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LUTERO, EL PAPA Y EL DIABLOOCTAVA PARTESobre el Volver a Nacer
La Historia es una ciencia exacta. Con independencia
del tiempo y del lugar la misma causa produce invariablemente
el mismo efecto, o la misma secuencia de efectos si fuere el caso.
Dios, que es Inteligencia, la verdad es la vocación de su espíritu
y la ciencia su instrumento de trabajo, a la fenomenología de
un mundo sometido a las leyes que nuestra Historia Universal nos
descubre en sus páginas la llamó: la Ciencia del Bien y del Mal.
En cuanto Ciencia, independientemente del lugar y del tiempo donde
se desarrollen sus principios, lo mismo que una Caja de Pandora
que se abre, una vez que su fenomenología se desata y se le da
por campo de acción un mundo desnudo ante sus efectos -ignorante
de su fenomenología- la reacción en cadena derivada de la esclavitud
a sus leyes provoca siempre la misma secuencia de acontecimientos.
Por esta razón y no por ninguna otra le profetizó
Dios al Primer Hombre: “Polvo eres y al polvo volverás”. Desde
la Caída y partiendo de su experiencia Dios podía predecirle al
Género Humano su futuro; a raíz de la Caída la destrucción de
la Humanidad se había convertido en una crónica anunciada. No
era la primera vez que Dios había visto el fenómeno; las veces
que había visto caer a un mundo en las redes de la Ciencia del
bien y del mal le habían enseñado a predecir la trayectoria de
su historia de principio a fin. Con la misma seguridad que un
genio describe la trayectoria de un cuerpo en el cielo partiendo
del conocimiento de todos los parámetros y fuerzas en movimiento,
con esta misma seguridad Dios podía decirle a Adán lo que le dijo:
“Polvo eres y al polvo volverás”.
Evidentemente nosotros somos el Género Humano, el
mundo atrapado en las redes de esa Ciencia por culpa del Acontecimiento
que llamamos la Caída de Adán. Quiero decir, lo único que tenemos
para creer en esa crónica anunciada es la Palabra de Dios. Y lo
único que tenemos para creer en que esa Palabra es Dios es la
Fe. Una Fe que se expresó en términos conocidos, diciendo: “Al
principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo
era Dios”.
Dos posturas, creer o no creer. Y las dos forman
parte de la misma fenomenología. Ser cristiano significa que se
vive dentro de la primera opción.
Como hombres sin embargo, hijos de un Universo que
ha vivido esta experiencia en sus carnes, la lucha por mantener
nuestra Fe contra la irracionalidad de las fuerzas que han empujado
al Género humano al abismo de su autodestrucción nos impone su
propia ley. Enfrentados al destino del mundo nuestra inteligencia
intenta buscar en la Historia esa realidad objetiva que nos permita
darle a su cuerpo la naturaleza de una Ciencia. Y después de estudiar
la Historia la conclusión a la que llegamos es que así es, la
Historia Universal es una ciencia exacta.
Como para los peregrinos que llegan a Roma lo importante
no es el camino, porque hay infinitos, sino llegar, en este terreno
del descubrimiento de la estructura de la Historia Universal viene
a pasar lo mismo, no importa tanto la plataforma desde la que
se llega al conocimiento de sus leyes cuanto el hecho de ser muchos
los testigos de la existencia de esas leyes. Es más, el hecho
de proceder esos testigos de diferentes zonas ideológicas no sólo
no contradice el valor de la ley sobre la que se testifica, sino
que precisamente por llegarse a ella desde diferentes caminos
este punto de encuentro se convierte en un argumento de fuerza
científica contra cuyo peso toda disputa pierde sentido. Lógicamente
siempre hay quien quiera pararse a negar lo evidente.
Yo, esclavo de la ley por excelencia de la vida mortal:
el tiempo es oro, no seré yo quien se pare a discutir si es el
sol el que brilla o es la luz la que hace brillar al sol, si es
el agua la que mueve la corriente o la corriente la que mueve
el agua del río. Dios me libre de imitar a los sabios aquéllos
que discutían para mostrarse así mismos el hecho de ser mejor
que ese vulgo que apenas sabía hablar; no digamos ya articular
un buen razonamiento.
A este tipo de discusiones -si en las antípodas llueve
para arriba o para abajo- se le llamó en su tiempo bizantinas,
porque, como se ve, era la forma de pasar el tiempo que tenían
los que no tenían nada mejor que hacer. Los sofistas, y como tales
artistas de las disciplinas de la composición y la manipulación
del don de la palabra, como esos artistas que necesitan que les
aplaudan su genio, o como aquéllos matemáticos del siglo XX que
se distraían creando universos con una palanca de números, los
bizantinos, como había señores de la guerra, se distraían ellos
compitiendo a ver quién era el más brillante señor de la palabra.
Fueron ellos quienes inventaron la cuadratura del círculo por
ejemplo, o el dilema de la victoria de la tortuga contra las veloces
piernas de Aquiles, entre otros muchos enigmas del universo. Si
algo nos enseñó Jesús con la dura realidad de su Cruz es que el
don de la palabra que se nos ha concedido tiene una función algo
más digna y poderosa que matar el tiempo de nadie, cuanto menos
el propio. Así que regresemos a la fuente de nuestro pensamiento,
que es Cristo.
Eterno, la conclusión final a que le condujo a Dios
su relación con esta fenomenología cósmica es que todo mundo sujeto
a la Ciencia del bien y del mal, si abandonado a sus propias fuerzas,
tiene por vocación segura su autodestrucción apocalíptica.
Increado, Dios vivió esta fenomenología más veces
de las que podamos hacernos un cálculo. Y fue partiendo de esa
experiencia que se juró a si mismo desterrarla de su Creación,
aún cuando tuviera que transformar la Realidad y crear un Nuevo
Cosmos.
Inapelable, cuando al Principio le dijo a su hijo
Adán: “No comas, porque morirás”, no le estaba diciendo “morirás
porque a mí me dé la gana, yo soy Dios, tú seguirás siendo una
bestia aunque tu mujer sea guapa como una diosa, y aquí se hace
lo que mande yo que para eso soy todopoderoso y omnipotente, ¿vale?”.
No, en absoluto. Dios no le estaba hablando de esta
manera; un padre no le habla así a un hijo. Le estaba hablando
a la manera que le decimos a un hijo nuestro que no juegue con
la electricidad. Corriente eléctrica tiene que existir y por miedo
a un accidente no vamos a prohibir la luz. La verdad que nos queda
es decirles a nuestros hijos que con la luz no se juega. Y punto.
Si hay alguno que se ofende, peor para él. Desde esta verdad le
dijo Dios a Adán: “No comas, porque el día que comas, morirás”.
Es difícil saber cómo el joven Lutero llegó a imaginarse
a Dios a imagen y semejanza de un tirano, como si Dios fuera un
dictador. ¿Esta actitud suya frente a Dios no tuvo su génesis
en algún pecado de juventud?
¿El comportamiento animal que en su celda desarrolló
frente a Dios no permite relacionar su entrada en el convento
con el castigo que se merecía, según su conciencia, algún pecado
inconfesable suyo? ¿De la violencia contra sí mismo que su decisión
de meterse a fraile desató no se puede deducir que se sintió atrapado
en flagrante delito, según venía de cometer su pecado inconfesable,
su secreto? Su respuesta a la tormenta fue la clásica del hombre
primitivo que se cree que la tormenta se ha desatado por su culpa,
como si el sentido de las fuerzas de la Naturaleza fuera el hombre.
Y creyendo el joven Lutero que la tormenta tenía
en su culpa su origen, el rayo que estuvo a punto de fulminarle
expresión de la cólera de Dios, pidió clemencia ofreciendo como
penitencia meterse a fraile.
Obviamente no es de esperar que el Maestro Lutero
fuera por ahí confesándole a nadie de dónde venía aquella tarde,
o por qué creía que de donde viniera se merecía el castigo que
a sí mismo se impuso, entrar en un convento. Pero nosotros, deduciendo
de su juventud, 22 años, no tenemos que poner demasiada sagacidad
en el asador ni ser más mal pensado de la cuenta para comprender
que el joven Lutero regresaba de una cita amorosa, romance de
naturaleza sexual, por la razón que fuera inconfesable a los ojos
de sus padres. ¿Una viudita que le doblaba en años? ¿Qué tipo
de amor prohibido podía resultarle tan inconfesable a un joven
de 22 años en un mundo donde la licencia sexual se había instalado
en aquel trono de Roma donde un obispo había sentado el culo de
sus amantes? Hablamos de los Borgias, por supuesto, y de aquel
santo padre Alejandro VI.
