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HISTORIA UNIVERSAL DE ESPAÑA

 

MAURICIO CARLAVILLA

EL REY , RADIOGRAFIA DEL REINADO DE ALFONSO XIII

 

CAPÍTULO PRIMERO:

ESPAÑA ES UN REINO. IMPERATIVOS HISTÓRICOS, CORONACIÓN SEPARAISMO YV GUERA SOCIAL

 

CAPÍTULO SEGUNDO:

UN TRIUNFO DEL REY. BAUTISMO DE FUEGO, INGLATERRA, JUDAISMO Y MASONERIA. VICTORIA EUGENIA DE BATTENBERG, REINA DE ESPAÑA. REGICIDIO

 

CAPÍTULO TERCERO:

ALFONSO XIII EL AFRICANO. EL REY Y MAURA 1909

 

CAPÍTULO CUARTO:

ALFONSO XII. REGENCIA DE DOÑA MARIA CRISTINA. VICTORIA EUGENIA DE BATTENBERG

 

CAPÍTULO QUINTO.

LA SEMANA TRÁGICA. ANTONIO MAURA

 

CAPÍTULO SEXTO.

LA REVOLUCIÓN EN EL PODER

 

CAPÍTULO SÉPTIMO:

EL ASESINATO DE CANALEJAS

 

 

ANTECEDENTES Y CONSECUENCIAS. CLAVE PARA COMPRENDER ESTA OBRA

Con unos meses de anticipación hemos publicado el libro titulado Masonería Española, escrito por Miguel Morayta, Gran Maestre del Gran Oriente Español, Profesor de Historia de la Universidad de Madrid y diputado en varias legislaturas del último Reinado. El libro es un ensayo de la historia política de la Masonería en España. Sobre la total autenticidad de los hechos y nombres masónicos aportados por el Gran Maestre nadie podrá dudar. A base de tales hechos y tales nombres, el autor de la presente obra inserta en el libro de Morayta unos comentarios y unas ampliaciones para demostrar la traición permanente de la Masonería contra España. Morayta corta su historia masónica en la Restauración y la cierra con la siguiente afirmación, ciertamente, bien probada previamente por él :

No hemos podido agregar a las páginas escritas por el Gran Maestre una verdadera Historia de la Masonería desde la Restauración hasta el último Reinado, limitándonos a facilitar elementos de juicio, a nuestro entender, suficientes. Este libro, Masonería Española, lo consideramos como la clave para poder comprender esta nuestra obra sobre el último Reinado. Para cuantos lectores no lo conozcan, estimamos necesario facilitarles unos textos, que hacen autoridad por ser quien son sus autores, para que puedan comprender masónicamente la Restauración. Algo muy necesario también para poder comprender y juzgar a nuestro último Rey, Don Alfonso de Borbón, porque la Restauración con su Régimen y sus hombres determina su Reinado.

He aquí los textos prometidos:

«Había yo escrito varias cartas a los ejércitos del Norte, del Centro y de Cataluña y había mandado comisionados con el objeto de saber cómo opinaban respecto al Gobierno que sucediera al señor Castelar y respecto de aquellas Cortes. En los ejércitos del Norte, del Centro; y de Cataluña reinaba el mismo descontento que en las fracciones políticas: todos estaban unánimes en obedecer al señor Castelar y eran contrarios al Gobierno que le sucediera, y todos se mostraban agresivos contra aquellas Cortes.

La anarquía hubiera sido el triunfo inmediato y seguro del carlismo. Mi situación de capitán general de Madrid, ante unas Cortes impotentes para gobernar, era dificilísima. Así, pues, me decidí a llevar a cabo el acto violento del 3 de enero. ¡Ah, señores diputados! Si yo no hubiera ejecutado aquel acto. España entera me hubiera despreciado y el ejército me hubiera maldecido, porque sin aquel acto no hubiera quizá terminado el 3 de enero sin que hubiese entrado en Madrid don Carlos de Borbón.»

           General Pavía

                          (Discurso en el Congreso en 17 de marzo de 1875.)

Segundo texto :

«La Masonería fue partidaria de la Restauración. En El Debate, órgano de la Orden, número correspondiente al 30 de noviembre de 1882, se lee lo que sigue: “El Código inmortal de 1869, que no pudo arraigarse en nuestro país bajo la monarquía de don Amadeo de Saboya, por razones que están al alcance de todo el mundo, echará raíces bajo la de don Alfonso. Tras un largo e infructuoso período de aventuras, tras el desdichado ensayo de la República, durante la cual la nación estuvo a punto de caer en los brazos de la demagogia primero y después en las garras del absolutismo, es lógico que pensemos todos, que piensen todos los demócratas en contribuir, con su prestigio y con sus fuerzas, a robustecer lo existente, buscando la restauración de las conquistas de septiembre por los medios suaves y pacíficos, y abandonando, por gastados, los recursos revolucionarios.

En septiembre de 1882 el Serenísimo Gran Oriente de España publicó un manifiesto en el que daba cuenta de su «creciente desarrollo, representado en sus 39 capítulos y 280 Logias, sin contar las Cámaras superiores, ya filosóficas, ya sublimes y cuyo número jamás alcanzó nuestra Institución en este desgraciado país, ni aun en la época en que, abiertas con la Revolución de septiembre de 1868 las válvulas de la libertad y del progreso, el espíritu de una propaganda más entusiasta que reflexiva atrajo infinitos iniciados a nuestros Talleres, que pronto se multiplicaron en asombrosa proporción, comparada con la forzada inercia a que a la Masonería redujera en época anterior el fanatismo político y la intolerancia religiosa. De 1820 a 1823 y luego en 1836, hubo más masones que nunca. Ello no obsta para qué en 1882 fuera España la quinta potencia (masónica) del globo.»

                   (Publicación masónica oficial: vol. II, pág. 246, 1933 )

Maldecís de la Revolución y no podéis saliros de ella, y, mal que os pese, habéis de seguir, aunque no queráis, aunque no lo sepáis, en el camino de la Revolución.

Emilio Castelar

                      (Discurso en el Congreso el 8 de julio de 1878.)

Al parecer, lectores, resultó absolutamente cierto el presagio fatalista de Castelar. Y hay derecho a preguntar: ¿Quién, durante los dos reinados de la Restauración, logró llevar a España a la Revolución, «aunque no lo supieran», «aunque no lo quisieran», al Rey algunos políticos monárquicos? Para empujar al Rey y a España entera por el camino de la Revolución y precipitarlos en ella, no hay sentido común en el planeta o fue necesaria una poderosa Fuerza capaz de tal prodigio. Esa Fuerza, aunque no lo sepáis, aunque no lo queráis, fue la Masonería; la misma que hizo la Restauración de una Monarquía liberal, Régimen encaminado hacia la Revolución, para impedir con su nombre y atributos sagrados el triunfo de la Monarquía verdadera, la de la Tradición, que no era camino para la Revolución.

Cuando a lo largo de las páginas siguientes veas, lector, «errores», «contradicciones» y cosas «incomprensibles», que no puede o no quiere explicar el autor, acuérdate de las claves que suponen los tres textos precedentes. Y piensa, a la vez, que quien escribe no conoce ni puede conocer a todos los masones y de algunos conocidos no puede dar sus nombres... para poder dar los que da...

Ahora sí, advertirás, lector, que cuando el autor pincha en la Historia de la Restauración, siempre brota masónico pús.

ANTICIPACION

S. E. el Jefe del Estado español, con toda su autoridad y responsabilidad histórica, se ha pronunciado sobre el último Reinado y sobre la personalidad de Don Alfonso XIII como Rey. Esta obra coincidirá en la medida de sus fuerzas y el saber de su autor con las tesis de S. E. por estimarlas estrictamente justas. Y creyéndolo sinceramente así, las reproducimos íntegras, como aparecieron en la prensa :

—¿Hubo, en realidad, crisis de las personas en el reinado de Don Alfonso XIII y de su augusta madre?

—Creo que todos vamos estando en España conformes de que lo que en él hubo fue crisis de todo un sistema. Frente a las campañas de difamación que vinieron haciéndose contra las personas pata destruir la Monarquía y los vicios y defectos del propio sistema, poco podían el patriotismo y la buena voluntad de las personas. De todas aquellas calumnias con que se intentó minar su prestigio nada se pudo demostrar en los cinco años de República.

—¡Qué actualidad tan grande tendría para Vuestra Excelencia, que vivió más intensamente la vida de España en aquella etapa, quisiera, con SU autoridad, decirnos en esta fecha algo de su juicio personal sobre Don Alfonso XIII!

—Lo haré con mucho gusto, pues juzgo sería una injusticia que las generaciones que no le conocieron, aceptando tópicos revolucionarios, pretendiesen cargar sobre su figura o la de su augusta madre aquellos males que bajo sus reinados la Patria sufrió y que no estaba en sus manos el evitar.

El haber nacido bajo el signo de la Monarquía constitucional y parlamentaria, convertida de hecho en una República coronada, con la irresponsabilidad legal de los Monarcas, fatalmente les tenía que llevar a presidir los acontecimientos a que los sistemas demoliberales conducen. Educado, como tantos príncipes para esa misión, a prescindir de su voluntad y ser sujeto pasivo e irresponsable en los acontecimientos, sus buenas cualidades forzosamente habían de perderse en los mares revueltos de los egoísmos, de las concupiscencias y de las pasiones de los partidos. Si al hombre más destacado de su época le hubieran colocado a los dieciséis años a presidir los destinos de la Nación, ¿cuántos errores y ligerezas hubieran cometido? Sin embargo, en Don Alfonso XIII brillaron la prudencia y el buen sentido, y nada importante puede en ese orden reprochársele. El mismo suceso que sirvió de argumento a los viejos políticos despechados para destronarle: el haber aceptado el hecho de la Dictadura del general Primo de Rivera, otorgándole su confianza, constituyó el acto más popular y los años más fecundos de su reinado. Los que sin implicaciones políticas ni cortesanas le conocimos y leal; mente le servimos somos testigos de excepción de sus virtudes y grandes afanes, malogrados por la ineficacia de todo un sistema.

—Dos cosas hay, sin embargo, que los españoles no aciertan a comprender : la separación de Primo de Rivera y el abandono y salida de la Nación del último Monarca. ¿Cómo puede explicarse?

—Esos actos forman parte de todo un proceso político encadenado. La honda crisis del régimen político constitucional y parlamentario y su incapacidad para gobernar hicieron necesaria la Dictadura. El propio general la anunció a su llegada como un paréntesis dentro de aquel régimen, y así acabó siendo. Ni unos ni otros se apercibieron que la Dictadura no podía ser un paréntesis, sino un puente que había de conducirnos a otro sistema que, devolviéndole a la institución monárquica su virtualidad y liberándola de sus muchos defectos, hiciese posible el progreso y el buen gobierno de la Nación. Al no haberlo acometido a su tiempo hizo que cuando se intentó le faltasen al general el ambiente y los apoyos para realizarlo; su estado de salud, la vacilante asistencia del Ejército. y su dimisión, permitieron que las intrigas y ambiciones dé los viejos políticos, con apariencias de servir a la opinión pública, abriesen las puertas a la revolución.

No creo sea aventurado decir que en cada momento Don Alfonso XIII intentó servir a la opinión pública a través de las agrupaciones políticas que el país le ofrecía, sacrificando su opinión personal.  Su marcha fue la última consecuencia de todo aquel sistema. ¿Qué otra cosa le cabía hacer en el desamparo en que le dejaron y de que son exponente estos detalles: desasistencia de sus ministros militares y de las autoridades regionales y provinciales; afirmación de su último presidente del Consejo, ante las noticias de las elecciones, de que «¡España se había acostado monárquica y amanecido republicana!»; aquella otra de un duque con pujos de político clarividente que sentenciaba en Palacio «¡que la Monarquía, desde aquel momento, era facciosa!», o aquella otra reunión insólita en la residencia de otro prestigioso duque, en la que se pactó la entrega del Poder real a los revolucionarios? ¿Con quiénes podía contar el Monarca en aquellos tristes momentos? Si su marcha constituyó un indudable error, la responsabilidad cae sobre las clases dirigentes de la Nación, que le desatendieron o que le abandonaron. El sis­tema se derrumbaba ante la indiferencia de la Nación porque le habían dejado vacío de contenido. A Don Alfonso XIII le tocó ser la víctima.»

