LA VIDA ESPIRITUAL.II. LA «DEVOTIO MODERNA»
La
exaltación de la pobreza material fue un hilo importante en la trama de la
espiritualidad medieval. De hecho representa uno de los dos dominios en que los
franciscanos aportaron una contribución particular, siendo el otro la devoción
a la pasión y cruz de Cristo. Esto no era nuevo en la cristiandad. Esa
corriente de piedad había inspirado la creación artística y litúrgica y había
llevado a Jerusalén a más de un europeo como peregrino o como cruzado. San
Francisco dio a esta tradición una profundidad y una dirección nuevas. Fue el
primer hombre que recibió los estigmas de las llagas, o al menos el primer
estigmatizado reconocido oficial y universalmente como tal, convirtiéndose así
en prototipo de una larga serie. Identificándose con el Redentor crucificado,
inspiró a multitud de imitadores el sentido de la consagración y del sacrificio
personal. La piedad franciscana —y hay que recordar que los franciscanos han
sido y son aún la orden más numerosa, incluso sin contar su «tercera orden»—
conservó este aspecto afectivo cristocéntrico durante toda la Edad Media. Los
grandes teólogos franciscanos, sobre todo san Buenaventura, reflejan el mensaje
de san Francisco de dos maneras. Sostienen la primacía del amor considerando
que la clave del universo y el motivo de la encarnación residen en el amor de
Dios más que en la verdad y el conocimiento del mismo. Según ellos, la teología
es ante todo guía que conduce por etapas a la visión extática de Dios. Todo
estudio está orientado hacia el amor de Dios. Se trata, según el título del
libro más famoso de san Buenaventura, del Itinerario del alma hacia Dios.
A
diferencia de los franciscanos, los dominicos carecieron al principio de un
«mensaje» original. Predicaron la verdad católica íntegra. Sería simplificar
exageradamente decir que los franciscanos tendieron siempre a transformar los
corazones y los dominicos se aplicaron siempre a iluminar las inteligencias.
Sin embargo, esta afirmación es bastante válida si se aplica al programa de los
primeros decenios de ambas órdenes. Era natural que el núcleo central de la
orden dominicana fuese una concepción teológica, incluso escolástica, de la
vida espiritual, y que santo Tomás de Aquino fuese no sólo el doctor de la
orden, sino también su maestro de espiritualidad. La forma en que expone santo
Tomás las virtudes teologales, las virtudes morales infusas y los dones del
Espíritu Santo y su enseñanza sobre la vida contemplativa constituyen la base
de las doctrinas ascéticas y místicas clásicas de los dominicos y han modelado
el estilo de los santos de la orden. Sin embargo, la influencia principal de la
orden en materia de teología espiritual se ejerció «al margen». Su punto de
impacto fue Renania; tomó sus características no de Aristóteles o de san Agustín,
sino de Dionisio Areopagita. Como todos los escolásticos del siglo xm, santo
Tomás respetó las opiniones del Areopagita, aun cuando tuvo grandes
dificultades para armonizarlas con su perspectiva aristotélica.
En este
aspecto fue tributario de Alberto Magno, que se consagró a estudiar al
Areopagita durante una estancia en Colonia. Alberto (f. 1280) fue el maestro de
Teodorico de Freiberg (f.
1310), que a su vez inspiró a Eckhart (f. 1327), a quien la teología mística medieval
debe su impronta de un neoplatonismo procedente del Areopagita. Hacia fines
del siglo XIII aparecieron en Renania numerosos conventos de dominicas y fueron
confiados a la dirección espiritual de los frailes predicadores. Alemania del
sur fue un terreno muy fértil. Los conventos y las parroquias urbanas de esta
región recibieron durante un siglo la doctrina sutil que les prodigaron los
dominicos, entre los que sobresalieron Taulero (f. 1361) y Enrique Suso (f.
