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LUTERO, EL PAPA Y EL DIABLODUODÉCIMA PARTESobre la existencia del DiabloLa existencia del Diablo como invento humano para
justificar la existencia del Mal es el argumento favorito del
Diablo. Observemos de todos modos que la figura de ese personaje,
archienemigo del Bien, y por tanto de Dios, el Antiguo Testamento
no la incluye en su iconografía literaria. Ni Moisés ni los profetas
que le siguieron hablaron directamente de esta antítesis del Espíritu
Santo, criatura real y de existencia tan letal como la de la serpiente
antigua que mató a Adán y Eva. Ni David ni Salomón abrieron sus
manos para iniciar a su pueblo en el conocimiento de ese personaje
legendario típicamente cristiano. En algunas ocasiones sueltas
se habla de un Leviatán, de unos hijos rebeldes, de demonios obviamente,
pero nunca de esa figura tan precisa de características anticristianas
tan específicas, el archienemigo del Espíritu Santo por excelencia.
Desde el Antiguo Testamento no se puede relacionar
a Satán con este personaje anticristiano, encarnación del Mal,
adorador de la Muerte, su diosa, hijo del Infierno, su verdadera
patria, el fuego del amor por la Guerra por sangre y espíritu.
El Antiguo Testamento delinea su existencia pero no la corporiza.
No previene al pueblo de Israel sobre la identidad y poder de
su verdadero enemigo y enemigo del género humano. No niega la
existencia de hijos rebeldes que, contra la voluntad de su padre,
Dios, jugaron con los hombres y se acostaron con sus mujeres.
Recordemos las palabras: “Cuando comenzaron a multiplicarse los
hombres sobre la tierra y tuvieron hijas, viendo los hijos de
Dios que las hijas de los hombres eran hermosas, tomaron de entre
ellas por mujeres las que bien quisieron. Estos son los héroes
famosos muy de antiguo”. ¿Conclusiones? Bueno, las que siempre
hemos intuido. Que los hijos de Dios entre los que Dios distribuyó
en su día los pueblos de la Tierra, y fueron los dioses tutores
de la Humanidad eran criaturas tan de carne y hueso como lo somos
los hombres, y viendo hermosas nuestras hijas cruzaron con nuestra
raza su sangre, produciendo criaturas nuevas.
No dice nada la Escritura sobre cómo reaccionó Dios
ante aquél cruce de razas cósmicas. Pero si dice la Escritura
que “creció la maldad del hombre sobre la tierra y su corazón
no tramaba sino aviesos designios todo el día” y en consecuencia
“se arrepintió Dios de haber hecho al hombre en la tierra, doliéndose
grandemente en su corazón”. Sigamos entonces sacando conclusiones.
Del efecto obtenido de aquella causa -el cruce de razas de distinto
origen en el universo- podemos nosotros deducir que la causa iba
buscando precisamente ese efecto -la destrucción del hombre por
su Creador- y de este objetivo podemos elevar nuestra mirada a
la maldad de quien activó el efecto deviniendo su causa.
Tampoco Moisés dio nombres sobre aquéllos hijos de
Dios, padres de los héroes de las edades de los mitos y las leyendas
que el Diluvio enterró para siempre. Olvidándonos ahora de la
maldad de tales divinos padres, sí cabe hacer constar aquí que
los delirios de los héroes de aquellas edades, creadores de las
religiones sangrientas, inventores de los sacrificios humanos,
de los que nos han llegado a nosotros testimonios literarios reclamando
para sí ser hijos de dioses, y la confesión de sus madres reclamando
haber sido tomadas por los dioses, encuentran en este testimonio
bíblico su mejor aliado histórico. Pero regresemos al tema central,
la maldad en el origen del nacimiento de aquellas edades de héroes
y semidioses sacrificando a sus padres vidas humanas, implantando
el terror de sus esquizofrenias a los pueblos que les rodeaban.
Destaquemos dos cosas. Aquella Maldad que se contagió
al hombre; y la reacción que Dios sintió al ver a su criatura
humana convertida en un monstruo, sacrificador de sus semejantes.
A partir de estas dos notas, aquella Maldad de aquéllos hijos
de Dios y aquel Desgarramiento del Corazón de Dios, nosotros estamos
perfectamente capacitados para ir perfilando dos naturalezas,
dos espíritus. Que los coloreemos y les demos cuerpo dependerá
ya de nosotros mismos. La pregunta más interesante y profunda
es la siguiente: ¿Siendo Todopoderoso y Omnipotente, siendo Omnisciente
y Presciente porqué permitió Dios que aquella Causa de la Maldad
del Hombre fuese activada? Es decir, ¿por qué no detuvo a aquéllos
hijos malvados antes de que el delito se consumara?