La tesis magistral a extraer de las declaraciones es que los tremendos males acaecidos a España durante el último Reinado se deben al sistema que tuvo vigencia en él; cuyo sistema impidió al Rey evitar los desastres.

De acuerdo por completo. Y a más llegamos. Estamos plenamente convencidos de que sin las dotes personales y políticas del Rey, la catástrofe hubiera llegado antes, mucho antes de aquel 14 de abril de 1931.

Si el Rey Alfonso XIII no supera por su calidad humana y sus talentos de monarca en muchos codos a todos—digo a todos—los reyes de la Casa de Borbón reinantes en España, dadas las circunstancias interiores y exteriores, las fuerzas y los medios empleados por los enemigos de España y suyos y la vil calidad política y mediocre humana de los hombres que debió utilizar, por imperativo del sistema, en el gobierno de su Reino, la República hubiese Regado mucho antes y con ella la fatal catástrofe.

Que no pueda la redacción inducir a error a quien lea demasiado a la ligera. Calificamos de vil la calidad política y de mediocre la humana de los hombres que, por imperativo del sistema, debió el Rey utilizar para gobernar. Naturalmente, se hallan excluidos de esos duros calificativos aquellos que gobernaron, no por imperativo del sistema sino en contra del mismo; es decir, el General Primo de Rivera y los de su gobierno.

También excluimos de los calificativos a cuantos el Enemigo de España y Rey eliminó del gobierno y de la vida con el magnicidio. Muy otro hubiera sido el Reinado de Alfonso XIII si lo inaugura Cánovas, si Canalejas es durante los años dieciséis a veinte jefe del Partido Liberal en lugar de Romanones y Dato lo es del Conservador en lugar de Sánchez Guerra. Y anticipemos y señalemos que los dos hombres nefastamente decisivos del Régimen para la Monarquía, Sánchez Guerra y Romanones, debieron sus respectivas jefaturas al asesinato anarquista de quienes las ejercían: Dato y Canalejas.

Y no dejemos de recordar a un Maura y un La Cierva, también «asesinados» políticamente—cuando del asesinato físico se salvan de milagro—por un complot internacional, secundado en el interior por más de la mitad de los políticos «monárquicos»...

Y tampoco debemos olvidar el «asesinato» político, seguido del físico, del General Primo de Rivera.

Porque si, para Carlyle la Historia es la biografía de los grandes hombres, ¿qué Historia será la de un país, como España, cuando la bala pistolera y asesina cercena sistemáticamente uno tras otro a sus grandes hombres? Será un imbécil o un malvado aquel capaz de negar que sería muy otra la historia del ultimo Reinado si no son asesinados Cánovas, Canalejas, Dato y Primo de Rivera. Ante algo tan sin par en la Historia de las naciones, ante la exterminación física de todos los grandes políticos y la inmortalidad de todos los mediocres o malvados ¿qué podía el Rey? Sólo podría salvar su vida de la dinamita y la pistola, y no por arte ni parte de esos políticos mediocres o malvados, sino por gracia extraordinaria de la Divina Providencia.

Tal era el SISTEMA y lo permitido por él durante todo el Reinado.

Pero decir «sistema» será para muchos «despersonalizar». Y eso no. Un sistema no es nada en sí; el sistema es un ente de razón, abstracción intelectual de algo humanamente real. El sistema es el hombre; los hombres que lo crean, lo rigen y lo explotan. El sistema no es nada providencial ni fatal, dado, sobre sentir, pensar y querer humano. El sistema que imperó en el Reinado fue instaurado por hombres, regido por hombres y por hombres utilizado para el mal. No sirven los hombres a un sistema; son los hombres los que se sirven del sistema. Esta es la realidad política; que la política es algo humano, demasiado humano.

Que el «sistema» se halla determinado por Ley anterior y con vigencia, bien; esa Ley también ha sido hecha y puesta en vigencia por hombres. Y si esa Ley y el sistema por ella determinado son causantes del mal a la Nación, Sistema y Ley deben ser anulados, porque la Nación no es para él sistema, sino el Sistema para la Nación, para el bien de la Nación, entiéndase. Y si al Sistema no se le hace caducar, no será jamás por su propia voluntad y fuerza, sino por la fuerza y la voluntad de los hombres que lo integran prestándole su propia vitalidad personal, única que le da vigencia.

Por tanto, esta breve Historia del último Reinado será, como Carlyle quisiera, la biografía de sus «grandes» hombres. Y los lectores verán y dirán en qué fueron «grandes»

 

ESPAÑA ES UN REINO

España es un Reino por Ley con categoría de fundamental. 

España es un Reino que un día tendrá Rey.

El Rey será un Príncipe de la Casa de Borbón, descendiente de Pelayo y en cuya Real Alteza concurran las condiciones determinadas por la Ley fundamental.

Tal es la situación legal y de hecho.

Ante tal situación se perfilan y definen tres posiciones capitales de la opinión española. Frente a esas tres posiciones hacemos esta radiografía histórica del Reinado último. Ignora el autor si, para hacerla, reunirá las dotes que, según Disraeli, son absolutamente necesarias para escribir la Historia: valor y conocimientos necesarios. En cuanto al valor, no lo mostrará menor ahora que el demostrado al escribir sus tres primeros libros (1931-34-35) bajo el terror masónico-republicano. Y, en cuanto a los conocimientos necesarios, tan sólo puede anticipar que, sobre cuanto ha dicho la copiosa bibliografía monárquica favorable y adversa, dirá más; según estima, mucho más. Y ahora examinemos esas tres posiciones adoptadas hoy por la opinión española frente a la Monarquía.

Primera. La de los monárquicos integrales. Para ellos, lo único es la coronación de un Rey. Cual nuevo Demiurgo, él hará desaparecer todo problema nacional e internacional de España y una Era de felicidad general surgirá al conjuro de la Coronación; por lo tanto, ¿para que molestarse planteando problemas y buscándoles solución? Esta posición es meramente sentimental. No merecedora de menosprecio ni de burla. Es la de muchas personas, mujeres ante todo, en las cuales domina lo más excelso del ser humano: el amor. Su amor a Monarquía y Rey, sublimado por el dolor de las reales personas y por tantas injusticias con ellas cometidas.

Para cuantos y, sobre todo, para cuantas están en esta posición sentimental, todo nuestro respeto, comprensión y admiración, pero, a la vez, hacerles recordar y pensar. Si el monarca fuera un Demiurgo, su Trono no estaría vacío; las reales personas ocuparían el Palacio de Oriente y no hubieran pasado veinticinco años en el exilio. La instauración de un Rey ha de ser garantizada, no sólo por el amor sino también por la razón contra la Revolución, contra el destronamiento. Y mostrar a estos monárquicos integrales y sentimentales el cómo y el por qué llegó el destronamiento de su amado Rey, creemos es prestarles el mejor servicio. Diagnosticar la enfermedad de una persona para salvarle la vida jamás ha de motivar el enojo de quienes dicen amarla. Señalar si tuvo arte o parte el propio Rey en su destronamiento, para que las mismas causas no produzcan idénticos efectos en la Monarquía restaurada, no estimamos que pueda motivar molestia o enojo en cualquier monárquico auténtico.

Y dicho así quede, con todos los respetos.

Segunda. Es la posición de un sector nacional, genuinamente nacional, que sin oponer reparo teórico ni doctrinal a la Institución monárquica y hasta creyéndose y sintiéndose monárquicos auténticos, estiman que la Monarquía es la única y decisiva carta de la Masonería y de las paciones enemigas de España regidas por ella para conseguir la iniciación de un nuevo ciclo revolucionario, como acaeció con la primera restauración, frustrándose así el mandato del millón de muertos del Movimiento Nacional.

En esta posición de rechazar la Monarquía formal por creerla una antimonarquía real está lo más y lo mejor del Movimiento Nacional. Es más, en esa misma posición está lo más y lo mejor de la nueva generación; por lo tanto, a medida que aumente su gravitación, por acción mecánica del tiempo, esta masa que se opone a la Monarquía por creerla puerta franca para la Revolución ha de ser más decisiva.

Así lo creemos y así lo declaramos. Si por falta de coraje empezamos por negar una realidad tan vital, sería engañamos y engañar. Y eso con nosotros no va. Sinceramente, la posición de este sector es nacional y racional es genuinamente patriótica. Su motivo ideal y su fin sacrosanto son de admirar y deben ser compartidos. Tal será nuestra actitud sincera en esta obra, continuidad sin flexión de toda nuestra ya larga trayectoria política y literaria.

Y, dicho así, creemos ganar autoridad para dirigimos a esta patriótica opinión y decirle: no es una fatalidad que una nueva Restauración, ni siendo hecha en la persona de un Príncipe Borbón de la rama que ilegítimamente reinó desde Isabel II, sea, como la saguntina, abrir la puerta a la Revolución. Si el nuevo Rey es un español por sangre, alma, intelecto y formación; si reina con un Régimen invulnerable a la Tradición; si los traidores no pueden escalar los mandos políticos, militares y administrativos del Estado y si las Oligarquías financieras no esclavizan económicamente al Pueblo y, por el contrario, es el Rey, como lo fuera en las Monarquías auténticas, el Gran Defensor del Pueblo, frente a los oligarcas de todo género. Si así es el Rey, no será la Monarquía de nuevo puerta franca para la Revolución; será la más formidable muralla para defender a la Patria. Y si es así—y así debe ser—resulta de ingenuos o de locos pensar que el Rey solo, sin formar con él un haz de acero los patriotas—vosotros—, podrá erigir ese Régimen inmune a la Traición; a esa Traición secular que es la Revolución. No es fatal, repito, que la Restauración sea de nuevo la puerta franca de la Revolución.

Esta obra quiere ser la prueba. Si la posición frente a la Monarquía de lo más y lo mejor del Movimiento Nacional está determinada por la Creencia en esa fatalidad, es, así lo creemos, por carencia de información. Por qué y cómo cayó el último Rey no ha sido dicho aún. Aquí estamos decididos a decirlo hasta donde nuestro saber nos lo permita; por falta de denuedo necesario no quedará silenciado. Damos palabra de honor.

No dictará nuestras palabras un afán sensacionalista; si así fuera, no hubiéramos desaprovechado períodos más propicios : el de la República, uno; y, otro, aquel en que España no era todavía Reino. No, de ningún modo. Al decir por qué y cómo fue destronado el último Rey, mostraremos y demostraremos que no era ni es ningún Demiurgo la Revolución, que sus fuerzas específicas y sus hombres más conspicuos—exhombres muchos—eran demasiado mediocres. Que sólo potenciada la Revolución por la fuerza del Estado, gracias a la traición no identificada, pudo triunfar en España en aquel maldito 14 de abril. Y la consecuencia surgirá con fuerza dialéctica sin par. Si la Traición pudo «regalar en bandeja de plata» la Patria a la Revolución, fue porque, ignorantes los patriotas, permitieron a los traidores adueñarse del Estado y adueñarse hasta del ánimo del Rey. ¿Dónde estabais vosotros, los patriotas, cuando la Traición se gestaba, se extendía y triunfaba? No junto al Rey, no con España. Estabais lejos, disgustados, melancólicos, desengañados y catalépticos; como, según parece, pretendéis volver a situaros en la nueva Restauración intentamos impedirlo, hasta donde nuestras fuerzas lleguen, con esta obra. Y esperamos que al conocer cómo y por qué fue destronado el último Rey, que no lo fue por el ataque de ninguna fuerza cósmica, no permitiréis otra vez que el Estado Monárquico sea presa de los hombres y las organizaciones de la Traición; logrando vosotros que no sea España para el Rey, sino el Rey para España.

Y lo creemos porque si aquella vez dejasteis el campo a la Traición, fue por ignorancia sobre la Revolución y sus hombres, y no por falta de valor, que cien veces más valor demostrasteis el 18 de julio que el que hubiera sido necesario para aplastarla cuando era sólo conspiración. Infinitamente más valor hizo falta el 18 de julio, cuando la Revolución disponía de todas las fuerzas del Estado, que el 14 de abril, cuando sólo» era un fantasma.

