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EL EVANGELIO DE CRISTO
26 La reprobación de Israel
Pocas veces se tiene la oportunidad
de leer compendiada la historia de la Humanidad entera en unas
cuantas líneas. Toda sabiduría humana, sea científica, teológica,
o simplemente ideológica, a la postre no es más que un sustituto
hecho a la medida de la racionalidad de los siglos, sucedáneo
animalesco con el que la necesidad de conocimiento que por naturaleza
el Hombre tiene pretende suplir la carencia de la verdadera Sabiduría,
aquélla en cuyo seno se tejiera la Idea del Hombre que Dios concibió
en carne cuando con su todopoderosa Palabra le dio la vida. Desde
el día después de la Caída hasta la Primera Hora de este Nuevo
Día la historia de la Civilización humana es un calvario sangriento
y estremecedor de Caín en Caín. Como si se tratara de un caldo
de cultivo para el pensamiento el golpe en el cráneo hizo temblar
el edificio de la inteligencia del Hombre y el fruto de su camino
en las tinieblas se resolvió en más razones para matar a Abel,
otra vez, una vez más. A esta realidad se redujo la Tragedia del
Hombre, a repetir siglo tras siglo y a escala cada vez mayor el
fratricidio que dio el pistoletazo de salida a aquéllos seis milenios
de guerra civil mundial que, Hoy, expiran. Nadie duda de que aun
viendo alborear el Fin de la Tragedia el último tramo del camino
lleva en su frente la marca acumulada de las fuerzas destructoras
que hicieron de nuestro mundo un espectáculo triste y sobrecogedor.
El destino sin embargo está escrito. No desde Ahora sino desde
hace mucho. Conociendo al Autor, San Pablo se permite escribir
este capítulo de esperanza profética y visión de un futuro en
que la nación todavía no destruida y después de ser dispersada
y perseguida regresaría a su origen para ser sujeto de la misma
Gracia que el Dios de Israel esparciera con tanta generosidad
sobre nuestras casas, nosotros, los hijos de aquéllos padres por
el pecado del padre de Israel expulsados de la Presencia de nuestro
Creador y entregados al imperio del Infierno sin más ayuda para
vencer sus designios antihumanos que las fuerzas naturales alrededor
de cuyas columnas maestras fuera tejida nuestra creación. De nadie
es pues la gloria y a nadie le debemos nuestra victoria, sino
a Aquel que tejiera nuestro Ser en la cuna de su Omnisciencia
y antes de nacer nos viera en la plenitud de nuestra Edad para
Alegría de su Espíritu y Bien de todos los Pueblos de su Reino.
Como quien vive en esa Omnisciencia e hijo de la Sabiduría habita
en su Palacio, deleitándose en la estructura de su Pensamiento,
San Pablo derrama su conocimiento para edificación de la Esperanza
Universal de Salvación que habría de revelarse al final del camino,
al alba del Día por el que la creación entera, expectante, aguardaba
impaciente el nacimiento de la Descendencia de Cristo. Así pues,
entramos en materia.
Pero digo yo: ¿Han tropezado para que cayesen? No ciertamente. Pues gracias
a su transgresión obtuvieron la salvación los gentiles para excitarlos
a emulación.
Como hemos dicho, sabemos y
nos podemos imaginar la Caída del padre de los judíos, nuestro
Adán, fue el epicentro del mayor terremoto que Dios en persona
viviera desde hacía edades interminables. La declaración de guerra
que una parte de sus hijos le arrojara a su Espíritu Santo al
rostro fue el detonante explosivo final que le abrió a Dios los
ojos y le puso frente a frente a su verdadero enemigo: La Muerte.
