cristoraul.org |
HISTORIA DEL IMPERIO ROMANO |
AMMIANO MARCELINO
AMMIANO MARCELINO
Ammiano Marcelino era natural de Grecia, probablemente nació en Antioquía, de padres que
la historia no ha conocido, pero nobles sin duda, porque Ammiano se atribuye la cualidad de ingenuus y, en su
libro, llama ingenui a los nobles. Siendo muy
joven sirvió, bajo el reinado de Constantino, en una cohorte de caballería que
mandaba en Oriente un tal Ursicino, varón muy notable en la guerra, a quien
con frecuencia alaba en su libro: después ingresó en los protectores domestici, o guardia especial de Constantino,
formada de soldados escogidos: Joviano comenzó por ser compañero de Ammiano
Marcelino, pasando de protector doméstico a jefe de la escuela, y de este cargo
a Emperador.
Poco después enviaron a
Ursicino a la Galia para someter la colonia de los Ubianos,
de la que se había apoderado el jefe de caballería Silvano, de origen franco.
Ursicino llevó consigo a Ammiano, quien tomó parte en
los acontecimientos de la breve campaña en que Silvano fue derrotado y muerto.
En seguida llamó el Emperador a Ursicino, enviándole otra vez a Oriente, a
donde le siguió Ammiano. Allí tuvieron lugar expediciones
en las que se distinguieron el jefe y su compañero, éste como negociador y
soldado a la vez. Ammiano estuvo a punto de caer en
manos de los persas. Separado durante algún tiempo de su jefe, y sitiado en la
ciudad de Amida, que fue tomada a pesar de enérgica resistencia, consiguió
escapar, y, después de varias aventuras, logró reunirse con Ursicino en
Antioquía.
Ursicino recibió en premio
de sus servicios la ingratitud palaciega, quedando relegado a la ociosidad de
la vida privada. Ammiano conservó su puesto te
protector doméstico, ignorándose si con esta cualidad ó con grado superior hizo la guerra en Persia con el emperador Juliano.
Bajo el reinado de
Valentiniano y Valente renunció a la carrera de las armas y se retiró a
Antioquía, de donde le arrojaron vejaciones que tuvo que sufrir de parte de los
curiales, despidiéndose del Oriente, su patria, y regresando a Roma en vida de
Valente. Allí trabó amistad con muchas personas notables, y, dedicándose por
completo a las letras, fija la atención en las obras de Catón el Censor, de
César, Salustio y Cicerón, acometió la empresa de escribir la historia de
Roma, desde el reinado de Nerva hasta la muerte de Valente. Ignórase en qué época murió Ammiano Marcelino.
Su obra ha llegado a
nosotros mutilada, habiéndose perdido trece libros de los treinta y uno de que
constaba. Esta historia abrazaba un período de cerca de tres siglos, desde el
año 96 al 378. Lo que queda solamente contiene los acontecimientos de
veinticinco años, desde el 353 al 378. El libro XIV comienza en el año 17 del
reinado de Constancio; el XXXI termina en la muerte de Valente, en la guerra
que sostuvo contra los godos.
Varones muy eminentes han
sostenido que Ammiano Marcelino fue cristiano o
estuvo muy cerca de serlo, deduciéndolo de algunos pasajes en que parece que el
historiador habla favorablemente de la nueva religión. En uno de estos pasajes
alaba Ammiano a Sapor, rey de los persas, «por haber
respetado en el saqueo de dos fortalezas a las vírgenes consagradas al culto
divino, según el rito de los cristianos»: en otro lugar refiere que «Teodosio
el padre trató con dulzura a los sacerdotes del rito cristiano»: y esto otro
parece más claro todavía: «Constancio confundió el cristianismo, en su pureza y
sencillez, con una superstición de vieja.» Ahora bien, esta superstición era
el arrianismo; ¿y quién sino un cristiano pudo tratar de superstición de vieja
al arrianismo? En fin, hablando de los mártires, dice noblemente «que supieron
guardar hasta la muerte la integridad de su fe». Ningún pagano hubiese hablado
de ésta manera.
Pero, faltando otras
pruebas, estos pasajes solamente demuestran que era imparcial y prudente en
medio de las distintas situaciones del cristianismo en aquella época, y que
hacía justicia a los cristianos, aunque no participase de sus creencias. Porque
en otros muchos puntos de su obra se manifiesta abiertamente pagano, hablando
de los dioses del paganismo como de sus propios dioses.
