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LUTERO, EL PAPA Y EL DIABLOTERCERA PARTESobre el Juicio de Dios
La Opción del Diablo -la transformación del universo
en un campo de batalla donde jugar a la Guerra- no tenía ninguna
vía de prosperar. Cuando Dios, el Infinito y la Eternidad se hicieron
una sola cosa y provocaron la revolución cósmica que conocemos
como Creación esa opción fue desterrada del Futuro de su Reino.
Y puesto que no estaba dispuesto a renunciar a la Guerra el Diablo
se puso a buscar mediante una política de hechos consumado la
forma de obligar a Dios a aceptar la coexistencia del Bien y del
Mal -del pecado y de la fe. Pensando, el Diablo encontró en la
Persona del Hijo el as que le daría la victoria. En líneas generales
tal fue la estructura del pensamiento del Diablo. Por contra la
decisión de Dios: “de todos los árboles del paraíso puedes comer,
pero del Árbol de la Ciencia del bien y del mal no comas, porque
el día que de él comieres, ciertamente morirás”, era y es la expresión
visible de una decisión irreversible. Desde aquel Día y para siempre
Dios desterraba de su Creación el fruto del Árbol prohibido: la
Guerra. Lo que Dios le decía a Adán se lo decía a todos sus hijos.
La cuestión estaba en “qué tenía que decir el Hijo sobre esta
decisión del Padre”. Pero antes de meternos en la respuesta resolvamos
la asociación del fruto del árbol prohibido con el Sexo, cuando
ese fruto era y es la Guerra.
La ignorancia judía sobre la naturaleza del fruto
del Árbol de la Ciencia del bien y del mal, a la que se relacionó
con el Sexo, se transmitió por inercia a las comunidades cristianas.
Algo natural si se tiene en cuenta que el sustrato desde el que
naciera el Cristianismo fue hebreo. Desde allí se transmitió a
la Iglesia y bajo esa forma las iglesias han mantenido en su doctrina
hasta nuestros días dicha asociación. Que esa conclusión era y
es absurda se desprende del mismo relato de la Creación. Al Sexto
Día bendijo Dios la unión sexual entre el macho y la hembra humana:
“Procread y multiplicaos y henchid la tierra” -fueron sus palabras.
El domingo descansó y el lunes volvió al trabajo. Fue entonces
cuando antes de meter mano le dijo a Adán: “De todos los árboles
del paraíso puedes comer, pero del árbol de la ciencia del bien
y del mal no comas, porque el día que de él comieres, ciertamente
morirás”. La sucesión de acontecimientos marca el ritmo y aclara
las cosas. Dios no podía irse a la cama bendiciendo la procreación
de la especie humana y levantarse dispuesto a maldecir lo que
bendijera ayer mismo.
Vamos a ver, poder lo que se dice poder, Dios lo
puede todo, pero hay algo que Dios no puede, y es ser a la misma
vez Cristo y el Diablo. Así que donde hoy dice gloria mañana no
dice infierno. Si ayer le dijo a los hombres que se reprodujeran
y se multiplicaran no se iba a levantar al siguiente por la mañana
con la maldad del que ha hecho a todo el mundo caer en la trampa
y ahora les va a dar el palo, porque sí, porque puede. Sobre este
respecto, sobre la unión entre el Padre y el Espíritu Santo, el
Hijo lo dejó claro con sus palabras, siempre tan breves, siempre
tan intensas:
“También habéis oído que se dijo a los antiguos:
No perjurarás, antes cumplirás al Señor tus juramentos. Pero yo
os digo que no juréis de ninguna manera; ni por el Cielo, pues
es el Trono de Dios; ni por la Tierra, pues es el escabel de sus
pies; ni por Jerusalén, pues es la Ciudad del Gran Rey. Ni por
tu cabeza jures tampoco, porque no está en tí volver uno de tus
cabellos blanco o negro. Sea vuestra palabra: Sí, sí. No, no;
todo lo que pasa de esto, de mal procede”.
Habiendo creado Dios al Hombre a su Imagen y semejanza
es natural que primero nos muestre las leyes sobre las que se
rige su Espíritu. “Sí, sí. No, no”. O sea, lo que bendice un día
no lo maldice el siguiente. Lo contrario, creer que primero bendijo
la procreación y luego maldijo la unión sexual es negar la Veracidad
de Dios. De hecho, que Dios no se había levantado al Octavo Día
con la piel de la Serpiente lo prueba que antes de meterle mano
a su trabajo le diera una compañera a su hijo Adán para que la
soledad le fuese leve.
El argumento del Diablo -recogido luego por la Reforma
en su versión calvinista- dice que precisamente para eso le dio
Dios a Adán una compañera, para verlo donde lo quería ver, temblando
muerto de miedo a la espera del juicio. La teología protestante-calvinista
recogió este argumento del Diablo sobre la predestinación maniquea
del mundo y lo hizo suyo. Cosa que parecerá bastante fuerte de
leer, pero no tanto si cortamos tajo y analizamos sus presupuestos.
Claro que sí; si según Calvino y sus hermanos en
el espíritu del protestantismo toda criatura está predestinada
al infierno o a la gloria: Dios le dio Eva a Adán para ponerle
la zancadilla. Pues que en su presciencia Dios sabía que Adán
no podría resistir la tentación de aquella hembra desnuda como
su madre la trajo al mundo…pues eso, que según la teología de
la Reforma Dios juega hoy a Cristo y mañana al Diablo. De donde
se ve que la Duda de Descartes no es más que la expresión científica
del pensamiento calvinista más exacto. Y es que querer ser más
listo que nadie fue lo que perdió a Calvino y a sus hermanos en
la Reforma. Fue para no llegar a semejante conclusión diabólica
que el Judaísmo y el Catolicismo prefirieron agarrarse a la postura
dogmática del Sócrates que sólo sabía que no sabía nada. Dios
dijo, Dios hizo, y lo demás escapaba a su comprensión. Mejor pecar
de infantil que por genio. El porrazo que se da un niño es lágrima
de cocodrilo, pero la altura desde la que caen los ídolos...
Llegando a algún sitio, que ya empiezo a marear la
perdiz demasiado, el fruto del Árbol prohibido no eran los besos
con los que Adán se comía a Eva. El fruto prohibido era la unión
entre el puño de Caín y la quijada del asno muerto. Otros lo llaman
la Guerra. ¿No fue esa la prohibición contra la que se estrelló
el Diablo cuando suscitó la enemistad de todo el mundo contra
Cristo? ¿Cómo iba a darle Satán a Jesús todos los reinos del mundo
si no los conquistaba a fuego y espada? ¿O acaso alguien se cree
que los romanos iban a poner su imperio a los pies del hijo de
María por su cara bonita? Deduciendo y transfiriendo de Cristo
a Adán, “que era el prototipo del que había de venir”, el Diablo tentó a Adán, rey electo del mundo, a conquistar la
Tierra empleando la fuerza, la bandera de la Guerra por delante
ordenándole a todos los pueblos someterse a su Imperio.
