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EL EVANGELIO DE CRISTO
21 La justicia
de Dios para con los gentiles y los judíos
Estamos viendo
cómo la palabra es el retrato para la posteridad de un hombre…cuando
hablamos de un hombre de verdad- se entiende. Tratar de captar
el ser, la mente de un hombre para quien la palabra es un arma
de manipulación y un medio de alcanzar poder y riqueza, es un
ejercicio que los sabios reservamos para los idiotas. Desgraciadamente
el mundo está lleno de idiotas bailando al son de las palabras
de semejantes seres cuya imagen en el espejo debe configurarse
partiendo de todo lo contrario de lo que sale por sus bocas, y
cuando dicen pan hay que leer hambre, y donde ponen paz hay que
entender Guerra, y donde dicen prosperidad hay que darle la bienvenida
a la miseria. Seguramente quien sigue estas líneas sabe de lo
que estoy hablando, pues confío en no estar derramando mi verbo
a los pies de esa clase de necios sobre los que la otra clase
funda y arma su gloria. Como dijo alguna vez alguien: para que
haya un listo debe haber un imbécil.
Pero para que
haya un sabio no es necesario que haya un necio, la Sabiduría
se basta por sí sola.
De lo que estamos
viendo, nada más contrario a San Pablo que la imagen para consumo
de idiotas, elaborada por una raza de necios, en vías de extinción,
afortunadamente, y contra la que nos libraremos de colgarle el
cartel “en peligro de extinción”. Dejemos que se extinga, y cuanto
antes mejor. Esa imagen insana, demencial y bastarda, reflejo
de la mente de sus autores, qué duda cabe, pues del agua es la
humedad y del calor la sequedad, y así del idiota es la idiotez
y como de la tierra la lluvia, el necio y el ignorante se alimentan
ambos en concordia. Especialmente cuando en su paranoia infrahumana
adoctrinan a su progenie en el espíritu de gloria mundana afirmando
que San Pablo y no Jesucristo fue el Autor del Cristianismo, es
decir, de la Idea que el Cristiano tiene de Jesús y la Iglesia.
Dedicarle una palabra de sobra a cerebros dotados de nivel intelectual
subcero es igualarse al loco o al niño en el tema de la disputa;
con un niño se razona, no se discute; y a un loco se le da la
razón, no se entra en discordia. Pero claro, por naturaleza el
necio tiende a dárselas de sabio y el ignorante de intelectual,
sufriendo las consecuencias un mundo sujeto a la ley del poder,
a saber, la palabra no es el reflejo puro de la esencia del ser
humano, sino el colmillo y la garra con la que la bestia política
destroza a los nacidos para saciar la sed y el hambre de poder
y riqueza de sus majestades y sus eminencias. Nada, entonces,
más contrario a semejante clase infrahumana que la veracidad imperecedera
e inmaculada de un hombre que firma su palabra con su propia sangre,
no con la del prójimo sino con la suya propia, y por su palabra
pone no sólo la mano en el fuego sino el cuerpo entero. Es por
esto por lo que la Iglesia viene diciendo hace mucho tiempo, que
la veracidad del Evangelio se funda en la sangre de sus Actores,
sangre que deviene el mejor documento histórico que investigador
alguno pueda analizar a la hora de entrar en el misterio de la
Concepción y Resurrección de Cristo, y por ende del Nacimiento
del Cristianismo. Para desafiar lo que es evidente, sin embargo,
no hace falta más que un necio, un listo y un loco juramentados
en alguna organización dedicada al satanismo más utópico, de cuyo
tipo, aun proclamando su santonería, existen muchos ejemplos.
Entrar en el análisis, por tanto, de la palabra de un hombre para
quien su palabra es ley es abrir la puerta a su mente, sin importar
la distancia en el espacio y el tiempo, y ni aún la propia muerte.
Es la virtud, el don, el poder de la palabra, transmitir comunicar,
encarnar el pensamiento, la sustancia y la esencia más profunda
del ser. Se comprende porqué los profesionales la usan como escudo
de tinieblas detrás de cuyos artes mágicas esconden de la Mirada
del prójimo la verdadera cara de sus intereses. La palabra, de
por sí, es pura y tiende a hacer su trabajo: pintar en la inteligencia
el cuadro de la verdadera personalidad del Ser.