Si la Restauración fuera de nuevo puerta franca para la Revolución, sería culpa vuestra; culpa de vuestra retirada sin combate, de no hacer vuestro el Estado monárquico y convertirlo en inexpugnable fortaleza frente a la Revolución nacional e internacional, que son Una.

Y si así no lo hicierais, publicada esta obra, no podréis alegar la excusa de ignorancia.

Tercera. Es la posición de un grupo—ni siquiera sector—«monárquico», que lisa y llanamente pretende regresar a Sagunto. En la metáfora no incluyen sus componentes el «pronunciamiento», no por falta de ganas, sino por carecer del Martínez Campos y del ambiente militar y civil necesario.

Se resignan a recibir la Monarquía «regalada en bandeja de plata», pero, más estúpidos que el portugués del cuento, no les prometen «perdonarles la vida» a los que les piden el «regalo» de la Monarquía; no, les amenazan con su más feroz venganza. Esto es de perversos, sin pe­juicio de ser estúpidos a la vez.

El grupo es muy polifacético. A la cabeza están los supervivientes del 14 de abril los que con todos los poderes del Estado en sus manos «regalaron en bandeja de plata» España a la República, a la Revolución; ya veremos si por torpeza o traición o por ambas cosas a la vez. Su doctorado en incapacidad política y en carencia de valor personal fue ganado por ellos con la más alta calificación en aquella carnavalesca ocasión. Un pudor elemental ante el millón de muertos que costó su cobardía e imbecilidad debió dotarlos de invisibilidad y dejarlos mudos para siempre; y callados en el rincón más discreto de sus palacios rescatados o de sus cotos recobrados gozar de la dulce oscuridad.

Pero no; ebrios de orgullo senil, rezumando vanidad, explotan su «monarquismo de siempre», autentificado por sus ex, sus títulos nobiliarios y sus doradas llaves de gentiles hombres, ¿y para qué? Para que su pabellón de monarquismo y conservadurismo encubra a la derrotada horda del 14 de abril, a los asesinos y ladrones de octubre, a los sicarios sádicos, expoliadores y violadores del Frente Popular, los Prieto, Montseny, Vayo, Negrín... que con todos ellos parlamentan y pactan a base de volver a la «normalidad» a través de un nuevo «berenguerismo». Cien veces ignaros y estultos, sin haber aprendido nada y olvidándolo todo, parlamentan y pactan con los asesinos derrotados en el campo de batalla y también derrotados en todas las encrucijadas internacionales donde trataron durante largos y peligrosos años de volver a asesinar a España. Y se fían de la «palabra de honor» de los asesinos, que les prometen, a cambio de la libertad democrática, ser muy buenecitos...

Nuestra indignación ante tanta idiotez y tanto cinismo es vencida por la carcajada provocada por tan grotesco espectáculo.

Idiotez y cinismo hemos dicho. En efecto, idiotez en ésos «monárquicos y conservadores de siempre» y cinismo en los patibularios asesinos que parlamentan y pactan. Pero hay algo más que idiotas entre los «monárquicos conservadores» de siempre. Con ese rótulo y esa posición externa, confundidos con ellos, están los criptomasones, aquellos que no han sido vistos jamás entrar en los templos españoles de la Orden; los obedientes a Grandes Orientes o Grandes Logias extranjeras; principalmente a la Gran Logia de Inglaterra.

Porque, sépase ya; en España no existieron sólo esas dos Obediencias masónicas conocidas de siempre, la del Gran Oriente y la de la Gran Logia. Existió y existe la obediencia a la Gran Logia de Inglaterra; obediencia cuya existencia no ha tenido solución de continuidad desde 1728, fecha de su entrada oficial en España, y cuya Logia principal estaba instalada en pleno Madrid, pero gozando de extraterritorialidad, en la Embajada Inglesa. En cuya Logia se fraguará, bajo el «mallete» del Embajador Keene, y triunfará la primera gran traición masónica, cuya víctima será Ensenada y la potencia naval española. Traición material y personalmente ejecutada por un Duque de Alba, una Carbajal Montezuma y Lancaster, un Wal, un conde de Valparaíso, es decir, por «monárquicos de siempre», insospechables para todos.

Sin solución de continuidad la existencia de la Obediencia a la Gran Logia de Inglaterra hasta hoy, he dicho. Sí; y lo repito. Ahí, en la Masonería ignorada y ni siquiera sospechada, perfectamente articulada internacionalmente por su Alto Mando común anglo-judío con la Masonería conocida, con la Masonería «de izquierda», está el gran secreto de las catástrofes de la Patria; en ese oculto brazo de la Masonería Use halla la solución del enigma de esa cadena de «errores» cometidos por los políticos, «monárquicos de siempre», que ni una sola vez por casualidad erraron en favor de España y contra la Revolución asesina de la Patria.

Más oculta todavía existe otra obediencia masónica, si «obediencia» puede ser llamada la que manda. A sí mismos se llaman los judíos (los criptojudíos) kabalistas que la forman ANONIMOS. Son hoy pocos dentro de España; sólo setenta. Pero estos judíos kabalistas, al ser ignorados, al ser insospechados, y siendo una selección por su inteligencia, posición y dinero, son una gran Potencia. En estos ANONIMOS radica y se centra ese odia místico contra Cristo y contra España, y ellos irradian a través de todas las obediencias masónicas ese odio satánico revelado a la luz de las llamas de los templos incendiados, en los sacrilegios de sacramentos, en los martirios de sacerdotes y de cristianos, en las violaciones de las vírgenes esposas de Cristo, en las profanaciones de imágenes y sepulturas; en los escarnios de la bandera, en los asesinatos por calumnia o bala de los mejores españoles; en el silencio atronador con que apagan el grito de alerta lanzado por el patriota frente a la Revolución.

Seguramente, la ingenuidad de tantos y tantos nos demandará pruebas y nombres. Pretenderán que les demostremos la existencia de Logias y Triángulos obedientes a la Gran Logia de Inglaterra y también que les mostremos a la luz del día esa Orden de los Anónimos; y, naturalmente, desearán conocer los nombres, apellidos, títulos y cargos de cuantos pertenecen a esas dos organizaciones.

Sólo un par de consideraciones hemos de someter al juicio de los ingenuos.

En cuanto a la existencia de ambas sectas, poseemos testimonios personales y pruebas procedentes de nuestra investigación particular. Pero dar a la publicidad esos testimonios y esas pruebas sería una estupidez magistral; sería tanto como privarnos a nosotros mismos de los medios de saber cualquier cosa en el futuro; porque al revelar todo cuanto hemos logrado averiguar «ellos» deducirían infaliblemente cuáles fueron nuestras fuentes y las cegarían para siempre.

Así sería; pero aun cuando así no fuera, tampoco nos lanzaríamos a esa estúpida publicidad. Las pruebas, para poder ser publicadas, han de poseer calidad judicial si no se quiere ser condenado por calumnia o injuria y que sea secuestrado el libro o el impreso, aun revelando verdades axiomáticas. El autor, por su profesión, es un técnico en pruebas, y ha de saber algo tan elemental como es esto :

Si la obtención de la prueba es asunto del investigador, su existencia es potestad exclusiva del autor; por lo tanto, el que la prueba exista y que sea ella una evidencia judicial o moral no depende nunca del investigador. Y hay tipos de hechos y tipos de autores que saben actuar y actúan sin dejar prueba de ningún género, y, lo que es más fácil, no las dejan de tipo judicial. Y al ser así, ya pueden los más hábiles investigadores romperse la cabeza para descubrirlas; no las tendrán jamás si no las inventan y fabrican. Y eso, aun guando seamos capaces de realizarlo, no nos tienta.

Se comprenderá que si alguien hay capacitado para no dejar pruebas de su acción, y menos de calidad jurídica, es el masón. El masón se beneficia de una técnica ya secular de traición. Y no digamos el judío kabalista, con veinte siglos de ciencia, experiencia y tradición en las artes de la traición. Aquí, en España, puede contar con una de sus primeras grandes hazañas: la traición que permite la invasión árabe y su fantástica conquista de España casi entera. Confiesan esa traición y se ufanan de ella los más acreditados historiadores judíos, con Gráez a la cabeza y con Disraeli a la zaga.. Y fue una traición que para ser reparada costó a España la guerra más larga de toda la Historia Universal.

Con una experiencia menor, con menos ciencia y tradición acumuladas, la traición soviética obtiene en nuestros días esos sensacionales triunfos que están a nuestra vista. El poderoso e ingente F. B. I. no es capaz de impedir el robo de los siglos, el robo de la bomba atómica. Sólo gracias a la espontánea delación de Guzenco y a un lapsus de un delegado soviético se debe el haber hallado una pista; pero con la cual no llega a una decena de traidores de segunda y tercera categoría. Y, es de ayer, el Intelligence Service y el Scotland Yard unidos resultan incapaces, al cabo de más de tres años de esfuerzos inauditos, para hallar prueba o evidencia, según ellos dicen, con categoría judicial que les permita fundamentar una presunción lógica de poder arrancarles una confesión a Burgess y Maclean, y sabían que, por lo menos, el primero era un espía desde hacía dos años; poseían la prueba moral e intelectual, pero no la prueba jurisprudencial.

¿Extrañará, lector, que el autor, que no es un F. B. I., ni un Intelligence Service, ni un Scotland Yard, no sea capaz de obtener prueba con categoría judicial?

Naturalmente, en caso de haberla dejado tras ellos estos masones y judíos.

En cuanto a nombres, la ley también demanda documentos, testigos o testimonio de parte para defenderse de una querella personal o familiar por haberle llamado masón de cualquier obediencia a un determinado señor; tal es la única clase de prueba que admite todo tribunal. Y si no existe documento, si no hay testigo o se niega a declarar, o el masón mega su confesión judicial, y la negará por propio interés y por temor a sus «hermanos», ¿cómo dar nombres?... Conocerlos por sí mismo el autor y conocerlos por información confidencial, aun cuando no haya duda posible, no bastará; y la condena por injuria o calumnia sobrevendrá.

Sólo resta el recurso de archivar en lugar seguro pruebas y nombres guardarlos muy lejos del alcance de los largos brazos de las organizaciones masónicas para darlos a la luz después de muerto. Sobre todo, publicarlos a raíz de morir asesinado.

Autentificar con la propia sangre y con la vida las pruebas no jurídicas contra los masones es muy convincente, aunque no jurídicamente; pero es al veneno y la pistola masónica a las que corresponde únicamente facilitarnos esa trágica autenticidad para nuestras acusaciones.

Más no cabe; dar pruebas que los masones no dejaron tras de sí es un imposible moral; darlas sin categoría judicial es una estupidez; es tanto como inutilizarse cargando con el calificativo jurisprudencial de calumniador y, a la vez, es provocar la recogida legal de los escritos, privando a todos de conocer la verdad; la verdad que es posible publicar.

En tanto ellos no se decidan a dar autenticidad a las pruebas extrajudiciales asesinando al investigador, por las convincentes razones alegadas, tan sólo queda el recurso de la prueba intelectual.

Cuya prueba intelectual (e inteligente) consiste en exponer los acontecimientos capitales del Reinado; pero exponerlos a fondo, en toda su dimensión externa e interna, no con visión superficial reporteril; en revelar sus causas y señalar sus defectos y, sobre todo, denunciar a sus auténticos autores, pero a todos los autores, a los materiales y a los cerebrales; a los autores que mandan y a los autores que obedecen; a los que posibilitan la ejecución de las traiciones con actos u omisiones sin los cuales jamás hubieran podido ser cometidas. Y, por fin, mostrar con toda claridad qué y quién fue beneficiado y perjudicado.

Eso es cuanto inteligente y eficazmente podemos hacer, y lo haremos.

