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LUTERO, EL PAPA Y EL DIABLOCUARTA PARTESobre la Interpretación de la Historia
El Odio que las consecuencias del desafío luterano
desataron sobre toda Europa y navegó por las olas del Atlántico
hasta ahogarse en el Pacífico no debe nublarnos la inteligencia.
No se odia con tanta fuerza sino al que se ha amado con la misma
locura. Puede que la iglesia alemana arrastrada por la marea del
odio fratricida, para acallar su conciencia haya echado mano del
recurso más sencillo: la esquizofrenia. Y mediante el artilugio
de haber vuelto a nacer en el seno de la Reforma quiera negar
ahora la existencia de la relación de Amor que desde los orígenes
mantuvieron la iglesia católica y la nación alemana.
De hecho ninguna otra nación, exceptuando a la italiana,
ha influido de una manera tan poderosa y decisiva en la Historia
del Cristianismo. Puede decirse que sin el pueblo alemán, tanto
en su amor como en su odio al obispo de Roma, las aventuras del
cristianismo hubieran sido muy distintas a las que la Historia
ha registrado.
Sin miedo a ser acusado de retórico, exagerando para
ganar, las batallas que los pueblos alemanes lucharon y ganaron
por la Civilización y para la Cristiandad no fueron menos trascendentes
y decisivas que las ganadas más tarde por los pueblos españoles.
El futuro de Europa y de la Civilización le debe tanto a la nación
alemana, en lo bueno y en lo malo, que sin su existencia el mundo
tal cual lo conocemos hoy día no hubiera sido posible. Y viceversa,
la forja de Alemania le debe tanto a la iglesia católica contra
la que Lutero esparció el odio que sin aquella relación de amor
que mantuvieron el obispo de Roma y el Primer Reich su Historia
sería un puzle ininteligible.
El proceso de disociación a muerte que la nación
alemana emprendió, desterrando de su memoria histórica la conexión
católica, podemos compararlo con un proceso de lavado de cerebro
en el mejor de los casos, y en el peor entenderlo desde los síntomas
de la fenomenología de la esquizofrenia paranoica, enfermedad
que devendría crónica y se descubriría en su máximo estado de
virulencia durante el Tercer Reich.
Con el tiempo, en la medida que lo permitan las circunstancias,
iremos recuperando las pautas y los momentos de aquella relación
de amor-odio que le diera a ambas partes propiedades tan específicas.
De todos modos los manuales sobre Prehistoria e Historia del Sacro
Imperio Romano Germánico, desde los Francos a la Reforma están
a disposición de todos. Internet es una buena fuente de información,
tanto sobre los buenos, los de casa, como los malos, los de fuera,
ésos papistas. Entretanto podemos ir sacando de la Historia las
consecuencias a las que sus lecciones nos invitan.
La primera de todas se refiere al valor de la historia
escrita. Es de derecho que los vencedores de un conflicto escriban
la historia tirando para casa. Este derecho implica la atribución
del papel del bueno para el vencedor y la lógica demonización
del vencido. Este derecho no se discute. Han hecho uso de él todos
los vencedores de todos los tiempos y lugares. Lo que se pone
en duda es el valor de una historia escrita por la parte vencedora.
En los casos registrados por la Historia se ha observado
una tendencia general por parte de los cronistas oficiales de
los vencedores a empezar sus relatos poniendo por delante una
confesión de amor filosófico a la verdad. Inmediatamente después
esos historiadores oficiales pierden la memoria y ya no recuerdan
haber cometido sus pueblos ninguna falta, ni haber realizado alguna
obra impía por la que merecer el odio de la Humanidad.
Digamos que de haber vencido Hitler nadie hubiera
echado en falta los seis millones de judíos desaparecidos, por
ejemplo. Ni nada por el estilo. Afortunadamente Dios no permitió
que los cronistas del nazismo escribieran la Historia, ni la de
la derrota ni la de la victoria.
De todos modos es curioso ver hasta qué punto hablar
del alemán es hablar del judío. Pero es que en este terreno el
prototipo por excelencia de esta especie de historiadores, aunque
en este caso la Historia se volviera contra su autor, es el caso
de la Historia de los Judíos escrita por Flavio Josefo.
También es curioso que entre el Lutero que escribiera
la historia del futuro de su pueblo y el Flavio Josefo que escribiera
el Pasado del suyo exista un punto en el que ambos caracteres
se parecen como el reflejo al rostro del hombre que se mira en
el espejo. Quiero decir, tanto el uno como el otro lideraron un
movimiento popular y, tanto el uno como el otro, cuando se vieron
delante de la victoria imposible abandonaron a sus pueblos y se
pasaron al enemigo.
Lutero traicionó la causa del pueblo durante la imposible
victoria de la Revolución de los Campesinos. Flavio Josefo traicionó
al suyo inmediatamente después de la revolución que se hizo con
Jerusalén y causó la destrucción de todos los Archivos del Estado
de Israel.