La locura que suponía que una criatura albergase esperanza de
echarle un pulso a su Creador y salir vencedor no admitía peros
ni mases. La Muerte, fuerza increada, sin principio, como la Vida,
la Materia y el propio Dios, era el enemigo de la Creación en
tanto en cuanto su Fundación y Edificación suponía su destierro
de los límites del Infinito y la Eternidad. La Vida y la Muerte,
como dije en la Historia Divina, habían existido desde la Eternidad
como parte internas de la estructura de la Realidad. El Día que
Dios pensó la Inmortalidad la declaración de guerra de Dios contra
la Muerte fue un hecho. El caso es que Dios estuvo viviendo la
Muerte y la Vida en tanto que procesos mecánicos internos a la
propia Fuerza Increadora en el Origen de los Mundos. Desde su
Inteligencia Creadora lo único que había que hacer era intervenir
en esos procesos, redirigirlos y proceder a la Inmortalización.
Durante todo el Periodo de Formación de su Inteligencia Creadora
su pensamiento estuvo trabajando sobre esa base material. Cuando
por fin descubrió la llave de la Inmortalidad creyó El que su
victoria sobre la Muerte se había consumado, y procedió a la creación
de vida inmortal. Según fue avanzando en la materialización de
su proyecto Universal los Hechos conocidos como las Guerras del
Imperio del Cielo fueron destellos de la existencia de un factor
desconocido, imprevisible y que no se sujetaba a su control. Encontró
justificación para los Hechos en la estructura de las circunstancias
y procedió a la Revolución en cuyo seno sería concebida la Idea
del Hombre. Y procedió a su Creación. Creó Dios los Cielos y la
Tierra y todo cuanto existe en nuestro mundo y llegó al Hombre.
La Idea Madre en cuyas entrañas tejiera nuestro Creador las fibras
de nuestro Ser eterno no la conocía nadie. Era algo que se descubriría
a su tiempo. Lo que sí estaba claro es que Dios quería marcar
un Antes y un Después y estaba dispuesto a ponerle un Fin a la
Ciencia del Bien y del Mal, cuyo fruto era la Guerra. Razón por
la cual, usando el símbolo como objeto de entendimiento universal,
diciendo: “El día que comieres, morirás”, le prohibió a toda su
Casa, del Cielo y de la Tierra, bajo pena de destierro eterno
de su Reino, comer del fruto a sus ojos maldito. Lo que para Adán
significaba la Prohibición estaba claro para Adán. A saber, que
la Civilización, de la que él era su Cabeza, se extendería en
el tiempo y el espacio, llenando el mundo de la Tierra de un confín
al otro, no por la fuerza y la violencia: sino como fruto de la
Paz que procede de la Sabiduría. La Caída estuvo en hacer que
la impaciencia de Eva arrastrara a Adán a jugar con la Idea de
la conquista del mundo por la fuerza de la superioridad que le
era innata en cuanto hijo de Dios. Se aceleraría todo el proceso
en el tiempo y la velocidad de la conquista del mundo se doblaría
en esa razón. La trampa era genial. Pero tenía un talón de Aquiles.
El homicida no tenía que hacerse pasar por hijo de Dios, porque
lo era, pero sí tenía que manipular la inteligencia de Eva al
declarar bajo falso juramento que le hablaba en nombre de Dios,
padre común de ambos, Adán y Satán. Esta necesidad implicaba la
transgresión del Mandato Divino y, en consecuencia, conllevaba
una declaración de guerra contra el Espíritu que le dio vida a
la Prohibición. La locura era, por tanto, total. Y en cuanto era
total Dios no podía dejar de sentir la muerte de su hijo menor,
Adán, sino como un terremoto ontológico que había de abrirle los
ojos y ponerle delante el rostro de su Verdadero Enemigo, la Muerte.
Y si su caída es la riqueza del mundo, y su menoscabo la riqueza de los gentiles,
¡cuánto más lo será su plenitud!
