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Tampoco los judíos
están camino de la salvación
Por lo cual eres inexcusable, ¡oh! hombre, quienquiera
que seas, tú que juzgas; pues en lo mismo en que juzgas a otro,
a ti mismo te condenas, ya que haces eso mismo que condenas.
La Sabiduría es
la consejera de los valientes; y las leyes la de aquéllos que
se escudan en sus oficios para cometer impunemente los delitos
que en otros condenan. Pues todos sabemos que desde la Caída de
Adán, es decir, desde el principio de este mundo, los mayores
criminales se refugian en los palacios de justicia y los mayores
sacrílegos en el templo de Dios. La naturaleza infernal de este
mundo procede de esta relación entre el crimen y la ley, en la
que la ley sirve al crimen y es su mejor mecenas. Pues nadie ignora
que la religión es el refugio de los mayores criminales de todos
los tiempos, como se ve en los tiempos presentes.
La fuerza que
anima el brazo y la mente de semejantes delincuentes procede de
su natural desprecio a la existencia de Dios, de cuyo nombre se
sirven para empujar a otros a mancharse de sangre hasta el cuello
mientras ellos lucen al sol la camisa blanca de sus delitos secretos.
De manera que si los valientes tenemos en la sabiduría nuestra
fuerza, los cobardes y sus gemelos en el infierno tienen en la
ley su mejor arma de defensa. Ignorar esta realidad, independientemente
de la nación y el credo, es abrirle la puerta al infierno y permitir
que el terror sea el maestro de los cachorros de los aspirantes
a tiranos, dictadores, asesinos, criminales, estafadores, genocidas,
en suma, criaturas a imagen y semejanza de los demonios.
Pues sabemos que el juicio de Dios es, conforme a
verdad, contra todos los que cometen tales cosas.
La Justicia Divina
se mantiene incólume e inmarcesible frente y delante de toda criatura,
del Cielo o de la Tierra, que pretenda fundar su delito en la
filiación o amistad con Dios, cual si Dios le perdonare a unos
el crimen en razón de su parentesco y a otros los condenara al
infierno por ese mismo delito en orden a la distancia de parentesco
entre el delincuente y el Juez eterno. Quien así hace acusa a
Dios de ser el Padre del Maligno, en virtud de cuya paternidad
se jactan de sus crímenes los demonios en el infierno. Obviamente
Dios no puede ser engañado, pero los hombres sí, de aquí que el
hombre que cierra sus ojos y perdona en su raza y pueblo lo que
condena en sus vecinos se hace partícipe de los delitos cometidos
por su pueblo. No hay, pues, mayor cobarde y suicida que quien
bendice en su pueblo y parentesco lo que condena en aquellos contra
quienes se alza criminal el brazo de sus hermanos. Y esto hablando
lo mismo para el judío que para el cristiano, para el musulmán
que para el ateo, quien bendice en sus hermanos lo que condena
en los extraños es un delincuente y es reo de la Justicia de Dios,
ya se siente en el trono de san Pedro ya en la Casa Blanca, en
el Kremlin o en el mismo trono del infierno.
¡Oh hombre¡ ¿Y piensas tú, que condenas a los que
eso hacen, y con todo lo haces tú, que escaparás al juicio de
Dios?
La sabiduría de
todo criminal, según se ve, tiene un norte y una meta. Para llegar
a imponer su propia ley y transformar la sociedad en una jungla
maligna la necesidad le exige vestirse de sacralidad, rodearse
de impunidad, igualarse a los dioses del infierno, elevarse sobre
los demás hombres y golpear sin miedo contra todo aquel que se
atreva a contestar su voluntad. Mas esa necesidad en razón de
la cual excusan los santos criminales sus infernales crímenes
tienen en la Justicia Divina su final, y ante Dios responderán
de la Fe que pisaron en el interior de su Templo ante los ojos
de toda la Humanidad. Quien peca no tiene Fe, aunque se siente
en el mismísimo trono de Dios, cosa, como se comprenderá, imposible,
aunque lo intentó con todas sus fuerzas el mismísimo Satán. ¿El
Pecado y la Fe unidos a un mismo tronco como los brazos al cuerpo
humano? Quedándonos en la disputa Protestantismo-Catolicismo,
Lutero verá que no miento el día que Dios lo juzgue por bendecir
en los suyos lo que condenó al infierno en los otros. Y viceversa.