Ahora bien, si hacen falta dos para que haya bien y mal, también es necesario que donde haya un listo haya un tonto. Quiero decir, el enigma de la palabra viene con el poder que despierta en la inteligencia del que escucha, en virtud de cuyo poder transforma la inteligencia del lector en el pintor del cuadro que en su seno porta la palabra desde el punto de partida al punto de llegada. Mas para que se cumpla este misterio deben darse dos condiciones, que las dos terminales sean de la misma naturaleza. Es teniendo en cuenta esta verdad apasionante que San Pedro diría sobre San Pablo que eran muchos los indoctos que pervertían su palabra ante la imposibilidad de sus cerebros para manejar el pincel al punto y perfección que implicaba la inteligencia del autor; impotencia que ocultaban bajo la capa mágica de una interpretación antitética. Que es, en realidad y en última instancia, el resumen del problema de la inteligencia humana ante la Palabra del mismo Dios. Queriendo el hombre dárselas de sabio y no admitiendo que su nivel intelectual pueda de por sí ponerse a la altura de la Inteligencia Divina, se niega a creer que su incapacidad para comprender a Dios se deba a falta de inteligencia, y concluye diciéndose que la falta se debe a que, finalmente, Dios no existe. Como he dicho antes para que exista un listo debe haber un idiota. Y bueno, que ellos se la pelen y ellos se la coman. Nosotros sigamos dibujando la verdadera Imagen de la Mente y Ser de San Pablo partiendo de su palabra.
¿Qué diremos, pues? ¿Que hay injusticia
en Dios? No,
Y en este capítulo
y ahora vamos a realizar una primera razzia en la tierra de los
predestinacionistas de la nación calvinista. Pues se verá que
desviándose del camino de la verdad se llega a la interpretación
maligna que el protestantismo en su versión fundamentalista, representada
por el eminente Calvino, puso en escena, celebrando su coronación
en orgía de asesinatos sin número, ¿porque, qué injusticia puede
haber en matar a quien Dios de por sí ya condenó al infierno?
Calvino se respondió: Ninguna, la injusticia es permitirle que
vivan. Nietzsche, partiendo de la locura para terminar loco de
atar, lo dijo a su manera: La justicia se cumple ayudándoles a
morir. Y bueno, Hitler no hizo otra cosa que poner manos a la
obra, darle un cuerpo a este hit parade, mix entre el fundamentalismo
protestante y el darwinismo integrista imperial británico. (Aquí
cabe un aplauso para los dos padres putativos del nazismo ideológico
en su versión evolucionista. No es obligatorio pero sí queda simpático).
Entremos pues en materia.
¿Fue Dios injusto
al condenar a un mundo entero por el delito de un sólo hombre?
¿En qué código
de justicia leemos que por el delito de un particular deba ser
condenado todo su pueblo?
Para alcanzar
la respuesta tenemos que arrancarnos la viga del ojo. El Judaísmo
pecó de Necedad absoluta, que devino su legado nacional, y estuvo
en la causa de su Ignorancia, interpretando la Biblia tal cual
la Letra viene en el papel. Dios no es hombre. Y aunque la palabra
pueda ser la misma el mensaje es totalmente diferente, más rico
en extensión y profundidad. Pues el mensaje de una palabra crece
con el tiempo y se transforma con el crecimiento de la inteligencia
del ser. De manera que una palabra que en su origen naciera con
un mensaje desnudo al cabo de los milenios acaba teniendo un contenido
profundo y extenso en lo que es un reflejo de la propia evolución
y desarrollo desde la cuna a la madurez de la inteligencia.
La Ignorancia
del Judaísmo sobre la verdadera Identidad de Adán y su Mundo,
la Serpiente y su Causa, y la verdadera naturaleza del árbol de
la ciencia del Bien y del Mal, pasó al Cristianismo en tanto en
cuanto los primeros cristianos fueron en su inmensa mayoría judíos
de nacimiento y se formaron intelectualmente en esa cultura de
Ignorancia cuyo tope sería la Crucifixión de Cristo. Podemos decir
que esa Ignorancia se reduce a Adán en cuanto el Primer Hombre
según la carne y al Sexo en cuanto el fruto del árbol prohibido.
Partiendo de esta Ignorancia llegaron los judíos al Gólgota y
los cristianos a la necedad fundamentalista anticientífica que
niega lo evidente y afirma lo irracional, fruto de cuya Ignorancia
sería la división de las iglesias y su ramificación ad infinitum,
la consecuencia tope de cuyo movimiento ha de ser, si Dios no
lo remedia, la destrucción del cristianismo.
