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| LUTERO, EL PAPA Y EL DIABLOOCTAVA PARTESobre el Volver a Nacer
 La Historia es una ciencia exacta. Con independencia 
          del tiempo y del lugar la misma causa produce invariablemente 
          el mismo efecto, o la misma secuencia de efectos si fuere el caso. 
          Dios, que es Inteligencia, la verdad es la vocación de su espíritu 
          y la ciencia su instrumento de trabajo, a la fenomenología de 
          un mundo sometido a las leyes que nuestra Historia Universal nos 
          descubre en sus páginas la llamó: la Ciencia del Bien y del Mal. 
          En cuanto Ciencia, independientemente del lugar y del tiempo donde 
          se desarrollen sus principios, lo mismo que una Caja de Pandora 
          que se abre, una vez que su fenomenología se desata y se le da 
          por campo de acción un mundo desnudo ante sus efectos -ignorante 
          de su fenomenología- la reacción en cadena derivada de la esclavitud 
          a sus leyes provoca siempre la misma secuencia de acontecimientos.
           Por esta razón y no por ninguna otra le profetizó 
          Dios al Primer Hombre: “Polvo eres y al polvo volverás”. Desde 
          la Caída y partiendo de su experiencia Dios podía predecirle al 
          Género Humano su futuro; a raíz de la Caída la destrucción de 
          la Humanidad se había convertido en una crónica anunciada. No 
          era la primera vez que Dios había visto el fenómeno; las veces 
          que había visto caer a un mundo en las redes de la Ciencia del 
          bien y del mal le habían enseñado a predecir la trayectoria de 
          su historia de principio a fin. Con la misma seguridad que un 
          genio describe la trayectoria de un cuerpo en el cielo partiendo 
          del conocimiento de todos los parámetros y fuerzas en movimiento, 
          con esta misma seguridad Dios podía decirle a Adán lo que le dijo: 
          “Polvo eres y al polvo volverás”.
           Evidentemente nosotros somos el Género Humano, el 
          mundo atrapado en las redes de esa Ciencia por culpa del Acontecimiento 
          que llamamos la Caída de Adán. Quiero decir, lo único que tenemos 
          para creer en esa crónica anunciada es la Palabra de Dios. Y lo 
          único que tenemos para creer en que esa Palabra es Dios es la 
          Fe. Una Fe que se expresó en términos conocidos, diciendo: “Al 
          principio era el Verbo, y el Verbo estaba en Dios, y el Verbo 
          era Dios”.
           Dos posturas, creer o no creer. Y las dos forman 
          parte de la misma fenomenología. Ser cristiano significa que se 
          vive dentro de la primera opción.
           Como hombres sin embargo, hijos de un Universo que 
          ha vivido esta experiencia en sus carnes, la lucha por mantener 
          nuestra Fe contra la irracionalidad de las fuerzas que han empujado 
          al Género humano al abismo de su autodestrucción nos impone su 
          propia ley. Enfrentados al destino del mundo nuestra inteligencia 
          intenta buscar en la Historia esa realidad objetiva que nos permita 
          darle a su cuerpo la naturaleza de una Ciencia. Y después de estudiar 
          la Historia la conclusión a la que llegamos es que así es, la 
          Historia Universal es una ciencia exacta.
           Como para los peregrinos que llegan a Roma lo importante 
          no es el camino, porque hay infinitos, sino llegar, en este terreno 
          del descubrimiento de la estructura de la Historia Universal viene 
          a pasar lo mismo, no importa tanto la plataforma desde la que 
          se llega al conocimiento de sus leyes cuanto el hecho de ser muchos 
          los testigos de la existencia de esas leyes. Es más, el hecho 
          de proceder esos testigos de diferentes zonas ideológicas no sólo 
          no contradice el valor de la ley sobre la que se testifica, sino 
          que precisamente por llegarse a ella desde diferentes caminos 
          este punto de encuentro se convierte en un argumento de fuerza 
          científica contra cuyo peso toda disputa pierde sentido. Lógicamente 
          siempre hay quien quiera pararse a negar lo evidente.
           Yo, esclavo de la ley por excelencia de la vida mortal: 
          el tiempo es oro, no seré yo quien se pare a discutir si es el 
          sol el que brilla o es la luz la que hace brillar al sol, si es 
          el agua la que mueve la corriente o la corriente la que mueve 
          el agua del río. Dios me libre de imitar a los sabios aquéllos 
          que discutían para mostrarse así mismos el hecho de ser mejor 
          que ese vulgo que apenas sabía hablar; no digamos ya articular 
          un buen razonamiento.
           A este tipo de discusiones -si en las antípodas llueve 
          para arriba o para abajo- se le llamó en su tiempo bizantinas, 
          porque, como se ve, era la forma de pasar el tiempo que tenían 
          los que no tenían nada mejor que hacer. Los sofistas, y como tales 
          artistas de las disciplinas de la composición y la manipulación 
          del don de la palabra, como esos artistas que necesitan que les 
          aplaudan su genio, o como aquéllos matemáticos del siglo XX que 
          se distraían creando universos con una palanca de números, los 
          bizantinos, como había señores de la guerra, se distraían ellos 
          compitiendo a ver quién era el más brillante señor de la palabra. 
          Fueron ellos quienes inventaron la cuadratura del círculo por 
          ejemplo, o el dilema de la victoria de la tortuga contra las veloces 
          piernas de Aquiles, entre otros muchos enigmas del universo. Si 
          algo nos enseñó Jesús con la dura realidad de su Cruz es que el 
          don de la palabra que se nos ha concedido tiene una función algo 
          más digna y poderosa que matar el tiempo de nadie, cuanto menos 
          el propio. Así que regresemos a la fuente de nuestro pensamiento, 
          que es Cristo.
           Eterno, la conclusión final a que le condujo a Dios 
          su relación con esta fenomenología cósmica es que todo mundo sujeto 
          a la Ciencia del bien y del mal, si abandonado a sus propias fuerzas, 
          tiene por vocación segura su autodestrucción apocalíptica.
           Increado, Dios vivió esta fenomenología más veces 
          de las que podamos hacernos un cálculo. Y fue partiendo de esa 
          experiencia que se juró a si mismo desterrarla de su Creación, 
          aún cuando tuviera que transformar la Realidad y crear un Nuevo 
          Cosmos.
           Inapelable, cuando al Principio le dijo a su hijo 
          Adán: “No comas, porque morirás”, no le estaba diciendo “morirás 
          porque a mí me dé la gana, yo soy Dios, tú seguirás siendo una 
          bestia aunque tu mujer sea guapa como una diosa, y aquí se hace 
          lo que mande yo que para eso soy todopoderoso y omnipotente, ¿vale?”.
           No, en absoluto. Dios no le estaba hablando de esta 
          manera; un padre no le habla así a un hijo. Le estaba hablando 
          a la manera que le decimos a un hijo nuestro que no juegue con 
          la electricidad. Corriente eléctrica tiene que existir y por miedo 
          a un accidente no vamos a prohibir la luz. La verdad que nos queda 
          es decirles a nuestros hijos que con la luz no se juega. Y punto. 
          Si hay alguno que se ofende, peor para él. Desde esta verdad le 
          dijo Dios a Adán: “No comas, porque el día que comas, morirás”.
           Es difícil saber cómo el joven Lutero llegó a imaginarse 
          a Dios a imagen y semejanza de un tirano, como si Dios fuera un 
          dictador. ¿Esta actitud suya frente a Dios no tuvo su génesis 
          en algún pecado de juventud?
           ¿El comportamiento animal que en su celda desarrolló 
          frente a Dios no permite relacionar su entrada en el convento 
          con el castigo que se merecía, según su conciencia, algún pecado 
          inconfesable suyo? ¿De la violencia contra sí mismo que su decisión 
          de meterse a fraile desató no se puede deducir que se sintió atrapado 
          en flagrante delito, según venía de cometer su pecado inconfesable, 
          su secreto? Su respuesta a la tormenta fue la clásica del hombre 
          primitivo que se cree que la tormenta se ha desatado por su culpa, 
          como si el sentido de las fuerzas de la Naturaleza fuera el hombre.
           Y creyendo el joven Lutero que la tormenta tenía 
          en su culpa su origen, el rayo que estuvo a punto de fulminarle 
          expresión de la cólera de Dios, pidió clemencia ofreciendo como 
          penitencia meterse a fraile.
           Obviamente no es de esperar que el Maestro Lutero 
          fuera por ahí confesándole a nadie de dónde venía aquella tarde, 
          o por qué creía que de donde viniera se merecía el castigo que 
          a sí mismo se impuso, entrar en un convento. Pero nosotros, deduciendo 
          de su juventud, 22 años, no tenemos que poner demasiada sagacidad 
          en el asador ni ser más mal pensado de la cuenta para comprender 
          que el joven Lutero regresaba de una cita amorosa, romance de 
          naturaleza sexual, por la razón que fuera inconfesable a los ojos 
          de sus padres. ¿Una viudita que le doblaba en años? ¿Qué tipo 
          de amor prohibido podía resultarle tan inconfesable a un joven 
          de 22 años en un mundo donde la licencia sexual se había instalado 
          en aquel trono de Roma donde un obispo había sentado el culo de 
          sus amantes? Hablamos de los Borgias, por supuesto, y de aquel 
          santo padre Alejandro VI.
           La naturaleza del pecado inconfesable del joven Lutero 
          no la conocemos exactamente. Lo más natural en un joven de 22 
          años es que tuviese una amante secreta, de cuya casa regresaba 
          cuando lo atrapó aquella tormenta. Culpable -pensando en sus padres- 
          y a la vez gozoso pensando en su Yo propio- el peso del momento 
          le negó el auxilio que viene del alma y, como quien en la carretera 
          o en el trabajo comete un fallo técnico que casi le cuesta la 
          vida y le deja marcado para los restos, asustado de muerte por 
          aquel rayo el joven Lutero, habiendo visto Dios donde debiera 
          haber visto al Diablo, que a todos nos busca y siempre anda buscando 
          a quien engañar precisamente haciéndose pasar ante los ojos de 
          su alma por Dios, engañado de aquella manera, cegada su inteligencia 
          para descubrir en la actitud del Dios del Antiguo Testamento el 
          drama en el origen de su actitud distante y fría -justiciera, 
          en palabras de Lutero- Lutero quedó ciego para comprender que 
          quien destrozó su vida haciéndole pagar un pecadillo de juventud 
          con un castigo tan grande, no fue el Dios, Padre de Jesucristo, 
          en cuyas manos al final de su vida pusiera su alma. Su confesión 
          personal al respecto nos aclarará mejor las ideas que una montaña 
          de discursos:
           “Aunque como monje yo llevaba una vida intachable 
          me sentía ante Dios como pecador y con la conciencia inquieta 
          y no podía sentir que Dios me fuera propicio. Por eso no amaba 
          al Dios que castiga a los pecadores, antes bien lo aborrecía. 
          Así ofendía yo a Dios si no con oculta blasfemia, sí por lo menos 
          con fuerte murmuración y decía: No contento con que los miserables 
          pecadores, que se pierden eternamente por razón del pecado original, 
          estén oprimidos según la ley de la antigua alianza con calamidades 
          de toda especie, Dios quiere también amontonar tormento sobre 
          tormento con el mismo evangelio, al amenazarnos también en la 
          buena nueva con su justicia y su ira. Así me enfurecía con conciencia 
          rabiosa y trastornada, y me devanaba los sesos con aquel pasaje 
          de Pablo, llevado del ardiente deseo de saber lo que Pablo quería 
          decir. Hasta que tras largas meditaciones de día y de noche, Dios 
          se apiadó de mí y caí en la cuenta del nexo interno entre los 
          dos pasajes: La justicia de Dios se revela en el evangelio, como 
          está escrito: el justo vive de la fe. Entonces comencé a entender 
          la justicia de Dios como la justicia por la que el justo vive 
          gracias al don de Dios, y vive por la fe. Aquí me sentí francamente 
          como si hubiera vuelto a nacer y hubiera entrado por las puertas 
          abiertas del paraíso. Cuán grande había sido antes el odio que 
          me inspiraba la palabra: justicia de Dios, era ahora el amor con 
          que la exaltaba como la palabra más dulce”.
           Hermano Lutero, jamás entendiste el Drama Divino 
          que llevó a su Hijo unigénito a la Cruz. Todo lo que te importaba 
          empezaba, como tus Tesis, en tu Yo propio, y acababa en Tí Mismo. 
          La Tragedia del Género Humano tuvo por Origen un Drama Divino. 
          Y tú, en lugar de levantar tus brazos por la Victoria de la Justicia 
          y el espíritu altamente civilizado de nuestro Dios, tú te dedicaste 
          a odiarlo porque según tú, había penado tu pecadito de juventud 
          castigándote a castidad perpetua.
           Hermano Lutero, fuiste el rey en el reino de los 
          ciegos. No comprendiste jamás el Drama de la Humanidad. Tu propia 
          miserable tragedia era lo único que te importaba. Y un día descubriste 
          que el justo vive de la Fe. La piedra filosofal en tu poder ya 
          le podías meter fuego al mundo y reducirlo a cenizas, porque antes 
          que tú nadie había visto que en la Fe Cristiana se revela la Justicia 
          de Dios sobre todo el que le ama. El rey de los necios necesitaba 
          un reino de necios. Y el Diablo se lo dio. Pero como hay Cielo 
          y hay Tierra que quienes te empujaron a ese extremo tienen todas 
          las papeletas para irse contigo al Infierno. Y allí juntos podrás 
          meterle fuego al fuego, según tus propias palabras:
           “Por lo tanto, yo te digo que yo en esta lucha intento 
          una cosa que para mí es seria, necesaria y eterna, que es de tal 
          calibre que es necesario que sea afirmada y defendida incluso 
          por medio de la muerte, también aunque el mundo entero debiera 
          arder en tumultos y guerras, más aún, aunque el mundo se precipitase 
          en el caos y fuese reducido a cenizas”.
           
