web counter
Cristo Raul.org
 
 

NUEVA HISTORIA DE LA IGLESIA

CAPITULO XXXIX

HEREJIA Y REVOLUCION

 

 

Los últimos decenios del siglo XIV vieron la reaparición a gran escala de la herejía en Europa, primero en Inglaterra y luego en Bohemia. Ya hemos visto que hubo dos clases dé herejes en los siglos XII y XIII: aquellos que, como los cátaros, tenían doctrinas dualistas y una práctica y una moral anticristianas y los que, como los valdenses, se esforzaban por recrear un cristianismo su­puestamente puro y primitivo.

La herejía del siglo XIV fue del segundo tipo. Tuvo su primer caudillo en Juan Wicklef, el erudito de Oxford. Wicklef no brilló por su originalidad intelectual: sea cual fuese su ascendencia ideológica, su doctrina religiosa es muy parecida a la de los valdenses. Respecto al gobierno de la Iglesia, aceptó algunos puntos de vista y ciertos argumentos de Marsilio, de Occam y de su escuela. Sólo se distinguió de sus predecesores por el aparato de conocimientos que empleó, por una lógica implacable y por un juicio crítico avanzado. Durante los primeros años de su carrera, Wicklef fue un notable profesor de letras en Oxford. Influido por Bradwardine, el gran adversario del occamismo de la generación precedente, profesó el realismo radical en filosofía y el agustinismo en teología, sin ser por eso heterodoxo ni antipontificio. Su carrera se interrumpió cuando emitió unos juicios sobre la autoridad y la gracia. En esa controversia estuvo influido por Ricardo Fitzralph, el adversario de los frailes. En el pensamiento de Wicklef se mezclan dos opiniones. Primera: sólo los que están en gracia tienen un verdadero derecho de propiedad. Segunda: los cristianos y sobre todo los sacerdotes deben seguir la regla evangélica de la pobreza. Wicklef expresa sus opiniones en términos agustinianos. Afirma que la verdadera Iglesia es invisible y está constituida por los predestinados a la salvación. La jerarquía de la Iglesia visible, corrompida por el pecado como los demás, es doblemente inepta para poseer bienestar. El poder secular puede confiscar tales bienes cuando es necesario. De este modo se mezclaron profundamente el idealismo y el oportunismo político en esta época de desastres nacionales. Wicklef fue denunciado ante Gregorio XI en 1377; pero el proceso entablado contra él por orden del papa no concluyó con ninguna sentencia, en parte porque Wicklef contaba con la protección real. Unos años más tarde publicó sus obras, en las que se opuso a la doctrina tradicional sobre la eucaristía, negando la transustanciación y la presencia real. De la convicción filosófica de que la sustancia de los elementos no cambia con la consagración pasó a la afirmación de una pre­sencia puramente espiritual, que falta cuando los comulgantes son indignos. Al principio, Wicklef deducía sus opiniones eucarísticas de su realismo radical y de su rechazo de la explicación eucarística del cambio «sustancial». Pero pronto pasó al plano de la controversia, atacando el respeto y la devoción de que era objeto la eucaristía. Se enajenó a muchos de sus partidarios. Los grandes teólogos universitarios, que eran frailes, lo atacaron vigorosamente. En 1382, algunas proposiciones tomadas de sus doctrinas fueron condenadas por el arzobispo Courtenay en un concilio celebrado en Londres. Los seguidores de su ideología fueron expulsados de Oxford. Él se retiró a su país, Lutterworth, donde murió en 1384. Durante los últimos años de su vida desplegó una actividad literaria intensa; escribió contra el papado, el sacerdocio y las órdenes religiosas —sobre todo contra los frailes— y combatió la piedad eucarística y la devoción a los santos. Predicó un cristianismo «primitivo», sencillo y escriturario, exento de complicaciones sacramentales y sacerdotales. La violencia de lenguaje que caracteriza sus escritos rara vez ha sido superada, incluso en el campo de la polémica religiosa.

