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EL EVANGELIO DE CRISTO SEGÚN SAN PABLO

 

23

Las dos justicias

 

Pues Moisés escribe que el hombre que cumpliere la justicia de la Ley vivirá en ella.

 

No es de extrañar que Lutero encontrase en esta doctrina del Derecho Universal a la vida eterna en el Nombre de Jesús la palanca con la que mover el universo cristiano y dividir la cristiandad europea occidental en dos partes irreconciliables. Pablo procede a darle expresión humana a la Revelación de Cristo, cuando dijera que todo el que cree en el Hijo conocerá la vida eterna. Punto y final. Se acabó. No hay más, no se pide menos. Luego podrán venir las ordenanzas, los mandamientos de la santa madre iglesia, el peaje que cada uno quiera ponerle para acceder a esta autopista libre al Cielo. Allá cada cual. Unos ponen diezmos, otros mandamientos, otros odios condicionantes, cada cual impone sobre aquel a quien acerca a Dios su propio peaje, unos invisibles otros tan visibles como cadenas que hacen del libre un esclavo de aquel que le liberara. Digamos en descargo de Dios que tan tonto es quien libera para esclavizar como el que naciendo libre se deja convertir en esclavo después de haber sido hecho libre. La libertad no es el fruto de un hombre, o de una iglesia, sea cual sea, sino don de Dios sobre toda su creación. Los hombres, y las iglesias, son meros instrumentos de realización de este don, que, como una espada sobrenatural, va cortando las cadenas de las naciones encadenadas por el Infierno al muro de su autodestrucción. Que la espada pida las gracias sometiendo a su sobrenaturaleza a aquel que libera es una nueva idolatría, tanto más sutil cuanto que se adora al instrumento por ser de Dios siguiendo el razonamiento animal de quienes adorando a la Luna o al Sol consideran que adoran a su Creador. Quiero decir, el Poder y la Gloria es de Dios y los hombres como las iglesias son sólo instrumentos de liberación, y en consecuencia, cualquiera que pide peaje, en forma de diezmos, mandamientos o cualquier otro sistema de servidumbre del liberado respecto a su “liberador”, es una rebelión contra el Dios que concediera gratis al universo entero el derecho a la vida eterna. El Cristiano, en efecto, únicamente a su Dios y Señor, nuestro Rey Jesucristo, le debe la Gracia de su Nacimiento en Libertad para disfrutar de la gloria de los hijos de Dios. El que libera en su Nombre no es nada. Ni iglesia ni pastor. La gloria de la Liberación no es del siervo, sino de su Señor, y a El y sólo a El, le debe todo hombre, nacido en la Fe, su derecho inalienable a la vida eterna en el Paraíso de Dios, su Padre. Lo cual no implica, ni mucho menos, como Lutero en su disputa con el Papa concluyó, que tengamos que coger al siervo y mandarlo al infierno, tanto más cuanto que el Siervo y el Señor forman una sola realidad un sólo Cuerpo, divino y eterno. Que la espada libertadora sufra el continuo golpe contra las cadenas y por ese desgaste sea condenada al fuego es un ejercicio de ignorancia supina, tremendo y categórico que pone de relieve el olvido de la Sobrenaturaleza del Brazo de Dios. No porque la fe se corrompa, según le dijera Pedro “a los elegidos extranjeros de la dispersión: Por lo cual exultáis, aunque ahora tengáis que entristeceros un poco, en las diversas tentaciones, para que vuestra fe, más preciosa que el oro, que se corrompe aunque acrisolada por el fuego...”. No porque la fe se corrompa tenemos el deber, que se impuso a sí mismo Lutero, de coger la Fe y echarla fuera de nuestra alma porque nuestra alma se merece algo más que una fe “que se corrompe”. Este sistema de pensamiento que procede del orgullo, es destructivo, esquizoide, y comporta, a la larga, una perversión del pensamiento de Cristo, cuyo fruto no puede ser, según ya se ha visto en el Siglo XX, otro que un comportamiento cainita del que así piensa y se separa de los demás cristianos en base a que su fe se corrompe y la fe a la que él aspira es una fe incorruptible. No hay más que abrir las páginas de la Historia para comprobar la demencia en este tipo de discurso. Y como ya veremos en otro sitio y reconociera el Apóstol en otra Carta, para vivir semejante Fe tendríamos que no estar en este mundo. Mas habiendo nacidos en este mundo y viviendo en este mundo evitar que la influencia de este mundo le afecte a nuestra Fe, es decir, a nosotros, es pretender una locura. Locura tan grande como hacer de la realidad excusa y convertir nuestro defecto en justificación de todos los crímenes que se nos ocurran, como si mientras conservemos la fe nos estuviera permitido lo que al Diablo le ha supuesto el Destierro Eterno de la Creación de Dios. ¡Nunca! Como todos sabemos la Obra de Dios es que creamos en el Hijo. Sin embargo todo en el mundo está configurado para que esta Obra no alcance su Meta más preciada: Que seamos su Imagen y Semejanza. La Historia del Cristianismo, en cuyos volúmenes figura la Edad de la Reforma, es uno los efectos de esa batalla milenaria entre la Fe y la Ignorancia del mundo. Creer que Lutero marcó un Antes y un Después es un error terrible. Tan terrible como creer que el Concilio de Trento hizo otro tanto. La Fe de Cristo sólo tiene una palabra y una justicia:

