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DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)CAPÍTULO XVI. GUERRA DE CUBA
La
insurrección de Cuba.—El Gobierno acuerda el inmediato envío de refuerzos.—Los
militares y El Resumen.—Asalto a la redacción de El Globo.—Protesta de los
periodistas.—Dimisión del Gobierno.— Los conservadores en el Poder.—Es nombrado
Martínez Campos general en jefe del ejército de Cuba.—Situación de la
Isla.—Acción de Jobito.—Fracaso de las negociaciones entabladas por Martínez
Campos.—La rebelión se extiende.—Combate de Dos Ríos.—Muerte del cabecilla
Martí.—Los rebeldes en Matanzas.—Peralejo.—Muerte del general
Santocildes.—Intenciones de Maceo.—Invasión de las provincias
centrales.—Concentración de rebeldes.—Acción de Trilladeras.—Alarma en la
Habana.—Maceo en Pinar del Río.—Bando de Estrada Palma.—Censuras contra el
general en jefe.—Relevo de Martínez Campos.—Resumen de su gestión.—Llega a
España el ex general en jefe.—Hostilidad del pueblo contra el general.
De Cuba
llegaban malas noticias.
A fines del
mes de Febrero, cuando ya el Gobierno había dado la fórmula de los proyectos de
reformas antillanas, y las Cortes acababan de votarlas, por acuerdo de todas
las fracciones políticas, se supo que en la Gran Antilla, habían aparecido
varias partidas, proclamando la independencia de la isla.
Los primeros
rumores comenzaron a hacerse más concretos el día 27 de Febrero, en que se
recibió un despacho del general Calleja, Capitán general de Cuba a la sazón, en
el que se comunicaba que los grupos insurrectos habían lanzado simultáneamente
el grito de rebeldía en Baire y Guantánamo, siendo la partida más importante,
la del primero de los puntos citados, pues se componía de más de 200 hombres,
bien armados y equipados.
Calleja en
su cablegrama manifestaba que hallándose, por el momento, reducida la
insurrección a la provincia de Santiago de Cuba, no necesitaba refuerzos, pues
con las tropas de que disponía, tenía elementos sobrado suficientes para
pacificar la región sublevada.
Sin embargo,
no se ocultaba al Gobierno la gravedad de la situación en Cuba, y dispuesto a
obrar enérgicamente, decidió el envío de siete batallones de infantería y
algunas otras fuerzas en un total de 6,000 hombres que embarcaron el día 10 de
Marzo.
El envío de
este primer refuerzo, dio motivo a un lamentable incidente promovido por varios
oficiales del ejército
Habían
recogido los periódicos El Globo y El Resumen, ciertas informaciones, por las
que se aseguraba que no existían grandes deseos, por parte de los subalternos,
de ofrecerse voluntariamente para combatir en Cuba, y ofendidos los militares
con estas afirmaciones, comisionaron, primeramente, a dos tenientes de
caballería, los cuales se personaron en las redacciones de los citados diarios,
exigiendo de sus respectivos directores, la rectificación de los sueltos de
referencia. Negáronse éstos, por considerar poco correcta la forma empleada
para pedir la rectificación, y exacerbados los ánimos de los oficiales por esta
negativa, marcharon 300 de ellos a la redacción de El Resumen, y la invadieron
tumultuosamente, haciendo añicos cuanto dentro de ella encontraron.
No contentos
con esto, se dirigieron los militares a la imprenta donde se tiraba el diario,
propiedad de un particular, que nada tenía que ver con la redacción del mismo,
y que, sin embargo, vio allanado su establecimiento, inutilizando los
asaltantes la maquinaria y destruyendo los tipos.
Igual asalto
se repitió en la redacción de El Globo, en donde, además de destrozar cuanto
encontraron los oficiales, agredieron al director y al administrador, que
resultaron con diversas contusiones.
La
indignación que estos sucesos produjeron, fue intensísima. Los directores de
todos los periódicos de Madrid, celebraron una reunión para protestar de los
hechos realizados, acordándose pedir al Gobierno que garantizase sus derechos
profesionales y asegurase el orden ; pero los generales celebraron una reunión
haciéndose solidarios de la conducta de los oficiales del ejército, y ante
acuerdo tan trascendental, presentó la dimisión, el señor Sagasta, encargando
la Reina Regente al señor Cánovas la formación de nuevo Gobierno, que el día
23 de Marzo quedaba constituido de la siguiente manera :
Presidencia,
Cánovas.
