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EL EVANGELIO DE CRISTO SEGÚN SAN PABLO

 

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El castigo de la gentilidad

 

Por esto los entregó Dios a los deseos de su corazón, a la impureza con la que deshonran sus propios cuerpos

 

Las puntualizaciones conducen a los extremos. El extremismo desata la violencia. Y la violencia es el recurso de la ignorancia a la hora de imponer su locura asesina. Hay, en efecto, muchos grados de ignorancia. Y muchas formas de travestirla. El evangelio de la justificación de la violencia como consecuencia natural de la evolución de las especies según el ateísmo científico demuestra, a no ser que sea mentira lo dicho anteriormente, que la violencia es el fruto de la ignorancia, demuestra -decía- que el ateísmo científico es una locura. A diferencia de las patologías de la mente, la de la inteligencia es la más sutil por cuanto sabe vestirse de omnisciencia, y la más letal pues que arrastra en su caída a toda la especie. Y sin embargo el derecho a la libertad es connatural a la Creación; es decir, la Creación a imagen y semejanza del Creador implica el Derecho a la libertad por el que la Criatura puede rechazar a su Creador. Y viceversa, el derecho implica el deber por el que el Creador acepta las consecuencias de la libertad de su Creación. Dios no obliga pero tampoco puede ser obligado. Si el deseo del corazón de la Criatura, conociendo el deseo del corazón de su Creador, es volverle la cara y comportarse acorde al modelo contrario de conducta que para sí y por sí tiene por natural la Creación...

 

Pues trocaron la verdad de Dios por la mentira y adoraron a la criatura en lugar del Criador, que es bendito por los siglos. Amén

 

La Verdad de Dios es la verdad Universal y Eterna en cuya tierra las galaxias y los mundos tienen bien alimentadas sus raíces. Es el reflejo puro de una Realidad Cósmica que despliega su Sabiduría por el Infinito y establece un Modelo de Pensamiento imperecedero e indestructible. Y volvemos a lo mismo. La Creación de vida inteligente a imagen y semejanza de esta Verdad implica la libertad de elección que procede de una Voluntad, reflejo de la Voluntad del Creador. El hombre, como cualquier criatura inteligente, es libre para darle la espalda a la Verdad de Dios y crearse, aunque esa verdad hunda sus raíces en el infierno de una locura autodestructiva, una verdad propia. Pero lo que ni el hombre ni ninguna criatura pueden es borrar del Infinito y la Eternidad su Verdad, que es la Verdad de Dios. Y es que la inteligencia, en tanto que órgano, está sujeta a su patología característica, de la misma manera que cualquier otro órgano del cuerpo humano. La Ciencia, por contra, aún estudiando el cerebro humano y habiendo localizado el soporte material de la inteligencia en el cerebro, jamás ha sujetado el cerebro intelectual a la naturaleza general. Jamás se la oído hablar de una sujeción del cerebro intelectual a cualquier patología. Muy al contrario la Ciencia ha divinizado el cerebro intelectual, mediante esta locura divinizando su pensamiento, por el que la locura de la violencia que procede de la ignorancia del ateísmo científico impuso su evangelio criminal sobre las naciones de la Tierra. Enferma la mente, enferma el cerebro físico, enferma el cerebro genético, pero ¿quién jamás de los jamases le ha oído hablar a los sabios de la Academia de los Nobeles de una patología del cerebro intelectual? Y con todo y a pesar de ellos la inteligencia cerebral: existe.

 

Por lo cual los entregó Dios a las pasiones vergonzosas, pues las mujeres mudaron el uso natural en uso contra naturaleza

 

El cerebro intelectual implica, pues, una estructura orgánica y como tal está sujeta a las leyes generales a las que se sujeta el resto del cuerpo humano. La negación de esta realidad universal es la cuna donde el ateísmo científico conoció sus primeros días. La cuestión es ¿de quién era la mano que mecía la cuna? Pero nosotros nos contentaremos con determinar que la negación de este principio implica la degeneración del sistema natural y su transformación en un virus maligno con capacidad para destruir la estructura lógica del cerebro intelectual, por esta negación de la Realidad estableciendo un sistema de comportamiento contrario al establecido por la propia Naturaleza. Fenomenología patológica que opera sus nefastos efectos en todo espacio y tiempo donde la reacción haya procedido a desencadenar sus síntomas. Aquí, entonces, en la enfermedad del cerebro intelectual tenemos que ver la génesis de la tendencia suicida de una especie que queriendo vivir sólo se produce a sí misma la muerte.