La doctrina teológica de Wicklef y sus ataques secularistas contra los bienes eclesiásticos no influyeron, gracias a la actuación enérgica del arzobispo Courtenay, al poder contraofensivo de los frailes y a la ortodoxia que prevaleció en el plano de la autoridad establecida. Los lollardos representaron, más que una secta, una corriente de piedad mal definida y desorganizada, pero influyente. Predicaban y vivían una fe sencilla y «evangélica» que se basaba en una condena apasionada de la Iglesia establecida, similar a la de las últimas obras de Wicklef, de las que probablemente procedía. Fueron aplastados por la represión episcopal y desaparecieron completamente, excepto en algunas regiones forestales. Sin embargo, Wicklef siguió siendo un personaje importante. En sus escritos se encuentran reunidas por primera vez y expresadas con vigor casi todas las quejas que el pueblo tenía contra la Iglesia católica de la baja Edad Media y casi todas las opiniones de los primeros protestantes sobre temas como la autoridad única de las Escrituras, la absolución sacramental, las indulgencias y la estructura de la Iglesia. Como veremos, sus escritos, trasplantados a Europa central, ejercieron una influencia decisiva en Bohemia y después en Ale­mania. Juan Wicklef, lo mismo en la piedad sencilla de sus primeros tratados que en la fogosidad individualista, antisacramental y anticlerical de sus obras polémicas, fue el primero que dio la imagen «no conformista» del cristianismo, que iba a ser un rasgo característico de la sociedad anglosajona en la época siguiente.

En Bohemia, frontera oriental de la cristiandad romana, apareció un movimiento parecido al de los lollardos. Este país, de población eslava, se había convertido oficialmente al cristianismo. Poco a poco se había ido integrando en la estructura eclesiástica de Occidente, aunque sin perder sus características naturales y raciales. Durante la mayor parte del siglo XIV fue gobernado por dos monarcas de la casa de Luxemburgo. El rey Juan (1310-1346) fue un caballero valeroso; con frecuencia estuvo ausente de su tierra. Dejó el gobierno del país a los nobles, pero aumentó considerablemente la extensión de sus territorios. Poco antes de morir en la batalla de Crécy se quedó ciego e hizo que su hijo Carlos fuera elegido rey de los romanos. Carlos IV, rey de Bohemia y emperador (1346-1378), fue el fundador del poderío del Estado. Importó de Occidente todas las formas de arte y artesanía. Convirtió a Praga en arzobispado independiente y fundó una Universidad (que más tarde se dividió en dos) en esta ciudad, único centro importante de población y barómetro de la vida nacional. Su hijo Wenceslao (1378-1419) fue un inestable; afrontó los problemas legados por el reinado de su padre. En esta época, Bohemia carecía de burguesía: era un pueblo campesino dominado económica y políticamente por los nobles. La Iglesia era rica y, como siempre en la Edad Media, se caracterizaba por el número excesivo de sacerdotes y clérigos, muchos de los cuales eran ignorantes y llevaban una vida escandalosa. Los alemanes inmigraron en escaso número, pero ejercieron gran influencia: introdujeron particularidades raciales y religiosas. Estos alemanes se parecían a los de Occidente, pero tenían un estilo de vida más ordenado y sobrio. ¿Se debía esta circunstancia a los nuevos vientos que soplaban en la comarca? En cualquier caso hubo una agitación religiosa en el pueblo. En el pasado se habían propagado en Bohemia la herejía bogomila o cátara y la secta de los valdenses. Es posible y hasta probable que la influencia de esta última hubiera seguido actuando invisiblemente. La ortodoxia de Bohemia a fines del siglo XIV daba un grito de alarma clamando por la unión. Sin embargo, ya antes de esa fecha hubo muchos predicadores entusiastas y heterodoxos que exigían una reforma concreta. Juan Milic anunció en Praga que se acercaba el reinado del anticristo y declaró que éste era Carlos IV, y que él, Juan, había sido enviado por el Espíritu para reformar la Iglesia de Bohemia. Abogaba por la comunión frecuente o diaria como medio fundamental de reforma. Matías de Janov, alumno de la Universidad de París y discípulo de Milic, vio el fin del mundo en el cisma pontificio. Predicó como su maestro la comunión frecuente y condenó los excesos de la devoción a los santos; predicó contra los monjes, las ceremonias y la filosofía griega. Quería una vuelta a la piedad de la Iglesia primitiva; aunque no atacó a la jerarquía de forma explícita, proclamó que el Espíritu Santo y la Biblia eran los guías del creyente.