Tras aquel primer momento de euforia revolucionaria,
en cuanto las legiones romanas se pusieron en posición de combate
aquel capitán del linaje del rey David desertó de sus filas y
se entregó al Imperio, desde cuyas tiendas de campaña fue testigo
de la destrucción de su nación. Aquel traidor a su patria y a
su nación creyendo que el futuro del cristianismo estaba sentenciado
y contando con el favor de los Césares reescribió la Historia
de los Judíos, sus Antigüedades como sus Guerras. Aparte de crear
un anti-antiguo testamento según Flavio Josefo las persecuciones
anticristianas judías, el nacimiento del cristianismo y el Fenómeno
Jesucristo jamás tuvieron lugar.
Como quien vuelva una jarra y derrama lo que contiene,
o como quien exorciza el espíritu de Dios del cuerpo histórico
de los Hebreos, aquél Judas vació las Sagradas Escrituras de su
contenido Divino. El resultado fue la transformación de la religión
de los Patriarcas y de los Profetas en otra religión del mundo,
con sus paranoias nacionales y sus propiedades autóctonas, pero
a la postre una religión que tenía tanto derecho a vivir como
la romana, la griega y la más pintada.
Desgraciadamente el Judaísmo posterior absorbería
parte de la ideología Flaviojosefiana, adquiriendo su personalidad
las notas esquizofrénicas típicas de quien ha superado la existencia
de un trauma negando la realidad de los hechos y actos que dieron
lugar a su génesis. En efecto, después de exorcizar el espíritu
de Dios del cuerpo histórico de su nación, Flavio Josefo a la
hora de llegar a los Hechos negó la existencia de las persecuciones
anticristianas que desde los años 30 a los 70 fueron la tónica
general en todo el Estado Judío.
Escrita así su Historia No Sagrada... a quién le
extraña que los judíos no pudieran comprender nunca de dónde les
venía a las naciones cristianas el Odio hacia su raza por el crimen
contra un sólo hombre... En ninguna de sus escrituras históricas,
sagradas y no sagradas, se hablaba de las tres soluciones finales
que sus padres decretaron contra el cristianismo. Y así hasta
nuestros días.
Regresemos ahora al caso de la Historia de la Reforma
escrita por los reformadores, es decir, los vencedores. La comparación
entre el Lutero delante de las consecuencias de su revolución
teológica y de aquel Flavio Josefo delante de las suyas no es
gratuita. Tanto el uno como el otro cuando llegó la hora de la
verdad abandonaron a su pueblo a la matanza; tanto Lutero como
Flavio Josefo compraron su pellejo a costa de la destrucción del
pueblo al que lideraron a la libertad. La comparación no es gratuita
por tanto.
El método y la forma que tuvieron de amar la verdad
no pueden distar tampoco mucho entre uno y otro. Basta leer una
historia nacionalista de la Reforma para verlo. Como aquéllos
judíos que jamás emprendieron soluciones finales contra los primeros
cristianos, tampoco la Reforma, siendo una congregación de santos
como era, pudo cometer jamás crimen alguno. Amén, amén. Los pobres
y santos nuevos creyentes no provocaron a nadie, amén; ni comenzaron
ninguna guerra civil, amén; ni nada por el estilo. Fueron los
papistas malvados y pérfidos quienes comenzaron la guerra y ellos,
los santos reformadores, se limitaron a responder, y, por supuesto,
a vencer. Vencedores, tenían todo el derecho a escribir la historia
demonizando al vencido y santificando sus crímenes sobre la sangre
de los vencidos. Así que no seré yo quien borre del libro de la
Historia capítulo o línea.
Entonces, por qué y a cuento de qué viene esta comparación,
¿puede saberse?
Bueno, su implacable lógica tiene que ver con la
génesis de cualquier proceso esquizofrénico, en un principio,
y finalmente con la negación de la realidad divina del hombre
que semejante manipulación de la Historia implica. Me explico.
Cuando Dios creó el hombre lo dotó del soporte material
necesario para realizar su formación a su imagen y semejanza.
Estamos hablando de inteligencia. Aquel cuya Omnisciencia está
fundada en un volumen infinito de memoria no podía formar una
criatura a su imagen y semejanza sin dotarla de ese soporte material,
que traducido a nuestra realidad se habla de una capacidad ilimitada
para el almacenamiento de conocimiento.
Sobre dos columnas está fundada la realidad humana:
Sobre una memoria genética, que actúa automáticamente y reconoce
la realidad física sin conocimiento consciente del Yo. Esta memoria
es hereditaria; y en su código lleva la imagen del mundo real,
es decir, el mundo físico tal cual lo vivimos, con sus colores
y sonidos.
Cuando el hombre nace su cerebro no tiene que reiniciarse
y ser cargado con toda la información física del mundo real; esa
información viene almacenada en la propia estructura de su cerebro.
Esto hace que la capacidad de aprendizaje del ser humano sea fantástica,
es decir, a la imagen y semejanza de la de su Creador.
Pero hay otra memoria que le es fundamental a la
inteligencia humana y sin la cual el cerebro no puede procesar
la realidad y definir la naturaleza de los acontecimientos en
los que vive. Se habla de la memoria histórica de la Humanidad.
Entonces, cuando Dios proyectó la Encarnación de
su Hijo la Idea fue viable únicamente partiendo de la afirmación
que se nos hizo al principio: “Este es el libro de la descendencia
de Adán. Cuando creó Dios al hombre, le hizo a imagen suya”. Creado
a su Imagen, o sea, nacido para la Omnisciencia, inteligente por
naturaleza, únicamente desde la materialización viva de las características
de la Inteligencia de su Creador puede afirmarse de una criatura
lo que aquí se afirmó.
