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LUTERO, EL PAPA Y EL DIABLO

SEXTA PARTE

Sobre el Poder del Diablo

   

Desde aquella primera mentira en el Edén y durante los seis milenios transcurridos hasta nuestra Era la capacidad del enemigo del Reino de Dios para transformar su maldad y pasarla envuelta en una doctrina llena de amor al hombre se ha demostrado -o al menos eso quisiera él- infinita. Digo: quisiera él, porque ni mucho menos es así. La bondad de Dios sí es infinita, pero la de su enemigo dista mucho de llegar siquiera a superar un número fuera del alcance de la capacidad de contar de un niño.

Pensando en este temor humano a que el enemigo maldito de nuestro Mundo estuviese capacitado para desplegar contra nosotros la propiedad contraria a la Bondad Divina, en su última Revelación nos dio Jesucristo un Número. Gracias a Él, sin necesidad de someternos a la prueba de abrir una lucha cuerpo a cuerpo con el Diablo para ver hasta dónde llega su poder maligno, sabemos positivamente dos cosas. Una, que el número de transformaciones que es capaz de poner el Infierno sobre la mesa es limitado; y dos, que la locura de quien siendo su creación se atrevió a declararle la guerra a su Creador, al contrario que su poder, sí es infinita.

Pero sobre esta capacidad del diablo de tener una maldad infinita y ser el número de las transformaciones a que puede llegar su mentira un efecto contrario a tal causa, además de la Revelación de Jesucristo, un hombre sui géneris, fundador histórico del movimiento monástico, de entre cuyas paredes saliera el pilar de la Reforma, oh R. P. Martín Lutero, un hombre llamado Antonio y tenido por todos sus contemporáneos por santo, pronunció palabras llenas de juicio.

“En primer lugar, démonos cuenta de esto: los demonios no fueron creados como demonios, tal como entendemos este término, porque Dios no hizo nada malo. También ellos fueron creados limpios, pero se desviaron de la sabiduría celestial. Desde entonces andan vagando por la Tierra. Por una parte, engañaron a los griegos con vanas fantasías, y, envidiosos de nosotros los cristianos, no han omitido nada para impedirnos entrar en el Cielo: no quieren que subamos al lugar de donde ellos cayeron. Por eso se necesita mucha oración y disciplina para que uno pueda recibir del Espíritu Santo el don del discernimiento de espíritus y ser capaz de conocerlos: cuál de ellos es menos malo, cuál de ellos más; que interés especial persigue cada uno y cómo han de ser rechazados y echados fuera. Pues sus astucias y maquinaciones son numerosas. Bien lo sabían el santo apóstol y sus discípulos cuando decían: conocemos muy bien sus mañas. Y nosotros, enseñados por nuestras experiencias, deberíamos guiar a otros a apartarse de ellos. Por eso yo, habiendo hecho en parte esta experiencia, os hablo como a mis hijos”. “Cuando ellos ven que los cristianos en general, pero en particular los monjes, trabajan con cuidado y hacen progresos, primero los asaltan y los tientan colocándoles continuamente obstáculos en el camino. Estos obstáculos son los malos pensamientos. Pero no debemos asustarnos de sus asechanzas, pues se las desbarata pronto con la oración, el ayuno y la confianza en el Señor. Sin embargo, aunque desbaratados, no cesan sino que vuelven al ataque con más maldad y astucia. Cuando no pueden engañar al corazón con placeres abiertamente impuros, cambian su táctica y abren un nuevo frente. Entonces urden y fingen apariciones para aterrorizar al corazón, transformándose e imitando mujeres, bestias, reptiles, cuerpos de gran tamaño y hordas de bárbaros. Pero ni aun así debemos dejarlos destrozarnos con el miedo a semejantes fantasmas, ya que no son nada sino pura vanidad, especialmente si uno se fortalece con la señal de la cruz”. “En verdad son atrevidos y extraordinariamente desvergonzados. Si en este punto también se les derrota, avanzan otra vez más con una nueva estrategia. Pretenden profetizar y predecir futuros acontecimientos. Aparecen más altos que el techo, fuertes y corpulentos. Su propósito es, si es posible, arrebatar con tales apariciones a los que no han podido engañar con pensamientos. Y si hallan que aún el alma permanece fuerte en su fe y sostenida por la esperanza hacen intervenir a su jefe”.

“Este aparece a menudo de la manera como, por ejemplo, se lo reveló el Señor a Job: Sus ojos son como los párpados del alba. De su boca salen antorchas encendidas de donde chispas de fuego saltan de su lengua. De sus narices sale humo como de olla o caldero que hierve. Su aliento enciende los carbones y de su boca sale llama-. Cuando el jefe de los demonios aparece de esta manera el bribón trata de aterrorizarnos, como dije antes, con su hablar bravucón, tal como fue desenmascarado por el Señor cuando le dijo a Job: Tiene toda arma por hojarasca, y del blandir de la jabalina se burla; hace hervir como una olla el mar profundo, y lo revuelve como una olla de ungüento-; también dice el profeta del Diablo: Dijo el enemigo: los perseguiré y alcanzaré-; y en otra parte volvió a decir de sí mismo el Maligno: Y hallaron las riquezas de los pueblos como nido mis manos, y como se recogen los huevos abandonados, así me apoderé yo de toda la tierra”. “Esta es, resumiendo, la jactancia de la que alardean, estas son las peroratas que hacen para engañar al que teme a Dios. Con toda confianza os lo cuento: no necesitamos temer sus apariciones ni poner atención a sus palabras. Es sólo un embustero y no hay verdad en nada de lo que dice. Mientras habla semejantes tonterías y lo hace con tanta jactancia, no se da cuenta de que es arrastrado con un garfio como dragón por el Salvador, con un cabestro como animal de carga, fugitivo con los anillos del esclavo en sus narices, y sus labios atravesados por una abrazadera de hierro. Atrapado como gorrión para nuestra diversión ha sido. Como sus compañeros del Infierno también él ha sido condenado a ser pisoteado como otro escorpión cualquiera y como culebra a los pies de nosotros los cristianos; y prueba de ello es el hecho de que seguimos existiendo a pesar del Maligno. En serio prometió que iba a secar el mar y a apoderarse de todo el mundo, y no puede impedir nuestras prácticas ascéticas ni siquiera que yo hable contra él. Por eso, no deis atención a lo que pueda decir, porque es un mentiroso consumado, ni temáis sus apariciones porque también son mentiras. Ciertamente no es verdadera luz la que aparece en ellos, más bien es mero comienzo y parecido del fuego preparado para ellos mismos; y con lo mismo que serán quemados tratan de aterrorizar a los hombres. Aparecen, es verdad, pero desaparecen de nuevo en el momento, sin dañar a ningún creyente, mientras se llevan consigo esa apariencia del fuego que los espera. Por eso, no hay ninguna razón para tenerles miedo, pues por la gracia de Cristo todas sus tácticas terminan en nada”.

Así habló san Antonio, el hombre que se pasó veinte años encerrado en un fortín abandonado en el desierto de Egipto, corroborando con su experiencia lo que con su ciencia nos reveló Jesús. Que la maldad del enemigo es infinita, pero su poder -como el de esos dementes que se creen infinitamente más de lo que son y creen que si se les diera la oportunidad serían capaces de sostener sobre sus espaldas el Globo de la Tierra- termina donde empezó la Cruz.