Tales opiniones y una renovación religiosa auténtica constituyen el marco de la vida de Juan Huss. Este era de origen humilde, había estudiado en Praga y empezó muy pronto su carrera de predicador, en la que obtuvo grandes éxitos. Como Lutero, se caracterizó por su sinceridad apasionada y su gran elocuencia en lengua vulgar, más que por su valía intelectual y teológica. Estuvo influido por los escritos de Wicklef. El hecho de que esta doctrina atravesara Europa y arraigara en un medio completamente distinto constituye uno de los ejemplos más curiosos y decisivos de la circulación de las ideas. Durante algún tiempo había habido contactos entre Praga y Oxford, las dos Universidades que se habían atenido a la obediencia romana durante el cisma. Los lazos entre Inglaterra y Bohemia se habían reforzado después por el matrimonio del rey Ricardo II con Ana, hija de Carlos IV (1382). Las obras de Wicklef y los estudiantes imbuidos de sus ideas penetraron masivamente en Praga y en otros lugares. Desde que llegó a la Universidad, Huss consideró a Wicklef como la autoridad que garantizaba sus propias ideas. Sin embargo, los universitarios y los eclesiásticos de más edad y más conservadores pensaban de otra manera. En 1403 la Universidad de Praga condenó por un voto mayoritario cuarenta y cinco posiciones extraídas de los escritos de Wicklef.

Así comenzó una larga batalla en la que se decidió el porvenir de Bohemia y el de Juan Huss. A la condena de Praga siguió la prohibición de las doctrinas de Wicklef por parte del papa Gregorio XII en 1408 y 1412. Ironías del destino: Bohemia y Juan Huss consideraban a Gregorio como papa legítimo. Pero en 1409, el rey Wenceslao quiso apoyar a los partidarios de la convocación del Concilio de Pisa, contra una mayoría de tres contra uno, en la asamblea de las «naciones» de la Universidad de Praga. Huss se declaró a favor del rey cuando éste abusó del poder triplicando el valor del voto electoral de la «nación» checa, que lo había apoyado. En seguida, la «nación» alemana abandonó en masa esa Universidad instalándose con todos sus propósitos en la de Leipzig, recién fundada. Los alemanes lanzaron graves acusaciones contra Bohemia; a consecuencia de tales acusaciones, el concilio se volvió contra Juan Huss. Siguió un período de intrigas confusas, en el curso de las cuales Huss, protegido por el rey, fue excomulgado por el arzobispo como partidario de la herejía. Ani­mado por el apoyo del rey y del pueblo, Juan Huss se hizo cada vez más violento. Escribió y organizó una «disputa» contra las indulgencias; casi todo su tratado Adversus indulgentias está tomado de Wicklef. Negó todo valor a la absolución dada por un sacerdote, volviendo así a una opinión de la alta Edad Media que había sido combatida mucho tiempo. Propuso la autoridad de las Escrituras como único juez en materia de fe. En 1413, Juan XXIII condenó de nuevo las doctrinas de Wicklef; Juan Huss replicó escribiendo su De Ecclesia, basado en la obra de Wicklef. Afirmaba que sólo los predestinados —y no los pecadores— constituyen el cuerpo de los creyentes. Pero, a diferencia de Wicklef, Huss seguía admitiendo la Iglesia jerárquica. Estaba excomulgado por su arzobispo y acusado de herejía por los teólogos, pero el rey y el pueblo lo apoyaban.

