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LUTERO, EL PAPA Y EL DIABLOSÉPTIMA PARTESobre la Razón Clara
El nacimiento de la edad atómica trajo a luz la falacia
suicida sobre cuyo teorema demencial las naciones se dejarían
arrastrar al holocausto de la segunda guerra mundial. En pocas
palabras: En el mundo del Derecho la inocencia se mantiene hasta
que no se demuestre lo contrario. Sobre este principio se mantiene
a salvo la manipulación de la justicia por los poderosos y por
los que pueden comprar a los jueces. Pero este principio aplicado
al mundo de la ciencia se transforma en una falacia demencial
cuando se pretende mantener la veracidad de una hipótesis hasta
que no se demuestre su falsedad.
Negando la esencia misma del espíritu científico,
que trabaja con hechos frutos de la experiencia, y movidas por
el fracaso de la ciencia para descubrir la verdadera faz de la
realidad universal, e incapaces de reconocer esa imposibilidad
para con sus propias fuerzas alcanzar la verdad subyacente en
la estructura del cosmos, las primeras generaciones científicas
del siglo XX concibieron el teorema suicida que salvaba la doctrina
de la omnipotencia de la Razón predicada en el siglo XIX de la
quema y les adjudicaba la victoria pasajera del que tiene la verdad
mientras no se les demuestre lo contrario.
No se puede refutar científicamente lo que científicamente
no se puede demostrar. Personalmente no creo que haya que ser
un genio para desenmascarar la falacia ideológica con la que,
para paliar su fracaso y no reconocer la imposibilidad de la Razón
humana para sin su Creador alcanzar la Verdad, los científicos
de las primeras generaciones del siglo XX elevaron a los altares.
Como no voy a seguirle el juego a aquéllos genios que pusieron
la ciencia al servicio del más fuerte, la Alemania de Hitler,
y cuando olieron la derrota se limpiaron las manos, quien huyendo
a la Rusia de Stalin, quien a la América del Tío Sam; pues que
no voy a entrar en el juego de la refutación científica de una
hipótesis sin ningún fundamento científico sí quiero resaltar
dos cosas. La primera, que en la gran batalla final entre los
dos monstruos apocalípticos hubo un factor común. Ni más ni menos
que el haber sido sus pueblos los apóstoles del odio al mundo
católico durante los siglos que precedieron a la forja y fragua
de sus mundos. El mundo ortodoxo ruso, heredero del antiguo mundo
bizantino, en el que el odio al mundo católico se convirtió en
odio al mundo occidental, y la nación protestante por excelencia
en la que el odio al mundo católico se transformó en la ideología
de la superioridad de la raza, como un fuego que se devora a sí
mismo se devoraron entre ellas.
Fenómeno curioso que nos enseña cómo el odio no muere
sino que se trasforma; y cómo si la verdad engendra la paz de
la guerra tenemos que deducir su origen, la mentira.
Pero dije que tenía dos cosas a señalar, la primera
ha sido el fenómeno tan curioso de haber sido precisamente las
dos iglesias que se declararon las más santas y condenaron a la
iglesia católica al infierno por ser el verdadero anticristo,
precisamente ellas fueron las que sufrieron el milagro de la transformación
de sus pueblos en verdaderos monstruos. Y la segunda cosa que
tenía que decir es que aquel teorema fundamental del materialismo
científico de la edad atómica no fue un invento de la Ciencia
en cuanto ciencia. El primero que lo usó en su terreno y demostró
el poder de semejante falacia fue precisamente el Lutero que retó
al mundo católico entero a refutar desde la Sagrada Escritura
lo que desde la Sagrada Escritura no se podía demostrar. Que la
ciencia alemana rescatara un teorema que por herencia le pertenecía
a la nación alemana no es ninguna casualidad. Sin embargo dejemos
que hablen los hechos y no las palabras.
Refutación de la tesis 1: Que cuando Jesucristo dijo
“haced penitencia” no quisiera decir que el Reino de los cielos
es alegría, felicidad, exaltación, confraternización, fortaleza,
entendimiento, sabiduría, inteligencia, amistad, amor más fuerte
que la tormenta y el huracán y los temblores de tierra y los golpes
e incluso que el martirio, y en función de la alegría futura soportar
el dolor pasajero, esto no es demostrable ni por la razón clara
ni por la Sagrada Escritura. No hay que más que abrir la Biblia
y ver la respuesta de todos los que le conocieron y le siguieron
hasta el fin del mundo para comprenderlo. Que quisiera decir que
el Reino de los cielos no es sino miseria de alma y de espíritu,
caras largas, corazón siempre agobiado por lo malo que fuimos
y cosas por el estilo, para demostrar esto tendríamos que preguntárselo
al propio Jesucristo. ¿Cómo refutar mediante la Sagrada Escritura
lo que tiene su fundamento en la mente de alguien que la interpretó
según su peculiar punto de vista? Entonces si mañana viene un
Lutero II y dice otra cosa ¿habrá que condenar al infierno por
anticristo al Lutero I porque el Lutero II lo diga? Y si más delante
todavía viene un Lutero III y jura que ni el I ni el II fueron
buenos ¿qué haremos, tiraremos al I y al II a la basura? ¡Genial!