Los lectores han de apreciar a lo largo de los tres decenios del Reinado una constante política y revolucionaria de hombres y organizaciones cuyo efecto infalible y exacto, inmediato o mediato, es un atentado a la existencia, potencia e independencia de España; y, en consecuencia, un atentado a la existencia de la Monarquía y a la existencia del Rey. Que los autores de esta constante guerra revolucionaria son anarquistas, comunistas, separatistas y republicanos no es ningún descubrimiento; ellos son los que verbalmente y con sus hechos se declararon y se mostraron siempre autores de los acontecimientos. Ahora bien, lo que veremos en esta crónica del Reinado es lo silenciado casi en absoluto hasta hoy, lo eludido con toda solemnidad por quienes a sí mismos se han erigido en sus «cronistas oficiales», más o menos académicos, más o menos profesorales, más o menos gacetilleros de cámara. Y lo silenciado es nada menos que esto : que los hombres y las organizaciones que nos presentan luchando durante todo el Reinado contra España y contra el Rey jamás tuvieron inteligencia ni fuerzas, ni en su mayor apogeo, para cuanto lograran ejecutar contra España y Monarquía, y menos aún para lograr el triunfo que lograron el 14 de abril: destronando al Rey y adueñándose del Estado español.

Esto lo verán con toda claridad nuestros lectores; pero, a la vez, han de ver algo mucho más ocultado y silenciado: que, de manera permanente, hubo siempre políticos, «oficialmente» monárquicos, dueños del poder casi siempre, los cuales, por acciones u omisiones alternadas, fueron quienes dieron el triunfo a los mediocres jefecillos y a las débiles fuerzas revolucionarias.

Los modosos y serios historiadores no aluden a tal realidad, y menos aún se plantean el problema. Ciertos cronistas, más atrevidos y sinceros, mencionan el «fenómeno», y queriendo hallarle una causa, lo atribuyen a errores cometidos por los hombres de gobierno.

Radicalmente disentimos. Racionalmente, atribuir a error una constante conducta gubernamental, que por acción u omisión benefició constantemente al Enemigo de Dios, Patria y Rey, es un imposible moral, y entiendan esas dos palabras subrayadas los no iniciados en léxico filosófico : el imposible moral tiene tal categoría que ni el mismo Dios es capaz de superarlo, porque tal imposible implica contradicción.

El error implica inconsecuencia. Una multiplicidad de errores implican una multiplicidad de consecuencias varias, contradictorias... ¿Hay alguien que lo niegue? Ahora bien, el que los errores continuados de los políticos «monárquicos» produjeran no múltiples, sino una misma consecuencia, beneficiar a la Revolución, implica contradicción; es un imposible moral su realidad. Si padecieron errores permanentes, no pudieron producir un efecto único. Y, a la inversa, si se produjo un efecto único, no pudieron padecer errores. Esto dice la lógica con su dictado inflexible.

Y la realidad nos dice que esos políticos, dotados de inteligencia singular y casi de infalibilidad para cuanto supusiera su beneficio personal en poder y riqueza, no podían, a la vez, estar dotados de tal infalibilidad para errar en sus decisiones relativas a Dios, Patria y Rey, decidiendo siempre, infaliblemente, cuanto favoreciese a los ateos, antipatriotas y antimonárquicos.

«Equivocarse» siempre contra Dios, Patria y Rey es algo que impone moral y lógicamente la existencia de voluntad e inteligencia; una gran voluntad y una gran inteligencia,  y también una perfidia y una hipocresía casi sobrehumanas. 

Voluntad, inteligencia, perfidia e hipocresía como sólo puede poseerlas un hombre formado por la Masonería, y acaso no sea bastante; sobre voluntad, inteligencia, perfidia e hipocresía debe reinar una pasión. La pasión del odio de unos hombres enemigos de Cristo y España y, en consecuencia, de la Monarquía, por católica y patriótica. El odio del judío kabalista, el del judío que odia a Cristo y a España, no por creerlo a El un impostor, como lo cree el judío mosaísta, sino por saberlo Dios, y por saber que España es la espada de Cristo en todas las grandes Ocasiones de la Historia. .

Tanto fue y es necesario—tanta voluntad, inteligencia, perfidia e hipocresía y, sobre todo, tan gran odio—para poderle hallar explicación y razón a cuanto acaeció en España desde hace dos siglos y, sobre todo, lo acaecido ante nuestra propia vista.

Llevar a la España imperial en un solo siglo, de reinar sobre más de trece millones de kilómetros cuadrados, a quedar reducida al solar patrio cercenado y lanzarla al suicidio colectivo de la Revolución, del que se salvará con un millón de muertos, es algo tan monstruoso y gigantesco que sólo un odio, una voluntad, una inteligencia, una perfidia y una hipocresía demoníacas pudieron conseguirlo. A tal efecto, tal causa.

No diremos, faltos de prueba jurídica, quiénes fueron y quiénes son los masones obedientes a la Gran Logia de Inglaterra y los ANONIMOS. Sus hechos los delatarán; poco esfuerzo mental necesitará nuestro lector para identificarlos.

Para empezar facilitándole su fácil inducción, les diremos que esos masones no sospechados, no denunciados ni denunciables y los «anónimos» están insertados en su mayor parte dentro de la tercera posición, ya enunciada. Están entre los estultos y rencorosos que pretenden volver a la «República coronada», sea por la «saguntada», por el regalo o por infiltración. Es lo que tiene por nombre el de monarquía liberal-democrática, reprise de la monarquía isabelina, amadeísta y saguntina.

Forman en el grupo cuantos pretenden que sea fatal e inmortal el sino de la Casa de Borbón, enunciado por el insigne Donoso y repetido por el honrado Moyano—dos puros monárquicos—diciendo:

El destino de los Borbones es fomentar la Revolución y morir a manos de la Revolución por ellos fomentada.

Si así no fuera, si así no se pretendiera, ¿cómo tras ese puñado de «monárquicos» podrían estar hoy, con pactos y sin pactos, a la cabeza Indalecio Prieto, anarquistas, comunistas, socialistas, separatistas y republicanos? ¿Cómo iban a estar todos , los hombres y todas las fuerzas de la Revolución en esa «Restauración» liberal-democrática, en la reprise de la Restauración saguntina, si no supieran que en ella ocurriría lo que de aquélla dijo Castelar en pleno Congreso? :

Maldecís la Revolución y no podéis saliros de ella, y mal que os pese, habéis de seguir, aunque no queráis, aunque no lo sepáis, en el camino de la Revolución.

¿Quién fue capaz de realizar el milagro de que, «maldiciendo la Revolución» y «sin quererla», marchase la Restauración por el camino de la Revolución hasta su trágico final?

¿Quién si no la Masonería? La Masonería, única fuerza, única organización, con sus hombres situados al frente de todas las organizaciones específicamente revolucionarias y también con hombres situados al frente del Estado monárquico.

La Masonería es anticristiana, antiespañola y antimonárquica; pues bien, ¿a quién traicionaban los gobernantes «monárquicos» masones : al Rey o a su Orden?

¿Que los masones identificados entre los gobernantes de don Alfonso XIII no son suficientes para explicarse su destronamiento y la Revolución? Es cierto. ¿Pero quién es capaz de jurar que sólo fueron masones los identificados por los boletines del Gran Oriente Español?

Es un hecho que alcurniosos masones, en todos los tiempos, se iniciaron en París y Londres. El autor asegura que hubo gobernantes iniciados allí. Y también asegura que los hubo pertenecientes a Logias kabalistas, de las cuales la de Los Anónimos es una. Precisamente, tales masones ignorados, no sospechosos de tales, fueron los auténticos autores del «milagro» vaticinado por Castelar, los que «milagrosamente» consiguieron que la Restauración «no queriendo y no sabiéndolo», marchase por el camino de la Revolución.

Masones conocidos son, por sólo citar dos arquetipos, Sagasta y Moret, pues yo desafío a que se halle diferencia ideológica y de gobierno entre ellos y otros; y para sólo citar otros dos arquetipos, Alvaro Figueroa Torres y José Sánchez Guerra, que nadie conoció ni consideró como masones ni judíos.

¿Lo fueron o no? El autor no dice sí; pero nadie le hará decir no.

Lo que sí afirma es que su ideología, su gobernar y sus «errores» fueron pares y continuidad, si no superación y culminación, de los hechos realizados por los masones Sagasta y Moret.

Los lectores estimarán lo que les dicte su conciencia y su razón. El autor los deja en plena libertad para juzgar.

Y terminemos ya esta larga introducción.

El autor ha visto con simpatía lo mucho que las plumas hidalgas de insignes escritores han publicado en defensa y panegírico de S. M. Alfonso XIII. Al frente de todos, y por derecho propio, está Julián Cortés Cabanillas, el primero en salir a la palestra en defensa del destronado Rey en plena República. Esta literatura sirvió principalmente para alimentar con su perfumado incienso ese nunca extinto fuego sentimental de tantos delicados y nobles corazones españoles, ardidos en amores al Rey y real familia; amor tanto más sublimado cuanto más duraba su exilio y su desgracia. Rendido este tributo al amor y a la hidalguía de tantos españoles, y, sobre todo, a españolas insignes, por lo excelso de sus corazones y sentimientos, con toda sinceridad nos creemos obligados a decir que esa literatura, ya demasiado reiterada, no basta; es más, la creemos hoy día ineficaz para atraer hacia esa Restauración, ya ley fundamental, a ese inmenso sector nacional—para nosotros, lo más y mejor de España—que siendo monárquico puro, y por serlo, teme que la coronación de un Borbón sea otra vez abrir la puerta a la Revolución.

Hemos dicho que hasta consideramos hoy esa literatura panegírica contraproducente.

Por amor e hidalguía, esas plumas monárquicas han pintado un Alfonso XIII inmenso, perfecto, egregio; un arquetipo de monarca, casi par de los Reyes Católicos y de los dos primeros Austrias, con adecuación al tiempo de su reinado. Entiéndase bien, ahora no discutimos la realidad o la fantasía de ese Alfonso XIII literario. Lo que sí hemos captado en muchos hombres de recio temple nacional, con gloriosas cicatrices y de talento singular es el argumento siguiente: Si Alfonso XIII fue un hombre y un monarca tan magnífico y sin par, locura será entronizar otro Rey; porque si él, siendo tan gran hombre y tan gran Rey, fue incapaz de vencer a la Revolución, ¿qué podremos esperar de otro Príncipe, que, con toda probabilidad, no podrá tener tan gigantesca personalidad?

Otros, con un gran sentimiento patriótico y monárquico, pero sin dejar de ser a la vez racional y analítico, estiman que, sin restarle a don Alfonso XIII virtudes y méritos, hubo de tener defectos y debió cometer errores; es decir, que el Rey tuvo arte y parte involuntarias en su propio destronamiento. Y que lo útil, por ejemplar, para el Rey futuro y para sus súbditos ha de ser exponer sus defectos, descubrir sus errores y ver hasta qué punto y en virtud de qué factores y determinantes pudo tener arte y parte en su caída.

Y ante tales argumentos, debemos terminar diciendo :

España es un Reino; un día tendrá Rey. Veamos por todos los medios la manera de evitar que a España y al futuro monarca les ocurran las tremendas desgracias que se gestaron en el último Reinado. Y nada puede ser más eficaz para prevenirlas que hallar las causas del destronamiento y de la Revolución triunfante allí donde se hallen; en los hombres, como es evidente, en todos los hombres, incluido el mismo Rey.

Afortunadamente, las causas que puedan existir en el Rey no existen de ningún modo en el hombre Alfonso de Borbón. No es necesario decirlo, pero con sumo gusto lo afirmamos. No hay causas en don Alfonso cómo hombre; como tal hombre pasó por la perversa y aviesa inquisición republicana, y ninguna, en absoluto ninguna, de cuantas calumnias fueron fabricadas contra don Alfonso de Borbón pudo ser probada, ni siquiera con indicios racionales. Y tal fue su conducta moral y honradez ejemplar que ni siquiera pudieron fabricar una prueba falsa y verosímil contra él.

Por ello, tan sólo es necesario analizar y juzgar a don Alfonso como Rey. Estudiaremos cuanto se cree, se supone o se sospecha del último Rey en ese gran sector de la España mayor y mejor, tendiendo a descubrir hasta qué punto y por qué pudo tener don Alfonso XIII arte y parte en su destronamiento y en que la Revolución pasase sobre él.