De haber sido sólo una afirmación gratuita nunca
hubiera podido darse la Encarnación. Porque la hubo, en la Encarnación
la afirmación se mantuvo y se nos descubrió a todos la naturaleza
de la inteligencia a imagen y semejanza de la cual Dios nos creó.
Ahora, creada con una memoria de volumen ilimitado
la inteligencia del hombre requiere para el procesamiento de la
verdadera naturaleza de la realidad que se le suministre toda
la información necesaria para su ejecución. A las conclusiones
derivadas de este acto de procesamiento de la información contenida
en la memoria histórica las llamamos Conocimiento.
¿Qué hacemos, pues, cuando borramos de la Historia
los acontecimientos protagonizados por la Humanidad, de la nación
o raza que sea?
No hay que ser un genio ni estudiar todas las ciencias
para comprender que el conocimiento de un pueblo cuya memoria
ha sido tarada, en nombre del patriotismo, del nacionalismo, o
de cualquier otra doctrina justificante de ese crimen contra la
Humanidad y su nación; el resultado de semejante borrado de memoria
será un comportamiento patológico, cuyo grado de virulencia, homicida
o suicida, podrá determinarse partiendo de la amplitud del barrido.
En esta Cuarta Parte voy a recuperar de la papelera
de reciclaje un documento, poco conocido a nivel local y universal,
el conocimiento del cual nos ilumina el horizonte y nos conduce
directamente a los pies de la génesis de la esquizofrenia paranoide
homicida antijudía del periodo nazi. Naturalmente firmado por
el Reverendo Padre Martín Lutero.
Conste que sobre los muertos sólo Dios tiene el poder
del Juicio. Lo que al Hombre le corresponde es eliminar todas
las trabas que los nacionalismos y los prejuicios históricos levantaron
entre nosotros y el acceso libre a la Verdadera Memoria Histórica
de la Humanidad. Seguimos adelante con las Tesis.
CAPÍTULO 13.
Los moribundos y las leyes canónicas
-Los moribundos son absueltos
de todas sus culpas a causa de la muerte y ya son muertos para
las leyes canónicas, quedando de derecho exentos de ellas.
En muchas cosas se equivocaría Lutero, pero en este
tema más que en ninguna, desgraciadamente. ¿Porque si la Muerte
absuelve de todos los delitos que se cometan contra el Reino de
Dios, que son los que se comprenden bajo la largo mano canónica,
para qué y por qué le entregó Jesucristo a sus Apóstoles Llaves
de ninguna puerta?
El retórico y sofista Lutero se está absolviendo
a sí mismo de los delitos contra el Reino de Dios que pudiera
cometer. Y si se bendice a sí mismo alguna batalla que librar
tendría en mente. Por ejemplo Constantino el Grande.
El famoso Constantino el Grande sabía que el ejercicio
de Imperator y la vocación de cristiano son tan imposibles de
conciliar que se reservó el Bautismo para el último minuto. El
hombre se jugó el alma y le salió bien. Era un vencedor y hasta
a la Muerte le ganó el pulso. Más astuto que el Diablo guardó
el as invencible de la absolución bautismal para el último momento.
Aquí Lutero apuesta fuerte también. Se lo va a jugar
todo a un farol. Si le sale bien las puertas grandes de la gran
iglesia papista se le abrirán de par en par; si pierde su destino
será el del Hereje. Y él lo sabe. La batalla es formidable. Pero
él no le tiene miedo. Y empieza por absolverse a sí mismo de todos
los posibles delitos contra la Unidad del Reino de Dios que por
culpa de los que le descubran el farol tendrá que cometer.
Sujeto el delito de Desobediencia a las penas canónicas
se da a sí mismo la bendición del que se desea suerte y se convence
a sí mismo que la Muerte lo absolverá de cualquier delito contra
Jesucristo. Bajo la misericordia y generosidad del que defiende
a los moribundos y difuntos, bajo la piedad por los pobrecitos
que se mueren y a cuyos lechos se acercaban aquellos malos siervos,
Lutero escondía a los ojos del pueblo y de sus jefes su propia
jugada maestra.
A Constantino el Grande le salió bien la suya, ¿por
qué no iba a darle a él su farol la victoria que estaba buscando
con estas Tesis?
En cuanto a la ley canónica es evidente que, siendo
el cristianismo la evolución natural del judaísmo, como permanecían
las penas de quienes no se acogían a las leyes rituales del sacerdocio
aaronita y morían en ellas, permanecen en las debidas quienes
no se sujetan a los cánones establecidos por el sacerdocio cristiano.
A no ser que Jesucristo mintiera cuando les dijera a sus Discípulos:
“Acordaos de la palabra que yo os dije: No es el siervo mayor
que su señor. Si me persiguieron a mí, también a vosotros os perseguirán;
si guardaren mi palabra, también guardarán la vuestra”.
Otra cosa muy distinta será que los siervos utilicen
ese Poder para imponer su arbitrio y cargar la vida del creyente
con pesadas taras canónicas y ritos extravagantes destinados,
exclusivamente, a hacer imposible la alegría del Ser que se descubre
hijo de Dios y quiere vivir la realización de su vocación, que
es la vida eterna, aquí y ahora.