La naturaleza del pecado inconfesable del joven Lutero
no la conocemos exactamente. Lo más natural en un joven de 22
años es que tuviese una amante secreta, de cuya casa regresaba
cuando lo atrapó aquella tormenta. Culpable -pensando en sus padres-
y a la vez gozoso pensando en su Yo propio- el peso del momento
le negó el auxilio que viene del alma y, como quien en la carretera
o en el trabajo comete un fallo técnico que casi le cuesta la
vida y le deja marcado para los restos, asustado de muerte por
aquel rayo el joven Lutero, habiendo visto Dios donde debiera
haber visto al Diablo, que a todos nos busca y siempre anda buscando
a quien engañar precisamente haciéndose pasar ante los ojos de
su alma por Dios, engañado de aquella manera, cegada su inteligencia
para descubrir en la actitud del Dios del Antiguo Testamento el
drama en el origen de su actitud distante y fría -justiciera,
en palabras de Lutero- Lutero quedó ciego para comprender que
quien destrozó su vida haciéndole pagar un pecadillo de juventud
con un castigo tan grande, no fue el Dios, Padre de Jesucristo,
en cuyas manos al final de su vida pusiera su alma. Su confesión
personal al respecto nos aclarará mejor las ideas que una montaña
de discursos:
“Aunque como monje yo llevaba una vida intachable
me sentía ante Dios como pecador y con la conciencia inquieta
y no podía sentir que Dios me fuera propicio. Por eso no amaba
al Dios que castiga a los pecadores, antes bien lo aborrecía.
Así ofendía yo a Dios si no con oculta blasfemia, sí por lo menos
con fuerte murmuración y decía: No contento con que los miserables
pecadores, que se pierden eternamente por razón del pecado original,
estén oprimidos según la ley de la antigua alianza con calamidades
de toda especie, Dios quiere también amontonar tormento sobre
tormento con el mismo evangelio, al amenazarnos también en la
buena nueva con su justicia y su ira. Así me enfurecía con conciencia
rabiosa y trastornada, y me devanaba los sesos con aquel pasaje
de Pablo, llevado del ardiente deseo de saber lo que Pablo quería
decir. Hasta que tras largas meditaciones de día y de noche, Dios
se apiadó de mí y caí en la cuenta del nexo interno entre los
dos pasajes: La justicia de Dios se revela en el evangelio, como
está escrito: el justo vive de la fe. Entonces comencé a entender
la justicia de Dios como la justicia por la que el justo vive
gracias al don de Dios, y vive por la fe. Aquí me sentí francamente
como si hubiera vuelto a nacer y hubiera entrado por las puertas
abiertas del paraíso. Cuán grande había sido antes el odio que
me inspiraba la palabra: justicia de Dios, era ahora el amor con
que la exaltaba como la palabra más dulce”.
Hermano Lutero, jamás entendiste el Drama Divino
que llevó a su Hijo unigénito a la Cruz. Todo lo que te importaba
empezaba, como tus Tesis, en tu Yo propio, y acababa en Tí Mismo.
La Tragedia del Género Humano tuvo por Origen un Drama Divino.
Y tú, en lugar de levantar tus brazos por la Victoria de la Justicia
y el espíritu altamente civilizado de nuestro Dios, tú te dedicaste
a odiarlo porque según tú, había penado tu pecadito de juventud
castigándote a castidad perpetua.
Hermano Lutero, fuiste el rey en el reino de los
ciegos. No comprendiste jamás el Drama de la Humanidad. Tu propia
miserable tragedia era lo único que te importaba. Y un día descubriste
que el justo vive de la Fe. La piedra filosofal en tu poder ya
le podías meter fuego al mundo y reducirlo a cenizas, porque antes
que tú nadie había visto que en la Fe Cristiana se revela la Justicia
de Dios sobre todo el que le ama. El rey de los necios necesitaba
un reino de necios. Y el Diablo se lo dio. Pero como hay Cielo
y hay Tierra que quienes te empujaron a ese extremo tienen todas
las papeletas para irse contigo al Infierno. Y allí juntos podrás
meterle fuego al fuego, según tus propias palabras:
“Por lo tanto, yo te digo que yo en esta lucha intento
una cosa que para mí es seria, necesaria y eterna, que es de tal
calibre que es necesario que sea afirmada y defendida incluso
por medio de la muerte, también aunque el mundo entero debiera
arder en tumultos y guerras, más aún, aunque el mundo se precipitase
en el caos y fuese reducido a cenizas”.
CAPÍTULO 40.
La verdadera contrición
-La verdadera contrición
busca y ama las penas, pero la profusión de las indulgencias relaja
y hace que las penas sean odiadas; por lo menos, da ocasión para
ello.
La verdad no tiene color ni edad. El crecimiento
de la Humanidad en cambio sí tiene su ley de oro en la riqueza
que procede del intercambio continuo y constante de conocimiento
e ideas, que llega desde las más diversas fuentes y lo hace a
través de las más distintas formas. La crítica es una de ellas.
La crítica no haría falta si fuéramos infalibles,
ni diéramos jamás un paso en falso y estuviésemos libres de morder
el polvo de vez en cuando. Es decir, si fuéramos perfectos.
Perfecto sólo era Dios. Bueno, hasta que llegó aquel
obispo de Roma que no necesitaba que nadie le dijera nada y él
entendía de todo y a todos podía decirle lo que hacía falta, cuándo
y cómo. Y ya fueron dos. Entonces llegó Lutero y ya fueron tres.
La condición de la infalibilidad exige la omnisciencia.
Aunque si sólo se cumple cuando se habla ex-cátedra, entendiendo
esta razón a la manera que decimos que en su trabajo el albañil
que de verdad es bueno -como mi hermano- habla ex cátedra, en
este caso sí existe infalibilidad ex cátedra.
Infalibilidad que, por naturaleza, le es lógica a
cualquier profesional digno de su profesión, a no ser que ahora
todos entendamos de todo y la especialización del trabajo no implique
esa confianza del que trabaja ex-cátedra.
La necesidad de definir esta naturaleza de la infalibilidad
ex-cátedra, de todos modos, es prueba del orgullo que el obispo
de Roma ha cultivado desde los días del autor de la declaración
de locura pontificia que hemos trasladado a este libro. Orgullo
que lo condujo a creerse Santo y Padre. Dos cosas que sólo le
son naturales a Dios. Y a imagen y semejanza de cuya locura fue
la locura del que tuvo que recordarle a todo el mundo cristiano
una ley tan elemental como que la lluvia cae para abajo y los
volcanes explotan para arriba, a saber, que si la pena debida
al delito se puede comprar con dinero entonces cometamos tantos
delitos como nos venga en gana. Mientras tengamos el dinero para
pegar la puñalada y pagar al médico aquí no pasa nada. Adulteremos
hasta que nos salga por los ojos la cuenta de nuestro delito contra
la dignidad de nuestra pareja, pero procuremos tener la bolsa
llena para comprar la absolución papal. Y así todo lo demás. Que
una ley tan básica en la doctrina del cristianismo fuera pisada
por la avaricia de aquéllos obispos de Roma que rivalizaron con
los emperadores alemanes y franceses a ver quién se construía
el palacio más grande, y que hubiera de ser recordada contra la
infalibilidad ex-cátedra del sucesor de Pedro, ¿a este delito
cómo se le llama? Aunque claro, qué tonto soy, quien es infalible
no puede errar, y si no puede errar no puede pecar.
De manera que a los crímenes de los papas, cuando
se mataban entre ellos, no se les debe llamar asesinatos. Los
seres infalibles están más allá de las definiciones bajo las que
se comprenden los actos de los seres falibles.
Aunque parezcan que son los mismos es sólo apariencia,
pues no es lo mismo enviar a un ser infalible antes al Paraíso
que enviar a cualquier otro tipo al infierno, al purgatorio o
adonde quiera que se vayan las almas. La infalibilidad implica
que no puede ser juzgado quien es infalible, ni por Dios ni por
alguien más grande que Dios. Así que si un papa mata a otro papa
eso no es un crimen, es un favor que los unos se hacen a los otros.
¿No es la vocación del cristiano el Cielo? Pues anda,
ya te puedes ir.
CAPÍTULO 41.
Las obras de caridad
-Las indulgencias apostólicas
deben predicarse con cautela para que el pueblo no crea equivocadamente
que deban ser preferidas a las demás buenas obras de caridad.
Falso. Si el criticado aireaba su infalibilidad divina
a todo trapo y el que criticaba quería hacer de la suya también
gala, tanto el uno como el otro erraban. El primero por anularla
y el segundo por no afirmarla. En este mundo no hay nada más grande
que las obras que vienen de la caridad.
Caridad es lo que tuvo el samaritano. Caridad es
lo que tuvo Jesucristo por todos. Aunque tengamos más fe que el
resto del mundo el fruto de la Caridad más pequeñita es infinitamente
más grande que el orgullo de esa fe tan enorme que ni puede moverse
de la cama, porque si estás muerto para quien necesita de Cristo
en ti estás muerto para Dios.
Cristo es ese que derrama una moneda en el vaso del
pobre, Cristo es ese que se calla y comprende el dolor y se levanta
y hace lo que puede, con una palabra amable, con un gesto amigo.
No hay que ser cristiano para ser Cristo, pero sí hay que estar
en Cristo para derramarse en frutos de caridad, entendida como
sabiduría vivificante y como acción constante que comparte todos
los bienes, materiales y espirituales, con el prójimo, porque
todos somos hermanos y tenemos un sólo Padre. Así que no hay más
absolución de nuestras faltas que las que, como dijo Jesús, la
de esa moneda silenciosa que humilde cae en las manos del que
tiene hambre. La otra sólo hace pervertir a los siervos del Señor
y los hace objeto de la debida expulsión de su trabajo. Porque
Pedro pudo decirle con toda la dignidad de un hijo y siervo de
Dios a aquel pobre hombre: Dinero no tengo, te doy lo que tengo.
Y el hombre anduvo. Pero su sucesor no puede hacer andar, y pudiendo
dar lo único que podría, dinero, se lo guardaba para sí mediante
la indulgencia.