Los hombres que constituyen esta gran masa española se sienten cada uno un algo Cid frente a un futuro monarca; lo quieren que no pueda tener arte ni parte en la muerte revolucionaria de su España. Y tienen derecho a sentirse un tanto como el Cid, porque antes lo imitaron también en los campos de batalla. Y nada mejor para un futuro monarca que ver al Rey destronado tal y como él fuera; para, si tuvo arte y parte en el triunfo de la Revolución, que no lo imite él, y que los patriotas le impidan imitarlo. Y sólo sea como su antecesor en cuanto de egregio patriotismo y caballerosidad en el Rey hubiera.

INTRODUCCION

Es el Rey Alfonso XIII heredero de hecho de la Corona española; pero ella ciñe su cabeza en una circunstancia «dada», por lo tanto, no forjada por su libre saber, querer y entender. No hereda don Alfonso XIII sólo la Corona; con ella también hereda unos problemas, no planteados por él, y, sobre todo, hereda unas organizaciones políticas regidas e integradas por hombres cuyo poder, prestigio, desprestigio, valía y honradez son algo en lo cual el Rey no tiene arte ni parte.

No tener en cuenta esa situación «dada» para escribir esta «Radiografía» del último Reinado sería tanto como no soldarlo con la Historia precedente, incurriendo en injusticia notoria. Sería tanto como responsabilizar íntegramente a don Alfonso de Borbón de cuanto acaeció durante su Reinado, como si él, quisiera o no quisiera, como todo Rey, no hubiera recibido su Reinado ab-intestato. Errores, delitos y catástrofes hubo en su reinado; sobre todo, en él se dio paso a la República, en la cual culmina la traición contra nuestra Patria, por milagro salvada del asesinato; saber qué y cuánto es imputable al Rey, qué y cuánto debió y pudo evitar es importante; pero lo es también saber quiénes eran los hombres a quien halló en el Poder con fuerza y saber para detentarlo. Hallar el joven Rey, siendo aún casi niño, al Gran Maestre de la Masonería, Práxedes Mateo Sagasta, siendo a la vez jefe de uno de los dos únicos partidos políticos con fuerza para gobernar, es un hecho demasiado trascendental por lo nefasto para ser despreciado, y, desde luego, sería injusto cargar eso como responsabilidad exclusiva y personal en el «Debe» del monarca. Si algo tan concreto como es la personalidad específica de los hombres políticos hallados por don Alfonso adueñados del Poder ha de pesar en el juicio del historiador, no menos debe ser tenida en cuenta la determinante de sus actos derivada de su cuna.

Nace Alfonso XIII heredero de la Corona española. Pero no es culpa suya si al nacer encarna en él una de las ramas en que la Casa de Borbón fue antes, mucho antes, dividida. El hecho carecería de gran trascendencia para la vida de la Patria si en su rama borbónica sólo hubiera una diferencia personal, el que fuera Carlos o Isabel, Jaime o Alfonso el Rey. Pudo existir, y sin duda existió, distinto nivel en la calidad de las reales personas; pero esto, sin duda, hubiera sido compensado a lo largo de los reinados, pues la Providencia no asigna de manera fatal maldad o torpeza unilateralmente a ninguna rama familiar, y en cualquiera pueden darse hombres viles o excelsos, malvados o santos, mediocres o inteligentes. Y lo anticipamos : personalmente hallamos en don Alfonso XIII una calidad humana y una inteligencia muy superiores a las de cuantos ocuparon el Trono de la Casa de Borbón. Sea dicho sinceramente y en su honor.

Lo que tuvo trascendencia, cual ningún otro hecho de nuestra Historia contemporánea, fue la transformación de la rama monárquica reinante, con mayores o menores atenuantes, en una bandería política, dejando ya de ser los monarcas reyes de todos los españoles para venir a ser servidos y servidores de liberales y masones; es decir, por y de los antiespañoles.

El mutuo servicio entre Monarquía y Masonería, inevitablemente, debería serle fatal a la primera, porque Masonería es la dominación extranjera ejercida a través del gobernante masón traidor a España. Por lo tanto, la Monarquía borbónica de la rama reinante fue, sin querer, sin saberlo, sin sospecharlo siquiera, objetiva y efectivamente traidora a España, y traidora a sí misma.

Debía la rama la Corona en absoluto a una conspiración masónica, dirigida oficialmente por el Gran Maestre de la Masonería española y por su mujer, espía de nación extranjera. Ese Gran Maestre fue aquel Infante llamado Francisco de Borbón y la espía fue la Infanta Carlota de Borbón. Era el Infante hermano del Rey Fernando VII y hermana la Infanta su mujer de la Reina Cristina, y luego padres del que sería Rey consorte con Isabel II.

Debiéndole la Corona a la Masonería, los monarcas agraciados con ella se veían obligados a dar el poder al partido progresista y luego a sus distintas ramas liberales, que fueron siempre la fachada pública de la Orden. Dueña Inglaterra de la Masonería universal, los gobernantes masones de España eran los «apoderados» de la Embajada inglesa, desde la cual remaba, por esas personas interpuestas, el Embajador-Virrey en España de S. G. M. Británica.

No se inauguró ese cripto-reinado con la niña Isabel. Más o menos intensamente, con interrupciones más o menos largas, existió siempre desde Fernando VI, y, al parecer, el primer Virrey perfecto fue sir Benjamín Keene, el autor verdadero del asesinato político de Rábago y Ensenada; el auténtico destructor de nuestro Imperio, ya que su triunfante complot masónico en contra del gran patriota Ensenada tuvo por efecto que ya no tuviera Escuadra España y como recientemente dijo un espía de Stalin, “no se tienen Escuadras por tener Imperios, se tienen Imperios por tener Escuadras”.

El episodio aludido es uno de los cabos con que se torció el dogal estrangulador de España. El cual, como nuestro lector habrá podido recordar, no aparece ni una vez entre la copiosa miscelánea de las «grandes» historias de España.

Ciertamente, sería muy necesaria una nueva y verdadera Historia de España; esa Historia relegada por nuestros historiadores al secreto. No tenemos nosotros el saber ni el tiempo necesarios para llevar a cabo la gran empresa y hemos de limitarnos a los estrechos límites de un reinado, y aun así, no podremos traspasar los del ensayo.

Mucho lo lamentamos. Entendemos que para explicarse el último reinado de la Monarquía y también la persona del monarca es necesario conocer perfectamente las fuerzas y las personas del pasado que crearon la situación en la cual don Alfonso de Borbón viene a reinar. Es decir, conocer a los hombres y a las fuerzas nacionales e internacionales que sirvieron al Rey y se sirvieron del Rey.

Naturalmente, me refiero principalmente a los hombres de comportamiento inexplicable y a las llamadas «fuerzas secretas», no por serlo realmente, sino por haber guardado para con ellas un silencio inexplicable la gran masa de la letra impresa, cuyo silencio, sin duda, no se debe tan sólo a ignorancia, pues no es ella tanta como los escritores po­líticos e historiadores muestran.

Si el presentar a esos hombres y fuerzas a la luz será siempre una empresa patriótica, y el patriotismo debiera bastar como imperativo para su denuncia, en el caso presente hay una razón más, y hasta razones, que sumar a la patriótica. Se trata de una razón de equidad, de no llegar a juzgar con inexactitud al reinado y al Rey, de conocer hasta dónde sea posible la verdad, porque, de lo contrario, este libro sería fatalmente apasionado, injusto y despreciable.

No ignoramos la honda pasión existente cuando se trata de juzgar, la persona del último Rey de España; pasión favorable a él, hidalga, muy española, y pasión odiosa, cobarde indigna, de sus enemigos, pues al fin, aun cuando fuera un Rey, era él un hombre, y el ataque, y más si es injusto, a un hombre caído jamás es digno de un español.

Ahí está condenada la pasión deshonrosa del adversario rencoroso y disculpada y admirada la hidalga pasión del defensor; pero ello no debe interpretarse como disculpa para el silencio encubridor.

Escribiremos sin odio y sin rencor, con personal inclinación a la simpatía por la figura humana de don Alfonso de Borbón; pero sin ser capaces por ello de llegar a un silencio que sería complicidad en la traición a la Patria, traición premeditada y organizada durante su reinado. Traición que culmina en el asesinato de un millón de españoles por la República, a la cual el traicionado Rey, don Alfonso de Borbón, entregara ¡sus vidas, haciendas y honor!

Al fondo de lo infame llega el reinado en la entrega de España a la República asesina; entrega «en bandeja de plata», como diría el gran patriota Mola.

Ahí está el hecho monstruoso en el cual triunfa el complot secular de la traición a España, que culmina en la Restauración; traición en aumento, cometida de reinado en reinado, de crisis en crisis, de revolución en revolución, de motín en motín, de atentado en atentado, de magnicidio en magnicidio, de asesinato en asesinato.

Camino de crimen la Restauración, para llegar al asesinato de España, cual si fuese arrastrado el Rey y cada gobernante por la fuerza misteriosa, inexorable y fatal de la Revolución. Que don Alfonso de Borbón, el último Rey español, fuera él a la Revolución «sin saberlo y sin quererlo», desde luego, es importante. Pero que a la Revolución él fuera «sin saberlo ni quererlo» no es tan importante como quisieran los cómplices y autores vivientes de la Traición.

Porque no hay eximente cuando Castelar profetiza que gobiernos y reyes irán, quieran o no, lo sepan o no, a la Revolución. No hay eximente para don Alfonso y sus gobernantes porque no era esa fuerza que los empujaba más fuerte que su querer y deber. No era fuerza divina ni mágica invencible. Ni Dios ni aun Satán los llevó contra su voluntad a la Revolución; que ni Dios ni Satán pudieron nunca violar la humana libertad.

Ahora bien, el saber si Alfonso XIII fue llevado contra su voluntad y por engaño al «camino de la Revolución», si fue impotente frente a una fuerza mayor, si su ignorancia fue «invencible» y si arriesgó e hizo cuanto un español y un Rey deben arriesgar y hacer para salvar su Patria, es todo ello un problema con muchas incógnitas de cuya solución depende su honor, su valor, su talento de hombre, de español y de Rey.

Sin conocer la herencia de la Restauración, de la cual es el último reinado prolongación y consecuencia, sin apreciar la naturaleza de las fuerzas que se conjugan contra España y contra él, sería temerario juzgar sobre honor, valor y talento de don Alfonso de Borbón.

De la fuerza trascendental, de la fuerza capaz de forjar la «fatalidad» revolucionaria de que hablara Castelar en su cumplida profecía, de la Masonería, ninguna Historia doctoral o profesoral nos habla.

Ante tan lamentable realidad, hemos tratado, en la medida de nuestro tiempo y saber, de llenar ese silencio culpable. Mas hubiera sido algo desproporcionado, capaz de provocar confusión y desviaciones, el intento de insertar en estas páginas un ensayo—forzosamente, un ensayo—sobre la Historia política de la Masonería. Evitando confusiones y desviaciones, este libro ha sido inmediatamente precedido por la publicación de una confesión de parte de un Gran Maestre, Gran Comendador de la Orden y Catedrático de Historia de la Universidad Central, publicada por él, previa aprobación del Gran Oriente, con el título de MASONERIA ESPAÑOLA—PAGINAS DE SU HISTORIA—, y a la cual hemos puesto las necesarias ampliaciones, rectificaciones y acusaciones. Ante todo, la obra prueba con testimonio irrecusable la decisiva fuerza y acción de la Masonería en la moderna Historia de España. Y aun cuando acaba en el umbral del reinado de don Alfonso XII, nadie podrá creer que la Orden perdió su inmenso poder y se murieron los masones gobernantes, citados por el Gran Maestre, al nacer el Rey.

Por lo tanto, sobre la existencia, poder y gobernantes de la Masonería en el momento de ser coronado Rey don Alfonso de Borbón hemos dado anticipada y copiosa prueba, en absoluto irrefutable, cuya verdad está bien revelada en el estruendoso silencio que le han hecho los más obligados a señalar su existencia en plena calle.

