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EL EVANGELIO DE CRISTO SEGÚN SAN PABLO12 La Ley
y el Pecado
¿Qué diremos entonces? ¿Que la Ley es pecado? De ningún modo. Pero yo no conocí
el pecado sino por la Ley. Pues yo no conocería la codicia si
la Ley no dijera: “No codiciarás”.
Aquí tenemos materia para la
reflexión. Y al mismo tiempo fuego esclarecedor de qué Ley y de
qué Fe está hablando San Pablo. La tergiversación manipuladora
respecto a la naturaleza contextual de ambas fue la causa y sigue
siendo el origen de la interpretación anticristiana que efectúa
una gran parte de las iglesias. Anticristianismo en este orden
debe entenderse como proceso destructor de la Unidad Universal
entre cuyos nudos fue tejido el Cuerpo de Cristo. Materia cristológica,
si se quiere, y argumento ontológico inconfundible que nos abre
la conciencia a una realidad moral basada en la actividad de formación
de la mente humana acorde al patrón moral del propio Creador.
No es la ley humana, que surge de una experiencia o de un interés,
el instrumento que moldea y le da forma a la Conciencia cristiana
en particular y humana en general. Es el propio Creador del Hombre
quien moldea la Moral de Su Creación a imagen y semejanza de la
Suya. Lo cual implica que es el Creador el primero que hace suyos
los principios de la Ley con los que El moldea la Conciencia Espiritual
de su criatura. En efecto, sólo hay Conciencia donde hay Espíritu.
Afirmación básica que observamos en toda su operatividad en el
mundo natural no humano. Y nadie duda que definir la caza del
león o del lobo desde la Conciencia sería un acto de demencia.
No se le puede aplicar el Bien y el Mal, decimos, a la vida no
inteligente a imagen y semejanza de la vida Divina. Ni podemos
creer que esta Semejanza pueda entenderse fuera de los parámetros
de la vida intelectiva. Somos semejantes a Dios en cuanto Inteligencia
Viva. No es el Poder ni la Fuerza la que nos hace semejantes de
Dios, sino el Espíritu. Y es en este Espíritu que formamos un
universo de valores sociales sempiternos. Valores por los que
el acto de cazar no se ajusta a la Moral en el mundo animal no
intelectivo y ese mismo acto aplicado al ser humano queda inmediatamente
transformado en delito. Será pues al Creador a quien le corresponda
impregnar a su criatura, nacida para ser su semejante en Espíritu,
formar en los Valores Naturales a su propia Inteligencia la Conciencia
de la criatura. De manera que si no fuera El quien dijera “No
matarás” la Conciencia humana no alcanzaría comprensión de la
naturaleza del acto en cuanto delito y su definición se ajustaría
a los principios racionales del interés particular. Vemos, en
efecto, que la sociedad, una vez privada de la Conciencia, transforma
la Ley en artículo impersonal cuya aplicación y trasgresión no
tiene ningún valor moral y sólo lo tiene en cuanto medio para
alcanzar un determinado fin concreto. Fin desde el que se valora
una ley impuesta por el interés arbitrario de un legislador sin
Conciencia, es decir, privado de todo Espíritu, siendo el Espíritu
por el que la Moral es transfigurada en columna del edificio de
una conducta humana, inviolable e indestructible desde Hoy y para
siempre.
Ciertamente, entrando ya en
otro terreno, esta Ley del Espíritu puede o no puede complacerle
al Individuo. La creación a Imagen del espíritu Divino implica
esta Libertad Final de decisión personal. Como ya he dicho en
otra parte, Dios no puede crear a su Imagen y Semejanza y al mismo
tiempo privar a la creación de todos los atributos naturales a
su Inteligencia. Entre estos atributos el de la Voluntad Libre
es uno de los pilares sobre el que se basa la Relación Sempiterna
entre el Creador y la Creación.
Tampoco se puede aceptar por
principio que el Creador cometa un delito al impregnar a su creación
de su Espíritu, determinando mediante su esencia la sustancia
de esa voluntad nacida para ser libre. Quiero decir, aunque la
formación de la Conciencia es un acto privativo del Creador, por
este mismo Derecho de Creación que tiene todo Creador sobre su
Obra, condenar al Creador, en este caso del Hombre, por predisponer
su Obra respecto a un Juicio de Asimilación Natural, es una crítica
demencial que no le conviene a un espíritu inteligente y sí a
una bestia enemiga de los valores de ese mismo Creador que, mediante
su Derecho, predispone la Libertad de la criatura haciendo tender
su Voluntad hacia la de su Creador.