La Idea Original Divina era que el reino de Adán
se abriera como un Árbol que a todos les ofrecería la Vida, por
Bandera la Sabiduría. Al levantar entre la Guerra y su Reino su
Palabra, es decir, el Verbo, Dios le mostraba a toda su Creación,
del Cielo como de la Tierra, cuál era su elección y cuál su decisión
si se le ocurría a alguien ponerle delante del Dilema.
Entonces, volviendo a poner los pies en el suelo,
al darle un cuerpo a la Ciencia de la ciencia del bien y del mal
y hacerlo en el de un árbol, cuya naturaleza es su regreso natural
al polvo, Dios dio conocer mediante una metáfora su Voluntad,
de un sitio, y del otro levantaba entre esa Ciencia, cuyo fruto
era la Guerra, y sus hijos: su Ley. Nadie debe olvidar que todos
sus hijos fueron testigos de la Creación de los Cielos y de la
Tierra, según el testimonio del propio Dios:
“¿Quién es este que empaña mi providencia con insensatos
discursos? Cíñete, pues, como varón los lomos, voy a preguntarte
para que me instruyas. ¿Dónde estabas al fundar yo la Tierra?
Indícamelo si tanto sabes. ¿Quién determinó, si lo sabes, sus
dimensiones? ¿Quién tendió sobre ella la regla? ¿Sobre qué descansan
sus cimientos o quién asentó su piedra angular entre las aclamaciones
de los astros matutinos y los aplausos de los hijos de Dios?”(Job-Intervención
de Yavé).
En suma, todos los hijos de Dios habían visto con
sus ojos que el Verbo es Dios. Es decir, Dios decía y así se hacía;
Dios volvía a decir y así volvía a hacerse. Con sus ojos vieron
todos los hijos de Dios que el Verbo es Dios y que el Verbo estaba
en el Padre y en el Hijo. Todos menos Adán, lógicamente. A no
ser que quien es creado pueda asistir a su propia creación. Pero
el punto hacia el que quería yo llamar la atención es otro. El
siguiente: Muy bien, el Padre había tomado la decisión irrevocable
de desterrar de su Reino la Guerra, ¿pero y el Hijo? ¿El Hijo
no tenía nada que decir? A salvo de toda tentación entre los brazos
de su Padre ¿por qué no le dejaba Dios que decidiera por sí mismo
y se pronunciara libre y voluntariamente sobre esa Ciencia?
¿Y si el Hijo encontraba en la Guerra el placer que
habían encontrado esos hijos contra los que se levantó la Ley:
“El día que de él comieres, ciertamente morirás”? ¡Cómo podía
decir nadie de qué parte se pondría el Hijo si el Padre no le
daba la oportunidad de conocer esa Ciencia! Que decidiera por
sí mismo sobre la necesidad de desterrarla de su Imperio o la
conveniencia de abogar delante del Padre a favor de la coexistencia
en su Paraíso de ambos árboles, el de la Vida y el de la Muerte-
con estos argumentos del Diablo y otros parecidos se decidió la
suerte de nuestro Mundo.
A estas alturas de la Historia la Creación entera
está al corriente de la decisión del Hijo. A su forma, pocas palabras
y un Hecho que habla mejor y más rotunda y contundentemente que
un millón de libros, el Hijo dio su respuesta: “Apártate, Satanás,
porque escrito está: Al Señor tu Dios adorarás y a Él solo darás
culto”. En otras palabras, antes muerto que permitir semejante
transformación del Paraíso en un Infierno gobernado por demonios
adoradores de la Guerra. Y para demostrar que estaba hablando
en serio subió a la Cruz. Su Respuesta -hacerse una cosa con el
Padre al que adoraba- dio por finalizada la Guerra Civil entre
los hijos de Dios, y abrió una Nueva Era, en el Cielo como en
la Tierra.
Respecto al Cielo, de donde bajara, al volver todo
había cambiado. Dios le había dado a su Reino una forma Nueva.
Respecto a la Tierra, de donde se iba, dejaba en marcha una Revolución
Teológica cuya Meta era y es la Salvación del Género Humano. Incapaces
judíos y romanos para comprender lo que estaba pasando, la Guerra
contra el Cristianismo se hizo. Para defenderse y triunfar de
la Ignorancia de sus enemigos, Dios le dejó al pueblo cristiano
sólo un arma: el Ejemplo de Cristo. ¿O acaso no creó al Principio
Dios al Hombre a su imagen y semejanza?
En efecto, la Caída no borró de la Mente Creadora
el Proyecto de Formación del Hombre a su imagen y semejanza. La
Caída lo que hizo fue borrar las circunstancias ideales sobre
las que ese Proyecto comenzó a realizarse. Otro de los argumentos
originales de aquéllos que se conjuraron para abrir la Caja de
Pandora y desatar todos los males sobre el Género Humano fue éste:
¿Bajo condiciones infernales podría demostrarse que el Verbo es
Dios?
La maldad pérfida en los argumentos del Diablo no
acababa ahí. Una vez que la Guerra contra el Espíritu Santo se
desatara los asesinos de Adán tenían que sopesar la posibilidad
de la derrota a manos del hombre por cuya mano Dios les reclamaría
su sangre. Cuando Dios decretó su Juicio contra Satanás, aún con
el corazón desgarrado por nuestra suerte, le juró:
“Por haber hecho esto, maldito serás entre todos
los ganados y entre todas las bestias del campo. Te arrastrarás
sobre tu pecho y comerás el polvo todo el tiempo de tu vida. Pongo
perpetua enemistad entre ti y la mujer, y entre tu linaje y el
suyo; este te aplastará la cabeza y tú le acecharás el calcañal”.
Pero no parece que el asesino se inmutara. Ni tampoco
más tarde cuando volvió a ratificar su sentencia, esta vez bajo
juramento, con aquéllas palabras tan suyas:
“Ciertamente yo alzo mi mano al Cielo y juro por
mi eterna vida; cuando yo afile el rayo de mi espada y tome en
mis manos el juicio, yo retribuiré con venganza a mis enemigos
y daré su merecido a los que me aborrecen, emborracharé de sangre
mis saetas y mi espada se hartará de carne, de la sangre de los
muertos y los cautivos, de las cabezas de los jefes enemigos”
(Deuteronomio-Cántico de Moisés).
Dura como era la sentencia el Diablo siguió sin inmutarse.
Al poco de matar a Adán lo vemos luego junto a sus hermanos rebeldes
eligiendo entre nuestras mujeres las más guapas y procreando de
ellas a los héroes de muy antiguo. Y más tarde presentándose ante
Dios en calidad de hijo todavía. O sea, que antes de declararle
Dios a Noé la ley que regiría el duelo a muerte entre el Hijo
de Eva y la Serpiente ésta ya era consciente de sus términos.
