web counter

cristo raul.org

 
 

EL EVANGELIO DE CRISTO SEGÚN SAN PABLO

13

La potencia maligna del pecado

 

Luego ¿lo bueno me ha sido muerte? Nada de eso; pero el pecado, para mostrar toda su malicia, por lo bueno me dio la muerte, haciéndose por el precepto sobremanera pecaminoso.

 

Lo bueno, indiscutiblemente, es la Ley. No sólo porque sin Ley no encontraría la conciencia natural una dimensión final en la que encontrar su fuerza universal, válida en todo tiempo y lugar. También porque sin Ley la voluntad de todo ser inteligente libre, provocada por la visión de un estado ontológico ajeno a la convivencia natural, no encontraría freno para procurarse su transformación en una bestia asesina contra la cual el único recurso posible es la caza y captura en la forma a como perseguimos a una fiera salvaje que aterroriza a la población y la población entera, unida frente a algo no humano, se lanza a su caza y destrucción inmediata: sin acordarle a la bestia las leyes de la misericordia naturales al mundo de los humanos. La potencia maligna del Mal está, por tanto, en hacer de su rebelión contra la Ley un artículo de superioridad sobre quienes tenemos en la Ley nuestro Bien universal sempiterno. Algo que, desgraciadamente, vemos en carne aún en nuestros tiempos, cuando todavía podemos encontrarnos con aullidos de rebelión contra Dios, el Estado y el Hombre en base a que la Rebelión es el estadio natural superior del ser humano. Semejante discurso, cuando se arma, empuja a sus seguidores al otro lado de lo humano, haciendo que los actos delincuentes de tal bestia homicida sea comparado a los de la bestia asesina a la que es imposible ajustarle la Ley Humana y sólo cabe su destrucción inmediata. De esta manera es, según el Apóstol y todo cristiano concuerda, cómo el pecado, seduciendo con su fuerza, arrastra al hombre lejos de la condición que le es natural y, creyéndose superior a la Ley, evoluciona hacia un nuevo estado antinatural, propio de las bestias salvajes contra las que sólo cabe, pues que están desprovistas de la Razón Humana, la caza, captura y destrucción. En consecuencia nada ni nadie puede ponerse sobre la Ley. La Ley es el bien supremo, la roca indestructible contra cuyos preceptos sempiternos se estrellan los terremotos que causan las razones salvajes de Partidos y Estados que tienen en una teoría del Poder y la Raza el puente que los aleja de la naturaleza humana y, aún siendo humanos en su orígenes, dando el salto del Hombre a la Bestia, acaban siendo raza de demonios. De donde nosotros vemos que la necesidad de vivir a la luz de la Ley, en este caso la Palabra de Dios, es la garantía sempiterna de convivencia pacífica entre todas las naciones de la creación. Y lo contrario, despreciar a la criatura por su necesidad de la Ley, es un acto criminal que conduce al demente al bestialismo, y acaba invocando contra su voluntaria e irrecuperable demencia la ley que se le aplica a las bestias asesinas.

 

Porque sabemos que la Ley es espiritual, pero yo soy carnal, vendido por esclavo al pecado.

 

En efecto, las leyes de la creación miran a cada criatura pero sólo Dios puede erigir una Ley Universal cuya Luz gobierne las Conciencias de todas las Naciones del Universo. De aquí que la Ley divina sea la fuente de las leyes de la creación. En nuestro caso, acordando el estado de indefensión al que fuimos expuestos por la Rebelión de un sector de los hijos de Dios, acontecimiento recogido en el Génesis, y que deviene punto de reflexión en este capítulo, la transformación de lo humano en bestia asesina no procedió de un acto voluntario ejecutado, tal que Adán se hubiera unido y libremente a Satán contra Dios. Nada de eso. A no ser que algún demente sea capaz de convencernos de que la esclavitud es un estado hermoso y natural contra el cual nuestra lucha fue el verdadero acto de demencia. La afirmación de San Pablo no puede ser más directa y procurarnos el argumento más sólido a favor de la Ignorancia sobre la que Dios basó la Redención del Género Humano. Si, pues, fuimos vendido al pecado, fuimos trofeo para un conquistador que alzó su bandera contra Dios y nos ganó como esclavos para su imperio, sobre la naturaleza infernal del cual no tenemos más que abrir los ojos para descubrir la impronta de su malignidad en cada pulgada de nuestra Tierra. Realidad que implica, y demuestra el Cristianismo en su Historia en cuanto encarnación de la Lucha por la Libertad contra semejante Imperio del Mal, que la Batalla del Hombre contra la parte de la Casa de Dios que por cuenta propia quiso pisar la Ley y obligar a Dios, mediante la muerte de su Hijo Adán, a retirar la Ley: Estableciendo sobre ella la Inviolabilidad de la Cámara de los dioses ante la acción de la Justicia Eterna... que esta Batalla está viva y ese acerca a su fase Final.