Dos tipos de inteligencias son
capaces de negar este Derecho de Creación a un Creador: Un idiota
y un monstruo.
No sé hasta qué punto sea inteligente
discurrir a favor del derecho sagrado natural a todo creador.
Sería lo mismo que ponerse a hablar con una bestia. Sí, queda
bonito, el hombre hablando con el lobo o con el perro. Pero únicamente
alguien fuera de su juicio se pondría a dialogar sobre metafísica
con su gato.
Luego todo tiene un límite.
Y tan bestia es quien caza por deporte como quien no caza para
comer cuando se trata de cazar o morir. Así que, entre hijos de
Dios, es de Derecho que la Conciencia sea modelada desde la Conciencia
Universal que priva sobre toda la Creación. Lo contrario, que
cada raza y sociedad tenga su propia Ley, es bendecir la destrucción
como elemento natural de coherencia existencial.
Mas tomando ocasión el pecado por medio del precepto, activó en mí toda concupiscencia, porque sin la Ley el pecado está muerto.
Notemos sin embargo que esta
formación de la Conciencia Humana quedó sujeta a una perturbación
histórica, por las causas bíblicas conocidas y registradas en
el episodio de la Caída de Adán. Y allá donde la Ley hubo de haberse
instaurado sobre la civilización en su conjunto quedó de repente
abandonada la Ley a las fuerzas humanas solas y, en consecuencia,
expuesta a ser pisada por las fuerzas desatadas. Pues la creación
por sí sola no puede operar la revolución que la extensión de
la Conciencia del Creador a la Realidad Universal implica. Así
que privada del Espíritu era natural que la naturaleza humana
se sumergiese en una involución dantesca que, aplicada al mundo
natural era consecuente, pero proyectada a la Humanidad ya formada
adquiría connotaciones demenciales, de las cuales seis milenios
en el infierno son suficiente prueba. Y tal cual dice San Pablo
no existiendo Conciencia las Sociedades y la Civilización no podían
luchar contra el delito que no era apreciado en tanto que tal
por quienes lo cometían sin pleno conocimiento de su naturaleza
antihumana. De manera que estando el pecado muerto por la inexistencia
de la Conciencia que engendra la Ley, la multiplicación del acto
homicida devenía la constante y causa de la perversión de la conducta
de las sociedades que, andando el tiempo, habrían de hundir la
Civilización bajo las aguas. Hundimiento que puso de manifiesto
el efecto contra el que el Creador alzó su prohibición, descubriéndose
en la privación de Conciencia el origen de la extinción de todo
mundo no formado en los principios del Espíritu de Dios, y que,
por efecto final, habría de conducir a la destrucción a las naciones
de la Tierra, y al Género Humano a la desaparición de la faz del
Universo. Lo que sin la Ley queda muerto, por tanto, es la Conciencia,
que podemos definir, sin más, como la personificación del Derecho
de Creación que antes aducimos como Natural a Dios en cuanto Creador
del Hombre. Y deducir, infiriendo, que todo ataque contra la Conciencia
Natural y su existencia es un acto homicida, y no porque sea la
Ciencia quien abogue por la destrucción de esta Conciencia Natural
mediante la negación de su existencia, el efecto final de esta
Anulación ha de ser menos fatal.
Y yo viví algún tiempo sin Ley; pero sobreviniendo el precepto, revivió el
pecado
En efecto, la Conciencia del
Mal, del pecado, de un acto en tanto que delito, procede de una
ley o precepto que define ese acto y descubre su verdadera naturaleza
antisocial y antihumana. No hace falta ser un santo para ver esta
realidad aplicada al día a día. Mas de lo que aquí se está hablando
es de la Conciencia Divina, ésa por la que se rige el comportamiento
social de todo el Universo. Pues si la ley humana rige y ordena
el comportamiento entre sociedades humanas, la Ley Divina ordena
y gobierna el comportamiento de sociedades con orígenes distintos
en el Universo y con todo llamadas a vivir unidas dentro de un
único Reino.
