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 TOMO II LA IGLESIA EN LA EDAD MEDIApor el profesor
         con la colaboración de los
        profesores
           D. OBOLENSKY
         Lo tradujo al castellano T. MUÑOZ SCHIAFFINO
         PRIMERA PARTE (609-1048) 1.—Evangelización de Europa2.—Bizancio y las Iglesias de la Europa Oriental. Cirilo y Metodio. La misión de Moravia . 3.—Las Iglesias de la Europa occidental. La Iglesia merovingia y la Iglesia franca (604-888). 2. La Iglesia anglosajona del 663 al 1066. 3. La Iglesia alemana (754-1039). 4. España (711-800). 5. El régimen de la iglesia privada .6 4.—Las vicisitudes del papado (604-1049) 6.—La Iglesia bizantina. 1. La cristiandad oriental en el siglo VII. 2. La crisis iconoclasta. 3. Consecuencias de la controversia iconoclasta. 4. La querella de Focio.5. Bizancio y la supremacía pontificia. 6. El «filioque». 7. La ruptura de 1054 8.—Los siglos monásticos. (I) . 10.—El derecho canónico desde Dionisio el Exiguo hasta Yvo de Chartres. 11.—El culto público y la piedad 12.—La cultura cristiana en Occidente 
 SEGUNDA PARTE (1049-1198) 14.—Los siglos monásticos (II) . 1. Nuevas órdenes religiosas . 2 . Los agustinos . 3 . Cluny . 4. Bernardo de Claraval y Pedro el Venerable 15.—La Iglesia en el siglo XII . 1. Inglaterra (1066-1216) . 2. La Iglesia de Francia (900-1050) . 3. Alemania y el papado (1125-1190) . 4. España en la Edad Media . 5. Escandinavia . 6. Las Cruzadas (1098-1274) . 7. Los concilios 16.—Estructuras de la Iglesia medieval 18.—El pensamiento medieval (1000-1200) 20.—La religiosidad de los laicos 21.—La literatura en los siglos XI y XII 22.—El arte y la música (600-1150) . 1. Las artes plásticas . 2. La música TERCERA PARTE (1199-1303)23.—El siglo XIII . 1. Inocencio III . 2. Cuatro antorchas de la edad de oro24.—La supremacía pontificia y la difusión de la fe . 1. Roma y Alemania (1190-1253) . 2. La conversión de los países bálticos . 3. La Iglesia búlgara. 4. La Iglesia servia . 5. La Iglesia rusa25.—Roma y Constantinopla. 1. El punto de vísta occidental (1204-1439) . 2. El punto de vista oriental. El cisma entre la cristiandad oriental y la occidental . 3. Tentativa de reunificación. El Concilio de Lyon (1274) . 4. El Concilio de Florencia (1430) . 5. Grupos y partidos en la Iglesia bizantina . 6. San Gregorio Palamas y la tradición hesicasta26.—La Iglesia y la corona. Tesis y antítesis27.—Los mendicantes . 1. Origen y expansión . 2. Controversias28.—La vida espiritual (II)29.—El pensamiento medieval . 1. El siglo XIII: 1200-1277 . 2. Rogerio Bacon . 3. Raimundo Lulío30.—La herejía . 1. Los primeros movimientos heréticos y los cátaros . 2. La Inquisición . 3. Joaquín de Fiore31.—Los judíos y la usura32.—¿Reforma o decadencia?33.—Las artes (1150-1300)CUARTA PARTE (1304-1500)34.—Los papas de Aviñón.35.—El gran cisma36.—El siglo XV . El papado del Renacimiento37.—La vida monástica y regular de la baja Edad Media (1216-1500)38.—El pensamiento medieval (1277-1500)39.—Herejía y revolución40.—El clima religioso del siglo XV
 
 PRESENTACION: NUEVE SIGLOS DE LA IGLESIA
             Aunque es muy extenso el período
            que estudiamos (604-1500, desde la muerte de Gregorio I hasta las vísperas de
            la Reforma), no carece de unidad. Corresponde aproximadamente a lo que, según
            la mayoría de los historiadores de los últimos cien años, conviene llamar
            época medieval de la historia europea. Es verdad que todo «período» histórico
            es una construcción puramente verbal y arbitraria. El curso de la historia es
            continuo en profundidad. Las revoluciones sólo alteran la superficie, sin que
            sean más que eclosión de un largo proceso. Todo período, corto o largo, está agitado por un movimiento constante. Sin embargo, los siglos que
            transcurren entre la caída del poder de Roma en la mitad occidental del Imperio
            —unida a la decadencia de la antigua civilización «clásica»— y el nacimiento
            del mundo moderno con sus Estados nacionales presentan cierto número de
            características comunes. Forman un todo, de igual modo que la historia
            milenaria de la civilización greco-romana constituye para los espíritus
            modernos una unidad específica.
             