¿O es que desprecias las riquezas de su bondad, paciencia
y longanimidad, desconociendo que la bondad de Dios te trae a
penitencia?
¿De dónde procede
esta paciencia y longanimidad que misericordiosamente distribuye
sus dones entre nosotros Dios sino en la justicia que procede
de la Fe? ¿No fuimos todas las familias del mundo condenadas y
entregadas al fuego por la ignorancia del príncipe que el propio
Dios nos eligiera para ser nuestro Rey sempiterno? ¿Acaso no sabía
Dios que al condenarnos a todos por el pecado del Primer Hombre
nuestros crímenes clamarían al Cielo pidiendo para todos el Infierno?
Porque hubo Ignorancia, la Sabiduría se apiadó de nosotros, y,
aún dándonos la espalda por un tiempo, con lágrimas en los ojos
caminó a nuestro encuentro. Y si éramos ignorantes, lo mismo judíos
que gentiles, -siempre hablando antes de Cristo-¡cómo hubiera
podido nadie comprender el Pensamiento de quien tenía en la Sabiduría
su Esposa Omnisciente!
Pues conforme a tu dureza y a la impenitencia de tu
corazón, vas atesorando ira para el día de la ira y de la revelación
del justo juicio de Dios
De aquí que habiendo
estado sujetos todos a la esclavitud de la Muerte todos nosotros
hallásemos en Cristo quien nos defendiese y, separando crimen
de criminal, arrojando el delito al fuego eterno doblase sus rodillas
ante el Juez Eterno pidiendo para nosotros la clemencia y la misericordia
reservada a quien fue empujado al pecado sin conocimiento de causa.
La petición de Aquel que se alzó en nuestra Defensa delante del
Tribunal de Dios y su Corte fue oída en la Creación entera, cuando
antes de morir abrió por última vez su boca, diciendo: “Perdónalos
porque no saben lo que hacen”.
Que dará a cada uno según sus obras
Pues si los hombres
hubiéramos sabido desde siempre todas las cosas jamás la mano
de Eva se hubiera estirado para arrancarle al árbol de la maldición
su fruto de muerte.
A los que con perseverancia en el bien obrar buscan
la gloria, el honor y la incorrupción, la vida eterna
Pero el Maligno,
sabiendo que sin comer el hombre descubriría las leyes de esa
Ciencia, nos sirvió su veneno dantesco envuelto en el frasco de
la leche materna, engañándonos con la blanca dulzura de la apariencia
el mortal líquido que habría de cerrarnos el camino a la gloria
de la libertad de los hijos de Dios.
Pero a los contumaces, rebeldes a la verdad, que obedecen
a la injusticia, ira e indignación.
Sobre su cabeza
su crimen, sobre su alma sus infinitos delitos, sobre sus huesos
la condena que buscó para una criatura inocente que apenas si
acababa de salir de su Infancia. El Juicio de Dios contra el asesino
de su hijo Adán se mantiene firme: Destierro de su Reino por la
eternidad de las eternidades.
Tribulación y angustia sobre todo el que hace el mal,
primero sobre el judío, luego sobre el gentil
Sabiendo nosotros
que tal es el Juicio de Dios contra quien odia la Ley, una vez
conocida la Ciencia que al Principio debiéramos haber conocido
no por la experiencia en nuestras carnes, sino por el poder de
la teoría que le es natural a la inteligencia, el Juicio pesa
sobre todo hombre, cristiano o judío, musulmán o ateo, idólatra
o no, que conociendo la Justicia Divina persista en sus crímenes,
dado que procediendo el Conocimiento de todas las cosas ya no
opera la Ignorancia.
Pero gloria, honor
y paz para todo el que hace el bien, primero para el judío, luego
para el gentil
Cristiano o judío,
musulmán o ateo, la Justicia Divina recoge en sus cestos las obras
de quienes aman sus frutos, ya que como bien dice el Apóstol:
Pues en Dios no
hay acepción de personas
La ley de los
gentiles
Cuantos hubiesen pecado sin Ley, sin Ley también perecerán;
y los que pecaron en la Ley, por la Ley serán juzgados
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