Estado,
duque de Tetuán.
Gracia y
Justicia, Romero Robledo.
Hacienda,
Navarro Reverter.
Gobernación,
Cos Gayón.
Fomento,
Bosch y Fustegueras.
Guerra,
Azcárraga.
Marina,
Beránger.
Ultramar,
Castellano.
El general
Bermúdez Reina, Capitán general de Madrid durante los sucesos relatados, fue
substituido por el general Martínez Campos, que tan pronto como se encargó del
mando, reunió en su despacho a una numerosa comisión de subalternos de todas
las armas, y les dirigió una sentida alocución, condoliéndose de la actitud por
ellos adoptada y exhortándoles a no alterar el orden, para lo cual estaba
dispuesto a obrar enérgicamente, disolviendo, incluso por la fuerza, cuantos
grupos volvieran a formarse, aun cuando para ello fuese preciso hacer el
sacrificio de su vida.
El gobierno
liberal, al encargarse del Poder los conservadores, dejaba sin solucionar el
problema económico, y no tuvo otro recurso el señor Cánovas del Castillo, que
presentarse a unas Cortes donde, por efecto del cambio de la situación, la
mayoría poblaba los escaños de las oposiciones.
Pero no
había más remedio que salvar el escollo insuperable de los presupuestos, y de
buena gana accedió el señor Sagasta a facilitar a los conservadores el arreglo
de tan arduo problema, cuya solución había quedado interrumpida.
Así es que
las Cortes liberales continuaron funcionando, bajo la presidencia del marqués
de la Vega de Armijo.
El
Ministerio fue a las Cámaras el día 27, dando Cánovas conocimiento a las mismas
de la situación de la isla de Cuba. Por las manifestaciones del Jefe de Gobierno,
se enteró el país de que la insurrección se extendía, no obstante los grandes
esfuerzos realizados para contenerla en sus primitivos límites, por el
gobernador militar de Santiago, general Lachambre. Diariamente, aparecían partidas
y más partidas, que desde la parte oriental de la isla, invadieron el centro,
presentándose en las provincias de Santa Clara y Matanzas.
Los
encuentros menudeaban, y en uno de ellos perdió la vida el cabecilla cubano
Manuel García, por sobrenombre El Rey de los Campos.
El 25 de
Marzo salieron de Costa Rica, a bordo de un pailebot, los cabecillas Antonio
Maceo, Crombet, Valdés y Rodríguez, desembarcando en las costas de Santiago, después
de asesinar al capitán del barco, por haberse negado a conducirles a Cuba.
El Gobierno
español, ante noticias de tanta gravedad, activó el envío de refuerzos, pues,
reducido el ejército de la isla, por efecto de las economías realizadas por
López Domínguez a 16,000 hombres, no era lógico suponer que nuestras tropas
pudiesen reducir a los insurrectos, que cada vez se mostraban más audaces. Además,
ya no era un secreto para nadie que había varias partidas compuestas de 700 o
más hombres.
El fracaso
del general Calleja estaba con esto demostrado, y en su virtud, se acordó
relevarle, nombrándose en su lugar, por decreto de 28 de Marzo, al Capitán
general don Arsenio Martínez de Campos, cuyo nombramiento fue un verdadero
desacierto del señor Cánovas, pues nadie menos indicado que este general para
ventilar el asunto cubano, toda vez que, habiendo sido él quien negoció la paz
de Zanjón y hallándose incumplidas las bases estipuladas en 1876, su prestigio
político-militar era bastante discutido entre los insulares.
Embarcó
Martínez Campos en los primeros días de Abril, encargándose del mando el día 16
de dicho mes.
Desde su
llegada a la Habana, todas sus medidas se encaminaron a atajar la propagación
del movimiento sedicioso, recurriendo a cuantos medios le sugirió su talento
diplomático, para lo cual, empezó usando de una extraordinaria templanza, que
pronto le conquistó las simpatías de los partidos autonomistas, malquistándose,
en cambio, con los constitucionales, para quienes los procedimientos seguidos
por el general en jefe, daban más fuerza a los rebeldes, siempre incapaces de
corresponder a las contemplaciones usadas con ellos.
Tenía la insurrección
su mayor fuerza en la provincia de Santiago de Cuba, totalmente infestada de
grandes partidas, que, faltas de consistencia y organización, en un principio,
bien pronto fueron regularizándose, con la sabia dirección imprimida por los
dos caudillos, Máximo Gómez y Antonio Maceo.