La cuestión es porqué interpretar lo que Jesucristo dijo. Jesucristo
está ahí para responder por sí mismo sobre lo que dijo, ¿por qué
no preguntárselo a Él y que Él diga qué es lo que quiso decir
y dice?
Refutación de la 2: Cuando Jesucristo comparó el
Reino de los cielos con algo lo hizo con el mundo de los niños
para señalarnos que esa vida llena de fuerza con el mundo entero
por delante, es la fuerza que opera por el Bautismo y trae esa
nueva vida cuya vocación es la vida eterna. ¿Por qué buscar en
la Sagrada Escritura demostración o refutación de lo que forma
parte de la experiencia? A no ser, claro, que no se haya nacido
del Espíritu.
Refutación de la 3: Que cuando Jesucristo dijo haced
penitencia quisiera decir que amén de llevar una vida interior
miserable exteriormente debemos coger el látigo y suministrarnos
una paliza de vez en cuando no se puede refutar por la Sagrada
Escritura porque la Sagrada Escritura no está al servicio de los
dementes. Pero si hay entre todos los santos vivientes de la iglesia
alemana alguno que pueda demostrar con sus Artes filosóficas y
teológicas que Jesucristo predicó el masoquismo perpetuo como
penitencia sacramental no se calle y responda.
Refutación de la 4: Que Jesucristo predicara el odio
al Yo propio hasta la muerte no se puede refutar por la Sagrada
Escritura porque no se puede demostrar por la Sagrada Escritura
lo que la Sagrada escritura no contiene. Que Jesucristo predicara
el amor al Yo propio como condición de amor al prójimo y como
salvación de la dignidad personal ante el ataque de quienes buscan
la transformación del hombre en un monstruo, esto sí se puede
demostrar por la Sagrada Escritura. De todas formas mantengo lo
dicho, ahí está El en persona para dar a conocer lo que quiso
decir y lo que mantiene.
Refutación de la 5: Que el obispo de Roma, como cualquier
otro sacerdote, puede remitir, es decir, perdonar las penas impuestas
por él, y no las impuestas por Dios o la justicia humana, esto
se demuestra por la Sagrada Escritura cuando Jesucristo dijo:
“A los que les perdonéis los pecados les serán perdonados”. Es
evidente que no puede remitirle la pena al Diablo. Ni puede remitirle
la pena a quien un juez condena a prisión por su delito. La estupidez
implícita en esta tesis no necesita refutación; se refuta ella
sola.
Refutación de la 6: No se puede demostrar por la
Sagrada Escritura, sino en base a la Fe, que lo que ate el sacerdote
en la Tierra quede atado en el Cielo, y viceversa. Ni se puede
refutar mediante la Sagrada Escritura que la culpa subsiste aunque
el perdón sea otorgado. Lo que parece evidente a la inteligencia
es que si un juez absuelve al delincuente aunque este no acepte
la sentencia su delito queda anulado. Lo contrario es tomar al
lector por imbécil.
Refutación de la 7: No se puede refutar por la Sagrada
Escritura una declaración que no encuentra ningún fundamento en
la Sagrada Escritura, ya que Dios, siendo Juez de toda su Creación,
tiene la potestad de absolver sin necesidad de acompañar el ejercicio
de su bondad con la humillación de aquél sobre el que extiende
su misericordia. Lo que sí sabemos es que Dios sometió toda su
Creación a su Hijo. Que se la sometiera a los siervos de su Hijo
esto ya no es demostrable ni se puede demostrar por la Sagrada
Escritura. Contra la Sagrada escritura Lutero estaba afirmando
una mentira.