Recordemos esa ley:
“Ciertamente os demandaré vuestra sangre, que es
vuestra vida; de mano de cualquier viviente la reclamaré, como
la reclamaré de la mano del hombre, extraño o deudo, pidiendo
cuentas de la vida humana. El que derramare la sangre humana,
por mano de hombre será derramada la suya; porque el hombre ha
sido hecho a imagen de Dios” (Génesis- Alianza de Dios con Noé).
No hay que ser astuto como una serpiente para ver
que la esperanza del Diablo y sus ángeles rebeldes tuvo en estos
términos su nido. Vamos a ver, si mataron con la facilidad que
un gigante aplasta a un chiquillo al hombre más grande que existió
nunca, el hombre al que Dios había formado con sus propias manos,
¡¿por qué iban a tenerle susto a un hijo del muerto?
¡Absurdo! -se dijeron-. Si bajo condiciones paradisíacas
el Hombre que Dios criara como a un hijo no pudo evitar ser un
juguete en sus manos ¿qué harían con su Heredero, formado en condiciones
adversas, esos mismos Másteres del Infierno? Locos, con la locura
del que siendo una criatura de barro se atreve a declararle la
Guerra a su Creador, y cegados por el infinito valor y astucia
del que mata a un niño los Rebeldes no comprendieron en qué descansaba
Dios su Victoria. ¿No habían retado a Dios a dejar que su Hijo
Amado decidiera por sí mismo el futuro de la Ciencia del bien
y del mal, y no estaban en que un hombre sería el Elegido para
el Día de la Venganza, el Día de Yavé? Muy bien, Dios les iba
a dar las dos cosas en un mismo Acontecimiento: Encarnación y
Resurrección de su Unigénito.
Ah, el Día de Yavé. Cómo olvidar el Día de Yavé contra
el Diablo y sus ángeles malditos:
“Porque llegará el día de Yavé de los ejércitos sobre
todos los altivos y engreídos, sobre todo lo que se yergue, para
humillarlo; sobre todos los altos y erguidos cedros del Líbano,
sobre las robustas encinas de Basán, sobre todos los montes altos
y sobre todos los altos collados, sobre las altas torres y sobre
toda muralla fortificada, sobre todas las naves de Tarsis y sobre
todos los monumentos preciosos, y será abatida la altivez del
hombre y la soberbia humana será humillada, y sólo Yavé será exaltado
aquél Día, y desaparecerán todos los ídolos” (Isaías-Prosigue
el castigo de los pecadores).
¡Bendito sea Dios que nos eligió para defender nuestra
Causa al Hijo de sus entrañas! Los profetas se deshicieron en
alabanzas por esa Elección que nos trajo la Gracia. De entre todos
esos cantos espontáneos en memoria del Campeón que Dios nos había
elegido, en honor al Héroe en cuyas manos había depositado Dios
nuestra suerte eterna, de entre todos esos cantos imposibles de
retener en la sangre hay uno que sigue soplando en el viento,
dándole voz al que no tiene o no sabe expresarse con la misma
fuerza y lo hace suyo. Yo lo hago mío. Se llama Canto de Amor.
Y dice:
“Bulle en mi corazón un bello discurso, al Rey dedico
mi poema. Es mi lengua como cálamo de veloz escriba. Eres el más
hermoso de los hijos de los hombres; en tus labios la Gracia se
ha derramado; por eso te bendijo Dios para siempre. Cíñete tu
espada sobre el muslo, ¡Oh Héroe!; tus galas y tus preseas. Y
marcha, cabalga por la Verdad y la Justicia; enséñete tu diestra
portentosas hazañas. Agudas son tus saetas; ante tí caerán los
pueblos; desfallecen los corazones de los enemigos del Rey. Tu
Trono subsistirá por siempre, Cetro de Equidad es el Cetro de
tu Reino. Amas la Justicia y aborreces la Iniquidad; por eso Yavé,
tu Dios, te ha ungido con el óleo de la alegría más que a tus
compañeros. Mirra, áloe, casia exhalan tus vestidos; desde los
palacios de marfil los instrumentos de cuerda te alegran. Hijas
de reyes vienen a tu encuentro, y a tu diestra está la reina con
oro de Ofir. Oye, hija, y mira; inclina tu oído; olvida tu pueblo
y la casa de tu padre. Prendado está el rey de tu hermosura; pues
que Él es tu Señor, póstrate ante El. La hija de Tiro viene con
dones, los ricos del pueblo te halagarán. Toda radiante entra
la hija del Rey; su vestido está tejido de oro. Entre brocados
es llevada al Rey. Detrás de ella, las vírgenes, sus compañeras,
son introducidas a tí. Con alegría y algazara son conducidas,
entran en el palacio del Rey. A tu padre sucederán tus hijos,
los constituirás por príncipes de la Tierra. Yo quisiera recordar
tu nombre de generación en generación. Por eso los pueblos te
alabarán por siempre jamás”. (Canto Nupcial, de los hijos de Coré- Salmo 45).
En fin, que aquí el asunto que nos concierne es otro.
Porque Dios, mirando a abrir entre los príncipes del Infierno
y su Omnisciencia un Abismo insalvable, no sólo anunció, paso
por paso, la Victoria de Cristo Jesús sino que puso a disposición
del Enemigo todos los medios necesarios para darle a esas circunstancias
adversas, sobre las que había basado su enemigo su seguridad,
las notas contrarias más inimaginables. Mas como revela el Canto
Nupcial todo lo que hiciera el Diablo sería para nada. El Hacha
estaba afilada y la Maza en el Puño de su Dueño pedía la cabeza
contra la que debía caer y aplastar cráneo y cola. La alegría
de los montes, el júbilo de los océanos, hasta las mismas fieras
de los desiertos fueron a besarle los pies y a sentir de las manos
del Héroe la caricia de su Dios el Día que el Rey le dijo a nuestro
Enemigo: “Apártate Satanás”.
El grito de victoria de las estrellas que escucharon
aquellas palabras se corrió por los Cielos, desbordó las constelaciones
y ondeó su bandera sobre la superficie del mar de las galaxias.
El primer Hombre fue maravilloso como un Niño grande e inocente
que no ha conocido lágrimas, penas, dolores, ni derramado sudores,
ni sufrido vientos solanos, ni el ardor del jornalero bajo el
sol del estío seco y duro como el acero. Se crió en los brazos
de Madre Naturaleza. Aquél era su primer niño; los pechos de Madre
Naturaleza estaban llenos de leche, con sus labios verdes se lo
comía a besos, entre sus brazos lo dormía bajo las estrellas como
si sus vellos fuesen mantas de algodón virgen. Y su Padre, Yavé
su Dios lo quería con ternura exquisita, lo quería tanto que a
la primavera le ordenó detenerse y transformarse en una tienda
de campaña llamada el Edén. ¡Qué dura fue la Caída! Si al menos
el Asesino se hubiera cebado en las carnes de un anciano doblado
por el peso de los años. O el Ladrón hubiera luchado por la Corona
de la Tierra contra un guerrero curtido en batallas, hasta fea
su piel de tantas cicatrices tatuadas en combates a muerte. No,
el Asesino fue a meterse con un Niño. El príncipe y héroe de los
Infiernos fue a pavonearse sobre el cadáver de un inocente.
