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EL EVANGELIO DE CRISTO
PARTE MORAL
El día de la salud está próximo
Hemos entrado en la recta final
de este análisis de uno de los textos bíblicos más polémicos;
y polémico precisamente por dos razones vitales. La primera por
la acusación sin pies ni cabeza que pervierte la inteligencia
de San Pablo y la deriva hacia la suplantación de la identidad
del verdadero fundador del cristianismo. Y la segunda basada en
la transformación de esta Carta en muro de división entre cristianos
católicos y protestantes. Aparte del interés de quienes creen
que el mantenimiento de este muro de separación entre hermanos
en la misma Fe, que es causa de paralización del movimiento de
los brazos de Cristo, impidiéndole moverse libremente, y creen
que esta división es razón de un servicio muy grande a la Causa
del Evangelio, según hemos visto a lo largo de esta radiografía
del pensamiento del Apóstol desde el pensamiento de Cristo, estamos
viendo que no hay ninguna fisura entre ambos pensamientos, porque
el pensamiento de todo hijo de Dios procede del mismo Padre que
nos engendra para el bien de la Esperanza de Salvación Universal
que a todos nos alimenta desde el principio de los días del Cristianismo.
San Pablo le estaba hablando a cristianos nacidos, creyentes perfectos
que se preparaban a seguir a su Héroe y Rey al pináculo de la
gloria del Sacrificio. Cuando dice la Justicia que viene de la
Fe, que nace no de la Ley sino de la Obediencia a la Voluntad
de Dios, San Pablo no está negando el Poder de las Obras hechas
por Dios en el cristiano, según el propio Jesús lo dijera mil
veces, que la Palabra y las Obras unidas proceden de Dios para
la Salvación de todos los hombres. Palabra y Obras que, se entiende,
se materializan en el cristiano y tiene por objeto al hombre que
aún no ha alcanzado la Fe. Pero que fue por las Obras y la Palabra
que Dios engendró en el Hombre la Fe es tan satánico negarlo como
de ignorancia absoluta ponerle trabas o pegas. Es por las Obras
del cristiano y la Palabra del sacerdote que quien no cree descubre
la Fe, es decir, descubre a Dios. A no ser, claro, que su Hijo
fuera un mentiroso y afirmando El que se debe hacer lo que los
sabios dicen pero no lo que hacen, afirmando de esta manera que
el poder de las obras es tan perverso como santo según quien la
realice, y que la Palabra sin las Obras no sólo no engendra sino
que aleja de Dios a quien oye decir que la Fe salva pero lo que
ve hacer al que habla son obras propias de demonios malditos.
Dos direcciones claras emergen de la cuestión, por tanto. Primero
que a quien tiene la Fe las Obras, ciertamente, no pueden sumarle
nada, porque ya está salvado. Pero en cuanto hijo de Dios el cristiano
tiene el deber, dentro de su existencia en el mundo, de por las
obras hacer que descubra el mundo a Dios. Siendo de esta manera
que el sacerdote, que predica la Palabra, y el cristiano, que
la pone en Obra, no para su propia salvación, sino para salvar
al prójimo, forman por Dios en Cristo un sólo Hombre, con una
sola Fe y una sola Obra, a saber, la Salvación de todo hombre.
Y la segunda, que la manipulación de un texto bíblico en función
de los intereses y la mentalidad temporal es un delito contra
Aquel que escribiera su Libro para por las Obras que engendra
su Palabra en quien cree atraer a todos los hombres de regreso
a su Paraíso. Dicho esto, los pies en la recta final, apretamos
el paso y corremos veloces al encuentro de la verdad, diciendo:
Y ya conocéis el tiempo y que ya es hora de levantaros del sueño, pues nuestra
salud está más cercana que cuando creímos.