Refutación de la 8: Nada dice la Sagrada Escritura
sobre cánones penitenciales. De manera que tampoco se puede demostrar
nada sobre el particular. En este orden cada cual puede creer
lo que mejor le convenga. Pero que a los moribundos ni basándose
en los cánones ni basándose en ninguna regla deba imponérsele
nada se demuestra por la ley de la caridad que, incluso en el
mundo real, abre su misericordia a los delincuentes que se hallan
al borde de la muerte. Otros sistemas judiciales, con todo, persiguen
al delincuente hasta su lecho de muerte, cuando no sacan su cadáver
de la tumba y lo profanan incluso.
Refutación de la 9: En nada y para nada puede demostrarse
o refutarse que el Espíritu Santo nos beneficie en la persona
del obispo de Roma en este capítulo. Que esta costumbre eclesiástica
sea el precedente en el que la justicia social ha levantado su
misericordia para con los moribundos, a los que absuelve y libera
de su pena, es otra cuestión, que honra a la iglesia católica.
Refutación de la 10: Tampoco puede demostrarse ni
refutarse por la Sagrada Escritura que un sacerdote haga bien
o mal mandándole penas a la tumba al que se murió. Del hecho se
deduce que o bien el muerto era más malo que un demonio o que
el sacerdote tenía el corazón como una piedra y si en vida odió
al difunto en muerte le deseó lo peor. Cada cual, sacerdote u
obispo, tendrá que responder de sus actos ante su Señor.
Refutación de la 11: No se puede refutar ni demostrar
por la Sagrada Escritura que la transformación de la pena canónica
en pena para el purgatorio fuera sembrada mientras los obispos
dormían, pero sí puede demostrarse por la Sagrada Escritura que
el Diablo sembró la suya mientras los Obispos lo hacían.
Refutación de la 12: Que la pena canónica debe imponerse
antes de la absolución parece de cajón y consecuente con el espíritu
de los primeros cristianos. Pero que la absolución del pecado
deba estar condicionada a una pena canónica esto no se puede demostrar
ni refutarse desde la Sagrada Escritura.
Refutación de la 13: Si los moribundos son absueltos
de todas sus culpas entonces el Juicio de Dios sobre los muertos
sería contra Justicia. Si por el contrario, con la muerte los
moribundos quedan libres de las penas canónicas contraídas en
vida esto ni se puede demostrar ni se puede refutar por la Sagrada
escritura porque nada dice la Sagrada escritura al particular.
Lo que parece natural es que si quien tiene el poder para atar
y desatar lo tiene, a diferencia del cuerpo que queda liberado
de la sentencia por la muerte, el alma permanece sujeta a ese
poder. Mientras quien ata y desata no haga lo propio la pena subsiste.
Refutación de la 14: Que conforme el hombre se acerca
a la muerte mayor es su miedo a la posibilidad de la vida después
de la muerte es de cajón. No hay que ser cristiano ni invocar
a la Sagrada Escritura para demostrar o refutar semejante obviedad.
Refutación de la 15: Tampoco hay que acudir a la
Sagrada Escritura para demostrar que ese horror a la muerte del
que habla Lutero no es suficiente motivo de espanto a los ojos
del que ama el mal. Afirmando que ese horror es suficiente para
convencer a los hombres para dejar de hacer el mal Lutero niega
la Sagrada escritura que dice que el miedo al Juicio no detuvo
a Satanás.
Refutación de la 16: Nada dice la Sagrada Escritura
de la diferencia entre el purgatorio, el Infierno y el Cielo,
a no ser que el Cielo es felicidad y el Infierno castañear de
dientes. Meterse a discutir semejante necedad es rebajarse al
nivel del necio que sacó el tema creyendo soltar una gracia.
Refutación de la 17: Del necio son las necedades.
Esto sí se puede demostrar bíblicamente. Que las almas de los
muertos puedan sentir horror o caridad, de ninguna manera.
Refutación de la 18: Ni se puede demostrar bíblicamente
que los difuntos estén excluidos de vida espiritual ni se puede
refutar desde sus páginas lo contrario. Abrir un diálogo sobre
el estado espiritual en el que se encuentran los difuntos, afirmando
o negando sobre ellos, es argumentar por argumentar. Quien se
toma en serio a tal charlatán no puede razonar bien.
Refutación de la 19: Más de lo mismo. Ninguno hemos
vuelto de la muerte. Ninguno sabemos más de lo que creemos. Afirmar
o negar en este terreno es seguirle la corriente a un necio. Si
alguno puede demostrar con la Biblia en la mano si las almas de
nuestros difuntos tienen consciencia o no de su estado de bienaventuranza,
que alce la mano.