 Así, pues, durante esos nueve
            siglos, los pueblos de Europa septentrional y central, que se habían extendido
            hacia el este y el sur hasta el interior del Imperio Romano, produjeron en el
            plano político y cultural un determinado tipo de sociedad; más tarde fue
            surgiendo progresivamente la Europa diferenciada que conocemos. Durante todo
            este período, la población del continente y de las islas fue predominantemente
            agrícola. A la vez existió en casi todas partes una sociedad de clases con
            terratenientes, grandes o pequeños, que dominaban y explotaban a los demás,
            estando todos bajo la autoridad feudal de un señor más importante o de un rey.
            Desde el punto de vista del historiador de la Iglesia, éste fue el período en
            que el cristianismo se fue propagando hasta extenderse por toda Europa desde el
            Atlántico hasta los Urales y desde Groenlandia hasta las Azores. La unidad
            religiosa de la cristiandad occidental no es la única característica del
            período medieval de la historia de Europa ni el único rasgo que la distingue
            del período precedente y del siguiente. Hay más: en toda esta inmensa área
            geográfica, la sede apostólica de Roma fue considerada como la fuente de la
            doctrina; además, el papado, con una precisión de pensamiento y expresión
            siempre creciente, reivindicó el magisterio doctrinal y la autoridad
            disciplinar y los ejerció de hecho. De este modo, la Europa occidental medieval no sólo formó una unidad religiosa
              indiferenciada, al menos hasta fines del siglo XIV, sino que, además, toda la
              sociedad occidental consideró que de la iglesia de Roma y de su obispo
              emanaban la fe y la autoridad.
               
 Sin embargo, aunque la Edad
            Media forme una unidad marcada por muchos rasgos comunes, en este marco
            general se produjeron vastas evoluciones: no es producto de la imaginación la
            idea de que los decenios centrales de nuestro período (1000-1050) constituyen
            una especie de bisagra. Durante los cuatro siglos que siguieron a la muerte de
            Gregorio Magno, las transformaciones fueron lentas en Occidente. La vida
            intelectual y literaria era con frecuencia estática e incluso estaba estancada.
            Hubo escasos cambios en la organización política y en la técnica
            administrativa. Los inventos que se realizaron, como las herraduras de los
            caballos, la collera, el estribo, el batán, no comportaron una rápida evolución
            económica. En el terreno puramente material, no se intentó construir obras
            comparables a la muralla de Adriano, a las termas de Caracalla o al puente del Gard. Pero a
              partir del año 1000, aproximadamente, fueron apareciendo transformaciones en
              los diversos campos. Se multiplicaron las escuelas y lo mismo ocurrió con los
              pensadores y literatos. El papado se reformó y organizó, al igual que el
              movimiento monástico. Surgieron arquitectos y constructores geniales. Toda la
              sociedad conoció entonces un nuevo nacimiento y contribuyó a sembrar el país
              de catedrales y abadías, impulsada por el amor a lo grande y sublime. Toda una
              civilización se extendió y cristalizó en innumerables obras maestras.
              Renacimiento, redescubrimiento del pasado, nueva creación: nació un nuevo
              mundo. Mientras en los siglos precedentes el pensamiento y el dominio del mundo
              material y político sólo habían sido episódicos y sin efecto, en la segunda
              mitad de la Edad Media crecieron y fructificaron rápidamente y acabaron por
              producir algo realmente nuevo.
               