Ay ay ay, que se me parte el alma- lloró Madre Naturaleza
el día que su hijo Adán cayó bajo el grito de guerra sin cuartel
que los dioses rebeldes le declararon al Reino del Cielo. Calma
tu pena, Mujer -le juró Dios - yo te suscitaré un hijo que cogerá
bajo sus pies al Rebelde y le aplastará la cabeza de un mazazo,
luego cogerá su tronco y lo partirá a hachazos, y esparcirá sus
restos a los cuatro vientos, y mi reino entero verá que si dura
es la Caída más dura será la Venganza. Y para consolarla puso
su Palabra en sus faldas:
“Ciertamente yo alzo mi mano al cielo y juro por
mi eterna vida: Cuando yo afile el rayo de mi espada y tome en
mis manos el juicio, yo retribuiré con mi venganza a mis enemigos
y daré su merecido a los que me aborrecen, emborracharé de sangre
mis saetas y mi espada se hartará de carne, de la sangre de los
muertos y de los cautivos, de las cabezas de los jefes enemigos”.
Para el enemigo la perdición, para nosotros la salvación.
Por eso acaba su Cántico el Profeta diciendo:
“Regocijaos, gentes, por su pueblo, porque ha sido
vengada la sangre de sus siervos, y hará la expiación de la Tierra
y su pueblo”.
Esperaban los asesinos de Adán un Campeón de la estirpe
y linaje de David, por toda arma de combate el hierro.
Necios, si el primer Hombre nació y vivió desnudo
porque no conoció la Guerra, su Heredero nacería vestido de guerra
hasta los dientes. Hasta una Espada tenía en la boca. Y de sus
ojos salía un fuego salvaje que no se consumía nunca. (Leed la
Visión Introductoria de Juan a su Apocalipsis).
Largo y sonoro, sí, fue el baile en honor del hijo
del Hombre que a una bailaron los ejércitos celestes, el Día de
su Victoria, el Día de Yavé. Triste y duro fue el Día Después,
el día de las persecuciones interminables contra el Cristianismo.
Y ya puestos, volviendo al Debate, que me responda el que pueda:
Mientras los obispos de Roma, empezando por Pedro, eran echados
a las fieras y sus colegas eran quemados en cruces para que sirvieran
de hogueras en la Noche de los Césares, ¿dónde estaban Lutero,
Calvino y sus colegas? Sí, con la boca llena de verdad lo digo
y le doy toda la razón del mundo a Lutero: la Cizaña de las Indulgencias
fue sembrada durante la Noche de los Obispos. Y con el corazón
rebosante de justicia lanzo a los cuatro vientos la pregunta:
¿Pero acaso no se habían merecido los obispos un Descanso después
de aquéllos Mil años de trabajo sin tregua? ¿Y por una Noche de
sueño profundo iba a quitarle el Señor la gloria a su Esposa y
dársela a una advenediza? ¿Acaso rompió con sus Apóstoles y los
echó fuera cuando se durmieron una hora antes de su Pasión?
La Gloria es del Rey y El se la da a quien quiere.
Que su Padre eligió para la Jefatura al único que le negaría tres
veces, pues sí. Que tanto el uno como los otros se durmieron mientras
sus enemigos ajustaban precio, lugar y hora, pues también. Pero
a ninguno le quitó lo que le diera, y ninguno defraudó su esperanza
cuando la hora de la verdad llegó también para ellos. ¿No se olvidó
Dios en cuatro mil años del amor que le tuvo a su hijo pequeño,
que nada hizo para ganarse su corazón excepto estar vivo, y en
un milenio iba a olvidarse de aquéllos hijos que conquistaron
su ser entero con aquella declaración de amor eterno que firmaron
con su sangre los obispos de Roma y la iglesia Católica entera?
CAPÍTULO 8.
Los cánones penitenciales
-Los cánones penitenciales
han sido impuestos únicamente a los vivientes y nada debe ser
impuesto a los moribundos basándose en los cánones.
Entramos de lleno en el mundo de la relación entre
el cristiano y el pecado. La razón es evidente. Donde no hay pecado
no hay necesidad de penitencia. La penitencia sólo existe unida
a un delito, que puede ser religioso o social. Al delito religioso
lo llamamos pecado, aunque en la teoría del origen de los males
del mundo figure el pecado en la raíz del delito social. Es con
esta raíz interna y no con su fruto externo que la Iglesia tiene
su misión. Pues contra el pecado no puede hacer nada ningún juez,
a no ser que alguien pretenda elevar al código penal mirar a la
mujer ajena con ojos de deseo. Teológicamente hablando, el pecado
es la semilla y el delito es su consumación. De donde se debe
entender que los cánones penitenciales de los que se habla en
esta tesis tratan de las penas debidas a un pecado y no a un delito.
Lo que a los hijos de Dios nos debe preocupar no es cómo ni a
quién se aplica la penitencia canónica, preocupación específica
relativa a los siervos. Nuestra preocupación está en saber por
qué se aplicaban penitencias, canónicas o del tipo que fuesen,
cuando el objeto de la Fe es la inmunidad del cristiano frente
al virus del pecado. La explicación del R. P. Martín Lutero va
directa al grano. Porque donde había pecado había indulgencia
y donde había indulgencia había dinero. La explicación de la Historia
es otra muy diferente. Y tiene que ver con la manera de vivir
su Fe las primeras generaciones de cristianos. Inútil decir que
las siguientes palabras de Lutero:
“Sé pecador y peca fuertemente, pero confíate y gózate
con mayor fuerza en Cristo, que es vencedor del pecado, de la
muerte y del mundo. Mientras estemos aquí abajo, será necesario
pecar; esta vida no es la morada de la justicia, pero esperamos,
como dice Pedro, unos cielos nuevos y una tierra nueva en los
que habita la justicia”.
Estas palabras en las orejas de los Apóstoles y los
Primeros Cristianos, hubieran, sin duda, sonado a doctrina del
mismísimo Diablo. La pregunta para nosotros es cómo el alma cristiana
pudo cambiar de una forma tan radical para creer de Cristo lo
que un día antes hubiera creído del Diablo. ¡Otro de esos misterios
sobre los que pende la espada de Damocles!
En suma, el amor al hermano en la Fe estaba tan desarrollado
en aquéllas comunidades cristianas que en su misericordia los
sacerdotes, ante el hecho de la existencia de fuertes y débiles
en la fe, tuvieron que levantarse entre ambos pidiéndoles a los
fuertes que fueran indulgentes con los más débiles. ¿Los que tenían
más dinero no tenían piedad de los que tenían menos? Pues lo mismo.
