que no aceptarían más bases que la del reconocimiento de la República cubana, libre de todo vínculo con la metrópoli.

Ya al poco tiempo de la llegada de Martínez Campos a la isla de Cuba, se sintió desfallecer ante el incremento extraordinario tomado por la rebelión en los tres primeros meses que siguieron al alzamiento de Baire, y esto tuvo ocasión de comprobarlo, por sí mismo, durante el viaje de exploración que hizo por diversas poblaciones del interior y de la costa. Allí se le manifestó con toda su elocuencia aterradora, los estragos que hacía la guerra en aquellas regiones señaladas con el incendio, el saqueo y el pillaje, con que a manera de fatídica estela, dejaban en pos de sí, las partidas insurrectas que comenzaban a enseñorearse por completo de la isla.

Máximo Gómez había logrado pasar desde Santiago a Puerto Príncipe, al frente de 2,000 hombres, operando su conjunción con los grupos sueltos que allí habían establecido su campo de operaciones.

Extraordinaria importancia se dio en España al combate ocurrido en Dos Ríos, en el cual halló la muerte el titulado presidente de la República cubana, José Martí, de cuyo cadáver se apoderaron los españoles, después de haber rechazado brillantemente a las fuerzas de Antonio Maceo, dispersándolas en dirección a oriente. Se supuso infundadamente que con esta victoria decaería el movimiento revolucionario ; pero lejos de ser así, las partidas fueron aumentando hasta el punto de que el general Martínez Campos creyó insuficientes las tropas de que disponía y pidió con urgencia al Gobierno, el envío inmediato de refuerzos.

Los insurrectos dominaban, no ya sólo en Santiago, sino en Camagüey, Las Villas y Matanzas, dirigidos por cabecillas tan prestigiosos como Recio y Betancourt, quienes combatían constantemente con nuestras columnas, al mismo tiempo que las partidas combinadas de Antonio Maceo y Quintín Banderas iniciaban el avance, para darse la mano con Máximo Gómez en Puerto Príncipe.

Estas noticias desconsoladoras, unidas a la frecuencia con que eran sorprendidos y macheteados los pequeños destacamentos de tropas españolas, diseminadas por el general en jefe, en el interior de la isla, para defender las propiedades, acabaron de desacreditar por completo a Martínez Campos, suponiéndose que carecía de plan, y marchaba al azar en el arreglo de la patriótica misión que se le había encomendado.

Algo de cierto debía haber en estas suposiciones, y de ello da prueba decisiva el combate librado el día 13 de Julio en las inmediaciones de Peralejo, en el cual, no sólo se vio en gravísimo peligro de ser hecho prisionero el general en jefe, sino que comprometió a las fuerzas que le acompañaban en su expedición. Había salido Martínez Campos de Manzanillo el 9 de Julio con dirección a Bayamo, con una escolta de 200 jinetes, que juzgó su­ficiente para la operación que pensaba realizar. Al llegar a Veguitas, el general Santocildes le dio a conocer que en las proximidades se hallaban varias partidas importantes, dirigidas por Antonio Maceo, con el propósito de cortar el paso a nuestras tropas, y quiso hacerle desistir de continuar el viaje con las escasas fuerzas de que dis­ponía. Martínez Campos le replicó que en su larga vida militar, no había conocido jamás el miedo, y, quitando importancia a los preparativos del enemigo, se obstinó en continuar adelante. Previó entonces, Santocildes, un posible desastre, mucho más ruidoso por la presencia del general en jefe al frente de la pequeña columna, y, a pesar de que Martínez Campos no lo juzgó necesario, se empeñó en seguirle con los 1,500 hombres que componían las tropas de su mando.

A tres leguas de Bayamoj encontraron a los insurrectos, cuatro veces superiores en número, que trataron de envolver a nuestros soldados. El combate fue vivo y sumamente duro, abriéndose paso Martínez Campos, después de cinco horas de empeñada lucha, en la que resul­taron muertos el general Santocildes, su ayudante, el teniente Sotomayor, el capitán Tomas y 30 de tropa, y heridos un jefe, seis oficiales y 98 soldados.

En toda la parte oriental de la isla, ardía la insurrección cada vez más pujante, sin que los diarios en­cuentros debilitaran en lo más mínimo a los rebeldes.

Desde Agosto a Septiembre se trasladó el teatro principal de la guerra a Las Villas, en cuyo territorio halló el teniente coronel Rubín (Potrero de las Varas), al grueso de las partidas mandadas por Castillo, Zayas y Periquito y Simón Pérez, desalojándolas de las posiciones que habían ocupado después de cuatro horas de fuego, que terminó con una brillante carga a la bayoneta, por la cual se adueñaron nuestras tropas de las alturas. Señalados triunfos obtuvimos también en Ojos de Agua e Isabelita, que no bastaron para localizar la rebelión, principal objetivo que se había propuesto Martínez Campos.

