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EL EVANGELIO DE CRISTO
PARTE MORAL
La Vida nueva
Os ruego, pues, hermanos, por la misericordia de Dios, que ofrezcáis vuestros
cuerpos como hostia viva, santa, grata a Dios; éste es vuestro
culto racional.
Nada más simple que tomar el
pensamiento de Cristo, que ve el Ser como un Templo, para entender
que todo hijo de Dios está moralmente ligado al deber de verse
a sí mismo como tal y como tal vivir aquí lo que se ha de traducir
en un acto perfecto en la vida eterna. Acto de perfección que
contemplamos en vivo, para nuestra fortaleza y constancia en el
camino de la Perfección Moral, en el sacerdote de Cristo. El,
San Pablo, es un discípulo de ese Maestro que le levantó al Ser
Humano la cabeza del polvo y le hizo verse a sí mismo en la contemplación
de su Persona Divina, Modelo a cuya Imagen y Semejanza ha sido
engendrado entre nosotros el Sacerdocio Católico. Pues si el Templo
Judío tuvo como imagen un edificio de piedra, el Nuevo Templo
es un Edificio Vivo, que existirá por la eternidad delante de
Dios para mantener vivo entre todos los pueblos de susino
en Creación
el Verdadero Conocimiento de la Divinidad, no en palabras la Sabiduría hecha carne en cuyo rostro se ve el reflejo de
la Verdadera Imagen Divina. Pues si el Hijo se hizo carne y en
El contemplamos al Padre, la Sabiduría se hizo igualmente carne
en la Iglesia para concebirle del Espíritu Santo hijos a Dios.
Que no os conforméis a este siglo, sino que os transforméis por la renovación
de la mente, para que sepáis discernir cuál es la voluntad de
Dios, buena, grata y perfecta.
Tanto al sacerdote como al pueblo,
al pastor como a la oveja, le corresponde el inconformismo cristiano
ante un mundo sujeto a una ley homicida, impuesta contra la voluntad
divina y la humana, pero vigente hasta la victoria del cristianismo
sobre la Historia del Mundo nacido de la Caída. Ayer y Hoy el
Dios que determinara la creación del Hombre a su imagen y semejanza
da a conocer su Voluntad para el Bien de todas las naciones. Yo,
Cristo Raúl, como Aquel a quien se le ha dado el Conocimiento
de la Voluntad Presente de Dios y es enviado a proclamarla a los
cuatro vientos para el conocimiento de todas las iglesias, lo
mismo que aquéllos a quienes por su vocación son llamados a hacerla,
todos tenemos el deber de renovar nuestra mente a la luz de la
Verdad que inunda con su ciencia el firmamento del Nuevo Día,
aquél Día de la Plenitud de las Naciones anunciado antes siquiera
de que la Noche de la Plenitud de los Tiempos inundase con su
oscuridad el mundo y bajo sus tinieblas se cometiesen los crímenes
más horrendos de los que acordarnos podamos. Inconformismo y renovación,
pues, que establece la necesidad de la perfección para todos los
cristianos, lo mismo siervos que hijos, lo mismo pastores que
ovejas, lo mismo pueblo que jefes. Perfección a imagen y semejanza
de la Perfección que vimos encarnada en Cristo Jesús, Maestro
de todos, lo mismo de hijos que de siervos, de ciudadanos que
de jefes de su Reino. El era el Hijo del hombre y en Él el Hombre
vive eternamente, renovado espiritualmente por el Poder de Dios
para el disfrute de la vida eterna en su Paraíso. Todos los modelos
que los hombres pusieron sobre la mesa son modelos animales, bestias
salvajes que tienen el derecho por arma de Poder y el deber por
ley pesada contra la que la violación desde el Poder es lo que
conviene. Fuera de Cristo, la Idea del Hombre hecha carne, no
hay hombre, sino animales devorándose mutuamente por una cuota
de poder y riqueza. El conformismo ante un mundo surgido de una
Caída es anticristianismo cuando el que se conforma es un cristiano,
y la negativa a renovar la mente una vez pasada la Noche es una
rebelión contra el Cristianismo cuando quien se niega a la renovación
es la iglesia, una o todas o en su conjunto tomadas. Cierto es
que quien no tiene que temer a los leones y vive en la opulencia
se tiene que sentir agredido por la verdad de Cristo; tan cierto
como que la renovación de la Mente Cristiana, como el día viene
con la luz y es inseparable, así ha de extender su Perfección
por el mundo, a pesar y contra cualquier fuerza que pretenda impedir
que brille sobre la Plenitud de las naciones el sol del nuevo
día.
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