No parece sino que Dios dejara hacer, permitiera
que sus hijos jugaran a ser dioses y El mismo se limitara a barrer
los desperfectos que causaban con sus acciones. Dios ponía la
cara de quien le duele el corazón pero tampoco hacía nada para
impedir que sus hijos hicieran lo que hacían. Le vemos de nuevo
en el libro de Job siguiéndole el juego a su hijo Satán. Con el
permiso de Dios este Satán convierte la vida placentera y maravillosa
del santo en un infierno de miseria y desastres sin fin. Otra
vez Dios se limita a barrer la casa. Su postura parece más la
de un padre que ha aceptado la condición de sus hijos, y, aunque
no le guste demasiado sus juegos, pensando en su infinito poder
para deshacer sus entuertos tampoco les impide divertirse. En
el caso de las mujeres humanas les dejó gozarla, vio nacer la
maldad y no hizo nada, excepto barrer la casa. Desde el punto
de vista de semejantes hijos aquél Padre era maravilloso, y así
tenía que seguir siéndolo eternamente.
Más o menos es lo que del estudio superficial del
Antiguo Testamento cualquier judío de los tiempos de Jesús podía
deducir, comprender, inferir. Mas sobre la existencia de esa figura
que llamamos el Diablo nada podía saberse con toda seguridad.
Esa figura entra en la Historia Universal precisamente con Jesucristo.
Jesucristo no sólo perfiló ambos espíritus, no sólo
tomó el Desgarramiento del Corazón de Dios en una mano y en la
otra la Maldad de aquellos padres de los Héroes de la Antigüedad,
además los perfiló y los corporizó, los definió y los descubrió.
Él fue el primer hombre que trajo a existencia real y corpórea
la existencia del Maligno, el Diablo, Satán, la Serpiente Antigua,
el Dragón.
Visto esto se comprende que el concepto del Mal que
Jesucristo puso en escena tuviera que chocarles a los judíos.
Y no sólo su concepción del Mal, en la que la Serpiente del Edén
dejaba de ser una simple metáfora para convertirse en un hijo
de Dios, con su nombre propio, Satán. Era su concepción del Mal
y también su concepción del Bien.
Regresemos al escenario histórico de aquél siglo
y desde su conocimiento miremos cara a cara a aquél Jesús de Nazaret.
Aquél Jesús trajo al mundo una concepción de la Paternidad Divina
sobre la cual nada habían oído los judíos tampoco. Quiero decir,
que Dios era Padre se había demostrado. Que la paternidad implica
la existencia de un hijo primogénito es de necesidad. Siempre
tiene que haber uno que es el primero y es a partir de cuyo nacimiento
se hace padre la persona en cuestión, en este caso Dios.
Nada tenían que objetar los judíos sobre el particular.
El Antiguo Testamento tampoco le daba nombre. Ellos se lo podían
figurar. Dios era padre, luego tenía que haber un Hijo primogénito.
Ni Moisés ni David ni Salomón ni ninguno de los profetas le pusieron
Nombre a ese Primogénito. Que tenía que existir, por supuesto;
que ellos ni nadie en este mundo conocían su Nombre, también.
El problema es que Jesucristo iba un paso más allá.
Si sobre ese Primogénito nada habían escrito los autores bíblicos,
que ese primogénito fuera Unigénito menos aún. Así que desde este
punto de vista clásico: Cristo era la locura de Jesús.
Atrapados entre su ignorancia sobre la existencia
y Maldad del Diablo y el Desconocimiento de la existencia y vida
del Hijo Unigénito de Dios los judíos, abandonados a sus propias
fuerzas, a las fuerzas de su sola fe, fueron arrastrados a los
pies de la Cruz por fuerzas para ellos incontrolables. ¿En qué
basó Jesucristo su revolución teológica? ¿En qué argumentos basó
la entrada de estas dos figuras: la del Maligno, el Diablo, de
un sitio; y la de Dios Hijo Unigénito, del otro?
Bueno, a estas alturas de crecimiento de la inteligencia
nadie debe ignorar la verdad. No en la fe sola; es decir, en su
fe propia, inspirada por el Espíritu Santo y por tanto a aceptar
como si se tratase de la palabra de Dios, basó Jesucristo su revolución
teológica. Sobre esta base sin embargo los judíos sí se hubieran
sentado a hablar y a discutir el tema de la posibilidad de la
existencia de esos dos personajes, el Diablo y el Hijo Unigénito
de Dios.
No, sobre la fe sola no fundó Jesucristo su revolución
teológica. La fundó sobre las Obras. “Pero yo tengo un testimonio
mayor que el de Juan, porque las obras que mi Padre me dio hacer,
esas obras que yo hago, dan en favor mío testimonio de que el
Padre me ha enviado, y el Padre, que me ha enviado, ése da testimonio
de mí” (Juan, 5.36). Y otra vez: “Os lo dije y no lo creéis; las
obras que yo hago en nombre de mi Padre, ésas dan testimonio de
mí...Yo y el Padre somos una sola cosa... ¿No está escrito en
vuestra Ley: Yo digo: Dioses sois? Si llama dioses a aquellos
a quienes fue dirigida la palabra de Dios, y la escritura no puede
fallar, ¿de Aquel a quien el padre santificó y envió al mundo
decís vosotros: Blasfemas, porque dije: Soy Hijo de Dios? Si no
hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, ya
que no me creéis a mí, creed en las obras, para que sepáis y conozcáis
que el Padre está en mí y yo estoy en el Padre” (Juan, Jesús uno
con su padre).
