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EL EVANGELIO DE CRISTO
15 Los
que caminan según la carne
Complementamos en este capítulo
el muro entre la carne y el espíritu que la propia Fe levanta
entre Cielo e Infierno, entre esperanza y vacío de futuro. Tengamos
en cuenta que la gran diferencia entre el cristiano y el hombre
sin Fe reside, se teje y se articula alrededor y desde la vida
eterna que Dios comunicó a su creación entera. Aunque la idea
de un juicio final y una vida futura paradisiaca es un legado
del mundo de Adán a las naciones antiguas, ese legado encontró
en Cristo Jesús su desarrollo final, por el cual supimos que la
esperanza de vida eterna se cumple en el Reino de Dios. En la
Tierra existen otras sociedades religiosas que reclaman para sí
esta idea del cristianismo, si bien no aceptando la Fe del propio
cristianismo. El hecho es que Cristo Jesús fue la encarnación
de aquélla Idea, y no aceptar su Evangelio es querer anular su
Doctrina de Fe y Esperanza siguiendo la táctica de unirse al enemigo
para vencerlo. No miente por tanto San Pablo al afirmar que:
Imposible es que el hombre que
mira a la muerte y desde la muerte enfoca su existencia pueda
actuar acorde a quien camina desde los presupuestos de una vida
eterna, que se cumple en espíritu en nosotros y respecto a la
cual la muerte no es más que una ley impuesta por circunstancias
externas a nosotros como al propio Dios que rociara las aguas
del universo con la energía de su propio ser a fin de hacer que
la semilla de la vida emergiera desde la Naturaleza así revolucionada.
La diferencia que establece la Fe entre hombres y hombres opera
en este terreno y tiene en sus dimensiones sus horizontes. Pues
quien vive contando sus días disfruta de su tiempo según sus limitaciones
y enfoca sus actos en el presente al máximo goce dentro de esas
cuatro paredes construidas por la muerte. Hablando sobre este
comportamiento antinatural -una vez que la propia Naturaleza ha
sido vestida de eternidad- Jesús dijo: “Dejad que los muertos
entierren a sus muertos”. Pues quien vive entre las cuatro paredes
de la muerte, aunque respire, está muerto. Ahora bien, lo natural
es la respiración en la consciencia de vida eterna, desde la que
el futuro abre sus horizontes a la acción sobre los siglos y enfoca
el camino del ser acorde a la realidad interna en la que la conciencia
de la Fe vive. Es lo que vemos en Cristo Jesús, un hombre cuya
respiración no tiene lugar entre las dimensiones de la muerte
sino que piensa y se mueve como quien es inmortal. Y es el hombre
que vive en el cristiano.
pero vosotros no vivís según la carne, sino según el espíritu, si es que de verdad el espíritu de Dios habita en vosotros. Pero si alguno no tiene el Espíritu de Cristo, éste no es de Cristo.
No puede ser de otra forma.
Lo increíble fuera que no fuese así. Ser cristiano y vivir acorde
a los principios de una vida mortal, ajustando las acciones y
los pensamientos a la vida de una criatura sin futuro eterno,
es la negación del propio Cristo desde el cristianismo. El propio
Pablo lo declara y aún cuando habla para cristianos se permite
poner en claro que el mal del cristianismo procede precisamente
de quienes desde dentro operan y viven como criaturas sin consciencia
de la vida eterna a la que hemos nacido y en la que se mueve el
Ser cristiano, que es como ser cristiano sin Dios, una cosa muy
rara. Pero que no por ser muy rara por ello dejamos de tener las
pruebas más claras de su existencia, a todos los niveles del cristianismo,
empezando por los obispos y terminando por el pueblo.
Mas si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto para el pecado, pero
el espíritu vive por la justicia.
Lo que caracteriza una vida
puramente mortal, y de existir esta vida lo contrario sería absolutamente
antinatural, es la consecución del propio bien y satisfacción
individual. Vemos su encarnación material en el ateísmo científico,
padre del materialismo, en el que el hombre, igualado a la bestia,
se limita a procurarse su propio placer ¡¡aún sobre el cadáver
de sus semejantes!! Y es que al no ser el Otro el Yo, el Otro
no puede ser su semejante; Razón que deviene en Ciencia y proclama
la necesaria muerte del Débil a los pies del Fuerte en Razón de
operar dentro de la Especie dos razas, la del Fuerte y la del
Débil. Otra Ley Criminal sería imposible de ser concebida, es
verdad, una vez adoptada por la Ciencia el credo de la Razón de
la Edad Moderna. Y será desde esta Ley que, al no ser escrupulosamente
seguida, que la Especie se hunda en crisis continuas... por culpa
de la debilidad del Fuerte ante el aplastamiento legítimo desde
la Ley por el Fuerte. La Muerte, pues, enfoca sus obras y gobierna
el pensamiento de quienes viven entre sus planteamientos patológicos
lejos de la Verdadera estructura de la Naturaleza Universal, que,
investida de Eternidad, hace brotar la Semilla del Árbol de la
Vida sobre un Océano fecundado por el Espíritu Creador: para,
precisamente, hacer que el Ser de la Creación goce de la vida
eterna natural a Dios, el Único y Verdadero Causante de esta Revolución
cuyo fruto y mejor prueba somos nosotros, aquéllos en quienes
el Espíritu de Cristo es la Raiz del Yo, es decir, del Ser.