Hablando de esta arbitrariedad esquizoide y demente
los propios siervos, de producirse semejante desquiciamiento,
se descalificarían a sí mismos. Pero si con la muerte se acabó
todo, que es donde va esta tesis de Lutero, ¿si esto fuera así
cómo podría juzgar Dios a nadie?
¿Si en muriendo queda absuelto de todos sus delitos
el que muere bajo qué justicia podría llamar Dios a la Humanidad
ante su tribunal? De manera que la proclama que contiene esta
tesis es un absurdo supino.
Absurdo que fundamenta su lógica irracional en la
Fe sola como mecanismo de anulación del Juicio Final que pesa
sobre las obras. Que la Fe absuelve al hombre de todos sus pecados
es la leche con la que se alimentó el cristianismo; que por sus
obras es juzgado todo hombre, el cristiano como el que no lo es,
se demuestra leyendo el Evangelio. El capítulo sobre el Juicio
Final no engaña ni miente: “Tuve hambre, y no me disteis de comer;
tuve sed, y no me disteis de beber; fui peregrino, y no me acogisteis;
estuve desnudo y no me vestisteis; enfermo y en la cárcel y no
me visitasteis”.
La Fe salva de la condena debida a los pecados cometidos
antes de volver a nacer; pero entre la nueva vida y la futura
hay un Juicio, y aquí es donde entran las obras. A no ser que
Lutero invocando el principio antes expuesto: “Si guardaren la
mía guardarán la vuestra” utilice su palabra para anular la de
su Señor a la manera que los judíos anulaban la palabra de Dios
con sus preceptos, y los obispos la caridad divina mediante las
indulgencias.
CAPÍTULO 14.
La caridad imperfecta y el miedo
-Una pureza o caridad imperfectas
traen consigo para el moribundo, necesariamente, gran miedo; el
cual es tanto mayor cuanto menor sean aquéllas.
Para afirmar lo que se afirma en esta tesis no hay
que ser filósofo ni teólogo, ni siquiera cristiano. El miedo a
un juicio final no es una realidad desconocida para los pueblos
antiguos. Así que hacer sabiduría innovadora de algo tan antiguo
como la humanidad no puede entenderse al menos que el atleta ignore
la naturaleza de las olimpiadas en la que está participando.
Lo trágico no es la existencia de ese miedo, lo penoso
es que alguien que se dice cristiano tenga miedo de Dios sabiendo
que por la Fe no es juzgado y pasa de esta vida a la vida eterna
sin preámbulos canónicos de ningún tipo.
Ahora bien, si los cánones condicionan este acceso
entonces son ciertamente los cánones los que deben ser arrojados
al fuego y que ardan en el infierno de ese purgatorio que, cultivando
el pecado, alimentaron aquéllos vendedores de indulgencias.
De todos modos conste que como de criaturas poco
inteligentes es olvidar que de los palos todo el mundo aprende,
nadie puede creer que el Nuevo Templo construido por Jesucristo
siga siendo aquél mercado de compra-venta en el origen de este
Debate. Lo triste es que aquélla Negación de Cristo tuviera que
ser corregida al precio de una división tan odiosa.
En cuanto a la pureza y a la caridad, la Biblia es
el mejor libro de teología al caso. Y sobre el miedo a la vida
eterna a las puertas del Juicio para eso se nos ha dado la Fe,
no para presentarnos con el corazón lleno de miedo delante de
nuestro Juez y Rey, sino con el ser rebosante de amor por su Corona
y Justicia.
Esto es lo que debe enseñarse a los cristianos, si
es que alguno tiene necesidad de aprender sabiduría: que el Amor
ha vencido al Temor, y que el Temor nunca fue miedo a Dios. Pero
Lutero se reiría de estas palabras mías con las mismas fuerzas
y ganas que se rieron de las suyas aquellos a quienes estas Tesis
fueron dirigidas. Y es que esta proposición tiene toda la cara
de la hipocresía del Diablo que reta a Dios a condenarle tomando
su ausencia total de miedo al infierno como principio de su justicia.
Si la cara alegre y los ojos tranquilos son prueba
de la santidad del moribundo luterano, como las riquezas y la
buena vida son la prueba de la salvación calvinista, para burlar
la justicia divina y ser tratado de santo post mortem sólo hay
que echarse en la cama y retirarse bendiciendo a los presentes.
Recordemos a Lutero en su lecho de muerte, diciendo:
“¡Oh Padre mío celestial, Dios y Padre de nuestro
Señor Jesucristo, Dios de toda consolación! Yo te agradezco el
haberme revelado a tu amado Hijo Jesucristo, en quien creo, a
quien he predicado y confesado, a quien he amado y alabado, a
quien deshonran, persiguen y blasfeman el miserable papa y todos
los impíos. Te ruego, señor mío Jesucristo, que mi alma te sea
encomendada. ¡Ah Padre celestial! Tengo que dejar ya este cuerpo
y partir de esta vida, pero sé de cierto que contigo permaneceré
eternamente y nadie me arrebatará de tus manos”.