Como historiador no
merece, según los críticos, figurar en la misma línea que Salustio, Tito Livio
y Tácito, pero no se le puede negar puesto muy distinguido entre los
historiadores de segundo orden. Talento perspicaz y observador, cuando conoce
bien los acontecimientos de que habla y no le extravían las preocupaciones de
su época, consigue descubrir las causas verdaderas y los móviles que impulsan a
los hombres. También traza graciosos cuadros de costumbres, como este retrato
de Constancio: «Entrando en Roma sobre un carro, encorvando su escasa estatura
bajo las puertas más altas, fijos los ojos, inmóvil y como aprisionado el
cuello, no volviendo el rostro a derecha ni izquierda, hombre de yeso, al que
no mueven las sacudidas del carro, las manos pegadas al cuerpo, sin sonarse,
sin tocarse siquiera la nariz»; y como al hablar del maestro de armas Lupicino, «que levantaba las cejas como cuernos».
Para conocer los géneros
de corrupción que penetran en las cortes, la astucia de los aduladores, los
tortuosos caminos que llevan al favor de los príncipes, las intrigas de los
cortesanos para destruirse mutuamente, los sufrimientos del temor y de la
envidia, las miserias de toda clase con que un puñado de hombres agobia a los
pueblos; para ver una pintura enérgica de las calamidades que engendra el
despotismo, debe leerse el libro en que Ammiano habla
del reinado de Constancio y el relato del pernicioso gobierno de este
príncipe, que creía conmover el mundo con un movimiento de cejas y no era más
que esclavo de sus aduladores, constante presa de sospechas o temores, en una
corte donde dominaban los eunucos.
Si por la energía de
algunos rasgos y la verdad satírica de algunas reflexiones morales Ammiano es superior a la parte pagana de la sociedad de su
tiempo, también es cierto que se rebaja hasta el nivel de los más ignorantes
por su superstición, en lo que le daba ejemplo su héroe Juliano. Y, sin
embargo, Ammiano se burla de este príncipe por su
credulidad, cosa que no le impide llenar sus relatos de presagios y visiones de
adivinadora. Este escritor, que a veces sabe descubrir en las pasiones de los
hombres la causa de los acontecimientos, frecuentemente no ve en los hechos
sino el cumplimiento de predicciones, y se esfuerza en demostrar, por medio de
pueriles sutilezas, que el sabio puede llegar a vaticinar lo venidero.
El estilo de Ammiano Marcelino es el de su época, con algunas bellezas
de tiempos mejores. Hacía ya dos siglos que la lengua latina había degenerado
en una especie de jerga ampulosa, cargada de tropos, mezclando las pompas del
estilo lírico con las trivialidades del lenguaje más vulgar, sobrecargándose
con palabras nuevas y obscureciéndose con sus esfuerzos para deslumbrar. La
costumbre de las lecturas públicas, que subsistía aún en esta época, añadía
corrupción especial a las causas generales de la corrupción del lenguaje. La
historia de Ammiano Marcelino fue leída en público,
mereciendo muchos aplausos. El célebre Libanio le felicita
en una carta, diciéndole: «He sabido por personas llegadas de Roma que has
leído en público trozos de tu libro y que te propones leer otros; creo que los
aplausos tributados a lo conocido te alentarán para publicar el resto.» De aquí
el lenguaje hinchado y sonoro, único que podía agradar a un auditorio más
sensible a la armonía de las palabras que a la fuerza del raciocinio. Para
causar efecto en la lectura, prodiga Ammiano las
comparaciones entre su tiempo y los anteriores; apostrofa con tanta frecuencia
a la fortuna, amontona metáforas y describe en estilo épico los asedios y
combates. Para conseguir aplausos en los banquetes, afecta erudición y siembra
en sus relatos citas de Cicerón y versos de Virgilio y de Terencio; se
entretiene en vanas digresiones acerca de algunas divinidades paganas, de los
obeliscos, jeroglíficos, terremotos, eclipses de sol y de luna, origen de las
perlas y de los fuegos que bajan del cielo; en fin, acerca de los
jurisconsultos y de lo que graciosamente llama «diferentes especies de
abogados», siendo más bien esta última digresión una sátira contra los
curiales, cuyas maniobras le obligaron a abandonar a Antioquía.