De donde se ve que fray Martín no iba buscando la
ruptura con aquellos siervos indignos de Dios, sino mas bien contribuir
con su arte al dicho: El que parte y reparte se lleva la mejor
parte. Fray Martín creía haber encontrado la fórmula para conciliar
lo irreconciliable, la crítica del pueblo inteligente con la indignidad
miserable de la conducta de aquellos obispos alemanes que secundaban
el delito de un obispo de Roma, que no contento con el palacio
de los papas en Aviñón ahora quería algo más grande, algo más
a la medida de su dignidad de dios en la Tierra.
CAPÍTULO 42.
Las obras de misericordia
-Debe enseñarse a los cristianos
que no es la intención del Papa, en manera alguna, que la compra
de indulgencias se compare con las obras de misericordia.
Y, por supuesto él, Martín Lutero, podía ser ése
insigne maestro que les enseñaría a los cristianos a diferenciar
entre lo que el Papa decía y lo que el Papa hacía. No era ya bastante
la burla y la miseria que sobre la doctrina de la salvación estaba
echando el obispo romano que ahora, encima, iba a contratar a
un abogado del diablo para que les enseñara a los cristianos a
no comparar el amor al prójimo con el amor al Papa.
Un profesor de Sagrada Escritura, ¿quién mejor que
un profesor de teología para mantener el status quo? La intención
del Papa no era que se dejase de socorrer a las viudas y a los
huérfanos. No. Que va. De ninguna manera. La intención del Papa
era que hiciesen lo uno sin olvidar lo otro, y con el dinero que
les quedase se las arreglasen como pudieran. La intención del
Papa era construirse su divino palacio con madera de pino y piedra
pómez, nada de mármol ni de roble.
Lutero sabía perfectamente cuál era la intención
del Papa. Él sabía qué quiso o no quiso decir Jesucristo; sabía
también que quería Dios. Cómo no iba a saber cuál era la intención
del Papa. Y sabía muchas cosas más. Por ejemplo, sabía cómo limar
las chispas que estaban saltando y amenazaban con prender la llama
que haría saltar el polvorín de la paciencia de aquella nueva
generación de hijos del Renacimiento que soportaban el escándalo
de mala manera y, como a Erasmo, sólo el miedo a la cólera de
un colegio cardenalicio que ya había demostrado su infinita capacidad
para quemar a sus detractores -Juan Huss, Savonarola y otros-
les tenía atada la lengua.
Venga hombre, ¿qué debía enseñarse a los cristianos?,
¿que la intención del Papa no era cuál? Este tío era idiota y
tomaba a todo el mundo por idiota de nacimiento. Si la intención
del Papa no era que la única obra de misericordia practicada por
los cristianos fuera la compra de indulgencias ¿cómo creía el
frailucho alemán que el rey de Roma se iba a construir su “choza”?
¿Quién se le iba a pagar, el emperador de Alemania, el rey de
Francia, el de España, el de Inglaterra?
Si algo los cristianos debían saber era que las indulgencias
eran el robo del socorro debido a las viudas y a los huérfanos.
Si algo debía enseñárseles a los cristianos, a riesgo del cuello
incluso, era que el dinero destinado a las arcas del arzobispo
alemán, del Papa y de los Fugger era que cada penique que caía
en las manos de aquellos ladrones se les robaba a los pobres.
¿Sucesor de aquel Pedro que vivió con lo puesto y
se ganó su pan con el sudor del trabajo de sus manos el Papa?
Mucho habían cambiado las cosas en Roma desde entonces. ¿Y besándole
el culo a aquéllos ladrones era como pensaba reformar Lutero la
Iglesia? ¿Qué pasa, que no quería ponerse a la cola y con su gesto
heroico quiso atraer la atención hacia su lengua? ¿Qué era, bífida?
¿No podía esperar su turno como todo el mundo? ¿Tenía que seguir
machacando a gritos las excelencias de su capacidad para instruir
a los cristianos? ¿Las obras de misericordia gratas a Dios no
son conocidas desde la Antigüedad? ¿No las conocían de sobra los
obispos? Sólo tenían que abrir el libro de Isaías, irse al capítulo
58, parar la mirada en el ayuno grato a Yavé, y leer:
“(Contra esa fe que salva sola) ¡Bienaventurado el
justo, porque habrá bien, comerá el fruto de sus obras!
(Contra la predestinación protestante) ¡Ay del impío,
porque habrá mal, recibirá el pago de las obras de sus manos!
(Contra la vida en penitencia perpetua) ¿Es acaso
así el ayuno que yo escogí, el día en que el hombre se mortifica?
(Contra el menosprecio de sí mismo, sea en forma
de odio o cualquier otro síntoma esquizofrénico que atente directamente
contra el Amor) ¿Encorvar la cabeza como un junco y acostarse
con saco y ceniza?
(Contra la sabiduría de los doctores en artes y sagrada
escritura) ¿A eso llamáis ayuno y día agradable a Yavé?
(Contra los que interpretan la voluntad de Dios en
nombre de Dios, su Hijo o su Espíritu Santo) ¿Sabéis que ayuno
quiero yo?, dice el Señor Yavé: (Atentos) Romper las ataduras
de iniquidad -contra todo imperio; Deshacer los haces opresores
-contra toda dictadura; Dejar libres a los oprimidos (Contra todo
régimen autoritario) Y quebrantar todo yugo -contra toda tiranía;
Partir tu pan con el hambriento -por la fraternidad universal;
Albergar al pobre sin abrigo -por la igualdad entre todos los
hombres; Vestir al desnudo -por la libertad de todos los hombres;
Y no volver tu rostro ante tu hermano -por el Amor de Dios. Entonces
brotará tu luz como la aurora (contra los que niegan que las obras
y la fe no sean las dos caras de la misma moneda), Y pronto germinará
tu salvación (contra los que niegan la libertad del cristiano
afirmando la predestinación del justo y del impío desde las entrañas
de sus madres) E irá delante de ti la justicia (fruto de la justicia
que nace de las obras del cristiano); Y detrás la gloria de Yavé
(contra los que abandonan la fe a la locura de los pastores).
Entonces llamarás y Yavé te oirá; le invocarás, y El dirá: Heme
aquí”.
Y si este trabajo de lectura es demasiado ejercicio
de memoria, o una pérdida de tiempo para quien el tiempo es oro
y toda la vida se reduce a amontonarlo, sólo hay que abrir el
Evangelio, cualquiera de ellos, irse al Juicio Final y leer cuáles
son las obras de misericordia gratas al Señor:
“Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha
(esto no es un partido político): Venid, benditos de mi Padre,
tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación
del mundo (esto no es una declaración de condenación de Dios al
estilo de Lutero y Calvino; la Caída de Adán no estaba preparada
desde la creación del mundo, que es lo que afirmaron, pero ese
Reino sí, porque para vivir en su Paraíso creó Dios al Hombre).
Porque tuve hambre y me disteis de comer (contra esas grandes
naciones que en nombre del Mercado destruyen toneladas de alimentos
en nombre de las leyes del Mercado mientras millones se mueren
de hambre); tuve sed, y me disteis de beber (contra esas naciones
que especulan con las vidas de los pueblos y los privan de sus
necesidades en base a sus intereses económicos); peregriné, y
me acogisteis (contra las leyes de la libertad de movimiento de
los seres humanos en nombre de la estabilidad de los sistemas
nacionales); estaba desnudo, y me vestisteis (contra las fronteras
ideológicas, raciales o económicas); enfermo, y me visitasteis
(contra la especulación de los medicamentos en nombre de los intereses
de unos pocos); preso, y vinisteis a verme (contra la transformación
de la Justicia en justicia casera esclava de conceptos nacionalistas
asesinos y criminales)”.
¿No era esto hermano Lutero lo que querías decirle
a tu superior cuando le pediste que te otorgasen una cátedra desde
donde enseñar al pueblo cristiano a hacer obras de misericordia?
Oigámoslo con tus propias palabras:
“Perdóname, reverendísimo padre en Cristo y príncipe
ilustrísimo, que yo, hez de los hombres, sea tan temerario, que
me atreva a dirigir esta carta a la cumbre de tu sublimidad. Bajo
tu preclarísimo nombre se hacen circular indulgencias papales
para la fábrica de San Pedro, en las cuales yo no denuncio las
exclamaciones de los predicadores, pues no las he oído, sino que
lamento las falsísimas ideas que concibe el pueblo por causa de
ellos. A saber: que las infelices almas, si compran las cartas
de indulgencia, estén seguras de su salvación eterna; ítem, que
las almas vuelan del purgatorio apenas se deposita la contribución
en la caja; además que son tan grandes los favores, que no hay
pecado por enorme que sea, que no pueda ser perdonado aunque uno
hubiera violado -hipótesis imposible- a la misma Madre de Dios;
y que el hombre queda libre por estas indulgencias, de toda pena
y culpa. ¡Oh Dios Santo! Tal es la doctrina perniciosa que se
da, Padre óptimo, a las almas encomendadas a tus cuidados. Y se
hace cada vez más grave la cuenta que has de rendir de todo esto.