Estaban a las persecuciones del emperador de turno, los fuertes
tenían que comprender y admitir la indulgencia de sus sacerdotes
para con los hermanos más débiles. Para reforzar sus argumentos
los sacerdotes recordaban la promesa de Jesús a sus Apóstoles:
“Acordaos de la palabra que yo os dije: No es el
siervo mayor que su señor. Si me persiguieron a mí, también a
vosotros os perseguirán; si guardaron mi palabra, también guardarán
la vuestra”.
Y acto seguido les leían a los fuertes, que eran
los más, las palabras de Pablo sobre los fuertes y los débiles
en la fe:
“Acoged al flaco en la fe, sin entrar en disputas
sobre opiniones. Hay quien cree poder comer de todo; otro, flaco,
tiene que contentarse con verduras. El que come no desprecie al
que no come, y el que no come no juzgue al que come, porque Dios
le acogió” etcétera.
Desgraciadamente siempre hay quien ni come ni deja
de comer. De donde se ve que la debilidad tenía que ser fortalecida,
pero no mediante excomuniones y anatemas, sino por la fuerza invencible
del Amor. De cuyas entrañas sacerdotales nació la Penitencia,
que podía ser más o menos pesada pero que nunca solía ser más
pesada de lo que podían soportar los cristianos más flojos. Tampoco
se les podía hacer tan leve que a la próxima ocasión volvieran
a caer en la tentación. Lo mismo que el niño aprende a andar tropezando
y finalmente aprende a correr como una gacela, de la misma manera
hay que enseñarle al cristiano a luchar “contra el último enemigo:
la Muerte”. Con esta Filosofía del Amor por estrella polar
los fuertes llevaron a hombros a los débiles a la Cruz y juntos
conquistaron aquella Europa a la que la Reforma predestinó a ser
el campo de batalla de Gog y Magog.
De manera que el Reverendo Padre Martín Lutero volvía
a mentir cuando decía que la Indulgencia existía por el dinero
y el pecado existía por la Indulgencia. Mintió cuando dijo que
la vida del cristiano es penitencia perpetua. La penitencia, como
hemos visto, fue el muro que los sacerdotes levantaron entre el
cristiano y la Muerte. Su cuna fue el amor entre hermanos en la
misma Fe. Nada entonces tuvo que ver el dinero en el nacimiento
de la indulgencia eclesiástica. El misterio para nosotros es descubrir
cómo lo que naciera del Amor llegó a degenerar en un comercio
tan monstruoso. ¡Otro enigma sobre el que la espada de Damocles
hace brillar su hoja!
CAPÍTULO 9.
El Espíritu Santo y el Papa
-Por ello, nos beneficia
en la persona del Papa, quien en sus decretos siempre hace una
excepción en caso de muerte y de necesidad.
El argumento y recurso al Espíritu Santo ha sido
uno de esos instrumentos, ora de terciopelo, ora de tortura, que
durante siglos y siglos los maestros en artes y en sagrada escritura
-independientemente de su credo- han esgrimido sin descanso alguno.
Al final, después del uso y desgaste del término, uno ya no sabe
qué es lo que entiende cada cual por él, el Espíritu Santo.
Uno, que no tiene títulos con los que lavarse las
barbas ni cátedras con las que hacer sonar a su paso los flecos,
sólo sabe lo que lee. Y lo que uno lee es que Dios es Espíritu
y Dios es santo. O sea, Dios es Espíritu Santo.
Deducción más natural imposible -me dirá alguno.
Ay, amigo, qué más quisiéramos nosotros que todo fuera tan simple
y sencillo como coser y cantar. Entre unos que lo niegan y otros
que lo afirman el fenómeno de la tercera persona de la Trinidad
sigue siendo ese Misterio que nadie quiere resolver del todo,
porque si se resolviera ya no habría argumento ni recurso del
que echar mano para vestir de divinidad la inspiración del pastor
o sacerdote de turno.
Yo sigo diciendo erre que erre: Dios es Espíritu,
y Dios es Santo, luego Dios es el Espíritu Santo. Y también esto
otro, que Dios no puede dejar de ser Espíritu, pero sí podría
dejar de ser Santo. No es tan raro.
Por ejemplo yo, yo no puedo dejar de ser lo que soy,
un hombre; pero sí podría dejar de ser cristiano. Por supuesto
es una forma de hablar. El punto es que la Santidad es una elección
personal divina. Elección personal que Dios tomó el día que conoció
la existencia del Árbol de la Ciencia del Bien y del Mal. Aquel
día hizo su elección personal entre la Paz y la Guerra, entre
la Justicia y la Corrupción, entre la Verdad y la Mentira.
Que eligiera la Verdad, la Justicia y la Paz es la
decisión que determinó la definición de la Santidad y le dio a
su Espíritu esa propiedad Eterna, ser Santo. Por consiguiente,
cuando alguien recibe un beneficio de su Espíritu se comprende
que tiene su origen en las tres Palabras que definen la Santidad:
Verdad, Justicia y Paz. Si después resulta que el fruto de ese
beneficio no tiene que ver nada con esas tres palabras no hay
que ser muy listo para comprender que no fue Dios la fuente del
supuesto beneficio.
Pienso yo que si en este mundo todavía queda vivo
algún maestro en artes y en sagrada escritura que pueda enmendarme
la plana a este respecto, bueno, que lo haga. Ahora miremos al
obispo de Roma.
Ahí está el hombre, más viejo que hace cinco siglos.
¿Beneficios que Dios le ha concedido a los cristianos a través
del obispo de Roma desde Pedro a Juan Pablo II? Puede que anular
la penitencia canónica en caso de necesidad, de entre los muchos,
sea uno. Los perjuicios que sus errores infalibles han causado
a la cristiandad también están delante de todos.
¿Qué es el Espíritu Santo entonces, una cosa que
sólo se manifiesta en los siervos y no quiere nada con los hijos?
¿Una fuente privada de acceso reservado a siervos y respecto a
cuyas aguas no tienen derecho de satisfacción los hijos del Señor
al que sirven?
Me parece muy bien que el obispo de Roma en sus decretos
acuerde remisión de penas en caso de necesidad y de estado extremo,
¿pero no sería mejor que la lucha contra el pecado hiciera innecesario
el uso de tales decretos y cánones?
¿Qué es en definitiva el pecado? Robar es un delito.
Envidiar, un defecto. Matar, un crimen. El adulterio, un vicio.
¿Qué es el pecado pues? ¿Odiar al prójimo como se odia al Yo propio,
tal vez? ¿Acusar al colega de crímenes que nunca se han cometido,
quizá? ¿Mentir a bocajarro con tal de imponer la verdad propia,
pudiera ser?
¿Qué es el pecado? ¿Confesar que aquél mismo por
el que el Espíritu Santo se manifiesta hoy es al día siguiente
el mismísimo Anticristo? Para ser inventor de falacias hay que
ser un hombre falaz, pero para tragárselas hay que ser un ignorante.
