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EL EVANGELIO DE CRISTO
25 La reprobación de los judíos
no es total
Según esto, pregunto yo: ¿es que Dios ha rechazado a su pueblo? No, cierto. Que yo soy israelita, del linaje de Abraham, de la tribu de Benjamín.
La estructura de los acontecimientos
vuelve a pedir paso. La Justicia Divina según cuyos principios
los hijos del Adán que con su Caída arrastrara a los hijos de
los demás padres de las demás naciones al infierno de la ruptura
entre el Hombre y su Creador, y el consiguiente traspaso de poder
de Dios al Diablo, quedando el mundo sujeto al imperio de la Muerte,
esa Justicia sólo puede ser reprobada en función del sufrimiento
que impone el hecho inevitable de encontrarse nacido dentro de
la descendencia y generación sujeta por la Justicia Divina a sus
principios. Son los judíos los que deben detenerse a pensar si
Dios fue justo o injusto al hacer que por la condena de los hijos
de Abraham nos llegase a los hijos de los padres condenados por
Adán: la Salvación, es decir, la caída del muro de enemistad que
el padre carnal de Abraham levantó entre Creador, Dios, y creación,
nosotros, el Hombre. Cerrar la mente al pensamiento dogmatizando
sobre la condición animal de todos los hombres, sobre los cuales
se alza el pueblo elegido, único pueblo, el judío, que debe ser
llamado humano; cerrarle la puerta a la verdad de esta manera,
mediante el demonismo causante de la Caída elevado ahora a sagrada
escritura, fue la sabiduría determinante que causó la destrucción
del reino de Israel y la desaparición del Estado Judío del mapa
de las naciones. Pues como se infiere de la psicosis explosiva
que hizo saltar por los aires el mundo de Adán, el desprecio por
el Hombre, cuyo origen animal habían contemplado todos los hijos
de Dios en vivo, siguiendo paso a paso su evolución desde el barro
primordial al reino arborícola y desde ahí al Edén, el desprecio
por aquel mono desnudo estuvo entre las causas motrices generadoras
de la última Guerra del Cielo. Cuando el judío se impuso por norma
sagrada el desprecio hacia todos los hijos de los padres condenados
por el pecado del padre de Abraham, atrayendo sobre un mundo inocente
el castigo debido a su culpa, siendo que hubieran debido andar,
como sus profetas, vestidos de saco y ceniza, aplastados por la
conciencia de ser los hijos del delincuente que atrajo sobre nuestro
mundo la ruina, cuyo pecado cargara sobre sus espaldas su Hijo,
el Cristo, el Hijo del hombre; cuando el judío le respondió a
la verdad divina con su ignorancia supina, a saber, todos los
gentiles son bestias, ese día, mucho antes del Nacimiento, se
selló la destrucción del Estado que había de nacer. Pues recordemos
que Isaías vivió antes de la destrucción del reino de Judá. Así
que infinitamente antes de producirse el regreso de la Cautividad
babilónica el misterio de la caída de los hijos del delincuente,
Adán, en el demonismo implicado en el desprecio al género humano,
esta Caída del Judío era ya visualizada por Dios y predicha por
El para que la lección resultante nos sirviera a todos de sabiduría.
Quiero decir, nada más caer Adán la visión que Dios tiene se torna
en juicio, ve el futuro del Mundo abandonado a las fuerzas destructivas
de la Muerte, y desde esta sabiduría de quien ha visto el fenómeno
muchas veces Dios profetiza, o sea, da a conocer el Fin al que
conduce la asociación infernal entre el mundo, el demonio y la
carne: “Polvo eres y al polvo volverás”. Dios no está hablando
de Adán en cuanto individuo sino de Adán en cuanto Cabeza del
Género Humano. El mundo, y por extensión todo mundo, abandonado
a sus propias fuerzas dirige su futuro al cementerio de su extinción
total. Dios se limita a descubrirle a Adán la consecuencia de
su delito. Es una consecuencia que deviene destino final de todo
pueblo y nación, y por implicación apocalíptica, el destino de
la Humanidad. Dios vio mundos sin número seguir ese camino y llegar
a ese punto. Y vio cómo el resultado final de la lucha entre el
Bien y el Mal es, siempre, la desaparición del mundo en el que
ha brotado el fruto de la ciencia maldita: la violencia como medio
de conquista del Poder, la muerte del otro como puente de acceso
al Imperio. El final de todo mundo atrapado en esta dinámica suicida
esquizoide psicótica agresiva es la extinción, que, por multiplicación
de esta fuerza en el tiempo, deviene apocalíptica. Adán también
ve este destino, lo comprende y huye de la presencia de Dios.
