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La gentilidad desconoció a Dios
Pues la ira de Dios se manifiesta desde el cielo sobre
toda impiedad e injusticia de los hombres, de los que en su justicia
a aprisionan la verdad con la injusticia.
Entramos en el
templo vivo de la sabiduría divina, derramada en los hombres,
tal cual se dispuso al Principio de la Creación de los Cielos
y la Tierra, antes de la Caída de Adán, y por las circunstancias
de la Traición de una parte de la Casa De Yavé desplazada hasta
la Plenitud de los Tiempos. Así es, en ninguna cabeza cabía que
una criatura se atreviese a alzarse en guerra contra su Creador.
Pero así fue. La Palabra es, sin embargo, la Roca sobre cuya indestructibilidad
ha forjado Dios su Reino, de manera que diciendo: “Hagamos al
Hombre a nuestra imagen y semejanza”, es decir, hijo de Dios,
y siendo Adán la cabeza de ese Hombre, hasta que el Universo entero
alcanzase esa Forma nada ni nadie podría impedir que la Voluntad
de Dios se realizase, aún cuando el propio Hijo Unigénito de Dios
tuviese que bajar al Infierno a rescatar al Hombre de su Castigo
por adhesión a los planes malignos del Diablo. Ahora bien, esta
adhesión por la que el Hombre se ganó la condena y su expulsión
del Paraíso, no fue ejecutada con pleno conocimiento de causa,
según vino a demostrar nuestro Padre, Cristo, sino que el Diablo
se sirvió de la ignorancia de Adán respecto a sus planes malignos
para empujarnos a todos lejos de la Obediencia al Espíritu Santo.
Es decir, desde el Principio Dios le ha manifestado al Género
Humano, de muchas formas y en muchas lenguas, la posición de su
Justicia sobre quien negando Su existencia anula la Ley Universal
para imponer la suya propia, abriendo de esta manera un agujero
negro en el seno del Universo, puerta que da directamente a su
destrucción y conduce a los transgresores al suicidio eterno.
Obviamente la posición desde la que los hijos de Dios de la Plenitud
de las Naciones observamos y vivimos la Justicia Divina frente
a la injusticia humana está fundada en la experiencia. En el espíritu
y en la experiencia. Por el Espíritu sabemos sin necesidad de
vivirlo que el fin de todo Reino dividido en sí mismo es la destrucción.
Por la Experiencia lo sabemos porque lo hemos vivido y lo estamos
viviendo en las carnes de nuestro mundo: la injusticia de quienes
odian la Justicia de Dios se viste de ciencia para, negando la
existencia de Dios, imponer su ley de opresión y esclavitud de
los pueblos. La sentencia divina contra quienes niegan la existencia
de Dios, permitiendo en el Universo la instauración de un régimen
infernal es, ciertamente, conocida. Su fin, como se ha visto en
los últimos tiempos, es la caída; lo cual no quiere decir que,
enloquecidas por la negación de Dios, otras naciones sigan persistiendo
en el camino que las conduce a la ruina. No hay más Justicia Divina,
en efecto, eterna y perfecta, que la de Dios, por la cual todos
somos hermanos y todo nos pertenece a todos. Desde este Principio
de Igualdad todas las cosas están sujetas a la satisfacción de
la necesidad de toda la Familia Humana, siendo un delito contra
la Humanidad la Propiedad sobre lo que es de Dios, Único Señor
de todos los bienes de la Tierra.
En efecto, lo cognoscible de Dios es manifiesto entre
ellos, pues Dios se lo manifestó;
Todas las religiones
de todos los tiempos y lugares conocieron lo cognoscible de Dios:
su todopoder y omnipotencia. Los archivos de las civilizaciones,
perdidas o muertas, y de las que aún persisten, bien en sus sistemas
idolátricos bien en sus monoteísmos a la carta, dan testimonio
de la cognoscible de Dios: su eterno Poder y su infinita Sabiduría.