Y era lógico que así fuera, que Jesucristo fundara
su revolución teológica sobre las Obras. ¿Acaso Moisés emprendió
la suya sin las Obras que su Señor le había encargado realizar?
¿Y no fue sobre el testimonio que le prestó a su doctrina esas
Obras que Moisés pudo transformar la relación entre Dios y su
Pueblo? Luego la Fe, tanto la de Moisés como la de Jesucristo,
tenían una misma Roca: las Obras que el Dios de ambos, a uno como
Señor y al otro como Padre, les dio hacer.
Incapacitados los judíos para comprender la naturaleza
de las fuerzas que provocaron la Caída de Adán, de lo cual da
testimonio la ignorancia en la que hasta hoy día algunos viven,
creyendo que Adán y Eva son los padres genéticos de todas las
naciones de la Tierra; esa ignorancia había llegado a convertirse
en una segunda naturaleza tan poderosa en el pueblo judío que
no pudieron ver por las Obras de Jesucristo la naturaleza de su
Revolución. Juzgar a la Historia es una facultad fuera de nuestra
naturaleza sin embargo, así que regresemos al tema central.
La existencia del Diablo como justificación de la
coexistencia en un mismo mundo de Dios y del Mal es un argumento
vacío de sabiduría, inteligencia, entendimiento, juicio y verdad.
Hasta la saciedad explotaría yo este argumento si yo fuera el
Diablo. Este argumento y la idea primitiva de ser el Diablo un
encantador de sombras jugando a asustar a los valientes con tentaciones
patéticas y ruidos en las tinieblas serían mis dos armas favoritas.
Naturalmente no soy ése. Pero hay un argumento más patético aún
para justificar la coexistencia de un Dios infinitamente todopoderoso
y un Diablo infinitamente malo y perverso. Se trata del argumento
protestante sobre la Predestinación. Según este argumento sencillamente
Dios predestina a los buenos a la gloria, y por eso los suizos
y los príncipes alemanes y los reyes europeos corrieron a coger
los primeros asientos en la iglesia de Lutero y su revolución
teológica.
Y los malos: los católicos, los españoles, los judíos,
los campesinos, y por regla general todos los demás eran malos
porque Dios los había predestinado al Infierno y por eso eran
malos, y por eso a los buenos les estaba permitido estrangularlos,
descuartizarlos, despojarlos de sus bienes, esclavizarlos, retirarles
todos sus derechos civiles, quitarles la libertad religiosa, etcétera,
etcétera, etcétera. Y ya está solucionado todo el problema.
Pero de ninguna manera están solucionadas sus conclusiones
teológicas. Porque si Dios es un super-archi-satán negándole la
Libertad de elección entre el Bien y el Mal a su creación en este
caso su Juicio contra Satán es una farsa de principio a fin. No
hay que ser muy astuto para ver la línea de autodefensa que el
Diablo estaba haciendo mediante este argumento protestante delante
del Tribunal de los hijos de Dios. Porque si Dios es Omnisciente
y lo ordena todo desde su Sabiduría es evidente que nadie tiene
Libertad y en consecuencia todo el universo es esclavo de la voluntad
oculta de su Creador, que a unos, sin conocimiento de causa, dirige
hacia la izquierda, y a los otros, sin capacidad de decisión,
arrastra hacia la derecha. ¿Así que cómo imputársele al Diablo
su Maldad si su origen es el propio Dios que a unos predestina
al Bien y a otros a hacer el Mal?
Conste que como línea de defensa el Diablo se buscó
un buen argumento: Y que, de haberlo desarrollado delante de un
Tribunal menos preparado, por ejemplo encabezado por un Lutero,
un Calvino y sus colegas, su exposición hubiera convencido a sus
miembros, o al menos hubiera podido crear en ellos una duda razonable.
Afortunadamente para todos nosotros el Tribunal ante el que el
Diablo expuso esta línea de argumento en defensa de su Maldad,
afortunadamente, digo, estaba Presidido por Dios. Ya lo dijo Pedro:
“Pablo os escribió conforme a la sabiduría que a él le fue conferida.
Es lo mismo que, hablando de esto, enseña en todas sus epístolas,
en las cuales hay algunos puntos de difícil inteligencia, que
hombres indoctos e inconstantes pervierten, no menos que las demás
Escrituras, para su propia perdición” (Pedro, 2, Hay que vivir
prevenidos). El fondo bíblico que a estos nuevos doctores les
prestó argumento para defender al Diablo delante del Tribunal
de los hijos de Dios y del mundo lo encontraron en la epístola
de san Pablo, hablando de la justicia de Dios para con los gentiles
y los judíos. Sobre cuya interpretación ya previno san Pedro,
y cuyo consejo no les valió de nada a los nuevos maestros en artes
y sagradas escrituras que acabaron eligiendo la vía de la perdición
antes que reconocer que la Sabiduría de Dios, aquella sabiduría
misteriosa, madre de los perfectos, no estaba predestinada para
ellos. El Diablo, ciertamente, se rió de todos ellos el día que
vio impresas palabras como estas:
CAPÍTULO 81
Respeto al Papa
-Esta arbitraria predicación
de indulgencias hace que ni siquiera, aún para personas cultas,
resulte fácil salvar el respeto que se debe al Papa, frente a
las calumnias o preguntas indudablemente sutiles de los laicos.