Su retirada es la retirada hacia adelante del loco asesino que
ve que sólo puede escapar de la ley matando más. Dios lo encuentra
en ese estado y su mente ve el resto del camino por el que la
Humanidad llegaría a su destrucción. “Polvo eres y al polvo volverás”.
No ha rechazado Dios a su pueblo, a quien de antemano conoció. ¿O es que no
sabéis lo que en Elías dice la Escritura, cómo ante Dios acusa
a Israel?
Pero... Si la visión fue según
Sabiduría, y el Juicio según Ley, la Sentencia fue según Justicia.
Contra el protestantismo calvinista, y los predeterministas fundamentaloides
seudocristianos, hay que decir que Dios contó con dos cosas a
la hora de darle mujer a su hijo Adán. La primera que dejados
solos superarían la Prueba de Obediencia a que había sido sometido
él; la segunda que ninguno de los hijos de Dios se atrevería a
intervenir en el Edén. La libertad, de todos modos, es suprema
y, creados a la imagen de Dios, la voluntad del Ser es la Herencia
escatológica que determina la Personalidad del YO
Soy que, en cuanto hijos de Dios, toda la creación recibe
como vestidura de Adopción eterna. La Ley era para todos. Cualquiera
que comiera de ese Árbol, moriría. Nadie, bajo ningún concepto,
debía alterar el curso de los hechos dispuestos por el Creador,
y cuyo resultado dependía exclusivamente de la Libertad de Aquel
hombre sujeto a Prueba de Fidelidad. La terrible sentencia de
la Ley: “Morirás, de comer”, tenía por extensión la propiedad
de erigir alrededor del Hombre un muro todopoderoso, de Defensa
contra cuya solidez ningún hijo de Dios debía acometer acción
de ninguna clase: bajo pena de Muerte. La confianza de Dios respecto
a la Obediencia de toda su Casa se basaba en un punto ontológico
decisivo, a saber, que siendo todos sus hijos Inmortales a Imagen
de la Indestructibilidad Divina, la Ley únicamente podría cumplirse
mediante el Destierro del Transgresor fuera de los términos de
la Creación. Con la Confianza puesta en el temor de sus hijos
a su Ley y Su esperanza en la Victoria de la Libertad humana,
Dios dejó el curso de los acontecimientos en las manos de la propia
naturaleza. Contra Su Confianza y sin defraudar Su Esperanza,
por en cuanto la Libertad humana fue forzada a actuar contra su
voluntad, pues que fue violentada su Inteligencia mediante una
Mentira, Dios regresa para encontrarse atrapado en una Trampa
Apocalíptica. Si no aplicaba la Ley se daba por sentado que este
precedente ponía a los hijos de Dios más allá de la Ley. Por el
Amor a sus hijos y en razón del Precedente que la Absolución de
Adán aportaría, Dios convertía su reino en un Olimpo de dioses
cuyos actos pasaban a ser inviolables, y cuyas personas pasaban
a quedar absoluta y eternamente fuera del alcance del brazo de
la Ley. Y si le aplicaba a Adán la Ley se encontraba Dios en la
posición del que, en razón de la complejidad de su Obra, tenía
que condenar a todo un mundo por el pecado de un sólo hombre.
Como ya dijo el Apóstol antes, hablando sobre el prototipo de
Cristo, Adán nació para ser la Cabeza del Mundo de los hombres.
Quiero decir, Dios dijo: “Hagamos al Hombre...”. No se refería
a un individuo en cuanto individuo sino al Género Humano en cuanto
un Único Cuerpo cuya Cabeza era Adán. Caída la Cabeza, Adán arrastraba
en su Caída a todas las naciones de la Tierra. Caída de su Mundo
de la que Dios excluyó a Abraham y su Descendencia.
¿Por qué? ¿Por qué excluye a
los hijos del delincuente y abandona a los hijos de los inocentes?