Así, ya sólo nos veremos obligados a mostrar la «fatalidad» castelarina, la Masonería, durante el reinado, con limitadas referencias al pasado, viendo, descarada o disfrazada, cómo a lo largo del mismo lleva ella, día tras día, Patria y Monarquía a la iniquidad más horrorosa conocida en la Historia: al asesinato de Rey, Patria y Dios.

Sólo ahí, en la vida y muerte de Rey, Patria y Dios, estará centrado este libro en su totalidad. Alfonso Xin y su reinado serán vistos en función y relación con el premeditado y secular asesinato masónico del alma y cuerpo de la Patria.

Quien espere hallar en sus páginas un copioso, pueril o malsano anecdotario, ya puede cerrarlas.

Queda dicho con entera lealtad.

IMPERATIVOS HISTORICOS

La conspiración para perpetrar el asesinato de España es muy antigua, secular, pues empezó antes de la invasión musulmana. No se le pedirá, desde luego, a este modesto autor el milagro de encerrar en estas pocas páginas la Historia de España, inédita en su mayor parte aún, arrancando de aquella primera traición judía, de la cual se glorían todos los historiadores israelitas, alegando en honor de sus hermanos de raza el haber provocado la invasión musulmana.

Aludir a tan lejano hecho histórico sólo tiene como fin el descubrir la identidad e igualdad de la maniobra. Tanto en aquella lejanía secular como ahora, la maniobra se redujo siempre a provocar la división del. pueblo español, para lo cual nada mejor que ocasionar una primera oposición entre las jerarquías supremas de la nación.

La maniobra es perfecta cuando Fernando VII debe decidir sobre la sucesión de su Corona. Ya no existirá sólo división motivada por la existencia de distintas ideas o de clases adversas. La división será entronizada—entronizada es la palabra exacta—, pues la familia en la cual encarna secularmente la Monarquía será para siempre dividida y luchará entre sí perpetuamente.

La Monarquía, unidad primera y radical, donde han de ser superadas todas las divisiones nacionales, dejará de ser ella misma unidad. Y ya no será monarquía, porque pierde su esencia misma cuando se transforma en dos. La nación padecerá para siempre una división integral, porque será bicéfala, y no hay organismo en la naturaleza capaz de sobrevivir con un doble y antagónico cerebro.

Ya no será la Monarquía solución ni superación de parciales divisiones nacionales. No; la Monarquía será por sí misma causa primera y capital de toda división y toda lucha. Hasta morir exhausta. Hasta casi matar a España; salvada de morir asesinada sólo por el gran milagro de los siglos.

Sin duda, los valientes partidarios de la Legitimidad no se han distinguido por sus dotes en el arte de la propaganda.

Para la gran masa es desconocido el documento más concluyente y decisivo sobre la legitimidad del derecho de Carlos V y sus herederos al Trono de España. El valor de un documento está en la verdad encerrada en él; pero la mayor prueba de su verdad es que proceda la prueba documental de la misma persona a quien esa verdad perjudica o daña.

Existe un documento, extrañamente silenciado por casi todos los historiadores, redactado y firmado por María Cristina, la Reina Gobernadora, y dirigido a Isabel II, su hija, ya Reina en ejercicio.

Mucho se ha escrito sobre cómo firmó Fernando VII la cesión de la Corona a su hija. La conseja y la anécdota se prodigaron en tomo al magno acontecimiento, excitando las imaginaciones de las gentes, pero eludiendo y ocultando la verdad esencial.

No; no pueden jactarse los legitimistas de ser maestros de la propaganda. La carta de Cristina a su hija debió cubrir en pasquines todas las paredes de España.

Aquí está :

«París, 27 de abril de 1842.

«Como Reina, como madre, como mujer, tengo, hija mía, una obligación que cumplir contigo. Mientras me está cerrada España y no puedo abrazarte, aun en estos días, que así entre los simples particulares como entre los principales son dedicados al regocijo de las familias, llega a Madrid tu tía Carlota. Todas las puertas se abren a ella y a tu tío Francisco de Paula. Ya puede estar satisfecha su ambición, y no sé qué más puede desear su gran corazón. Tu tutor, Arguelles, ¿no ha condescendido hasta el punto de recibir su visita? Y el Infante de España, hermano de S. M. C. Fernando VII, ¿no ha obtenido el singular favor de ser tuteado por Espartero? Dejémosle, pues, gozar sus nuevas prosperidades, de que es tan digno, y hablemos de ti, hija mía, y del asunto que tengo que tratar contigo. Desterrada de España y lejos de ti, dedico a escribirte un día que era en otro tiempo de fiesta; aquel en que vino al mundo tu madre, la que se te hace olvidar sin duda para hacerte celebrar el día en que nació el jacobino Arguelles, o el día del cumpleaños del hombre que me ha echado de España, que me ha arrancado la Regencia, don Baldomero Espartero.

Hasta aquí, hija mía, no te había hablado de tu tía Carlota. Estaba lejos de España, y no podías verla ni oírla; eras tan niña, que no hubieras podido comprender lo que hubiese tenido que decirte acerca de ella; y, por otra parte, cuando se trata de una persona que nos está unida con lazos de un estrecho parentesco, de una hermana, y se tiene que decir de ella lo que tengo que decir de Carlota, no se habla sino en el último extremo. Pero hoy ya no puedo vacilar. Carlota va a encontrarse cerca de ti; llega con pasiones ambiciosas y malas, poseída de la esperanza de dominar tu espíritu naciente y tu carácter aún no formado. No puedo dejarte expuesta sin defensa a su influjo fatal; voy, pues, a revelarte una parte de la verdad que es necesario que sepas.

La primera persona a quien ha hecho traición tu tía Carlota ha sido a tu tío Carlos. Aquí me veo obligada a describirte una escena lamentable. Tu padre el rey Fernando estaba moribundo, y tu tía Carlota, que alimentaba un profundo odio contra el infante don Carlos, y que esperaba además tener más influjo bajo mi regencia que bajo el reinado de tu tío, me excitaba hacía mucho tiempo a hacer mudar la ley de sucesión en tu favor. Faltaba aún la última firma que conseguir y, te lo confieso, hija mía, a la vista del lecho de muerte, yo dudaba. ¿Sería, por ventura, el ángel de mi guarda quien me detenía al borde del precipicio? ¿Se me representaría en siniestro y confuso presentimiento, alguna débil idea de todos los males que he sufrido hace diez años, las angustias de mi regencia, los horrores de Barcelona, las tristezas de mi destierro? No lo sé; pero en fin, yo dudaba, sea por temor de ti y de mí misma, sea por respeto a aquella agonía que era menester violentar, a aquella mano entorpecida por la muerte que, fría e inmóvil como de mármol, no se levantaba ya. Pero tu tía Carlota estaba a mi lado como un mal genio. Se reía, de mi debilidad, insultaba mis escrúpulos, y observando con ojos inquietos los progresos de la agonía de tu padre me decía que aún era tiempo, que aquella mano, por fría e inmóvil que estuviese, podía todavía firmar. Viendo, en fin, que yo no tendría nunca el triste valor que procuraba inspirarme, me trató de alma débil y pusilánime, y acercándose ella misma al lecho del dolor, se dirigió al moribundo y le presentó el papel que era menester que firmase. Tu padre entonces, dirigiendo hacia ella una mirada suplicante, en que apenas se percibía la, última chispa de vida, le dijo con voz apagada: «Déjame morir.» Pero tu tía Carlota, asiéndole la mano y llevando la pluma que ella había colocado, le gritó: «Se trata de morir bien; se trata de firmar.» Mira tú, hija mía, a qué precio te ha hecho Reina tu tía Carlota.

Desde que murió tu padre no cesó de instarme para que la España estuviese siempre cerrada a don Carlos. Persiguió con su odio la vida de tu tío, como había atormentado la muerte de tu padre con sus asedios. ¡Estaba escrito que Carlota sería el azote de su familia, y yo. tuve muy pronto motivo para quejarme de ella como tu padre!

Tu tía no había pretendido hacerme un favor; había pretendido vendérmele, y no contribuyó a hacer pasar la corona a tu cabeza sino para llevarla en tu nombre. Yo encontraba siempre delante de mí sus intrigas y conspiraciones; me ponía obstáculos, me tendía lazos, y presentando en todas partes turbulencias, o manteniendo las que se suscita? ban naturalmente en aquella época desgraciada, era enemiga de mis partidarios y aliada de mis enemigos. Yo procuraba apoyarme en el partido moderado, y, combatía a los exaltados, que amenazaban sepultar a España bajo una vasta ruina; al momento alargó Carlota su mano a los exaltados. Fue el alma de sus conciliábulos, soñó en hacer en España el papel que representó en otro tiempo en Francia Philippe-Egalité, creyó que llegaría a subir al trono siendo la cómplice de la demagogia. Gracias a ella, los peligros, ya tan grandes, de mi situación, se agravaron aún más; ya no sólo tuve que luchar contra los desórdenes, inevitables en un tiempo de revolución; fue necesario combatir proyectos ambiciosos que amenazaban tu poder y mi autoridad. La anarquía, la licencia, nada arredraba a tu tía Carlota y todo camino que le parecía debe conducir al poder supremo le parecía digno de ella aunque fuese necesario pisar escombros y andar sobre sangre.

Ahí tienes, hija mía, una parte de lo que tu tía Carlota había hecho cuando me vi obligada a desterrarme de España. No ha habido una conspiración de que no haya sido cómplice; no ha habido una intriga cuyo hilo no haya tenido; no ha habido un solo acto de mi gobierno que no haya combatido. Después de haber llegado a Francia, ni ha renunciado a sus odios ni a sus proyectos. Cuando Espartero, cansado ya de ser fiel, preparaba los acontecimientos que debían obligarme a alejarme de España y a separarme de ti; cuando, entregada mi defensa a los ultrajes de los amotinados de Barcelona, me libraba con gran trabajo de los puñales de los asesinos; ¿sabes, hija mía, lo que hacía tu tía Carlota? Depositaba todo el veneno de su odio en los folletos infames, en que el honor de tu madre era entregado a las encrucijadas y al desprecio de la calle. Excedía al furor de los amotinados de Barcelona, porque es preferible a una reina tener el traje manchado de sangre que tenerlo sucio de lodo.

Ya ves, hija mía, si puedo decirte con razón: «Desconfía de esa mujer, que lleva consigo la desgracia y la ruina : sus palabras son engañosas; sus protestas de amistad son lazos, su presencia es un peligro. El último acto de su conducta ¿no ha confirmado todas sus culpas? Cuando Espartero me echaba de España; cuando me separaba de ti, hija mía; cuando, después de haberme arrancado la regencia, me arrebataba la tutela de mis hijas, ¿de parte de quién se ha puesto tu tía Carlota? De parte de Espartero. Se ha apresurado a inclinarse ante su nuevo poder; ha aceptado para ti la tutela del revolucionario Arguelles, cuando ha perdido la esperanza de obtenerla, y entre tanto envía a su marido a recibir el tuteo de Espartero, las insolencias del abogado jacobino, de quien ha hecho tu tutor, y los desdenes de la viuda del general que» en 1823 condujo a tu real padre por los escalones del cadalso a que subió Luis XVI.

Ahí tienes, hijas mía, lo que debes recordar, cuando tu tía Carlota quiera apoderarse de tu espíritu y de tu corazón; cuando se insinúe en tu confianza para engañarte; cuando reclame de ti un afecto de que es indigna. ¡Ah! Interpóngase entre ella y entre ti el lecho de tu padre, cuya agonía sintió. Ten presente la memoria de tu tío Carlos, cuyas desgracias ha causado, y la ternura de tu madre, cuyo reposo ha destruido Carlota, cuya autoridad ha atacado, cuyo honor ha marchitado, te detenga al borde del precipicio a que esta mujer pérfida quiera arrastrarte. Acuérdate de ello, hija mía; tu padre, tu madre, tu tío, en una palabra, toda tu familia, tiene motivos para quejarse de la infanta Carlota; ha hecho traición a todos los que debió amar, es el mal genio de tu casa. ¡Dios te guarde de este mal genio!—Cristina.»

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El documento, dentro de su sencillez, tiene una grandeza patética.

No hemos de pulsar su nervio sentimental. Por sí mismo sangra; y él solo es capaz de hacer vibrar la más roma sensibilidad.