En esta coyuntura, durante el verano de 1414, el emperador Segismundo fijó su atención en Juan Huss. Segismundo iba a heredar Bohemia y no quería suscitar la cólera del país contra él. Para obtener la paz propuso a Huss que defendiera su causa en el Concilio de Constanza. Todos los partidos de Praga lo animaron también. El papa Juan XXIII, considerado más tarde como antipapa, levantó la excomunión.

A pesar de algunos malos presentimientos, Huss marchó a Constanza lleno de esperanzas. Educado en un país alejado de los grandes centros del pensamiento europeo, formado en una Universidad que, teológica y filosóficamente, se mantenía apartada de las demás, impregnado de la ideología de Wicklef, habituado a dominar sus sentimientos y a dirigir el celo reformador de su propio pueblo, Huss no tenía idea de lo que pensaba aún la teología tradicional y la disciplina canónica, a la que tan apegados estaban todos los prelados reunidos en Constanza. Esperaba razonar y convencerlos; pero se vio claramente que los padres sólo tenían la intención de juzgarlo y que no podían hacerlo más que en un sentido.

Huss rechazó con razón la acusación de seguir a Wicklef en todo (no había adoptado las ideas de Wicklef sobre la eucaristía). Pero su teoría de la Iglesia y del oficio sacerdotal bastaba para condenarlo. El rehusó condenar todos los artículos de la doctrina de Wicklef que el concilio había anatematizado; rehusó condenar las proposiciones que se le imputaban arguyendo que las acusaciones eran falsas; rehusó retractarse e insistió en la afirmación de que sólo la Escritura era el juez de la doctrina. Después de haber sido condenado fue enviado al emperador. Las circunstancias de su muerte en la hoguera, que soportó con valor y piedad, fueron particularmente indignantes. Un año más tarde moría también en la hoguera su discípulo Jerónimo de Praga. Este se había retractado en la cárcel; pero se arrepintió de su retractación y proclamó públicamente su adhesión a las tesis de Wicklef y de Huss. Murió valerosamente en mayo de 1416.

Huss tuvo una conducta sincera, aunque le faltó discreción táctica. Traicionado por Segismundo, se atrae justamente la simpatía. Pasó su vida en medio de un pueblo fogoso, en plena fermentación, en una provincia aislada de Europa. Estaba convencido de haber descubierto una interpretación nueva y más pura del mensaje cristiano. Todo esto lo cegó para las realidades de la vida religiosa de su época y lo llevó a la locura de esperar que un concilio del Occidente católico se dejara convencer o seducir por lo que él iba a decirle. El concilio, compuesto de teólogos que reivindicaban la autoridad suprema, había sido convocado para restaurar la unidad. Cumplía, pues, su cometido al oponerse a un hereje que se aferraba a opiniones condenadas muchas veces —según se creía— por la autoridad y concretamente subversivas. La traición de Segismundo era deplorable, pero el grave error del emperador consistió en prometer lo que —por temor o por falta de medios— no iba a poder cumplir como custodio de la ortodoxia. Actualmente rodea a Huss una corriente de simpatía. Se han hecho grandes esfuerzos para probar que sólo fue hereje en la cuestión de la supremacía pontificia y que, en este punto, el concilio que lo condenó no podía tirar la primera piedra. Sin embargo, puede dudarse razonablemente de la ortodoxia fundamental de Juan Huss.

