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EL EVANGELIO DE CRISTO SEGÚN SAN PABLO

 

16

El cristiano, hijo de Dios

 

He aquí que lo que se escribió al Principio, “Adán, hijo de Dios”, vuelve a escribirse al Final: Jesús, hijo de Dios. Escrito con el que Dios demostró delante de todas las Naciones del Universo que El jamás sentenció al Hombre al destierro eterno de su Reino. Pero habiendo roto su Mandato la propia fuerza de la Ley juzgó el delito y acorde a sus causas El administró Juicio. La sentencia contra el Género Humano era firme, pero únicamente por un tiempo, cual se correspondía a la naturaleza del propio delito. Habría de llegar el Día de la Libertad; el Día en que una vez penado el Delito, por el que la Mente del Hombre fue encerrada entre los muros de la Ignorancia, la condena satisfecha, la Puerta se abriría y el Hombre entraría en posesión de su Heredad, el Espíritu de Dios, el Espíritu de Yavé: “Espíritu de Sabiduría e Inteligencia, espíritu de Entendimiento y Fortaleza, espíritu de Consejo y Temor de Dios”. En fin, el espíritu de Cristo. Pero Dios, en su maravillosa omnisciencia y habiendo sufrido contra su Voluntad la pérdida de su hijo, el Hombre, nosotros, quiso celebrar la Fiesta de la Libertad, estando nosotros aún en el Destierro de su Espíritu, mediante la visión de la Verdadera Naturaleza de su Paternidad Universal, que se manifestó en Cristo Jesús y sus Discípulos: a fin de que no le tuviéramos miedo a la Libertad de la gloria de los hijos de Dios, en razón de la cual el Género Humano fue creado y, en consecuencia, su luz nos es tan natural como el sol, el aire y el agua. La espiritualidad no es por tanto una dimensión extraña a nuestra naturaleza. Al contrario su ausencia es la que causa la imposibilidad fáctica que le impide a nuestra inteligencia una evolución omnisciente sin límites: dentro del espacio de la Ley Divina, siempre- se entiende.

 

Porque los que son movidos por el Espíritu de Dios, éstos son hijos de Dios.

 

Tal es la razón redentora cristiana bajo cuyo crecimiento la Civilización saltó de la Filosofía a la Ciencia, salto que de por sí sola -como se ve de su muerte bajo los pies de los Bárbaros y su resurrección de manos del Cristianismo- la Civilización no podía realizar, y, gracias a Jesucristo y sus Discípulos, tuvo lugar. La declaración de San Pablo no es, entonces, gratuita. El reconocimiento de la Filiación Divina del Movimiento Cristiano procede de la glorificación de Aquel que sobre todos extendió su Paternidad, por cuya Voluntad ese salto de la Civilización fue posible y sin cuyo Poder y sabiduría la Civilización jamás hubiera salido de la tumba en la que la enterraron los Atilas de aquéllos siglos. Al Cristianismo y sólo al Cristianismo, hablando entre hombres, le corresponde la gloria imperecedera de haber producido el milagro del Renacimiento de la Civilización. Lo otro, sostener que sin el Cristianismo la Civilización hubiera sobrevivido al peso de la Invasión y Destrucción del Mundo Antiguo, es pura demencia. Los efectos de aquélla Gesta saltan a la vista. Que ahora quieran algunos deslegitimar los efectos partiendo de los límites puestos en marcha es discurso de la misma raíz demencial anterior, y que entra dentro del discurso natural a la operación de lavado de cerebro que suelen poner en acción los enemigos de la Revolución Cristiana, para quienes antes de ellos era el infierno y con ellos comienza el paraíso a florecer a los pies de sus líderes, nacidos para la eternidad. Lavado de cerebro cuyos efectos esquizoides violentos los tenemos en carne y sangre en el Cementerio del Siglo XX, donde quisieron enterrar al Cristianismo en razón de unas causas revolucionarias universales que, curiosamente, contra la bondad de sus orígenes, hundieron al mundo en el infierno de las guerras mundiales.

 

Que no habéis recibido el espíritu de siervos para recaer en el temor, antes habéis recibido el espíritu de adopción, por el que clamamos: ¡Abba! ¡Padre!

Ante nada ni nadie, entonces, tenemos que excusar, justificar o simplemente hacer comprender nuestro derecho a vivir y gobernar nuestra Civilización acorde al reino de la Ley Universal Divina que con su sabiduría mantiene vivas y en constante crecimiento todas las Naciones de la Creación. Que tuviéramos que justificar lo que compramos con nuestra sangre, es una petición imposible de satisfacer porque su discurso implica nuestra renuncia al Gobierno de nuestra Civilización. Nuestro Derecho al Gobierno Universal de la Civilización no puede ser discutido ni sujeto a tela de juicio.

 

El Espíritu da testimonio a nuestro espíritu de que somos hijos de Dios,

Y lo contrario, que siendo nosotros, los Cristianos, los fundadores de este Mundo, y por Cristianos hijos de Dios, que nosotros fuéramos gobernados en nuestra propia Casa y Reino por un Poder extraño a quien es el Rey de nuestro Universo, viviendo así bajo una ley ajena a la Justicia sempiterna sobre cuyos Mandatos está articulada la Creación entera, esta opción, no importa el discurso que la proteja, es un suicidio que le afecta a todo el género humano. Siendo nuestro Padre el Rey y Señor de los Cielos y de la Tierra sería un suicidio colectivo vivir bajo la ley no de nuestro Dios y Padre sino la de un enemigo de su Casa y Reino. Que somos lo que somos es un hecho que está más allá de la esfera del diálogo con quienes, una vez ofrecido el diálogo usaron el diálogo para conducir al mundo a la destrucción total, a todos los niveles, de la que hemos salido indemne gracias y exclusivamente sólo a la Sabiduría de nuestro Creador. No hay más diálogo posible sobre nuestro derecho e Identidad.

 

y si hijos, también herederos; herederos de Dios, coherederos de Cristo, supuesto que padezcamos con El para ser con El glorificados.

 

La timidez y la caridad hasta el límite de dejarse aplastar por quien usa nuestro entendimiento y deseo de paz para aniquilar la Civilización que fundaron nuestros padres con su sangre y sobre el tesoro de su sacrificio imperecedero aniquila nuestro Derecho al Gobierno de la Civilización, que nos pertenece, por la sangre y el Espíritu; la timidez es, hoy, una confesión de renuncia a la Fe en la que hemos nacido, nos criamos y nos movemos. Hijos de Dios, como dice en otra parte San Pablo, familia de Cristo Jesús por obra y gracia del Espíritu de Dios, todo nos pertenece, lo mismo las cosas de los Cielos que las de la Tierra. Ahora bien, si entre nosotros existe división por cuestiones puramente teologales procedentes de causas ya desaparecidas, ¿¡cómo haremos efectivo nuestro Derecho!? ¿¡Acaso puede Dios Padre admitir semejante discordia entre sus hijos y siervos más allá de un tiempo!? ¿¡No habría de llegar el Día de proceder a dar Fin a semejante División en su Casa y Reino mediante el Anuncio de su Voluntad Unificadora!? Ya veremos en el próximo capítulo que Sí

 

17. Los sufrimientos presentes comparados con la gloria futura

Tengo por cierto que los padecimientos del tiempo presente no son nada en comparación con la gloria que ha de manifestarse en nosotros;