Que la iglesia alemana se aplique pues el cuento. O el Espíritu
Santo es Dios y no puede tener durante mil quinientos años al
Anticristo a su servicio, o no lo es y, sujeto a la infinita capacidad
de cometer errores de la que los hombres hemos hecho gala durante
toda nuestra existencia, el Espíritu Santo no es más que un argumento,
un recurso al servicio de quien quiera y pueda hacer uso de él.
CAPÍTULO 10.
Los sacerdotes, los moribundos y el purgatorio
-Mal y torpemente proceden
los sacerdotes que a los moribundos les reservan penas canónicas
en el purgatorio.
¿Por qué mejor no decir: Torpe y malamente procede
todo sacerdote, del rango que sea, que socorre su fracaso para
mantener al cristiano lejos del pecado culpando sólo al cristiano
y sólo a él de sus pecados? ¿En el sentido que le da el R. P.
Martín Lutero qué son las penas canónicas sino las aguas sobre
las que Pilatos con sotanas se lavan las manos sobre la suerte
del Rebaño?
Indudablemente en toda crítica hay un fondo de verdad,
y en toda acusación un reflejo de la realidad. Si sacerdotes y
cristianos hubieran seguido siendo perfectos jamás se hubiera
llegado a la situación de ruptura que liderara Lutero. De todos
modos echarle leña al fuego que arde no ha sido nunca la mejor
forma de apagar un incendio y, en consecuencia, de dar a luz palabras
de sabiduría. Antes de criticar al vecino Lutero hubiera debido
hacer examen de conciencia; a la iglesia alemana más que a ninguna
le convenía aplicarse la doctrina divina sobre el juicio contra
el hermano:
“No juzguéis y no seréis juzgados, porque con el
juicio con que juzgareis seréis juzgados y con la medida con que
midiereis se os medirá. ¿Cómo ves la paja en el ojo de tu hermano
y no ves la viga en el tuyo? ¿O cómo osas decir a tu hermano:
Deja que te quite la paja del ojo, teniendo tú una viga en el
tuyo? Hipócrita: quita primero la viga de tu ojo, y entonces verás
de quitar la paja del ojo de tu hermano. No deis las cosas santas
a perros ni arrojéis vuestras perlas a puercos, no sea que las
pisoteen con sus pies y revolviéndose os destrocen”.
La historia de la iglesia alemana antes de la Reforma
lo que menos pinta en el horizonte es un paisaje de santos, todos
perfectos, todos buenos. Lo mismo el pueblo que los sacerdotes.
¿Quién no recuerda la primera protesta que el clero alemán elevó
contra el Cielo el día que sus obispos en pleno doblaron sus rodillas
ante el Infierno, el 12 de febrero del 1112 exactamente?
El último Capítulo del Conflicto de las Investiduras
entre los Enriques y el papa de Roma se estaba celebrando. En
el fondo del Conflicto latía el problema nunca resuelto de la
separación entre el Estado y la Iglesia, separación que los príncipes
alemanes se negaban a firmar. Recordemos los hechos.
El Tercero de los Enriques había muerto. Gregorio
VII, la causa en el origen del Conflicto, murió también. Víctor
III, el papa marioneta, murió al año de besarle los pies al Cuarto
de los Enriques. Su sucesor Urbano II volvió a recoger el testigo
del Conflicto y volvió a excomulgar a aquel Enrique IV de la leyenda
que en su día llorara su corona a las puertas del castillo de
Canosa, los piececitos desnudos se dice, al raso del frío invierno
durante tres días y tres noches. Era la segunda excomunión que
recibía el angelito.
Urbano II murió al poco y con él su antipapa, Clemente
III. El siguiente sucesor de Pedro, Pascual II, fue reconocido
por el propio rey y pareció que las aguas volverían a su cauce,
el emperador alemán seguiría poniendo y quitando obispos y el
papa recaudando fondos por el servicio prestado al imperio. Pero
no. El nuevo obispo de Roma tenía otra idea de la relación que
debían mantener Estado e Iglesia.
Así que Pascual II desató la ira de Dios contra los
intereses del emperador y lo excomulgó. Era la tercera vez que
desafiaba al Espíritu Santo el Canciller del I Reich. El anatema
levantó los vientos de la guerra civil. Esta vez bajo el signo
del parricidio, padre contra hijo. La providencia no quiso ver
el espectáculo de un hijo matando a su padre y se llevó de este
mundo al padre. Ahí parecía haberse quedado todo.
El nuevo Enrique hizo con todo el mundo las paces.
Pero enseguida, cual perro que vuelve a su vómito, el Canciller
regresó a la vieja y querida costumbre teutona de ser más que
nadie, más que Pedro, más que Jesucristo y menos sólo que Dios.
Como si nada hubiera pasado y el bárbaro teutón de
las leyendas tuviera menos cerebro que un mosquito, en cuanto
Pascual II se dedicó a apacentar las ovejas de su Señor el Canciller
se dedicó a lo que su padre y su abuelo se dedicaron, a poner
su orgullo de macho sobre el altar de Cristo y allí mandaba él
y nadie más que él. Y comenzó a poner y quitar obispos.
En el 1108, viendo Pascual II que el Quinto era peor
que el Cuarto excomulgó a todos los reyes y príncipes que pusiesen
y quitasen obispo. Enrique V el Aludido avanzó entonces contra
Roma dispuesto a quitar al propio papa y elegirse su propio Pedro.
Rodeándole iban todos los obispos alemanes aquéllos
a los que les convenía como anillo de hierro al hocico del cerdo
aquello de:
“Nadie puede servir a dos señores, pues o bien, aborreciendo
al uno, amará al otro, o bien, adhiriéndose al uno, menospreciará
al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas”.
Eran todos obispos, eran todos renegados de su Señor,
como no tardará en verse en lo poco que se lee estas líneas. Pascual
II, vista la imposible negociación sobre las bases antiguas, pensó
y encontró la respuesta. Fue y la puso sobre la mesa de la Historia:
el Estado y la Iglesia convivirían pero no se interferirían ni
se molestarían. La Iglesia restituía todos sus títulos y sus beneficios
feudales al poder civil y el Estado abandonaría cualquier interferencia
en la vida de la Iglesia.
Era el 12 de febrero del 1112. Una fecha histórica
de haber aprobado Alemania aquella propuesta. Su entrada en vigor
hubiera revolucionado la evolución de la sociedad europea y la
hubiera hecho avanzar al encuentro del futuro a una velocidad
extraordinaria. Aquél era el futuro en el horizonte del pensamiento
de Cristo. Aquí Estado, aquí Iglesia.
De haber servido el clero alemán a Cristo y no al
emperador las cosas nunca hubieran llegado al estado que se encontraron
en los días de la Reforma. Contra el Espíritu Santo el clero alemán
se rebeló, hizo causa con el rey y en pleno se alzó contra el
Cielo, eligiendo la gloria mundana a la natural a su condición
sacerdotal.