El día que el Diablo vio estas otras palabras publicadas
no sólo se rió, sino que pegó botes de alegría:
“Por apremio de la fe, estamos obligados a creer
y mantener que hay una sola y Santa Iglesia Católica y la misma
Apostólica, y nosotros firmemente lo creemos y simplemente lo
confesamos, y fuera de ella no hay salvación ni perdón de los
pecados, como quiera que el Esposo clama en los cantares: Una
sola es mi paloma, una sola es mi perfecta. Única es ella de su
madre, la preferida de la que la dio a luz [Cant. 6,8]. Ella representa
un sólo cuerpo místico, cuya cabeza es Cristo, y la cabeza de
Cristo, Dios. En ella hay un sólo Señor, una sola fe, un sólo
bautismo [Ef. 4,5]. Uno sólo, en efecto, fue el arca de Noé en
tiempo del diluvio, la cual prefiguraba a la única Iglesia, y,
con el techo en pendiente de un codo de altura, llevaba un solo
rector y gobernador, Noé, y fuera de ella leemos haber sido borrado
cuanto existía sobre la tierra. Mas a la Iglesia la veneramos
también como única, pues dice el señor en el Profeta: Arranca
de la espada, oh Dios, a mi alma y del poder de los canes a mi
única [Sal. 21,21]. Oró, en efecto, juntamente por su alma, es
decir, por sí mismo, que es la cabeza, y por su cuerpo, y a este
cuerpo llamó su única Iglesia, por razón de la unidad del esposo,
la fe, los sacramentos y la caridad de la Iglesia. Esta es aquella
túnica del Señor, inconsútil [Jn. 19,23], que no fue rasgada,
sino que se echó a suertes. La Iglesia, pues que es una y única,
tiene un solo cuerpo, una sola cabeza, no dos, como un monstruo,
es decir, Cristo y el vicario de Cristo, Pedro, y su sucesor,
puesto que dice el señor al mismo Pedro: Apacienta a mis ovejas
[Jn. 21,17]. Mis ovejas, dijo, y de modo general, no éstas o aquéllas
en particular; por lo que se entiende que se las encomendó a todas.
Si, pues, los griegos u otros dicen no haber sido encomendados
a Pedro y a sus sucesores, menester es que confiesen no ser de
las ovejas de Cristo, puesto que dice el Señor en Juan que hay
un solo rebaño y un solo pastor [Jn. 10,16]. Por las palabras
del Evangelio somos instruidos de que, en ésta y en su potestad,
hay dos espadas: la espiritual y la temporal... Pues cuando los
apóstoles dijeron: Aquí hay dos espadas [Lc 22:38] es decir en
la Iglesia, pues de los Apóstoles estamos hablando, el Señor no
respondió que fueran demasiadas, sino suficiente. Ciertamente
el que niega que la espada temporal esté en las manos de Pedro
no ha escuchado la palabra del Señor ordenándole: Vuelve tu espada
a su lugar [Mt 26:52]. Una y otra espada, pues, están en la potestad
de la Iglesia, la espiritual y la material. Mas ésta ha de esgrimirse
en favor de la Iglesia; aquella por la Iglesia misma. Una por
mano del sacerdote, otra por mano del rey y de los soldados, si
bien a indicación y consentimiento del sacerdote. Pero es menester
que la espada esté bajo la espada y que la autoridad temporal
se someta a la espiritual. Pues el Apóstol no diría: Todos han
de estar sometidos a las autoridades superiores, pues no hay autoridad
sino bajo Dios [Rom 13:1-2], si una espada no estuviera sujeta
a la otra, de manera que la inferior sirva a la superior. Porque
de acuerdo al Bendito Dionisio es ley divina que todas las cosas
pasen de un nivel inferior a otro superior a través de uno intermedio.
De manera que de acuerdo al orden del universo, las cosas no alcanzan
la igualdad todas al mismo tiempo sino gradualmente, de la inferior
a la superior, apoyándose todas mutuamente. Que la potestad espiritual
aventaje en dignidad y nobleza a cualquier potestad terrena, hemos
de confesarlo con tanta más claridad, cuanto aventaja lo espiritual
a lo temporal. Porque, según atestigua la Verdad, la potestad
espiritual tiene que instituir a la temporal, y juzgarla si no
fuere buena. Así se cumple la profecía de Jeremías concerniente
a la Iglesia y su poder: Mira que te constituyo hoy sobre naciones
y reinos; y lo demás. Luego si la potestad terrena se desvía,
será juzgada por la potestad espiritual; si se desvía la espiritual
menor, por su superior; mas si la suprema, por Dios sólo, no por
el hombre podrá ser juzgada. Pues atestigua el Apóstol: El hombre
espiritual lo juzga todo, pero él por nadie es juzgado [I Cor.