Refutación de la 20: Repetición de una tesis anterior
en la que quedó claro que el obispo de Roma, lo mismo que cualquier
sacerdote, no puede perdonar más que las penas impuestas en función
de su ministerio y en razón del alcance de su poder para perdonar
los pecados. De manera que si no puede imponer penas sin pecado
sí puede absolver pecados sin imponer penas. Hasta donde alcance
este Poder no lo dice la Sagrada Escritura.
Refutación de la 21: Yerra quien cree que puede comprar
la absolución de su pecado. Esto sí se puede demostrar con la
Sagrada Escritura en la mano. La Absolución Universal -siendo
a lo que se refiere la indulgencia plenaria- sólo puede ser otorgada
por el Juez Divino. Lo otro ni puede ser demostrado ni refutado
desde la Biblia.
Refutación de la 22: Como hemos dicho, el obispo
de Roma, lo mismo que sus consiervos, puede atar y desatar según
la extensión de su alcance ministerial. Lo que ayer fue atado
puede ser desatado hoy. Esto sí puede ser demostrado por la Sagrada
Escritura, a no ser que el ejercicio de este acto de santidad
contravenga el decreto sobre la infalibilidad pontificia.
Refutación de la 23: Es de cajón que los perfectos
no necesitan remisión de ninguna naturaleza, a no ser que la necesite
el propio Cristo. Afirmando que sólo los perfectos se merecen
la Absolución Universal se niega el Poder del Hijo del hombre
para sellar sentencia Final acorde a su Libertad Divina. Pero
si de lo que se trata es de saber si el obispo de Roma tiene el
Poder del Hijo del hombre entonces lo que hacemos es rebajar nuestra
inteligencia a la de los demonios, que pidieron para sí la Igualdad
con la Naturaleza Divina.
Refutación de la 24: No teniendo Cristo necesidad,
por su perfección, de remisión plenaria de ninguna naturaleza,
no existe engaño cuando se predica que todos, por nuestra imperfección,
necesitamos del perdón de nuestros pecados.
Refutación de la 25: No puede afirmarse ni refutarse
por la Sagrada Escritura que el obispo de Roma sea padre ni santo,
así que con menos razón puede encontrarse en la Sagrada Escritura
que el obispo de Roma tenga más o menos jurisdicción sobre las
almas de nuestros difuntos que cualquier sacerdote de aldea. Volver
a meterse con los muertos es una falacia.
Refutación de la 26: Se puede demostrar por la Escritura
que el obispo de Roma en colegialidad con los obispos de todas
las iglesias tiene las Llaves del Reino de los cielos.
Refutación de la 27: Se puede demostrar por la Escritura
que la Fe ni se compra ni se vende. Pero no se puede refutar por
la Escritura que por la venta de sus bienes y distribución entre
los pobres el rico compre la salvación de su alma.
Refutación de la 28: No hay que invocar a la Biblia
para saber que en creciendo la riqueza de la Iglesia creció la
avaricia de sus obispos. En cuanto a si la Intercesión por las
almas de los muertos depende de la voluntad de Dios ¿qué no depende
de la Voluntad de Dios?
Refutación de la 29: Esperaremos a preguntarle a
los santos Severino y Pascual.
Refutación de la 30: ¿Cómo puede demostrarme a mí
nadie mi seguridad o mi desconfianza sobre mi propio arrepentimiento?
¿Qué se supone que soy, tonto? ¿Este era el concepto que Lutero
tenía de su pueblo?
Refutación de la 31: Y como ya dije y me repito,
ojalá que de esos penitentes que se odian a sí mismos de por vida
y se administran una buen paliza de vez en cuando para no dejar
de odiar a todo el mundo, ojalá que de estos no quede ni uno al
presente. Si alguno de los herederos de Lutero puede demostrar
que la Sagrada Escritura el cristiano que busca es ése, que lo
demuestre dándose una paliza en público.
Refutación de la 32: “Serán eternamente condenados...”
Heil Luther, morituri te salutat.
CAPÍTULO 33.
El Don divino
-Hemos de cuidarnos mucho
de aquellos que afirman que las indulgencias del Papa son el inestimable
don divino por el cual el hombre es reconciliado con Dios.
Hemos de lamentarnos todos, hijos, siervos y pueblo
de Dios, de que el obispo de Roma diera aquél concierto de acciones
en el origen de esta disputa cuya polémica ha llegado hasta nosotros.
También que siendo esta disputa la menor de entre esas acciones
fuera ésta la usada por los colegas italianos del obispo romano
para ocultar la naturaleza del verdadero show del que se derivó
el desprestigio romano en particular y el desprecio hacia la iglesia
católica en general.
Todo el mundo conoce la historia de la Segunda Pornocracia
Pontificia. O al menos todo el que tenga una inteligencia despierta.