¿Hay, hubo, o
habrá injusticia en Dios? Pensemos que para un observador sin
conocimiento de las causas motoras desde las cuales fue puesta
en movimiento la reacción en cadena precursora de las circunstancias
de nuestro mundo, extender la condena contra el delito de un particular
a todo su pueblo, en este caso el pueblo de la Tierra, no es ya
una injusticia sola, es además un acto de despotismo. Tomando
esta Ignorancia como modelo de sabiduría la raza del necio hace
ya tiempo que puso en circulación su doctrina demencial de ser
el Dios de la Biblia un déspota cuya existencia en tanto que Dios
es imposible porque Dios es el súmmum del Amor y la Bondad, o
lo que es lo mismo, si Dios existe Dios sólo puede ser el Tonto
Perfecto. ¿O acaso ser bueno en este mundo no es ser un tonto
de las narices?
Al hacer San Pablo
la pregunta en voz alta si es Dios justo o injusto lo primero
que debe tenerse en cuenta es que la cuestión se dirige a la inteligencia
natural de un hijo de Dios, que es la que heredara el cristianismo,
¿o acaso el Cuerpo no participa de las propiedades y cualidades
de su Cabeza? Y en tanto que hijos de Dios, lo mismo el que escribía
como el que leía, habían superado la Ignorancia siguiendo cuya
fuerza irracional los judíos se alzaran contra Jesucristo.
La respuesta,
Ayer, Hoy y Siempre es “No”. Es más, Dios hubiera cometido una
Injusticia aberrante y maligna de no haber aplicado la Ley en
razón del parentesco que le unía a los delincuentes, dando lugar
así a la corrupción - por aplastamiento del Juicio prescrito para
el Delito de Desobediencia y Rebelión contra su Reino. El Necio
no lo entiende y por más que el sabio se lo explique, como el
discurso con un burro es ejercitarse en la demencia, la explicación
es siempre la caída de un euro en bolsillo roto.
Inútil decir que
la Ciencia del Bien y del Mal implica una evolución en el conocimiento
de ambas dimensiones, y que viendo hacer el Mal a muchos se aprende
con más rapidez las profundidades y extensión de lo que el Mal
sea, y si encima lo sufres en tu carne se cumple la ley científica
por excelencia que dice que la experiencia es la madre de la ciencia.
Y en tanto que ciencia tiene sus leyes, desde las cuales Dios
se permitió decir que Abriendo la Caja de Pandora andando por
el camino de la Guerra se llegaba a la muerte. Hay que ser un
verdadero necio para negar esto. Y con todo, siendo el Primer
Hombre una criatura sin conocimiento de ninguna clase del Bien
y del Mal, por qué había de morir de comer del fruto prohibido
de la Ciencia del Bien y del Mal, tenía que resultarle un misterio.
Ni Dios mentía ni el Hombre entendía. Seis milenios después el
que no entiende es porque no quiere entender, es más, no entiende
porque tiene en la Guerra su negocio.
El Hecho es que
si la Justicia de Dios demostró su Incorruptibilidad al no limitar
su Ley a la relación entre el Juez y el Delincuente, nosotros,
sabios, damos un paso más adelante y entramos en la propia Mente
Divina, que es a la postre el término al que conduce la Palabra
de la Biblia.
En el Juicio al
Primer Hombre la Ley se manifestó en su naturaleza de expresión
todopoderosa de una Realidad Universal existente de por sí y en
sí, que trasciende a Dios y en Dios se hace trascendente. Es el
propio Dios quien viviera el Bien y el Mal, y de la experiencia
eterna hizo Ciencia, descubriendo sus Leyes sempiternas, existentes
de por sí y trascendentes a la propia Voluntad Divina, pero Ley
con la que Dios se identifica y respecto a la cual se convierte
en su Juez para, haciendo Justicia, impedir que sus efectos causen
el Movimiento de Destrucción a que por su naturaleza la Ciencia
del Bien y del Mal tiende. No es, por consiguiente, una imposición
arbitraria la que causa el Mandato de Prohibición. Y no fue un
Juicio despótico el que estuvo en la base de la Condena del Pueblo
de la Tierra por el delito de un sólo hombre, pues ese hombre
era la Cabeza de su Mundo, y muriendo la cabeza tiene que morir
el cuerpo, a no ser que alguien encuentre la fórmula contraria
y un cuerpo pueda vivir sin su cabeza. Esto hablando a lo bruto.