Sucedió justamente lo contrario
de lo que Dios había planeado. Dios había dispuesto que a Su regreso
su hijo Adán regresaría a su tierra natal, Sumeria, y elegido
como rey por todas las familias de Mesopotamia, desde esta base
madre la Civilización se extendería pacíficamente hacia todos
los puntos cardinales. Atrapado en el Dilema de la absolución
de Adán por ignorancia de la verdadera razón criminal bajo cuya
fuerza cometiera su pecado o la aplicación del Castigo debido
al Crimen, aceptando la declaración de guerra contra su Creación
y Reino, y ante el descubrimiento que había hecho, Dios actuó
como todos sabemos. La Batalla Final entre Dios y la Muerte, por
fin, tenía lugar. La Eternidad y el Infinito habían estado esperando
esta Batalla desde el mismo día que sin conocimiento de causa
final Dios le declarara la Guerra a la Muerte. Hombres y e hijos
de Dios, todas las criaturas habían sido atrapadas en la Batalla
y, una vez, revelada la verdadera estructura de la realidad: cada
cual debía decidirse por un bando o el otro.
Para quien eligiera el Imperio
de la Muerte, es decir, un Universo gobernado por dioses más allá
del Bien y del Mal, inviolables e inmunes a la Ley, el Destierro
Eterno de la Creación de Dios.
Para quienes eligieran el Reino
de Dios, es decir, un Universo gobernado por un Cuerpo Divino
desde su Cabeza hasta el miembro más humilde sujeto a Ley, como
se vio en la Cruz, donde el mismísimo Primogénito de Dios, Cabeza
de su Reino, se sujetó a la Ley vigente según la cual cualquier
judío de nacimiento que rompiera el Contrato de Moisés con los
hijos de Israel tenía que ser colgado de la cruz; de quienes eligieran
este Reino, ese Reino.
Y si el Símbolo del Principio
fue real, quiso Dios demostrar su Realidad en la Cruz del heredero
de Adán, para que por los Hechos se viera que la Justicia y la
Ley no se basan en el capricho de un Ser omnipotente y todopoderoso
que impone su voluntad en razón de esa misma fuerza, sino en el
Amor por la Vida y la Creación que en tanto que Ser y Persona
le tiene el Creador a su Reino y Obra. Su Hijo, eligiendo el primero
en qué bando quería situarse, si en el de quienes se decidieron
por un universo de dioses criminales y asesinos que desde la Inviolabilidad
de su Gobierno convertirían la Creación de Dios en un campo de
juego para demonios infernales y malditos ajenos al dolor y la
libertad de las criaturas; o si en el de un Reino fundado en la
Paz, gobernado por la Justicia, y alimentado por la Libertad. Hecha Su elección, le tocaba al resto de la Casa de Dios
proceder a la propia, y desde ahí, avanzar hacia el Día en que
la Humanidad, por fin liberada de su ignorancia, podría ejercer
ese Poder de Elección, libremente y sin coacción, decidiendo en
libertad cada pueblo y nación su suerte. Este es el compendio
del Pensamiento de Cristo. Ahora sigamos.
Y a vosotros los gentiles os digo que mientras sea apóstol de los gentiles
haré honor a mi ministerio
La suerte de Israel se decidió,
entonces, en la fragua de unos acontecimientos respecto a los
cuales ningún ser humano estaba al corriente. Y no estando, y
pues que la Guerra entre Dios y la Muerte no sólo era imparable
dada la aversión del propio Dios Padre a semejante transformación
de su reino en un olimpo de dioses asesinos, cuya gloria pretendía
basarse en la filiación divina, haciendo así de su Padre la fuente
de sus crímenes monstruosos y horrendos... No estando en el conocimiento
de la verdadera estructura interna de los Acontecimientos por
los que la Creación entera estaba pasando, era imposible que judíos
y gentiles no se alzasen contra Cristo y su Casa. Los unos como
los otros, todos eran esclavos de las consecuencia de una Batalla
Final que se había gestado en la eternidad, antes de que la Increación
deviniera en Creación, y alcanzado el punto cumbre del encuentro,
pasaba Primero y sobre todo por el Hijo de Dios, cuya decisión
debía realizarse ante los ojos de todo el Universo: El era el
Único que conocía esa realidad y el Único que podía decidir por
sí mismo de qué lado se ponía, de la Muerte o de la Vida. Por
esto su declaración: Yo soy la Vida, afirmaba su Camino hacia la resurrección, sobre cuya
Victoria la Creación entera, como David por las calles, bailó
desnuda ante su Señor y Creador.