 

Porque no sé lo que hago; pues no pongo por obra lo que no quiero, sino lo que aborrezco, eso hago.

 

Tal es el estado de la condición humana alejada de la Ley de Cristo. Pone, por tanto San Pablo al desnudo, exponiendo su pasado al juicio de la inteligencia, cuál es la verdadera causa de la impotencia del ser humano para alcanzar su libertad. La causa de nuestra propia destrucción está, no ya fuera, sino en nosotros mismos. Y es lógico y natural que así sea. Nadie ignora que un comportamiento, aún obligado, establecido a lo largo de siglos y milenios acaba provocando en el ser una perversión hereditaria, maligna, que le afecta al propio individuo y a su sociedad en conjunto. Habiendo estado el hombre en general cuatro milenios y el judío en particular dos milenios sujetos a la esclavitud del Imperio del Mal -hablando respecto a la fecha en la que fue firmada esta Carta- creer que semejante comportamiento, aunque obligado, no fuera a generar una herencia es mucho creer. Obviamente la libertad cristiana implica la liberación de este comportamiento heredado, instaurado en la carne de los padres a lo largo, hablando de hoy, de seis milenios interminables. Basta, para ver la razón hereditaria del comportamiento, fijar los ojos en el efecto que sobre la última generación tiene la historia de una rama genealógica durante una corta sucesión de generaciones dedicada a una acción social específica. Esta predisposición genética que se da dentro de una rama humana es sólo una prueba sobre cómo un comportamiento familiar heredado se transforma y da lugar a unas características genéticas específicas. Tanto más fuerte debe ser el sello específico que cientos de generaciones sujetas a un comportamiento específico transmite a la última generación. Cuando este comportamiento es bueno, bendito sea Dios, pero cuando es todo lo contrario el ser humano se halla esclavo de sus padres y la libertad le es tan necesaria como el agua a la tierra, pues la Naturaleza sirve a su Creador y tiende por inercia, sin Ley Moral de su parte, a eliminar aquella parte de la masa biológica que no se sujeta a la Ley de la Creación. No se trata de ver en la rebelión contra los padres una ley universal, máxime cuando son los propios padres los que vivieron bajo aquella ley de esclavitud y, tal cual vemos a nuestro alrededor, todavía viven esclavos de un comportamiento que tiende a conducirlos a su destrucción. Pero es evidente que más allá de la obediencia, los progenitores no pueden exigir la esclavitud de los procreados en base al respeto a las cadenas paternas. Lo que conviene es la liberación de padres e hijos, pues todos están sujetos a la misma ley de esclavitud impuesta por una herencia milenaria en su origen ajena a la propia ley de la humanidad. Esta liberación total se realiza exclusivamente dentro del Cristianismo. Pues la liberación no cristiana conduce de cadenas a cadenas, de un campo de trabajos forzados a otro campo de trabajos forzados. Es en el Ser Cristiano y sólo en el Cristiano donde el Hombre se libera de toda tutela y se realiza en cuanto Individuo Pleno, es decir, hijo de Dios, Plenitud en la que progenitores y progenizados se miran cara a cara y se encuentran unidos para siempre en la Identidad sempiterna que implica la Paternidad de Dios sobre todos los hombres.

 

Si, pues hago lo que no quiero, reconozco que la Ley es buena.