Hubo, pues, en los días del emperador Diocleciano un hombre que se llamaba Donato. Los orígenes del segundo no pueden entenderse sin los del primero, así que dejemos por un rato la polémica. La historia de los orígenes de la ascensión de Diocleciano al poder, más que larga, es retorcida. Todo empezó cuando un campesino de la estatura de un Goliat llamado Maximino se puso al frente de la sedición que acabó con la vida del emperador Severo Alejandro. Lógicamente el Senado no podía quedarse con los brazos cruzados y eligió a un anciano de ochenta años, Gordiano I, que a su vez asoció al poder a su hijo Gordiano II.

Inmediatamente Maximino les plantó cara y los aplastó. Mas como en esta Ciencia del bien y del mal que nos ha tocado vivir el más rápido nunca lo es eternamente, Maximino fue retado a duelo en territorio italiano, donde perdió el título a manos de sus propios jefes pretorianos. Estos proclamaron nuevo César. Los soldados se rebelaron entonces contra el elegido de sus jefes y así el Senado volvió a demostrar que era el más rápido. El nuevo César se llamaba Gordiano III y tenía sólo catorce años. Para paliar esta deficiencia el Senado lo casó y puso al frente de los ejércitos imperiales a su suegro. Enviado a luchar contra los persas el suegro del emperador niño murió a causa de la gripe de los generales romanos, o sea, asesinado por su lugarteniente más bravo. Acto seguido el nuevo aspirante al título mundial hizo lo mismo con el yerno, y el asesino entró en la gran historia con el nombre de Felipe el Árabe. Este firmó la paz con Sapor I, rey de los persas, bajo cuyo reinado se registra el principio de la predicación del Maniqueísmo. (Manes juraba haber recibido su revelación de la mano de los propios ángeles, de cuyos labios escuchara que Jesucristo no fue más que otro mortal, más santo y bueno que la mayoría pero hijo de su padre y de su madre al fin y al cabo). Entretanto el general que Filipo el Árabe envió contra los godos regresó a Roma convertido en emperador y dispuesto a destronar a su antiguo señor. El nuevo campeón del imperio se llamaba Decio. Este Decio fue el siguiente de la serie de césares anticristianos que con Nerón abriera la lista. La persecución no duró mucho, ni el emperador tampoco, que fue vendido a los galos por su lugarteniente, como lo exigía la costumbre.

La persecución de Decio no duró mucho pero fue muy violenta. No tanto como la de Nerón pero sí más dramática porque los cristianos se habían acostumbrado a vivir en paz con sus vecinos, y claro, de pronto el martirio. Atrapados entre lo poco que se les exigía para conservar la vida, quemar un palito de incienso a la salud del emperador, y lo que les esperaba en caso de negación, como un viento impetuoso que sacude el árbol y quiebra las ramas más débiles, muchos cristianos no resistieron la embestida y por unos denarios se las arreglaron para comprar el documento que los salvaba. ¿Al fin y al cabo cuántos años se creía el asesino que iba a durar en el poder? ¿No murió asesinado, como sus predecesores y seguirían haciéndolo sus sucesores? De hecho apenas comenzó a gustar las mieles del absolutismo Decio fue traicionado por Gallo.

Gallo por Emiliano, y Emiliano por Valeriano. Más listo que sus predecesores, Valeriano asoció al imperio a su hijo Galieno y entre los dos  hicieron lo que pudieron para restablecer la paz. El punto es que al final de la persecución de Decio, libre el obispado de Roma, dos contendientes presentaron sus candidaturas, Cornelio y Novaciano. El primero predicaba el perdón para los cristianos que, como las ramas débiles, bajo el viento de las persecuciones se rompieron y ahora sangraban por dentro porque no podían vivir con el remordimiento. El segundo decía que se fueran todos al infierno. En su bondad infinita quiso Dios que Cornelio y no Novaciano fuera en Roma su siervo. Atormentado por su derrota Novaciano invocó la autoridad del espíritu santo y demás recursos sagrados al servicio de quienes en nombre de la pureza y santidad de su creencia se levantan por la mañana -como aquel senador que se hacía repetir en el desayuno: Cartago debe ser destruida- pidiendo la muerte de sus enemigos.

La pelea fue tan violenta que el emperador acabó por desterrar de Roma a los dos contendientes. Lo importante para nuestro relato es que por primera vez vino a luz la palabra “indulgencia”. Su origen lo vemos en la bondad infinita de Dios para disculpar la debilidad de su pueblo en razón de la sangre de todos los santos mártires que pusieron en sus manos sus almas.

En el imperio las invasiones sacudían mientras tanto sus fundamentos. Por el Oeste los bárbaros de toda la vida, y por el Este los mismos de siempre. Luchando contra éstos perdió la vida Valeriano. Su hijo Galieno, bajo la presión de su general Póstumo, tuvo que reconocer el nacimiento de la vocación imperial de las Galias, de cuya semilla brotaría con el tiempo el Sacro Imperio Germánico, del que la Reforma sería su hija póstuma y puente entre el I y el III Reich.

Póstumo, como era de ley, no tardó en ser retado a duelo a muerte por su general Lelio. Póstumo fue más rápido, pero no pudo evitar que le disparase por la espalda su otro general Marco Pavonio, quien a su vez no tardó en ser derribado por sus soldados, con lo cual las Galias volvió a su paradisíaco estado bárbaro de siempre.

Más al sur, en la Italia eterna, Galieno fue retado por Aureolo. Cayó el primero y el segundo encontró la horma de su zapato en Claudio, Segundo para la posteridad. (Si la realidad no supera a la fantasía y si la historia del mundo no es una Ciencia, con su origen en la experiencia como los cánones mandan, que alguien me lo demuestre). Claudio II murió y le sucedió Aureliano, quien como todos sus predecesores tuvo que demostrar que era el más rápido, cosa que hizo contra Tétrico, el nuevo emperador de las Galias; contra Firmo, el nuevo emperador de Egipto; y contra Zenobia, la flamante emperatriz de Siria. A todos los despachó sin pestañear. Victorias que no le sirvieron de nada porque al poco fue asesinado por uno de sus secretarios. Lo mismo que Tácito, su sucesor, y Probo luego. Tal el destino de los césares; contra el que tampoco pudo hacer nada Caro, el siguiente de la lista. Ni Numeriano, su hijo, asesinado por Aper, su cuñado. Destino contra el que se rebeló el próximo emperador de Roma, Diocleciano, culpando a los cristianos de todos los males del imperio.

Por aquéllos años vivió el san Antonio del que arriba invoqué unas palabras sobre la naturaleza de la supuesta maldad infinita del Diablo. Naturalmente Diocleciano no se convirtió en la bestia negra del cristianismo de la noche a la mañana. Primero reorganizó el Estado dividiéndolo en Oriente y Occidente, ambas partes dirigidas por un Augusto, él mismo Augusto de Oriente y su colega, Maximiano, de Occidente. Los dos Augustos tendrían cada uno un César. Diocleciano eligió a Galerio y Maximiano a Constancio Cloro, padre del futuro Constantino el Grande. Al rato comenzaron los disturbios. Diocleciano tuvo que vencer al próximo emperador de Egipto, Constancio Cloro a un aspirante a rey de Inglaterra y Galerio a Narsés, rey de Persia. El éxito de este Galerio en la cuestión persa unió a Diocleciano y Galerio hasta el punto de dejarse Diocleciano engañar por la acusación de Galerio de ser el cristianismo la raíz de todos los males del imperio, contra cuya cizaña sólo cabía una respuesta: La persecución total, una solución final al lado de la cual la de Nerón y la de Decio fuesen recordadas como un juego de niños.