1366). Después de morir el maestro, la doctrina de Eckhart fue
condenada en parte. Pero Taulero, su discípulo y admirador, logró purificarla
de todo elemento dudoso y edificar un sistema que era una combinación ortodoxa
del tomismo y del neoplatonismo del Areopagita. De éste tomó la insistencia en
el carácter sobrenatural de la contemplación: el «rayo oscuro». Visiones,
locuciones y éxtasis son ajenos a este sistema. La concepción general de la
teología mística y ascética, entre los dominicos y los carmelitas, se deriva de
Taulero, pero a veces no se insiste en los elementos del Areopagita. Los
postulados son que la «contemplación» es en esencia el conocimiento infuso y el
amor otorgado al alma por la acción de los dones del Espíritu Santo. Dichos
dones se hallan en todas las almas que están en gracia, pero sólo son
perceptibles cuando las virtudes teologales han alcanzado cierto grado de
desarrollo. La vida mística es, pues, una intensificación y prolongación de la
gracia santificante concedida por el bautismo. Forma parte integrante de la
vida teológica «perfecta», aunque en la práctica sus manifestaciones más
elevadas son raras. Siempre es un don gratuito de Dios; no puede adquirirse ni
merecerse por el esfuerzo personal. Hasta aquí la doctrina es enteramente
tradicional. Pero muchos teólogos y místicos insistieron en principios más
próximos al Areopagita que al evangelio. Consideraron la vida mística como la
perfección única y necesaria de la vida cristiana y, por consiguiente, como
meta de los esfuerzos personales; corolario de tales principios es el aserto de
que quienes fracasan no hacen el esfuerzo requerido. Por eso exhortaba Taulero
a todos sus oyentes a buscar la perfección mística. Diversas señales indican
que Alemania meridional y luego Holanda tuvieron una floración de santos
místicos comparable a la que experimentó España en el siglo XVI. Los
historiadores de la teología mística han discernido en este movimiento dos maneras
de expresar la unión mística y sus grados. Una, la «mística del matrimonio», insiste en la unión
de amor, se basa en el Cantar de los Cantares y procede en parte de san
Bernardo. La otra es la «mística de la esencia», pone el
acento en la unidad del alma con su modelo, que es la palabra de Dios y
considera la preparación para ese estado como una desnudez total del alma,
exceptuado su ser simple, que puede ser absorbido en la divinidad conservando
su particularidad de criatura. Estas dos formas de hablar no se excluyen
mutuamente. Ambas son intento de explicar lo inexplicable. Los místicos posteriores,
como san Juan de la Cruz, se sirven de las dos.
Sea cual
fuere la manera de formular y resolver la cuestión, es indudable que los
místicos alemanes constituyen un grupo notable, santo y muy influyente. Hay
que hacer particular mención de las dominicas. Muchas de ellas dejaron
instrucciones, revelaciones escritas y biografías, entre las que sobresale la
de Suso por Elsbeth-Stagel. Entre estas mujeres puede situarse a Hadewijch de
Amberes.
En
estrecha relación con la Renania existieron los begardos y las beguinas. Fueron
numerosos en la zona urbana y en los pueblos situados entre Colonia y Amberes.
Los begardos y las beguinas vienen a ser la réplica nórdica y tardía de
movimientos como el de los «humillados» aparecido en el norte de Italia. Su origen
es incierto; pero a partir del siglo xiii fue un fenómeno corriente. En general eran hombres y mujeres de la mediana y
baja burguesía. Vivían solos o en grupos pequeños y se dedicaban a industrias
manuales como tejer o a obras benéficas como la enseñanza o el cuidado de los
niños. Eran piadosos y frecuentemente poseían una espiritualidad profunda. No
dependían de las órdenes religiosas y tenían sus peculiares prácticas de
piedad, por lo que a veces fueron objeto de hostilidad y crítica. En ocasiones
se les acusó de herejía, concretamente de catarismo e iluminismo. Beguina y
beguinagio eran términos despectivos e injuriosos. Tales acusaciones
carecieron a menudo de fundamento. Begardos y beguinas figuran entre los
discípulos más destacados de Taulero y Suso. El movimiento tuvo larga vida.
Algunos beguinagios se fusionaron con las fraternidades de la vida común; otros
se unieron más tarde a algunas sectas protestantes independientes.