 

Pero la justicia que viene de la fe dice así: No digas en tu corazón: “¿Quién subirá al cielo?”, esto es, para bajar a Cristo;

 

Nadie, ni en la Tierra ni en el Cielo, podía hacer que la Imagen y Semejanza a la que fuimos llamados desde el principio de la Creación de nuestro Mundo, renaciera en nuestro ser. Únicamente Aquel que Dios nos dio como Modelo sempiterno podía impregnar nuestra conciencia de su Realidad mediante la Contemplación en vivo de su Persona. La Iglesia, y el sacerdote en cuanto Siervo, tiene por Deber de Contrato de vida acercarnos a Aquel que es nuestro Modelo, pero es en los hijos de Dios que ese Modelo se hace vida en nuestra vida, o como diría más adelante el Apóstol: “Cristo, que es vuestra vida”. Cual recibimos gratis de nuestros padres la vida, de la misma manera recibimos gratis nuestro derecho a la vida eterna, que viene dado en Cristo, nuestra Fe hecha carne para que no seamos sólo de palabra hijos de Dios, sino en Poder y Gloria. ¿O acaso el Cristiano no extiende su bandera sobre el mundo entero?

 

o: “¿Quién bajará al abismo?”, esto es, para hacer subir a Cristo de entre los muertos.

 

Adonde fue arrojado como consecuencia de la Caída el verdadero ser del Hombre. Habiendo sido creados para conocer la libertad de la gloria de los hijos de Dios ¿en qué lugar acabamos y por qué nos encontramos al día siguiente atrapados en la selva de las pasiones infernales que nos han devorado durante estos últimos seis milenios? ¿Qué hombre podía recuperarnos para Dios, qué criatura en el Cielo o en la Tierra podía rescatar nuestro Ser de la tumba en la que fuera arrojado? Es verdad que bien podía habernos dado Dios por Modelo otro de sus hijos. Pues al decir, hagamos al hombre a nuestra imagen y semejanza, implicaba en la Formación del Género Humano a toda su Casa. Nuestra gloria está en que teniendo Misericordia de nosotros, quiso darnos por Modelo a su Unigénito en persona, a fin de que nuestro Ser renaciera tanto más hermoso cuanto más monstruoso había devenido por la Caída. Únicamente El podía rescatar nuestro Ser haciendo de esta manera su Vida nuestra Vida. Y viceversa, ¿o acaso no van unidos eternamente la Imagen y su reflejo? Será de esta manera, sin duda, que Cristo y las Iglesias se hicieron una sola cosa, aunque, como dijimos arriba, esta unión siguiera sujeta a la ley de la corrupción natural al mundo. En suma, a nadie le debe nuestro Ser su vida sino al Hijo de Dios, y, en consecuencia, todo peaje, todo diezmo, todo mandamiento que convierta nuestros defectos en actos pecaminosos, es un acto delictivo contra la justicia de la fe.

 

Pero ¿qué dice? “Cerca de tí está la palabra, en tu boca, en tu corazón”, esto es, la palabra de la fe que predicamos.

 

A saber: Jesucristo es Dios Hijo Unigénito, nacido de la Virgen María, nuestro Rey Sempiterno, Señor de todas las iglesias, a las que se unió para engendrarle a Dios hijos, su Descendencia en el Espíritu, nosotros, Descendencia Divina, en razón de cuyo nacimiento futuro la Creación entera se mantuvo expectante hasta poder ver con su alma al Hombre liberado y hecho partícipe de la gloria de los hijos de Dios. Esta era la Voluntad de Dios al enviar a su Hijo desde el Cielo para bajar a los abismos, rescatar nuestro Ser y restaurar su Obra haciéndola tanto más hermosa cuanto devenía Imagen y Semejanza de Aquel por quien Dios Padre renuncia a todo y sin quien Dios no puede concebir su Vida: su Hijo Jesús, nuestro Héroe, Rey y Salvador. Esta es la Fe que predicaron los Apóstoles. Y esta es la Confesión que les costó la vida.

 

Porque si confesares con tu boca al Señor Jesús y creyeres en tu corazón que Dios le resucitó de entre los muertos, serás salvo.