La
insurrección crecía de manera alarmante, iniciando los rebeldes en el mes de
Mayo la invasión de las provincias occidentales, no sin que antes tuvieran
lugar varios encuentros entre españoles y cubanos, en territorio de Holguín.
El primer
combate tuvo lugar el 12 de Mayo en los alrededores de Jobito. Encontráronse
dicho día las fuerzas que mandaba el teniente coronel del regimiento de
Simancas, señor Bosch, compuestas de 500 hombres aproximadamente, con las
partidas reunidas de Antonio y José Maceo, y si bien los cubanos llevaron la
peor parte en la acción, retirándose después de diez horas de incesante lucha,
las pérdidas sufridas por nuestras tropas, aminoraban la importancia del
triunfo. Allí encontraron gloriosa muerte el teniente coronel Bosch, el médico
militar Ruiz y doce soldados. Los heridos pasaron de 40. En cuanto a los
insurrectos, sus bajas fueron 30 muertos y cerca de 90 heridos.
La situación
empeoraba por momentos, y ya los cubanos empezaban a dominar en Puerto
Príncipe, en donde se hallaban varias partidas, la principal de ellas mandada
por el cabecilla Aquilino Sánchez, con quien pronto se reunió el generalísimo
Máximo Gómez, cosa que llenó de estupor al propio Martínez Campos, más atento a
lograr la paz por medio de misteriosos manejos, que a imponerse con las armas
en la mano.
En esto
sufrió una verdadera decepción el general en jefe, y no es de extrañar que así
le ocurriera, pues tan mal informado se hallaba Martínez Campos de las causas
que habían motivado la insurrección cubana, como el último de los españoles,
por efecto de las repetidas declaraciones de los gobernantes, para quienes la
descentralización del régimen en la Gran Antilla, era signo de concordia.
Se ha hablado
muchísimo de las reformas de Maura y de la autonomía, suponiéndose que aquéllas
garantizaban nuestro dominio en Cuba, cuando lo que hicieron, no fue sino
perturbar, aún más de lo que estaban, a los insulares. Los cubanos no querían
ni reformas, ni autonomía; la sublevación hubiera estallado lo mismo de
habérseles concedido, y a los que en España pregonaban como lema de su política
: «La autonomía es la paz», contestaban los alzados en armas, con un grito que
condensaba todas sus aspiraciones : «La paz es la independencia». Y pues se
había partido de un error, lógico era que Martínez Campos no alcanzara el éxito
que se había prometido de antemano, con las negociaciones entabladas con los
caudillos del movimiento insurreccional, para lograr que éstos depusieran su
hostilidad contra España.
En efecto,
tanto Máximo Gómez como Antonio Maceo y Estrada Palma, se negaron a tratar con
el Gobernador general, dándole a entender que no aceptarían más bases que la
del reconocimiento de la República cubana, libre de todo vínculo con la
metrópoli.
Ya al poco
tiempo de la llegada de Martínez Campos a la isla de Cuba, se sintió
desfallecer ante el incremento extraordinario tomado por la rebelión en los
tres primeros meses que siguieron al alzamiento de Baire, y esto tuvo ocasión
de comprobarlo, por sí mismo, durante el viaje de exploración que hizo por
diversas poblaciones del interior y de la costa. Allí se le manifestó con toda
su elocuencia aterradora, los estragos que hacía la guerra en aquellas regiones
señaladas con el incendio, el saqueo y el pillaje, con que a manera de fatídica
estela, dejaban en pos de sí, las partidas insurrectas que comenzaban a
enseñorearse por completo de la isla.
Máximo Gómez
había logrado pasar desde Santiago a Puerto Príncipe, al frente de 2,000
hombres, operando su conjunción con los grupos sueltos que allí habían establecido
su campo de operaciones.
Extraordinaria
importancia se dio en España al combate ocurrido en Dos Ríos, en el cual halló
la muerte el titulado presidente de la República cubana, José Martí, de cuyo
cadáver se apoderaron los españoles, después de haber rechazado brillantemente
a las fuerzas de Antonio Maceo, dispersándolas en dirección a oriente. Se
supuso infundadamente que con esta victoria decaería el movimiento
revolucionario ; pero lejos de ser así, las partidas fueron aumentando hasta el
punto de que el general Martínez Campos creyó insuficientes las tropas de que
disponía y pidió con urgencia al Gobierno, el envío inmediato de refuerzos.