Entre hijos de Dios ahora, el silencio del Juez por orden de Dios
en base a Su parentesco con los delincuentes hubiera sentado un
precedente sempiterno en razón del cual todos los hijos de Dios
quedaríamos más allá de la Ley y tendríamos Poder Absoluto para
cometer ese delito que al Pueblo le está Prohibido bajo pena de
muerte. Dios no podía, siendo un Padre maravilloso, sentar dicho
precedente. El Padre en Dios no se alzó contra el Juez en Dios,
ni el Juez esgrimió la Ley contra el Padre.
Así, pues, ¿fue
justo Dios?
pues a Moisés le dijo: “Tendré misericordia
de quien tenga misericordia, y tendré compasión de quien tenga
compasión”.
Más justo imposible.
Porque la Ley tiene por misión establecer ante los ojos de todos
la verdadera expresión de una Realidad Universal bajo cuyas luces
se mueven todas las fuerzas que hacen posible la Vida. Pero en
un mundo en el que la ley no es expresión de esta Realidad y sí
de los intereses particulares de ciertos grupos específicos esa
ley es germen de crimen y corrupción, las dos piernas sobre cuyos
huesos y músculos se mueve la Guerra. En este tipo de sistema
personal y nacionalizado la justicia sucumbe a la delincuencia,
y contra natura diferencia entre cabeza y cuerpo, absolviendo
al autor intelectual del delito y condenando al brazo ejecutor,
orden destructor que se reviste de sacralidad al extender sobre
los forjadores de este delito el estado que los mismos demonios
exigieron para sí en el Edén, a saber, Inmunidad e Inviolabilidad
de su personas. Dios, en tanto que Padre y en tanto que Juez,
dio su “NO” absoluto y eterno a este estado de Inviolabilidad
e Inmunidad que sus hijos rebeldes quisieron obtener mediante
el asesinato de su hermano menor. Al fin y al cabo teniendo el
Poder de resucitar al hombre la Ley se reducía a un simple juego.
No le estaban pidiendo a Dios nada que El no pudiera conceder.
La transformación de su Reino en un Imperio gobernado por una
casta de criaturas más allá del alcance del brazo de la Ley no
le supondría a su creación una ruptura de Constitución tal que
por ese agujero negro entrase el fantasma de la destrucción total.
¿Debía Dios por
amor a sus hijos permitir que el Mal y el Bien conviviesen, que
el terror y la libertad, que la Paz y la Guerra fuesen las dos
caras de su Rostro? En absoluto. El que quiere el Mal, con el Mal
se encuentra; el que ama el Bien y lo hace, con el Bien le paga
quien hizo del Bien, puestos ya en el Dilema, su Norte y su Bandera.
Por consiguiente, no es del que
quiere ni del que corre, sino de Dios, de quien tiene misericordia.
Efectivamente,
más allá del dolor por la Caída, la propia Creación puso sus ojos
en Dios y fue el propio Dios quien fue condenado por su Casa,
por cruel y déspota contra unos hijos a los que no les permitió
el placer de jugar a ser dioses, inviolables e inmunes frente
a las consecuencias de sus actos. Alzar Dios su Bandera y su Estrella
en las tinieblas de la Confusión que la Ignorancia en la que hundiera
la Caída a nuestro Pueblo, devino Prioridad. Tanto para que sus
hijos no de nuestro Pueblo hiciesen su elección final cuanto para
que procediéramos nosotros a otro tanto.
Porque dice la escritura al faraón:
“Precisamente para esto te he levantado, para mostrar en tí mi
poder y para dar a conocer mi nombre en toda la tierra”.
Las circunstancias
impuestas por la necesidad Dios puso en escena un Proyecto de
Formación del Hombre dentro de un Plan de Salvación Universal
que al Principio no figuró en ninguna parte. Si al principio la
Naturaleza y el Universo servían a su Creador para despertar en
la inteligencia humana el destello de su potencia, una vez roto
el Proyecto original, la acción divina hubo de labrar su camino
por las aguas de un mundo cada siglo y milenio más cerca del abismo
de su destrucción. Forzado a concentrar su acción en una parte
en detrimento del todo su puesta en escena debía dar lugar a los
efectos más contundentes. Como se viera, cual nos dice el Autor,
en el desarrollo de los acontecimientos de los que fueran protagonistas
Moisés y el Faraón. La parte del hombre en tanto que individuo
quedó relegada a la Formación del hombre en cuanto Género, razón
por la cual dice San Pablo:
Así que tiene misericordia de quien
quiere y a quien quiere le endurece.