           
           CAPÍTULO 40.
           La verdadera contrición
            
           -La verdadera contrición 
          busca y ama las penas, pero la profusión de las indulgencias relaja 
          y hace que las penas sean odiadas; por lo menos, da ocasión para 
          ello.
              
           La verdad no tiene color ni edad. El crecimiento 
          de la Humanidad en cambio sí tiene su ley de oro en la riqueza 
          que procede del intercambio continuo y constante de conocimiento 
          e ideas, que llega desde las más diversas fuentes y lo hace a 
          través de las más distintas formas. La crítica es una de ellas.
           La crítica no haría falta si fuéramos infalibles, 
          ni diéramos jamás un paso en falso y estuviésemos libres de morder 
          el polvo de vez en cuando. Es decir, si fuéramos perfectos.
           Perfecto sólo era Dios. Bueno, hasta que llegó aquel 
          obispo de Roma que no necesitaba que nadie le dijera nada y él 
          entendía de todo y a todos podía decirle lo que hacía falta, cuándo 
          y cómo. Y ya fueron dos. Entonces llegó Lutero y ya fueron tres.
           La condición de la infalibilidad exige la omnisciencia. 
          Aunque si sólo se cumple cuando se habla ex-cátedra, entendiendo 
          esta razón a la manera que decimos que en su trabajo el albañil 
          que de verdad es bueno -como mi hermano- habla ex cátedra, en 
          este caso sí existe infalibilidad ex cátedra.
           Infalibilidad que, por naturaleza, le es lógica a 
          cualquier profesional digno de su profesión, a no ser que ahora 
          todos entendamos de todo y la especialización del trabajo no implique 
          esa confianza del que trabaja ex-cátedra.
           La necesidad de definir esta naturaleza de la infalibilidad 
          ex-cátedra, de todos modos, es prueba del orgullo que el obispo 
          de Roma ha cultivado desde los días del autor de la declaración 
          de locura pontificia que hemos trasladado a este libro. Orgullo 
          que lo condujo a creerse Santo y Padre. Dos cosas que sólo le 
          son naturales a Dios. Y a imagen y semejanza de cuya locura fue 
          la locura del que tuvo que recordarle a todo el mundo cristiano 
          una ley tan elemental como que la lluvia cae para abajo y los 
          volcanes explotan para arriba, a saber, que si la pena debida 
          al delito se puede comprar con dinero entonces cometamos tantos 
          delitos como nos venga en gana. Mientras tengamos el dinero para 
          pegar la puñalada y pagar al médico aquí no pasa nada. Adulteremos 
          hasta que nos salga por los ojos la cuenta de nuestro delito contra 
          la dignidad de nuestra pareja, pero procuremos tener la bolsa 
          llena para comprar la absolución papal. Y así todo lo demás. Que 
          una ley tan básica en la doctrina del cristianismo fuera pisada 
          por la avaricia de aquéllos obispos de Roma que rivalizaron con 
          los emperadores alemanes y franceses a ver quién se construía 
          el palacio más grande, y que hubiera de ser recordada contra la 
          infalibilidad ex-cátedra del sucesor de Pedro, ¿a este delito 
          cómo se le llama? Aunque claro, qué tonto soy, quien es infalible 
          no puede errar, y si no puede errar no puede pecar.
           De manera que a los crímenes de los papas, cuando 
          se mataban entre ellos, no se les debe llamar asesinatos. Los 
          seres infalibles están más allá de las definiciones bajo las que 
          se comprenden los actos de los seres falibles.
           Aunque parezcan que son los mismos es sólo apariencia, 
          pues no es lo mismo enviar a un ser infalible antes al Paraíso 
          que enviar a cualquier otro tipo al infierno, al purgatorio o 
          adonde quiera que se vayan las almas. La infalibilidad implica 
          que no puede ser juzgado quien es infalible, ni por Dios ni por 
          alguien más grande que Dios. Así que si un papa mata a otro papa 
          eso no es un crimen, es un favor que los unos se hacen a los otros.
           ¿No es la vocación del cristiano el Cielo? Pues anda, 
          ya te puedes ir.  
            
            
           CAPÍTULO 41.
           Las obras de caridad
            
           -Las indulgencias apostólicas 
          deben predicarse con cautela para que el pueblo no crea equivocadamente 
          que deban ser preferidas a las demás buenas obras de caridad.
              
           Falso. Si el criticado aireaba su infalibilidad divina 
          a todo trapo y el que criticaba quería hacer de la suya también 
          gala, tanto el uno como el otro erraban. El primero por anularla 
          y el segundo por no afirmarla. En este mundo no hay nada más grande 
          que las obras que vienen de la caridad.
           Caridad es lo que tuvo el samaritano. Caridad es 
          lo que tuvo Jesucristo por todos. Aunque tengamos más fe que el 
          resto del mundo el fruto de la Caridad más pequeñita es infinitamente 
          más grande que el orgullo de esa fe tan enorme que ni puede moverse 
          de la cama, porque si estás muerto para quien necesita de Cristo 
          en ti estás muerto para Dios.
           Cristo es ese que derrama una moneda en el vaso del 
          pobre, Cristo es ese que se calla y comprende el dolor y se levanta 
          y hace lo que puede, con una palabra amable, con un gesto amigo. 
          No hay que ser cristiano para ser Cristo, pero sí hay que estar 
          en Cristo para derramarse en frutos de caridad, entendida como 
          sabiduría vivificante y como acción constante que comparte todos 
          los bienes, materiales y espirituales, con el prójimo, porque 
          todos somos hermanos y tenemos un sólo Padre. Así que no hay más 
          absolución de nuestras faltas que las que, como dijo Jesús, la 
          de esa moneda silenciosa que humilde cae en las manos del que 
          tiene hambre. La otra sólo hace pervertir a los siervos del Señor 
          y los hace objeto de la debida expulsión de su trabajo. Porque 
          Pedro pudo decirle con toda la dignidad de un hijo y siervo de 
          Dios a aquel pobre hombre: Dinero no tengo, te doy lo que tengo. 
          Y el hombre anduvo. Pero su sucesor no puede hacer andar, y pudiendo 
          dar lo único que podría, dinero, se lo guardaba para sí mediante 
          la indulgencia.
           De donde se ve que fray Martín no iba buscando la 
          ruptura con aquellos siervos indignos de Dios, sino mas bien contribuir 
          con su arte al dicho: El que parte y reparte se lleva la mejor 
          parte. Fray Martín creía haber encontrado la fórmula para conciliar 
          lo irreconciliable, la crítica del pueblo inteligente con la indignidad 
          miserable de la conducta de aquellos obispos alemanes que secundaban 
          el delito de un obispo de Roma, que no contento con el palacio 
          de los papas en Aviñón ahora quería algo más grande, algo más 
          a la medida de su dignidad de dios en la Tierra. 
            