Y si el espíritu de aquél que resucitó a Jesús de entre los muertos habita
en vosotros, el que resucitó a Cristo Jesús de entre los muertos
dará también vida a vuestros cuerpos mortales por virtud de su
Espíritu, que habita en vosotros.
En esto está la Fe. Y de nuevo
observamos el planteamiento que San Pablo hace, incluyendo siempre
en su juicio la necesidad de no perder el sentido de la realidad
en base a la adopción del nombre de “cristiano”. Juicio vigilante
y de defensa que se muestra de necesidad para la vida del Yo,
y esto incluyendo en el juicio a los propios obispos, independientemente
de su lugar en la jerarquía de las iglesias. Porque San Pablo
no dirigió esta Epístola exclusivamente al cristiano de a pie,
sino que dirigía sus palabras a todos los cristianos en su conjunto,
lo mismo sacerdotes que fieles. Y lo contrario, que el sacerdote
y el pastor siendo cristianos en ningún caso fueran destinatarios
de las palabras del Espíritu Santo sería una aberración diabólica
del tipo puesto en marcha por Satán en el Edén, quien, siendo
hijo de Dios, utilizó esta Vestidura Divina para enviarnos a todos
al Infierno. Creer que el hábito hace al monje es un suicidio.
Y creer que por enfundarse una mitra la cabeza queda santificada
es un delito contra Dios y el Hombre. Ahora bien, el Juicio mira
a las palabras y las obras, permaneciendo ante el Tribunal de
los hijos de Dios todo hombre como desnudo en relación a sus palabras
y obras. Lo contrario, creer que el hábito hace al monje y por
el hecho de ser elevado alguien a cierto puesto queda automáticamente
libre, de no haberlo estado antes, del pecado y el crimen, es
un suicidio contra la Fe del mismo Cristo Jesús, quien, siendo
el Rey del Universo, se desnudó ante Dios para descubrirnos que
no las ropas sino el Ser es el que se presentará, sea para bien
o para mal, ante el Juez de toda la Creación.
Así pues, hermanos, no somos deudores de la carne para vivir según la carne,
Nunca. No fue por las obras
de la Muerte que se cumple en nuestro Ser el milagro de Nacer
a la vida del Espíritu de la vida eterna. Fue el Brazo de Dios
el Autor de esta Obra por la cual los horizontes entre los que
la Muerte encerró la Consciencia del Hombre cayeron y la Mente
Humana ha sido restaurada en la Libertad de los hijos de Dios,
Libertad en orden a la cual fuera creado el Hombre. No es, pues,
obra de la reproducción y multiplicación de lo humano que la Fe
logró articular su Doctrina entre nosotros, porque en este caso
la Encarnación no hubiera sido necesaria. Al contrario, la Encarnación
puso sobre la mesa la imposibilidad fáctica que desde la eternidad
existe para el logro de la realización del Misterio de la Creación
de vida a Imagen y Semejanza de Dios. Imposibilidad que fue vencida
por Dios; sobre cuya Victoria el mejor canto es la Encarnación.
Si de alguien somos Deudores, por tanto, lo somos de Aquel que
resucitó a Jesucristo, en cuya Resurrección vino a apuntalar Dios,
mediante un hecho Histórico, su Victoria sobre la Muerte, que
devino un hecho consumado. Hecho por el cual quiso Dios darnos
a conocer que la Vida, no por evolución, sino por su Poder, viene
a luz para disfrutar de días que no se acaban nunca, a imagen
y semejanza de su propia Vida. Y nacidos para disfrutar de vida
a su imagen y semejanza lo que le conviene a todo hombre es vivir
acorde a esta Nueva Realidad Universal. Por Ley ajena a la Voluntad
de Dios tenemos que morir, pero por la Ley del Poder de Dios ese
momento es sólo un punto en la línea de nuestra vida eterna. Cerramos
los ojos a la Tierra para abrirlos al Cielo.. si , como dice Pablo,
hemos vivido en la Tierra tal cual si ya estuviéramos en el Cielo.
que si vivís según la carne, moriréis; mas, si con el espíritu mortificáis
las obras del cuerpo, viviréis.
Otra cosa no sería natural.
Ni desde la óptica de la inteligencia humana ni desde la de la
misericordia divina. Es decir, que caminando en este mundo a imagen
y semejanza de verdaderos demonios se nos abriesen las puertas
del Cielo por el simple hecho de haber cometido esos crímenes...
en nombre de Cristo... De donde se ve que mientras más alto sube
el hombre más dura es la caída. Y pues que todos estamos sujetos
a la estructura de un mundo en constante lucha contra Dios, es
decir, contra sí mismo, la paz es sólo para los que están muertos.
Pues la paz implica que ya no hay problemas. Pero el que está
vivo camina de problema en problema. Y mientras exista este enfrentamiento
la batalla empieza en uno mismo. Dejemos, pues, que los muertos
entierren a sus muertos, y nosotros a lo nuestro, a contemplar
el futuro de los siglos y acordar nuestras acciones en pensamiento,
palabra y obra al comportamiento natural a quienes nacen para
gozar de la vida eterna. Porque como dijimos antes: La Muerte
ya no tiene poder sobre nosotros, ni antes, ni durante, ni después.
Vivimos como Inmortales en un cuerpo mortal, cierto, pero la victoria
del Hombre sobre la Muerte está en que siendo mortales nos comportamos,
en pensamiento, palabra y obra, como Inmortales ¡¡a Imagen y Semejanza
de Cristo Jesús!!
A este misterio de vida se reduce
la Fe.
16. El cristiano,
hijo de Dios
Porque los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.
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