No podía ser de otra forma. Lo contrario, creer que la Ley es mala -entendiendo la ley que procede como río de la fuente Divina- procede de una mente maligna. Toda ley que procede de justicia es buena y la rebelión contra su declaración es un acto de salvajismo que, como se dijo arriba, conduce al rebelde a la negación libre de su humanidad. Y en este sentido lo que valía ayer vale hoy y para siempre. La Ley no es buena Hoy y mala al día siguiente. Lo es en función de aquel que desea hacer el mal y necesita de la conversión del Bien en Mal y del Mal en Bien para cometer impunemente sus delitos. La diferencia, en este orden, viene de la voluntad. Y al mismo tiempo de la libertad. ¿Tiene voluntad un esclavo? Ahora bien, debemos tener en cuenta que San Pablo vivió entre nosotros hace dos milenios. Al presente el Cristianismo y su Doctrina no son realidades ignotas y desconocidas por las naciones. Quien hace el Mal conociendo que existe Cristo no tiene excusa ante la Ley. No sirven nacionalismos, no sirven utopías. La Ley es un camino que conduce al futuro por la senda del Bien. El atajo del Mal, es decir, el terror, el crimen, es propio de demonios. Y lo propio de los demonios es imponer su ley sobre la Ley Universal, Ley Universal a la luz de cuya Sabiduría y sólo bajo su Paz puede una Civilización hacer el camino durante la eternidad. Resultando de aquí que si la ley que tengo en mis miembros es la ley del terror y del crimen la salida única es Cristo, en quien la Ley que rige su Cuerpo y su Mente es la Ley Universal a cuyos pies debe todo el mundo poner las armas de su ley.

 

Pero entonces ya no soy yo quien obra esto, sino el pecado, que mora en mí.

 

En efecto, antes de Cristo y después de Adán el ser humano se halló esclavizado a un imperio de terror contra cuya ley el hombre no tenía ninguna protección y defensa. El paso de los siglos hizo de sus cadenas herencia. Pero viniendo Cristo por la Fe el hombre es liberado de esa herencia y llamado a combatir ese imperio bajo cuyas ruedas es aplastada la Humanidad. Esclavos, pues, de dicha herencia, la Verdad es la Llave que puede liberar a todos los hombres de las cadenas que sus pueblos y su historia arrojaron sobre sus mentes. En cuanto cristianos digamos que San Pablo está analizando la naturaleza de Saulo, y en ella refleja la naturaleza del mundo en su conjunto. Se entiende que en cuanto hijos de Dios, nacidos de Cristo, estamos libres respecto a la ley del pecado que con tanta fuerza nos descubre el Apóstol. El pecado sólo podría operar en nosotros fuera de la Fe. Y si estando fuera de la Fe, fuera de Cristo. En definitiva que todo CRISTIANO SUJETO A DICHA LEY DEBE SER EXPULSADO DE LA IGLESIA: SIN DISTINCION ENTRE SACERDOTE Y OBISPO.

 

Pues yo sé que no hay en mí, esto es, en mi carne, cosa buena. Porque el querer hacer el bien está en mí, pero el hacerlo, no.

 

La ley que imperaba en el hombre antes de la Fe no puede continuar administrando la voluntad del Cristiano sino para el mal de todo el Cristianismo. La ley que vemos la ajustamos a quienes no han gozado del divino néctar de la Fe y, esclavo de sus padres y sus pueblos, viven bajo el imperio de la Muerte sin más Ley que el terror que su voluntad extiende sobre todos quienes no se sujetan a semejante ley de crimen y terror. Pero el Cristiano, romano en tanto que su Iglesia, o Galo en tanto que la suya, o Americano en tanto que la propia, tiene su Libertad en que quiere el Bien y puede hacerlo.

 

En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero.

 

Lo cual no quiere decir que le esté llevando la contraria a San Pablo. En absoluto. En la Casa de Dios no hay división. Una Inteligencia es la que opera su Pensamiento en todos los hijos de Dios. San Pablo les está descubriendo a los cristianos de Roma la ley que dominaba entre sus conciudadanos, en razón de la cual tenían que ser comprensivos con ellos a la par que por el conocimiento del estado del que fueron rescatados ganarlos para la Fe mediante el ejemplo de la Libertad conquistada para todos por Jesucristo. Razón y ejemplo que permanece vivo entre nosotros respecto al mundo que aún vive sin la Fe y por las cadenas de sus padres permanecen lejos de la Verdad.

 

Pero si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien lo hace, sino el pecado, que habita en mí.