Y ya está, ya estás en el Paraíso. Pero claro hay
un problema. Y el problema es que hay una Puerta, y esa Puerta,
como si de un prodigio extraordinario se tratara, habla. Y hablando,
dijo:
“Dos hombres subieron al templo a orar, el uno era
fariseo, el otro publicano. El fariseo, en pie, oraba para sí
de esta manera: ¡Oh Dios! Te doy gracias de que no soy como los
demás hombres, rapaces, injustos, adúlteros, ni como este publicano.
Ayuno dos veces en la semana, pago el diezmo de todo cuanto poseo.
El publicano se quedó allá lejos y ni se atrevía a levantar los
ojos al cielo, y hería su pecho, diciendo: ¡Oh Dios, sé propicio
a mí, pecador! Os digo que bajó esté justificado a su casa y no
aquél. Porque el que se ensalza será humillado, y el que se humilla
será ensalzado”.
De manera que si sólo los valientes que miran cara
a cara a Dios pueden tener la conciencia tranquila, y si del cobarde
es el miedo de quien fue en vida malo como un demonio, y si los
signos externos son por los que Dios se hace ver en sus elegidos,
muramos así, con la frente muy alta y la boca llena del que puede
decirle a Dios: ¿lo ves? No te tengo miedo, y no te tengo miedo
porque fui toda mi vida un hombre justo.
¿Pero no sabemos todos que mientras más malo es un
hombre menos miedo le tiene a un Juicio en el que no cree? ¿Y
no sabemos que en creciendo la maldad crece el desprecio a una
justicia divina que no se ve por ninguna parte? ¿A quién estaba
engañando Lutero con esta tesis?
Mientras más malo es el sujeto menos miedo le tiene
a la muerte. Y al contrario, mientras más bueno menos miedo tiene
que tenerle. Yo me temo, desgraciadamente, que a Lutero estas
cuestiones le importaban un carajo.
Con este tipo de proposiciones no estaba más que
mareando la perdiz, despistando a los ignorantes, cribando a los
listos, apuntando alto, enfilando la flecha y apretando el gatillo.
CAPÍTULO 15.
Horror al purgatorio
-Este temor y horror son
suficientes por sí solos (por no hablar de otras cosas) para constituir
la pena del purgatorio, puesto que están muy cerca del horror
de la desesperación.
Intentemos, sin embargo, entrar en el juego. El miedo
a un Juicio Final post mortem vino con la Civilización. Desde
los días más remotos que se recuerden, allá por la Sumeria de
los babilonios más antiguos y los egipcios de los faraones más
viejos la idea del Juicio Final era ya un hecho. En este sentido
el cristianismo no se inventó nada nuevo. El punto en el que el
cristianismo revolucionó el contexto fue el que se refiere a la
vara por la que se mide el Bien y el Mal.
La idea del Juicio Final, entonces, vino con la Civilización.
La Civilización vino con la inteligencia. Y con la edad moderna
vino la idea de haber sido este miedo a un Juicio Final un invento
de la Civilización para crear una fuerza social capaz de hacer
lo que la ley por sí sola no podía. Según los genios modernos,
atentos a mantener vivo ese miedo a un Juicio Final las sociedades
se procuraron una evolución de la idea de la Divinidad acorde
a los cambios de la mentalidad de los tiempos. Lo cual no está
más lejos de la verdad que de la mentira. Y es que en este contexto
de evolución de la idea de la Divinidad la ideología jesucristiana
transformó el conjunto de diversas maneras, pero especialmente
en una dirección revolucionaria hasta entonces sin precedentes.
El temor, el horror, el terror al encuentro del hombre
con ese Juez Universal se transfiguró. Por la Fe el ser humano
pasa de esta vida a la vida eterna sin tener que pasar por aquél
Juicio causa de tantos terrores y miedos en los antiguos. Esto
entendiendo siempre que la Fe permanece viva a la manera que se
desprende de la parábola siguiente: “Tenía uno plantada una higuera
en su viña y vino en busca del fruto y no lo halló. Dijo entonces
al viñador: Van ya tres años que vengo en busca del fruto de esta
higuera y no lo hallo: córtala; ¿por qué ha de ocupar la tierra
en balde? Le respondió y dijo: Señor, déjala aún por este año
que la cave y la abone a ver si da fruto para el año que viene;
si no, la cortarás”.
De otro modo, si la Fe sola salvara de los pecados
futuros cometidos después del Bautismo Jesucristo no estuvo bien
de la cabeza cuando dijo: “Y yo os digo que de toda palabra ociosa
que hablaren los hombres habrán de dar cuenta el día del juicio.
Pues por tus palabras serás declarado justo o por tus palabras
serás condenado”.
Declaración ociosa desde el que cree que porque cree
que existe Dios ya está salvado; obviando, primero: que también
los demonios creen y tiemblan; y segundo, la doctrina jesucristiana
respecto a la Palabra: “Lo caído en buena tierra son aquellos
que, oyendo con corazón generoso y bueno, retienen la palabra
y dan fruto por la perseverancia”.
De donde se ve que la Fe sola salva si de por sí
produce las obras de la fe, a saber: “Tuve hambre, y me disteis
de comer; tuve sed, y me disteis de beber; estuve desnudo, y me
vestisteis; estuve enfermo y en la cárcel y me visitasteis”.
