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EL EVANGELIO DE CRISTO
19 El plan de Dios sobre los elegidos
Es difícil decir hasta qué punto
la obviedad necesita explicarse, hacerse entender, abrirse el
pecho de costado a costado y quedarse desnuda a fin de que las
inteligencias sin consciencia de su esencialidad lleguen siquiera,
pues que no a entender la naturaleza de la verdadera realidad
de todas las cosas, al menos sí a captar la conexión entre esa
naturaleza y su inteligencia, que duerme bajo las pesadas cadenas
de las necesidades diarias. Aquéllos que velaban pero se movieron
entre tinieblas en lugar de defender la fragilidad humana usaron
el estado de inconsciencia general para alzarse ellos como alguna
especie de dioses superhumanos a cuyos pies debían ponerse lo
mismo el poder que la gloria. Alzar el pensamiento y ver la verdadera
naturaleza del universo en la mente de quien le diera origen y
forma devino inconsustancial, en base y sobre todo a que la satisfacción
del ego propio convivía mejor con la esclavitud que con la libertad
de los pueblos y las naciones a costa de cuyo sudor, contra la
ley, hacían su agosto. Tanto más delictivo el caso por cuanto
el sudor dio paso a la sangre. La situación, por tanto, en la
que a causa de la Caída, tuvo Dios que restaurar su Plan Universal
de Formación del Hombre a la Imagen y Semejanza de su Hijo forjaron
realidades concretas, específicas, unas veces demoledoras y otras
llenas de gracia, sobre cuyo camino la Voluntad Divina tuvo que
marcar época.
Ahora bien: sabemos que Dios hace concurrir todas las cosas para el bien de
los que le aman, de los que según sus designios son llamados.
La Caída no sólo transformó
el comportamiento y las relaciones humanas. La conexión entre
el núcleo divino y la periferia humana quedó también rota. El
efecto a largo plazo de la ruptura entre Creador y criatura se
tradujo en la necesidad que el primero tendría en adelante de
hacer su trabajo de Formación del Hombre contra la Ignorancia
del segundo. La esperanza de los autores de la Desobediencia del
Hombre era que esa ruptura no volviera a restablecerse nunca jamás.
El Plan de Dios: restablecer su relación con el Hombre, liderar
su camino fuera de las profundidades del infierno en que su mundo
devino y elevarlo a su altura de su Hijo, consolando mediante
esta Libertad sin límites al Hombre que, contra su Voluntad, fuera
desnucado por la Muerte con la quijada de un asno llamado Satanás.
La oposición del mundo a su propia Liberación estaba garantizada,
pues. La Ley tenía que consumarse porque el Delito había sido
cometido. Nada ni nadie podía anular la Sentencia sino el propio
Tiempo. Pero para cuando llegara el Día de la Restauración, simplemente
por inercia milenaria, la lucha abierta contra sus Elegidos, es
decir contra los libertadores del ser humano, sería terrible.
Uno por uno todos caerían en el campo de batalla. ¿Dónde está
el loco que se lanza a una guerra a sabiendas que yacerá cadáver
bajo las botas del enemigo? La elección de quienes habrían de
Restaurar mediante su Sacrificio el Plan Universal de Formación
de la Plenitud de las Naciones a imagen y semejanza de los Pueblos
del Cielo, esa Elección no podía ser al azar. El destino de sus
Elegidos sería la cruz.
Porque a los que de antes conoció, a ésos los predestinó a ser conforme a
la imagen de su Hijo, para que éste sea el primogénito entre muchos
hermanos;
Muchos siglos mantuvo bajo control
todopoderoso Dios sus nervios en fuego. La imagen del estado de
sus nervios lo tenemos en la Zarza que ardía sin consumirse. Ni
el fuego se apagaba ni la Zarza se consumía. Un control perfecto
de sus nervios. Tan perfecto que el mismo enemigo de su Criatura
y de su Creación se atrevía a presentarse ante su trono porque
le era imposible detectar en el Ser del Creador el Fuego que contra
su Crimen devoraba su Mente. La espera había sido larga. La Restauración
del Plan Divino de Formación del Hombre a la Imagen y Semejanza
de su Hijo se había estado fraguando en su Omnisciencia milenios
enteros. Lo vemos en la Biblia, el detallismo perfeccionista de
su Autor. Así que cuando el Día llegó El mismo eligió en el seno
de sus padres a quienes a su Hora habrían de responder a Su llamada.
y a los que predestinó, a ésos también llamó; y a los que llamó, a ésos los justificó; y a los que justificó, a ésos también los glorificó.
No engañó Dios a los Hermanos
de su Hijo. En este orden Descartes no fue más que un pobre idiota.
Dios no le mintió jamás al Hombre. Desde el principio tuvo la
Verdad en su boca. “Si comes, morirás”. Y así fue. Y para que
esta vez las Palabras no fuesen tomadas a chirigota, Su Palabra
se hizo carne a fin de que sus Elegidos no dijeran: “No sabíamos
que la Cruz era el término de nuestro Camino”.