Hijo de Dios, aunque ausente
en carne, en espíritu me sumo a las galaxias de seres que entonaron
cantos y desnudos bailaron alrededor del fuego de la Victoria
la gloria de Aquel que llenando de gloria el Corazón del Padre
de las estrellas del infinito cosmos hizo que de nuestros labios
saliera la Palabra de vida eterna que recorriendo las tierras
llena el mundo entero y grita incansable su mensaje de esperanza:
Jesús es el Rey, Jesús es el Señor, en nadie tienes, Israel, tu
Mesías sino en Aquel que se alzó contra la Muerte y ante cuyos
ojos el terrible Maligno de nuestras pesadillas no es más que
un patán con vocación de loco que se atrevió a soñar con ponerse
a la altura de la planta del pie de tu Dios. Escucha, Israel,
la voz de la misma Sabiduría que eligió tu carne para proceder
a la consumación de la revolución cósmica cuyo origen se remonta
a la Eternidad. Como no fuimos rechazados eternamente de la Luz
de nuestro Creador, tampoco tú, como ves por los hechos, lo has
sido.
por ver si despierto la emulación de los de mi linaje y salvo a alguno de ellos.
Pagaste el precio de un delito
dictado por la estructura de una Batalla ajena a nuestro mundo,
entre cuyos límites fuimos todos atrapados con la esperanza maligna
de acabar todos destruidos, para deshonra de Dios. Tu destino
estaba escrito desde el día que tu padre Adán fue conducido al
matadero por criaturas inmundas, rebeldes sin más causa que su
locura, enemigos de toda verdad, paz y justicia. Todos fuimos
actores secundarios en el Duelo entre el hijo de Eva y el hijo
de la Muerte. La decisión final es sin embargo, tuya.
Porque si su reprobación es reconciliación del mundo, ¿qué será su reintegración
sino una resurrección de entre los muertos?
Pues si hubieran conocido la
estructura de los acontecimientos, lo mismo judíos que gentiles,
¿quién se hubiera atrevido a ponerle un dedo encima al Unigénito
de Dios? Con todo, aquello no era un juego, y la decisión no sería
un Sí por ahora y un No para luego; de manera que como la sangre
es lo más sagrado para el hombre, por la sangre, lo más sagrado,
el universo entero comprendiera que la decisión Final de Aquel
que para Dios lo es todo, su Primogénito, fue eterna. Tenía que
haber un nuevo Antes y Después, por tanto. De la muerte de un
hombre surgiría la resurrección de todos. Era necesario que así
fuese; y así se hizo.
Que si las primicias son santas, también la masa; si la raíz es santa, también las ramas.
Lo cual nos plantea, llegado
al extremo del camino y delante del nuevo horizonte, la necesidad
de la edificación de una nueva estructura de fraternidad entre
cristianos y judíos: Abandono de acusaciones, de traumas sufridos
por unos y otros, y renacimiento de todos en todos a la luz de
un nuevo día que requiere de todos la unidad indivisible e indestructible
de quienes, más allá de la carne y sus orígenes, proceden a tomar
su decisión personal frente a y delante del Dios de todos. El
más fuerte, en este caso, el cristiano, es quien debe echar abajo
el muro de la enemistad histórica que, en la ignorancia a la que
todos, cristianos y judíos, quedamos sujetos, fuera erigido, y
estuvo en la causa del holocausto que, viviendo al otro lado,
sufrieron los padres de quienes Hoy tienen el poder de elegir
libremente entre la Muerte y la Vida, entre la verdad y la Mentira,
entre el Odio que nace de una memoria herida jamás curada o el
amor de un espíritu renacido a la luz de una Esperanza universal
que se derrama imparable como un sol de justicia por los cuatro
rincones de la Tierra.
Y si algunas de las ramas fueron desgajadas, y tú, siendo acebuche, fuiste injertado en ella y hecho partícipe de la raíz, es decir, de la pinguosidad del olivo, no te engrías contras las ramas.