Desde el 250, año de la persecución de Decio, al 303, año de la persecución de Diocleciano, a pesar de la sucesión vertiginosa de crímenes de sucesión, guerras civiles senado versus generales, rebeliones provinciales y guerras ínter-imperiales, sólo había pasado medio siglo. Pero este medio siglo había sido suficiente para que los cristianos se olvidasen del terror de la persecución de Decio y se echasen a dormir creyendo que ya jamás volverían aquellos tiempos. ¿El número de mártires durante la persecución de Galerio y Diocleciano? Muchos o pocos desde luego no hubo ni un sólo alemán. Especialmente porque Constancio Cloro, César de Occidente, no firmó el Edicto de la Bestia, que se cebó en el mundo grecolatino.

Así las cosas Diocleciano abdicó y obligó a seguir su ejemplo a su colega Maximiano, quedando Galerio y Constancio Cloro como Augustos. Hecho, Galerio nombró como César suyo a Maximino Daya y para César de su colega eligió a Valerio Severo. El hijo del Augusto depuesto, Majencio, protestó y se declaró en rebeldía. Por su parte Constancio Cloro tampoco se quedó contento; su idea era asociar a su hijo Constantino como César. Majencio se enfrentó a Valerio Severo y lo derrotó. Constancio Cloro entretanto libraba su propia batalla en Inglaterra contra los bárbaros mientras su hijo era rehén de Galerio. Al conocer la muerte de su padre Constantino huyó y se unió a los ejércitos, que le reconocieron Imperator. Acto seguido Constantino se casó con una hija de Maximiano, hermana de Majencio. La alianza la conjuró Diocleciano, quien tuvo la idea de cuadrar el círculo enfrentando a Constantino con su suegro y su cuñado mediante el truco de asociarle Licinio. La artimaña le dio resultado.

Constantino contra su suegro fue el duelo siguiente. Maximiano fue derrotado y cayó con las botas puestas. Al poco Galerio murió sin el honor de los soldados, en el campo de batalla, y Maximino Daya se alió con Majencio. Constantino se enfrentó a Majencio y Licinio a Maximino. Ambos ganaron sus duelos. E inmediatamente dieron a luz el Edicto de Milán, año 313 de la Primera Era de Cristo. El cristianismo había vencido al imperio romano. Era la hora de la celebración de la victoria. Y las campanas de todo el imperio repicaron ad maiorem Dei gloriam. Todas menos una: las de Cartago. Las de Cartago repicaron a misa fúnebre. El oficiante se llamaba Donato, obispo, por supuesto.

Lo mismo que pasó durante la persecución de Decio ocurrió durante los nueve años de la persecución de Diocleciano y Galerio. Bajo el efecto de la tormenta huracanada que azotó el imperio las ramas tiernas del árbol cristiano se quebraron por el peso del susto a la tortura. Y como pasara en tiempos de Novaciano otra vez fue un obispo que no expuso su cuello a la guillotina, de nombre Donato, quien para hacerse propaganda y decidir su elección a la catedral de Cartago le negó el perdón de los pecados a los cristianos que se las arreglaron para sortear el martirio. Empezando, lógicamente, por su rival al puesto de obispo.

Los tiempos habían cambiado y el obispo Mensirio sorteó el martirio entregándoles a las autoridades los libros sagrados. Si se los entregaba no le pasaría nada, y si no: lo mataban. El hombre pensó que los libros se pueden escribir tantas veces como haga falta pero que el libro de la vida de cada uno se escribe una vez, y no le dio más importancia.

Error. Siempre hay alguien por ahí para ser el juez de tus actos. Jesucristo dijo: “No juzgues a nadie, porque con la misma vara que juzgues serás juzgado”. Mas como quien tiene el espíritu santo tiene la palabra Donato juzgó y condenó a su obispo y a todos los que, como Mensirio, creyeron que vale más la vida cuando se la compara con un papel, porque la verdadera Escritura no está escrita en piedra sino en los corazones.

Insatisfecho con esta respuesta Donato predicó la necesidad de matar a todos los traidores y a la iglesia católica que con sus indulgencias -como muy bien ha expuesto Lutero en una tesis anterior, concedida siempre después de la penitencia- estaba dando pie a esta situación. El odio hacia el obispo de Roma y hacia la iglesia católica se convirtió en el signo de identidad entre los verdaderos fieles de la nueva iglesia de Cristo. Amén.

Se dice que los nuevos cristianos enviaron más católicos al infierno que mártires al Cielo la persecución de Diocleciano. Y, en fin, cada cual saque sus conclusiones sobre la guerra civil que la Reforma desató contra todos los católicos por el pecado de un sólo hombre, el obispo de Roma.  

 

 

CAPÍTULO 25.

El poder del Papa

 

-El poder que el Papa tiene universalmente sobre el purgatorio, cualquier obispo o cura lo posee en particular sobre su diócesis o parroquia.

 

La sabiduría de Dios es locura para los hombres, la sabiduría de Juan es locura para los hombres, luego la locura de Juan es sabiduría de Dios. Este es el primer teorema.

He aquí el segundo: La sabiduría de los hombres es locura para Dios, la sabiduría de Juan es locura para los hombres, luego la locura de Juan es sabiduría de Dios.

Y cerramos la trampa del Diablo con este tercer grillete: La locura de Dios es sabiduría para Juan, la sabiduría de Juan es locura para los hombres, luego la locura de Juan es sabiduría de Dios.

El problema con este tipo de locura es que no se puede hablar ni dialogar ni abrir ningún tipo de razonamiento con semejante enfermo. Puesto que su locura es sabiduría divina la única fórmula posible de entendimiento entre ese enfermo y los demás hombres es doblar las rodillas o prepararse a perecer.

La estructura lógica sobre la que un enfermo aquejado de esta locura desarrolla el edificio de su mente es virulenta por necesidad. Para ver su virulencia sólo tenemos que hacer lo que con su pensamiento él hace: tomar una verdad y enfrentarla a su contraria de manera que de la oposición surja su declaración de sabiduría. Entonces, dado que la locura de Juan es sabiduría de Dios y la sabiduría de Dios es locura para los hombres la locura de Juan es sabiduría de Dios.

Y ya está, ya tenemos la Reforma. Donde pusimos Juan ponemos Lutero y lo demás es su consecuencia. La naturaleza sigue su curso, la iglesia se alza para callar la mentira, excomulga y produce el cuadro clínico de comparación del Caso Jesucristo versus Romanos y Judíos con el caso Lutero versus Católicos y Españoles.

Homologada la locura del segundo a la del primero la continuación es el derecho a la eliminación física de la oposición -en nombre de la sabiduría de Dios, locura a los ojos de los demás-. Derecho que, lógicamente, habría de dar lugar a la ley del más dura será la venganza. Sobre cuyos acontecimientos está ya todo escrito y sólo cabe preguntarse cómo el mismo Dios que puso en movimiento la Verdad Católica pudo poner en movimiento la Verdad Protestante, transformando así su propia Sabiduría en locura a los ojos de todo el Universo.