Porque inteligencia la tenemos todos, pero mientras unos duermen
y como si no la tuvieran, otros estamos de pie y hacemos uso de
ella a pleno pulmón. Cabe decir pues que algunos Pastores equivocan
el sentido de la Misión Sacerdotal de Apacentamiento, y donde
debieran poner Pacificación Fraterna entre todos los cristianos
y las iglesias, ellos ponen la Nana de la Olla, la que duerme
la inteligencia y reduce al ser humano a un animal sujeto a ritos,
tradiciones y leyes de la santa madre iglesia. Los que estamos
de pie hablamos y hablamos sobre lo que vemos y oímos. Esos que
han encontrado en la anulación de la inteligencia, es decir, la
anulación de la Creación de Dios, que ha hecho al Hombre a su
Imagen y Semejanza, por inercia tienden a levantar el grito defendiendo
unas barrigas a cuya salud venden las ovejas más rollizas al propio
Diablo. (Recuerdo que esto es una crítica, no un juicio; en el
Juicio no habrá crítica sino sentencia, y los actos delictivos
tendrán en la perversión de la Misión del sacerdote y la transmutación
del Templo en un negocio su acusación letal. regresemos al debate)
La Primera Pornocracia Vaticana quedó atrás y perfiló
el desprecio de la iglesia bizantina hacia aquella iglesia occidental
gobernada por rameras vestidas de papas y criminales vestidos
de obispos. La parte de este desprecio del mundo ortodoxo bizantino
contra aquella iglesia romana revolcándose en la sangre y en el
vicio tuvo una parte decisiva en la posterior ruptura, la ocurrida
en el 1054. Los historiadores vaticanistas han querido ahogar
en el olvido y enterrar en el silencio la influencia que el comportamiento
anticristiano de sus amos ejerció sobre el Cisma de Oriente. Nosotros,
lejos de aquéllos días, y aunque el celo por la Casa de Dios arda
en nuestras venas al recordar la vida y muerte de aquellos demonios
con sotanas sembradas de pedrerías, no podemos cerrar los ojos
y absolver a una parte para condenar a la otra. Sobre ambas cabezas
pende la espada del Juicio, la que el Juez tiene en su boca. Pero
allá cada cual con la paga que haya de recibir por sus obras.
El caso es que a la vuelta de la esquina, el siglo
de la primera Pornocracia alejándose en la memoria, y el que le
siguió perdiéndose en la distancia, a cual de los dos más divertido,
un sucesor de aquellos obispos romanos elevó la condición del
obispado de Roma a la categoría de la Sede de un Olimpo de dioses,
el dios de dioses él mismo. Con sus Dictatus Papae el bueno
de Gregorio VII realizó la utopía del Diablo: ser como dios. Un
trecho más y la lucha por el trono divino se traduciría en la
Segunda Negación de Pedro, período que llamaron ellos el Cisma
de Occidente.
De manera que apenas había sido digerida la segunda
negación cuando la tercera hizo su entrada. Médicis, Sforzas,
Borgias, todos en la misma cama del obispo de Roma con la bendición
de sus colegas italianos. El mundo al acecho, el Cielo queriendo
taparse los ojos. Vergüenza. Vergüenza. Desolación. Tres veces
negó Pedro a su Maestro; tres veces negó su sucesor a su Esposa.
El pecado de la Reforma fue grande pero no menos lo fue el de
la iglesia italiana al causar con su conducta la ruptura de la
Unidad de la Iglesia. Perdón, perdón, meas culpas ¿y seguimos
como si no hubiera pasado nada?
Lutero buscaba un objetivo y conocía perfectamente
la ignorancia de su pueblo. Fue forzado por sus errores a cumplir
su destino. Vemos sin embargo que su crítica se hizo eco de las
palabras que soplaban en el viento y se decían en Misa como si
fueran palabra de Dios. Si este disparate se dijo alguna vez "las
indulgencias del Papa son el inestimable don divino por el cual
el hombre es reconciliado con Dios" -que se dijo, según lo
chivata Lutero en esta tesis. !!Cómo no justificar la cólera producto
del escándalo que en el espíritu cristiano semejante doctrina
provocó!! Pero conociendo la doctrina vaticanista sobre la divinidad
-pues la Infalibilidad sólo le es natural a Dios- tonto el que
se escandaliza de sus doctrinas.
CAPÍTULO 34.
La satisfacción sacramental
-Pues aquellas gracias de
perdón sólo se refieren a las penas de la satisfacción sacramental,
las cuales han sido establecidas por los hombres.