No caben, acusaciones por en
cuanto todos fuimos pasto de fuerzas contra cuyo poder ningún
hombre pudo actuar con pleno conocimiento de causa. Lo que se
hizo se hizo desde la ignorancia. Unos y otros, y todos fuimos
actores sin estrella en una historia en la que dioses y demonios
se jugaron su existencia. El dolor de Israel es el dolor del mundo,
pero Israel debe hacer suyo el dolor del mundo. Fue su padre,
Adán, quien arrastró a nuestros padres al infierno. Si el mundo
judío ha vivido un holocausto, nuestros padres han vivido holocausto
por cabeza. El Pasado ha muerto. El Futuro es el que vive. Jesucristo
es el Mesías; Ayer, Hoy y Mañana.
Y si te engríes, ten en cuenta que no sustentas tú a la raíz, sino la raíz a ti.
De nada tenemos que jactarnos
los unos y los otros. Hasta ahora hemos sido actores de reparto
sin importancia en una Historia Divina que abarca entre sus brazos
a todas las naciones de la Tierra. No hay en el guión escrito
un apartado dedicado a la supremacía de una nación sobre otra.
De Dios es la Tierra y todo lo que contiene y le ha dado la Corona
de su reino a su Primogénito. La Plenitud de las naciones, de
nuestro mundo como de la Creación entera, vivimos a la Luz de
su Cetro por la eternidad de las eternidades. No hay más Rey que
Aquel que Dios eligió, de la Descendencia de Adán, judío según
la carne, ante cuyo Trono pusieron todos los hijos de Dios sus
coronas. Y si así se hizo en el Cielo ¡cómo espera nadie que Dios
le quite la gloria a su Unigénito! O ¿acaso Dios quita y pone
al estilo del dios de dioses por el que abogaron los demonios?
Pero dirás: Las ramas fueron desgajadas para que yo fuera injertado.
La respuesta de Dios fue Cristo
Jesús. Desde entonces la Iglesia repite esa respuesta para la
salvación de toda vida, en reacción a la cual cada cual puede
actuar según le dicte su libertad. La Ley o el Terror. La Verdad
o la Mentira. La Justicia o la Corrupción. La Guerra es el fruto
del terror, la mentira y la corrupción. La Paz es el fruto de
la Verdad, la Ley y la Justicia. Todas las naciones hemos sido
conducidas ante este dilema: Sí o No, aceptar a Jesucristo como
Único Rey Universal, sempiterno, o vivir el destierro de los Rebeldes
que prefirieron el terror a la Ley, la mentira a la Verdad, la
corrupción a la Justicia. Lo que cada uno decida, eso tendrá.
Bien, por su incredulidad fueron desgajadas, y tú por la fe estás en pie. No te engrías, antes teme.
Es la decisión final ante la
que todas las naciones teníamos que ser puestas, en la libertad
que procede del conocimiento de todas las cosas, según ya dijera
Pablo más atrás hablando sobre la expectación de la creación entera.
La fe de unos y otros no exonera de la responsabilidad final.
Porque si Dios no perdonó a las ramas naturales, tampoco a ti te perdonará.
Ni cristiano ni judío, todo
aquel que no doble sus rodillas ante el Rey que Dios le ha dado
a su Reino, sea cristiano o judío, no entrará en su Mundo. Y todo
aquel que la doble ante otro rey que no sea Jesucristo, en la
Tierra como en el Cielo, se hace objeto de destierro de la Creación
de Dios.
Considera, pues, la bondad y la severidad de Dios; la severidad para con los
caídos, para contigo la bondad, si permaneces en la bondad, que
de otro modo también tú serás desgajado.
No hay salvación para quien
doble sus rodillas ante otro Rey que Aquel que Dios le ha dado
a su Reino. Ni la fe ni la esperanza ni la caridad, nada ni nadie
puede abrirle la Puerta del Reino de Dios a quien no niegue toda
corona. Poner a los pies del Rey que Dios le ha dado a todas las
naciones de su Reino el ser, he aquí la Puerta de la Salvación.
Mas ellos, de no perseverar en su incredulidad, serán injertados, que poderoso
es Dios para injertaros de nuevo.