Pero como esta tesis 25 es a todas luces una demostración del cumplimiento de la necesidad requerida para la inversión registrada, la respuesta no admite concesiones. Después de haber declarado nulo el poder del obispo de Roma para quitar o poner en el mundo de las almas ahora se les sustrae todo el poder a los sacerdotes sobre la remisión de los pecados. Ya que si el poder del papa es nulo para remitir pecados en el purgatorio y este poder es el que tiene cualquier sacerdote sobre su parroquia, se entiende que el sacramento de la Confesión queda anulado, levantándose la Reforma contra el Poder del Señor conferido a sus siervos: “A quien les perdonéis los pecados les serán perdonados”.

Abrogación del Poder de la Confesión que era de necesidad, aún contra Cristo, para implantar el modelo de perdón de los pecados pasados y futuros en nombre de la Fe Protestante, que conviene en la imposibilidad de la perfección, de un sitio, y en la imposibilidad de la negación de la Fe, del otro sitio, concertando ambas en el imposible por fin logrado, ad maiorem Lutero gloriam, hacer que el pecado y la Fe, es decir, luz y tinieblas, convivan juntas. Amén.    

 

CAPÍTULO 26.

El poder de las Llaves del Reino de los cielos

 

-Muy bien procede el Papa al dar la remisión a las almas del purgatorio, no en virtud del poder de las llaves (que no posee), sino por vía de la intercesión.

 

Pero que existía una enfermedad en la iglesia italiana y sus síntomas podían ser detectados en el obispado de Roma especialmente, esto es un clásico de la historia universal. Y que la locura de un médico se detecta en el acto de acabar con la enfermedad matando al enfermo, es tan real en la postura de la Reforma como lo fuera la existencia de la enfermedad. El caso de la Primera Papisa nos ha descubierto su extensión; que, lamentablemente, seguiría creciendo. Este avispero de decretos que a continuación traslado -de cuyas tesis inferimos que el obispo de Roma se respondió: Por fin soy como dios, conocedor del bien y del mal- es la mejor prueba:

 

San Satanás : Dictatus Papae

 

1.-Que la Iglesia Romana ha sido fundada solamente por Dios.

2.-Que solamente el Pontífice Romano es llamado “universal” con pleno derecho.

3.-Que él solo puede deponer y restablecer a los obispos.

4.-Que un legado suyo, aún de grado inferior, en un Concilio está por encima de todos los obispos, y puede pronunciar contra estos la sentencia de deposición.

5.-Que el Papa puede deponer a los ausentes.

6.-Que no debemos tener comunión o permanecer en la misma casa con aquellos que han sido excomulgados por él.

7.-Que sólo a él le es lícito promulgar nuevas leyes de acuerdo a las necesidades de los tiempos, reunir nuevas congregaciones, convertir en abadía una casa canonical y viceversa, dividir una diócesis rica o unir las pobres.

8.-Que solamente él puede usar las insignias imperiales.

9.-Que todos los príncipes deben besar los pies solamente al Papa.

10.-Que su nombre debe ser recitado en la iglesia.

11.-Que su título es único en el mundo.

12.-Que le es lícito deponer al emperador.

13.-Que le es lícito, según las necesidades, trasladar a los obispos de una sede a otra.

14.-Que tiene el poder de ordenar un clérigo de cualquier iglesia, para el lugar que él quiera.

15.-Que aquel que ha sido ordenado por él puede estar al frente de otra iglesia, pero no sometido, y de ningún otro obispo puede obtener un grado superior.

16.-Que ningún sínodo puede ser llamado general si no es guiado por él.

17.-Que ningún artículo o libro puede ser llamado canónico sin su autorización.

18.-Que nadie puede revocar su palabra, y que sólo él puede hacerlo.

19.-Que nadie lo puede juzgar.

20.-Que nadie ose condenar a quien apele a la Santa Sede.

21.-Que las causas de mayor importancia, de cualquier iglesia, deben ser sometidas a su juicio.

22.-Que la Iglesia Romana no ha errado y no errará jamás, y esto, de acuerdo al testimonio de las Sagradas Escrituras.

23.-Que el Pontífice Romano, si ha sido ordenado luego de una elección canónica, está indudablemente santificado por los méritos del bienaventurado Pedro nos lo testimonia san Enodio, obispo de Pavía, con el consentimiento de muchos Santos Padres, como se encuentra escrito en los decretos del bienaventurado papa Simaco.

24.-Que bajo su orden y con su permiso es lícito a los súbditos hacer acusaciones.

25.-Que puede deponer y restablecer a los obispos aún fuera de una reunión sinodal.

26.-Que no debe ser considerado católico quien no está de acuerdo con la Iglesia Romana.

27.-Que el Pontífice puede absolver a los súbditos del juramento de fidelidad respecto a los inicuos.

 

Ciertamente después de escribir este testamento pudo decir su firmante: Ahora soy como dios. El problema es: Sí, serás como un dios, ¿pero a la imagen y semejanza de qué dios? Porque yo sé que en mi cuerpo mi cabeza es la que les dice a mis piernas: Anda; y a mis brazos: Haz esto; y lo contrario, que mis piernas tiraran solas y mis brazos se movieran por su cuenta sería un fenómeno paranormal, como les pasaba a esos pobrecitos del Evangelio en quienes los demonios tomaban el control de sus cuerpos y hacían con sus miembros lo que querían ellos. Y digo yo que en el Cuerpo de Cristo ha de pasar igual: que es la Cabeza la que ordena, manda, dispone y habla y su voluntad es la que se hace. Y sabiendo que la Iglesia es el Cuerpo de Cristo, y Cristo la Cabeza de su Cuerpo, mi pregunta es: ¿es el sucesor de Pedro en el obispado de Roma la reencarnación de Jesucristo, que se reencarna en cada Papa? Porque si no lo es estas atribuciones expuestas en los 27 artículos son un golpe de estado contra la Cabeza de la Iglesia, Cabeza a la que se le priva de todo poder sobre su Cuerpo.

Yo, que soy sólo un hijo de Dios, sobre los que los siervos de mi Padre tienen todo poder, de manera que los hijos no somos nada en la Casa del Señor ya que los siervos tienen el poder de condenar a un hijo de su Señor; yo, decía, amando a mi Madre no puedo limitarme sencillamente a recordarle su parte en el Conflicto. Tengo también que recordarles a mis hermanos en el Señor que extraer un texto de su contexto es un delito. Así que desde esta posición lo que he hecho: extraer el texto de su contexto, es un delito del que me confieso culpable. Para entender este golpe de estado contra nuestro Padre por su siervo romano debemos introducir el texto en su contexto, en la lucha del Conflicto de las Investiduras. En razón de lo cual y vista la gravedad del hecho es bueno que conozcamos al autor de esta declaración de soberanía por la que el Señor era privado de la potestad sobre su Cuerpo.

Se llamaba Gregorio VII. Llegó a suceder a San Pedro partiendo desde la base.

En aquellos tiempos la Iglesia le pertenecía a los príncipes segundones de las clases aristocráticas europeas; entre ellos se repartían los obispados, los arzobispados, el cardenalato y el papado. Rompiendo aquella corriente general, nuestro Gregorio VII fue de origen familiar tan humilde que incluso se ignora su fecha exacta de nacimiento y se la sitúa al alimón entre el 1020 y el 1025. Su nombre era Hildebrando y nadie sabe a qué edad entró en el convento de Santa María de Roma. Lo primero que realmente se sabe de él es que fue uno de los acompañantes que siguieron a Gregorio VI al exilio, en el 1047, de quien en su memoria tomaría su nombre pontificio.