No podía ser de
otra forma. Una vez declarada la Tierra campo de batalla entre
dos formas de concebir la Vida y el Universo, y siendo los enemigos
en estado de Guerra el mismo Dios y una parte de su propia Casa,
atrapado el Hombre en el fuego cruzado sobre una tierra de nadie
que era la suya sin embargo, la complejidad de la Omnisciencia
Salvadora no podía detenerse en las propiedades del individuo
en tanto que individuo y por fuerza y lógica debía mirar al Todo
en preferencia a la Parte. El Hecho de escribir la Historia del
Futuro implicaba la dirección del conjunto escénico en su totalidad,
la Mente siempre puesta en la Esperanza de Salvación Universal
desde la que el Guión comenzara a ser escrito.
Pero me dirás: Entonces, ¿por qué
reprende? Porque ¿quién puede resistir su voluntad?
Ciertamente nadie.
Pero de hecho la resiste todo el que quiere. A causa de la Ignorancia,
se entiende. Y este entendimiento referido a nuestro Pueblo. Es
evidente que la Casa Rebelde se opuso a su Voluntad con pleno
conocimiento de causa, razón por la que el Juicio Final contra
los hijos rebeldes es el Destierro eterno de la Creación de Dios.
Lo cual no quita que una vez conocida toda la verdad la raza humana
esté capacitada para resistir su voluntad y seguir el ejemplo
de los demonios en desprecio al de Cristo. Resistir, con todo,
no quiere decir vencer; simplemente quiere decir elegir ser perdedor
con los perdedores. La sola idea de enfrentarse a Dios es demencia.
Y la sola esperanza de cerrarle el paso a su Voluntad es locura
al cuadrado. La cuestión se centra en conocer esa Voluntad para
no encontrarse en la ignorancia delante y debajo de sus piernas,
cosa que le incumbe a quien le interesa y a las Iglesias sin excusa
de ninguna clase. Pues el mismo que dijera: “Si comes, morirás”,
dijo más tarde: “Todo reino y casa en sí dividida será destruida”,
y siendo el cristianismo y las Iglesias el reino y la casa de
Dios en la Tierra únicamente a un demente se le ocurriría pensar
y creer que por ser Casa y Reino de Dios la Ley dejaría de seguir
su curso. El demonismo consistió y consiste en creer que la Ley
no seguirá su curso en razón del parentesco entre el Juez y el
Delincuente. No le conviene al Cristiano seguir ese ejemplo, como
se ve por los hechos.
¡Oh hombre! ¿Quién eres tú para
pedir cuentas a Dios? ¿Acaso dice el alfarero: Porqué me has hecho
así?
Y, con todo, vemos
que la Desobediencia en la Ignorancia estaba escrita. No una sino
dos veces. Primero en carne y luego en Espíritu el mismo que dijera
que el Enemigo sembraría su semilla maldita en su Reino, insistió
en ello al profetizar una fecha para el comienzo de esa actividad
maligna. Al final del Primer Milenio, según consta en el Libro.
¿Por qué, entonces,
conociendo Dios que de liberar al Diablo se produciría esa Siembra
liberar al Enemigo de su Reino y Casa? ¿No hubiera sido infinitamente
más sabio, conociendo de antemano que la Liberación del Diablo
produciría la división de las iglesias, mantener bajo cadenas
al Enemigo del Cristianismo hasta el Día del Juicio Final? ¿Qué
contradicción es ésta?
¿Por qué conociendo
la naturaleza falible del hombre, ya demostrada en el Edén, y
no habiendo sido eliminada la ignorancia de la Fe, volvió a liberar
a la Serpiente? ¿Sabiendo que existiendo un Mandato de Unidad
Cristiana Universal el Diablo se lanzaría directamente, mediante
la Desobediencia, a destruir de la Obra de Jesucristo: por qué
Liberar al Sembrador Maligno?