 

Nada más fácil. Nada más sencillo. A dos milenios de distancia del autor debemos tener en cuenta que hoy día hasta los loros repiten esta Confesión. A la hora de leer las Escrituras nuestra inteligencia no debe separar Historia y Vida. La Historia sin vida es nada. Y la Vida es de por sí Historia. Lo podríamos decir diciendo que el texto va en su contexto y cualquier disociación de ambas partes impone una actitud de sabiduría que, de no darse, implica la manipulación del sentido original de la Escritura, desembocando el hecho en perversión de la Doctrina. En este caso la Fe es la misma. No se puede ser cristiano y no creer en la resurrección del Hijo. Y se es cristiano porque se cree en que Dios resucitó a Jesús. Es el Texto. El contexto es que hoy puedes gritarlo en la calle y nadie va a ponerte una espada en el cuello ni a tirarte a los leones. El fruto de la Fe es el mismo en todo hombre, la vida eterna. Sólo que creerse más que nadie por repetir en la calle mil veces al día esta Confesión cuando no existe el Contexto, o sea, la pena de muerte por hacerla, implica cierta grado de demencia.

 

Porque con el corazón se cree para la justicia, y con la boca se confiesa para la salud.

 

Desgraciadamente aún existe en nuestro mundo naciones que sostienen la espada contra la Fe. Es un hecho, no una denuncia. Son millones los cristianos que son sometidos a vejación y tortura por Confesar en privado lo que en público entre nosotros no desata ya ni risa. Entonces, si somos los herederos de Dios, y nos pertenece todo ¿cómo siendo partícipes de la gloria de los hijos de Dios podemos permitir que nuestros hermanos sufran vejación y tortura por Confesar lo que nosotros vivimos libremente? Y lo que es más dramático y terrible: ¿Cómo podemos permitir que nuestros gobiernos y los gobiernos que persiguen y torturan a nuestros hermanos en la Fe tengan tratos sin poner nuestros gobiernos ante, delante y sobre la mesa la Denuncia contra semejante conducta criminal y asesina? Porque, ciertamente, la Muerte de Cristo era de Necesidad; pero nosotros hemos recibido por Deber: Vivir. Y con el deber el Derecho a la defensa de esta Vida, y, estando todos en Cristo, la tortura contra un cristiano es una vejación contra todos nosotros. Pero alguno se dirá: ¿Acaso corrieron los cristianos a defender a los otros cristianos del sacrificio, siendo que tenían el martirio por coronación de su fe? Y yo le digo: Había Necesidad de la Muerte de Cristo. Pero consumada la Necesidad, es anticristiano procediendo de un cristiano: hacer caso omiso del Sagrado Derecho a la Vida de todos los ciudadanos del Reino de Dios.

 

Pues la Escritura dice: “Todo el que creyere en El no será confundido”.

 

¡Cómo podría ser de otra forma! ¿O acaso Dios nos creó para ser aplastados por las bestias del campo y no “para dominar sobre todas las criaturas”? El Testamento es firme: “Se apoderará tu descendencia de la puerta de sus enemigos”. No hay por tanto confusión para los que vivimos en la Luz de la Verdad. Y la verdad es, en palabras de San Pablo:

 

No hay distinción entre el judío y el gentil. Uno mismo es el Señor de todos, rico para todos los que le invocan,

 

Lo cual a los judíos tiene que seguir pareciéndoles herejía, y en su herejía incapaces de comprender que Dios es Libre para hacer y deshacer según su Omnisciencia, y esta Omnisciencia desde luego no está sujeta al Talmud ni a la Torah, pues quien escribe está sobre su Obra y puede destruir lo que hace con sus manos acorde a su Ciencia y su Poder. Lo contrario, limitar la Voluntad de Dios al interés de un pueblo, se llama Judaísmo.

 

pues todo el que invocare el nombre del Señor será salvo.

 

¿O tendrá Dios que pedirle permiso a su criatura para levantar sobre la Obra de sus manos a quien El quiera? ¿O tiene que estructurar sus Planes teniendo en cuenta los planes de sus criaturas? ¿O sujetar Sus proyectos y determinios a los pensamientos de sus siervos e hijos? ¿Y qué? ¿Qué tiene que decir nadie si El ha querido que la Puerta de Su Reino sea su Hijo, y quien no acepte su Corona y Señorío no conozca las mieles de la vida eterna en su Paraíso? ¿No han vivido en sus carnes durante estos dos milenios los judíos lo que significa rechazar esta Voluntad manifestada en el Evangelio? ¿Acaso tuvo Dios en cuenta que son descendencia de Abraham a la hora de aplicar sobre los judíos la Pena debida al rechazo a su Voluntad Eterna? ¿La tuvo acaso cuando Adán, padre de los judíos, quiso imponerle su voluntad a Dios? Se corrompe la fe, ¿pero se corrompe Dios por amor a sus criaturas? Donde Ayer Dios dijo NO ¿pone El Hoy SÍ? Es evidente que no. La misma Ley sigue vigente, y el Derecho a la Vida eterna pasa por una Puerta sempiterna, que todos conocemos: Jesucristo, lo mismo para los judíos que para los demás hombres de la Tierra.

24.El Evangelio, predicado a los judíos y desechado por ellos

Pero ¿cómo invocarán a aquel en quien no han creído? Y ¿cómo creerán sin haber oído?