La
doctrina del maestro Eckhart y de Taulero, así como las prácticas renanas, se fueron
introduciendo lentamente en Flandes poco a poco. En Groenendael, cerca de
Bruselas, hubo un floreciente centro de piedad. Era un eremitorio escogido por
Juan de Ruysbroquio (1343), que fue allí prior de una comunidad de agustinos
hasta su muerte en 1381. Según la opinión general, Ruysbroquio es uno de los
grandes escritores místicos que hablaron de la unión contemplativa con Dios a
la luz de su experiencia personal. Es el único que iguala a san Juan de la Cruz
y, según algunos, al mismo Agustín. Aunque no fue dominico, sigue clara y
explícitamente las perspectivas y el estilo teológico de Eckhart. Pero su
enfoque es más original, en lo que se asemeja a Enrique Suso, a pesar de una
mentalidad menos afectiva y más sólida. En cierta manera prolonga la escuela
alemana, a la que trasplanta y traduce. Una determinada categoría de místicos
lo ha considerado como maestro. Ruysbroquio se encuentra en el origen de una
corriente muy distinta: la de la devotio moderna. Este movimiento, que
ejerció un influjo muy distinto al de todas las demás escuelas de
espiritualidad, se estudiará con detalle más adelante. Limitémonos a señalar
que se presentó como una reacción contra la escuela alemana, que se centró
exclusivamente en la espiritualidad ascética y que criticó implícitamente los
procedimientos autobiográficos y las pretensiones desmesuradas, imaginarias o
reales, de Eckhart, Suso y
Ruysbroquio. Este último fue admirado por Gerardo de Groote, pero no fundó
escuela en absoluto.
Durante
casi todo el siglo XIV hubo en Inglaterra muchos escritores espirituales,
conocidos largo tiempo con el nombre convencional de «místicos ingleses».
Destacaron cuatro de ellos, tres de los cuales —Ricardo Rolle, Gualterio Hilton y el
desconocido autor de Nube del desconocimiento— tuvieron entre sí
estrechos lazos de simpatía o de oposición. La cuarta, Juliana de Norwich, pertenece
a otra categoría y se estudiará más adelante. Rolle era estudiante en la
Universidad cuando se hizo ermitaño en Yorkshire. Escribió en latín y en inglés.
Tiene interés para los filólogos por ser uno de los primeros maestros de la
prosa medieval inglesa, dado que el inglés, por decirlo así, se había eclipsado
tras la conquista normanda. A nuestro juicio, es un escritor dotado de fuerte y
atractiva personalidad. En su obra, llena de detalles autobiográficos, defiende
la vida solitaria y la contemplación. Expone sus métodos muy personales y sus
experiencias de oración. Sus maestros fueron los habituales en la Europa culta,
sobre todo san Bernardo y Ricardo de San Víctor. Pero fue su experiencia propia
del canto, del entusiasmo y de la alegría en el Señor lo que hizo a Rolle tan
popular en la Edad Media y hoy día. El desconocido autor de Nube del
desconocimiento y de otros tratados breves pertenece a otra categoría. Es
un notable erudito como Rolle; pero, a diferencia de éste, es también un gran
teólogo. Se dirige a los individuos con un estilo notablemente vigoroso. Da
instrucciones sobre las primeras etapas de la vida mística. Como Rolle, conoce a
sus clásicos, san Agustín, san Bernardo y Ricardo de San Víctor; cita directamente
a Dionisio Areopagita, cuya Teología mística tradujo. Pero su espíritu,
sus consejos y sus sólidos fundamentos teológicos están más cerca de Taulero y
los renanos que de los Victorinos. En general, puede decirse que prolonga la
escuela de los dominicos y, como ellos, preludia a los carmelitas españoles del
siglo xvi. Gualterio Hilton fue profesor en Cambridge, ermitaño y luego canónigo de san
Agustín. Tiene casi la misma ascendencia que Rolle: agustiniana, victorina y
dominica. Conoció la Nube del desconocimiento; pero no se sabe si
extrajo sus principios de esta obra o de otras. Sus perspectivas son más
amplias. Abraza una concepción muy elaborada de la vida espiritual ascética y
mística. Hilton no tuvo
continuadores. La Inglaterra del siglo XV fue sumamente pobre en literatura
espiritual. La Escala de perfección de Hilton fue hasta la Reforma un manual
de piedad apreciado por los ingleses. La Nube del desconocimiento desempeñó
igual papel entre los cartujos y las brígidas.
