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EL EVANGELIO DE CRISTO SEGÚN SAN PABLO

 

6

Tampoco los judíos están camino de la salvación

 

Por lo cual eres inexcusable, ¡oh! hombre, quienquiera que seas, tú que juzgas; pues en lo mismo en que juzgas a otro, a ti mismo te condenas, ya que haces eso mismo que condenas.

 

La Sabiduría es la consejera de los valientes; y las leyes la de aquéllos que se escudan en sus oficios para cometer impunemente los delitos que en otros condenan. Pues todos sabemos que desde la Caída de Adán, es decir, desde el principio de este mundo, los mayores criminales se refugian en los palacios de justicia y los mayores sacrílegos en el templo de Dios. La naturaleza infernal de este mundo procede de esta relación entre el crimen y la ley, en la que la ley sirve al crimen y es su mejor mecenas. Pues nadie ignora que la religión es el refugio de los mayores criminales de todos los tiempos, como se ve en los tiempos presentes.

La fuerza que anima el brazo y la mente de semejantes delincuentes procede de su natural desprecio a la existencia de Dios, de cuyo nombre se sirven para empujar a otros a mancharse de sangre hasta el cuello mientras ellos lucen al sol la camisa blanca de sus delitos secretos. De manera que si los valientes tenemos en la sabiduría nuestra fuerza, los cobardes y sus gemelos en el infierno tienen en la ley su mejor arma de defensa. Ignorar esta realidad, independientemente de la nación y el credo, es abrirle la puerta al infierno y permitir que el terror sea el maestro de los cachorros de los aspirantes a tiranos, dictadores, asesinos, criminales, estafadores, genocidas, en suma, criaturas a imagen y semejanza de los demonios.

 

Pues sabemos que el juicio de Dios es, conforme a verdad, contra todos los que cometen tales cosas.

 

La Justicia Divina se mantiene incólume e inmarcesible frente y delante de toda criatura, del Cielo o de la Tierra, que pretenda fundar su delito en la filiación o amistad con Dios, cual si Dios le perdonare a unos el crimen en razón de su parentesco y a otros los condenara al infierno por ese mismo delito en orden a la distancia de parentesco entre el delincuente y el Juez eterno. Quien así hace acusa a Dios de ser el Padre del Maligno, en virtud de cuya paternidad se jactan de sus crímenes los demonios en el infierno. Obviamente Dios no puede ser engañado, pero los hombres sí, de aquí que el hombre que cierra sus ojos y perdona en su raza y pueblo lo que condena en sus vecinos se hace partícipe de los delitos cometidos por su pueblo. No hay, pues, mayor cobarde y suicida que quien bendice en su pueblo y parentesco lo que condena en aquellos contra quienes se alza criminal el brazo de sus hermanos. Y esto hablando lo mismo para el judío que para el cristiano, para el musulmán que para el ateo, quien bendice en sus hermanos lo que condena en los extraños es un delincuente y es reo de la Justicia de Dios, ya se siente en el trono de san Pedro ya en la Casa Blanca, en el Kremlin o en el mismo trono del infierno.

 

¡Oh hombre¡ ¿Y piensas tú, que condenas a los que eso hacen, y con todo lo haces tú, que escaparás al juicio de Dios?

 

La sabiduría de todo criminal, según se ve, tiene un norte y una meta. Para llegar a imponer su propia ley y transformar la sociedad en una jungla maligna la necesidad le exige vestirse de sacralidad, rodearse de impunidad, igualarse a los dioses del infierno, elevarse sobre los demás hombres y golpear sin miedo contra todo aquel que se atreva a contestar su voluntad. Mas esa necesidad en razón de la cual excusan los santos criminales sus infernales crímenes tienen en la Justicia Divina su final, y ante Dios responderán de la Fe que pisaron en el interior de su Templo ante los ojos de toda la Humanidad. Quien peca no tiene Fe, aunque se siente en el mismísimo trono de Dios, cosa, como se comprenderá, imposible, aunque lo intentó con todas sus fuerzas el mismísimo Satán. ¿El Pecado y la Fe unidos a un mismo tronco como los brazos al cuerpo humano? Quedándonos en la disputa Protestantismo-Catolicismo, Lutero verá que no miento el día que Dios lo juzgue por bendecir en los suyos lo que condenó al infierno en los otros. Y viceversa.