Gregorio VI se retiró al monasterio de Cluny. Uno de sus sucesores, el tristemente famoso León IX, autor de la bula de excomunión contra el patriarca de Constantinopla, llamó a Hildebrando de vuelta a Roma. Desde este momento su ascensión hacia la cima de la Iglesia fue meteórica. Su inteligencia y su celo por la Iglesia se demostraron al llevar el decreto de elección del papado por los cardenales a su victoria, entre otras cosas.

Sobrevivió a Gregorio VI, que reinó un año, del 45 al 46; a Clemente II, que reinó otro año, del 46 al 47; a Benedicto IX, que siguió la regla, otro año, del 47 al 48; a Dámaso II, que no llegó el pobre al año; a León IX, que se las arregló para sobrevivir cinco años, del 49 al 54. León IX firmó la bula del Cisma de Oriente y se murió en paz. A Víctor II, que no hizo ni bien ni mal, como los tontos, y se murió a los dos años; a Esteban IX, que no le dejaron hacer nada en un año, pobrecito; a Nicolás II, en dos años qué podía hacer el hombre; a Alejandro II, uno que por fin fue rey de Roma durante la friolera de doce años, del 61 al 73. A la muerte de Alejandro II le tocó el turno al Hildebrando Desconocido, que sucedió a San Pedro con el nombre de Gregorio VII en el año del Señor 1073, y reinaría otros doce años, hasta que en el 1085 murió abandonado de todos los que le admiraron.

Por qué Pedro Damián lo llamó san Satanás es lo que vamos a ver. A su favor digamos que los principios de su labor pastoral no pudieron ser más prometedores. En el 1074 se alzó todopoderoso contra el sacerdocio de los clérigos y la compra-venta simoníaca de los cargos eclesiásticos. A esta reforma se la llamó Gregoriana.

Hecha esta reforma por la que ya se merecía todas las alabanzas de la posteridad, el hombre comenzó a desvariar mentalmente y a manipular la necesidad de la separación entre la Iglesia y el Estado como medio para alzarse él como monarca absoluto de la cristiandad, a imagen y semejanza del Cristo Autocrator, su Señor. La centralización eclesial que emprendió tenía por fin crear esta plataforma desde la que transformar el gobierno de la cristiandad en una teocracia imperial. Los reyes de Francia, Inglaterra y España no se preocuparon demasiado, pero el emperador de Alemania comprendió adonde quería llegar el Papa Desconocido y se opuso con todas sus fuerzas a su proyecto de Separación de Iglesia y Estado sobre las bases propuestas. Este es el origen del Conflicto de las Investiduras.

Si el emperador alemán no se hubiera opuesto a la teocracia absolutista a la que el Papa Desconocido quería conducir a la Iglesia Católica la ruina del Reino de los cielos en la Tierra hubiera venido a la vuelta de la esquina. Dios, que es omnisciente y contra sus siervos mueve el curso del río de la Vida, mantuvo firme a Enrique IV contra aquél hombre que, habiendo empezado tan bien, a medida que su gloria fue creciendo fue perdiendo cada vez más el control, hasta que se le fue la cabeza y arrastrado por su celo acabó consumiéndose en su propio fuego.

La separación entre Estado e Iglesia solo podía hacerse sobre las bases que luego le fueron propuestas a Enrique V, la Iglesia renunciaba a sus oficios civiles feudales y el Estado renunciaba a interferir en la vida de la Iglesia. Perfecto. Pero las bases gregorianas eran demenciales.

Los obispos alemanes eran verdaderos señores feudales; príncipes todos ellos, administradores y dueños de inmensas propiedades. Una fidelidad en exclusiva al obispo romano, primera autoridad de la que derivaba la obediencia al emperador, habría convertido a la larga al Imperio en una Teocracia, regida por un emperador títere y gobernada por un Obispo Todopoderoso y Omnipotente.

Bajo ningún concepto podía el Señor permitir que su Iglesia fuese gobernada por el Diablo a través de un Papa títere. Respecto a si estos 27 artículos fueron síntomas de locura egolátrica o sabiduría de Dios es cosa que por sus consecuencias históricas, ahondando la separación entre Oriente y Occidente y preparando la división entre Norte y Sur, los hijos de Dios podemos juzgarlo por nosotros mismos. Que desde esa locura temporal los siervos pueden anatematizar a los hijos del Señor para el que trabajan es cosa que se ve por sí sola. A esos siervos les toca ahora decidir por sí mismos a quien sirven.

 

CAPÍTULO 27.

Doctrina humana

 

-Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando.

 

“Siendo el Hijo se sometió en todo a la ley”. Y se sometió en justicia. De acuerdo al contrato social que Moisés firmó entre Dios y los hebreos cualquier hijo de Israel que cambiara los términos de ese contrato debía morir. En consecuencia Jesús, aunque no abrogó la Ley sino la forma que la Ley tenía de combatir el pecado, debía morir. La Ley decía que una mujer o un hombre que fuesen sorprendido en flagrante delito de adulterio tenían que morir. La Ley decía que cualquier hombre que aboliese el sábado tenía que morir. El contrato entre Dios y los hebreos decía que cualquiera que cambiase los términos de la relación entre el pecador y el pecado debía morir. Los términos de esa relación estaban escritos. El pecado debía ir acompañado del consiguiente castigo del pecador. El temor a Dios garantía de la distancia entre los hijos de Israel y el pecado cualquiera que intentase eliminar esa distancia debía morir. En consecuencia Jesús debía morir.

Hijo del Dios que extendió los términos de aquél contrato Jesús hubiera podido sencillamente saltarse los prolegómenos en base a una ley hecha para la criatura, no para el Creador. Y sin embargo no quiso porque un contrato obligaba a las dos partes y quería dejar bien claro que nadie, ni el mismísimo Rey del Cielo, está fuera de la Justicia. ¡Cuanto menos un siervo de Cristo!

Cómo llegó a degenerar en un tráfico vergonzoso lo que en su día naciera de la caridad cristiana más perfecta, es el problema que estamos tratando. Y sobre el que he dicho que fue la enfermedad del obispado italiano, obispo de Roma a la cabeza, el foco desde el que se extendió aquél mal, la causa que le sirviera en bandeja a la Reforma la solución drástica y patológica de aplicarle al enfermo la muerte como cura infalible de salvación de su enfermedad.

Que el obispado romano había sufrido con anterioridad a la época referida un terrible mal de debilidad mental e intelectual lo hemos visto en el relato de la primera negación del sucesor de Pedro, cuando la Primera Pornocracia Pontificia tuvo lugar. Al cabo, una vez que el mal pasó, y aunque según hemos visto descubrió ser crónico, viene a luz la declaración de un sucesor de Pedro por la que se consagró -entre otras cosas- el Principio contra el que Dios levantó su Justicia: la Igualdad de toda su Casa ante la Ley, Igualdad en virtud de la cual cada uno y todos los miembros de su Reino son responsables de sus actos y responden ante la justicia de sus crímenes, delitos y faltas, como cualquier hijo de vecino.