 

E igualmente los varones, dejando el uso natural de la mujer, se abrasaron en la concupiscencia de unos por otros, los varones de los varones, cometiendo torpezas y recibiendo en sí mismos el pago debido a su extravío

 

La Naturaleza sólo reconoce una Verdad y sólo tiene una Ley. A saber, un organismo sujeto a la Muerte lo está en todas sus partes. Aquella teoría patológica del nacimiento de las ideas en un mundo exterior al ser humano es la afirmación de una locura por la que el cerebro intelectual no existe y el pensamiento humano procede, como decía Descartes, del Ser en cuanto ser, y no del cerebro. Alucinada la Ciencia por semejante Método de locura gracias al cual la Razón se hizo infalible y el Ateísmo devino una Religión Omnisciente, los sabios de la Academia se elevaron a la condición de los dioses, todos más allá del bien y del mal, y en consecuencia, como los locos, ajenos a la responsabilidad que procede y le conviene a los pensamientos, las palabras y las actos de todos los seres en tanto que seres. Es cierto, cómo no, que a un loco no se le puede pedir responsabilidad por sus actos, y es natural que se le conceda este beneficio a todo enfermo mental, pero que una persona cuerda quiera hacer privativo y extenso a su ser este derecho de la locura es un delito contra natura que, obviamente, debe hacer sufrir sus efectos sobre la sociedad obligada a vivir bajo el pensamiento y las obras de semejantes sabios enloquecidos por sus pensamientos, entontecidos por sus razonamientos a la manera que un mono que hablase y se sorprendiese a sí mismo ante el espejo admirándose del milagro: soy un mono que habla. Y hablando se creyese todopoderoso y omnipotente para imponerle a la Naturaleza nuevas leyes.

 

Y como no procuraron conocer a Dios, Dios los entregó a su réprobo sentir. Que los lleva a cometer torpezas

 

La lógica de la Naturaleza habla con una sabiduría que a un cerebro intelectual en plena ebullición patológica no le puede resultar lógica. Queriendo conocerse a sí misma en tanto que inteligencia divina esclavizada en un cuerpo mortal en su ateísmo demente la Ciencia abandonó la búsqueda de la Verdad en beneficio del conocimiento de su propia estructura ontológica. Pero como su principio era la negación de estas dos realidades la única salida que le quedaba era la Duda. Y es que después de haberse maravillado contemplándose a sí misma en el espejo se impuso por objetivo obligar a todas las demás bestias de su selva a admirar el objeto de su admiración, o sea, ella misma, empleando para alcanzar esta meta no importaba qué sistema de manipulación de la verdad universal.

 

Y a llenarse de toda injusticia, malicia, avaricia, maldad; llenos de envidia, dados al homicidio, a contiendas, a engaños, a malignidad; chismosos.

 

La manipulación de la Verdad de la que se nutre el cerebro intelectual le afecta, como es de comprender, al Ser que depende de esa información para establecer su comportamiento en y dentro de la Naturaleza, la Obediencia a cuya Ley determina la extinción o evolución de su especie. Rota la existencia del Pensamiento como fruto del cerebro humano, pues en virtud de la religión de la Ciencia fue transformado en un cuerpo inmune a la Muerte, la Ciencia devino la Ley. Y dado que la Ciencia no existe independientemente de la realidad creada, siendo esclava la Ciencia de la Ley, la Ciencia devenida en Ley implica la elección por la cual la Criatura determina la elección de la Naturaleza sobre su evolución o extinción. Es decir, negando a Dios, ignorando su Existencia, la Ciencia se estableció como Ley para bendecir la extinción de la especie humana en nombre de su victoria sobre Dios. ¡Si judíos y romanos mataron al Hijo ¿por qué no iba la Ciencia a matar al Padre?!

 

...calumniadores de Dios, ultrajadores, orgullosos, fanfarrones, inventores de maldades, rebeldes a los padres...

 

Las consecuencias de la rebelión están escritas, la génesis de la misma también, lo que aquí nos interesa determinar es en qué medida existe el cerebro intelectual y en qué medida aquélla divina ciencia, cuyas ideas procedían de un ignoto lugar llamado Duda, se veía afectada por la naturaleza material de ese cerebro sin cuya existencia no podía darse ciencia en el ser humano. Obviamente este discurso tiene su razón de ser en la necesidad de establecer un diálogo con un enfermo, las particularidades de cuya enfermedad lo convierten en el demente más peligroso que existe, como se ve en sus ejemplares del siglo XX. Dentro de esas particularidades de la enfermedad conocida por ateísmo científico la más temible y peligrosa es aquella por la cual el sabio ateo se creía infalible y a salvo de cualquier pensamiento objetivo externo que pudiera activar los recursos de la naturaleza para vencer la enfermedad que le afectaba; el loco en el genio estaba tan bien instalado en su patología que no veía el sabio por qué había de renunciar al loco que llevaba dentro.

 

Insensatos, desleales, desamorados, despiadados

Ninguno de estos síntomas, efecto de su enfermedad sobre la sociedad y sí mismo, podía convencer a los obispos de la Academia de los Nobeles de la necesidad de desprenderse del loco connatural al genio...

 

Los cuales, conociendo la sentencia de Dios, que quienes tales cosas hacen son dignos de muerte, no sólo las hacen, sino que aplauden a quienes las hacen.

Determinar el grado de enfermedad es siempre el primer paso hacia la recuperación de la salud. Hacia ese punto caminaremos sin desviarnos ni a la izquierda ni a la derecha.

 

Tampoco los judíos están camino de la salvación

Por lo cual eres inexcusable, ¡oh! hombre, quienquiera que seas, tú que juzgas; pues en lo mismo en que juzgas a otro, a ti mismo te condenas, ya que haces eso mismo que condenas.