           
           CAPÍTULO 42.
           Las obras de misericordia
            
           -Debe enseñarse a los cristianos 
          que no es la intención del Papa, en manera alguna, que la compra 
          de indulgencias se compare con las obras de misericordia.
              
           Y, por supuesto él, Martín Lutero, podía ser ése 
          insigne maestro que les enseñaría a los cristianos a diferenciar 
          entre lo que el Papa decía y lo que el Papa hacía. No era ya bastante 
          la burla y la miseria que sobre la doctrina de la salvación estaba 
          echando el obispo romano que ahora, encima, iba a contratar a 
          un abogado del diablo para que les enseñara a los cristianos a 
          no comparar el amor al prójimo con el amor al Papa.
           Un profesor de Sagrada Escritura, ¿quién mejor que 
          un profesor de teología para mantener el status quo? La intención 
          del Papa no era que se dejase de socorrer a las viudas y a los 
          huérfanos. No. Que va. De ninguna manera. La intención del Papa 
          era que hiciesen lo uno sin olvidar lo otro, y con el dinero que 
          les quedase se las arreglasen como pudieran. La intención del 
          Papa era construirse su divino palacio con madera de pino y piedra 
          pómez, nada de mármol ni de roble.
           Lutero sabía perfectamente cuál era la intención 
          del Papa. Él sabía qué quiso o no quiso decir Jesucristo; sabía 
          también que quería Dios. Cómo no iba a saber cuál era la intención 
          del Papa. Y sabía muchas cosas más. Por ejemplo, sabía cómo limar 
          las chispas que estaban saltando y amenazaban con prender la llama 
          que haría saltar el polvorín de la paciencia de aquella nueva 
          generación de hijos del Renacimiento que soportaban el escándalo 
          de mala manera y, como a Erasmo, sólo el miedo a la cólera de 
          un colegio cardenalicio que ya había demostrado su infinita capacidad 
          para quemar a sus detractores -Juan Huss, Savonarola y otros- 
          les tenía atada la lengua.
           Venga hombre, ¿qué debía enseñarse a los cristianos?, 
          ¿que la intención del Papa no era cuál? Este tío era idiota y 
          tomaba a todo el mundo por idiota de nacimiento. Si la intención 
          del Papa no era que la única obra de misericordia practicada por 
          los cristianos fuera la compra de indulgencias ¿cómo creía el 
          frailucho alemán que el rey de Roma se iba a construir su “choza”? 
          ¿Quién se le iba a pagar, el emperador de Alemania, el rey de 
          Francia, el de España, el de Inglaterra?
           Si algo los cristianos debían saber era que las indulgencias 
          eran el robo del socorro debido a las viudas y a los huérfanos. 
          Si algo debía enseñárseles a los cristianos, a riesgo del cuello 
          incluso, era que el dinero destinado a las arcas del arzobispo 
          alemán, del Papa y de los Fugger era que cada penique que caía 
          en las manos de aquellos ladrones se les robaba a los pobres.
           ¿Sucesor de aquel Pedro que vivió con lo puesto y 
          se ganó su pan con el sudor del trabajo de sus manos el Papa? 
          Mucho habían cambiado las cosas en Roma desde entonces. ¿Y besándole 
          el culo a aquéllos ladrones era como pensaba reformar Lutero la 
          Iglesia? ¿Qué pasa, que no quería ponerse a la cola y con su gesto 
          heroico quiso atraer la atención hacia su lengua? ¿Qué era, bífida? 
          ¿No podía esperar su turno como todo el mundo? ¿Tenía que seguir 
          machacando a gritos las excelencias de su capacidad para instruir 
          a los cristianos? ¿Las obras de misericordia gratas a Dios no 
          son conocidas desde la Antigüedad? ¿No las conocían de sobra los 
          obispos? Sólo tenían que abrir el libro de Isaías, irse al capítulo 
          58, parar la mirada en el ayuno grato a Yavé, y leer:
           “(Contra esa fe que salva sola) ¡Bienaventurado el 
          justo, porque habrá bien, comerá el fruto de sus obras!
           (Contra la predestinación protestante) ¡Ay del impío, 
          porque habrá mal, recibirá el pago de las obras de sus manos!
           (Contra la vida en penitencia perpetua) ¿Es acaso 
          así el ayuno que yo escogí, el día en que el hombre se mortifica?
           (Contra el menosprecio de sí mismo, sea en forma 
          de odio o cualquier otro síntoma esquizofrénico que atente directamente 
          contra el Amor) ¿Encorvar la cabeza como un junco y acostarse 
          con saco y ceniza?
           (Contra la sabiduría de los doctores en artes y sagrada 
          escritura) ¿A eso llamáis ayuno y día agradable a Yavé?
           (Contra los que interpretan la voluntad de Dios en 
          nombre de Dios, su Hijo o su Espíritu Santo) ¿Sabéis que ayuno 
          quiero yo?, dice el Señor Yavé: (Atentos) Romper las ataduras 
          de iniquidad -contra todo imperio; Deshacer los haces opresores 
          -contra toda dictadura; Dejar libres a los oprimidos (Contra todo 
          régimen autoritario) Y quebrantar todo yugo -contra toda tiranía; 
          Partir tu pan con el hambriento -por la fraternidad universal; 
          Albergar al pobre sin abrigo -por la igualdad entre todos los 
          hombres; Vestir al desnudo -por la libertad de todos los hombres; 
          Y no volver tu rostro ante tu hermano -por el Amor de Dios. Entonces 
          brotará tu luz como la aurora (contra los que niegan que las obras 
          y la fe no sean las dos caras de la misma moneda), Y pronto germinará 
          tu salvación (contra los que niegan la libertad del cristiano 
          afirmando la predestinación del justo y del impío desde las entrañas 
          de sus madres) E irá delante de ti la justicia (fruto de la justicia 
          que nace de las obras del cristiano); Y detrás la gloria de Yavé 
          (contra los que abandonan la fe a la locura de los pastores). 
          Entonces llamarás y Yavé te oirá; le invocarás, y El dirá: Heme 
          aquí”.
           Y si este trabajo de lectura es demasiado ejercicio 
          de memoria, o una pérdida de tiempo para quien el tiempo es oro 
          y toda la vida se reduce a amontonarlo, sólo hay que abrir el 
          Evangelio, cualquiera de ellos, irse al Juicio Final y leer cuáles 
          son las obras de misericordia gratas al Señor:
           “Entonces dirá el Rey a los que están a su derecha 
          (esto no es un partido político): Venid, benditos de mi Padre, 
          tomad posesión del reino preparado para vosotros desde la creación 
          del mundo (esto no es una declaración de condenación de Dios al 
          estilo de Lutero y Calvino; la Caída de Adán no estaba preparada 
          desde la creación del mundo, que es lo que afirmaron, pero ese 
          Reino sí, porque para vivir en su Paraíso creó Dios al Hombre). 
          Porque tuve hambre y me disteis de comer (contra esas grandes 
          naciones que en nombre del Mercado destruyen toneladas de alimentos 
          en nombre de las leyes del Mercado mientras millones se mueren 
          de hambre); tuve sed, y me disteis de beber (contra esas naciones 
          que especulan con las vidas de los pueblos y los privan de sus 
          necesidades en base a sus intereses económicos); peregriné, y 
          me acogisteis (contra las leyes de la libertad de movimiento de 
          los seres humanos en nombre de la estabilidad de los sistemas 
          nacionales); estaba desnudo, y me vestisteis (contra las fronteras 
          ideológicas, raciales o económicas); enfermo, y me visitasteis 
          (contra la especulación de los medicamentos en nombre de los intereses 
          de unos pocos); preso, y vinisteis a verme (contra la transformación 
          de la Justicia en justicia casera esclava de conceptos nacionalistas 
          asesinos y criminales)”.
           ¿No era esto hermano Lutero lo que querías decirle 
          a tu superior cuando le pediste que te otorgasen una cátedra desde 
          donde enseñar al pueblo cristiano a hacer obras de misericordia? 
          Oigámoslo con tus propias palabras:
           “Perdóname, reverendísimo padre en Cristo y príncipe 
          ilustrísimo, que yo, hez de los hombres, sea tan temerario, que 
          me atreva a dirigir esta carta a la cumbre de tu sublimidad. Bajo 
          tu preclarísimo nombre se hacen circular indulgencias papales 
          para la fábrica de San Pedro, en las cuales yo no denuncio las 
          exclamaciones de los predicadores, pues no las he oído, sino que 
          lamento las falsísimas ideas que concibe el pueblo por causa de 
          ellos. A saber: que las infelices almas, si compran las cartas 
          de indulgencia, estén seguras de su salvación eterna; ítem, que 
          las almas vuelan del purgatorio apenas se deposita la contribución 
          en la caja; además que son tan grandes los favores, que no hay 
          pecado por enorme que sea, que no pueda ser perdonado aunque uno 
          hubiera violado -hipótesis imposible- a la misma Madre de Dios; 
          y que el hombre queda libre por estas indulgencias, de toda pena 
          y culpa. ¡Oh Dios Santo! Tal es la doctrina perniciosa que se 
          da, Padre óptimo, a las almas encomendadas a tus cuidados. Y se 
          hace cada vez más grave la cuenta que has de rendir de todo esto. 
          Por eso, no pude por más tiempo callar. ¿Qué hacer, excelentísimo 
          prelado e ilustrísimo príncipe, sino rogar a tu Reverendísima 
          Paternidad se digne mirar esto con ojos de paternal solicitud 
          y suprimir el librito e imponer a los predicadores de las indulgencias 
          otra forma de predicación, no sea que alguien se levante por fin, 
          y con sus publicaciones los refute a ellos y a tu librito, con 
          vituperio sumo de tu Alteza? Desde Wittenberg 1517, en la vigilia 
          de Todos los Santos. Martín Lutero, agustino, doctor en sagrada 
          teología”.
           Amén, amén. Si esto no es presentarse como un perro 
          con la lengua afuera dispuesto a chupar lo que le pongan delante, 
          entonces yo soy Napoleón. Pero dejemos que nos siga instruyendo 
          el Doctor en Sagrada Teología.  
            