En Octubre inició el avance desde Baragua, el cabecilla Antonio Maceo, unido a Quintín Banderas, con la intención de penetrar en Las Villas, conjuntamente con Máximo Gómez.

El 29 de Octubre llegaron a Holguín, donde se les reunió el gobierno provisional cubano, a cuyo frente figuraba, desde la muerte de Martí, Salvador Cisneros Betancourt, y pocos días después, se incorporaban a Maceo, las fuerzas acaudilladas por Máximo Gómez y Roloff, haciendo un total de 3,500 hombres, derrotados, a fines de Noviembre, por el general Suárez Valdés, en Trilladeras.

Resultado de este combate, fue la disgregación de las fuerzas insurrectas, que formando dos grupos prin­cipales, continuaron la invasión por distintos caminos hasta llegar a la jurisdicción de Sancti-Spiritus, donde, reunidas nuevamente, atacaron el fuerte de Iguará, valerosamente defendido por el sargento Domínguez, y los 16 hombres que componían el destacamento.

En Noviembre, las fuerzas de Máximo Gómez y de Antonio Maceo, se habían extendido por Santa Clara y Matanzas, mientras Quintín Banderas ocupaba el valle de la Trinidad, incendiando los cañaverales de aquella zona y destruyendo la vía férrea El peligro crecía por momentos, y algo debió temer Martínez Campos, cuando ordenó al gobernador militar de Matanzas, que pusiera la plaza en estado de defensa, por si Antonio Maceo se decidía a atacarla.

Ante situación tan desesperada, la alarma llegó hasta la misma capital de Cuba, aumentándose el pánico con la llegada a la Habana de numerosas familias fugitivas, procedentes de Matanzas, que, al referir las devastaciones efectuadas por los rebeldes, hicieron crecer la consternación general.

El 25 de Diciembre, llegó a la Habana el general en jefe, después de haberse visto obligado a retirarse ante las numerosas fuerzas enemigas que le atacaron el 23 en Coliseo, siendo recibido con ostensibles muestras de desagrado, exteriorizadas con los gritos de «¡ Viva Weyler !», que reflejaban el estado de excitación de los es­pañoles, ante los progresos de la insurrección por la apatía de Martínez Campos.

El día 1.° de Enero de 1896, ocupó Máximo Gómez el pueblo de Nueva Paz, aprisionando a su guarnición. Otra columna insurrecta entró en Guara, y el 5 se pre­sentó casi a las mismas puertas de la Habana, lo que dio motivo para que Martínez Campos se dispusiese a rechazar un posible ataque a la capital, que se esperaba para el día siguiente.

Los voluntarios de algunos poblados se rendían sin resistencia y entregaban las armas a la primera intimación que les dirigían los rebeldes. Así pudieron apoderarse de varios puntos, tales como Vereda Nueva, Caimito y Hoyo Colorado, en donde celebraron una gran parada militar, revistando Máximo Gómez a cerca de 12,000 hombres. A partir de este hecho, se dividieron los dos núcleos principales de la revolución, dirigiendo Gómez las operaciones en la provincia de la Habana, y marchando Maceo a realizar la invasión de la de Pinar del Río. Todo esto, sin que dejasen de combatir otras partidas en el centro y parte oriental de la isla. Dos me­ses le habían bastado a Maceo para llegar al extremo opuesto del punto desde donde había iniciado la invasión, y con razón podía jactarse de que los españoles no dominaban en Cuba, más que en las grandes capitales costeras y algunas del interior.

A todo esto, y habiéndose consolidado bastante el Go­bierno provisional cubano, como consecuencia de lo bien que, para la insurrección, iban las cosas, publicó el representante en el exterior de la titulada república, señor Estrada Palma, su famoso bando, que recuerda, por lo draconiano, el célebre ukase dictado en 1813 por el zar Alejandro I, obligando a los países de la Confederación del Rhin a alistarse para combatir a Napoleón, so pena de privar de su corona a los príncipes reinantes que no acataran el mandato. .

Por el decreto de referencia, se amenazaba a los cubanos que hiciesen causa común con los españoles, con perder sus propiedades, y en la misma pena incurrían quienes, por miedo a la insurrección, emigrasen del país.

Por el contrario, deseando favorecer a los desertores que del ejército español pasaban a las partidas rebeldes, se concedían a aquéllos los mismos derechos de que gozaban los insurrectos, señalándoseles sueldo, a pagar cuando hubiese triunfado la causa. Además, el territorio cubano quedó dividido en seis distritos denominados Oriente, Camagüey, Las Villas, Matanzas, Habana y Occidente, a cuyo frente figuraba un prefecto, dependiente de la respectiva autoridad militar del distrito.

A mediados de Enero telegrafiaba el general Martínez Campos la desbandada general de los voluntarios, quienes no tan sólo no combatían a los rebeldes, sino que se pasaban a sus filas, aumentando sus fuerzas, calculadas, por aquellos días, en más de 40,000 hombres.