¿Qué diremos, pues, a esto? Si Dios está por nosotros, ¿quién contra nosotros?
Y sin embargo el Fin era el
Principio de una Nueva Realidad, para los Elegidos porque de las
profundidades de la muerte eran elevados a las alturas del trono
del Hijo de Dios. Y para el Género Humano porque al precio de
Su sangre los hijos de Dios, de la descendencia de Abraham, restablecieron
por la eternidad el Vínculo Sagrado entre el Hombre y Dios, firmando
con su Cruz una Alianza sempiterna, por la cual la Humanidad en
Cristo no será jamás destruida.
El que no perdonó a su propio Hijo, antes le entregó por todos nosotros, ¿cómo no ha de darnos con El todas las cosas?
Esta fue la Recompensa, la meta
tras la que corrieron los Elegidos y ante la cual, conociendo
por la Palabra y la Carne que el precio era la Cruz, ni se amilanaron
ni se echaron a temblar, sino que mirándonos a nosotros, el fruto
de su Sangre en el Espíritu, se desnudaron y tiraron su carne
y sus huesos a los leones y el fuego. Del Cristiano es, por tanto,
el mundo y todo lo que contiene. Como se ha visto en los dos milenios
pasados y ha de hacerse realidad Histórica en lo que va de siglo.
¿Quién acusará a los elegidos de Dios? Siendo Dios quien justifica, ¿quién
condenará?
Lo implicaba la Creación del
Hombre: “Hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, para
que domine sobre los peces del mar, sobre las aves del cielo,
y todos cuanto se mueve sobre la faz de la tierra”. Pero fuimos
desposeídos de nuestra Heredad y obligados a vivir en nuestro
mundo como quien ha caído de otro planeta y el mundo se rebelase
contra hijos no nacidos de su carne. Mas lo fuimos por un tiempo,
el periodo que durase la Sentencia contra la Desobediencia habida.
Pasado ese tiempo el Hombre sería restaurado en su heredad. El
Hombre en Cristo, jamás ya fuera de El -se entiende. Justificados
pues por la Sangre y el Espíritu el Futuro es del Cristiano.
Cristo Jesús, el que murió, aún más, el que resucitó, el que está a la diestra
de Dios, es quien intercede por nosotros.
Y siendo nuestro Salvador, el
Brazo de Dios, Aquel por el que el Todopoderoso ejecuta sus Obras,
¿quién nos impedirá entrar en posesión de nuestra Heredad? Es
decir, ¿quién hará que Dios desista de su Plan de Salvación Universal,
le cortará el paso y le impedirá consumar la Restauración de su
criatura a su Imagen y semejanza?
¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿La tribulación, la angustia, la persecución, el hambre, la desnudez, el peligro, la espada?
¿El Comunismo, el Islam, el
Socialismo, el Ateísmo, el Materialismo Científico? Todos son
movimientos de las tinieblas bajo la luz del Día que amanece y
que, como la Serpiente coletea una vez decapitada, se mueven violentamente
antes de expirar para siempre. Nadie puede cambiar el Pasado ni
borrar del Libro del Tiempo el Futuro que Dios tiene en mente.
Según está escrito: Por tu causa somos entregados a la muerte todo el día, somos mirados como ovejas de degüello.
Y si ni el dolor de aquéllos
a quienes tanto amó hizo temblar Su pulso, tanto menos lo hará
el odio de aquéllos que se alzaron contra su Omnisciencia y creyeron
que en la Guerra contra el Cristianismo estaba la Victoria de
sus fuerzas contra el Mal que tiene aún encerrado entre sus muros
a una gran parte de nuestro mundo.
Mas en todas estas cosas vencemos por aquel que nos amó.
Cuanto más nosotros, descendencia
de Cristo, para quienes la Cruz no es el término una vez que la
Necesidad ha dado paso a la “libertad de la gloria de los hijos
de Dios”.
Porque persuadido estoy que ni la muerte, ni la vida, ni los ángeles, ni los
principados, ni lo presente, ni lo futuro, ni las potestades,
Toda la razón para nuestro Apóstol.
Y el que tenga que decir lo contrario, que no se prive.
ni la altura, ni la profundidad, ni ninguna otra criatura podrá separarnos del amor de Dios manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor.
Y si a los siervos nada ni nadie
pudo impedirles alcanzar la gloria, ¿quién le impedirá a los hijos
de ese mismo Señor entrar en la Heredad para ellos reservada por
Testamento, firmado con Sangre ante todas las naciones de la Tierra
y del Cielo?
19.Sentimientos
del Apóstol por los judíos
Os digo la verdad en Cristo, no miento y conmigo da testimonio mi conciencia
en el Espíritu Santo,
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