             Cada una de estas dos épocas
            presenta divisiones secundarias. Desde el año 604 hasta mediados del reinado de
            Carlomagno (800 es una fecha cómoda) no se supo con claridad qué iba a ser del
            cristianismo latino. Durante casi todo el siglo vil lo que constituía el eje
            principal de la cristiandad estuvo en trance de ser devastado y conquistado por
            los infieles que avanzaban por el este y el sudoeste. En la misma época, la Iglesia
            romana se vio amenazada de perder su independencia y libertad a causa de las
            presiones ejercidas por el emperador de Oriente. También durante esta época las
            pérdidas y destrucciones que sufrió la cultura antigua fueron más importantes
            que los esfuerzos realizados para preservarla o para edificar sobre sus
            fundamentos. No podía saberse si se produciría un resurgimiento general de la
            energía intelectual y espiritual ni dónde ni cuándo. El reino de Carlomagno vio
            la instalación de una forma particular de cultura literaria y de estilo
            artístico y arquitectónico que sirvieron de modelo durante casi dos siglos, a
            pesar de los retrocesos ocasionados por las fuerzas del paganismo y la barbarie
            que irrumpieron por todas partes inmediatamente después de Carlomagno. En esta
            época se formó el Imperio romano-cristiano, el Imperio de Occidente. Comenzó
            siendo el protector del papado; luego, cuando pasó a los príncipes alemanes,
            representó el poder temporal, opuesto al espiritual. Sin embargo, en el plano
            político e intelectual la sociedad fue incapaz de progresar sin discontinuidad
            hacia el orden y la estabilidad, que no se impusieron hasta mediados del siglo
            XI.
                 
 En cierto modo, también la
            segunda parte de nuestro período se divide en dos; la transición se sitúa en la
            primera mitad del siglo XIV. El año de la peste negra (1349) es fácil de
            recordar, aunque la fecha sea demasiado concreta y quizá demasiado tardía para
            datar el cambio de situación; coincide, en efecto, con el comienzo del largo
            período de desastres que afectaron a Francia. Hasta ese momento el pensamiento,
            el arte, el derecho, las instituciones, las técnicas del gobierno se
            desarrollaron normalmente, siendo cada día más complejas y eficaces. En Francia
            se alcanzó una especie de apogeo, a mediados del siglo XIII, durante el reinado de san Luis (1226-1270). El
            conflicto entre papa y emperador se había resuelto en favor del primero.
            Durante un siglo, desde Inocencio III hasta Bonifacio VIII (1193-1300), el
            papado, fortalecido y consolidado, había seguido dominando la sociedad
            occidental, sobre todo en el plano político, y aumentando sin cesar sus
            pretensiones. En esta época, la actividad artística, el pensamiento teológico y
            filosófico, el movimiento de las órdenes religiosas ¡legaron
            al apogeo en sus dominios respectivos. A partir de 1300-1350 comenzó a
            agrietarse este edificio cultural. Un viento de crítica y de individualismo
            hizo volar hecha añicos la gran síntesis intelectual. Los papas comenzaron a
            residir en Aviñón. Poco
              después ocurrió el gran Cisma. Todo esto fue un golpe casi mortal para el
              pontificado dividido. Con la reaparición de epidemias de peste y las guerras
              aumentaron las tasas de mortalidad, lo cual implicó importantes consecuencias
              demográficas y psicológicas y redujo en número y en calidad el alto clero y las
              órdenes religiosas. Literatura, arte, filosofía y ciencias naturales tomaron
              una dirección nueva anunciando perspectivas intelectuales y espirituales
              completamente distintas. Cada región y cada país desplegó un espíritu nacional
              y se dio un gobierno centralizado y celoso de su independencia. Es verdad que
              durante un siglo aproximadamente, bajo la autoridad de un pontificado
              consolidado y bien provisto desde el punto de vista material, las fuerzas del
              cambio se inmovilizaron de nuevo o, al menos, su actividad fue sólo subterránea.
              Sin embargo, la vida eclesiástica había experimentado demasiados años de
              decadencia y desorden. Los humanistas, con el culto que profesaban al pasado
              romano, crearon una situación cultural nueva. Todo esto, añadido a los grandes
              descubrimientos llevados a cabo por los exploradores españoles y portugueses,
              anunciaba una revolución que al fin estalló en Alemania, donde no se esperaba.
              En este momento se rompía de forma completa y duradera la unidad de la cristiandad
              occidental.
               
             
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