Aún la religión de la Ciencia, el ateísmo científico, declara
con su Razón que tales son los atributos naturales cognoscibles
de Dios. Es, pues, universal el conocimiento de lo cognoscible
de Dios, que se manifiesta en la Naturaleza a la manera que la
savia forma parte del árbol y lo alimenta. Y es que la Idea de
Dios en tanto que Ser Supremo, Gran Espíritu, Dios de dioses,
Creador del Cielo y la Tierra le es innato a todos los pueblos
desde los orígenes del ser humano. Negar esto es negar la Historia
del Hombre. Entrar en la polémica sobre la relación entre esa
Idea y el comportamiento del Género Humano tras la Caída de la
Primera Civilización es un debate que se incluye en la Teología
del Cristianismo; hacerlo desde una Antropología de la Sociedad
es falsificar la Naturaleza del Universo. El efecto de esta manipulación
esquizofrénica de los Orígenes del Mundo -poner donde una vez
hubo un Paraíso... un Infierno- ya ha campeado alegre por el siglo
XX. No es que no lo hiciera antes, lo que pasó es que en el siglo
XX el árbol de la ciencia del bien y del mal extendió sus ramas
a la Plenitud de las Naciones de la Tierra. Todas conocían lo
cognoscible de Dios, empero todas caminaron hacia el campo de
batalla de Gog y Magog.
Porque desde la creación del mundo, lo invisible de
Dios, su eterno poder y divinidad, son conocidos mediante las
obras. De manera que son inexcusables...
La Historia de
las Civilizaciones habla por sí sola sobre la relación entre la
Idea de Dios y los Orígenes del Mundo. La falsificación esquizoide
del ateísmo científico -tocando el tema de la naturaleza religiosa
de los primeros pueblos del Género Humano- es un clásico a estas
alturas. Nada más contrario a la verdadera línea del tiempo evolutivo
de las sociedades humanas que esa serpiente venenosa que, para
explicar la conducta criminal de las naciones, la ciencia puso
por útero y placenta en la que se criara el ser humano. Desplazar
la línea filogenética humana desde el Homo Sapiens al Simio Antropos
y de éste al Anfibio sólo podía complacer a la Serpiente del Edén,
pero en ningún caso reflejar la verdadera línea que siguiera la
Vida en la Tierra desde el Barro a aquél hijo de Dios llamado
Adán.
Por cuanto conociendo a Dios, no le glorificaron como
a Dios ni le dieron gracias, sino que se entontecieron en sus
razonamientos, viniendo a oscurecerse su insensato corazón; y
alardeando de sabios, se hicieron necios.
Lo inexcusable
al término del párrafo anterior procede de la relación entre el
hombre y su conducta. Es de derecho y ley que el Apóstol se refiere
a quien conociendo a Dios se alza contra su Reino. Pues de no
ser así San Pablo estaría condenando a Cristo por excusar en la
ignorancia de Adán los crímenes de todos aquéllos que en su Sangre
encontraron el Perdón, es decir, todos nosotros. En lo demás,
su afirmación es tan verdadera y cierta como que todos los días
sale el sol. Conociendo la existencia de un Dios de dioses, Creador
del Cielo y de la Tierra, todos los pueblos se abandonaron a los
razonamientos tortuosos que proceden de la experiencia solamente.
Pero si la experiencia es la madre de la ciencia, la ciencia no
es la madre del hombre; es la religión. Mas como el hombre deja
por su mujer a sus padres, así la ciencia a la religión, con la
variante errónea de poner en el horizonte del hombre una bestia
donde la Naturaleza puso un hijo de Dios. La sabiduría de esta
bestia, así pues, es la consagración de la necedad como cabeza
rectora de la Academia de las Ciencias.
Y trocaron la gloria del Dios incorruptible por la
semejanza de la imagen del hombre corruptible, y de aves, cuadrúpedos
y reptiles.
Ayer, muy lejos
en el tiempo… Ayer, a la vuelta del milenio que acaba de nacer,
los sabios trocaron la imagen del Hombre que el Dios incorruptible
concibiera al Principio de la Creación por la de un Superhombre...
Ellos -los sabios del siglo XX- sí que son inexcusables pues que
conociendo a Dios por las obras de Cristo trocaron la semejanza
de Dios en la bestia que eligieron por modelo de conducta.
El castigo de
la gentilidad
Por esto los entregó Dios a los deseos de su corazón,
a la impureza con la que deshonran sus propios cuerpos
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