Por eso, no pude por más tiempo callar. ¿Qué hacer, excelentísimo
prelado e ilustrísimo príncipe, sino rogar a tu Reverendísima
Paternidad se digne mirar esto con ojos de paternal solicitud
y suprimir el librito e imponer a los predicadores de las indulgencias
otra forma de predicación, no sea que alguien se levante por fin,
y con sus publicaciones los refute a ellos y a tu librito, con
vituperio sumo de tu Alteza? Desde Wittenberg 1517, en la vigilia
de Todos los Santos. Martín Lutero, agustino, doctor en sagrada
teología”.
Amén, amén. Si esto no es presentarse como un perro
con la lengua afuera dispuesto a chupar lo que le pongan delante,
entonces yo soy Napoleón. Pero dejemos que nos siga instruyendo
el Doctor en Sagrada Teología.
CAPÍTULO 43.
Ayuda al indigente
-Hay que instruir a los cristianos
que aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una
obra mayor que si comprase indulgencias.
Qué listo. El premio Nobel a la honestidad por decir
la verdad, el premio Nobel a la hipocresía por querer servirse
de la verdad para que siguiera adelante la mentira. ¡El Papa en
ningún caso quería que se comparase las indulgencias con las obras
de misericordia! Aunque parezca imposible, “ilustrísimo príncipe”
yo puedo hacerlo, yo soy Maestro en Artes retóricas y Sagrada
Escritura: yo puedo hacer que convivan las dos cosas juntas. Mirad
que la paciencia de mi pueblo se está agotando y si quiero puedo
removerla y hacer que os explote en la cara. Es que, veréis, yo
sé mucho...
Si miserables eran los unos no menos miserable era
el otro. ¿De verdad llegó a creerse Lutero que el orgullo de aquella
generación de siervos indignos se iba a dejar chantajear por un
fraile?, ¿de dónde?, ah sí, de Wittenberg. Lo trágico es que de
verdad fray Martín llegó a creer, de verdad de verdad creyó, tal
vez no pudiendo evitar ejercer la vocación de abogado a la que
renunciara -por amor al Evangelio por supuesto- que podría negociar
con aquélla generación de miserables algo tan vital para ellos,
el dinero.
“El que no lo deja todo por amor a mí no es digno
de mí”, dijo Jesús. ¿Esto incluye también a quien lo dejó todo
por una cagada? Vamos a ver, ¿a quién le importaban las obras
de misericordia? ¿A la iglesia alemana? ¿A la iglesia italiana?
Con obras de misericordia no se ganaba un imperio ni se hablaba
de igual a igual con emperadores y reyes. Socorriendo a los huérfanos
y a las viudas ya no se ganaba nada. Ni al rebaño ni a sus pastores
le interesaban las obras de misericordia. ¿Qué era el fraile ése,
un chalado como la copa de un pino? Y sin embargo la oferta del
chalado era buena; mientras ellos se dedicaban a los reyes, él,
Martín Lutero, Doctor en Sagrada Escritura, se encargaría de mantener
al pueblo contento y feliz mientras sus pastores le chupaban la
sangre.
¿Así era como pensaba Lutero emprender una Reforma,
enseñándole a los cristianos a dejarse robar? ¿Un Pacto con el
Diablo era lo que él le estaba proponiendo a la Esposa de Cristo?
Pobre Lutero, su ignorancia fue su sino; su vida fue sólo una
sucesión de traiciones a sí mismo. Traicionó su futuro por un
susto de muerte de los que los hombres tenemos más de uno en la
vida; volvió a traicionarse por un fallo de cálculos, algo que
nos suele pasar al que más al que menos.
CAPÍTULO 44.
La caridad y el hombre
-Porque la caridad crece
por la obra de caridad y el hombre llega a ser mejor; en cambio,
no lo es por las indulgencias, sino a lo más, liberado de la pena.
Lo que me recuerda, en efecto, que debo tener caridad
de un muerto. Y comprender que a un alma con un pie en el infierno
lo que le conviene es la caridad y no que le den el empujón que
lo acabe de enviar al infierno al que él mandara a tantas naciones
por el pecado de unos pocos. Porque hermano Lutero, lo único santo
y real en aquéllas circunstancias de corrupción generalizada,
en la que la iglesia alemana tuvo tanta culpa al resistirse al
Espíritu Santo tantas veces, la verdadera reforma hubiera estado
en el ataque frontal y directo.
Era arriesgado y tu cuello hubiera estado en la balanza,
pero era la única posibilidad de mantener la Unidad en disputa
entre miembros de un mismo cuerpo. Lo otro, hacer de abogado entre
el pueblo alemán y la jauría de ladrones con sotana que en ese
momento habían conquistado las sedes del obispado, alemán y romano,
era hacer de abogado del Diablo, y desde esta opción la ruptura
que hubiera debido mantenerse a nivel de disputa sólo podría degenerar
en División entre los pueblos del Reino de los cielos en la Tierra.
¿Lo comprendes ahora, o cinco siglos después sigues teniendo la
misma capacidad intelectual?
La ignorancia sobre la verdadera naturaleza de la
situación que el Diablo había propiciado, eligiendo por pastores
la peor especie de cristiano concebible, fue la tragedia de aquel
fraile que de verdad creyó que podía llegar a un acuerdo que evitase
la Rebelión contra una iglesia que tenía más propiedades que todos
los reyes juntos del siglo XVI. Se dice que el Diablo, habiéndose
burlado desde el principio de su inocencia, no pudo ver partir
a Lutero de este mundo sin descubrirle donde se había metido aquella
inocencia suya, lógicamente en su trasero.
CAPÍTULO 45.
La indignación de Dios
-Debe enseñarse a los cristianos
que el que ve a un indigente y, sin prestarle atención, da su
dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no
son las indulgencias papales, sino la indignación de Dios.
-Vamos a ver, somos malos porque nos encanta serlo.
Este fraile nos toma por idiotas de nacimiento -se dijeron aquéllos
siervos del obispo romano, pero no siervos de Cristo-. Si les
recordamos lo que ya saben y tanto tiempo nos ha costado hacer
que olviden ¿cómo se cree este fraile que vamos a construirnos
nuestros palacetes?, ¿con los besitos que le den al papa en el
culito los creyentes? -y se rieron del gesto de aquel Lutero todo
parsimonioso como si fuera un nuevo Moisés, decálogo en mano avanzando
hasta la puerta de la iglesia de Wittenberg.
Uno de ellos dijo: La eternidad te contempla- y del
humor tan sátiro los demás se partieron de risa pensando en el
Pacto que se les proponía. No eran bastantes y venía un frailucho
- ¿De dónde? ¿De qué orden? Ah sí, agustino- a pedir permiso,
pasar y participar en el reparto del que parte y reparte se lleva
la mejor parte. ¿O acaso no era él también hijo y siervo de Dios
y no tenía tanto derecho como el primero a construirse su propio
palacete?
–Otro que se cree que los últimos serán los primeros,
jajajuojuokjijejejaja- se burlaron con ganas aquéllos animales.
¿Refutar por la Sagrada Escritura que se gana la
indignación de Dios quien le quita el pan al pobre para que el
obispo romano engorde como un cerdo? ¿Dónde está el tonto que
se ponga a registrar la Biblia en busca de un juicio contra quien
engorde al Papa? ¿Qué es lo que se debe enseñar, hermano Lutero?
Yo te diré lo que se debe enseñar a los cristianos: Hermano Lutero,
se les debe enseñar que quien engorda a un cerdo lo destina al
matadero. Esto es lo que debiste haber enseñado. Debiste enseñar
la doctrina de Cristo que aquellos a quienes les ofreciste tus
servicios no enseñaban. ¿La recuerdas?
“Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado
para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis
de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui peregrino, y
no me alojasteis; estuve desnudo y no me vestisteis; enfermo y
en la cárcel y no me visitasteis. Entonces ellos responderán diciendo:
Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o
enfermo, o en prisión y no te socorrimos? El les contestará diciendo:
En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de
estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio
eterno, y los justos a la vida eterna”.
¿Pero a quién vas a engañar, hermano Lutero? Tú nunca
pensaste en una Reforma. Como la primera vez y siempre tú sólo
seguías pensando en tu trasero. ¿Cómo no te iba a mostrar el Diablo
el suyo el día de tu muerte?
Podías engañar a todo el mundo, pero a él no le engañaste
nunca. Él te engañó a ti haciéndose pasar por Jesucristo y a ti
por Pablo de Tarso tirado del caballo por el rayo. Te volvió a
engañar cuando se hizo el vencido y se retiró de la celda en la
que te acabó de volver loco. Te volvió a engañar haciéndote creer
que el señor arzobispo vería tu sutil inteligencia y te contrataría
a su servicio. Si hubieras buscado la Reforma movido por el celo
del Espíritu Santo jamás hubieras dicho palabras como estas:
CAPÍTULO 46.
Los bienes superfluos
-Debe enseñarse a los cristianos
que, si no son colmados de bienes superfluos, están obligados
a retener lo necesario para su casa y de ningún modo derrocharlo
en indulgencias.