Nos interesa, y creo interesará, también a todo español de verdad, conocer quiénes fueron los personajes en acción, las causas ocultas del drama y la trascendencia histórica del hecho. Acaso el lector, ganado por la emoción del dolorido acento maternal que trasciende en cada línea, pudiera creer que sólo se trata de una tragedia familiar. No, en absoluto no. Hay tragedia familiar y bien a la vista está; pero, sobre todo, hay una tragedia nacional. Con la escena retratada por Cristina empieza el drama del asesinato de España, disfrazado de suicidio nacional, de lucha de España contra España, y a través de la cual se llevó a nuestra presente generación al borde de la muerte y de la esclavitud.

Sin mayor acento sobre la tremenda y trágica trascendencia del acontecimiento, paso a presentar a los actores. No los mostraré por su lado público y pueril, como es norma y ley de los historiadores «serios» españoles, plagiarios todos ellos de la populachera gacetilla periodística. Los verá el lector por su oscuro reverso, por donde nadie quiso enfocarles la luz; precisamente, porque ahí está la causa verdadera de su traición.

Sea primera la protagonista :

LA INFANTA CARLOTA, EL «MAL GENIO» DE LA CASA BORRON

La rama borbónica de Nápoles estuvo siempre infectada en grado sumo de Masonería. No en vano de allí vino Carlos III, acompañado de masones y recomendado a los masones de España por los masones qué fueron sus ministros allí. Pero vengamos a la época.

“Fernando VII casó en primeras nupcias con la napolitana Isabel de Borbón, la cual puso todo su cuidado en averiguar por sí y por medio de su marido, a quien complicó en la tarea, los secretos de Estado, para comunicárselos por medio de cifras a su madre la reina Carolina (de Nápoles), quien se lo transmitía a su íntimo el embajador de Inglaterra, cuya nación estaba en guerra con España”.

El texto es del Gran Maestre, Miguel Morayta. En esta acusación coincide el gran masón con los pocos españoles patriotas y cristianos que han tratado del asunto. Esta coincidencia desde lados tan opuestos garantiza la verdad de la traición de una reina de España.

Que si no todos los masones son personalmente espías de Inglaterra, todos los grandes espías suyos son masones debe ser una realidad tenida siempre muy presente. Sin tener en cuenta el espionaje y la traición de la Masonería como entidad, y el espionaje y traición personal de muchos masones jamás podrá conocerse la verdad de la Historia Universal y, menos aún, la de nuestra Historia nacional.

Pero, ciertamente, es llegar al «récord» cuando la Masonería e Inglaterra logran sentar en el mismo trono de la Nación a un espía de acción. En este caso, a la propia Reina de España.

Ya lo veremos; una mayoría de Jefes del Estado español, desde Fernando VII hasta la última República, fueron masones. Hay quien afirma que durante ese período todos los jefes de Estado, reyes y presidentes, fueron masones.

Antes de seguir, una declaración muy necesaria: El tipo de traidor masónico varía.

Hay traidor consciente e inconsciente; según el grado de perversidad a que haya llegado el masón. La diferencia sólo tiene una trascendencia moral; por su efecto, prácticamente, da igual; el daño a la patria del masón se consuma tanto si hay o no intención.

No más generalidades.

Quede aquí constancia de un hecho que debe llenar de estupor: una soberana de España cometiendo traición contra la nación en la cual es ella Reina. Con este precedente ya no extrañará tanto el caso de la Infanta Carlota de Borbón, la cual era de su misma familia: de los Borbones de Nápoles.

¿Pertenecía la Infanta Carlota a la Masonería?

La mayoría de los autores que se han planteado la cuestión lo afirman, guiados por su conducta. Morayta, el Gran Maestre, lo niega; pero añadiendo estas palabras:

«La Infanta Carlota, lo repito, no estuvo iniciada..., pero procedió siempre como el más ferviente masón.»

La formalidad de la iniciación sería lo de menos. La confesión del Gran Maestre nos la muestra como un masona práctica perfecta. ¿Y no es ser masón en la práctica, en la acción, lo importante?

La ignorancia sobre si Carlota se inició o no se debe a falta de testimonios y documentos de prueba. Recuérdese: Carlota procedía de Nápoles, donde dominaba la influencia masónica de obediencia inglesa. Lo más natural es que Carlota fuese iniciada en Nápoles, en el rito y la obediencia de la Gran Logia de Inglaterra; debe tenerse en cuenta que, destinada Carlota al espionaje británico dentro de la misma corte hispánica, según la técnica de todos los servicios secretos, debieron extremarse las precauciones; porque no en vano cuando ella viene a ejercer su oficio, aún existe, aunque lánguida y saboteada, la Inquisición en España y, además, existe aún una opinión antimasónica formidable. Así resulta natural que Carlota, esta Infanta de tal fervor práctico masónico, como tantos otros, perteneciera de derecho, como pertenecía de hecho, a la Masonería inglesa.

Pero, en fin, para explicar su fervor práctico masónico no haría falta en absoluto su afiliación «ritualesca» a la Masonería española o inglesa.

Veámoslo :

«El Infante Don Francisco de Paula Borbón, esposo de Carlota, Gran Maestre de la Masonería en España.»

«En junio de 1832, hallándose el hoy Marqués de Seoane y Gran Maestre del Oriente Nacional de España en el colegio de Valladolid, mientras su padre estaba emigrado en Londres y condenado a muerte por haber votado en Sevilla como diputado a Cortes la deposición del rey Fernando VII, recibió el colegial una visita de Mr. Smith, sabio orientalista inglés que pasaba a Egipto a inspeccionar sus pirámides y recoger en aquella antigua cuna de la Masonería los restos y documentos allí depositados tras miles de años.

La confianza que a este hombre venerable inspiró el joven colegial con la conversación despreocupada y muy superior a sus años, que con él entablara, le inclinó a declararle su calidad de masón, perteneciente a la Gran Logia de Inglaterra, madre de la Francmasonería española, por lo que propuso al joven hacerle sub-neófito.

No le cogió de improviso, pues es íntimo amigo de los libreros Santander, quienes, siendo perseguidos por la Inquisición como masones y propagadores de libros prohibidos, habían logrado ocultar entre los pisos de su casa, aún existentes, frente a la puerta posterior de la Universidad, el templo antiguo, fundado durante la invasión de los franceses y donde se había iniciado su padre, el célebre médico D. Mateo Seoane, los dichos Santander, el militar y diputado después Llorente; el corregidor Andrés Avelino Fernández y otros notables de la época. Indicada a míster Smith la existencia del templo, acogió con entusiasmo la noticia, proponiendo celebrar una sesión de iniciación con las precauciones debidas, pues se atravesaba una época tan terrible que, hallándose pocos años antes siete masones celebrando banquete en la Alhambra de Granada, fueron aprisionados y ahorcados con su venerable Ibarreta a la cabeza.

Celebróse sin incidente alguno la tenida, siendo iniciado el neófito en 18 de junio del año referido en la dicha Logia, titulada Pinciana, la cual, por haber cambiado las circunstancias políticas en 1832, continuó reuniéndose desde entonces con alguna regularidad y asistió el nuevo hermano con frecuencia a sus sesiones hasta que pasó a Madrid a fines de 1834. Desde entonces, su historia particular está unida a la de la Masonería de la capital de España y, por tanto, de la Masonería Española, cuyos anales son bien conocidos.

Regía en aquella época sus destinos un príncipe de la familia real, el hermano D. Francisco de Paula de Borbón, elegido en 1829, y que tan agrande influencia había ejercido en bien de la Orden, particularmente en la crisis de 1832 en la Granja, en la cual salvaron él y su esposa, con la rapidez de su viaje desde Sevilla, y la energía desplegada cerca del lecho de Fernando, así la causa de la línea femenina de Borbón que rige los destinos de España, como la causa de la civilización y, por tanto, de la Institución Masónica.

Como es sabido, aquel ilustre príncipe tuvo necesidad de abandonar el mallete a fines de 1847 a consecuencia de ciertos anónimos que aparecían en palacio, en todas partes a donde se dirigía la reina Isabel, y que molestando a Narváez, pues a él atacaban, fueron por éste atribuidos al príncipe Gran Maestre y a sus hermanos, a los cuales había declarado Narváez cruda guerra, en cambio del entusiasmo que anteriormente aparentara.»

Las pruebas abundan; pero elijo este texto ya que, dentro del menor espacio posible, se demuestra con él dos cuestiones importantes : primera, que el Infante Francisco de Paula Borbón fue Gran Maestre de la Masonería de España y, segundo, que el Marqués de Seoane, ulterior Gran Maestre, fue iniciado por un inglés, un tal Smith (o como se llamase en realidad este espía), con lo cual encontramos un hecho muy característico sobre la permanente dirección de Inglaterra en la Masonería ibérica y, por medio de ella, en el Estado español.

El texto tiene absoluta autoridad, procede del «Diccionario Enciclopédico de la Masonería», obra escrita por masones del más alto grado en honor de la Orden y con las «licencias necesarias», masónicas, naturalmente.

CORONACIÓN

Don Alfonso de Borbón, XIII de su nombre, jura la Constitución el día 17 de mayo de 1902, ante las Cámaras, reunidas en el edificio del Congreso. A este juramento se le llamará “la Coronación”, aun cuando la ceremonia de coronar al Rey no exista. Corona y cetro permanecerán en reposo durante toda la ceremonia sobre su almohadón de terciopelo rojo, cual si fueran dos inútiles supervivencias del pasado.

Esta Restauración Borbónica, con su cuna en Sandhurst, cuya vida y salud ella cree tener asegurada si es idéntica, o imitación, de la monarquía inglesa, en esto de colocar sobre la cabeza del Rey la Corona española, rematada en una cruz, no la quiere imitar; en verdad, muy extraño es. Se diría que ni siquiera merece ya la católica España brindarle el espectáculo del Primado de las Españas colocando sobre la cabeza del Monarca la Corona de la Patria, símbolo de la “Gracia de Dios”, de su Poder, de su Catolicidad y de su pasado imperial. Dios, Católico, Imperio... todo ello, tan sagrado e inmortal, debe quedar arrinconado con sus símbolos, el cetro y la Corona real.

Acaso fuera mejor así, pues aquel olvido evitaba un sacrilegio.

Allí, junto al nuevo Monarca, estaba su Gobierno, al cual entregaba por aquel solemne juramento de la Constitución el auténtico Poder. El Gobierno era ya el Monarca.

Al frente del Gobierno, se hallaba Práxedes Mateo, conocido por su segundo apellido, Sagasta; Gran Comendador y Gran Maestre de la Masonería —por tanto, un excomulgado consciente de la Iglesia Católica—el que, gracias al oportunísimo asesinato de don Antonio Cánovas, pudo ser Presidente del Consejo y mandar nuestra Escuadra sin municiones, cañones ni combustibles a ser aplastada por la yanki, cien veces superior... teniendo como musa en Madrid al nuevo Keene, el judío, sir Eric Drummond Wolf, Embajador de Su Graciosa Majestad Británica.

Allí estaba el Señor Mateo, como nos lo describe Ballesteros, con su “prominente nariz, boca desmesurada que hendía las mejillas y que al sonreír mefistofélica enseñaba dos filas completas de grandes y ajustados dientes”, luciendo “sus ojillos negros, picarescos y expresivos”... sangrientamente irónicos, diríamos mejor.

Relacionemos su Gobierno: 

Presidencia: Práxedes Mateo y Sagasta …

Paz: Gran Comendador y Gran Maestre del Gran Oriente Español.

Estado: Duque de Almodóvar del Río.

Guerra: Valeriano Weyler.

Marina: Duque de Veragua.

Gobernación: Segismundo Moret y Pendergast. h … Cobden, perteneciente al Gran Oriente Español.

Hacienda: Tirso Rodríguez y Sagasta

Instrucción: Álvaro Figueroa y Torres.

Gracia y Justicia: Montilla.

Agricultura: José Canalejas y Méndez: Masón del Gran Oriente Español.

Un ligero, muy ligero, examen personal y político sobre aquel Gobierno de la Coronación.