¿Entonces para que fundó Jesucristo su Iglesia? -se
dirá alguno. La respuesta es evidente. Para llevar este mensaje
de Salvación a todas las naciones del Género Humano.
Jugando con estos elementos se entiende que fue en
este contexto revolucionario donde nació la idea del Purgatorio.
Que vino como consecuencia de la necesidad de no dormirse y caer
en la tentación de creer que bastando la Fe no tenemos que preocuparnos
de la perfección. Tentación esta contra la que el Apóstol Santiago
escribió palabras de sabiduría, diciendo: “¿Tú crees que Dios
es uno? Haces bien. También los demonios creen y tiemblan. ¿Quieres
saber, hombre vano, que es estéril la fe sin las obras? Abraham,
nuestro padre, ¿no fue justificado por las obras cuando ofreció
sobre el altar a Isaac, su hijo? ¿Ves cómo la fe cooperaba con
sus obras y por las obras se hizo perfecta la fe? Y cumplióse
la Escritura que dice: Pero Abraham creyó a Dios, y le fue imputado
a justicia, y fue llamado amigo de Dios. Ved, pues, cómo por las
obras y no por la fe solamente se justifica el hombre”.
CAPÍTULO 16.
El infierno, el purgatorio y el cielo
-Al parecer, el infierno,
el purgatorio y el cielo difieren entre sí como la desesperación,
la cuasi desesperación y la seguridad de la salvación.
¿El Infierno y el Cielo tan lejos como la desesperación
de la seguridad de salvación?, he aquí palabras de un hombre de
iglesia. ¿Cómo entonces hizo Lutero su camino de la desesperación
a la seguridad de la salvación si entre el Infierno y el Cielo
hay un Abismo insalvable? ¿Quién le echó un cable, quién tendió
por él un puente sobre ese Abismo?
¿El mundo cristiano a las puertas de un colapso apocalíptico
y todo lo que se le ocurría a un Maestro en Artes y en Sagrada
Escritura era reírse del Cielo y del Infierno? ¿El Diablo en su
Quinto Centenario de libertad y todo lo que se le ocurría al héroe
alemán era gritar: Salvación, salvación; Anticristo, anticristo?
Si es verdad que los Obispos se durmieron, como lo
hicieron, y el Cisma de Oriente les cogió entre sábanas de victoria,
¿en qué estaba pensando el pueblo alemán cuando vieron que el
fruto de los Reformadores era el Odio y se privaron de sumar dos
y dos? No había que ser muy astutos para dar con el cuatro y comprender
que si el fruto del Árbol de la Vida es el Amor, y el del Árbol
de la Ciencia del bien y del mal es la Guerra: el de la Muerte
es el Odio. Odio contra el obispo de Roma, odio contra el español,
odio contra los católicos, odio contra los pieles rojas, odio
contra el Yo propio, odio contra todo y todos. ¿Quién sino el
Diablo podía estar celebrando su Quinto Centenario en la mesa
de la Reforma?
CAPÍTULO 17.
Las almas del purgatorio
-Parece necesario para las
almas del purgatorio que a medida que disminuya el horror, aumente
la caridad.
Pero qué es la Caridad -se preguntará alguno. Y yo
le respondo lo que el santo apóstol: La Caridad es longánime,
es benigna; no es envidiosa, no es jactanciosa, no se hincha;
no es descortés, no busca lo suyo, no se irrita, no piensa mal;
no se alegra de la injusticia, se complace en la verdad; todo
lo excusa, todo lo cree, todo lo espera. Todo lo tolera... Y así
sigue San Pablo en su primera carta a los Corintios, cap. 13.
Como lejos está el Infinito del punto cero, esta
Caridad que: “todo lo tolera, todo lo comprende, todo lo excusa”, de estas otras palabras que Lutero desparramó generoso contra
los judíos. Oigamos su verbo de infinita sabiduría. Y abriendo
su boca, Lutero dijo:
"¿Qué debemos hacer, nosotros cristianos, con
los judíos, esta gente rechazada y condenada? En primer lugar,
debemos prender fuego a sus sinagogas o escuelas y enterrar y
tapar con suciedad todo lo que no prendamos fuego, para que ningún
hombre vuelva a ver de ellos piedra o ceniza. Esto ha de hacerse
en honor a Nuestro Señor y a la cristiandad, de modo que Dios
vea que nosotros somos cristianos.
En segundo lugar, también aconsejo que sus casas
sean arrasadas y destruidas. Porque en ellas persiguen los mismos
fines que en sus sinagogas.
En tercer lugar, aconsejo que sus libros de plegarias
y escritos talmúdicos, por medio de los cuales se enseñan la idolatría,
las mentiras, maldiciones y blasfemias, les sean quitados...
En cuarto lugar, aconsejo que de ahora en adelante
se les prohíba a los rabinos enseñar sobre el dolor de la pérdida
de la vida o extremidad...
En quinto lugar, que la protección en las carreteras
sea abolida completamente para los judíos. No tienen nada que
hacer en las afueras de las ciudades dado que no son señores,
funcionarios, comerciantes, ni nada por el estilo. Que se queden
en casa...
En sexto lugar, aconsejo que se les prohíba la usura,
y que se les quite todo el dinero y todas las riquezas en plata
y oro, y que luego todo esto sea guardado en lugar seguro...