La
corriente tradicional y universitaria de la enseñanza espiritual, como puede
llamársele, alcanzó su formulación definitiva con san Buenaventura. La rama
aristotélica llegó a un estado de equilibrio con santo Tomás de Aquino. Para
multitud de lectores de todos los siglos llegó a ser familiar gracias a los
escritos de Dante. Se ha discutido incansablemente sobre este autor y sobre
todos los aspectos de su pensamiento. La antigua concepción, que veía en Dante
un aristotélico y tomista ortodoxo, ha dado paso a una descripción mucho más
compleja. El poeta ha absorbido y rebasado —más aún que santo Tomás— las
opiniones de muchos hombres y de muchas escuelas. En último análisis vio la
realidad con la intuición del poeta más que con la inteligencia del teólogo o
del filósofo. Es tomista en su modo de presentar los problemas psicológicos y
morales, así como las facultades y el destino del alma. Define la contemplación
—que es el ideal más elevado del alma y en la cual ve el poeta «cosas
invisibles a los ojos humanos»— como una «luz» intelectual más bien que como la
infusión inefable y supraluminosa de los místicos. Su doctrina de las vidas
activa y contemplativa pertenece plenamente a la tradición de san Agustín y los
Victorinos. Aquí, como en tantos otros aspectos, el poeta asume y domina las
tradiciones del pensamiento religioso medieval sin expresar, sin embargo, nada
parecido a la opinión de un individuo o de una escuela de su época. Por su
espiritualidad y su pensamiento político, Dante representa la quintaesencia de
su mundo y, no obstante, es profundamente original. Santo Tomás de Aquino y
Dante dejaron de ser los guías del espíritu a mediados del siglo XIV, en el
momento en que se inició la fragmentación del saber. Con la victoria del
nominalismo, la teología mística tradicional desapareció de las Universidades
y de las Escuelas que pertenecían a las órdenes religiosas en Italia, en
Francia y en Inglaterra. Los célebres maestros parisienses de la nueva generación,
tales como Pedro de Ailly y Juan Gerson, son a veces explícitamente antimísticos
y consideran sospechosa de herejía la enseñanza de Ruysbroquio.
Como por
reacción, la doctrina tradicional de la vida contemplativa —estimada en
Renania e Inglaterra, como hemos visto— encontró profetas y predicadores entre
los laicos. En Inglaterra, el gran poeta solitario Guillermo Langland ve la
vida humana y el mundo entero en términos de hacer bien y de hacer
mejor, de trabajo de Marta, y de «mejor parte», de María. En Italia, Catalina
de Siena da una versión mística de la teología tradicional a los clérigos y a
los laicos de su movimiento. Prácticamente, a partir de 1350, los santos
—incluidos los contemplativos y las personas menos de fiar que pretendían
poseer dones proféticos— aparecen a menudo fuera del claustro. Pueden citarse
como ejemplos Catalina de Siena, Brígida de Suecia y su hija Catalina, Juliana
de Norwich y la
equívoca Margarita Kempe.
Al echar
una ojeada sobre los nueve siglos transcurridos hemos visto que, durante más de
la mitad de este período, la expresión monástica —no técnica, sino agustiniana—
de la espiritualidad ejerció un imperio incontestado, sin límites definidos
entre lo natural y lo sobrenatural. En el siglo XII se dibuja una bifurcación.
Por un lado, el análisis escolástico rompe la concepción monástica. La
infiltración de Dionisio Areopagita y de su doctrina de la oscuridad y del
éxtasis divino está ligada a la concepción agustiniana del progreso en la iluminación.
Por otro lado, san Bernardo insiste en el amor, utiliza una mística del
matrimonio alegórico, invita directamente a alcanzar las cumbres y da a su
doctrina una confirmación autobiográfica. De este modo inaugura un género
espiritual nuevo. En el siglo xiii la doctrina universitaria se diversifica en varias escuelas, franciscana,
agustiniana, «afectiva» e «intelectiva» tomista-areopagita. Esta última se
divide a su vez en varias corrientes. La principal se reduce y limita a los
frailes de las Universidades. Pero la rama renana se enriquece con las
aportaciones neoplatónicas: es la escuela de Eckhart, Taulero y Suso. De allí pasa a
Holanda, donde inspira a Ruysbroquio. En todas las escuelas universitarias de
la época se trazó una línea bien definida entre lo natural y lo sobrenatural.
Entre
tanto, la espiritualidad monástica de san Anselmo continuó nutriendo a los
benedictinos y cistercienses, que en su mayor parte quedaron al margen de los
misticismos del siglo xiv y se inspiraron hasta el final en los autores de los siglos
XII y xiii.