web counter

cristo raul.org

 
 

EL EVANGELIO DE CRISTO SEGÚN SAN PABLO

 

24

El Evangelio, predicado a los judíos y desechado por ellos

 

Regresamos al punto donde espacio y tiempo se encuentran y lejos del cual se produce la dispersión interpretativa a la que nos ha acostumbrado el protestantismo desde su nacimiento a nuestros días. Ya hemos dicho que sacar un texto de su contexto es un acto de lavado de cerebro de quien lo realiza respecto a quien admite por buena esta corrupción del hecho intelectivo. Dos son las fuerzas que confluyen en el movimiento histórico, la mente del individuo y el comportamiento del pueblo dentro de cuyo espacio se mueve el, en este caso, pensador. No olvidemos que el Evangelio no sólo no anuló el Pensamiento sino que lo rescató de la tumba en que lo había enterrado la caída del Mundo donde naciera. ¿Acaso el Pensamiento no existió antes de la Academia de Atenas? Bueno, ciertamente sí, y ciertamente no. Antes de la Filosofía existió el Mito, y sólo con el Cristianismo la Filosofía se hace Ciencia en el crisol de la Teología, y es, gracia al espíritu cristiano, que resucita la Lógica, ahora integrada en el cuerpo cristiano, donde, alimentada por la sabiduría de los san agustines, se fortalece y se independiza en su día, dando a luz al Renacimiento. Antes de Sócrates existía el pensamiento pero al estar enfocado hacia el Mito su fruto no podía generar la Filosofía, dentro de cuyo cuerpo surgiría Ciencia en tanto en cuanto realidad independiente. Es esta realidad la que fue devorada por el fuego de los acontecimientos, mucho antes de nacer Cristo, y sería por obra de la escuela de Alejandría que el pensador científico pasó a transformarse en mito, especie rara a admirar pero en ningún caso a tomar en serio. Es el cristianismo, como se ve en San Pablo, quien rescata del hecho diferencial pagano la Filosofía, y transforma el Pensamiento Filosófico en instrumento al servicio del Evangelio, fusión que había de permanecer íntegra y demostraría su versatilidad en Orígenes, avanzando por cuyo camino se llegó a San Agustín, de aquí a Santo Tomás de Aquino y, por fin, a Galileo Galilei, punto en el que Pensamiento y Fe se despiden y sigue cada uno su camino, contra la voluntad de la Fe, todo hay que decirlo, pero sin poder evitar la Fe que su criatura, el pensamiento científico occidental, se convierta lenta pero inevitablemente en su peor y más terrible enemigo, cumpliéndose así el dicho: “Cría cuervos y te sacarán los ojos”. Mas si alguien puede demostrar que la Ciencia hubiera sobrevivido a la Caída del Mundo Antiguo de no haber encontrado refugio en el Cristianismo, a partir de ese momento declararemos proscrito a Cristo.

 

Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo creerán sin haber oído?

 