Saulo, por tanto, estuvo encadenado a la ley de sus padres, en razón de la cual se había convertido en un criminal. Y desde aquella esclavitud eran cometidos sus crímenes, siendo de esta manera el precepto: Honrarás a tus padres, causa de transformación de los hijos en delincuentes contra el otro precepto que dice: No matarás. Pero no era la Ley la mala, sino la interpretación humana de la Ley. Porque la Ley no dice: Honra a tus padres matando a tu prójimo, a tu hermano. Es el hombre el que dice: Matando a tu hermano, a tu prójimo, honras a tu padre. Con lo cual, siendo la Interpretación Humana el foco del Crimen, como se ve en Saulo, el padre deviene delincuente, y en consecuencia quedando fuera de la Ley el hijo queda absuelto de la obligación del precepto que sólo rige a quienes viven bajo su bandera. Mas en el Cristiano semejante relación criminal es imposible por en cuanto la Paternidad es referida a Dios, quien diciendo: No matarás, la Honra que pide es la Obediencia a su Precepto. Me explico: por esta Ley queda todo cristiano libre de cualquier Honra a humano alguno, sea sacerdote u obispo, que implique la esclavitud a su voluntad y conlleve un acto delictivo en razón de la Interpretación de la Palabra de Dios, si esta Interpretación es promotora del crimen. Tal humano, sacerdote u obispo, queda fuera de la Ley y en consecuencia su no expulsión de la Iglesia es una violación de la Fe de Cristo.

 

Por consiguiente tengo en mí esta ley: que, queriendo hacer el bien, es el mal el que se me apega;

 

Ley que se hereda de padres a hijos, como hemos visto, y se desprende de la Historia y la Ciencia. De tal manera que la Libertad del Hombre, aparte de sólo realizarse por Cristo en la Fe, implica, por conocimiento del origen, la lucha constante del Cristiano ante un Mundo sujeto a dicha ley de Voluntad Esclava. Lucha positiva en tanto que se busca la Libertad de nuestros semejantes y conlleva a la batalla frontal únicamente en caso de rechazo libre a la Ley del Bien Universal.

 

porque me deleito en la Ley de Dios según el hombre interior,

Conocerse a sí mismo, lo que somos, quienes somos, de donde venimos y a donde vamos es la plenitud del ser. Este Conocimiento en tanto en cuanto plenitud ontológica de la vida del YO es el gozo supremo del Hombre. No hay mayor placer que el ser humano pueda experimentar. Todo placer es nada comparado al gozo del Conocimiento verdadero del Hombre que somos. Este Hombre, Imagen de su Creador, se deleita en la Ley de Dios con toda su mente y su alma porque es esa Ley la fuente de la Libertad sin medida a la que aspira el ser humano desde el principio de su existencia. Es en la Palabra de Dios que se sustenta la Paz, la Justicia, el Derecho, la Igualdad y la Fraternidad entre todas las criaturas del Universo. Es por su palabra que hemos sido hechos herederos de la vida eterna. ¡Cómo no adorar su Verbo y bailar al son de sus ecos! Hijos de Dios de todas las naciones y razas, su bandera es bandera de amor, su estandarte es estandarte de alegría. Batid palmas y alzad el alma porque la Promesa es firme: Se apoderarán tus hijos de las puertas de sus enemigos. Aleluya.

 

pero siento otra ley en mis miembros que repugna la ley de mi mente y me encadena a la ley del pecado, que está en mis miembros.

 

Dos son, pues, los frentes desde los que el Mal, en forma de pecado, busca la ruina del cristiano, primero, y del mundo, finalmente. El primero ha sido vencido por la Fe. El segundo se mueve en el mundo y desde él busca sujetarnos a la ley de la que fuimos liberados. Nuestro objetivo es liberar a nuestro prójimo de las cadenas de la Muerte, bajo cuyo peso vivieron nuestros padres y de cuyo peso por la Gracia de la Fe nacimos libres. En cuanto al mundo:

 

¡Desdichado de mí! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?

 

Sí, San Pablo, he aquí su santidad, se hace uno con el mundo para pedir desde su carne misericordia y piedad al Juez de todos los Hombres. Quien, oyendo su clamor, antes de salir de sus labios ya tuvo en cuenta nuestra esclavitud y nos dio al Héroe que había de enfrentarse a aquél que hiciera del Hombre su trofeo de guerra.

 

Gracias a Dios, por Jesucristo nuestro Señor... Así, pues, yo mismo, que con la mente sirvo a la Ley de Dios, sirvo con la carne a la ley del pecado.

 

14.La Vida del espíritu

No hay , pues, ya condenación alguna para los que son de Cristo Jesús,