Aquél día y en aquella hora el clero alemán rompió
el contrato con el Espíritu Santo. Roto el contrato con el Señor
Jesús, la iglesia alemana al servicio de su rey raptó al obispo
de Roma y demolió sus convicciones al estilo de la raza aria,
ese estilo al que esa nación tan maravillosa nos ha acostumbrado
al resto de la Humanidad desde los días de Lutero hasta mediados
del siglo XX.
¿De qué y contra quién se quejaban entonces Lutero
y su santa nación alemana? Siendo alemanes como él mismo los verdaderos
artífices del escándalo de las Indulgencias contra las que se
escribieron estas Tesis ¿de qué se quejaba el Maestro en Sagradas
Escrituras contra la iglesia católica? De haber tenido la iglesia
católica la misma dureza de corazón que la alemana ¿no se hubiera
debido en concilio católico y ad eternum desgajar aquella
rama del cuerpo de Cristo?
Oigamos el juicio de Cristo contra las iglesias adúlteras:
“Habéis oído que fue dicho: No adulterarás, pero
yo os digo que todo el que mira a una mujer deseándola, ya adulteró
con ella en su corazón. Si, pues, tu ojo derecho te escandaliza,
sácatelo y arrójalo de ti, porque mejor te es que perezca uno
de tus miembros que no que todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna.
Y si tu mano derecha te escandaliza, córtatela y arrójala de ti,
porque mejor te es que uno de tus miembros perezca que no que
todo tu cuerpo sea arrojado a la gehenna”.
¿De manera que si la cabeza de la Iglesia es Cristo,
con quiénes adulteraron las iglesias de la Reforma cuando se dieron
por cabezas a los príncipes del mundo?
Resumiendo: se levantó Judas a imponer orden entre
los Apóstoles. No habíamos visto nada y teníamos que ver semejante
espectáculo, lo peor declarándose lo mejor, lo más bajo reclamando
para sí lo más alto. La iglesia adúltera que despreció a su Señor,
su Cabeza, “como la cabeza de la mujer es su marido”, y
se declaró sierva del emperador de Alemania, con el que se acostó
por sus riquezas, esa iglesia sobre la que pendía el Juicio de
su Señor se alzó, en la persona de un monje sin vocación, de tendencia
psicopática esquizoide, para acusar a la Iglesia Católica de ser
el Anticristo, la Gran Ramera.
“No juzguéis y no seréis juzgados, porque con el
juicio con que juzgareis seréis juzgados y con la medida con que
midiereis se os medirá”.
¿Quién dijo esto Reverendo Padre Martín Lutero? La
iglesia española se negó en rotundo a aceptar el tráfico de las
indulgencias para la construcción de la Basílica de San Pedro
en su territorio. ¿Por qué no hizo otro tanto la iglesia alemana?
¿Qué o quiénes se lo impidieron?
Mas en lugar de sentarnos a discutir quién era más
malo quién era más bueno en la Europa de entonces, pues que entre
patas de gatos corría el ratón, vamos a abrir este Debate a la
existencia del Purgatorio, qué sea ese lugar, cómo entró en la
mitología cristiana, y, en fin, si fuera ficción plantearnos la
liberación de nuestra conciencia respecto a la posibilidad de
una estación entre el Cielo y el Infierno llamada el Purgatorio.
Al parecer -según se desprende de la tesis en curso-
en aquéllos días la gente, iglesia y pueblo a una, creían en la
existencia de una sala de espera donde las almas se sentaban a
esperar el Día del Juicio Final, y mientras esperaban penaban
los pecados y delitos que en vida escondieron debajo de la manta.
¿Realidad, ficción? ¿En qué tipo de sustrato bíblico se apoyaban
aquéllos hombres para mantener a ciencia cierta la existencia
de ese lugar entre el Infierno y el Cielo?
Mi misión como hijo de Dios es comprender, no juzgar.
Porque no soy juez y me atengo a la doctrina del “no juzguéis
y no seréis juzgados; no condenéis y no seréis condenados” pienso.
Y pensando lo primero que se me viene a la cabeza es aquello otro
de “el que cree en mí no será juzgado; el que cree en mí no morirá,
sino que vivirá para siempre”. Y esto otro:
(Juan, 5,24-) “En verdad, en verdad os digo que el
que escucha mi palabra y cree en el que me envió, tiene la vida
eterna y no es juzgado, porque pasó de la muerte a la vida”.
Más claro, imposible. Es el Misterio de la Fe, y
en este Misterio está su Poder. ¿Así que si por la Fe pasamos
directamente de esta vida a la vida eterna: para quién es ese
Purgatorio?, ¿quién va allí y a cuento de qué?
La Declaración de Ciudadanía eterna que la Fe concede
no precisa entre más buenos y menos buenos, entre menos fuertes
y más débiles. Crees en el Hijo y crees en el Padre, ya está,
ya eres Ciudadano del Reino de los cielos. Ahora a vivir como
tal.
Que las condiciones de este mundo no son las ideales
para desarrollar los presupuestos de esta Ciudadanía, de acuerdo.
Ahí está el reto.
Si entretanto alguno quiere perder el tiempo divagando
en lo que les pasa a los muertos, allá él. La Escritura siempre
ha estado ahí. ¿De dónde entonces viene eso de suponer que unos
cristianos van directamente al Paraíso y otros se quedan en el
camino? ¡¿Mal y torpemente hacen los sacerdotes que les administran
penas a esos desdichados que están a la espera del Juicio Final?!
Hay que ser muy blandos para levantar crítica tan tierna contra
semejantes jueces de su prójimo. Con todo no parece que hayamos
resuelto el tema: ¿Existe el Purgatorio?
CAPÍTULO 11.
El sueño de los obispos
-Esta cizaña, cual la de
transformar la pena canónica en pena para el purgatorio, parece
por cierto haber sido sembrada mientras los obispos dormían.
“La muerte es el fruto del pecado”. De donde invirtiendo se
deduce que antes de que la Muerte sembrara su cizaña en nuestro
mundo el Hombre no sufría enfermedades de ninguna clase. La entrada
en tromba de la envidia, la ambición, el robo, el crimen, el adulterio
y demás delitos contra la Naturaleza de la Creación condujo a
los hombres a la Guerra, y la Guerra desencadenó sus propios males:
la esclavitud, la prostitución, la sodomización de la infancia,
el hambre, la tortura, etc. En este caldo de cultivo aparecieron
las primeras enfermedades de la civilización. De donde se ve que
primero fue la enfermedad del alma y enseguida vino la enfermedad
del cuerpo. Y que si la gloria de las ciencias médicas está en
la victoria total sobre las enfermedades, la victoria de las ciencias
de la salvación tiene en la salud del alma su gloria.
Cuando se dice que el pecado y la enfermedad están
en relación causa efecto no se pretende afirmar que la enfermedad
y el pecado estén en relación directa en el individuo. Al igual
que otro cualquier fenómeno natural, entre los que la enfermedad
ha encontrado hueco gracias a la relación parasitaria entre el
pecado y el género humano, la enfermedad es un fenómeno que golpea
ciego, como un maremoto, un terremoto, un diluvio o un volcán.