El Apóstol vive, en consecuencia, una realidad suya, personal, que acaba identificando su personalidad en el complejo mundo de las memorias de la Humanidad, singularizando su actuación y haciendo de su figura un eje central de dinamismo histórico sin cuya existencia el futuro no habría alcanzado la propiedad que tuvo a partir de San Pablo. Es decir, tan irracional es creer que San Pablo reinventó a Cristo, como ignorar que sin San Pablo la fusión entre ambos espíritus, el del Evangelio y el de la Filosofía, se hubiera producido a la velocidad que se produjo sin haber mediado su Cristianismo. San Pablo fue la encarnación de un cristianismo sui géneris en cuya particularidad el morfologismo atónito con tendencia a la anulación de la individualidad en el hecho de la universalidad de la Fe encontró su camino y, sin excluir esta universalidad, le abrió la puerta a la individualidad cristiana, tipo Cristo Jesús, donde el Yo y el Nosotros convivieron sin ninguna lucha interna. Contra la tendencia perturbadora judía, que le acarrearía a Israel la destrucción, cuyo eje supremo era la heretización de lo anómalo en tanto que individualidad, profética en el caso hebreo, consistente en hacer de todo hijo de Abraham un clon miserable del modelo corrupto que se habían forjado los sacerdotes y los rabinos sobre lo que el Ser es, Cristo Jesús puso en acción un nuevo Modelo, el Hijo del hombre, el YO como base y techo de la realización de la vida, el Nosotros como cuerpo integrador perenne, indestructible en cuya dimensión conviven estas dos fuerzas sublimes en un todo divino, indisociable, armonizado por un Espíritu Universal que hace del Individuo su Roca de Fundación eterna y del reino de Dios su Templo, su Edificio, su Palacio, su Ciudad, su Mundo. Era imposible, pues, que Cristo Jesús pudiera ser admitido por los judíos como el Hombre en el Verbo de Vida: el Hombre a la Imagen y Semejanza de Dios, una Persona perfecta, completa, existente de por sí y en sí, inteligente, creador, activa, libre. Oposición que encontraría en los Apóstoles, por su origen judío, un fuerte valedor a la hora de mantener el crecimiento del cristianismo en el perímetro interno del pensamiento hebreo. La famosa disputa entre Pablo y Pedro, ganada por el Señor de ambos en bien de todos, puso sobre la mesa aquella terrible confrontación que, de haber perdido Pablo, hubiera supuesto la imposible resurrección de la Filosofía en el cuerpo del cristianismo. Aquí, en esta victoria, no de Pablo o de Pedro, sino del Señor de ambos, pero firmada por Pablo, es donde el cristianismo se echó a andar sin mirar atrás y por el camino, sin quererlo ni pensarlo, cuando ya creía el Filósofo que el imposible era su sino, el Pensamiento alcanzó a la Sabiduría, se hicieron una cosa y juntos le consiguieron a la Humanidad lo que de otra forma hubiera sido imposible. A saber: La Victoria de la Civilización sobre la anunciada Caída del Mundo entre cuyas paredes se forjara su edificio. El Judaísmo, así las cosas, no entraba ya en el juego de los siglos.

 

Y ¿cómo predicarán si no son enviados? Según está escrito: “¡Cuán hermosos los pies de los que anuncian el bien!”.

Cualquier interpretación del texto paulino debe realizarse teniendo en cuenta este pensamiento del propio Pablo sobre su realidad concreta, pues la singularidad personal no anula en ningún caso la concepción del cuadro general dentro de cuyo marco se mueve cada cual. Y viceversa. La integración del hombre en el universo de circunstancias del que forma parte no oprime su individualidad ontológica. Yo diría todo lo contrario, que la enriquece. En este contexto justo es decir, ¡qué mayor bien podía hacérsele al Hombre que regalarle el encuentro con su Identidad Ontológica, ver el Modelo Vivo de Ser a imagen del cual fuera pensada su existencia! Era esa Identidad la que fue arrojada al Polvo por la Caída de Adán y su Mundo; fue esta Personalidad la que bajo un cosmos de prescripciones y ritos sangrientos el Judaísmo mantenía en su tumba. Ningún Bien mayor podía hacerle Dios al Hombre que resucitar su YO de la Muerte y darle Nueva Vida. Antes de Cristo éramos animales arrastrando nuestro pecho por el polvo, bestias asesinas devorándonos los unos a los otros sin esperanza de solución ni ruptura de continuidad; tanto judíos como romanos, griegos como persas, chinos como aztecas, todos los pueblos tenían por modelo de Ser un tipo criminal y homicida cuyos pensamientos sólo tenían un fin: Justificar ese comportamiento. Después de Cristo el Ser del Hombre tiene en su Pensamiento el Modelo a cuya Imagen fue creado y encuentra en el tipo antiguo un monstruo, impuesto al Género Humano por la Caída, una bestia asesina tanto más poderosa por en cuanto usaba la Razón Divina para hacer más omnipotente su imperio homicida. Pues la Caída no destruyó la Creación de Dios, sino que el Mal estuvo en hacer del Pensamiento un arma de dominio del hombre sobre el Hombre. Es decir, la Caída le abrió a la Humanidad la puerta de la esquizofrenia más violenta concebible, dentro de cuyo edificio cayó el Género Humano y tras el que se cerró la puerta... hasta que llegara el Hijo de Eva, el Hijo del hombre, según está escrito. La diferencia letal entre el Judaísmo y el Cristianismo es que el Judaísmo limitó la Salida de semejante situación a su posición predominante dentro del Nuevo Mundo en cuanto Raza Superior, elegida, llamada a Gobernar a todas las Naciones de la Tierra. El Mesías según los rabinos del Templo era un Hitler Divino cuyo Imperio se extendería hasta los confines del mundo y todo el que no se sometiera a su Trono sería aniquilado, exterminado... en nombre de Dios. El Cristianismo de Jesús asumió la locura de semejante concepción mesiánica y la puso a la luz del mundo entero al dejarse crucificar por quienes vieron en sus ojos la locura que a los ojos de Dios era la concepción judía sobre el Hijo de Eva. Desgraciadamente aún se mantiene en pie semejante locura, causa de enemistad profunda entre judíos y musulmanes y muro de separación letal entre cristianismo y judaísmo. Porque si hay un hombre con dos dedos de luces que no vea una locura en la predicación rabínica actual de la superioridad de raza del judío por elección divina y su futuro como Nación Directora de la Plenitud de las Naciones de la Tierra, debemos convenir entre nosotros en que ciertamente las luces de algunos son verdaderas tinieblas. Se comprende, entonces, que los judíos a los que se refiere San Pablo, encontraran en el Bien de todos un regalo del Diablo, y en el Mal de todos el principio de su Hegemonía Universal. El destino de semejante Pueblo, enloquecido por sus rabinos, no podía ser otro que el que la Historia selló.