Y esta Puerta está abierta a
todas las naciones, independientemente de su credo y religión.
Y ninguna fe hay en el Cielo o en la Tierra que le dé acceso a
nación u hombre que no doble sus rodillas ante el Rey Mesías que
Dios le ha dado a su Creación.
Porque si tú fuiste cortado de un olivo silvestre y contra naturaleza injertado
en un olivo legítimo, ¡cuánto más éstos, los naturales, podrán
ser injertados en el propio olivo!
Y no hay ninguna otra condición,
en el Cielo o en la Tierra, a la que darle Obediencia sempiterna,
pues en esta Obediencia se resume y compendia el Misterio de la
Divinidad entera. Que, como diría nuestro Pablo, está en Cristo,
y este Cristo es el mismo Jesús, nacido de María, sobre cuya Cabeza
Dios posó la Corona Universal de su Reino. Cualquiera que le dé
su Obediencia a otra corona se rebela contra Dios y su recompensa
es el destierro eterno de la Creación, su suerte es la de los
demonios, sea cristiano o judío.
Porque no quiero, hermanos, que ignoréis este misterio, para que no presumáis
de vosotros mismos: que el endurecimiento vino a una parte de
Israel hasta que entrase la plenitud de las naciones;
Es lo dicho. La Necesidad de
la Muerte de Cristo impuso unas leyes estructurales ante cuyo
alud desatado ningún hombre o nación podía hacer absolutamente
nada sino asistir impotente al desarrollo de los acontecimientos
que estaban revolucionando el Edificio entero del Reino de Dios.
Romanos y judíos, hablando de aquéllos días, al elegir entre un
olimpo de dioses a la imagen y semejanza de Satán, y un Reino
a la Imagen y semejanza de Dios, todos estaban abocados a crucificar
al Hijo de Dios en el momento en que su elección fuera la que
fue. A partir de esta Base la revolución universal seguiría su
curso, fijando su horizonte en el Día de la Libertad, es decir,
cuando Dios rompería su Silencio y su Sabiduría se derramara sobre
todas las naciones para llevar a todas al conocimiento de todas
las cosas, sin cuyo conocimiento no puede darse Elección libre
de verdad.
y entonces todo Israel será salvo, según está escrito: “Vendrá de Sión el
libertador para alejar de Jacob las impiedades. Y ésta será mi
alianza con ellos cuando borre sus pecados”.
Lo cual, se entiende, depende
exclusivamente de Israel, que, en fraternidad e igualdad con todas
las naciones ya cristianas, debe doblar sus rodillas ante el Rey
que el Dios de Abraham le ha dado a su Reino. Pablo habla desde
la esperanza y en virtud de su fe repite lo que Dios profetizara
desde antes incluso del Nacimiento de Cristo, a saber, que tendría
Misericordia de los hijos de su siervo Abraham y, como la tuvo
de los hijos de los gentiles, así la tendría de los hijos de aquellos
judíos, autores de la Crucifixión, atrapados en la Tragedia de
la Humanidad.
Por lo que toca al Evangelio, son enemigos a causa de vosotros; mas según
la elección, son amados a causa de los padres,
De donde se ve que el amor de
Dios por los judíos no fue borrado ni mucho menos, como tampoco
dejó Dios de amar a su hijo Adán por su pecado. Ahora bien, siendo
Juez, y siendo su Ley incorruptible, el dilema del diablo no podía
afectarle y tenía que aplicar la Ley según juicio. Juicio que,
insisto, no podía borrar el amor de Dios por los hijos de su siervo
Abraham, como tampoco lo hizo por el hijo de Adán.
pues los dones y la vocación de Dios son sin arrepentimiento.
Más claro imposible. Dios no
ama en vano. Ni tampoco habla en vano. Ni habla ni ama en vano.