Recordemos que el primero en pedir la inmunidad en su condición de hijo de Dios fue Satanás. Todo el conflicto entre Dios y los enemigos de su Reino tuvo su origen en esa petición jamás concedida y en la que los Ciudadanos de su Reino tenemos nuestra gloria y felicidad. Mediante la sujeción de su Primogénito a la Ley quiso Dios, primero declararnos su No eterno a un cambio de postura al respecto, No que asumía su Hijo y en su persona toda su Casa; y segundo que la negación ad eternum de esa parte a aceptar ese No, fue la causa que desató el conflicto en la raíz de nuestra Historia Universal. Una vez esto expuesto cada hombre debe decidir libremente qué partido toma, si el de Cristo o el del Diablo.

Ahora bien, si hay enfermedad hay imposibilidad de juicio libre. Y será desde esta imposibilidad que aquél sucesor de Pedro se atreviera a decir que el hábito hace al monje, contra toda experiencia natural y juicio de sana inteligencia, cosa que hizo al declarar, por ejemplo: Que el Pontífice Romano, si ha sido ordenado luego de una elección canónica, está indudablemente santificado por los méritos del bienaventurado Pedro. Es decir, que un santo y un criminal pueden convivir en el mismo cuerpo en virtud de una elección canónica. Pues perfecto. Y las almas se compran y se venden. Pues mejor. Amén de ir esta declaración de santificación contra el propio Jesucristo que dijera: “¿No está escrito en vuestra Ley: Yo digo Dioses sois? Si llama dioses a aquéllos que fue dirigida la palabra de Dios, y la Escritura no puede fallar, ¿de aquél a quien el Padre santificó y envió al mundo decís vosotros: Blasfemas, porque dije: Soy Hijo de Dios?”, de donde se ve que la Santificación no procede de ningún hombre ni se asume desde el mérito de ningún mortal, sino que sólo le corresponde a Dios, que es quien por su Palabra santifica al hombre. Pues cuando Jesús confiesa que primero lo santificó nos revela que primero su Padre le dio a conocer la Doctrina del reino de los cielos y luego le envió. Sobre lo cual se manifestó en muchas ocasiones, siempre diciendo lo mismo: Que su Doctrina no era suya, sino del que le envió. Y para que esta Santificación del Hijo por el Padre se viera con los ojos le dio Dios a Cristo hacer las Obras que hizo, según su confesión propia: “Si no hago las obras de mi Padre, no me creáis; pero si las hago, ya que no me creéis a mí, creed en las Obras, para que sepáis y conozcáis que el Padre está en mí y yo en el Padre”.

Pero que Gregorio VII recibiera de Dios Padre la doctrina que en estos 27 artículos ha viajado por los siglos hasta nosotros no cabe en la cabeza de ningún hijo de Dios.

Y con todo y a pesar de todo: La Iglesia Romana no ha errado y no errará jamás, y esto, de acuerdo al testimonio de las Sagradas Escrituras. Hay que preguntarse de qué Escrituras está hablando el Papa Desconocido. ¡Increíble pero cierto!: Nadie puede revocar su palabra, -¿ni Dios?-, sólo él puede hacerlo. Más increíble todavía, de ciencia ficción: Todos los príncipes deben besar los pies solamente al Papa -¿también los del Cielo?-.

Si esto no es egolatría y la egolatría no es una enfermedad entonces tampoco el médico que curó la enfermedad matando al enfermo estaba tan enfermo como el enfermo al que salvó con tan elegante cura. Porque si verdaderamente la moneda suena y el alma vuela al Cielo cien crímenes cometo, cien crímenes pago, mil cometo pago mil y el Reino de los cielos le pertenece a los ricos. Pecador y rico, para Arriba; pecador y pobre, para Abajo.

Pero no puede estar el corazón enfermo y no estarlo un cuerpo que se calla y reconoce la Jefatura del sucesor de Pedro como justificación del golpe de Estado contra la Libertad Cristiana acometida por el obispo de Roma al declarar su palabra igual a la de Dios, en virtud de cuyo Poder puede decir y declara: Que le es lícito, según las necesidades, trasladar a los obispos de una sede a otra. O séase, que Pedro le decía a Tomás: Tú para allá, y a Felipe: Y tú para acá, y a Pablo: y tú adonde me dé la gana, anulando de esta manera la Libertad del Espíritu Santo cuyo Templo es la Iglesia.

En definitiva que Dios estableció su Reino sobre el Amor y el obispo de Roma vino y lo estableció sobre su Poder de Excomunión: Porque tiene el poder de ordenarle a un clérigo de cualquier iglesia que se vaya adonde él quiera. Y ningún sínodo puede ser llamado general si no es guiado por él. Y su título es único en el mundo. Y su nombre debe ser recitado en la iglesia. Y solamente él puede usar las insignias imperiales. ¡¿Pero no quedamos en que Dios vino a abolir el Imperio?! ¿Y en que viniendo como Rey de reyes y Señor de señores regresó a su Mundo como Gran Rey, Único Rey del Universo?  

 

 

CAPÍTULO 28.

La voluntad de Dios y la Salvación Universal

 

-Cierto es que cuando al tintinear la moneda cae en la caja el lucro y la avaricia pueden ir en aumento, mas la intercesión de la Iglesia depende sólo de la voluntad de Dios.

 

Las cuestiones no sobran. Cuando, en su ignorancia, aquel Primer Hombre quiso conocer la Ciencia del bien y del mal de verdad de verdad que no sabía lo que hacía. De haberlo sabido hubiera despedido a su mujer y ahí hubiera quedado el asunto. Pero la astucia de su enemigo estaba ahí también para algo. La pregunta que falta por responder es personal. ¿Somos más o menos que Adán porque conocemos la Ciencia del bien y del mal? La que queda en el aire es: ¿por qué Dios hizo lo que hizo en lugar de elegir una opción final que nos hubiera sacado de las redes de dicha Ciencia por un camino más corto y menos sinuoso?

Más allá de las conjeturas si algo se debe tener claro es que el Derecho de Dios a intervenir en la historia universal es un Deber de Creador hacia y para con su Creación. Derecho que ejerce según su Inteligencia y según su Sabiduría dispone en beneficio del Futuro de la Plenitud de las Naciones. Y es desde esta plataforma que al contemplar el estado de las fuerzas que el cristianismo ha puesto al alba de este Tercer Milenio el espíritu se nos derrama en cuestiones lacerantes sobre el recorrido que esas fuerzas han escrito en las páginas de la Historia.

En lo que respecta a la tesis en curso, si aumenta la avaricia y el deseo de lucro se multiplica por el número de monedas que va cayendo en el cepillo, esto es algo que dependerá del sacerdote encargado de recogerlas. Nosotros sabemos que no monedas sino fortunas enteras cayeron en manos virtuosas y fueron todas a parar íntegras a las manos de quienes se hubieran muerto sin ellas. Como también sabemos que otras manos dejaron que se murieran aquéllos a quienes iban destinadas. Es de razón clara que ni se puede prohibir que un hombre en su libertad cuente con el sacerdote por puente entre su amor por el prójimo al que no ve, ni se puede obligar al cristiano a usar exclusivamente ese puente bajo pena canónica de ninguna clase.