Dejando aparte la trampa retórica al pedir que se
refute la ley más elemental de la vida diaria con la Biblia en
la mano, la inocencia en esta proposición nos aclara dos cosas
de suma importancia para comprender el éxito de Lutero y su fracaso
para alejar de su movimiento la violencia. Esas dos cosas son:
Primera, que vista la irrelevancia de las mismas, sin el analfabetismo
y la ignorancia del pueblo alemán estas Tesis no hubieran viajado
jamás a Roma. Y segunda, que poniendo la carita buena del corderito
que sólo deseaba ser pastorcillo sujeto a la obediencia del gran
pastor romano, a cuyo servicio -como David su honda al servicio
del rey de Jerusalén- ponía su sabiduría para apagar la llama
que se acercaba al polvorín alemán; haciendo esto: vender por
dinero su alma al diablo, algo natural en un buen abogado, Lutero
escondía bajo la piel del corderito el fuego que le descubriera
a Erasmo hablando sobre su causa: “Por lo tanto, yo te digo que
yo en esta lucha intento una cosa que para mí es seria, necesaria
y eterna, que es de tal calibre que es necesario que sea afirmada
y defendida incluso por medio de la muerte, también aunque el
mundo entero debiera arder en tumultos y guerras, más aún, aunque
el mundo se precipitase en el caos y fuese reducido a cenizas”.
¿Palabras de Cristo o del Diablo?
Somos cristianos porque como las hojas del árbol
llevan Su naturaleza y sus flores Su fragancia y su fruto Su esencia,
nuestras palabras y nuestras obras son reflejos de la esencia,
fragancia y naturaleza del árbol del que somos sus ramas, sus
hojas, su fruto, es decir, Cristo. ¿Cómo pues podía Aquél que
dijo: Yo soy todo Paz, engendrar uno que era todo guerra?
Hablando de las tinieblas de Egipto y la columna
de fuego, Salomón en su Sabiduría dijo: “Que la maldad es cobarde
y da testimonio contra sí misma, y siempre sospecha lo más grave,
perturbada por su conciencia; pues la causa del temor no es otra
que la renuncia a los auxilios que proceden de la reflexión. Porque
cuanto menos ayuda se recibe del fondo del alma, tanto mayor se
cree en lo desconocido que atormenta”.
Salomón hablaba de otros, pero sus palabras se ajustan
a la perfección a la reacción del joven Lutero en aquella noche
de tormenta. Si no fue Jesucristo quien se le apareció en forma
de rayo que casi lo mata, ¿quién fue el que lo tiró del caballo?
¿Y si vio al Diablo por qué salió, cobarde, a esconderse en un
convento? El valiente no huye, saca pecho y se enfrenta al peligro,
aunque en ello le vaya la muerte. Mejor que a nadie a aquel joven
le vale el cuento de san Melitón: Corriendo el ratón fue a esconderse
bajo las patas del gato con botas, y aquél, confiando en escaparse,
mientras se lo metía o no se lo metía el gato en la boca convencía
al felino de guardarlo en su zurrón mientras existía aún la posibilidad
de comerse otra cosa. El felino le respondió: Bástele a cada día
su afán, y se lo comió. Moraleja: Si el Diablo tiene hambre y
te pide pan dale una piedra, y si te pide un pez dale una serpiente,
pero no huyas con la mierda entre las piernas.
CAPÍTULO 47.
La propia voluntad
-Debe enseñarse a los cristianos
que la compra de indulgencias queda librada a la propia voluntad
y no constituye obligación.
El orgullo y la genética andan misteriosamente revueltos
en esta Ciencia del bien y del mal. El nacionalismo histórico
y la herencia política se suman para aislar al individuo de la
realidad y convertirlo en un loco en su jaula de oro, en el mejor
de los casos, de barrotes fabricados con el hierro de las tradiciones
y las castas seculares, en el peor. Entre una opción y otra existe
siempre una llanura salvaje en la que se le permite a cada cual
construirse su cabaña sin molestar a los demás. Lo cierto es que
el peso de los pies de cada hombre en las aguas de la historia
universal crea ondas que se suman y acaban levantando esos tsunamis
revolucionarios de los que Europa, más que ningún otro continente,
ha contado tantos.
La lectura de la Historia Universal no engaña. Hay
una Inteligencia, paciente pero invencible, que conoce las fuerzas
que en el aparente caos graban sus sendas, y esa Inteligencia
Omnisciente sabe qué direcciones lleva cada una de esas fuerzas,
cómo confluyen, y sabe cómo poner en movimiento nuevos vectores
que nadie sino sólo El conoce su dirección y qué efectos han de
causar en el escenario universal sus movimientos. Cuando ese Espíritu,
maravilloso y puro, que una vez encendiera en las Tinieblas la
Luz, encendió en las tinieblas de nuestro destierro de sus brazos
la luz arrolladora y apasionada del Amor por su Verdad, nos dio
una Ciudadanía, nos dio una nueva vida. Los Primeros Cristianos
lo declararon a corazón abierto: Hermanos, ya no somos de este
mundo, no somos ciudadanos de ninguna nación; somos hijos de Dios,
somos Ciudadanos de su Reino.
¡Qué lejos estamos de aquéllos días! Y sin embargo
la pregunta es fascinante, ¿a qué distancia está la eternidad
de nuestras manos? ¿A cuántos pasos el infinito de nuestros pies?
¿A cuántas lágrimas de distancia están los brazos de nuestro Padre
y Creador? ¡Cuántos suspiros el alma humana tendrá que dar antes
de ver el día de la derrota de la Muerte, cuántas heridas en el
rostro deberá sufrir el género humano antes de ver la venda en
los ojos de la justicia a sus pies! ¡Cuántas plumas tendrán que
mojar aún su dedo en nuestra sangre y enviarle al futuro palabras
de aliento y de coraje! Y cuántas veces todavía bajaremos la cabeza
por todos los errores que cometimos, por todas las monstruosidades
que dijimos, por habernos portado como bestias cuando desde el
principio late la llama de la libertad de los hijos de Dios en
nuestras corazones.
Somos el Género Humano, somos los hijos de una traición,
somos los hijos de una guerra que ha dejado en nuestras almas
huellas imborrables y cicatrices que perdurarán eternamente. Somos
una sola cosa, y sin embargo murallas se alzan entre nuestros
pensamientos, barreras invisibles cierran el círculo y nos obligan
a seguir tratándonos como si no fuéramos células del mismo ser,
o ramas del mismo árbol, alegría de la misma Tierra, aves del
mismo paraíso, capítulos de un mismo libro.
Amigo Lutero, hermano Lutero, dime cómo se puede
refutar lo que es de cajón. Díme porqué escribías una cosa y tenías
en mente otra. Dime porqué le tenías que decir a todo el mundo
lo que podía o no podía hacer, lo que tenía o no tenía que decir.
Dime porqué tenías que luchar por tus ideas aunque en la batalla
enterrases al mundo en sangre y redujeses un mundo a cenizas.
Dime porqué te creías más que Aquel que prefirió que lo crucificasen
antes que levantar una mano contra su prójimo. ¿No te dijeron
que Aquel podía hacer bajar fuego del cielo y a sus órdenes la
tormenta se calmaba y hasta los montes se quitaban de en medio?
¿No te dijeron que sólo le hubiera bastado decirle a la tierra
que se abriera debajo de los pies de sus enemigos y la tierra
se los hubiera tragado con la misma facilidad que tú te comías
un pavo de navidad? ¿Tú que querías enseñar a los demás no te
enseñaste a ti mismo, hermano, amigo, que sólo se es cristiano
cuando se prefiere la muerte antes que levantar la mano contra
el enemigo? ¿Por qué no ofreciste la otra mejilla? ¿Por qué juzgaste,
condenaste, odiaste a tus enemigos y basándote en que la fe sola
es suficiente para limpiar el alma de todo delito te agachaste
a coger la primera piedra que encendió aquella guerra civil entre
hermanos que en una Noche, de San Bartolomé la llamaron, devoró
a miles? ¿Por qué no les dijiste la verdad a todos los cristianos?
A los cristianos no debía enseñárseles a comprar o no comprar
indulgencias, debía enseñárseles a no crucificar a Cristo cada
vez que pecaban pensando en la remisión de las penas mediante
la compra de aquellas diabólicas indulgencias. ¿Por qué no hablaste
así de claro?
¿Porque tenías miedo a la hoguera en la que Savonarola
ardió por profeta?
Tú eras más inteligente que Huss. ¿Por qué acabar
en la hoguera cuando podías acabar ladrando a los pies de tu amo
el gran pastor romano, viviendo a cuerpo de rey como esos perros
que duermen en la cama de sus amos, o como aquél Bucéfalo que
comía en la mesa del príncipe Alejandro, el futuro Magno? ¿Qué
decías? ¿Que debe enseñársele a los cristianos a comprar las indulgencias
no por obligación sino voluntariamente? Tu sabiduría me alucina.
¿Es que acaso acusabas a tu arzobispo de ir con un látigo por
las calles obligando a comprarlas? ¿Puedes jurar ante Dios y ante
el Tribunal de sus hijos que tu arzobispo obligó a nadie a comprarle
uno sólo de aquéllos papeles malditos? Lutero, amigo, ¿tú que
enseñabas a otros no te enseñabas a ti mismo? Escucha: “Nadie
puede servir a dos señores, pues o bien aborreciendo al uno, amará
al otro, o bien, adhiriéndose al uno, menospreciará al otro. No
podéis servir a Dios y a las riquezas”. Tu pueblo, querido Lutero,
hizo su elección una noche, la noche del 12 de febrero del 1112.
Aborreció a Dios y amó las riquezas, se adhirió a las riquezas
y aborreció al Espíritu Santo.
CAPÍTULO 48.
Una oración ferviente
-Se debe enseñar a los cristianos
que, al otorgar indulgencias, el Papa tanto más necesita cuanto
desea una oración ferviente por su persona, antes que dinero en
efectivo.