2,15]. Ahora bien, esta potestad, aunque se ha dado a un hombre
y se ejerce por un hombre, no es humana, sino antes bien divina,
por boca divina dada a Pedro, y a él y a sus sucesores confirmada
en Aquel mismo a quien confesó, y por ello fue piedra, cuando
dijo el Señor al mismo Pedro: Cuanto ligares etc. [Mt. 16,19].
Quienquiera, pues, resista a este poder así ordenado por Dios,
a la ordenación de Dios resiste [Rom. 13,2], a no ser que, como
Maniqueo, imagine que hay dos principios, cosa que juzgamos falsa
y herética, pues atestigua Moisés no que “en los principios”,
sino en el principio creó Dios el cielo y la tierra [Gn. 1,1].
Ahora bien, declaramos, decimos, definimos y pronunciamos que
someterse al Romano Pontífice es de toda necesidad para la salvación
de toda humana criatura”.
De donde se ve el profundo conocimiento que el R.
P. Martín Lutero tenía sobre la ignorancia de su pueblo. Un pueblo
que llevaba dos siglos arrodillándose ante esta declaración de
divinización final del Obispo de Roma y su Corte, y, en cambio,
se escandalizaba hasta la División del chiringuito que se habían
montado el sucesor del declarante de la Bula, un criado de turno
suyo, arzobispo en suma, y unos banqueros listos. Por lo que nosotros
tenemos que juzgar que la causa mayor y principal de la supuesta
revolución teológica de Lutero tuvo que ver con el Dinero. Y,
como lo demostrarían los hechos, le sirvió de máscara a una revolución
económica y social; de las cuales triunfaría la primera pero no
la segunda.
En fin, en cuanto a la declaración de la tesis en
curso, es imposible creer que la gente y el pueblo que no se escandalizó
de esta Bula Pontificia pudiera tener la menor cultura. Así que
no se puede saber, cuando dice el R. P. Martín Lutero: Aún para
personas cultas, a qué tipo de gente se refería.
CAPÍTULO 82.
Miserable dinero
-Por ejemplo: ¿Por qué el
Papa no vacía el purgatorio a causa de la santísima caridad y
la muy apremiante necesidad de las almas, lo cual sería la más
justa de todas las razones si él redime un número infinito de
almas a causa del muy miserable dinero para la construcción de
la basílica, lo cual es un motivo completamente insignificante?
Hermano Lutero, el Papa, el Dinero, los reyes, los
príncipes. Díme, entre compinches, ¿buscabas la Verdad o el Dinero?
Hermano, se te ve el plumero. Tú no querías ninguna Reforma, lo
que tú buscabas era subir un peldaño en la escalera hacia los
dioses del Olimpo romano. Porque vamos a ver, ¿dónde estaban esas
personas cultas? ¿Llamabas persona culta a aquél cobarde que viendo
la pelea a muerte entre hermanos se limitó a observarla? Cómo
lo llamaban, ah sí, Erasmo de Rotterdam. ¿Luego la cultura de
las personas y la cobardía de los hombres van de la mano? Una
extraña cultura la tuya, hermano Lutero, llamar persona culta
a un cobarde. ¿O acaso esa persona culta era tan cobarde como
ignorante? No hay que ser muy listo para razonar, sumar tres más
cuatro y comprender que la declaración del firmante de la Bula,
cuando dice que al hombre espiritual nadie puede juzgarlo estaba
elevando su locura a la condición divina. Ni hay que ser un genio
para comprender que semejante locura sólo podía haberse declarado
contando el firmante con la incultura de las gentes a las que
dirigía su Bula. Porque si al hombre espiritual nadie puede juzgarlo
tenemos dos opciones, o nadie es espiritual, sólo el papa, con
lo cual el manicomio es lo que le hace falta, o bien, puesto que
por ser cristianos somos espirituales, tenemos que abolir todo
tipo de justicia, pues nadie puede juzgarnos. Que los cristianos
somos espirituales no necesita ser demostrado con la Biblia en
la mano; lo último que un sabio hace es responderle al necio rebajando
su gloria hasta semejante nivel de imbecilidad, lo que por caridad
con tu alma, hermano Lutero, sí estoy haciendo. ¿O no aprendiste
a falsear el espíritu de la Letra? La falsedad interpretativa
de la que hiciste gala, alienando el Texto de su contexto, es
la misma sabiduría que el tal papa ejerció cuando dijo en su Bula
que Dios lo instituyó sobre naciones y reinos...y lo demás. Lo
demás hermano Lutero es lo que sigue: “Para arrancar y destruir,
para arruinar y asolar, para edificar y plantar”. ¿Tal es el poder
que le dio Dios a la iglesia del Papa? ¿Ese es el Poder del obispo
de Roma: el de un emperador? Que me responda el que sepa: ¿Y si
la paloma única de la que habla el autor de la Bula es la Iglesia,
cómo es posible que esa misma paloma al final le diga a Cristo,
figuradamente el Esposo: Huye, amado mío, semejante a la gacela
o al cervatillo, por los montes de las balsameras? ¿Quiso decir
el firmante que la Iglesia, figuradamente la Esposa del Cantar
de los cantares, repudió a su Señor, o que lo repudia, o que lo
repudiará? ¿Persona culta alguna en tu tiempo, hermano Lutero?