           
            
            CAPÍTULO 43.
           Ayuda al indigente
             
           -Hay que instruir a los cristianos 
          que aquel que socorre al pobre o ayuda al indigente, realiza una 
          obra mayor que si comprase indulgencias.
              
           Qué listo. El premio Nobel a la honestidad por decir 
          la verdad, el premio Nobel a la hipocresía por querer servirse 
          de la verdad para que siguiera adelante la mentira. ¡El Papa en 
          ningún caso quería que se comparase las indulgencias con las obras 
          de misericordia! Aunque parezca imposible, “ilustrísimo príncipe” 
          yo puedo hacerlo, yo soy Maestro en Artes retóricas y Sagrada 
          Escritura: yo puedo hacer que convivan las dos cosas juntas. Mirad 
          que la paciencia de mi pueblo se está agotando y si quiero puedo 
          removerla y hacer que os explote en la cara. Es que, veréis, yo 
          sé mucho...
           Si miserables eran los unos no menos miserable era 
          el otro. ¿De verdad llegó a creerse Lutero que el orgullo de aquella 
          generación de siervos indignos se iba a dejar chantajear por un 
          fraile?, ¿de dónde?, ah sí, de Wittenberg. Lo trágico es que de 
          verdad fray Martín llegó a creer, de verdad de verdad creyó, tal 
          vez no pudiendo evitar ejercer la vocación de abogado a la que 
          renunciara -por amor al Evangelio por supuesto- que podría negociar 
          con aquélla generación de miserables algo tan vital para ellos, 
          el dinero.
           “El que no lo deja todo por amor a mí no es digno 
          de mí”, dijo Jesús. ¿Esto incluye también a quien lo dejó todo 
          por una cagada? Vamos a ver, ¿a quién le importaban las obras 
          de misericordia? ¿A la iglesia alemana? ¿A la iglesia italiana? 
          Con obras de misericordia no se ganaba un imperio ni se hablaba 
          de igual a igual con emperadores y reyes. Socorriendo a los huérfanos 
          y a las viudas ya no se ganaba nada. Ni al rebaño ni a sus pastores 
          le interesaban las obras de misericordia. ¿Qué era el fraile ése, 
          un chalado como la copa de un pino? Y sin embargo la oferta del 
          chalado era buena; mientras ellos se dedicaban a los reyes, él, 
          Martín Lutero, Doctor en Sagrada Escritura, se encargaría de mantener 
          al pueblo contento y feliz mientras sus pastores le chupaban la 
          sangre.
           ¿Así era como pensaba Lutero emprender una Reforma, 
          enseñándole a los cristianos a dejarse robar? ¿Un Pacto con el 
          Diablo era lo que él le estaba proponiendo a la Esposa de Cristo? 
          Pobre Lutero, su ignorancia fue su sino; su vida fue sólo una 
          sucesión de traiciones a sí mismo. Traicionó su futuro por un 
          susto de muerte de los que los hombres tenemos más de uno en la 
          vida; volvió a traicionarse por un fallo de cálculos, algo que 
          nos suele pasar al que más al que menos.
            
           
           CAPÍTULO 44.
           La caridad y el hombre
            
           -Porque la caridad crece 
          por la obra de caridad y el hombre llega a ser mejor; en cambio, 
          no lo es por las indulgencias, sino a lo más, liberado de la pena.
              
           Lo que me recuerda, en efecto, que debo tener caridad 
          de un muerto. Y comprender que a un alma con un pie en el infierno 
          lo que le conviene es la caridad y no que le den el empujón que 
          lo acabe de enviar al infierno al que él mandara a tantas naciones 
          por el pecado de unos pocos. Porque hermano Lutero, lo único santo 
          y real en aquéllas circunstancias de corrupción generalizada, 
          en la que la iglesia alemana tuvo tanta culpa al resistirse al 
          Espíritu Santo tantas veces, la verdadera reforma hubiera estado 
          en el ataque frontal y directo.
           Era arriesgado y tu cuello hubiera estado en la balanza, 
          pero era la única posibilidad de mantener la Unidad en disputa 
          entre miembros de un mismo cuerpo. Lo otro, hacer de abogado entre 
          el pueblo alemán y la jauría de ladrones con sotana que en ese 
          momento habían conquistado las sedes del obispado, alemán y romano, 
          era hacer de abogado del Diablo, y desde esta opción la ruptura 
          que hubiera debido mantenerse a nivel de disputa sólo podría degenerar 
          en División entre los pueblos del Reino de los cielos en la Tierra. 
          ¿Lo comprendes ahora, o cinco siglos después sigues teniendo la 
          misma capacidad intelectual?
           La ignorancia sobre la verdadera naturaleza de la 
          situación que el Diablo había propiciado, eligiendo por pastores 
          la peor especie de cristiano concebible, fue la tragedia de aquel 
          fraile que de verdad creyó que podía llegar a un acuerdo que evitase 
          la Rebelión contra una iglesia que tenía más propiedades que todos 
          los reyes juntos del siglo XVI. Se dice que el Diablo, habiéndose 
          burlado desde el principio de su inocencia, no pudo ver partir 
          a Lutero de este mundo sin descubrirle donde se había metido aquella 
          inocencia suya, lógicamente en su trasero.
            
            
           
           CAPÍTULO 45.
           La indignación de Dios
            
           -Debe enseñarse a los cristianos 
          que el que ve a un indigente y, sin prestarle atención, da su 
          dinero para comprar indulgencias, lo que obtiene en verdad no 
          son las indulgencias papales, sino la indignación de Dios.
              
           -Vamos a ver, somos malos porque nos encanta serlo. 
          Este fraile nos toma por idiotas de nacimiento -se dijeron aquéllos 
          siervos del obispo romano, pero no siervos de Cristo-. Si les 
          recordamos lo que ya saben y tanto tiempo nos ha costado hacer 
          que olviden ¿cómo se cree este fraile que vamos a construirnos 
          nuestros palacetes?, ¿con los besitos que le den al papa en el 
          culito los creyentes? -y se rieron del gesto de aquel Lutero todo 
          parsimonioso como si fuera un nuevo Moisés, decálogo en mano avanzando 
          hasta la puerta de la iglesia de Wittenberg.
           Uno de ellos dijo: La eternidad te contempla- y del 
          humor tan sátiro los demás se partieron de risa pensando en el 
          Pacto que se les proponía. No eran bastantes y venía un frailucho 
          - ¿De dónde? ¿De qué orden? Ah sí, agustino- a pedir permiso, 
          pasar y participar en el reparto del que parte y reparte se lleva 
          la mejor parte. ¿O acaso no era él también hijo y siervo de Dios 
          y no tenía tanto derecho como el primero a construirse su propio 
          palacete?
           –Otro que se cree que los últimos serán los primeros, 
          jajajuojuokjijejejaja- se burlaron con ganas aquéllos animales.
           ¿Refutar por la Sagrada Escritura que se gana la 
          indignación de Dios quien le quita el pan al pobre para que el 
          obispo romano engorde como un cerdo? ¿Dónde está el tonto que 
          se ponga a registrar la Biblia en busca de un juicio contra quien 
          engorde al Papa? ¿Qué es lo que se debe enseñar, hermano Lutero? 
          Yo te diré lo que se debe enseñar a los cristianos: Hermano Lutero, 
          se les debe enseñar que quien engorda a un cerdo lo destina al 
          matadero. Esto es lo que debiste haber enseñado. Debiste enseñar 
          la doctrina de Cristo que aquellos a quienes les ofreciste tus 
          servicios no enseñaban. ¿La recuerdas?
           “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno, preparado 
          para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre, y no me disteis 
          de comer; tuve sed, y no me disteis de beber; fui peregrino, y 
          no me alojasteis; estuve desnudo y no me vestisteis; enfermo y 
          en la cárcel y no me visitasteis. Entonces ellos responderán diciendo: 
          Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, o sediento, o peregrino, o 
          enfermo, o en prisión y no te socorrimos? El les contestará diciendo: 
          En verdad os digo que cuando dejasteis de hacer eso con uno de 
          estos pequeñuelos, conmigo dejasteis de hacerlo. E irán al suplicio 
          eterno, y los justos a la vida eterna”.
           ¿Pero a quién vas a engañar, hermano Lutero? Tú nunca 
          pensaste en una Reforma. Como la primera vez y siempre tú sólo 
          seguías pensando en tu trasero. ¿Cómo no te iba a mostrar el Diablo 
          el suyo el día de tu muerte?
           Podías engañar a todo el mundo, pero a él no le engañaste 
          nunca. Él te engañó a ti haciéndose pasar por Jesucristo y a ti 
          por Pablo de Tarso tirado del caballo por el rayo. Te volvió a 
          engañar cuando se hizo el vencido y se retiró de la celda en la 
          que te acabó de volver loco. Te volvió a engañar haciéndote creer 
          que el señor arzobispo vería tu sutil inteligencia y te contrataría 
          a su servicio. Si hubieras buscado la Reforma movido por el celo 
          del Espíritu Santo jamás hubieras dicho palabras como estas:
            
            
           
           
           CAPÍTULO 46.
           Los bienes superfluos
            
           -Debe enseñarse a los cristianos 
          que, si no son colmados de bienes superfluos, están obligados 
          a retener lo necesario para su casa y de ningún modo derrocharlo 
          en indulgencias.
              