La respuesta del Judaísmo, que heredaría el Islam, y adoptarían
desde el principio algunos círculos cristianoideos, sería una
versión del demonismo causante de la rebelión contra la Ley que
los hijos de Dios protagonizaran en su búsqueda de la transformación
del reino de Dios en un olimpo de dioses asesinos. O lo que es
igual: Dios es Todopoderoso y no tiene por qué explicarle absolutamente
a nadie el por qué de lo que hace. Porque es Omnipotente puede
hacer lo que le dé la gana sin basar su acción y comportamiento
en justicia ninguna. La única postura del hombre es arrodillarse
y gritar: Dios es y Grande, Dios es Grande.
Este fue el grito de adoración
que los llamados ángeles rebeldes quisieron imponerle a Dios,
esperando que Dios retribuiría su adoración mediante el paraíso
de los dioses inviolables a la propia Ley Divina. Grito contra
el que Dios se rebeló aplicando la Ley según los términos escritos
y que comprendía en su extensión a todos sus hijos. Porque, ciertamente,
Dios no podía absolver a su hijo menor, Adán, en base a la falta
de libre voluntad durante el proceso de desobediencia sin proceder
a la anulación de la Ley; y su aplicación ponía la Gloria de Dios
en entredicho al condenar por el pecado de un sólo hombre a toda
la Humanidad. Pero, al no absolver a Adán Su Justicia se elevaba
a Gloria sempiterna, en razón de la cual la Muerte exigida por
la Ley le era aplicada a la parte rebelde en toda su extensión,
o sea, el destierro de los límites de la Creación de Dos, y abarcando
ésta en sus fronteras al Infinito y la Eternidad en tanto en cuanto
que son una sola cosa con Dios Creador, ¿adónde iría la parte
rebelde?
En la estructura de estas consecuencias
la parte del pueblo salido de aquel Adán quedó sellada cuando
Dios acogió su defensa en función de la fuerza que se le había
hecho a su libre voluntad. La Razón Sagrada que individualizaba
a la descendencia de Adán quedó recogida en la Promesa del Nacimiento
del redentor. Pero sobre el cómo y el cuándo se produciría este
Nacimiento y su Redención nada dijo Dios, y por tanto nada podía
saber el Judío. De aquí que, conociendo esta ignorancia, dijera
el Profeta:
“Señor, han dado muerte a tus profetas, han arrasado tus altares, he quedado yo solo, y aun atentan contra mi vida”.
Estamos viendo que no sólo el
pueblo judío sino que cualquier pueblo que hubiese sido sujeto
a la ley de sus padres hubiese actuado siguiendo la misma pauta
de comportamiento. La guerra que se estaba librando en la Tierra
implicaba al Cielo, y en sus Batallas la Humanidad era carne de
cañón, actores secundarios destinados a perecer durante la escena
sin más gloria que la pasajera atribuida a sus vidas por el director
de la Historia. La parte del pueblo judío, aunque principal, estelar
en tanto que personal y propia, se ajustaba al guión universal,
y dentro de ese guión básico, desconocido para el judío y reinterpretado
a su manera por el Judaísmo, que con sus prescripciones quiso
borrar el original, no escrito, sino en la Mente Divina, y poner
sobre la mesa el propio, interpretando la Historia Universal según
su propia inteligencia natural; la parte del pueblo judío era
la del asesino de profetas y, finalmente, del propio Redentor.
Nada ni nadie podría impedir que el Delito contra Cristo se ajustara
al Guión. Al fin y al cabo eso es la Biblia, un Guión. Guión cuya
Historia era el encuentro a Muerte entre el Hijo de Eva y el asesino
de Adán. Todo lo demás, el resto del mundo entero, incluidos los
judíos, eran actores secundarios cuyo papel estaba fijado alrededor
de ese Duelo Final de cuyo resultado dependía el Futuro de la
creación entera. Como lo reveló San Juan: La Muerte de Cristo
era una Necesidad. Y Dios, viendo el Duelo desde su Fuerza, predice
el Fin desde antes de producirse la Victoria de su Campeón, como
dice el profeta: Para que nadie creyera que no lo había anunciado
mucho antes de producirse. La confianza en Su Victoria era el
secreto mejor guardado del universo. Y sin embargo escrito: Dios
enviaría, para que se cumpliera la Ley, a su Unigénito, quien,
encarnado en una hija de Eva, nacería de Eva, y siendo hijo de
Dios, podía ser elegido para pedir Venganza por la sangre de su
Hermano Menor, Adán, padre de Abraham, padre de Jesús. Cómo, pues,
podían los hijos de Abraham conocer lo que era un Misterio para
el propio Satán, que se presentaba ante Dios como quien creía
que podría vencer en Duelo legal a cualquiera hijo de hombre,
pues la Ley era clara: El Vengador tenía que ser hijo de Eva.