Lo dicho, la conciencia del
Apóstol sobre la cercanía de la Primera Persecución Romana, que
ya flotaba en el aire sobre las cabezas de aquéllos a quienes
les dirigía esta Carta, se deja notar y perfilar y nos descubre
al verdadero destinatario de la misma, sin conocer al cual el
texto se presta a la manipulación, que Lutero, en su desesperación,
encerrado entre las cuatro paredes de una celda, manipuló, sin
consciencia visible de la perversión que estaba ejecutando al
olvidar que el Apóstol le estaba hablando a cristianos perfectos,
educados en los misterios de la Salvación por los mismos Discípulos
de Cristo, que es decir lo mismo que el Espíritu Santo de la Sabiduría
Divina en persona, que se derramó en los Apóstoles, según está
escrito en Pentecostés, para edificar en los Primeros Cristianos
el Rebaño Inmaculado que testificaría con su Sangre, ante los
ojos del Tribunal de la Historia Universal sobre la Veracidad
del Testimonio de los Discípulos, a saber, el Hijo Unigénito y
Primogénito de Dios se hizo hombre en el seno de la Virgen de
las Profecías, fue crucificado para la Expiación del Pecado de
Adán, y Resucitó para la Redención de los pecados de todo el mundo.
Y ese Hijo se llama Jesucristo. Y hablando para mentes perfectas
la disociación luterana entre Fe y Obras, como he suscrito antes,
no cabía en sus cuerpos, ni en el alma ni en el espíritu. Tanto
menos cuanto iban a coronar su testimonio Inmaculado con la Inmolación
de sus propias vidas. Porque si entre los antiguos poner la mano
en el fuego o pruebas similares ponía término a la discusión sobre
el valor de un testimonio, los Primeros Cristianos, la Primicia
como diría el Apóstol, iban a poner no sus manos sino su cuerpo
entero en el fuego. De donde se ve que siendo perfectos hijos
de Dios esta Obra no podía sumarle nada a la salvación que con
su Fe habían conquistado por Obra y Gracia de Dios. Pero que no
hacerla, sin embargo, era una negación de la Esperanza de Salvación
Universal mirando a la cual el primero de todos, Jesucristo, puso
El mismo su Cuerpo en la Cruz. “La Fe sola” en tanto que la alegría
de la Salvación ha sido conquistada y la vida eterna es el regalo
del Creador a sus criatura. Pero “la Fe sin las Obras de Cristo”,
como bien diría el Espíritu Santo en el Apóstol Santiago, que
es decir, el Espíritu Santo en persona: la Fe sola sin las obras
es fe muerta. Obras que tienen por fruto no la salvación personal,
que se da por hecha, sino la salvación del prójimo. Pues ciertamente
ni Cristo Jesús ni sus Discípulos tenían necesidad de morir para
salvarse a ellos mismos o enriquecer una Fe que era en todo extremo
perfecta. Obraron muriendo para la salud del prójimo. De manera
que en este sentido tan perfecto es el protestante que anula la
obra como medio de salvación personal, como perfecto el católico
que obra, desde la fe, para la salud del que no cree. De donde
se ve que la crítica de Lutero a las Indulgencias no sólo fue
legítima sino que provenía de la conciencia del Espíritu Santo;
porque no eran las obras de las indulgencias las que salvan, sino
las obras de la fe. Y en cuanto a estas Obras, Divinas, Inmaculadas
y Perfectas, todo está escrito: Dar de comer al hambriento, dar
de beber al sediento, vestir al desnudo, socorrer a la viuda y
al huérfano... Ver a Cristo Jesús es ver esas Obras en movimiento.
Obras y Fe, los dos brazos del mismo cuerpo.
La noche va muy avanzada y se acerca ya el día. Despojémonos, pues, de las obras de las tinieblas y vistamos las armas de la luz.
¿Acaso no se percibe en el horizonte
de estas palabras la visión hacia la que, por Predestinación,
se dirigía Aquélla Generación Inmaculada, perfecta, en todo extremo
Santa y divina, cuerpo del Espíritu Santo, que el Dios de la Eternidad
había encarnado en Cristo Jesús para la salud de toda su Creación,
dándole todo el Poder y toda la Gloria para Reinar sobre todos
los Pueblos y Naciones del Reino de Dios? ¿Y acaso la noche de
la que habla el Espíritu Santo en Pablo no es esa parte del ser
que, siendo carnal, en su inconsciencia pospone ese Día, esa Hora,
arrastrado por el natural horror al espanto de la propia ejecución?