El concilio tenía que enfrentarse también con todos los discípulos de Huss. En el otoño de 1415, buena parte de la nobleza de Bohemia juró honrar su memoria. Declaraban estos nobles, como Huss, que eran enteramente ortodoxos y se sometían al papa, a los obispos y sacerdotes, mientras su enseñanza estuviera de acuerdo con la voluntad de Dios y las Escrituras. El árbitro debía ser la Universidad de Praga. El concilio replicó suspendiendo la Universidad y multiplicando las condenas. La consigna de los reformadores era el uso del cáliz por los laicos. No se trataba de una exigencia original de Juan Huss, aunque éste estuvo dispuesto a apoyarla. Parece que esta reivindicación nació entre los que pedían la comunión frecuente de los laicos. Se fundaba en el uso de la Iglesia primitiva y, sobre todo, en una interpretación de las palabras de Cristo citadas por san Pablo (l Cor 11,23-25). Constanza lo prohibió expresamente; pero los husitas se apartaron de la ortodoxia rechazando toda autoridad sacerdotal y, por consiguiente, episcopal y pontificia.

La muerte de Huss provocó la formación de una liga de quinientos nobles contra la Iglesia establecida. Siguió un largo período de guerra. La nobleza bohema se opuso a los invasores, que se presentaban como cruzados. Pero las facciones de los reformadores se opusieron también entre sí. Los calixtinos (que tomaron su nombre del cáliz, que era el centro de su piedad) siguieron fieles al espíritu y a la moderación de Juan Huss. Los taboritas, primera secta que se inspiró en las guerras de Israel, fueron extremistas; prefiguraron las virtudes y los excesos de los puritanos así como las ulteriores guerras de religión. Unieron un nacionalismo intenso a una voluntad de revolución económica y social.

En 1419 murió el rey Wenceslao. Segismundo hizo tentativas infructuosas para imponer su dominio a los checos. Organizó una serie de cruzadas. Esto forma parte de la historia política de Europa. Los célebres «cuatro artículos» de Praga (1420) representaron uno de los primeros ensayos de unificación entre grupos diversos. Establecían:

1) la libertad de predicación;

2) la comunión bajo las dos especies;

3) la imposibilidad de que los sacerdotes poseyeran bienes temporales y su obligación de ser simples pastores, y

4) sanciones públicas contra los pecados mortales, sobre todo contra la simonía.

Durante los años siguientes, todas las herejías medievales —Wicklef, valdenses, cátaros, milenarismo— tuvieron sus predicadores en Bohemia. Finalmente, los checos fueron vencidos y reconocieron a Segismundo como rey. Se hicieron esfuerzos decididos para arreglar el problema. En 1433, los enviados de los husitas fueron recibidos cortésmente por Cesarini y por el Concilio de Basilea. Los llamados compactata fueron aceptados a la vez por los delegados del concilio, por Segismundo y por los checos. Se trataba de una versión de los cuatro artículos considerablemente modificada. Se restringía mucho el uso del cáliz. Sin embargo, pese a la ratificación formal del pacto de 1436 y a la reconciliación de Bohemia con la Iglesia, en el momento de la muerte de Segismundo no había ninguna esperanza de reunificación completa y definitiva. En la segunda mitad del siglo XV, Bohemia se separó del resto de la cristiandad occidental en el terreno de la práctica y de la fe.

En cierta medida, este hecho quedó disimulado por las repetidas tentativas de reunificación y por las vicisitudes del partido católico. Sin embargo, había aquí un presagio, y esto es lo que dio una importancia histórica a Huss y, por consiguiente, a Wicklef. Ellos dos solos, con sus palabras y sus obras, habían lanzado un reto a la doctrina de la Iglesia cristiana y a su estructura institucional. Por primera vez, una provincia de la cristiandad occidental, que era también una nación, se había separado de facto de la obediencia romana, pretendiendo encarnar el verdadero cristianismo. La jerarquía apostólica gobernada por el sucesor de Pedro había sido sustituida por el juicio individual basado en la Escritura. Lo importante era saber si se trataba de un estallido aislado o era el anuncio de un alud.

 

 

CAPITULO XL

EL CLIMA RELIGIOSO DEL SIGLO XV