Dios, volviendo al tema, quiso
abrogar el precepto, la Ley, a fin de que al ser condenado todo
el mundo por el pecado de un sólo hombre, sin participación de
ese mundo en su delito, los efectos del Pecado de Adán no arrastrasen
a la Humanidad a un Juicio Final acusada de Delito cometido con
conocimiento de la Ley y en pleno ejercicio de sus facultades
mentales e intelectuales.
Observamos, de hecho, que el
mundo de Adán tras la Caída, vivió sin más Ley que sus instintos.
Libre para actuar y sin Ley Universal respecto a la que medir
sus actos, el mundo de después de la Caída resolvió sus propios
caminos sin Conciencia del Fin hacia el que tendían sus actos
sin ley. Con lo cual Dios predisponía a la absolución de sus criaturas,
de un sitio, y, del otro, ponía sobre la mesa la Causa por la
que su prohibición respecto a la Ciencia del Bien y del Mal es
Eterna. Lo que hacía mediante la visión de sus efectos sobre las
Naciones de la Tierra.
y yo quedé muerto, y hallé que el precepto que era para vida, fue para muerte.
¡¡Y cómo hubiera podido ser
de otra forma!! No olvidemos que la descendencia de Adán fue abandonada
igualmente sin ley en medio de un mundo privado de Ley. El hecho
de que Dios relativizara el fratricidio de Caín pone de relieve
que la Ley había sido abrogada el día que Dios abandonó al Hombre
a su suerte. De otro modo Caín hubiera sucumbido a la pena de
muerte que la Ley, en activo, reclama. Por consiguiente, sujeta
la descendencia de Adán a la misma ley que las demás familias
del mundo, el pueblo hebreo antiguo sufrió en sus carnes los mismos
efectos que sufrieran los demás pueblos de la Tierra. Todos ellos
muertos en relación a la Ley del Espíritu, pero vivos para la
carne al no estar sujeta ésta a la Ley. Cuando, entonces, viene
la Ley, el choque entre un comportamiento heredado y uno a heredar
se hace tan profundo que ocasiona la muerte de aquéllos en quienes
la confrontación estaba llamada a fracasar para el Espíritu y
vencer para la carne. La Historia del Pueblo Hebreo y su transformación
en Pueblo Judío es la Memoria de aquel fracaso, de un sitio, y
de la Victoria de Cristo, acaecida, como todos sabemos, en razón
del Derecho de Creación antes suscrito, del otro. Los periodos
de idolatría de los israelitas, el asesinato de sus profetas por
los reyes judíos... toda la Historia de Israel se convierte en
la lucha a muerte entre el Espíritu de un comportamiento natural
a Dios y el comportamiento heredado de un pasado carnal que buscaba
su perpetuación dentro de la Ley, es decir, ahogándola en un mar
de preceptos y tradiciones humanas.
Pues el pecado, con ocasión del precepto, me sedujo y por él me mató.
Inútil establecer la importancia
del medio con el individuo cuando es un punto elaborado hasta
la saciedad por los sabios de todos los tiempos. Desde la etología,
desde la filosofía, desde cualquier ángulo y posición que se contemple
esta relación la interdependencia del individuo y el medio es
profunda y vasta. En el caso que nos ocupa, y que podemos adaptarlo
a la relación entre el cristiano y el mundo, el pecado opera porque
existe una Conciencia frente a un mundo gobernado por una conciencia
de distinta naturaleza. Si el cristiano y el judío no hubiesen
de enfrentarse a un mundo en el que su Conciencia no es la ley
natural la seducción del pecado, es decir, de romper los principios
por los que se gobierna su espíritu, no existiría. Pero, existiendo
esa confrontación, el fracaso del cristiano, como del judío, provoca
la muerte de su conciencia para el Espíritu, y finalmente, digamos,
su expulsión del paraíso de su Fe.
En suma que la Ley es santa, y el precepto santo, y justo y bueno.
Y con todo y a pesar de todo,
la confrontación está en activo porque sin el Espíritu el Fin
de toda Sociedad es la ruina, su extinción y desaparición del
Universo. De aquí que, con San Pablo, digamos: la Ley es santa,
y el precepto santo, y justo y bueno. De donde se ve claro que
no es nuestra Fe la que debe conformarse a la estructura carnal
de la ley mundo, sino el mundo el que debe ser conformado a Imagen
y Semejanza de la Conciencia del Espíritu la Fe.
La potencia
maligna del pecado
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