 

Pero no todos obedecen al Evangelio. Porque Isaías dice: “Señor, ¿quién creyó nuestro mensaje?”

La verdad no necesita de nadie ni de pruebas que especifiquen su ser. Pero en razón de nuestra ignorancia se deja diseccionar y estudiar, en la esperanza de que viendo la sustancia de la que está dotado su cuerpo aquéllos a quienes se dirige se hagan el favor de mirarse al espejo. Y es que la complejidad de la estructura de los Hechos vino determinada por las Causas y Efectos de la Caída. Como ya hemos dicho en alguna otra parte la Caída tuvo lugar en nuestro Mundo y se sirvió de nuestra carne para declararle la Guerra a un Espíritu Eterno que, por sus Propiedades, era odiado, en razón de esas Propiedades Personales, por los autores de las palabras que mataron a Adán. De la Victoria del Cristianismo o de su Fracaso dependía que los Enemigos del Espíritu de Dios alzasen su Victoria sobre la Destrucción total de nuestro Mundo. Era imposible que los judíos, esclavos de la Ley de sus rabinos, pudiesen siquiera comprender la naturaleza de las Causas que determinaron la elección de sus padres como portadores de la Esperanza Mesiánica de Victoria de Dios sobre sus Enemigos. Y no pudiendo comprender las Causas difícilmente podían entender sus Efectos. Ni aunque oyeran al mismo Cristo.

 

Luego la fe viene de la audición, y la audición, por la palabra de Cristo.

Dios, por Su experiencia tratando con situaciones límites, digámoslo todo, jugaba con ventaja a la hora de las profecías. Quien ha andado mucho y ha vivido muchas situaciones diferentes al cabo del tiempo es capaz de predecir, por lo que ve, la naturaleza del paisaje que se va a encontrar tras la próxima curva. Inútil perder el tiempo razonando sobre el volumen real de la experiencia divina. Cómo había de afectarle al ser humano la situación histórica creada por la Rebelión de una parte de sus hijos contra su Espíritu, es decir, contra su YO, el YO de Aquel que dice: “YO soy el que soy”, los efectos de dicha situación universal sobre el Género Humano no le eran desconocidas, tanto más cuanto El dirigía la línea del tiempo desde Adán hasta el Hijo del hombre, su heredero y Vengador de su sangre. Los judíos, un pueblo del Género Humano, no escapaban a esta ley de la lógica. No saber cuál era su rol en los Acontecimientos Universales sería el principio de la destrucción de su Nación. Que habría de llegar, y llegó, aunque pusieron toda la fuerza de que fueron capaces al servicio de la supervivencia de su Templo. La ley es universal y no hace excepción. El que a hierro mata, a hierro muere.