           Dejando aparte la trampa retórica al pedir que se 
          refute la ley más elemental de la vida diaria con la Biblia en 
          la mano, la inocencia en esta proposición nos aclara dos cosas 
          de suma importancia para comprender el éxito de Lutero y su fracaso 
          para alejar de su movimiento la violencia. Esas dos cosas son: 
          Primera, que vista la irrelevancia de las mismas, sin el analfabetismo 
          y la ignorancia del pueblo alemán estas Tesis no hubieran viajado 
          jamás a Roma. Y segunda, que poniendo la carita buena del corderito 
          que sólo deseaba ser pastorcillo sujeto a la obediencia del gran 
          pastor romano, a cuyo servicio -como David su honda al servicio 
          del rey de Jerusalén- ponía su sabiduría para apagar la llama 
          que se acercaba al polvorín alemán; haciendo esto: vender por 
          dinero su alma al diablo, algo natural en un buen abogado, Lutero 
          escondía bajo la piel del corderito el fuego que le descubriera 
          a Erasmo hablando sobre su causa: “Por lo tanto, yo te digo que 
          yo en esta lucha intento una cosa que para mí es seria, necesaria 
          y eterna, que es de tal calibre que es necesario que sea afirmada 
          y defendida incluso por medio de la muerte, también aunque el 
          mundo entero debiera arder en tumultos y guerras, más aún, aunque 
          el mundo se precipitase en el caos y fuese reducido a cenizas”.
           ¿Palabras de Cristo o del Diablo?
           Somos cristianos porque como las hojas del árbol 
          llevan Su naturaleza y sus flores Su fragancia y su fruto Su esencia, 
          nuestras palabras y nuestras obras son reflejos de la esencia, 
          fragancia y naturaleza del árbol del que somos sus ramas, sus 
          hojas, su fruto, es decir, Cristo. ¿Cómo pues podía Aquél que 
          dijo: Yo soy todo Paz, engendrar uno que era todo guerra?
           Hablando de las tinieblas de Egipto y la columna 
          de fuego, Salomón en su Sabiduría dijo: “Que la maldad es cobarde 
          y da testimonio contra sí misma, y siempre sospecha lo más grave, 
          perturbada por su conciencia; pues la causa del temor no es otra 
          que la renuncia a los auxilios que proceden de la reflexión. Porque 
          cuanto menos ayuda se recibe del fondo del alma, tanto mayor se 
          cree en lo desconocido que atormenta”.
           Salomón hablaba de otros, pero sus palabras se ajustan 
          a la perfección a la reacción del joven Lutero en aquella noche 
          de tormenta. Si no fue Jesucristo quien se le apareció en forma 
          de rayo que casi lo mata, ¿quién fue el que lo tiró del caballo? 
          ¿Y si vio al Diablo por qué salió, cobarde, a esconderse en un 
          convento? El valiente no huye, saca pecho y se enfrenta al peligro, 
          aunque en ello le vaya la muerte. Mejor que a nadie a aquel joven 
          le vale el cuento de san Melitón: Corriendo el ratón fue a esconderse 
          bajo las patas del gato con botas, y aquél, confiando en escaparse, 
          mientras se lo metía o no se lo metía el gato en la boca convencía 
          al felino de guardarlo en su zurrón mientras existía aún la posibilidad 
          de comerse otra cosa. El felino le respondió: Bástele a cada día 
          su afán, y se lo comió. Moraleja: Si el Diablo tiene hambre y 
          te pide pan dale una piedra, y si te pide un pez dale una serpiente, 
          pero no huyas con la mierda entre las piernas.
            
           
           
           CAPÍTULO 47.
           La propia voluntad
             
           -Debe enseñarse a los cristianos 
          que la compra de indulgencias queda librada a la propia voluntad 
          y no constituye obligación.
              
           El orgullo y la genética andan misteriosamente revueltos 
          en esta Ciencia del bien y del mal. El nacionalismo histórico 
          y la herencia política se suman para aislar al individuo de la 
          realidad y convertirlo en un loco en su jaula de oro, en el mejor 
          de los casos, de barrotes fabricados con el hierro de las tradiciones 
          y las castas seculares, en el peor. Entre una opción y otra existe 
          siempre una llanura salvaje en la que se le permite a cada cual 
          construirse su cabaña sin molestar a los demás. Lo cierto es que 
          el peso de los pies de cada hombre en las aguas de la historia 
          universal crea ondas que se suman y acaban levantando esos tsunamis 
          revolucionarios de los que Europa, más que ningún otro continente, 
          ha contado tantos.
           La lectura de la Historia Universal no engaña. Hay 
          una Inteligencia, paciente pero invencible, que conoce las fuerzas 
          que en el aparente caos graban sus sendas, y esa Inteligencia 
          Omnisciente sabe qué direcciones lleva cada una de esas fuerzas, 
          cómo confluyen, y sabe cómo poner en movimiento nuevos vectores 
          que nadie sino sólo El conoce su dirección y qué efectos han de 
          causar en el escenario universal sus movimientos. Cuando ese Espíritu, 
          maravilloso y puro, que una vez encendiera en las Tinieblas la 
          Luz, encendió en las tinieblas de nuestro destierro de sus brazos 
          la luz arrolladora y apasionada del Amor por su Verdad, nos dio 
          una Ciudadanía, nos dio una nueva vida. Los Primeros Cristianos 
          lo declararon a corazón abierto: Hermanos, ya no somos de este 
          mundo, no somos ciudadanos de ninguna nación; somos hijos de Dios, 
          somos Ciudadanos de su Reino.
           ¡Qué lejos estamos de aquéllos días! Y sin embargo 
          la pregunta es fascinante, ¿a qué distancia está la eternidad 
          de nuestras manos? ¿A cuántos pasos el infinito de nuestros pies? 
          ¿A cuántas lágrimas de distancia están los brazos de nuestro Padre 
          y Creador? ¡Cuántos suspiros el alma humana tendrá que dar antes 
          de ver el día de la derrota de la Muerte, cuántas heridas en el 
          rostro deberá sufrir el género humano antes de ver la venda en 
          los ojos de la justicia a sus pies! ¡Cuántas plumas tendrán que 
          mojar aún su dedo en nuestra sangre y enviarle al futuro palabras 
          de aliento y de coraje! Y cuántas veces todavía bajaremos la cabeza 
          por todos los errores que cometimos, por todas las monstruosidades 
          que dijimos, por habernos portado como bestias cuando desde el 
          principio late la llama de la libertad de los hijos de Dios en 
          nuestras corazones.
           Somos el Género Humano, somos los hijos de una traición, 
          somos los hijos de una guerra que ha dejado en nuestras almas 
          huellas imborrables y cicatrices que perdurarán eternamente. Somos 
          una sola cosa, y sin embargo murallas se alzan entre nuestros 
          pensamientos, barreras invisibles cierran el círculo y nos obligan 
          a seguir tratándonos como si no fuéramos células del mismo ser, 
          o ramas del mismo árbol, alegría de la misma Tierra, aves del 
          mismo paraíso, capítulos de un mismo libro.
           Amigo Lutero, hermano Lutero, dime cómo se puede 
          refutar lo que es de cajón. Díme porqué escribías una cosa y tenías 
          en mente otra. Dime porqué le tenías que decir a todo el mundo 
          lo que podía o no podía hacer, lo que tenía o no tenía que decir. 
          Dime porqué tenías que luchar por tus ideas aunque en la batalla 
          enterrases al mundo en sangre y redujeses un mundo a cenizas. 
          Dime porqué te creías más que Aquel que prefirió que lo crucificasen 
          antes que levantar una mano contra su prójimo. ¿No te dijeron 
          que Aquel podía hacer bajar fuego del cielo y a sus órdenes la 
          tormenta se calmaba y hasta los montes se quitaban de en medio? 
          ¿No te dijeron que sólo le hubiera bastado decirle a la tierra 
          que se abriera debajo de los pies de sus enemigos y la tierra 
          se los hubiera tragado con la misma facilidad que tú te comías 
          un pavo de navidad? ¿Tú que querías enseñar a los demás no te 
          enseñaste a ti mismo, hermano, amigo, que sólo se es cristiano 
          cuando se prefiere la muerte antes que levantar la mano contra 
          el enemigo? ¿Por qué no ofreciste la otra mejilla? ¿Por qué juzgaste, 
          condenaste, odiaste a tus enemigos y basándote en que la fe sola 
          es suficiente para limpiar el alma de todo delito te agachaste 
          a coger la primera piedra que encendió aquella guerra civil entre 
          hermanos que en una Noche, de San Bartolomé la llamaron, devoró 
          a miles? ¿Por qué no les dijiste la verdad a todos los cristianos? 
          A los cristianos no debía enseñárseles a comprar o no comprar 
          indulgencias, debía enseñárseles a no crucificar a Cristo cada 
          vez que pecaban pensando en la remisión de las penas mediante 
          la compra de aquellas diabólicas indulgencias. ¿Por qué no hablaste 
          así de claro?
           ¿Porque tenías miedo a la hoguera en la que Savonarola 
          ardió por profeta?
           Tú eras más inteligente que Huss. ¿Por qué acabar 
          en la hoguera cuando podías acabar ladrando a los pies de tu amo 
          el gran pastor romano, viviendo a cuerpo de rey como esos perros 
          que duermen en la cama de sus amos, o como aquél Bucéfalo que 
          comía en la mesa del príncipe Alejandro, el futuro Magno? ¿Qué 
          decías? ¿Que debe enseñársele a los cristianos a comprar las indulgencias 
          no por obligación sino voluntariamente? Tu sabiduría me alucina. 
          ¿Es que acaso acusabas a tu arzobispo de ir con un látigo por 
          las calles obligando a comprarlas? ¿Puedes jurar ante Dios y ante 
          el Tribunal de sus hijos que tu arzobispo obligó a nadie a comprarle 
          uno sólo de aquéllos papeles malditos? Lutero, amigo, ¿tú que 
          enseñabas a otros no te enseñabas a ti mismo? Escucha: “Nadie 
          puede servir a dos señores, pues o bien aborreciendo al uno, amará 
          al otro, o bien, adhiriéndose al uno, menospreciará al otro. No 
          podéis servir a Dios y a las riquezas”. Tu pueblo, querido Lutero, 
          hizo su elección una noche, la noche del 12 de febrero del 1112. 
          Aborreció a Dios y amó las riquezas, se adhirió a las riquezas 
          y aborreció al Espíritu Santo.
            
            
           
           CAPÍTULO 48.
           Una oración ferviente
             
           -Se debe enseñar a los cristianos 
          que, al otorgar indulgencias, el Papa tanto más necesita cuanto 
          desea una oración ferviente por su persona, antes que dinero en 
          efectivo.
              