En séptimo lugar, recomiendo poner o un mayal o una
hacha o una azada o una pala o una rueca o un huso en las manos
de judíos y judías jóvenes y fuertes y dejar que coman el pan
con el sudor de su rostro, como se les impuso a los hijos de Adán.
Pero si las autoridades son renuentes a usar la fuerza y contener
la indecencia diabólica de los judíos, estos últimos deberían
ser expulsados del país...
Estas son, alabado sea Dios, palabras claras y simples,
que declaran que todo lo que se hace en honor o en deshonra al
Hijo con seguridad también se hace en honor o en deshonra del
Padre”.
Amén, amén, amén. Lutero es dios y Hitler su profeta.
Heil Luther, morituri te salutant.
Y a imagen y semejanza del Creador también Lutero
firmó su programa nazi en seis proposiciones; y a la séptima descansó.
(Estas proposiciones han sido tomadas del Libro de
Lutero: Las mentiras de los judíos. Naturalmente esta obra menor
la escondió la Reforma debajo de la manta y el pueblo alemán miró
para otra parte.
Las pruebas que los judíos pasaron, cómo fueron perseguidos
por la Reforma y despojados de sus bienes es uno de esos capítulos
que los historiadores de la Reforma borraron de sus páginas, obviamente
por amor a la verdad. Testimonios han quedado, porque era imposible
que no llegasen a oídos de la Historia aquéllos acontecimientos.
Si esto es una acusación gratuita o cierta se puede
deducir del saqueo y pillaje que los nuevos cristianos cometieron
contra los católicos, a los que obligaron a abandonar sus propiedades
y casas o vivir como esclavos. Se entiende que si con los de su
raza hicieron eso contra los judíos a los que Lutero les aplicó
el primer programa nazi, los despojos y pillajes fueron de tal
calibre como para escandalizar a los historiadores y conjurarse
para minimizar al mínimo posible la memoria de aquéllos hechos.
En fin, ya están todos muertos. Que los alemanes vayan sacando
conclusiones).
CAPÍTULO 18.
La razón y las Escrituras
-Y no parece probado, sea
por la razón o por las Escrituras, que estas almas estén excluidas
del estado de mérito o del crecimiento en la caridad.
¿No parece probado por la Razón que las almas de
los que descansan en paz no pueden hacer ni bien ni mal, ni crecer
ni decrecer, ni incluirse ni excluirse?
Decretado el acontecimiento cósmico que llamamos
Juicio Final, del que tantos fueron privados de la Salvación que
por la Fe se nos ha concedido, ¿quiénes somos nosotros ni quién
es nadie para especular sobre la suerte de esas criaturas para
las que nosotros somos su única Esperanza? Quien acusa a Dios
de haber predestinado a Adán a la Caída ése no es de Cristo, sino
del Diablo, como se verá a su tiempo cuando al jefe de semejante
acusación contra Dios le toque el turno. ¡Señor, siendo tú la
encarnación viva del Amor, cómo pudieron quienes fueron tu antítesis
perfecta, predicadores del odio perpetuo hacia el Yo propio y
hacia el ajeno por supuesto, engañar a tantos pueblos! ¿Enrique
VIII tu discípulo? Mala era la enfermedad, peor fue el remedio.
CAPÍTULO 19.
La bienaventuranza de las almas
-Y tampoco parece probado
que las almas del purgatorio, al menos en su totalidad, tengan
plena certeza de su bienaventuranza ni aún en el caso de que nosotros
podamos estar completamente seguros de ello.
Hay algo de lo que sí podemos estar seguros: No hay
ninguna Esperanza para el Diablo y para su Obra. Y siendo la Unidad
de todas las iglesias la Obra de los Apóstoles, la pregunta para
la iglesia alemana es ¿de quién fue obra la división del cristianismo
que consumó la Reforma? ¿O puede Dios jugar a ser hoy Cristo y
mañana el Diablo?
Habiendo sido Cristo Jesús quien fundó una iglesia
universal, a imagen y semejanza de la universalidad de su Reino
¿quién se dedicó a sembrar la Cizaña de la División mientras los
Obispos dormían?
Habiendo sido el Amor la savia que alimentó esa Unidad
¿puede inferirse del Odio que sacudió a la Cristiandad en los
días de la Reforma la naturaleza del fruto que condenó a media
Europa en razón de la debilidad de unos cuantos obispos? ¿Tiene
aún la iglesia alemana la certeza absoluta de hallarse sus héroes
en el Paraíso? ¿Se atreve la iglesia alemana a confesar a boca
abierta que todos los demás hijos de Dios, bien nacidos de la
iglesia española como de la francesa o de la italiana o de cualquiera
de las otras iglesias, estamos irrevocablemente llamados a ser
condenados al Infierno, que la confesión protestante es la predestinada,
la elegida, la iglesia verdadera? ¿Dios a unos nos ha creado desde
el Principio del Mundo para el Cielo y a otros para el Infierno?
Es decir, ¿se atreve la iglesia alemana a defender el argumento
del Diablo, que para declararse inocente culpó a Dios de haberle
puesto la trampa que le indujo a provocar la Caída de Adán?