-Jajajejejuijuojuajajjjhjajaja, se revolcaron de
risa los encargados de revisar estas Tesis. Y siguieron: Quiero
ver la cara del “santo padre” cuando lea esta basura. Encima que
les robamos hasta los calzoncillos este fraile va a enseñarles
a darnos las gracias. No para de sorprendernos la humanidad.
Pobre hermano Lutero. No se creyó nunca que el Diablo
anduviera rondando su celda. La suya era una mente racional, moderna.
El Diablo no existe, y si existe no tiene ningún poder contra
la Cruz. Vete Satanás al Infierno, eres producto de mi imaginación
-le gritó el pobre fray Martín a la pared en uno de sus arrebatos
por mantenerse cuerdo. Dios mío- se dijo-estoy hablando con la
pared; me estoy volviendo loco. Y era verdad, le estaba hablando
a la pared, estaba hablando con las paredes de su celda, estaba
ya a dos pasos de la locura. Que recorrió inocentemente al creer
que los traficantes de almas iban a darle la bienvenida al negocio.
Y quién sabe, si todo le salía bien hasta podía aspirar a ser
él aquél que...
Qué astuto es el Demonio. Qué bien sabe borrar sus
huellas.
CAPÍTULO 49.
El temor de Dios
-Hay que enseñar a los cristianos
que las indulgencias papales son útiles si en ellas no ponen su
confianza, pero muy nocivas si, a causa de ellas pierden el temor
de Dios.
-Este fraile es tonto. ¿Cómo habéis dicho que se
llama? -preguntó “el santo padre” cuando por fin le leyeron las
Tesis-. El negocio se funda en la abundancia del pecado, y donde
abunda el pecado no hay ningún temor de Dios, y si hay temor de
Dios no hay pecado y si no hay pecado no hay indulgencias y si
no hay indulgencias no hay negocio. ¿Y decís que es teólogo? Andad
y decidle de mi parte que se limite a la teología. Con un tonto
como éste por socio ya me diréis quién me paga a mí “la choza”.
¿Y decís que todavía hay más tonterías como ésta?
Escuche, escuche, altísima santidad:
CAPÍTULO 50.
Los predicadores de indulgencias
-Debe enseñarse a los cristianos
que si el Papa conociera las exacciones de los predicadores de
indulgencias, preferiría que la basílica de San Pedro se redujese
a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos
de sus ovejas.
-Quitad, quitad eso de mi vista- resopló el Sumo
Pontífice-. ¿De qué orden decís que es? ¿De alguna misionera?
Para mandarlo a la China por lo menos lo digo. Ah, que sólo es
un vulgar agustino. Qué pena. ¿Y qué es lo que quiere a la postre?
Los consejeros del “sumo pontífice” se rieron a carcajadas.
-¿Qué va a querer, santidad? Lo que todos, llegar al postre. Juajuajaojaeijajjja.
Pero claro, su altísima excelencia no conoce las exacciones de
los predicadores de indulgencias, así que no hay ningún problema,
despachamos un decreto papal, le cerramos la boca a semejante
infeliz y pasamos a otra cuestión.
-¿Iba para abogado, decís?
El “santo padre”, como era malo y su norma era piensa
mal y acertarás, se desconfiaba mucho de los inocentes corderitos
que amenazaban con guerra mientras reclamaban paz, así que soltó
el exabrupto: -De todos modos no hubiera hecho carrera. Decidle
que si quiere guerra la tendrá, que al Vicario de Dios en el Universo
no lo amenaza ni Satanás.
Era malo aquél obispo de Roma. Y más malos todavía
los que le servían. Ni uno sólo bueno había al servicio de “aquél
señor”. Así que es de imaginar cómo se revolcaron por el suelo
de risa, que casi hasta les da un infarto, cuando oyeron la siguiente
proposición:
CAPÍTULO 51.
La basílica de San Pedro
-Debe enseñarse a los cristianos
que el Papa estaría dispuesto, como es su deber, a dar de su peculio
a muchísimos de aquellos a los cuales los pregoneros de indulgencias
sonsacaron el dinero aun cuando para ello tuviera que vender la
basílica de San Pedro, si fuera menester.
Hablando de las apariciones de los demonios el bueno
de san Antonio, del que ya he citado algunas palabras anteriormente,
dijo lo siguiente: “el ataque y su aparición están acompañados
de ruidos, bramidos y alaridos; bien podría ser el tumulto de
muchachos groseros o salteadores”.
Bueno, desde fuera del recinto donde le leían a aquél
obispo romano las Tesis de Lutero, en cuanto se oyó esta no pudo
aguantar nadie la risa y el recinto se transformó en lo más parecido
a una aparición de los demonios según san Antonio. Se partían
las mandíbulas de los berridos.
-Repite eso de que el papa estaría dispuesto a...
a... -no acababa la frase, le entraba el ataque y se partía de
gusto.
-Espera, espera, ahora eso de que para ello tuviera
que vender la basílica de san... -tampoco acababa de hilar la
frase.
Los criados que aguardaban fuera las órdenes todopoderosas
de sus señores y escuchaban el jaleo que tenían organizado dentro
se preguntaban qué estaría pasando en el Vaticano. ¿Habrían contratado
a una tropa de saltimbanquis, rameras extorsionistas y sodomitas cuentachistes? ¿Estarían celebrando una bacanal al mejor
estilo clásico?
-Qué bueno, qué fantástico, yo quiero volver a escuchar
eso de nuevo, jua juajua jaujuju jujojojo jejejiji no puedo más,
me parto -de esta manera miserable, sobre la sangre de un conflicto
que sólo en Francia, se dice, provocó un millón de muertos, aquéllos
discípulos del Diablo se reían de la amenaza de quien con una
mano les ofrecía la paz y con la otra la guerra.
Incapaz de creer Lutero que fueran a decidirse por
la segunda, convencido el abogado metido a fraile de que elegirían
la primera, de esta manera engañado por el mismo Diablo que contratara
a su servicio a los siervos de su enemigo, fray Martín cometió
la segunda equivocación de su vida.
La primera fue meterse a fraile por un susto de muerte,
algo que le pasa a alguien todos los días.
La segunda aspirar a más de lo que su condición de
fraile le permitía. Y digo la segunda porque conociendo el orgullo
de quien no quiso ni supo dar marcha atrás cuando comprendió que
jamás podría ser sacerdote a la imagen y semejanza de Cristo,
tampoco su orgullo le dejaría dar marcha atrás una vez hecho público
su Manifiesto.
El Diablo, que lo sabía, lo engañó convenciéndole
de la respuesta positiva que sus eminencias le darían. Ignorante,
con la ignorancia del que se creía conocer las profundidades del
trono de Satanás, y al final no resultó ser más que un muñeco
en las manos del Diablo, Fray Martín pecó, como aquella Eva y
su marido, de inocencia fatal. Había que ser un inocente como
una catedral para escribir la siguiente tesis y creer que a los
obispos les estaba diciendo algo nuevo:
CAPÍTULO 52.
La confianza en la salvación
-Vana es la confianza en
la salvación por medio de una carta de indulgencias, aunque el
comisario y hasta el mismo Papa pusieran su misma alma como prenda.
Inocente hasta hacer el tonto tenía que haber sido
Lutero para creer que una Institución Divina que había resistido
el shock de un terremoto de naciones amenazando sus cimientos
se iba a inmutar oyendo la amenaza de un fraile cuyos únicos méritos
eran ser Doctor en Filosofía y Teología. Como aquella Eva que
creyó en la palabra del Diablo y confiando en su palabra de hijo
de Dios comió del fruto prohibido, fray Martín creyó que en ese
nuevo Olimpo de dioses romanos cabía la figura de un Doctor en
Teología calmando con su sabiduría la crítica de los cristianos
contra las Indulgencias. A cambio de ser elevado a la dignidad
divina Lutero prometía apagar la llama de una Reforma que, pedida
a gritos y callada a base de decreto pontificio, amenazaba con
dar su último alarido. Y cuando el pueblo alemán se enfadaba,
aquel bárbaro que llevaba dentro y aún estaba en vías de civilización
y una vez hizo temblar a un imperio, podría barrer de la faz de
la Historia la existencia de los estados pontificios. ¡Con todo,
lamentable es decirlo, vano era el discurso que nuestro héroe
mantenía con su orgullo de alemán de raza pura! Quienes no se
asustaban del Diablo no iban siquiera a sentir fiebre por un teutón
con sotana, puesta a la ligera y reclamando para sí mitras y beneficios,
dijera lo que dijera.
-¿Cuál es la siguiente, cuando por fin pudo articular
sus mandíbulas desencajadas de la risa rogó uno de aquéllos que
se la leyeran.
-Escuchad esta; esta es todavía mejor:
CAPÍTULO 53.
Los Enemigos de Cristo
-Son enemigos de Cristo y
del Papa los que, para predicar indulgencias, ordenan suspender
por completo la predicación de la palabra de Dios en otras iglesias.
Era el Papa quien había dado esa orden. Difícilmente
podía ser enemigo de sí mismo el hombre que tal orden diera. Si
lo que Lutero quería decir es que el obispo de Roma y sus legados
para las indulgencias estaban tirando por los suelos la gloria
del Sucesor de Pedro, el hombre tenía toda la razón. ¿Lo que proponía
entonces qué era, que se suspendiese la prédica de las indulgencias
o que se siguiese predicando pero dentro de un orden?