¿Qué persona culta, de haberla habido en tu tiempo, hubiera podido
leer esto y no considerarte un majadero?
CAPÍTULO 83.
Misas y aniversarios
-Del mismo modo: ¿Por qué
subsisten las misas y aniversarios por los difuntos y por qué
el Papa no devuelve o permite retirar las fundaciones instituidas
en beneficio de ellos, puesto que ya no es justo orar por los
redimidos?
Dinero, hermano Lutero, Dinero, esto es lo único
que a tí te importaba. La Iglesia padecía la locura de un obispo
romano que contra Cristo decía que la Iglesia era Romana, es decir,
de Roma, no de Cristo. Y a ti todo lo que te importaba era el
Dinero, qué se hacía con el Dinero, cómo se hacía y por qué no
se desviaba su río hacia tus manos. ¿El destino de los difuntos?
Los muertos al hoyo, ¿verdad, hermano Lutero? Por eso desterraste
del Antiguo Testamento todos los libros en los que la santidad
y la caridad se relacionan con las oraciones por los difuntos.
¿No estabas tú tan mal de la cabeza como aquel al que tú le negabas
el derecho a establecer qué libros son sagrados y cuáles no? El
papa al que escupías se hizo su Canon y tú te hiciste el tuyo:
dínos, hermano Lutero, ¿en qué te creías tú mejor que aquel al
que le negabas el poder de establecer lo que es divino y lo que
no lo es? Y si el pueblo quiere orar por sus difuntos, si yo quiero
orar por mis difuntos y por el amor que le tengo a mi Dios y Él
me tiene como hijo ¿en base a qué tú o cien Luteros como tú me
van a prohibir a mí hacerlo, o convencerme de ser un anticristo
por rogarle a mi Dios que tenga piedad de las debilidades y pecados
de mis muertos? A ti no te interesaba la oración, hermano Lutero,
a tí lo que te interesaba era el dinero que esas “fundaciones”
les sacaba a los orantes. El Señor del que tanto sabías dijo que
donde se tiene el ojo se tiene el corazón. El tuyo estaba en el
Dinero. Y por eso que el obispo de Roma estuviese convirtiendo
la Iglesia Cristiana, de Cristo, en romana, de Roma, te daba lo
mismo.
Si la Reforma que la Iglesia pedía desde siglos atrás
te hubiera interesado te habrías alzado contra quien escribió
que como Dios elevó a su Hijo a su Trono, glorificándole en vida
con la herencia que de morir Dios hubiera debido heredar, así
al Papa. ¿Recuerdas el Decreto?: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado
Hoy. Pídeme, y haré de las gentes tu heredad, te daré en posesión
los confines de la tierra. Los regirás con cetro de hierro y los
romperás como vasija de alfarero” (Salmos-2. Rebelión de las gentes
contra Yavé y su Ungido). Decreto por el que el Padre sentaba
al Hijo a su Diestra con la gloria que hasta entonces se había
reservado para El, ser el Señor. Pues bien, aquél demente autor
de la Bula, inspirado por el Diablo, pidió permiso, bajo excomunión,
para sentarse en el Trono de Dios, cuando afirmando dijo, contra
el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que: someterse al Romano
Pontífice es de toda necesidad para la salvación de toda humana
criatura.
¿Personas cultas en tu tiempo, amigo Lutero? Sigue
pues instruyéndonos:
CAPÍTULO 84.
De Dios y del Papa
-Del mismo modo: ¿Qué es
esta nueva piedad de Dios y del Papa según la cual conceden al
impío y enemigo de Dios, por medio del dinero, redimir un alma
pía y amiga de Dios, y por qué no la redimen más bien, a causa
de la necesidad, por gratuita caridad hacia esa misma alma pía
y amada?
Dinero, dinero, dinero “es un crimen” dice la canción.
Dinero es la palabra sagrada en tus manos, hermano Lutero. Por
eso tus palabras sonaron a oro en las orejas de los príncipes,
de los reyes, de los banqueros, de los hombres de negocios y de
los listos que como Karlstadt comprendieron que de lo que se trataba
era de los tesoros de la Iglesia, que tú invitabas a repartirse.
Lo mismo que la Túnica de Cristo y los soldados,
en la que, curiosamente viera el pontífice de la Bula otra figura
de la Iglesia, tu revolución teológica, contrariamente a la de
Cristo, tenía en el Dinero su motor, su camino y su meta. Si lo
tuyo era la Sagrada Escritura ¿por qué no le demostraste al obispo
de Roma que no hay Sucesión Apostólica donde se ha abolido el
poder de la Sucesión personal, como la de San Ambrosio sobre la
de San Agustín, por ejemplo? ¿O acaso Pedro le eligió sucesor
a sus hermanos en el Apostolado? Pero hubo Sucesión Apostólica
mientras los obispos elegidos por los Apóstoles siguieron eligiendo
a sus sucesores. Y desde el momento que los emperadores rompieron
esa Sucesión del Espíritu Santo la sobrenaturaleza de la Sucesión
Divina fue corrompida y con la corrupción vino la División de
las dos primeras grandes ramas del Árbol Cristiano. Corrupción
que le afectó tanto al obispado griego como al romano, el episodio
de la Papisa Marozia uno más entre la larga colección de escándalos
que protagonizaron tanto los muy catoliquísimos romanos como los
muy sacro santísimos bizantinos. ¿Cómo puede gobernar el Espíritu
Santo su Iglesia si no tiene poder para abrir y cerrar puertas?