Con todo, lo que sorprende es que Lutero no entre
en el meollo. Quiere prevenir al pueblo, y lo hace, pero no denuncia
la doctrina con la intención de quien quiere provocar un choque
frontal a muerte. Es cauteloso. No parece que vaya buscando crear
la División; se diría que va buscando llamar la atención sobre
su persona. Yo me atrevería a decir que su propósito no era tanto
abrir un abismo entre él y el obispo de Roma cuanto llamar la
atención sobre su persona. No olvidemos que su carrera eclesiástica
había sido hasta entonces meteórica. Pero había tocado techo.
¿A qué más podía aspirar un monje alemán de pueblo?
Hombre, como poder aspirar Lutero podía aspirar a
llegar a ser Papa. Cualquier sacerdote, monje o fraile podía sentarse
en el trono del dios de Roma. De hecho en la historia del papado
no faltaban casos. Habían sido mucho los monjes que habían llegado
a sentarse en el trono de Roma.
Lutero no podía ignorarlo. Oyéndole declarar estas
tesis uno diría que por la idea que se había hecho de lo que puede
o no puede un Papa había acariciado la idea y se había respondido
a la pregunta: qué es lo que haría yo si llegara a ser Papa. De
hecho el tono que emplea en esta disputa no es el del polemista
anticatólico que se las está viendo con el anticristo. En comparación
con el lenguaje de Savonarola, cuya trágica muerte a manos del
Alejandro VI no podía ignorar Lutero, el tono de estas tesis es
astuto, discreto y críptico. Si la idea de estas Tesis era enjuiciar
al Papado, a dos pasos de la Segunda Pornocracia Vaticana que
se hallaba el autor, la suavidad y ternura con la que ataca al
obispo romano es de una delicadeza tal que se puede decir que
estaba acariciando a la bestia en lugar de rodearla para matarla.
Lo que pretendía y lo que no quería Lutero lo iremos
descubriendo. De todos modos y a pesar de que yo esté abriendo
el Acontecimiento al conjunto de fuerzas que en aquél tiempo estaban
convulsionando el escenario de la Historia Universal y señale
la lucha violenta entre Dios y el Diablo que se estaba celebrando
desde el Año Mil de la primera Era de Cristo, sería una maldad
imperdonable por mi parte acusar a Lutero de saber lo que estaba
haciendo. Martín Lutero era un alemán de pueblo, hijo de una familia
valiente que se había abierto camino en la sociedad aprovechando
la dirección favorable de los vientos. Su padre no era rico pero
sí tuvo medios para pagarle a su hijo una educación reservada
a muy poca gente. Para su alegría de padre su hijo terminó sus
estudios de Filosofía. Y empezó los de Derecho. En ese momento
su hijo, muy católico, pasó un susto de muerte conforme iba y
venía de la ciudad al pueblo. Hombre de pelo en pecho, mucho orgullo
y una sola palabra, Martín se metió en el convento. Era joven,
tenía sólo 22 años, pero el muchacho no dio marcha atrás. Aquí
comenzó su periodo negro. El periodo durante el que incubó el
odio a sí mismo, hacia su Yo propio. Lo suyo no era ser monje,
pero una vez dentro y habiéndose negado a mirar para atrás, aunque
tuviera que odiarse y vencer ese odio dándole salida a la violencia
famosa que esgrimiera contra el Diablo en su celda, él, Martín
Lutero, seguiría para adelante.
Y siguió. Hijo de un trabajador valiente y próspero,
astilla de tal palo, Lutero superó su periodo negro y volvió al
mundo bajo una túnica que, bien pensado, podía conducirlo a la
cima del mundo. Martín era un estudioso. Sabía que en los últimos
siglos los monasterios se habían convertido en la cantera de los
papas. Listo que era, el futuro que le ofrecía la carrera eclesiástica
en mente, Martín se echó a andar. En breve pasó de simple monje
a ser un mandamás. ¿Por qué no iba a poder llegar a ser algo más
que un Profesor de Teología? ¿Quién le prohibía soñar con abrirse
camino hacia la Curia? Y, quién sabe, hasta sentarse un día entre
los obispos. No como uno cualquiera, no, incluso podía llegar
a ser aquél que: Solamente es llamado “universal” con pleno derecho.
Aquél que: El solo puede deponer y restablecer a los obispos.
Aquél de quien: Un legado suyo, aún de grado inferior, en un Concilio
está por encima de todos los obispos, y puede pronunciar contra
estos la sentencia de deposición.