           -Jajajejejuijuojuajajjjhjajaja, se revolcaron de 
          risa los encargados de revisar estas Tesis. Y siguieron: Quiero 
          ver la cara del “santo padre” cuando lea esta basura. Encima que 
          les robamos hasta los calzoncillos este fraile va a enseñarles 
          a darnos las gracias. No para de sorprendernos la humanidad.
           Pobre hermano Lutero. No se creyó nunca que el Diablo 
          anduviera rondando su celda. La suya era una mente racional, moderna. 
          El Diablo no existe, y si existe no tiene ningún poder contra 
          la Cruz. Vete Satanás al Infierno, eres producto de mi imaginación 
          -le gritó el pobre fray Martín a la pared en uno de sus arrebatos 
          por mantenerse cuerdo. Dios mío- se dijo-estoy hablando con la 
          pared; me estoy volviendo loco. Y era verdad, le estaba hablando 
          a la pared, estaba hablando con las paredes de su celda, estaba 
          ya a dos pasos de la locura. Que recorrió inocentemente al creer 
          que los traficantes de almas iban a darle la bienvenida al negocio. 
          Y quién sabe, si todo le salía bien hasta podía aspirar a ser 
          él aquél que...
           Qué astuto es el Demonio. Qué bien sabe borrar sus 
          huellas.
            
            
           
           CAPÍTULO 49.
           El temor de Dios
            
           -Hay que enseñar a los cristianos 
          que las indulgencias papales son útiles si en ellas no ponen su 
          confianza, pero muy nocivas si, a causa de ellas pierden el temor 
          de Dios.
              
           -Este fraile es tonto. ¿Cómo habéis dicho que se 
          llama? -preguntó “el santo padre” cuando por fin le leyeron las 
          Tesis-. El negocio se funda en la abundancia del pecado, y donde 
          abunda el pecado no hay ningún temor de Dios, y si hay temor de 
          Dios no hay pecado y si no hay pecado no hay indulgencias y si 
          no hay indulgencias no hay negocio. ¿Y decís que es teólogo? Andad 
          y decidle de mi parte que se limite a la teología. Con un tonto 
          como éste por socio ya me diréis quién me paga a mí “la choza”. 
          ¿Y decís que todavía hay más tonterías como ésta?
           Escuche, escuche, altísima santidad:
            
            
           
           CAPÍTULO 50.
           Los predicadores de indulgencias
            
           -Debe enseñarse a los cristianos 
          que si el Papa conociera las exacciones de los predicadores de 
          indulgencias, preferiría que la basílica de San Pedro se redujese 
          a cenizas antes que construirla con la piel, la carne y los huesos 
          de sus ovejas.
              
           -Quitad, quitad eso de mi vista- resopló el Sumo 
          Pontífice-. ¿De qué orden decís que es? ¿De alguna misionera? 
          Para mandarlo a la China por lo menos lo digo. Ah, que sólo es 
          un vulgar agustino. Qué pena. ¿Y qué es lo que quiere a la postre?
           Los consejeros del “sumo pontífice” se rieron a carcajadas. 
          -¿Qué va a querer, santidad? Lo que todos, llegar al postre. Juajuajaojaeijajjja. 
          Pero claro, su altísima excelencia no conoce las exacciones de 
          los predicadores de indulgencias, así que no hay ningún problema, 
          despachamos un decreto papal, le cerramos la boca a semejante 
          infeliz y pasamos a otra cuestión.
           -¿Iba para abogado, decís?
           El “santo padre”, como era malo y su norma era piensa 
          mal y acertarás, se desconfiaba mucho de los inocentes corderitos 
          que amenazaban con guerra mientras reclamaban paz, así que soltó 
          el exabrupto: -De todos modos no hubiera hecho carrera. Decidle 
          que si quiere guerra la tendrá, que al Vicario de Dios en el Universo 
          no lo amenaza ni Satanás.
           Era malo aquél obispo de Roma. Y más malos todavía 
          los que le servían. Ni uno sólo bueno había al servicio de “aquél 
          señor”. Así que es de imaginar cómo se revolcaron por el suelo 
          de risa, que casi hasta les da un infarto, cuando oyeron la siguiente 
          proposición:
            
              
           
           CAPÍTULO 51.
           La basílica de San Pedro
            
           -Debe enseñarse a los cristianos 
          que el Papa estaría dispuesto, como es su deber, a dar de su peculio 
          a muchísimos de aquellos a los cuales los pregoneros de indulgencias 
          sonsacaron el dinero aun cuando para ello tuviera que vender la 
          basílica de San Pedro, si fuera menester.
              
           Hablando de las apariciones de los demonios el bueno 
          de san Antonio, del que ya he citado algunas palabras anteriormente, 
          dijo lo siguiente: “el ataque y su aparición están acompañados 
          de ruidos, bramidos y alaridos; bien podría ser el tumulto de 
          muchachos groseros o salteadores”.
           Bueno, desde fuera del recinto donde le leían a aquél 
          obispo romano las Tesis de Lutero, en cuanto se oyó esta no pudo 
          aguantar nadie la risa y el recinto se transformó en lo más parecido 
          a una aparición de los demonios según san Antonio. Se partían 
          las mandíbulas de los berridos.
           -Repite eso de que el papa estaría dispuesto a... 
          a... -no acababa la frase, le entraba el ataque y se partía de 
          gusto.
           -Espera, espera, ahora eso de que para ello tuviera 
          que vender la basílica de san... -tampoco acababa de hilar la 
          frase.
           Los criados que aguardaban fuera las órdenes todopoderosas 
          de sus señores y escuchaban el jaleo que tenían organizado dentro 
          se preguntaban qué estaría pasando en el Vaticano. ¿Habrían contratado 
          a una tropa de saltimbanquis, rameras extorsionistas y sodomitas cuentachistes? ¿Estarían celebrando una bacanal al mejor 
          estilo clásico?
           -Qué bueno, qué fantástico, yo quiero volver a escuchar 
          eso de nuevo, jua juajua jaujuju jujojojo jejejiji no puedo más, 
          me parto -de esta manera miserable, sobre la sangre de un conflicto 
          que sólo en Francia, se dice, provocó un millón de muertos, aquéllos 
          discípulos del Diablo se reían de la amenaza de quien con una 
          mano les ofrecía la paz y con la otra la guerra.
           Incapaz de creer Lutero que fueran a decidirse por 
          la segunda, convencido el abogado metido a fraile de que elegirían 
          la primera, de esta manera engañado por el mismo Diablo que contratara 
          a su servicio a los siervos de su enemigo, fray Martín cometió 
          la segunda equivocación de su vida.
           La primera fue meterse a fraile por un susto de muerte, 
          algo que le pasa a alguien todos los días.
           La segunda aspirar a más de lo que su condición de 
          fraile le permitía. Y digo la segunda porque conociendo el orgullo 
          de quien no quiso ni supo dar marcha atrás cuando comprendió que 
          jamás podría ser sacerdote a la imagen y semejanza de Cristo, 
          tampoco su orgullo le dejaría dar marcha atrás una vez hecho público 
          su Manifiesto.
           El Diablo, que lo sabía, lo engañó convenciéndole 
          de la respuesta positiva que sus eminencias le darían. Ignorante, 
          con la ignorancia del que se creía conocer las profundidades del 
          trono de Satanás, y al final no resultó ser más que un muñeco 
          en las manos del Diablo, Fray Martín pecó, como aquella Eva y 
          su marido, de inocencia fatal. Había que ser un inocente como 
          una catedral para escribir la siguiente tesis y creer que a los 
          obispos les estaba diciendo algo nuevo:
            
            
            
           CAPÍTULO 52.
           La confianza en la salvación
            
           -Vana es la confianza en 
          la salvación por medio de una carta de indulgencias, aunque el 
          comisario y hasta el mismo Papa pusieran su misma alma como prenda.
              
           Inocente hasta hacer el tonto tenía que haber sido 
          Lutero para creer que una Institución Divina que había resistido 
          el shock de un terremoto de naciones amenazando sus cimientos 
          se iba a inmutar oyendo la amenaza de un fraile cuyos únicos méritos 
          eran ser Doctor en Filosofía y Teología. Como aquella Eva que 
          creyó en la palabra del Diablo y confiando en su palabra de hijo 
          de Dios comió del fruto prohibido, fray Martín creyó que en ese 
          nuevo Olimpo de dioses romanos cabía la figura de un Doctor en 
          Teología calmando con su sabiduría la crítica de los cristianos 
          contra las Indulgencias. A cambio de ser elevado a la dignidad 
          divina Lutero prometía apagar la llama de una Reforma que, pedida 
          a gritos y callada a base de decreto pontificio, amenazaba con 
          dar su último alarido. Y cuando el pueblo alemán se enfadaba, 
          aquel bárbaro que llevaba dentro y aún estaba en vías de civilización 
          y una vez hizo temblar a un imperio, podría barrer de la faz de 
          la Historia la existencia de los estados pontificios. ¡Con todo, 
          lamentable es decirlo, vano era el discurso que nuestro héroe 
          mantenía con su orgullo de alemán de raza pura! Quienes no se 
          asustaban del Diablo no iban siquiera a sentir fiebre por un teutón 
          con sotana, puesta a la ligera y reclamando para sí mitras y beneficios, 
          dijera lo que dijera.
           -¿Cuál es la siguiente, cuando por fin pudo articular 
          sus mandíbulas desencajadas de la risa rogó uno de aquéllos que 
          se la leyeran.
           -Escuchad esta; esta es todavía mejor:
            
            
           CAPÍTULO 53.
           Los Enemigos de Cristo
            
           -Son enemigos de Cristo y 
          del Papa los que, para predicar indulgencias, ordenan suspender 
          por completo la predicación de la palabra de Dios en otras iglesias.
              