Inútil por tanto que sigamos por esta vía. Martín
Lutero fue un hombre de su tiempo. Su época vivía bajo el signo
de una revolución sin precedentes en la Historia de la Humanidad.
La mentalidad de sus habitantes se hallaba en la cresta de la
ola. Desde lo alto el hombre se veía a sí mismo y su misión en
el universo con ojos nuevos. Dentro y fuera de Alemania el mundo
estaba en efervescencia. Él era joven, inteligente. Como abogado
hubiera podido aspirar a una prosperidad económica y a una situación
social cómoda, pero como hombre de la Iglesia el horizonte tenía
por límite el papado. Los casos de monjes de origen humildísimo
que habían llegado a lo más alto de la escala eclesial sonaban
aún en la memoria de los siglos. El más sonado era el del mismísimo
Gregorio VII, el célebre autor de las 27 fórmulas mágicas para
transformar a un mortal en un dios. Nadie sabía quiénes fueron
sus padres ni si se lo encontraron en una cestita como al Moisés.
El hecho es que la Iglesia era el único estamento social donde
un hombre del pueblo podía levantar su cabeza hasta ponerla a
la altura de las de las más nobles cunas. Y, como se ve del ejemplo
del autor de las 27 fórmulas mágicas, incluso más alto todavía;
tan alto que no miró para abajo al mismo Jesús por respeto al
que dijo que no está el siervo sobre el Señor. Aparte de este
clásico los ejemplos de sacerdotes monjes que desde la más humilde
cuna se habían elevado al Trono del Sucesor de Pedro no le faltaban
a fray Martín. Podía llegar o no podía llegar, lo que desde luego
no iba a hacer era dejar pasar la ocasión sin intentarlo. Para
algo era hijo de un luchador que supo abrirse camino y no se dejó
vencer por las dificultades. La sangre le imponía su ley. Y las
circunstancias le abrían camino. ¿Por qué iba a dejar de intentarlo?
Era Maestro en Artes y en Sagrada Escritura, tenía amigos, discípulos,
inteligencia no le faltaba. Era un Pacto peligroso el que le estaba
ofreciendo a los obispos, ¿pero qué?, aquéllos eran tiempos peligrosos.
CAPÍTULO 54.
La palabra de Dios
-Oféndese a la palabra de
Dios, cuando en un mismo sermón se dedica tanto o más tiempo a
las indulgencias que a ella.
El peligro era parte de la aventura de los descubrimientos,
y del negocio de las indulgencias. Que desde la Sagrada Escritura
se pueda refutar una declaración sobre la que es imposible que
la Sagrada Escritura diga algo porque los profetas no conocieron
la Indulgencia papal, ni los Apóstoles soñaron con un modelo tan
avanzado de corrupción, la verdad, pues no. Pero como la verdad
de la tesis es tan evidente me parece que el reto no le conviene.
La cuestión que de verdad le conviene es la siguiente: ¿Aunque
conocieron las Negaciones de Pedro le retiraron los Apóstoles
la Jefatura que le concediera Dios?
CAPÍTULO 55.
La intención del Papa
-Ha de ser la intención del
Papa que si las indulgencias (que muy poco significan) se celebran
con una campana, una procesión y una ceremonia, el evangelio (que
es lo más importante) deba predicarse con cien campanas, cien
procesiones y cien ceremonias.
Para un aspirante a Papa -debieron pensar sus jueces
-el fraile tiene labia y conciencia de la misión pontificia. Lástima
que los tiempos no estén para beatos y santos. Que se calle o
lo callen.
CAPÍTULO 56.
El pueblo de Dios
-Los tesoros de la iglesia,
de donde el Papa distribuye las indulgencias, no son ni suficientemente
mencionados ni conocidos entre el pueblo de Dios.
¿Se puede callar al Niágara? ¿Se le puede ordenar
al relámpago que no bata tormentas? ¿O prohibirle al águila que
otee las distancias, y al Himalaya que tenga la cara blanca como
la nieve, y al Mississippi que lleve agua, a la primavera que
se vaya, y a la mujer que para y al hombre que piense? Lutero
tenía que hablar porque nació con el don de la palabra. Tenía
que analizar y llegar a sus conclusiones porque el hombre fue
creado para pensar, deducir, decidir y hacer. Lo que él estaba
viendo era un crimen y había que repararlo; él podía ser un aliado
maravilloso o un enemigo formidable. Lo uno o lo otro los obispos
tendrían que decidirlo. Personalmente a él no le cabía en la cabeza
que fueran a rechazar su oferta. La acumulación de cólera que
se estaba almacenando en su pueblo estaba llegando a un punto
de explosión tal que o alguien mantenía en su sitio la espoleta
o la bomba haría que la unidad entre las iglesias alemana e italiana
saltara por los aires. ¿Refutar esta tesis desde la Sagrada Escritura?
La pena es que su conocimiento sobre dónde se hallaban los tesoros
de donde procedían las indulgencias no se lo revelara nunca a
nadie y hasta hoy todavía haya tontos buscándolos. Todo lo más
que se puede decir sobre el origen de las indulgencias es que
vinieron al mundo el día que el corazón de los santos obispos
de los primeros tiempos tuvieron misericordia de las lágrimas
de los cristianos que temblaron ante la tortura y, por el amor
a Dios y a todos los santos, suplicaron que se tuviera con ellos
la caridad que ellos habían practicado toda su vida con los pobres,
hermanos en la fe o simplemente seres humanos caídos bajo las
ruedas de la fortuna. Este fue, a lo que mi mirada alcanza, el
origen y cuna de las Indulgencias; y los tesoros que le dieron
vida fueron la caridad cristiana más pura y el amor de los santos
mártires hacia sus hermanos más débiles, quienes desde la antesala
de la cámara de tortura solicitaron el perdón en memoria de la
sangre que ellos derramaban por y para la gloria del Juez Universal,
el Amado Jesucristo, Rey, Señor y Dios nuestro. Si alguna doctrina
sobre las indulgencias hubiera debido enseñarse era ésta. Pero
claro, ésta era la doctrina oficial de la iglesia romana al respecto,
¿así que de qué tesoros estaba hablando el fraile alemán?
CAPÍTULO 57.
Los pregoneros
-Que en todo caso no son
temporales resulta evidente por el hecho de que muchos de los
pregoneros no los derrochan, sino más bien los atesoran.
Consciente o inconscientemente atraído a una disputa
entre criaturas en proceso de desbarbarización a uno no le queda
más que tomarse un respiro, olvidarse de sus métodos de manipulación,
de sus intereses privados y yendo directos al grano empezar a
cerrar esta polémica entre hijos de su tiempo: “Porque Dios no
nos quiere salvar por propia justicia y sabiduría, sino por una
extraña, por una justicia que no viene de nosotros, ni de nosotros
nace, sino que nos llega de otra parte; no brota de nuestra tierra,
sino que baja del cielo: Hay, pues, que enseñar una justicia,
que viene completamente de fuera y es una justicia extraña. Por
eso es menester comenzar por extirpar la propia justicia, agazapada
en nosotros” dijo otro día el mismo que escribió estas Tesis.
Y bueno, pues que el manzano da manzanas y alguna vez que otra
el olmo da peras para gloria del Creador del Universo, al importar
esta sentencia a estas páginas sólo pretendo resaltar la ignorancia
del Lutero teólogo. ¿Se puede ignorar que la Redención echó sus
raíces en la ignorancia de Adán, y que sin aquella ignorancia
humana sobre quién era el Diablo no habría tenido lugar Sacrificio
Expiatorio? ¿Y cómo hacerse el sordo al grito de venganza que
Adán diera y recogiera su Dios como fuente de la Justicia que
luego nos fuera concedida porque nos fue reconocida su legalidad
mediante la Redención? Y no digo más, a no ser lo dicho, que habiendo
sido la necesidad la que ha reabierto este Debate, nunca cerrado,
esta necesidad no puede cegar nuestra inteligencia a la hora de
comprender que estamos razonando sobre razonamientos dados a luz
por -desde nuestro nivel de conocimiento de Dios, del Hombre y
del Universo- por auténticos bárbaros. ¿O cómo llamaremos a quienes
enseguida pasaron de las palabras, cogieron las quijadas de asnos
y empezaron a matarse a golpes, siguiendo cuya senda llegaron
a la Matanza de los Campesinos, de día, y por la noche, a la Matanza
de San Bartolomé?
El libro de la Historia Universal no miente, siempre
que un individuo y su grupo se creen mejor que el resto de los
que le rodean la Caída en la barbarie criminal es el paso siguiente.
¿Los tesoros de Cristo? ¿Los tesoros de la Iglesia?
CAPÍTULO 58.
Los méritos de Cristo
-Tampoco son los méritos
de Cristo y de los santos, porque éstos siempre obran sin la intervención
del Papa la gracia del hombre interior, y la cruz la muerte y
el infierno del hombre exterior.
¿Qué es el ser humano sin la gloria de la libertad
de un hijo de Dios? Evidentemente lo que la Historia Universal
nos confirma: la sala donde se reúnen las bestias para afilar
las garras y los colmillos antes de la guerra santa.
¡Cómo no van a ser el tesoro de la Iglesia esos méritos!