Lo mucho que ha servido la
obra de Ammiano Marcelino a los escritores modernos
hace su mejor elogio.
LIBRO XIV
LIBRO XV
LIBRO XVI
LIBRO XVII
Después de la derrota de los alemanes, Juliano
pasa el Rhin y destruye por el hierro y el fuego los establecimientos de este
pueblo.—Repara la fortificación de Trajano y concede a los bárbaros diez
meses de tregua.—Reduce por hambre una banda de francos que hacía correrías en
la Germania.—Sus esfuerzos por aliviar a la Galia del peso de los
impuestos.—Constancio hace elevar un obelisco en Roma en el circo
máximo.—Correspondencia y negociaciones inútiles para la paz, entre
Constancio y Sapor, rey de Persia.—Los Juthungos, pueblo alemán, devastan la
Rhecia.—Los romanos los derrotan y ahuyentan.—Un terremoto destruye a
Nicomedia.—Juliano recibe la sumisión de los Salios, pueblo
franco.—Derrota o hace prisioneros a parte de los Chamavos, y concede la
paz a los demás.—Juliano repara tres fortificaciones en el Mosa y es objeto
de reconvenciones y amenazas por parte de los soldados, irritados por la
escasez.—Los reyes alemanes Soumario y Hortario consiguen la paz
devolviendo los prisioneros.—Burlas de los envidiosos contra las victorias
de Juliano.—En la corte le acusan de indolencia y
pusilanimidad.—Constancio obliga a los Sármatas y a los Quados, que
devastaban la Mesia y las dos Pannonias, a devolver los prisioneros y
entregar rehenes.—Restituye a los Sármatas expulsados la posesión de sus
tierras y les da un rey.—Constancio hace terrible matanza de Limigantos y
les obliga a expatriarse.—Los
LIBRO XVIII
LIBRO XIX
LIBRO XX
LIBRO XXI
LIBRO XXII
LIBRO XXIII
Vana tentativa de Juliano para reedificar el
templo de Jerusalén.—Intima a Arsaces, rey de Armenia, a que se prepare para
hacer la guerra con él a los Persas, y pasa el Eufrates con un cuerpo
LIBRO XXIV
LIBRO XXV
LIBRO XXVI
Valentiniano, tribuno de la segunda escuela de los
escutarios, es designado, aunque ausente, emperador en Nicea, por unánime
consentimiento de los órdenes civil y militar.—Observaciones sobre el
bisiesto.—Valentiniano acude de Ancira a Nicea, donde por unanimidad queda
confirmada su elección.—Reviste la púrpura, ciñe la diadema, y, con el
título de Augusto, dirige una arenga al ejército.—Aproniano, prefecto de
Roma.—Valentiniano, en Nicomedia, eleva a su hermano Valente a la dignidad
de tribuno de las caballerizas, y poco después, con el consentimiento del
ejército, le asocia al Imperio, en el Hebdomo en Constantinopla.—Reparto
de las provincias y del ejército entre los dos Emperadores, que se
adjudican el consulado, uno en Milán y el otro en Constantinopla.— Estragos
de los alemanes en las Galias.—Sublevación de Procopio en Oriente.—Patria de
Procopio, su origen, carácter y dignidades.—Permanece escondido durante el
reinado de Joviano.— Improvisase él mismo emperador en
Constantinopla.—Apodérase de toda la Tracia sin combatir.—
LIBRO XXVII
LIBRO XXVIII
LIBRO XXIX
Secretas pretensiones del notario Teodosio al
Imperio.—Acusado en Antioquía ante Valente del crimen de lesa majestad, es
condenado a muerte con sus numerosos partidarios.—Múltiples ejecuciones en
Oriente por maleficios y otros crímenes verdaderos o supuestos.—Rasgos
de crueldad y de salvaje barbarie de Valentiniano en Occidente.—Pasa el
Rhin por un puente de barcas para sorprender al rey Macriano, pero fracasa
el golpe por falta de soldados.—Teodosio, general de caballería en las
Galias, marcha al África en contra del rebelde Firmo, hijo del rey moro Nabal;
le derrota en muchos combates, le reduce a matarse y devuelve por este
medio la tranquilidad a la comarca.—Irritados los quados por el inicuo
asesinato de su rey Gabinio, se coligan con los sármatas, entran a sangre
y fuego en la Valeria y la Pannonia y destruyen casi por completo dos
LIBRO XXX
LIBRO XXXI
|