Pero si el Espíritu Santo tiene su cuerpo en los obispos es a
través de ellos que procede a la Sucesión Apostólica, a imagen
de la citada sucesión Ambrosio-Agustín. Luego, hermano Lutero,
la Iglesia es cristiana si no es Romana, y es Apostólica si no
es Imperial. Sin embargo como Cristiana en su Cuerpo vive la romana,
la moscovita y las demás iglesias que de la ciudad donde residen
sus obispos toman su nombre. Y si es Imperial, poniendo Papa donde
se entiende emperador, la Iglesia no es Apostólica, porque sólo
al Espíritu Santo le corresponde elegirles sucesores a sus hijos
los obispos.
Hermano Lutero, porque esto no era así, y el obispado
y los arzobispados se compraban y se vendían la Cristiandad clamaba
al Cielo por una Reforma. Y el pueblo y sus príncipes, ignorantes
e incultos, creyendo que tú eras la Respuesta del Cielo la poca
inteligencia que les quedaba la arrojaron a los cerdos cuando
se privaron de juzgar al hombre por sus obras, al árbol por sus
frutos. De haberlo hecho se hubieran dado cuenta que el Diablo
se adelantó al Cielo, porque para eso se le dio el Poder sobre
el Segundo Milenio de la Primera Era de Cristo, y donde se esperaba
Paz vino Guerra, y donde se esperaba Verdad vino Mentira, y donde
se esperaba Amor vino Odio.
Hermano Lutero, tú no creías en Dios ni en el Diablo,
tú sólo creías en el Dinero. Y cuando te negaron lo que pediste,
con amenazas muy artísticamente compuestas sólo apta para obispos
te revolviste contra aquéllos demonios con sotana a los que, como
a ti, las almas les importaba un comino, por no emplear palabras
más fuertes. Dinero era lo que quería el emperador-papa, dinero
era lo que quería su vasallo santo el arzobispo. Dinero era lo
que querían los Fugger. Dinero era lo que querías tú. Por esto
hablabas como hablabas.
CAPÍTULO 85.
Los cánones penitenciales
-Del mismo modo: ¿Por qué
los cánones penitenciales que de hecho y por el desuso desde hace
tiempo están abrogados y muertos como tales, se satisfacen no
obstante hasta hoy por la concesión de indulgencias, como si estuviesen
en plena vigencia?
Hermano Lutero, estabas hecho un monstruo en cuestión
de cánones y su relación con el Dinero. Más que en Sagrada Escritura
eras maestro en Derecho Canónico. Puede que no lo hubieras estudiado
oficialmente, pero en privado habías hecho de ti mismo todo un
Catedrático en Derecho Canónico Medieval, esto se ve a la distancia.
El arzobispo a quien le enviaste tus Tesis seguro que cogió el
mensaje al vuelo.
Sabías infinitamente más de penas canónicas que de
Historia sin embargo. Al fin y al cabo lo tuyo no fue nunca el
sacerdocio. Tu vocación era otra, era el Derecho, no el Canónico,
pero bueno, era Derecho al fin y al cabo. ¡Un abogado filósofo
envuelto en la aureola medieval de los frailes sacerdotes!
Como aliado del arzobispo Alberto no lo hubieras
hecho nada mal. Lo que el mundo necesitaba, no obstante, hermano
Lutero, era un Reformador no un comisario de comisarios para las
indulgencias jurando lealtad de perro de Gestapo a su amo. Ya
que tan poco miedo le tenías al Diablo hubieras debido hacer como
Savonarola, denunciar el nacimiento del Obispo-Dios y su crecimiento
como Papa-Emperador. Hubieras debido enfrentarte al enemigo real,
no a ese producto de tu esquizofrenia al que le diste por cuerpo
todos los católicos del universo y sus hermanos en el Diablo los
judíos. ¿Incluimos también a los anabaptistas, tus hijos, a los
que tú y tu hermano Calvino devorasteis en masa? Y pensar que
tanta matanza y crímenes cometidos en nombre de tu barriga se
hubieran podido evitar poniéndote al cuello la correa de los perros
de su amo. Señoras y señores les presento al nuevo comisario de
comisarios para las indulgencias del santísimo papa de Roma. Vamos,
excelentísimo Martín, ladra:
CAPÍTULO 86.
Los pobres creyentes
-Del mismo modo: ¿Por qué
el Papa, cuya fortuna es hoy más abundante que la de los más opulentos
ricos, no construye la basílica de San Pedro de su propio dinero
en lugar de hacerlo con el de los pobres creyentes?