           Era el Papa quien había dado esa orden. Difícilmente 
          podía ser enemigo de sí mismo el hombre que tal orden diera. Si 
          lo que Lutero quería decir es que el obispo de Roma y sus legados 
          para las indulgencias estaban tirando por los suelos la gloria 
          del Sucesor de Pedro, el hombre tenía toda la razón. ¿Lo que proponía 
          entonces qué era, que se suspendiese la prédica de las indulgencias 
          o que se siguiese predicando pero dentro de un orden?
           Inútil por tanto que sigamos por esta vía. Martín 
          Lutero fue un hombre de su tiempo. Su época vivía bajo el signo 
          de una revolución sin precedentes en la Historia de la Humanidad. 
          La mentalidad de sus habitantes se hallaba en la cresta de la 
          ola. Desde lo alto el hombre se veía a sí mismo y su misión en 
          el universo con ojos nuevos. Dentro y fuera de Alemania el mundo 
          estaba en efervescencia. Él era joven, inteligente. Como abogado 
          hubiera podido aspirar a una prosperidad económica y a una situación 
          social cómoda, pero como hombre de la Iglesia el horizonte tenía 
          por límite el papado. Los casos de monjes de origen humildísimo 
          que habían llegado a lo más alto de la escala eclesial sonaban 
          aún en la memoria de los siglos. El más sonado era el del mismísimo 
          Gregorio VII, el célebre autor de las 27 fórmulas mágicas para 
          transformar a un mortal en un dios. Nadie sabía quiénes fueron 
          sus padres ni si se lo encontraron en una cestita como al Moisés. 
          El hecho es que la Iglesia era el único estamento social donde 
          un hombre del pueblo podía levantar su cabeza hasta ponerla a 
          la altura de las de las más nobles cunas. Y, como se ve del ejemplo 
          del autor de las 27 fórmulas mágicas, incluso más alto todavía; 
          tan alto que no miró para abajo al mismo Jesús por respeto al 
          que dijo que no está el siervo sobre el Señor. Aparte de este 
          clásico los ejemplos de sacerdotes monjes que desde la más humilde 
          cuna se habían elevado al Trono del Sucesor de Pedro no le faltaban 
          a fray Martín. Podía llegar o no podía llegar, lo que desde luego 
          no iba a hacer era dejar pasar la ocasión sin intentarlo. Para 
          algo era hijo de un luchador que supo abrirse camino y no se dejó 
          vencer por las dificultades. La sangre le imponía su ley. Y las 
          circunstancias le abrían camino. ¿Por qué iba a dejar de intentarlo? 
          Era Maestro en Artes y en Sagrada Escritura, tenía amigos, discípulos, 
          inteligencia no le faltaba. Era un Pacto peligroso el que le estaba 
          ofreciendo a los obispos, ¿pero qué?, aquéllos eran tiempos peligrosos.
              
           
           
           CAPÍTULO 54.
           La palabra de Dios
             
           -Oféndese a la palabra de 
          Dios, cuando en un mismo sermón se dedica tanto o más tiempo a 
          las indulgencias que a ella.
              
           El peligro era parte de la aventura de los descubrimientos, 
          y del negocio de las indulgencias. Que desde la Sagrada Escritura 
          se pueda refutar una declaración sobre la que es imposible que 
          la Sagrada Escritura diga algo porque los profetas no conocieron 
          la Indulgencia papal, ni los Apóstoles soñaron con un modelo tan 
          avanzado de corrupción, la verdad, pues no. Pero como la verdad 
          de la tesis es tan evidente me parece que el reto no le conviene. 
          La cuestión que de verdad le conviene es la siguiente: ¿Aunque 
          conocieron las Negaciones de Pedro le retiraron los Apóstoles 
          la Jefatura que le concediera Dios?
            
           
           
           CAPÍTULO 55.
           La intención del Papa
            
           -Ha de ser la intención del 
          Papa que si las indulgencias (que muy poco significan) se celebran 
          con una campana, una procesión y una ceremonia, el evangelio (que 
          es lo más importante) deba predicarse con cien campanas, cien 
          procesiones y cien ceremonias.
              
           Para un aspirante a Papa -debieron pensar sus jueces 
          -el fraile tiene labia y conciencia de la misión pontificia. Lástima 
          que los tiempos no estén para beatos y santos. Que se calle o 
          lo callen.
            
            
           CAPÍTULO 56.
           El pueblo de Dios
             
           -Los tesoros de la iglesia, 
          de donde el Papa distribuye las indulgencias, no son ni suficientemente 
          mencionados ni conocidos entre el pueblo de Dios.
              
           ¿Se puede callar al Niágara? ¿Se le puede ordenar 
          al relámpago que no bata tormentas? ¿O prohibirle al águila que 
          otee las distancias, y al Himalaya que tenga la cara blanca como 
          la nieve, y al Mississippi que lleve agua, a la primavera que 
          se vaya, y a la mujer que para y al hombre que piense? Lutero 
          tenía que hablar porque nació con el don de la palabra. Tenía 
          que analizar y llegar a sus conclusiones porque el hombre fue 
          creado para pensar, deducir, decidir y hacer. Lo que él estaba 
          viendo era un crimen y había que repararlo; él podía ser un aliado 
          maravilloso o un enemigo formidable. Lo uno o lo otro los obispos 
          tendrían que decidirlo. Personalmente a él no le cabía en la cabeza 
          que fueran a rechazar su oferta. La acumulación de cólera que 
          se estaba almacenando en su pueblo estaba llegando a un punto 
          de explosión tal que o alguien mantenía en su sitio la espoleta 
          o la bomba haría que la unidad entre las iglesias alemana e italiana 
          saltara por los aires. ¿Refutar esta tesis desde la Sagrada Escritura? 
          La pena es que su conocimiento sobre dónde se hallaban los tesoros 
          de donde procedían las indulgencias no se lo revelara nunca a 
          nadie y hasta hoy todavía haya tontos buscándolos. Todo lo más 
          que se puede decir sobre el origen de las indulgencias es que 
          vinieron al mundo el día que el corazón de los santos obispos 
          de los primeros tiempos tuvieron misericordia de las lágrimas 
          de los cristianos que temblaron ante la tortura y, por el amor 
          a Dios y a todos los santos, suplicaron que se tuviera con ellos 
          la caridad que ellos habían practicado toda su vida con los pobres, 
          hermanos en la fe o simplemente seres humanos caídos bajo las 
          ruedas de la fortuna. Este fue, a lo que mi mirada alcanza, el 
          origen y cuna de las Indulgencias; y los tesoros que le dieron 
          vida fueron la caridad cristiana más pura y el amor de los santos 
          mártires hacia sus hermanos más débiles, quienes desde la antesala 
          de la cámara de tortura solicitaron el perdón en memoria de la 
          sangre que ellos derramaban por y para la gloria del Juez Universal, 
          el Amado Jesucristo, Rey, Señor y Dios nuestro. Si alguna doctrina 
          sobre las indulgencias hubiera debido enseñarse era ésta. Pero 
          claro, ésta era la doctrina oficial de la iglesia romana al respecto, 
          ¿así que de qué tesoros estaba hablando el fraile alemán?
              
            
            
           CAPÍTULO 57.
           Los pregoneros
            
           -Que en todo caso no son 
          temporales resulta evidente por el hecho de que muchos de los 
          pregoneros no los derrochan, sino más bien los atesoran.
              
           Consciente o inconscientemente atraído a una disputa 
          entre criaturas en proceso de desbarbarización a uno no le queda 
          más que tomarse un respiro, olvidarse de sus métodos de manipulación, 
          de sus intereses privados y yendo directos al grano empezar a 
          cerrar esta polémica entre hijos de su tiempo: “Porque Dios no 
          nos quiere salvar por propia justicia y sabiduría, sino por una 
          extraña, por una justicia que no viene de nosotros, ni de nosotros 
          nace, sino que nos llega de otra parte; no brota de nuestra tierra, 
          sino que baja del cielo: Hay, pues, que enseñar una justicia, 
          que viene completamente de fuera y es una justicia extraña. Por 
          eso es menester comenzar por extirpar la propia justicia, agazapada 
          en nosotros” dijo otro día el mismo que escribió estas Tesis. 
          Y bueno, pues que el manzano da manzanas y alguna vez que otra 
          el olmo da peras para gloria del Creador del Universo, al importar 
          esta sentencia a estas páginas sólo pretendo resaltar la ignorancia 
          del Lutero teólogo. ¿Se puede ignorar que la Redención echó sus 
          raíces en la ignorancia de Adán, y que sin aquella ignorancia 
          humana sobre quién era el Diablo no habría tenido lugar Sacrificio 
          Expiatorio? ¿Y cómo hacerse el sordo al grito de venganza que 
          Adán diera y recogiera su Dios como fuente de la Justicia que 
          luego nos fuera concedida porque nos fue reconocida su legalidad 
          mediante la Redención? Y no digo más, a no ser lo dicho, que habiendo 
          sido la necesidad la que ha reabierto este Debate, nunca cerrado, 
          esta necesidad no puede cegar nuestra inteligencia a la hora de 
          comprender que estamos razonando sobre razonamientos dados a luz 
          por -desde nuestro nivel de conocimiento de Dios, del Hombre y 
          del Universo- por auténticos bárbaros. ¿O cómo llamaremos a quienes 
          enseguida pasaron de las palabras, cogieron las quijadas de asnos 
          y empezaron a matarse a golpes, siguiendo cuya senda llegaron 
          a la Matanza de los Campesinos, de día, y por la noche, a la Matanza 
          de San Bartolomé?
           El libro de la Historia Universal no miente, siempre 
          que un individuo y su grupo se creen mejor que el resto de los 
          que le rodean la Caída en la barbarie criminal es el paso siguiente. 
          ¿Los tesoros de Cristo? ¿Los tesoros de la Iglesia?
            
            
           
           CAPÍTULO 58.
           Los méritos de Cristo
            
           -Tampoco son los méritos 
          de Cristo y de los santos, porque éstos siempre obran sin la intervención 
          del Papa la gracia del hombre interior, y la cruz la muerte y 
          el infierno del hombre exterior.
              