Aquél al que: Sólo a él le es lícito promulgar nuevas
leyes de acuerdo a las necesidades de los tiempos, reunir nuevas
congregaciones, convertir en abadía una casa canonical y viceversa,
dividir una diócesis rica o unir las pobres. Aquél: Que solamente
puede usar las insignias imperiales. Y al que: Todos los príncipes
deben besar los pies solamente. Aquél: Que su nombre debe ser
recitado en la iglesia. Y: Su título es único en el mundo.
Aquél a quien: Le es lícito deponer al emperador.
Y: Según las necesidades, trasladar a los obispos de una sede
a otra. Aquél: Que tiene el poder de ordenar un clérigo de cualquier
iglesia para el lugar que él quiera. Aquél sin el que: Ningún
sínodo puede ser llamado general. Y sin el que: Ningún artículo
o libro puede ser llamado canónico sin su autorización. Aquél
de quien: Nadie puede revocar su palabra, y que sólo él puede
hacerlo. Aquél a quien: Nadie puede juzgar. Aquél al que: Las
causas de mayor importancia de cualquier iglesia deben ser sometidas
a su juicio. Y él solo: Puede deponer y restablecer a los obispos
aún fuera de una reunión sinodal. Aquél solo quien: Si ha sido
ordenado luego de una elección canónica está indudablemente santificado
por los méritos del bienaventurado Pedro.
Amén, amén, amén. Yo también quiero la fruta de ese
árbol, aunque sea de la mano del mismísimo Diablo- se dijo en
secreto Lutero. Ese fue el día que Martín perdió el juicio y empezó
a escribir necedades como la que sigue:
CAPÍTULO 35.
Doctrina anticristiana
-Predican una doctrina anticristiana
aquellos que enseñan que no es necesaria la contrición para los
que rescatan almas o confessionalia.
Cuya necedad es tan evidente que no necesita más
palabras que las que ha requerido su presentación. Veamos la siguiente:
CAPÍTULO 36.
Derecho a la remisión plenaria
-Cualquier cristiano verdaderamente
arrepentido tiene derecho a la remisión plenaria de pena y culpa,
aún sin carta de indulgencias.
Leyendo esta tesis uno se pregunta cómo el pueblo
alemán pudo haber llegado a un grado de ignorancia tan supina.
Yo tengo entendido que esta es la leche con la que en su infancia
el cristiano es alimentado. No los de hoy, sino los de siempre.
Basta leer el evangelio para sacar esta conclusión. ¿Cómo se puede
refutar lo que es una verdad como una catedral de grande? ¿Acaso
se creía Martín que introduciendo esta cuña retórica iba la inteligencia
a tropezar en ella como si de piedra se tratase y al negar lo
evidente quedase en evidencia? Lo único que se ve a través de
esta ventana es el analfabetismo salvaje en el que los príncipes
alemanes tenían encerrada a la nación alemana. Estado de incultura
aprovechado por la voracidad de los obispos, empezando por los
alemanes, para chuparle al pueblo la sangre. No olvidemos que
la iglesia española les prohibió el paso a los legados del obispo
de Roma, y los conjuró a irse al diablo si se atrevían a poner
el pie en el territorio asignado a ellos. Ni uno de aquéllos ladrones
con sotana cruzaron los Pirineos. Sí cruzaron los Alpes y los
Bosques Negros.
A sus propios obispos tuvo la nación alemana que
haber condenado y expulsado de su territorio y no haber culpado
del atropello a los españoles. Pero donde no hay inteligencia,
ya se sabe, hay bestias aullando sus desgracias bajo la ventana
de sus dolores, culpando a los de fuera del látigo que desde dentro
les arranca a tiras la piel de la espalda. ¡Qué bien conocía fray
Martín a sus compatriotas! Sabía perfectamente que aquella Alemania
era un polvorín pidiendo una antorcha. Para hacerlo saltar por
los aires todo lo que tenían que hacer era hacerle oídos sordos
a quien con sus Tesis les estaba diciendo a aquéllos obispos atrapados
en plena siesta: U os levantáis y negociáis conmigo “u” le meto
fuego y que “jarda” Troya.
CAPÍTULO 37.
Los bienes de Cristo y de la Iglesia
-Cualquier cristiano verdadero,
sea que esté vivo o muerto, tiene participación en todos los bienes
de Cristo y de la Iglesia; esta participación le ha sido concedida
por Dios, aún sin cartas de indulgencias.