El origen de este fenómeno que llamamos pecado está
en la oposición a la estructura de la Realidad que Dios le ha
dado a su Creación. Y, consecuentemente, en la guerra contra la
arquitectura que su relación con el Infinito y la Eternidad adquirió
tras el Nacimiento del Padre y del Hijo.
Como Creador, contra la posibilidad de la existencia
de un universo abierto a tantas realidades como la fantasía de
sus habitantes pusiese sobre la mesa, Dios estableció el Futuro
de su Universo en una Verdad universal. Esta Verdad engendraría
la Justicia, y la Justicia traería la Paz, cuya bandera ondearía
al viento los colores del espíritu de Igualdad, Libertad y Fraternidad.
Como Padre, Dios tiene que hacer todo lo posible
para que la elección de sus criaturas se le escape de los labios
y todos sus hijos se tiren en sus brazos, abiertos a todo lo bueno,
a todo lo hermoso, a todo lo noble, a todo lo pacífico, creativo,
imaginativo, dinámico, aventurero, artístico, sabio, inteligente,
gracioso, amable, puro, sutil, ingrávido, brillante, generoso.
Pero aquí estamos investigando si el amor a la verdad
que el héroe de la Reforma declaró en público es el amor a esta
Verdad, que se encarnó en Cristo Jesús para que la viéramos cara
a cara y por nosotros mismos juzgásemos su Belleza. No podemos
olvidar que hay otra verdad cuyo origen se remonta a los días
de Adán, y que, según los milenios han pasado, la hemos visto
cambiarse de chaqueta más veces de las que podamos recordar.
Hitler tuvo su verdad. También Stalin tuvo la suya.
Ejemplo cercano y apocalíptico del fin de un universo abierto
a tantas verdades como mentes quieran fabricarse, esas dos verdades
no fueron más que las transformaciones finales de aquella verdad
maligna que un día un hijo de Dios sembró en nuestro mundo: “Seréis
como los dioses, conocedores del bien y del mal”.
Si alguien cree que el conocimiento de la Ciencia
del bien y del mal nos ha acercado más a la condición divina que
levante la mano. De todos modos la cuestión que ahora nos ocupa
es descubrir si la verdad que la Reforma puso sobre la mesa y
la Verdad Universal sobre la que Dios fundó su Creación es astilla
de tal palo, o si la verdad luterana fue una transformación de
esa otra verdad cuyo fruto final es la guerra civil en el origen
de todos los males del cuerpo y del alma humana.
Que el fruto de la doctrina luterana fue la guerra
civil a corto plazo y la guerra mundial a largo plazo es evidente.
El Odio que, como condición de salvación, contra el resto del
mundo cristiano sembró Lutero permaneció latente en la nación
alemana. Sólo era necesario arrimarle una chispa para que el fuego
volviera a prenderse y arrasara con su infierno.
Si en aquella ocasión el fuego encontró en el odio
hacia el catolicismo la fuerza primaria, en esta otra ocasión
encontró el enemigo en el comunismo. ¿Cómo puede una nación amar
a Dios sobre todas las cosas y odiar a su prójimo con todas las
fuerzas de su alma?
Sin embargo no estamos juzgando a Alemania, sino
buscando una respuesta a si la verdad luterana fue una transformación
de aquella verdad a la que Dios le cerrara las puertas de su Creación.
Ningún hombre es quien para juzgar a su prójimo.
Ni nadie puede tampoco excusar lo inexcusable. La trasformación
del Nuevo Templo en un mercado de indulgencias, al estilo del
Antiguo, por ejemplo.
Que esta Negación creó la necesidad de alguien que
cogiera el látigo y expulsara del Nuevo Templo a aquellos mercaderes
de penitencias, pues sí.
Que sin látigo fueron expulsados de España, adonde
se les prohibió el acceso, pues también.
Que Lutero era el Nuevo Jesucristo y el Nuevo Templo
el Antiguo, pues no.
Que en razón de esa Negación el juicio universal
contra la Iglesia Católica debía ser “anticristo, anticristo”,
pues tampoco.
Que se descubrió en el escándalo que el obispo de
Roma ni era Padre y menos aún Santo, pues sí.
Que la declaración de Lutero sobre el valor de las
indulgencias y su rechazo al universo de penitencias canónicas
era una necesidad, pues también.
Que el escándalo del obispo de Roma y del obispado
italiano, espectáculo vergonzoso que llevaba durando ya demasiado
tiempo, estuvo en el origen de la violencia de la reacción protestante,
de acuerdo.
Que la Negación del Sucesor de Pedro justificaba
la Desobediencia a la Unidad pedida por el Verbo, jamás.
Lo demás, que durante el Sueño de los obispos el
Diablo hubiera sembrado doctrinas perniciosas contra la salud
del alma, esto se entiende como colateral y preámbulo, si se quiere,
del objetivo tras el que andaba el Maligno: La división del Reino
de Dios y de su Casa como medio de destrucción del Cristianismo.
No olvidemos que lo que Dios ha creado sólo Dios
puede destruirlo. Imposibilitado por sus propias fuerzas para
destruir lo que Dios creara al Diablo sólo le quedaba el recurso,
como al principio, de lanzar al Hombre contra el Verbo. El Verbo,
por su Divinidad, se encargaría del resto.
CAPÍTULO 12.
La verdadera contrición
-Antiguamente las penas canónicas
no se imponían después sino antes de la absolución, como prueba
de la verdadera contrición.
Puede o puede que no antiguamente -volviendo a las
tesis- las penas canónicas se impusieran antes de la absolución
buscando el arrepentimiento verdadero del cristiano y no volviera
a caer en la misma piedra; pudiera o pudiese ser que no se necesitaran
absoluciones ni penitenciales si el cristiano del que se habla
hubiese desterrado de su carne la coexistencia del pecado con
su Fe; pudiera o no pudiese ser que de vivir bajo circunstancias
menos adversas no se haya de hablar de pecados ni de penas canónicas
antes o después de la absolución. Lo que no puede ser ni será
jamás es que un corredor se parta la cara, venza, caiga rendido
un metro más allá de la meta y mientras está recuperándose el
que entrara segundo contra derecho se alce exigiendo para sí la
victoria que no consiguiera.
De la Madre son sus hijos, y del Señor su Esposa;
nacida para servir, si Sierva no es libre, y siendo verdad que
la libertad está en el Conocimiento: de la Ignorancia de la Madre
responde su Señor. De manera que quien a Ella injuria, injuria
al Dios que la engendró para ser Sierva en la Casa de su Hijo.
Lo demás, atacar la Casa mientras duermen sus habitantes, pues
que Lutero reconoce que hubo Noche de los Obispos, es de ladrones,
no de consiervos ni de hijos. Pero en esto cada cual se atendrá
al criterio de su Conocimiento, si en verdad se es libre.
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