           ¿Qué es el ser humano sin la gloria de la libertad 
          de un hijo de Dios? Evidentemente lo que la Historia Universal 
          nos confirma: la sala donde se reúnen las bestias para afilar 
          las garras y los colmillos antes de la guerra santa.
           ¡Cómo no van a ser el tesoro de la Iglesia esos méritos! 
          Lo que no se puede hacer con ellos es lo que estaban haciendo 
          León X y sus consiervos, coger esas perlas y tirárselas a los 
          cerdos. ¿O es que la gloria de los cristianos no son su Rey y 
          sus Hermanos? Pues claro que sí, hermano Lutero, pero si para 
          imponer tu verdad niegas la fuente de la que procede toda verdad 
          cometes el delito del que para curar la enfermedad mata al enfermo. 
          Como los reyes de antiguo, los papas se pueden poner y deponer, 
          mas el obispado de Roma no se puede borrar del mapa eclesiástico 
          mientras exista una ciudad que se llama Roma. Ahora bien, si tienes 
          el poder de ordenarle a la tierra que abra su boca y se trague 
          la llamada Ciudad Eterna, adelante. Que la Iglesia Cristiana sea 
          romana por naturaleza, pues no, que el obispado de Roma sea romano, 
          pues sí. Cada cosa quiere lo suyo. Tan grande es tu verdad como 
          inmensa la mentira con la que la defiendes. ¿O no lo ves, hermano 
          Lutero? El tesoro de los cristianos, y por tanto de la Iglesia, 
          es Cristo y su Casa. Que esta gloria la hemos heredado de la Iglesia, 
          pues sí, porque sin la Iglesia no creo que los judíos se hubieran 
          molestado en decirnos que Cristo es nuestra gloria. Que la Iglesia 
          sea el Papa y por tanto sin el Papa nada tenemos, pues no. Porque 
          antes que el obispado de Roma fuera fundado ya existía la Iglesia 
          y sin el papa Cristo era ya el tesoro de su Casa y su Casa el 
          tesoro de todos los cristianos. Así que como ves, el odio te ciega, 
          hermano Lutero. Sin la Iglesia Católica nunca hubiera llegado 
          a tu conocimiento la existencia de la Sagrada Escritura. Lo que 
          tú querías es una carrera de relevos y como el que llevaba el 
          testigo no te lo pasaba lo que planteaste en vez de una Reforma 
          fue una conspiración para matar al corredor y quedarte tú con 
          toda la gloria, ¿o no?
           ¿Que mire al corredor y te diga si sí o si no era 
          un tipo indigno? ¿Qué quieres que te diga? El Señor que los contrata 
          es el que los juzga y el Diablo que los pervierte quien los acusa. 
          No seas por lo tanto más listo de lo que se espera de un profesor 
          de teología. ¿Que tiran las perlas del Tesoro de Cristo y sus 
          santos a los puercos? Su Señor es Dios Fuerte para mandarlos a 
          donde se merecen según su propia Palabra: “No todo el que dice: 
          ¡Señor, Señor!, entrará en el reino de los cielos, sino el que 
          hace la voluntad de mi Padre, que está en los cielos. Muchos medirán 
          en aquél día: ¿Señor, Señor!, ¿no profetizamos en tu nombre y 
          en nombre tuyo arrojamos los demonios, y en tu nombre hicimos 
          muchos milagros? Yo entonces les diré: apartaos de mí, obradores 
          de iniquidad” (la verdadera sabiduría, San Mateo). Inmediatamente 
          en el siervo del centurión se ratifica con más claridad, diciendo: 
          “Os digo, pues, que del oriente y del occidente vendrán y se sentarán 
          a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, mientras que los hijos del 
          reino serán arrojados a las tinieblas exteriores, donde habrá 
          llanto y crujir de dientes”.
           Hermano Lutero, ¿quién eres tú para convertirte en 
          juez de los siervos de tu Señor? No te conviertas en juez de tu 
          prójimo. Mira que el Diablo se sirve de la vanidad de la Razón 
          para sembrar en los corazones la idea de la predestinación y su 
          llamada a grandes hazañas sólo aptas para sus elegidos. ¿No fueron 
          estas tus palabras exactamente?: “La prostitución, los grandes 
          crímenes, la embriaguez, el adulterio, ésos son pecados que se 
          notan. Pero cuando llega la razón, la novia del diablo, la bella 
          ramera, y quiere ser prudente y piensa que todo cuanto dice es 
          del Espíritu Santo, ¿quién le pondrá remedio? Ni el jurista, ni 
          el médico, ni el rey, ni el emperador, porque es la más alta ramera 
          que tiene el diablo”. ¿Por qué crees entonces que el Diablo te 
          enseñó el trasero antes de morirte, porque tú le distes a él o 
          él te dio a tí su novia por ramera? De no haber sido ella tu consejera 
          cómo hubieras podido decir esto otro:
           
           CAPÍTULO 59.
           Los tesoros de la iglesia
            
           -San Lorenzo dijo que los 
          tesoros de la iglesia eran los pobres, mas hablaba usando el término 
          en el sentido de su época.
              
           No seas superficial, hermano Lutero. Aquí muestras 
          el síndrome de los generales que para magnificar su victoria resaltaban 
          el poder del enemigo. ¿Te imaginas qué méritos hubieran sido los 
          de Cristo si hubiera pasado por la vera de los pobres sin darles 
          ni pan ni pescado ni curado la menor enfermedad? ¿Y cuáles los 
          de Francisco de Asís si no hubiera hecho de los pobres su causa? 
          Hermano Lutero, lo que hace la santidad no son los títulos, como 
          muy bien afirmas y se pretende, sino la relación entre el Débil 
          y el Fuerte. Verás, el Fuerte tiene delante dos opciones, la de 
          aplastar al débil o la de alargarle la mano y convertirse en su 
          abogado defensor. En el futuro, hermano Lutero, los hijos de tus 
          hijos, engañados por esa Razón que llamas ramera del Diablo, y 
          con la que te desposaste tan alegremente a la manera que Salomón 
          con la Sabiduría; tus hijos elegirán la opción primera.
           No lo verás, pero nadie los llamará santos. ¿Qué 
          es lo que define entonces la santidad? Necesariamente la elección 
          segunda. Y será dentro de esta relación entre Cristo y los pobres 
          que hablando de su Hijo lo llame su Padre: Dios Fuerte. De manera 
          que los tesoros de la Iglesia van unidos, como muy bien dijo el 
          santo Lorenzo, a los pobres. Su abandono en las calles a su soledad 
          es vergüenza y miseria que los siervos echan sobre su Señor y 
          los hijos sobre su Padre. ¿Comprendes ahora, hermano Lutero, que 
          no puedes afirmar una cosa y negar la otra? Al hacerlo divides, 
          no unes; destruyes, no edificas, y te haces objeto del final de 
          la Palabra del Jesucristo del quien decías interpretar su voluntad. 
          ¿La recuerdas?
           “Aquel, pues, que escucha mis palabras y las pone 
          por obras será el varón prudente, que edifica su casa sobre roca. 
          Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos y 
          dieron sobre la casa; pero no cayó, porque estaba fundada sobre 
          roca. Pero el que me escucha estas palabras y no las pone por 
          obra ¿vuelves a escuchar el Juicio de Dios sobre tu doctrina de 
          la fe sola?-será semejante al necio, que edificó su casa sobre 
          arena. Cayó la lluvia, vinieron los torrentes, soplaron los vientos 
          y dieron sobre la casa, que se derrumbó estrepitosamente”. ¿Ves 
          hermano Lutero como la Fe sin las Obras es fe muerta? ¿Ves hermano 
          Lutero cómo por no dominar ese celo que te consume acabas cavando 
          tu propia ruina con afirmaciones tan falsas como la que sigue?:
            
            
            
           CAPÍTULO 60.
           Las llaves de la iglesia
            
           -No hablamos exageradamente 
          si afirmamos que las llaves de la iglesia (donadas por el mérito 
          de Cristo) constituyen ese tesoro.
              
           Hermano Lutero, Dios no le dio a Cristo las Llaves 
          del Reino de los cielos por sus méritos. Las Llaves del Reino 
          de los cielos son Herencia y Patrimonio del Rey de los cielos. 
          ¿O tú no eres el dueño de las llaves de tu casa? Como cualquiera 
          que se va de viaje y le deja las llaves de su casa a su esposa, 
          así Jesucristo al irse a su Mundo le dejó la Llave de su Casa 
          a su Esposa. Pero si aparte de estas Llaves existen otras con 
          las que la Iglesia cierra y abre las puertas de acceso a su Cuerpo, 
          de esto yo no entiendo, aunque me parece natural que como en cualquier 
          otra cosa sólo acceda a su sitio quien cumpla unas reglas. Y quien 
          quiere ser juez deba estudiar justicia, y quien quiera ser herrero 
          deba aprender el oficio, y así con todas las cosas. Perdona que 
          te contradiga, pero hablas exageradamente, y te equivocas al creer 
          que estas Llaves y no los pobres somos la causa de esos Méritos 
          que forman el Verdadero Tesoro de la Iglesia.
            
           
           
           CAPÍTULO 61.
           La potestad del Papa
            
           -Está claro, pues, que para 
          la remisión de las penas y de los casos reservados basta con la 
          sola potestad del Papa.
              
           Hermano Lutero, se te ve la pata por debajo de la 
          puerta. Un hombre con treinta y cuatro años, que son los que tú 
          tienes a la fecha, 31 de octubre del 1517, tiene su pensamiento 
          y su opinión formados, y no puede decir mañana infierno donde 
          ayer dijo gloria, a menos que lo uno como lo otro estén en razón 
          de intereses ocultos. ¿Hoy te declaras fiel creyente del papado 
          y al siguiente lo llamas anticristo porque no respondieron sus 
          criados a tus intereses según lo planeado? Esto no es de Discípulo 
          que se atiene a la Enseñanza del Maestro: “Sea tu hablar Sí, sí; 
          No, no; todo lo que pasa de esto del Mal procede”. ¿Qué me obligas 
          a pensar, hermano Lutero? ¿Que Jesucristo era tu Maestro pero 
          tú tenías tu propia doctrina? ¿Que Jesucristo estaba muerto y 
          tú estabas vivo? ¿Que donde El dijo “Sí, sí; No, no” tú pusiste: 
          Sí, sí, pero no; No, no, pero sí?
            
           
           CAPÍTULO 62.
           El sacrosanto evangelio
            
           -El verdadero tesoro de la 
          iglesia es el sacrosanto evangelio de la gloria y de la gracia 
          de Dios.
              
           Nada más que por esta declaración te merecías sentarte 
          en el Trono del Obispo de Roma. Hermano Lutero, otra vez será. 
           
            
           
           NOVENA 
          PARTE
               
 
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