Los
insurrectos dominaban, no ya sólo en Santiago, sino en Camagüey, Las Villas y
Matanzas, dirigidos por cabecillas tan prestigiosos como Recio y Betancourt,
quienes combatían constantemente con nuestras columnas, al mismo tiempo que las
partidas combinadas de Antonio Maceo y Quintín Banderas iniciaban el avance,
para darse la mano con Máximo Gómez en Puerto Príncipe.
Estas
noticias desconsoladoras, unidas a la frecuencia con que eran sorprendidos y
macheteados los pequeños destacamentos de tropas españolas, diseminadas por el
general en jefe, en el interior de la isla, para defender las propiedades,
acabaron de desacreditar por completo a Martínez Campos, suponiéndose que
carecía de plan, y marchaba al azar en el arreglo de la patriótica misión que
se le había encomendado.
Algo de
cierto debía haber en estas suposiciones, y de ello da prueba decisiva el
combate librado el día 13 de Julio en las inmediaciones de Peralejo, en el
cual, no sólo se vio en gravísimo peligro de ser hecho prisionero el general en
jefe, sino que comprometió a las fuerzas que le acompañaban en su expedición.
Había salido Martínez Campos de Manzanillo el 9 de Julio con dirección a
Bayamo, con una escolta de 200 jinetes, que juzgó suficiente para la operación
que pensaba realizar. Al llegar a Veguitas, el general Santocildes le dio a
conocer que en las proximidades se hallaban varias partidas importantes,
dirigidas por Antonio Maceo, con el propósito de cortar el paso a nuestras
tropas, y quiso hacerle desistir de continuar el viaje con las escasas fuerzas
de que disponía. Martínez Campos le replicó que en su larga vida militar, no
había conocido jamás el miedo, y, quitando importancia a los preparativos del enemigo,
se obstinó en continuar adelante. Previó entonces, Santocildes, un posible
desastre, mucho más ruidoso por la presencia del general en jefe al frente de
la pequeña columna, y, a pesar de que Martínez Campos no lo juzgó necesario, se
empeñó en seguirle con los 1,500 hombres que componían las tropas de su mando.
A tres
leguas de Bayamoj encontraron a los insurrectos, cuatro veces superiores en
número, que trataron de envolver a nuestros soldados. El combate fue vivo y sumamente
duro, abriéndose paso Martínez Campos, después de cinco horas de empeñada
lucha, en la que resultaron muertos el general Santocildes, su ayudante, el
teniente Sotomayor, el capitán Tomas y 30 de tropa, y heridos un jefe, seis
oficiales y 98 soldados.
En toda la
parte oriental de la isla, ardía la insurrección cada vez más pujante, sin que
los diarios encuentros debilitaran en lo más mínimo a los rebeldes.
Desde Agosto
a Septiembre se trasladó el teatro principal de la guerra a Las Villas, en cuyo
territorio halló el teniente coronel Rubín (Potrero de las Varas), al grueso de
las partidas mandadas por Castillo, Zayas y Periquito y Simón Pérez,
desalojándolas de las posiciones que habían ocupado después de cuatro horas de
fuego, que terminó con una brillante carga a la bayoneta, por la cual se
adueñaron nuestras tropas de las alturas. Señalados triunfos obtuvimos también
en Ojos de Agua e Isabelita, que no bastaron para localizar la rebelión, principal
objetivo que se había propuesto Martínez Campos.
En Octubre
inició el avance desde Baragua, el cabecilla Antonio Maceo, unido a Quintín
Banderas, con la intención de penetrar en Las Villas, conjuntamente con Máximo
Gómez.
El 29 de
Octubre llegaron a Holguín, donde se les reunió el gobierno provisional cubano,
a cuyo frente figuraba, desde la muerte de Martí, Salvador Cisneros Betancourt,
y pocos días después, se incorporaban a Maceo, las fuerzas acaudilladas por
Máximo Gómez y Roloff, haciendo un total de 3,500 hombres, derrotados, a fines
de Noviembre, por el general Suárez Valdés, en Trilladeras.
Resultado de
este combate, fue la disgregación de las fuerzas insurrectas, que formando dos
grupos principales, continuaron la invasión por distintos caminos hasta llegar
a la jurisdicción de Sancti-Spiritus, donde, reunidas nuevamente, atacaron el
fuerte de Iguará, valerosamente defendido por el sargento Domínguez, y los 16
hombres que componían el destacamento.