Pablo es directo y con su palabra derrota esa inconsciencia y
se levanta él el primero para ponerse a la cabeza de Aquéllos
bajo cuya luminosa Gloria, siendo Una sola cosa con Cristo Jesús,
el Heredero sempiterno del Dios Eterno, gobiernan por la eternidad
de las eternidades el Reino de Dios. San Pablo no profetiza, sino
que sacude ese horror inconsciente y anuncia el alba del Día y
la Hora para la que fueron engendrados en el Espíritu Santo de
la Gloria. El Espíritu Santo estaba en Dios, y era Dios, y se
hizo hombre para dejar de ser una realidad invisible y adquiriendo
Nombre y Cuerpo Gobernar la Casa de Dios por la eternidad de las
eternidades. Si la Fe era la única razón que tenían para poner
sus cuerpos en el fuego como Prueba del Testimonio de los Discípulos,
Dios, para fortalecer esa Fe les dio su Reino, haciendo asi que por las Obras de la Fe del Espíritu Santo, hecho Hombre, viniera
sobre todo su Reino la Salud de Su Salvación.
Andemos decentemente y como de día, no viviendo en comilonas y borracheras,
no en amancebamiento y en libertinajes, no en querellas y envidias,
La Gloria en el horizonte, como
esperanza que dirige con su luz los pasos del ser, el que cree
vive con los pies en el suelo, en el día a día, y su deber es
para con su Creador y Salvador. No hay ley que prohíba poner en
obra lo que la Fe tiene por indigno de la creación de Dios, que
nos creó para la eternidad y no para gozar de una vida mortal
entre los dos extremos de cuya línea todo está permitido si no
está prohibido por las leyes. La Ley de Cristo es superior a la
ley humana porque toda ley humana responde a los intereses privados
de grupos específicos, pero la Ley Divina mira el bien de todos
para hacer que el bien del individuo y el bien universal coincidan
en un mismo cuerpo, sin diferencia ni fisura entre ambas bienes.
Las leyes humanas, con la excusa de poner el bien universal sobre
el bien individual, a la postre no hacen sino aplastar bajo su
violencia al individuo. La Ley de Cristo eleva al individuo a
la naturaleza del bien universal, haciendo de ambos una sola realidad,
un hecho indivisible, aboliendo de esta manera la excusa infernal
por la que en el nombre del universo unos pocos aplastan al mismo
al que quieren hacer tanto bien. ¿El Modelo sempiterno? ¡Cristo
Jesús!
Antes vestíos del Señor Jesucristo, y no os deis a la carne para satisfacer sus concupiscencias.
En efecto, más claro imposible.
Por culpa de la Caída aquélla Imagen y Semejanza a la que nacimos
se perdió en las tinieblas de la Ignorancia que levantara el Propio
Juicio contra el Pecado de Adán. Pero Dios, que siendo su Verbo
eterno es imposible que no alcance su Fin, quiso materializar
lo que al Principio el Hombre conoció como Idea: la Idea del Ser,
a fin de que viéramos con los ojos de nuestra cara esa Idea hecha
carne. De aquí que en otra parte el mismo Apóstol dijera: Cristo,
en quien está vuestra vida. Aquella Imagen no fue anulada, sino
que por el Amor de Dios hacia su Creación, vino a ser enriquecida
cuando su propio Hijo la encarnó. Estando por la Fe en nosotros
la Palabra del Espíritu Santo a los hijos de Dios del Primer Día,
su Palabra permanece en nuestra Fe para formar nuestro código
de comportamiento delante de los hombres y de Dios
32. Los fuertes y los débiles en
la fe
Acoged al flaco en la fe, sin entrar en disputas de opiniones.
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