Bajo esta apariencia de inocencia, la amenaza del
que pedía que se le abrieran las puertas y se le permitiera seguir
ganando posiciones en su carrera eclesiástica, escondía toda la
tragedia que los campesinos alemanes y los miles de muertos que
la Reforma dejó a su paso experimentaron en sus carnes. Una vez
tentado con la fruta prohibida fray Martín estaba dispuesto a
todo por alcanzar la cima del mundo. La veracidad de esta tesis
es tan evidente que, el hecho manifiesto de haber sido mantenido
su pueblo en la ignorancia de su conocimiento, ponía al servicio
de fray Martín el arma con el que destrozaría el negocio de las
indulgencias y encendería un odio fratricida como no conocía la
cristiandad desde los días del arrianismo, mil años atrás.
CAPÍTULO 38.
La remisión divina
-No obstante, la remisión
y la participación otorgadas por el Papa no han de menospreciarse
en manera alguna, porque, como ya he dicho, constituyen un anuncio
de la remisión divina.
Primero la amenaza, inmediatamente después la ganancia
a obtener de concedérsele a su persona la atención que estaba
pidiendo. En él estaba el amigo y el consiervo en el Señor, y
también el enemigo feroz y letal que no dudaría en usar toda su
retórica para declararle la guerra civil al anticristo romano,
y como que era alemán de cuna que podía cumplir su amenaza. Los
obispos tendrían que decidirse y darle a conocer qué querrían
encontrar en él: al amigo y defensor de su pueblo, dispuesto a
mediar entre su pueblo y el obispado romano, o al enemigo salvaje
y despiadado que le arrancaría de cuajo la Unidad al Cuerpo de
Cristo y no dudaría en enviar al infierno a todos los que osaren
presentarle batalla.
CAPÍTULO 39.
Las indulgencias y la verdad
-Es dificilísimo hasta para
los teólogos más brillantes ensalzar al mismo tiempo, ante el
pueblo, la prodigalidad de las indulgencias y la verdad de la
contrición.
El ofrecía eso, superar esa dificultad. Pero a cambio
quería algo. Su vocación era la carrera de abogado, ¿o lo habíamos
olvidado? Por el camino se equivocó de profesión. O eso pensó
al principio. Una vez superado el periodo negro de crisis de libertad
fray Martín descubrió que las oportunidades que la carrera eclesiástica
le ofrecía a una inteligencia brillante como la suya eran infinitamente
mejores, a todos los niveles. El prestigio y el Poder eran para
los príncipes y para los obispos. El acceso a la aristocracia
azul un mundo prohibido, miembro de la otra aristocracia, la divina,
la que de verdad tenía el Poder y la gloria, el futuro que se
le abría dependería de su brillante inteligencia y, esto es lo
importante, de las circunstancias sociales de su tiempo. Mientras
fue aspirante a cachorro de abogado la justicia le importó un
bledo; la ignorancia de los clientes para sacarle los dineros
era lo importante. Las transformaciones que el mundo estaba experimentando
en la edad de los descubrimientos le prometían un gran porvenir
a un abogado agresivo y brillante de su clase. Ahora que pertenecía
a la aristocracia que de verdad mandaba aquella ignorancia sobre
la que el abogado Martín hubiera fundado su prosperidad económica
se había transformado también. Sobre esa misma ignorancia una
inteligencia astuta como la de un demonio podría hacer maravillas.
¿No era esta la razón por la que el obispado romano mantenía en
esa dulce ignorancia al pueblo cristiano?
Qué terrible vergüenza que con sus acciones el obispado
romano diera lugar a semejante cadena de razonamientos. ¿Gloria
de los hijos de Dios llamarse hijos de la iglesia romana? Cristo
es el nombre del Señor, nació en Jerusalén y fundó su Iglesia
en el ser de un hombre, no sobre la piedra donde Rómulo y Remo
fundaron la ciudad eterna ¿O acaso cree el obispo de Roma que
la capital italiana subsistirá eternamente? Santa Madre Iglesia
Católica es el nombre de la Esposa del Señor Jesús. Pedro no fundó
ninguna Iglesia. Jesús fundó en él y sus hermanos en el espíritu
la Iglesia de Dios.
Roma dejará de existir, pero la Iglesia Católica
existirá sempiternamente. No puede llamarse pues Romana aquella
que ha sido engendrada para vivir eternamente. La Iglesia de Dios
es católica, porque es universal, Cristiana porque es de Cristo,
y Apostólica porque predica la Salvación de Dios, pero no es romana
ni bizantina ni americana ni inglesa ni china. Dios borrará ese
título del Vestido de su Sierva y limpiará la Gloria de la Esposa
de su Hija cuando el mundo entero vea ese título borrado de su
Casa.
OCTAVA
PARTE
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