En
Noviembre, las fuerzas de Máximo Gómez y de Antonio Maceo, se habían extendido
por Santa Clara y Matanzas, mientras Quintín Banderas ocupaba el valle de la
Trinidad, incendiando los cañaverales de aquella zona y destruyendo la vía férrea
El peligro crecía por momentos, y algo debió temer Martínez Campos, cuando
ordenó al gobernador militar de Matanzas, que pusiera la plaza en estado de
defensa, por si Antonio Maceo se decidía a atacarla.
Ante
situación tan desesperada, la alarma llegó hasta la misma capital de Cuba,
aumentándose el pánico con la llegada a la Habana de numerosas familias
fugitivas, procedentes de Matanzas, que, al referir las devastaciones
efectuadas por los rebeldes, hicieron crecer la consternación general.
El 25 de
Diciembre, llegó a la Habana el general en jefe, después de haberse visto
obligado a retirarse ante las numerosas fuerzas enemigas que le atacaron el 23
en Coliseo, siendo recibido con ostensibles muestras de desagrado,
exteriorizadas con los gritos de «¡ Viva Weyler !», que reflejaban el estado de
excitación de los españoles, ante los progresos de la insurrección por la
apatía de Martínez Campos.
El día 1.°
de Enero de 1896, ocupó Máximo Gómez el pueblo de Nueva Paz, aprisionando a su
guarnición. Otra columna insurrecta entró en Guara, y el 5 se presentó casi a
las mismas puertas de la Habana, lo que dio motivo para que Martínez Campos se
dispusiese a rechazar un posible ataque a la capital, que se esperaba para el
día siguiente.
Los
voluntarios de algunos poblados se rendían sin resistencia y entregaban las
armas a la primera intimación que les dirigían los rebeldes. Así pudieron apoderarse
de varios puntos, tales como Vereda Nueva, Caimito y Hoyo Colorado, en donde
celebraron una gran parada militar, revistando Máximo Gómez a cerca de 12,000
hombres. A partir de este hecho, se dividieron los dos núcleos principales de
la revolución, dirigiendo Gómez las operaciones en la provincia de la Habana, y
marchando Maceo a realizar la invasión de la de Pinar del Río. Todo esto, sin
que dejasen de combatir otras partidas en el centro y parte oriental de la
isla. Dos meses le habían bastado a Maceo para llegar al extremo opuesto del
punto desde donde había iniciado la invasión, y con razón podía jactarse de que
los españoles no dominaban en Cuba, más que en las grandes capitales costeras y
algunas del interior.
A todo esto,
y habiéndose consolidado bastante el Gobierno provisional cubano, como
consecuencia de lo bien que, para la insurrección, iban las cosas, publicó el
representante en el exterior de la titulada república, señor Estrada Palma, su
famoso bando, que recuerda, por lo draconiano, el célebre ukase dictado en 1813
por el zar Alejandro I, obligando a los países de la Confederación del Rhin a
alistarse para combatir a Napoleón, so pena de privar de su corona a los
príncipes reinantes que no acataran el mandato. .
Por el
decreto de referencia, se amenazaba a los cubanos que hiciesen causa común con
los españoles, con perder sus propiedades, y en la misma pena incurrían
quienes, por miedo a la insurrección, emigrasen del país.
Por el
contrario, deseando favorecer a los desertores que del ejército español pasaban
a las partidas rebeldes, se concedían a aquéllos los mismos derechos de que
gozaban los insurrectos, señalándoseles sueldo, a pagar cuando hubiese
triunfado la causa. Además, el territorio cubano quedó dividido en seis
distritos denominados Oriente, Camagüey, Las Villas, Matanzas, Habana y
Occidente, a cuyo frente figuraba un prefecto, dependiente de la respectiva
autoridad militar del distrito.
A mediados
de Enero telegrafiaba el general Martínez Campos la desbandada general de los
voluntarios, quienes no tan sólo no combatían a los rebeldes, sino que se
pasaban a sus filas, aumentando sus fuerzas, calculadas, por aquellos días, en
más de 40,000 hombres.
La campaña
contra el general Martínez Campos arreciaba con violento empuje, las censuras
contra el general en jefe eran unánimes, y ante la gravedad de la situación, el
Gobernador general reunió en su palacio a los jefes de los partidos cubanos, y
ante ellos y las autoridades, expuso su fracaso y les pidió su parecer. Los
autonomistas aprobaron su proceder; pero los constitucionales entendieron que
debía ser relevado, y aun cuando los que así pensaban eran los menos, por su
carácter de españoles dio Martínez Campos a su opinión toda la importancia que
merecía, comunicando al señor Cánovas del Castillo, el resultado de la reunión,
rogándole que resolviese, ratificándole su confianza o retirándosela ; pero de
ningún modo pidiéndole su dimisión, porque frente al enemigo no podía
enviarla.