¿No es un terrible
misterio el que venciendo al Enemigo y apartándolo de la escena
se le deje libre luego para desfogar su impotencia contra la Casa
construida por el Vencedor entre las naciones de la Tierra? ¿Se
debe inferir de aquí -como hicieron Calvino y su raza- que Dios
mantiene esa injusticia por la que antes de hacer ni bien ni mal
es condenado el hombre y en consecuencia la muerte del condenado
es legítima a manos de los bendecidos por una elección todopoderosa
no sujeta a justicia?
¿Qué clase de sabiduría sino la de un demonio
puede alzarse para imputarle a Dios la muerte de sus criaturas
y en nombre de esa injusticia que procede del Poder y no de la
Ley alzarse como brazo ejecutor de un pueblo abandonado a sus
fuerzas? ¿Qué doctrina sino la de un enemigo de Cristo puede atreverse
a condenar a una parte de la Casa de Dios para justificar su desobediencia
al Mandato Divino en la conducta corrupta que procede de la Ignorancia
de esa parte causante con su conducta impropia del delito de Desobediencia
de la parte que condena?
¿Un Dios que condena
y salva cuando la criatura no ha hecho ni bien ni mal no es un
demonio? Y con todo es verdad que Dios amó a Jacob y odió a Esaú
cuando éste aún no había hecho ni bien ni mal, como dice nuestro
Apóstol. Ahora bien:
¿O es que no puede el alfarero hacer
del mismo barro un vaso para usos honorables y otros para usos
viles?
Hay dos mundos,
hay un Antes y un Después. De una Ignorancia absoluta, total,
pasamos, en cuanto género humano, a una Ignorancia relativa, parcial.
De manera que aplicarle la ley Antigua al mundo Nuevo surgido
de la Resurrección de Jesús es aborrecer lo que Dios hizo y hacer
de la Ignorancia absoluta anterior a Cristo la Sabiduría suprema,
máxima desde cuyos axiomas anticristianos -por antiguos- refundar
el Cristianismo. Obviamente y sujeta la Fe a la Ignorancia, en
razón de lo cual dijera San Pedro, hablando de la fe: “Vuestra
fe, que se corrompe”, el Plan de Salvación Universal del Género
Humano seguía sujeto a las circunstancias no implícitas en el
Proyecto Original, y de aquí que la creación del futuro implicase
una constante dirección suprahumana, es decir, pasando por el
ser humano, en dirección al Día de la Libertad, cuando todas las
naciones serían liberadas de la servidumbre de la corrupción,
y por tanto de la Ignorancia. Pero el hombre en cuanto hombre
la parte que vive es la del Cristiano, o sea, la comprensión en
la incomprensión. ¿Porque dónde está quién sea capaz de abarcar
la profundidad y la extensión de la Actividad Divina?
Pues si para mostrar Dios su ira y dar a conocer su poder soportó con mucha longanimidad a los vasos de ira, maduros para la perdición,
La Historia del
cristianismo en, en consecuencia, el Descubrimiento del Dios que
dijera “Yo soy el que soy”. Y para ello Dios mueve su creación
entera a fin de llevar a su criatura al Conocimiento Verdadero
de su Ser. No basta conocer sus Atributos, sus omnipotencia, su
todopoder, su omnisciencia…que se pueden deducir de su obra material.
Dios no es únicamente Poder e Inteligencia. Dios es Ser. Y el
ser implica el "”Yo soy”. “Yo” que conduce a la Personalidad,
es decir, a la declaración del Sujeto en cuanto Personalidad consumada.
En fin: “Yo soy el que soy”. Y será el descubrimiento “del que
es” el Norte hacia el que la Civilización Cristiana hará su camino.
Y hará “del que es” la Gloria del Hombre.
Y al contrario, quiso hacer ostentación
de la riqueza de su Gloria sobre los vasos de su misericordia,
que El preparó para la Gloria,
Descubrir por
qué “el que es” es la Gloria del hombre, se puede decir, es la
meta final en la raíz del ser cristiano. No olvidemos que el mismo
que es Gloria para Cristo es Infierno para el Diablo. Ni tampoco
cerremos los ojos a la Realidad, que los mismos Apóstoles, así
como su Maestro, fueron siervos del mismo que descubrió su Lado
Fuerte y Duro en el pueblo judío, y, por tanto, en cuanto siervos
son para nosotros lección viva sobre ese YO Divino contra el que
se estrellaran las fuerzas de la Muerte. Y si en el pueblo judío
descubrió su Lado Duro y Fuerte, en el pueblo cristiano vino a
mostrar su Rostro Paterno y amante de sus hijos y sus pueblos,
por amor a los cuales no reprime su Brazo y su Voluntad cuando
el Bien de todos así se lo pide. Demostrando en Cristo y sus Hermanos
en el espíritu que si el Mal tiene en su YO un Muro insalvable,
una Roca indestructible contra cuya solidez se estrella el Infierno;
para el Bien su Yo es un sol que se derrama en agua viva, haciendo
renacer los desiertos y levantando a los condenados a perecer
en las fauces de las tinieblas al esplendor de quienes han nacido
para ser más que Inmortales, ¡eternos!