Lo que no se puede hacer con ellos es lo que estaban haciendo
León X y sus consiervos, coger esas perlas y tirárselas a los
cerdos. ¿O es que la gloria de los cristianos no son su Rey y
sus Hermanos? Pues claro que sí, hermano Lutero, pero si para
imponer tu verdad niegas la fuente de la que procede toda verdad
cometes el delito del que para curar la enfermedad mata al enfermo.
Como los reyes de antiguo, los papas se pueden poner y deponer,
mas el obispado de Roma no se puede borrar del mapa eclesiástico
mientras exista una ciudad que se llama Roma. Ahora bien, si tienes
el poder de ordenarle a la tierra que abra su boca y se trague
la llamada Ciudad Eterna, adelante. Que la Iglesia Cristiana sea
romana por naturaleza, pues no, que el obispado de Roma sea romano,
pues sí. Cada cosa quiere lo suyo. Tan grande es tu verdad como
inmensa la mentira con la que la defiendes. ¿O no lo ves, hermano
Lutero? El tesoro de los cristianos, y por tanto de la Iglesia,
es Cristo y su Casa. Que esta gloria la hemos heredado de la Iglesia,
pues sí, porque sin la Iglesia no creo que los judíos se hubieran
molestado en decirnos que Cristo es nuestra gloria. Que la Iglesia
sea el Papa y por tanto sin el Papa nada tenemos, pues no. Porque
antes que el obispado de Roma fuera fundado ya existía la Iglesia
y sin el papa Cristo era ya el tesoro de su Casa y su Casa el
tesoro de todos los cristianos. Así que como ves, el odio te ciega,
hermano Lutero. Sin la Iglesia Católica nunca hubiera llegado
a tu conocimiento la existencia de la Sagrada Escritura. Lo que
tú querías es una carrera de relevos y como el que llevaba el
testigo no te lo pasaba lo que planteaste en vez de una Reforma
fue una conspiración para matar al corredor y quedarte tú con
toda la gloria, ¿o no?
¿Que mire al corredor y te diga si sí o si no era
un tipo indigno? ¿Qué quieres que te diga? El Señor que los contrata
es el que los juzga y el Diablo que los pervierte quien los acusa.
No seas por lo tanto más listo de lo que se espera de un profesor
de teología. ¿Que tiran las perlas del Tesoro de Cristo y sus
santos a los puercos? Su Señor es Dios Fuerte para mandarlos a
donde se merecen según su propia Palabra: “No todo el que dice:
¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que
hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Muchos medirán
en aquél día: ¿Señor, Señor!, ¿no profetizamos en tu nombre y
en nombre tuyo arrojamos los demonios, y en tu nombre hicimos
muchos milagros? Yo entonces les diré: apartaos de mí, obradores
de iniquidad” (la verdadera sabiduría, San Mateo). Inmediatamente
en el siervo del centurión se ratifica con más claridad, diciendo:
“Os digo, pues, que del oriente y del occidente vendrán y se sentarán
a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, mientras que los hijos del
reino serán arrojados a las tinieblas exteriores, donde habrá
llanto y crujir de dientes”.
Hermano Lutero, ¿quién eres tú para convertirte en
juez de los siervos de tu Señor? No te conviertas en juez de tu
prójimo. Mira que el Diablo se sirve de la vanidad de la Razón
para sembrar en los corazones la idea de la predestinación y su
llamada a grandes hazañas sólo aptas para sus elegidos. ¿No fueron
estas tus palabras exactamente?: “La prostitución, los grandes
crímenes, la embriaguez, el adulterio, ésos son pecados que se
notan. Pero cuando llega la razón, la novia del diablo, la bella
ramera, y quiere ser prudente y piensa que todo cuanto dice es
del Espíritu Santo, ¿quién le pondrá remedio? Ni el jurista, ni
el médico, ni el rey, ni el emperador, porque es la más alta ramera
que tiene el diablo”. ¿Por qué crees entonces que el Diablo te
enseñó el trasero antes de morirte, porque tú le distes a él o
él te dio a tí su novia por ramera? De no haber sido ella tu consejera
cómo hubieras podido decir esto otro:
CAPÍTULO 59.
Los tesoros de la iglesia
-San Lorenzo dijo que los
tesoros de la iglesia eran los pobres, mas hablaba usando el término
en el sentido de su época.
No seas superficial, hermano Lutero. Aquí muestras
el síndrome de los generales que para magnificar su victoria resaltaban
el poder del enemigo. ¿Te imaginas qué méritos hubieran sido los
de Cristo si hubiera pasado por la vera de los pobres sin darles
ni pan ni pescado ni curado la menor enfermedad? ¿Y cuáles los
de Francisco de Asís si no hubiera hecho de los pobres su causa?
Hermano Lutero, lo que hace la santidad no son los títulos, como
muy bien afirmas y se pretende, sino la relación entre el Débil
y el Fuerte. Verás, el Fuerte tiene delante dos opciones, la de
aplastar al débil o la de alargarle la mano y convertirse en su
abogado defensor. En el futuro, hermano Lutero, los hijos de tus
hijos, engañados por esa Razón que llamas ramera del Diablo, y
con la que te desposaste tan alegremente a la manera que Salomón
con la Sabiduría; tus hijos elegirán la opción primera.
No lo verás, pero nadie los llamará santos. ¿Qué
es lo que define entonces la santidad? Necesariamente la elección
segunda. Y será dentro de esta relación entre Cristo y los pobres
que hablando de su Hijo lo llame su Padre: Dios Fuerte. De manera
que los tesoros de la Iglesia van unidos, como muy bien dijo el
santo Lorenzo, a los pobres. Su abandono en las calles a su soledad
es vergüenza y miseria que los siervos echan sobre su Señor y
los hijos sobre su Padre. ¿Comprendes ahora, hermano Lutero, que
no puedes afirmar una cosa y negar la otra? Al hacerlo divides,
no unes; destruyes, no edificas, y te haces objeto del final de
la Palabra del Jesucristo del quien decías interpretar su voluntad.
¿La recuerdas?
“Aquel, pues, que escucha mis palabras y las pone
por obras será el varón prudente, que edifica su casa sobre roca.
Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y
dieron sobre la casa; pero no cayó, porque estaba fundada sobre
roca. Pero el que me escucha estas palabras y no las pone por
obra ¿vuelves a escuchar el Juicio de Dios sobre tu doctrina de
la fe sola?-será semejante al necio, que edificó su casa sobre
arena. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos
y dieron sobre la casa, que se derrumbó estrepitosamente”. ¿Ves
hermano Lutero como la Fe sin las Obras es fe muerta? ¿Ves hermano
Lutero cómo por no dominar ese celo que te consume acabas cavando
tu propia ruina con afirmaciones tan falsas como la que sigue?:
CAPÍTULO 60.
Las llaves de la iglesia
-No hablamos exageradamente
si afirmamos que las llaves de la iglesia (donadas por el mérito
de Cristo) constituyen ese tesoro.
Hermano Lutero, Dios no le dio a Cristo las Llaves
del Reino de los cielos por sus méritos. Las Llaves del Reino
de los cielos son Herencia y Patrimonio del Rey de los cielos.
¿O tú no eres el dueño de las llaves de tu casa? Como cualquiera
que se va de viaje y le deja las llaves de su casa a su esposa,
así Jesucristo al irse a su Mundo le dejó la Llave de su Casa
a su Esposa. Pero si aparte de estas Llaves existen otras con
las que la Iglesia cierra y abre las puertas de acceso a su Cuerpo,
de esto yo no entiendo, aunque me parece natural que como en cualquier
otra cosa sólo acceda a su sitio quien cumpla unas reglas. Y quien
quiere ser juez deba estudiar justicia, y quien quiera ser herrero
deba aprender el oficio, y así con todas las cosas. Perdona que
te contradiga, pero hablas exageradamente, y te equivocas al creer
que estas Llaves y no los pobres somos la causa de esos Méritos
que forman el Verdadero Tesoro de la Iglesia.
CAPÍTULO 61.
La potestad del Papa
-Está claro, pues, que para
la remisión de las penas y de los casos reservados basta con la
sola potestad del Papa.
Hermano Lutero, se te ve la pata por debajo de la
puerta. Un hombre con treinta y cuatro años, que son los que tú
tienes a la fecha, 31 de octubre del 1517, tiene su pensamiento
y su opinión formados, y no puede decir mañana infierno donde
ayer dijo gloria, a menos que lo uno como lo otro estén en razón
de intereses ocultos. ¿Hoy te declaras fiel creyente del papado
y al siguiente lo llamas anticristo porque no respondieron sus
criados a tus intereses según lo planeado? Esto no es de Discípulo
que se atiene a la Enseñanza del Maestro: “Sea tu hablar Sí, sí;
No, no; todo lo que pasa de esto del Mal procede”. ¿Qué me obligas
a pensar, hermano Lutero? ¿Que Jesucristo era tu Maestro pero
tú tenías tu propia doctrina? ¿Que Jesucristo estaba muerto y
tú estabas vivo? ¿Que donde El dijo “Sí, sí; No, no” tú pusiste:
Sí, sí, pero no; No, no, pero sí?
CAPÍTULO 62.
El sacrosanto evangelio
-El verdadero tesoro de la
iglesia es el sacrosanto evangelio de la gloria y de la gracia
de Dios.
Nada más que por esta declaración te merecías sentarte
en el Trono del Obispo de Roma. Hermano Lutero, otra vez será.
NOVENA
PARTE
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