En vista de
este telegrama, se reunió el Consejo de ministros, el día 16 de Enero, y quedó
acordado el relevo de Martínez Qampos, ordenándosele que hiciera entrega del
mando, al segundo cabo, teniente general, don Sabas Marín.
A esta
resolución del Gobierno contestó Martínez Campos, con otro telegrama, fechado
en la Habana el 17. Decía así:
«Capitán
general de Cuba a Presidente Consejo ministros.
»He recibido
telegrama V. E., por el que me autoriza para entregar mando a general Marín.
«Debo hacer
presente a V. E. que, al dar ayer cuenta de la reunión con jefes de los
partidos, no pedí autorización para entregar mando; exponía hechos y concluía
diciendo : «Gobierno resolverá».
«Tomo
telegrama de V. E. como orden; pero conste que ni he hecho dimisión, ni he
sentido desfallecimiento, ni por mí me importaba conflicto de ninguna clase,
pues siempre les he sabido hacer frente, ni puedo dimitir por voluntad,
presión, o fuerza ante el enemigo.
«Constando
todo esto, soy el primero en felicitar al Gobierno de S. M. por su resolución
tan acertada, y que puede prevenir conflictos que, si a mí no me importan, a
España mucho.—Campos.»
El 20 de
Enero, cesó en el mando el general Martínez Campos, extendiéndose la rebelión
por toda la isla. El resultado de la gestión del ex general en jefe, durante
los nueve meses de su estancia en Cuba, puede resumirse en las pocas líneas con
que el Gobernador general interino dio cuenta al Gobierno del estado de la
insurrección, por el parte oficial del día 22 :
«Conceptúo
la petición de refuerzos, hecha por mi digno antecesor, como muy conveniente,
pues aun cuando es innegable nuestra superioridad en el orden puramente
militar, resulta de todo punto exacto que el enemigo, en sus correrías, realiza
una obra de destrucción grande, que requiere atención particular. En la provincia
de Pinar del Río, sobre todo, han desaparecido todos los organismos oficiales,
y para ejecutar la obra de reparación que exige el reconstituirla, haciendo
desaparecer el actual estado anárquico de una gran parte de aquel territorio,
es preciso que la acción de la autoridad, apoyada en fuerzas del ejército, se
extienda a todas partes para lograr la pacificación de dicha provincia y volver
la tranquilidad a sus habitantes, amedrentados, por la presencia de las
partidas insurrectas.—Marín.»
Era, pues,
un hecho que el fracaso del general Martínez Campos había sido enorme, pues
resultaba que la insurrección se mantenía potente en la parte más occidental de
la isla, cosa inexplicable dadas las fáciles comunicaciones de aquella región,
donde hubiera podido aniquilarla prontamente, de haber procedido con oportunidad
a la concentración de fuerzas, para batir al enemigo en los puntos en que se
hubiera presentado, impeliéndole a tomar la dirección contraria y a mantenerse
en oriente, que es donde encontró la rebelión al hacerse cargo del mando.
No a todos
los ministros pareció bien el acuerdo relativo al relevo de Martínez Campos. El
ministro de Estado, señor duque de Tetuán, manifestó su disconformidad y
presentó la dimisión de su cartera, siendo substituido por el señor Elduayen.
El día 4 de
Febrero llegó a Madrid el ex capitán general de Cuba, siendo recibido con
grandes demostraciones de hostilidad, realizadas por numerosos grupos estacionados
en las inmediaciones de la estación del Mediodía, que acogieron la presencia
del general con una estrepitosa silba, a la que siguió un grave motín que costó
la vida a un joven de oficio pescadero, llamado Tomás Carreras. El motín se
reprodujo al día siguiente, después del entierro de la víctima del tumulto del
día anterior, yendo los manifestantes a la Cuesta de Santo Domingo, donde tenía
su domicilio el general Martínez Campos, y silbando estrepitosamente ante la
puerta de su casa. De este modo expresó el pueblo de Madrid el disgusto que
sentía por las desacertadas medidas tomadas por el héroe de Sagunto, en Cuba,
que más que a pacificar, tendieron (claro es que inconscientemente) a contribuir
al aumento de la rebelión.
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