De locura era pedirle a un hombre mortal que estuviera en el secreto
del que un Inmortal, teniéndolo delante, no podía descubrir su
enigma. De aquí la respuesta del Profeta:
Pero ¿qué le contesta el oráculo: “Me he reservado siete mil varones que no
han doblado la rodilla ante Baal”
Dios no repudió al Judío en
cuanto hombre, sino que repudió su religión en tanto que fue la
dogmática animal del Judaísmo la que arrastró a los hijos de Abraham
a ponerse de la parte del Diablo, y en cuanto fuerzas del infierno
se entregaron a las persecuciones contra los cristianos. Mas,
lo mismo el judío que el gentil ambos habían sido y seguían siendo
parte de una guerra entre el Cielo y el Infierno que, por fin,
se hacía humana en Cristo y abría sus filas al universo de las
naciones humanas para unidas en su Plenitud darle a Dios el Sí
a su Ley que le negara el Primer Hombre.
Pues así también en el Presente tiempo ha quedado un resto en virtud de una
elección graciosa.
El Guión Bíblico daba Fin a
una Era y Principio a otra. Y sin embargo si todos fuimos condenados
por un hombre, lo mismo el gentil que el judío, era natural que
Dios no exterminara a los hijos de Abraham sino que, sujetándolos
a la justicia, preservara su simiente para que su cuerpo conociera
igualmente la Gracia de la Redención. Si Adán no hubiera caído
la Humanidad no hubiera conocido jamás el infierno. Lo otro, exculparse
de toda culpa mediante el artificio de hacer descender de Adán,
según la carne, a todas las naciones, se llama Judaísmo. Este
Judaísmo fue el que Dios borró del mapa de la Historia y dispuso
que surgiera en el futuro a fin de que por el conocimiento de
su dogmática todos los judíos comprendieran la locura de su exculpación
en razón de una elección “no por la gracia” sino por el Poder
arbitrario de un Dios que por ese Poder puede hacer lo que le
venga en gana, condenar a un mundo entero por el pecado de un
sólo hombre, salvar a la descendencia de ese pecador y condenar
a la de los inocentes arrastrados al infierno por el pecado del
padre de esa descendencia elegida por la arbitrariedad de ese
Dios a conocer las mieles del Paraíso, en la otra vida, y en el
futuro de ésta la fruta prohibida del Emperador Universal Judío
que un día ha de nacer para dominar sobre todas las Naciones de
la Tierra. O séase:
Pero si por gracia, ya no es por las obras, que entonces la gracia ya no sería gracia.
No es que San Pablo fuera un
gracioso y se tomara a chiste las persecuciones de sus hermanos
de sangre contra los cristianos, en las que él mismo participara
tan alegremente. La Gracia de la que habla no es esa gracia. Tiene
que ver más con esa gracia que se aplica a un condenado a muerte
en cuyo delito es hallada una causa atenuante, originada la misma
en una fuerza externa mayor contra la que era imposible, por su
naturaleza, que el condenado venciese por sí solo. Hallada esta
fuerza mayor, el Juez aplica la Gracia, sin anular la pena debida
al delito cometido. Lo cual es evidente. El que derrama la sangre
humana debe cumplir la sentencia contra el delito, que es la muerte.
Mas es el propio Dios quien reconoce la existencia de fuerzas
mayores en razón de la cual se puede conceder la Gracia, es decir,
no la liberación de la pena pero sí la ejecución de la plenitud
de la sentencia. Es de esta manera que al preservar Dios a una
parte del pueblo judío, autor de la Muerte de Jesús y sus hermanos
en el espíritu de Cristo, la sentencia no es anulada y la destrucción
de su Estado y nación debía proceder según ley. Pero la misma
causa redentora ponía sobre la mesa del tribunal de los hijos
de Dios una razón de fuerza mayor, reconocida en la Necesidad
de la Muerte de Cristo, en orden a la cual la Gracia le era concedida
al pueblo carnal de Abraham y desde ella se ordenaba la conservación
de su vida, que de otra manera hubiese quedado sujeta a la ley
de extinción que sigue al delito. Gracias a esta Gracia el pueblo
judío tiene al tiempo presente: Vida, Estado y Nación.