 

¿O es que desprecias las riquezas de su bondad, paciencia y longanimidad, desconociendo que la bondad de Dios te trae a penitencia?

 

¿De dónde procede esta paciencia y longanimidad que misericordiosamente distribuye sus dones entre nosotros Dios sino en la justicia que procede de la Fe? ¿No fuimos todas las familias del mundo condenadas y entregadas al fuego por la ignorancia del príncipe que el propio Dios nos eligiera para ser nuestro Rey sempiterno? ¿Acaso no sabía Dios que al condenarnos a todos por el pecado del Primer Hombre nuestros crímenes clamarían al Cielo pidiendo para todos el Infierno? Porque hubo Ignorancia, la Sabiduría se apiadó de nosotros, y, aún dándonos la espalda por un tiempo, con lágrimas en los ojos caminó a nuestro encuentro. Y si éramos ignorantes, lo mismo judíos que gentiles, -siempre hablando antes de Cristo-¡cómo hubiera podido nadie comprender el Pensamiento de quien tenía en la Sabiduría su Esposa Omnisciente!

 

Pues conforme a tu dureza y a la impenitencia de tu corazón, vas atesorando ira para el día de la ira y de la revelación del justo juicio de Dios

 

De aquí que habiendo estado sujetos todos a la esclavitud de la Muerte todos nosotros hallásemos en Cristo quien nos defendiese y, separando crimen de criminal, arrojando el delito al fuego eterno doblase sus rodillas ante el Juez Eterno pidiendo para nosotros la clemencia y la misericordia reservada a quien fue empujado al pecado sin conocimiento de causa. La petición de Aquel que se alzó en nuestra Defensa delante del Tribunal de Dios y su Corte fue oída en la Creación entera, cuando antes de morir abrió por última vez su boca, diciendo: “Perdónalos porque no saben lo que hacen”.

 

Que dará a cada uno según sus obras

 

Pues si los hombres hubiéramos sabido desde siempre todas las cosas jamás la mano de Eva se hubiera estirado para arrancarle al árbol de la maldición su fruto de muerte.

A los que con perseverancia en el bien obrar buscan la gloria, el honor y la incorrupción, la vida eterna

 

Pero el Maligno, sabiendo que sin comer el hombre descubriría las leyes de esa Ciencia, nos sirvió su veneno dantesco envuelto en el frasco de la leche materna, engañándonos con la blanca dulzura de la apariencia el mortal líquido que habría de cerrarnos el camino a la gloria de la libertad de los hijos de Dios.

 

Pero a los contumaces, rebeldes a la verdad, que obedecen a la injusticia, ira e indignación.

 

Sobre su cabeza su crimen, sobre su alma sus infinitos delitos, sobre sus huesos la condena que buscó para una criatura inocente que apenas si acababa de salir de su Infancia. El Juicio de Dios contra el asesino de su hijo Adán se mantiene firme: Destierro de su Reino por la eternidad de las eternidades.

 

Tribulación y angustia sobre todo el que hace el mal, primero sobre el judío, luego sobre el gentil

 

Sabiendo nosotros que tal es el Juicio de Dios contra quien odia la Ley, una vez conocida la Ciencia que al Principio debiéramos haber conocido no por la experiencia en nuestras carnes, sino por el poder de la teoría que le es natural a la inteligencia, el Juicio pesa sobre todo hombre, cristiano o judío, musulmán o ateo, idólatra o no, que conociendo la Justicia Divina persista en sus crímenes, dado que procediendo el Conocimiento de todas las cosas ya no opera la Ignorancia.

Pero gloria, honor y paz para todo el que hace el bien, primero para el judío, luego para el gentil

Cristiano o judío, musulmán o ateo, la Justicia Divina recoge en sus cestos las obras de quienes aman sus frutos, ya que como bien dice el Apóstol:

Pues en Dios no hay acepción de personas

 

 

La ley de los gentiles

Cuantos hubiesen pecado sin Ley, sin Ley también perecerán; y los que pecaron en la Ley, por la Ley serán juzgados