Es decir, sobre nosotros, los que
El llamó no solo de los judíos, sino también de los gentiles…
Duro fue el camino
de la Caída a la Redención. La descendencia de aquel Primer Hombre,
según el espíritu de Dios, lo mismo que el mundo del que fuera
Cabeza, en cuanto Alma Viviente de su Cuerpo, el Género Humano
vivió cuatro milenios de pesadilla ininterrumpida. Después de
haber sido negada, la Memoria Perdida de aquel Mundo ha sido redescubierta
en parte en nuestros días. Semejante a una columna vertebral para
una Historia Universal, la Historia del Pueblo Hebreo ha devenido
para todos nosotros la Huella Imperecedera de la Actividad Divina
a lo largo de esos Milenios. Su Consumación en la Apertura del
Nuevo Plan de Formación del Género Humano es lo que llamamos Origen
del Cristianismo, cuya Semilla es Cristo Jesús, Roca Invencible
e Indestructible a partir de la cual Dios refundó su Casa entre
las naciones de la Tierra.
Como dice en Oseas: “Al que no es
mi pueblo llamaré mi pueblo, y a lo que no es mi amada, mi amada”.
No era algo que
Dios escondiera en algún rincón de su Mente, sino que lo anunció
continuamente a lo largo de los siglos. Dios no renunció a su
Criatura Humana. Le fue arrebatada de las manos en un Acto de
Rebelión, con declaración de Guerra formal firmada sobre la sangre
de su hijo Adán. Pero siendo Ley su palabra y habiendo quedado
paralizado su Proyecto Histórico Universal nada ni nadie podría
impedir que el Fin para el que fuera creado al Principio el Género
Humano se consumase. La Ignorancia obligaba, y los hijos del Trasgresor,
a salvo temporalmente del peso del delito de su padre carnal,
tendrían que sufrir igualmente el peso de la condena que sobre
todas las naciones del género humano atrajo con su Desobediencia
el padre original de Abraham. Mas para que hubiese condena, habiendo
Ley, debería darse un Delito a raiz del cual la palabra cobraría
carne.
Y donde fue dicho: “No sois mi pueblo”,
allí serán llamados hijos de Dios vivo.
¿Fue o no fue
un delito crucificar a Jesucristo? ¿Y perseguir a muerte, este
Saulo de Tarso, para la eternidad San Pablo, el testigo más firme
de las tres soluciones finales que los judíos dictaron contra
los primeros cristianos, no fue un delito contra el Cielo y la
Tierra? ¿Y no fue éste un delito anunciado a voces por sus propios
profetas?
E Isaías clama de Israel: “Aunque
fuera el número de los hijos de Israel como las arenas del mar,
sólo un resto será salvo,
Delito contra
el que se anunciaba la condena. ¿O es que acaso se salvaron muchos
de la destrucción de Israel por el imperio romano?
Porque el Señor realizará sobre la tierra su palabra cumplidamente y pronto”.
Tan pronto como
se cometiera el delito, se entiende. Rapidez de la que volvemos
a deducir que la Ley es eterna y su Trasgresión es juzgada según
Justicia. Justicia incorruptible de la que el cristianismo debe
sacar la lección al caso, a saber, que de darse con conocimiento
de causa la Desobediencia contra la Unidad Universal pedida por
el Mandato, el Cristianismo en cuanto Reino y casa de Dios en
la Tierra, será destruido.
Y según predijo Isaías: “Si el Señor
de los ejércitos no nos dejara un renuevo como Sodoma hubiéramos
venido a ser y a Gomorra nos asemejaríamos”
Y en este caso, no mediando profecía, esa destrucción sería absoluta.
22. Por qué los judíos no admitieron
la fe .
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