-jajajajiejuojsgggujsujejjejj -se partieron el pecho
los genios que captaron el mensaje del fraile-. Hay que reconocerle
que es bueno. Es tonto, pero tiene gracia. ¿Os imagináis la cara
que pondría el santo padre si leyera esto? Quemad esa basura y
se olvide el asunto; que el silencio le sirva de respuesta. ¿Quién
es el loco que habla de sabiduría con un perro?
Y allí se hubiera muerto la rabia si no hubiera nacido
Gutenberg por aquellos tiempos y hubiera tenido el maravilloso
genio de hacer realidad su sueño, la imprenta. El fraile de Wittenberg
se había cubierto la espalda y antes de hacer de San Jorge ya
convino con sus amigos pasar a la acción si recibía por respuesta
el silencio. Era su plan B. Si el plan A le funcionaba y era recibido
por el arzobispo y contratado para el negocio él se olvidaría
de las Tesis. Sus amigos, de la especie de Erasmo, unos cobardes
a los que el enfrentamiento con el emperador-papa les ponía los
pelos de punta, sobre todo después de lo que le pasara a Savonarola;
una vez Lutero fuera de la contienda ellos harían lo mismo. Podía
pasar que el Plan A no le sirviera de nada a Lutero.
Dado el paso la marcha atrás imposible, las trompetas
de la imprenta de Gutenberg anunciarían la entrada en el campo
de batalla del plan B. Bajo su estrépito las murallas de Jericó
se derrumbarían y la Iglesia Católica, sometida al saqueo de las
hordas aristocráticas europeas sería borrada del mapa, quedando
en su lugar la Nueva Iglesia. (¿De Cristo o del Diablo?).
El plan A falló. Las trompetas del plan B hicieron
oír el grito de guerra contra la Iglesia Católica, en el corazón
de cuyo Cuerpo el Anticristo había levantado su Trono, ¿verdad,
hermano Lutero? A muerte pues con Ella.
CAPÍTULO 87.
La Perfecta contrición
-Del mismo modo: ¿Qué es
lo que remite el Papa y qué participación concede a los que por
una perfecta contrición tienen ya derecho a una remisión y participación
plenarias?
De haber habido un sólo hombre culto en aquéllos
días ese hombre hubiera podido adoctrinar a las hordas protestantes
sobre la naturaleza del crimen cometido contra la Iglesia Católica
por el obispado romano y su corte italiana. Hubiera podido traerles
a la memoria a aquéllos ejércitos de subnormales qué se entiende
por tirano. Las páginas de la Historia están llenas de ejemplos
de hombres que se pusieron a la cabeza de una revolución popular
y, conseguida con la sangre del pueblo, se alzaron con la jefatura
del Estado para inmediatamente ser más malos que los dictadores
contra los que el pueblo se levantara a una. Aristóteles llamó
tiranos a tales tipos. El obispo de Roma había caído en esa misma
espiral y se había apropiado de toda la gloria debida a la victoria
conseguida por la sangre de miles de hombres de las primeras naciones
cristianas. Como si toda esa sangre sacra hubiera sido la suya,
declarando ser suyo el Cuerpo de Cristo el obispo de Roma en nombre
de su sangre se declaraba la Puerta de la Salvación, contra Cristo
negando que Jesús sea la Puerta a la vida eterna, de la que le
dio las Llaves, pero no para encerrar al propio Cristo detrás
y dejarle a él el Gobierno Imperial de su Rebaño.
Esto hubiera debido enseñar a aquellas masas una
persona culta, de haberla habido. Pero como sucediera en los tiempos
de Cristo cuando no le fue posible a Dios encontrar un sólo hombre
bueno, así sucedió en los días de Lutero, con la diferencia de
que en esta ocasión quien se sirvió de la privación de cultura
fue el Diablo. ¡Cómo iba el Diablo a fracasar en su objetivo de
dividir a la Iglesia Católica si los pocos que hubieran podido
plantarle cara a Lutero, Zuinglio y Calvino, caso Erasmo, eran
unos cobardes!
¿Dios no puede juzgar al Papa? Ya ha sido juzgado
y se le ha encontrado culpable de sus crímenes. En efecto, Jesús
le dijo a Pedro: “Vuelve la espada a su lugar”, de donde el autor
de la Bula derivó que siendo la espada de Pedro la que Pedro volviera
a su funda, y esa espada símbolo del Poder Temporal del obispo
de Roma, al papa le pertenecía el Poder Temporal. Lo que el autor
de la Bula no contó fue el resto, que dice: “Porque el que a espada
mata a espada morirá”.
¿Qué necesidad hay de juzgar a quién se juzga a sí
mismo? Contra la voluntad de su Señor sacó la espada de la funda
donde le ordenara guardarla. Sobre su cabeza su delito. Pastor
sólo hay uno, Jesucristo, y es la sujeción a Este, Dios Hijo Unigénito,
Rey del Cielo y de la Tierra, la Única y Sola Necesidad que tiene
toda criatura humana para su Salvación. Fuera de esta verdad todo
el que añada o quite no viene de Dios. El mismo Diablo que engañara
al autor de la Bula Unam Sanctam tentó y engañó al autor
de estas Tesis.
DÉCIMO
TERCERA PARTE
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