O ¿acaso por las faltas de los cristianos ha dejado Dios de amar
a sus hijos, nosotros, inocentes de sus crímenes y pecados? ¿Bajo
qué presupuestos, pues, dejaría Dios de amar a los hijos de Israel
por el pecado de sus padres? Y lo mismo, Dios no podía dejar de
aplicarle a los judíos el juicio contra el Crimen cometido contra
los cristianos en razón del amor. Porque si el amor corrompe la
justicia su destino es convertirse en la puerta del infierno.
Pues así como vosotros algún tiempo fuisteis desobedientes a Dios, pero ahora
habéis alcanzado misericordia por su desobediencia,
La inmensa santidad de Dios,
Juez y Padre, en consecuencia, la observamos en la plenitud de
su fortaleza tal cual sale victoriosa del dilema del diablo. Primero
hace que el pecado de un sólo hombre lo pague un mundo entero;
y después hace que por el pecado de un único pueblo el mundo entero
sea liberado del castigo que le fuera impuesto por el pecado de
aquel único hombre, curiosamente padre carnal de este otro pueblo
único. Las deducciones son vitales. Y su conclusión trascendente.
A saber, Dios jamás quiso, al contrario de lo que han pensado,
escriben y confiesan algunos, que la Caída de Adán se escribiese
en los anales de su Creación. Pero una vez escrito el episodio,
primaba lo importante y por esta ley el ser humano, judío y gentil,
pasaban a ser actores secundarios. Por la misma Ley que fueron
condenados todos los padres del mundo, por esa misma ley fueron
condenados los hijos del hombre cuyo pecado diera lugar a semejante
situación.
así también ellos, que ahora se niegan a obedecer para dar lugar a la misericordia a vosotros concedida, alcanzarán a su vez misericordia.
De manera que si Dios reservó
su justicia para los hijos de aquéllos padres, era de justicia
que reservara su misericordia, igual y de la misma sobreabundante
naturaleza, para los hijos del pueblo cuya caída fue determinada
por la Caída de su padre.
Pues Dios nos encerró a todos en la desobediencia para tener de todos misericordia.
Depende de Israel su obediencia
a la Voluntad del Dios de su padre Abraham, y obediencia a la
Corona del Rey Mesías, en la justicia que ha consumado el castigo
y determina la Libertad en toda su plenitud, libertad a imagen
y semejanza de la gloria de los hijos de Dios, o sea, todos nosotros.
¡Oh profundidad de la riqueza, de la sabiduría y de la ciencia de Dios! ¡Cuán
insondables son sus juicios e inescrutables sus caminos! Porque
“¿quién conoció el pensamiento del Señor? ¿O quién fue su consejero?
O ¿quién primero le dio, para tener derecho a retribución?"
Llegamos al término de la Tragedia
de la Humanidad. Creados a imagen y semejanza de Dios, para gozar
de la Libertad que procede del Conocimiento de todas las cosas,
todos nuestros delitos se insertan en el agujero negro de la ignorancia
a que fuimos condenados el día que, sin saber lo que hacía, Adán
levantó entre el Creador y su Criatura el muro de la enemistad
que el Espíritu de Dios le tenía a la Ciencia del Bien y del Mal.
Este fue el Muro que vimos desnudo hasta su Roca de Fundación
en la Encarnación y Resurrección de Jesucristo. Y aquél otro,
el que nos separaba de nuestro Creador, el Muro que nuestro Creador,
haciéndose hombre, echó abajo con sus manos omnipotentes y todopoderosas.
Punto este que ha levantado entre judíos y cristianos, y entre
cristianos y demás pueblos, un muro de enemistad basado en la
ignorancia de unos y otros sobre la Relación entre Dios y su Hijo.
Relación que, creados nosotros a imagen y semejanza de Dios a
fin de que en nuestra paternidad podamos entender la del Padre,
se resuelve diciendo que a la manera que un padre planea una obra
y le da a su hijo el poder de la ejecución, de esta misma manera
Dios Padre le muestra al Hijo todo lo que El hace para que haga
todo lo que le muestra, siendo así su Brazo, el Verbo todopoderoso
por cuya Palabra Dios hace todas las cosas.
Porque de El, y por El, y para
El son todas las cosas. A El la gloria por los siglos. Amén.
Amén.
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