 

Pero digo yo: ¿Es que no han oído? Cierto que sí. “Por toda la tierra se difundió su voz, y hasta los confines del orbe habitado sus palabras”.

La locura de todo enemigo de Dios, que más tarde se resolvería en locura contra el Cristianismo, reside en creer que se puede destruir lo que Dios es y hace. Aún en nuestros días y a pesar de la experiencia milenaria, grupos de insensatos luchan contra el cristianismo, personificado en la Iglesia, y, cuales bestias dementes que no aprenden de las lecciones vividas, reemprenden el fracaso de tantos otros como si Dios dejara Hoy de ser el que fue Ayer. Antes de que las persecuciones anticristianas movieran un pie Dios ya predecía el triunfo del Cristianismo y la difusión de su Salvación hasta los confines del orbe. Lo cual no implicaba la anulación de la libertad humana para decidir entre Dios y el Diablo, entre su Reino y el Imperio de la Muerte, entre Cielo e Infierno. A la postre, creados a su Imagen y semejanza, la Libertad es el don supremo sempiterno que se nos ha legado como Bien Humano Imperecedero. Por esta misma Ley aquéllos que nos querían esclavos debían matar al Libertador. De donde se entiende que quien quiera esclavizar a la Humanidad lo primero que deba hacer es eliminar a la Iglesia, es decir, a Cristo.

 

Pero ¿acaso Israel no conoció? Es Moisés el primero que dice: “Yo os provocaré a celos de uno que no es pueblo, os provocaré a cólera por un pueblo insensato”.

En verdad, y como he dicho arriba, una empresa abandonada por imposible, que el pensador le diera alcance a la Sabiduría, para seguirla, se entiende, no para esclavizarla a sus pasiones e intereses, se consumó cuando nació Cristo Jesús. Nosotros hemos visto cómo la Ciencia se ha puesto al servicio de los intereses de clanes de poder y grupos de riqueza, vendiéndonos a todos en razón de una ideología selectiva, pronazi, homicida y geocida. Esta insensatez fue la que operó en los judíos su desgracia cuando quisieron poner a Dios a trabajar, creando para ellos un reino universal cuya aristocracia y trono fuera enteramente compuesto por el pueblo judío. Contra cuya insensatez Dios cerró el castigo que se merecieron al asesinar a sus hijos, nacidos de nuestras hembras, mediante la encarnación del Mesías que le habían pedido, para su ruina, Adolfo Hitler. ¿El mesías que ellos le pedían a Dios que era sino un Hitler judío bajo cuyas soluciones finales serían exterminados todos los pueblos que no se sometieran a su corona universal; es decir, todos nosotros, los pueblos de la Tierra?

 

E Isaías se atreve a decir: “Fui hallado de los que no me buscaban, me dejé ver de los que no preguntaban por mí”.

 

Predeterminado el momento en que los judíos no se bajarían del carro talmúdico y la versión del Mesías que se darían sería la de un Emperador Hitleriano, la suerte de su Nación quedó decidida. Y el hecho de profetizarla no disminuía en absoluto el efecto a suceder. Según lo escrito: “Decretada está la ruina que acarreará la destrucción a este pueblo”. Tras el horizonte de cuya destrucción venía el nacimiento de un nuevo paisaje histórico, como por los hechos vemos todos los que tenemos inteligencia para ver la sucesión de los acontecimientos universales y el Fin hacia el que tiende la Historia en su Plenitud.

 

Pero a Israel le dice: “Todo el día extendí mis manos hacia el pueblo incrédulo y rebelde”.

Lo cual nos conduce a otra pregunta: ¿Qué hubiera pasado de no haber crucificado los judíos a Cristo Jesús, o sea, si hubieran tendido sus manos hacia Aquel que se las estuvo extendiendo durante tantos siglos? Aunque claro, pensar en lo que pudo ser o dejar de ser no es pensar, es matar el tiempo

 

25. La reprobación de los judíos no es total

Según esto, pregunto yo: ¿es que Dios ha rechazado a su pueblo? No, cierto. Que yo soy israelita, del linaje de Abraham, de la tribu de Benjamín.