Un hijo de Dios no le da cuentas a los siervos de su Padre, ni a su Madre siquiera tiene que rendirle cuentas de lo que hace. Lo otro, que el sacerdote pueda o no pueda interceder por las almas es cosa, ciertamente, de la Voluntad de Dios. Nada nuevo se declara pues. Sólo en la oreja de un analfabeto esta declaración podía sonar a revelación, a buena nueva.

Que el sacerdote puede y tiene la obligación de hacerlo, él más que nadie, porque la Voluntad de Dios era y sigue siendo que todos los hombres se salven, los vivos como los muertos, es doctrina de Jesucristo desde que lo dejara todo y se fuera por ahí a predicar el Evangelio del Amor. Que en nombre de una nueva autoridad se le niegue a las iglesias y a los cristianos rezar, rogar, pedir clemencia y misericordia para un mundo que no conoció a Cristo y que estando en su Infancia fue abandonado por la Rebelión de unos hijos rebeldes contra Dios y su Reino; que en nombre de un nuevo evangelio se aparte de las funciones sacerdotales la oración por la salvación de todos nuestros padres y hermanos que no gozaron de la plenitud de la libertad de los hijos de Dios; que esto se prohibiera o solamente se criticara no hace sino descubrirnos la naturaleza del evangelio que la Reforma, bajo la máscara de la Fe, sembró, y por supuesto nos lo dice todo sobre cómo pudo un pueblo como el alemán transformarse en la Bestia que demostró ser en el Siglo XX.

La voluntad de Dios fue que sus siervos los sacerdotes intercedieran ante el Juez en cuyos labios puso el Juicio Final, y es esta Intercesión la que los santifica y los glorifica a los ojos de todos sus hijos.

 

   

 

CAPÍTULO 29.

San Severino y San Pascual

 

-¿Quién sabe, acaso, si todas las almas del purgatorio desean ser redimidas? Hay que recordar lo que, según la leyenda, aconteció con San Severino y San Pascual.

 

La sola duda ofende y descubre la dureza de corazón y la miseria moral del Lutero que encendió los corazones del pueblo alemán con vientos de justicia y libertad y cuando la bandera se alzó entregó a los campesinos a la espada bajo un mar de maldiciones. ¿Ese era el capitán que en ausencia de Cristo iba a liderar a los nuevos creyentes al reino de la verdad? Reunió el ejército, lo dispuso en formación de batalla y cuando el combate fue a empezar esta fue la arenga que escribió en la punta de las espadas del enemigo: “Por ello deben arrojarlos, estrangularlos, degollarlos secreta o públicamente, a todos los que puedan, y recordar que nada puede haber más venenoso, dañino y diabólico, que un hombre rebelde. Lo mismo que cuando se tiene que matar un perro rabioso, si tú no lo matas él te matará a ti y a todo el país contigo. Acuchíllenlos, mátenlos, estrangúlenlos, todo el que pueda. Y si en ello pierdes la vida, dichoso tú; jamás podrás encontrar una muerte más feliz. Pues mueres obedeciendo la palabra de Dios y sirviendo a la caridad”. (Quien habló estas palabras no cometió la locura del Judas que arrojó las treinta monedas de plata y luego se ahorcó; éste se las guardó y las disfrutó).

Oyendo estas palabras, ¿qué hacer?, ¿qué decir? ¿Aplaudimos? ¿Salimos de la sala del teatro de los locos porque ya hemos escuchado bastantes locuras? Aquel contra quien se rebeló el reformador, el Papa, demostró demencia avanzada al elevar su palabra a la altura de la Palabra de Dios. Este que se rebeló contra el Papa demostraba esquizofrenia paranoica violenta al hacer lo mismo, elevar su palabra al Trono de Dios, en virtud de cuya igualdad exigía la muerte por el método que fuera de los campesinos, aquellos mismos campesinos que, impulsados por la Libertad Cristiana del reformador, pidieron el fin de la Servidumbre Medieval.

Aquél rebelde al papa y traidor a su pueblo negoció con el enemigo el precio de la sangre de aquél ejército de hambrientos y sedientos de justicia.

Pobre gente, escaparon de las garras de un obispado explotador para caer en las redes de un Judas con sotana, monje renegado de la suerte que él mismo se fabricó con sus manos, y que al no poder satisfacer su ambición de ser si no papa al menos obispo, ¿arzobispo tal vez?, se conformó con ser el criado de aquellos príncipes alemanes locos por repartirse los despojos de la Iglesia, banda de criminales que no dudó en exterminar a aquellos hambrientos y sedientos de justicia con la bendición del mismo que los liderara al campo de batalla de la Igualdad entre todos los cristianos.

¿Del Señor Jesús era aquél el siervo? Porque siervo era aquél Lutero, ¿pero de qué señor era el criado? ¿Acaso entregó Jesucristo a las muchedumbres que le siguieron a la espada de aquel Pilatos que vigilaba atentamente sus movimientos? Pues si el Discípulo glorifica al Maestro con sus actos y por estos actos se descubre el nombre del Maestro ¿de quién aprendió Lutero a traicionar a los mismos que le aclamaron su libertador? ¿De Jesucristo? ¿Cómo se puede seguir a un demente que pone en duda la ignorancia humana como raíz de todas las desgracias? ¿No fue acaso la certificación de esa ignorancia la piedra angular sobre la que Dios edificó su Salvación Redentora?

Es verdad, el Maligno y sus socios en la Rebelión prefirieron el Infierno a vivir eternamente en un Reino gobernado por la Justicia. Liberados en el año Mil de la Primera Era de Cristo tuvieron la oportunidad de arrepentirse de lo hecho y pensando en el Destierro infernal aminorar la sentencia implorando misericordia hasta el final de los tiempos.

Contra natura hubiera sido que a los adoradores de la Muerte les asustara el Destierro de la Creación de Dios y abandonasen la idea de derramar sobre nuestro mundo por última vez toda la maldad de la que eran capaces. Mas esta decisión final fue tomada libremente, con pleno conocimiento de causa. Libertad que jamás tuvo hombre alguno, exceptuando a los profetas. ¡¡Cómo entonces no van a estar suspirando las almas humanas que se dieron cuenta demasiado tarde de la verdad por una oración, por un trozo de misericordia que ilumine en las tinieblas de su desesperanza una antorcha hacia la que correr!! Únicamente a un miserable como el autor de tal sentencia criminal y asesina contra los campesinos alemanes podría ocurrírsele negarle a esas criaturas a la espera del Juicio Final una palabra de aliento. De la condición miserable del héroe de la Reforma dio buena cuenta su actitud salvaje frente al problema de los campesinos. De su manipulación de la Caridad Bíblica y su demonización por su doctrina da cuenta el final de su arenga a los príncipes. De su demencia esquizofrénica es prueba el hecho de poner la Palabra de Dios como garantía de semejante crimen. Pero si la demencia del reformador se prueba por sus obras y sus palabras cuando la hora de la verdad llegaba, ¿qué diremos de la demencia de un pueblo que siguió su doctrina aun sabiendo que era el Evangelio del Odio el que predicaba? Odio contra los católicos, odio contra los judíos, odio contra el papado, odio contra los españoles, odio contra el odio, odio contra todo y todos, contra los campesinos, contra los discípulos que se desviaban de su evangelio del odio.

Como dice el proverbio: Entre locos corría la pelota.

 

 

 

CAPÍTULO 30.