¿Qué, pues? Que Israel no logró lo que buscaba, pero los elegidos lo lograron.
Cuanto a los demás, se han encallecido.
Obvio, pues era imposible que
Dios le concediera a un hombre lo que le negara a un hijo de Dios,
a saber, sentarse en el Trono de Dios como rey universal sempiterno.
Pero me diréis, ¿es que acaso los hermanos de Cristo no fueron
hombres? A lo cual yo respondo: En efecto, porque siendo coherederos
del Heredero de Adán a ellos les pertenecía el Reino. Que Dios
hizo efectivo al hacer que este Heredero fuera el Señor legítimo
de este Trono, Jesús, quien uniéndose por su Encarnación a la
Descendencia de Eva hacía partícipe de su Corona a sus Hermanos,
los elegidos de entre los hijos de los hombres. Partícipes, pero
no dueños. Coherederos, pero no propietarios. Hijos, pero adoptivos.
Sólo hubo un Heredero Universal Sempiterno: Jesús, Dios Hijo Unigénito,
a quien por derecho Divino le corresponde el Reino de Dios y por
Derecho de Encarnación la Corona de Adán, que en David se hizo
Universal, adelantando de esta manera Dios, Padre de Jesús, la
Revolución sin precedentes que se produciría en la Creación a
partir de la Resurrección. Mas para que hubiera Resurrección había
de producirse la Muerte.
Según está escrito: “Dióles Dios un espíritu de aturdimiento, ojos para no
ver y oídos para no oír, hasta el día de hoy”
La misma ley que encerró a los
gentiles en los calabozos de la Muerte, pagando el pecado que
sólo Adán cometiera, tendría que hacer efectiva su extensión a
los hijos del pecador. Si por un tiempo los judíos fueron tenidos
aparte, aunque dentro de aquel mundo por su padre carnal arrojado
al infierno, la valla que Moisés levantara a su alrededor mantuvo
las llamas de ese fuego alejadas de Israel, que siempre tuvo a
Dios dentro de su Historia. Pero la Necesidad había impuesto su
Ley mucho antes de nacer Moisés y había de llegar el día en que
los judíos habían de gustar el significado de vivir sin Dios,
abandonado a las fuerzas del infierno sin más medios de defensa
que la propia ley humana. Tal es el estado al que fueron arrojados
los gentiles por el pecado del padre carnal de los judíos. Viendo
la Necesidad dijo el rey de los profetas:
Y David dice: “Vuélvase su mesa un lazo, y una trampa, y un tropiezo, en su
justa paga
Nada ni nadie podía detener
la fuerza de los elementos desatados por la Caída. Los profetas
lo sabían y la Historia les ha dado la razón: la Biblia es un
Guión al servicio de la Glorificación del Hijo Unigénito de Dios,
en cuya Mano dejó su Padre el Futuro de su Reino y de su Creación
entera. Los judíos no podrían vencer el poder de la fuerza de
las tinieblas que su padre carnal desatara sobre la Humanidad
el día que Dios retirara la protección bajo cuyo sello habían
vivido durante milenios. Ahora bien, la Ley es Universal y es
el propio David, gloria del Judío, quien se pone a bailar desnudo
para escándalo de su pueblo en honor de su Incorruptibilidad.
“El que derrame sangre humana por mano humana será derramada la
suya”. La Ley no distingue entre judíos y gentiles. Y en honor
de esta universalidad, celebrando David el Juicio de Dios, bailó
desnudo el Héroe; baile que, viendo la Muerte de Cristo, se resolvería
al final sobre la tumba de su propio pueblo. De aquí que insista
, diciendo:
Oscurézcanse sus ojos para que no vean y doblegue siempre su cerviz
No todos son malas noticias
empero. Y aunque se hable así para hacer recapacitar al judío
que vive sobre su dogmática fuera de tiempo y lugar, únicamente
un ignorante puede olvidar que David estaba bailando sobre la
tumba del Diablo y celebrando la Victoria del Hijo de Eva, y con
su pluma abogaba ante Dios por el Juicio desde antiguo escrito:
“Si comieres, morirás”.
Que se cumpla, pues, Destierro
eterno de los términos de la Creación para los que un día fueron
hijos de Dios, y entre ellos distribuyera Dios los pueblos de
la Tierra.
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