La campaña contra el general Martínez Campos arreciaba con violento empuje, las censuras contra el general en jefe eran unánimes, y ante la gravedad de la situación, el Gobernador general reunió en su palacio a los jefes de los partidos cubanos, y ante ellos y las autoridades, expuso su fracaso y les pidió su parecer. Los autonomistas aprobaron su proceder; pero los constitucionales entendieron que debía ser relevado, y aun cuando los que así pensaban eran los menos, por su carácter de españoles dio Martínez Campos a su opinión toda la importancia que merecía, comunicando al señor Cánovas del Castillo, el resultado de la reunión, rogándole que resolviese, ratificándole su confianza o retirándosela ; pero de ningún modo pidiéndole su dimisión, porque frente al enemigo no podía enviarla. 

En vista de este telegrama, se reunió el Consejo de ministros, el día 16 de Enero, y quedó acordado el relevo de Martínez Qampos, ordenándosele que hiciera entrega del mando, al segundo cabo, teniente general, don Sabas Marín.

A esta resolución del Gobierno contestó Martínez Cam­pos, con otro telegrama, fechado en la Habana el 17. Decía así:

«Capitán general de Cuba a Presidente Consejo ministros.

»He recibido telegrama V. E., por el que me autoriza para entregar mando a general Marín.

«Debo hacer presente a V. E. que, al dar ayer cuenta de la reunión con jefes de los partidos, no pedí autorización para entregar mando; exponía hechos y concluía diciendo : «Gobierno resolverá». 

«Tomo telegrama de V. E. como orden; pero conste que ni he hecho dimisión, ni he sentido desfallecimiento, ni por mí me importaba conflicto de ninguna clase, pues siempre les he sabido hacer frente, ni puedo dimitir por voluntad, presión, o fuerza ante el enemigo.

«Constando todo esto, soy el primero en felicitar al Gobierno de S. M. por su resolución tan acertada, y que puede prevenir conflictos que, si a mí no me importan, a España mucho.—Campos.»

El 20 de Enero, cesó en el mando el general Martínez Campos, extendiéndose la rebelión por toda la isla. El resultado de la gestión del ex general en jefe, durante los nueve meses de su estancia en Cuba, puede resumirse en las pocas líneas con que el Gobernador general interino dio cuenta al Gobierno del estado de la insurrección, por el parte oficial del día 22 :

«Conceptúo la petición de refuerzos, hecha por mi digno antecesor, como muy conveniente, pues aun cuando es innegable nuestra superioridad en el orden puramente militar, resulta de todo punto exacto que el enemigo, en sus correrías, realiza una obra de destrucción grande, que requiere atención particular. En la provincia de Pinar del Río, sobre todo, han desaparecido todos los organismos oficiales, y para ejecutar la obra de reparación que exige el reconstituirla, haciendo desaparecer el actual estado anárquico de una gran parte de aquel territorio, es preciso que la acción de la autoridad, apoyada en fuerzas del ejército, se extienda a todas partes para lograr la pacificación de dicha provincia y volver la tranquilidad a sus habitantes, amedrentados, por la presencia de las partidas insurrectas.—Marín.»

Era, pues, un hecho que el fracaso del general Martínez Campos había sido enorme, pues resultaba que la insurrección se mantenía potente en la parte más occidental de la isla, cosa inexplicable dadas las fáciles comunicaciones de aquella región, donde hubiera podido aniquilarla prontamente, de haber procedido con oportunidad a la concentración de fuerzas, para batir al enemigo en los puntos en que se hubiera presentado, impeliéndole a tomar la dirección contraria y a mantenerse en oriente, que es donde encontró la rebelión al hacerse cargo del mando.

No a todos los ministros pareció bien el acuerdo relativo al relevo de Martínez Campos. El ministro de Estado, señor duque de Tetuán, manifestó su disconformidad y presentó la dimisión de su cartera, siendo substituido por el señor Elduayen.

El día 4 de Febrero llegó a Madrid el ex capitán general de Cuba, siendo recibido con grandes demostraciones de hostilidad, realizadas por numerosos grupos estacionados en las inmediaciones de la estación del Mediodía, que acogieron la presencia del general con una estrepitosa silba, a la que siguió un grave motín que costó la vida a un joven de oficio pescadero, llamado Tomás Carreras. El motín se reprodujo al día siguiente, después del entierro de la víctima del tumulto del día anterior, yendo los manifestantes a la Cuesta de Santo Domingo, donde tenía su domicilio el general Martínez Campos, y silbando estrepitosamente ante la puerta de su casa. De este modo expresó el pueblo de Madrid el disgusto que sentía por las desacertadas medidas tomadas por el héroe de Sagunto, en Cuba, que más que a pacificar, tendieron (claro es que inconscientemente) a contribuir al aumento de la rebelión.