Contrición y remisión plenaria

 

-Nadie está seguro de la sinceridad de su propia contrición y mucho menos de que haya obtenido la remisión plenaria.

 

Volvemos al fondo del sistema. Para hablar en nombre de todo el universo una persona tiene que reclamar para sí la omnisciencia debida a Dios. El Lutero que hemos visto hasta ahora no la había reclamado todavía abiertamente para sí, pero por su forma de decirle a todo el mundo lo que se debe o no se debe, lo que se puede o no se puede, interpretando cuál sea la voluntad del papa, de Jesucristo y de Dios, la estaba soltando en cada palabra. Ha hablado en nombre de los muertos, de los que ni él ni nadie puede decir si desean el Infierno o el Cielo, y ahora habla de los vivos, de los que dice que ni nosotros mismos sabemos qué nos pasa. Bueno, el mismo trance de alucinamiento que me causara las palabras de aquel papa y su declaración de igualdad con los dioses me causan estas palabras aunque tal vez no tanta después de haber hecho un seguimiento de la carrera del Papado antes y después de pasar por la cama de Marozia.

Palabras de cuya asociación, las de aquel papa y las de este Lutero, se puede decir que el grado de egolatría y capacidad de escandalizar al cristiano sube de categoría según se encuentre en la escala eclesiástica el sacerdote. En principio y para no perder demasiado tiempo discutiendo las palabras de un muerto, si el cristiano no tiene la seguridad de haber recibido con el Bautismo la Gracia de la remisión plenaria de todos sus delitos y faltas, o no es un cristiano o lo han engañado como a un tonto. Obviando aquí esta última opción se entiende que la remisión plenaria en discusión se refiere a los pecados cometidos después del Bautismo. Lo cual nos lleva un peldaño por encima del que estábamos en la escalera del alucinamiento.

De siempre se ha sabido que la Fe rompe la relación entre el pecado y el hombre. Es la libertad espiritual que vino a traernos Jesucristo. ¿Bajo qué contexto entonces se habla de una remisión plenaria si el cristiano no puede pecar? Puede caer, puede cometer errores, puede tomar decisiones equivocadas, puede hacer el tonto, y a veces el loco, pero no puede pecar.

Y no puede porque el pecado es una ofensa voluntaria dirigida contra el Creador por su Criatura. El pecado es una violación de las leyes del amor, de la libertad y de la convivencia expresamente hechas para ofender a Dios.

Como no se puede creer que, de haber tenido conocimiento de la violación tan grande que estaba cometiendo contra las funciones del obispado en general y del obispado romano en especial, Gregorio VII hubiera puesto sus manos al servicio de aquella pluma, mismamente no se puede creer que el R. P. Martín Lutero hubiera prestado las suyas si hubiera comprendido que estas Tesis eran el instrumento que una fuerza superior estaba poniendo en el escenario de la historia universal. Hermano Lutero, para vivir en pecado el cristiano tiene que hacer lo que hizo el Diablo, declararse enemigo del Reino de Dios ya lo destierren al Infierno.

Resumiendo, que los cristianos no tenemos necesidad de más remisión plenaria que la conferida por la Gracia. Y en cuanto a los errores que cometemos cómo no vamos a estar seguros de habernos arrepentido si las cicatrices de esos errores muchas veces no sólo no van por dentro. El problema de fondo, sobre el que Lutero pasa y la iglesia no toca, es la cuestión de cómo un recién nacido puede comprender el poder y la maravilla de la Gracia que con la Fe hemos recibido. Porque no se comprendió hubo espacio para la División. Jesucristo dijo: Dejad que los niños se acerquen a mí, y ahí es donde el Bautismo opera su Gracia. Pero Constantino el Grande dijo: Que todos los bebés sean bautizados; y, su criado, el papa respondió: Amén; ignorando que los hijos de quienes por el espíritu han sido bendecidos y su carne redimida no pueden nacer malditos.

Aquí es donde está el fondo del sistema. El Bautismo opera por la Palabra, no por la fuerza de un decreto imperial.

 

 

CAPÍTULO 31.

El hombre y las indulgencias

 

-Cuán raro es el hombre verdaderamente penitente, tan raro como el que en verdad adquiere indulgencias; es decir, que el tal es rarísimo.

 

Obviamente el pecado cometido en la vida diaria, entendido el pecado como producto del choque entre la Fe y un mundo sujeto a la ley del más fuerte, existe. No podemos olvidar que hemos nacido y vivimos en un mundo sujeto a las leyes de una Ciencia cuyo objetivo final es la destrucción del mundo en que parasita. Por muy grande que sea nuestra fe el día a día produce chispas. La dirección del cristianismo en el escenario de la historia universal, a nadie se le oculta, es limar ese choque y conducir al mundo al encuentro de la Justicia Divina, bajo cuyo gobierno las generaciones futuras no tengan que sufrir la violencia del choque que nos hace caer, equivocarnos, errar y lamentarnos de nuestros impulsos, decisiones y arrebatos. En este terreno personal cómo no vamos a sentir la pena que nos causan las consecuencias de nuestros errores. Lo que es vivir en penitencia perpetua, y en esa penitencia perpetua perfecta de la que el odio hacia el Yo propio es su lema patológico, este tipo de penitencia se la dejamos a los sadomasoquistas que prefieren llorar, administración de latigazos incluidos, la Muerte de Jesucristo a gozar de su Resurrección. Así que si la rareza se refiere a este tipo de penitente esperemos que llegue el día que no haya ni uno.

 

 

CAPÍTULO 32.

La salvación de las indulgencias

 

-Serán eternamente condenados junto con sus maestros, aquellos que crean estar seguros de su salvación mediante una carta de indulgencias.

 

¿Qué decir delante de esta declaración de omnipotencia? Justo es que a quien creía, por engaño o por ignorancia ajena, que al Juez Divino se le puede comprar con una moneda, de oro o de latón da igual; justo es que a ese pobre infeliz se le diera un buen rapapolvo mental, por ejemplo. Pero condenarlo al Infierno, por Dios santo, ¿quién se creía Lutero que era? ¿Sacaba a su pueblo de un error para meterlo en un error más grande todavía? ¿Lo liberaba de la corrupción a que una bondad infinita mal entendida había conducido al cristianismo para esclavizarlo a la mentalidad de un espíritu absolutista que se creía con autoridad todopoderosa para condenar, a eternidad incluso, a esos pobres ilusos? ¿Este lenguaje es propio de un discípulo de Jesús? ¿No le bastaba con odiarse a sí mismo que tenía que transmitir ese odio al resto del mundo? De haber llegado a ocupar el puesto que tanto criticaba ¿desde el trono de Pedro qué hubiera sido del cristiano inculto bajo la gloria de este tipo? Al fin y al cabo si el infeliz creía tal era problema suyo, ¿y por eso se iba a merecer una condena de naturaleza igual a la que el Maligno por un crimen de dimensiones infinitas se ha ganado a pulso? La verdad, para quien juraba estar inspirado por el Espíritu Santo su lenguaje resultaba demasiado duro y apenas reconocible en la piedad y misericordia de aquél Jesús que se deshacía delante de la debilidad humana. ¡Qué extraño tiene, pues, que en las orejas donde semejante condena encontró su Paraíso los ecos de las botas del Infierno Nazi encontrasen refugio!

 

SÉPTIMA PARTE   Sobre la Razón Clara