Este Maniqueísmo de los Reformadores -los buenos
nacen buenos y los malos nacen malos, o teoría de los elegidos-
como el resto de sus proposiciones fundamentales, en su mayoría
herejías combatidas en los primeros cinco siglos por los sabios
cristianos más eminentes, niega uno de los principios sagrados
de la Creación de Dios y se opone frontalmente a las declaraciones
bíblicas sobre cuya solidez se funda el Libro entero, me refiero
a la Creación y Formación del Hombre a la imagen y semejanza de
Dios.
Si como dijo la Reforma por boca de Lutero y Calvino
el Hombre no tiene libertad para hacer el Bien o el Mal entonces
la Biblia es la Mentira más grande jamás escrita, porque empieza
diciendo que Dios nos hizo a su imagen y semejanza, de manera
que o bien Dios es esclavo de alguien superior o bien el Hombre
es libre como su Creador y tiene la facultad de decidir su futuro
con las obras de sus manos y las palabras de sus labios.
“La razón, que es ciega -escribe Lutero en De servo
arbitrio-, ¿qué dictará de recto? La voluntad, que es mala e inútil,
¿qué elegirá de bueno? Más aún, ¿qué seguirá una voluntad a la
que la razón sólo le dicta las tinieblas de su ceguera y de su
ignorancia? Así pues, errando la razón y corrompida la voluntad,
¿cuál es el bien que puede hacer o intentar el hombre?”.
Esta negación de la verdad bíblica: “Cuando creó
Dios al hombre le hizo a imagen suya” podría aceptarse como pasable
hablando del hombre antes de la Redención. Después de la Redención
las palabras siguientes de Lutero son una negación total de Cristo:
“Y si este vocablo (libertad) -cosa que sería lo más seguro y
religiosísimo-, al menos, enseñemos a usarlo de buena fe de modo
que se le conceda al hombre el libre albedrío sólo de la cosa
que le sea inferior, no respecto de la cosa que le sea superior,
esto es: que sepa que en sus facultades y posesiones tiene derecho
de usar, hacer, omitir conforme a su capricho, aunque esto mismo
esté regido por el libre arbitrio de Dios, hacia donde a Él le
plazca. Por lo demás, respecto a Dios, o en las cosas que atañen
a la salvación o condenación, no tiene libre albedrío, sino que
está cautivo, sometido y esclavo o de la voluntad de Dios o de
la voluntad de Satanás”.
Negando la Libertad del hombre se niega a Dios; negando
la Libertad del Cristiano se niega a Cristo, a cuya Imagen y semejanza
fuimos creados.
Lutero y sus socios resolvieron este conflicto renegando
de la doctrina de la salvación según los apóstoles, prefiriendo
a la sabiduría de Cristo la doctrina de Manes, fundador del Maniqueísmo,
apóstol de los persas, que fragmentó el universo en dos fuerzas,
el bien y el mal, los buenos y los malos. Los buenos, ellos, al
Cielo; los malos, nosotros, al Infierno.
Obligado pues soltar unas palabras que nos lleven
a las raíces de semejante fenómeno de Negación de Cristo.
Intentemos resolver por nuestra cuenta el conflicto
del Hombre y la Libertad. Y digamos que lo que identifica al Hombre
y lo convierte en un Género aparte dentro del árbol de las especies
es su Libertad.
Como se ve precisamente del estado monástico del
autor de estas Tesis, en ninguna parte del reino animal se produce
una respuesta sacerdotal del individuo al instinto de la reproducción
de la especie. Y es que a la hora de la libertad todos los animales
se comportan como máquinas sujetas a un código operativo por control
remoto, que son los instintos.
El ejercicio de esta Libertad para hacer el bien
y el mal choca contra el Maniqueísmo de la Reforma. Y es que al
dividir a los hombres en buenos y malos de nacimiento -“por voluntad
divina”, acusación contra la Bondad Creadora que da cuentas del
origen del Pensamiento de los Reformadores- la Reforma se comparó
a una reacción de animales frente a un peligro o a una situación
específica. Pues como hemos visto y se sabe la Libertad es cosa
humana y sólo se puede negar de la naturaleza animal.
Aunque sea duro por mi parte y apoye mi declaración
los hechos, no es de extrañar que la nación que renunció a la
naturaleza humana y se comparó a los animales, andando el tiempo
degenerara y cayera en la trampa de la bestia nazi. Sin embargo
la respuesta a la forma de ver un hombre su mundo y su relación
con él, concretamente en este caso hablando de Martín Lutero,
no podemos buscarla en la reacción de nuestros sentimientos delante
de las consecuencias de sus obras. Tenemos que entrar en la génesis
de su pueblo, en cuyo campo echa sus raíces el árbol del comportamiento
individual.
Espero que al lector no le parezca ridícula la idea
de buscar la génesis de un trauma en la infancia del sujeto afectado.
Cuando nacemos todos lo hacemos con un comportamiento heredado
cuyo tramo más cercano se relaciona con el del hábitat natural
en el que la familia ha vivido en los últimos siglos y milenios.
La conciencia nacional de un pueblo cuya historia se remonta siglos
será siempre más fuerte que la de un pueblo que se ha formado
escaso tiempo atrás. En este aspecto la memoria de los orígenes
de Alemania no desengaña a nadie.
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