En todo Gobierno existen los llamados “Ministerios Políticos”, que son los más importantes a efectos de Poder, y en éste son: Presidencia y Gobernación.

Como se ha señalado, Presidencia y Gobernación están ocupados por dos masones conspicuos. Del señor Mateo Sagasta ya se habla en las páginas precedentes. Digamos algo sobre su “adjunto” Moret y Pendergast.

Como se advierte, su segundo apellido parece indicar ascendencia británica, no sabemos si ella es racial o si sólo es nacional, pues, como sabemos, las emigraciones a Inglaterra fueron muy copiosas durante el XIX, especialmente desde los ghettos orientales europeos. No sabemos si por razón de atavismo anglosajón o por tener aún parientes en Inglaterra, Moret y Pendergast, después de cesar cómo Embajador de España en Londres, dirigió allí un banco; sus biógrafos no indican a quién pertenecía la entidad bancaria y, acaso, sería curioso saberlo. En fin, el nombre simbólico elegido por él en la Masonería, “hermano Cobden” ya lo califica de anglómano y librecambista, como lo fue toda su vida.

José Canalejas Méndez. Este desgraciado político era masón. Sólo meses antes de ser Ministro del nuevo Rey, diría en un discurso pronunciado en Gijón:

“Yo, en lo fundamental y en lo científico, soy republicano.”

Cosa interesante. Muy cerca de Canalejas, allí en Gijón, se hallaba un mozalbete que aplaudía con entusiasmo cada párrafo demagógico y anticlerical del ya próximo Ministro. Al mozalbete lo habían reclutado como “clac” los organizadores, y cumplía su papel. Aquel mozalbete se llamaba Manuel Pardiñas; era su futuro asesino.

Sólo Dios puede saber si fue el mismo Canalejas quien sembró en el cerebro de aquel paranoico muchacho la primera “razón” para su “delirio razonante” anárquico; en cuyo caso, la muerte del Presidente, más bien que asesinato, sería suicidio, pues, la causa primera de su muerte sería una idea mortal lanzada por él, que se revuelve en contra suya, cual si fuera un boomerang.

Sagasta, Moret y Canalejas, las tres figuras de fuerza en aquel Gobierno, serían suficientes para calificarlo de masónico a ultranza.

Junto a ellos, está el Capitán General Weyler, con su apellido de ortografía extranjera, “prestigio” liberal, etc. etc., y está Romanones, el anticlerical “maestro de ceremonias” en la Coronación y “maestro de ceremonias” también en el destronamiento de don Alfonso XIII.

De estas dos figuras nos debemos ocupar con más detención ulteriormente. Si Weyler y Romanones fueron “iniciáticamente” masones, es algo que no podemos decir. En los fragmentarios datos de la Masonería española no figura ninguno de los dos. Ahora bien; tampoco figuraba Largo Caballero, ni Francisco Ferrer, por ejemplo, y ambos pertenecían, como está sobradamente probado, al Gran Oriente de Francia. Ignoramos cuántos españoles pertenecen a la Gran Logia de Inglaterra, y sin saberlo, jamás podremos identificar a los más refinados y selectos masones actuantes en España, a gentes aristocráticas, financieras, intelectuales, a los “insospechados”, a los insertados, gracias a su rango, riqueza y fama, dentro de las clases conservadoras, adineradas, “reaccionarias”... para que, creyéndolos enemigos de la Revolución, puedan frustrar en esas altas clases la reacción.

Sin diplomas, “joyas” ni “mandiles” como prueba, según “jurisprudencia” con fuerza de Ley, nadie puede atreverse a lanzar acusación contra estos masones de obediencia británica, ¿pero deberemos resignarnos? No; evidentemente, no; si no queremos pecar contra la verdad y el patriotismo.

Sólo resta un recurso para intuir el masonismo de estas gentes aristocráticas, financieras e intelectuales, pues hay en ellos unas taras comunes y congénitas.

Las cuales pueden ser encerradas en estos puntos:

Liberalismo.

Anglofilia.

Impunismo para lo revolucionario y terrorista.

Antimilitarismo más o menos “larvado”; expreso en su “desarmismo”. 

Amistades, por distintos pretextos, con masones.

Kerenskismo.

En cuanto a los dos que nos ocupan, Weyler y Romanones, cualquiera podrá, biografía en mano, ver si coinciden con esos seis puntos. Y téngase en cuenta que, para fijar la posición de alguien en Maso­nería, como en Geometría, bastan tres puntos.

Y, de momento, sólo un ejemplo:

A Weyler y Romanones, con Aguilera y Marañón—pongamos por personalidades cuya afiliación a la Masonería española es Ignorada—los veremos en el complot de la noche de San Juan, masónico hasta por su fecha, con los masones siguientes:

Marcelino Domingo, Barriobero (Ex Gran Maestre), Palomo, Torres Fraguas, Lezama y Benlliure Tuero: masones republicanos.

Ángel Pestaña, Salvador Quemades (éste, luego Diputado y Presidente de Izquierda Republicana), Carbó, Quintanilla (G. 33), Quiles Berenguer: masones anarquistas de la C. N. T.

Batet, Segundo García, Bermúdez de Castro, Fermín Galán, Perea, Rubio, Borrero y Álvarez Mendizábal: Masones militares.

Estos son todos los procesados. Todos son MASONES. Sólo restan Weyler, Aguilera, Romanones y Marañón, contra los cuales no hay pruebas de que pertenezcan a la Masonería española. Pero parece muy extraño que todos los jefes del complot, los de más alta jerarquía política, militar y financiera, precisamente ellos, no sean masones y sí sean masones todos aquellos que les obedecen.

Nos abstendremos de llamar masones a los señores Figueroa Torres, Weyler y Marañón. Menos aún diremos que sean racialmente judíos vinculados a la Orden masónica judía Bliai B’rith o al Poder Judío Mundial —lo cual justificaría su jerarquía entre los masones del complot—. No lo diremos, ni aun tentados por esa rara coincidencia de sus tres perfiles tan semitas. ¡Mera coincidencia”, como dicen las películas.

En fin, si no lo fueran, si no tuvieran su diploma y su mandil, ¿importaría mucho a la Historia?

Ser masón de iniciación no es más importante que ser masón de acción. Al menos, así resulta históricamente demostrado. ¿No? Azaña no era masón iniciado cuando se reveló como el hombre (?) de acción más eficaz de la Masonería en el Gobierno y en el Parlamento de la República.

Es cuanto de importante y trascendente hallamos nosotros en la Coronación de Alfonso XIII.

Lo es mucho más que todo el anecdotario de sus “biógrafos de cámara”, en los cuales tan sólo hallamos esa ternura tan conmovedora y respetable, y en algunos un poco vana y frívola, sin rima con la tragedia del Reinado, sin siquiera eficacia para explicar y justificar al Rey como hidalgamente intentan.

“Radiografiar” aquel Gobierno masónico que hallara ya instalado en el Poder cuando es Coronado el Rey a los diecisiete años, es, desde luego, mayor explicación y justificación de todo el Reinado de don Alfonso de Borbón que tantos y tantos floridos ramilletes de nostálgicas violetas literarias como le han ofrendado esos escritores hidalgos.

DE LA CORONACION AL MATRIMONIO

“La pavorosa cuestión clerical debe afrontarse de frente y resolverla sin ningún escrúpulo.”

             Romanones (Discurso de 13 de noviembre de 1903.)

“Así lo ha hecho Waldeck-Rousseau en Francia y esto es lo que queremos nosotros.” .

                Salmerón (Discurso en el Congreso, 9 diciembre 1903.)

“El problema clerical es el problema más importante de la política española."

                      Canalejas (Discurso en el Congreso, 29 enero 1904.)

 

Al empezar el nuevo Reinado, es de rigor un balance de la Restauración fijando la “situación dada” en la cual colocan al nuevo Rey. Veamos, cómo en el mismo día de la Coronación hace ese balance un periódico masónico que ha de influir como ningún otro en la política del Reinado. “Al morir Alfonso XII legó a su hijo el cetro de una potencia de segundo orden, poseedora de un vasto patrimonio colonial en América y en Oceanía. Al subir al trono el joven Monarca, encuentra una nación de tercer orden, a quien se ha despojado de Cuba, de Puerto Rico, de Filipinas, de las Carolinas y de las Marianas, y que no conserva, fuera del territorio peninsular, más que algunos archipiélagos y presidios, sobre los cuales tienen puesta la codiciosa mirada varios de los países que ha enviado representantes a la jura.

Todo ello se ha consumado durante los últimos años de la Regencia, influidos, para mayor desdicha nuestra, por un deletéreo espíritu ultramontano. Ese espíritu, lejos de aniquilar el carlismo, ha reavivado, como en los tiempos de la primera guerra civil, las contiendas religiosas, y despertado en Roma pretensiones y exigencias que ya habían caldo en desuso, Y ese espíritu, en fin, es causa de que, al inaugurarse el Reinado de Alfonso XIII, nos veamos moralmente más distanciados de Europa que al inaugurarse el de Isabel II”.

La tesis es clara. Miguel Moya, masón 33, director de El Liberal, carga a la Monarquía, como institución, y a los Monarcas, como personas, la responsabilidad de la pérdida de los últimos residuos del Imperio. Responsabilidad par de Monarquía y Monarcas es la “influencia deletérea del espíritu ultramontano”. Esta desgracia tienen para El Liberal una gravedad tan grande como la de perder el Imperio.

Todo esto, a la busca de apoyatura en el patriotismo español, ha sido el “slogan” masónico del último siglo. El “slogan” es en esencia reiteración; y dueña la Masonería del ochenta por ciento de la prensa española de gran circulación, podía reiterar su tesis ochenta veces más que la antítesis. De ahí que, por puro efecto mecánico, y no racional, se impusiera rápidamente la patraña masónica en la mayoría de las mentes españolas.

Ante una mentalidad así “mecanizada” en una mayoría inmensa de la intelectualidad, la verdad histórica más evidente se estrellaba.

Ese Imperio perdido desde 1820, no había sido descubierto, civilizado y conservado hasta esa fecha por ninguna República española, ni siquiera por la falsa Monarquía Liberal; fue descubierto, civilizado y conservado, frente a la conjura protestante y masónica, desde el siglo XVI hasta el XIX, por esa Monarquía llamada “ultramontana”, católico-romana.

Es, precisamente, cuando el masón Duque de Alba y el cripto-judío y Gran Maestre de la Masonería, Aranda, explotando el “regalismo” borbónico, inician la escisión con Roma, entregan el Paraguay, y, por “razón masónica”, dan la independencia a la América del Norte, a costa de sangre y dinero de España, para que desde allí se inicie y se apoye la rebelión americana contra la Madre Patria. Y será ese mismo cripto-judío y Gran Maestre quien aliará a Su Católica Majestad, Carlos IV de Borbón, con los regicidas, asesinos de Luis XVI, con los ateos de la Convención.

Será el Gran Maestre Azanza, el traidor, Primer Ministro del intruso José, Gran Maestre a su vez del Gran Oriente Francés. Será el judío y masón Mendizábal, el autor verdadero de la rebelión militar de Cabezas de San Juan, impidiendo con ella embarcar al ejército expedicionario, con lo cual perderá España todo su Imperio Continental. Y, por último, será el Gran Maestre, señor Mateo Sagasta, el que “organizará la derrota” de nuestra escuadra y la pérdida de los restos insulares del Imperio.

No cargue el Gran Maestre adjunto, Miguel Moya, la pérdida del Imperio a la Monarquía. Cargúesela, como en su honor lo proclama ella misma en América, a la Masonería. Si culpa tienen la Monarquía en sus últimos tiempos y los últimos Reyes, no es por ser Monarquía y ser ellos Reyes, sino por haber dejado de serlo ella y ellos.

EL “INTENTO” DE SER REY DE ALFONSO XIII.

He aquí el primero y, acaso, el único intento hecho por don Alfonso XIII para ser Rey. Es, desde luego, un intento de “Alcubilla”, pero un intento, desde luego. ¡Y cómo se lo reprocharán y qué cargos le harán por él hasta después de destronado! y, precisamente, entre otros, Romanones, ¡un “gran monárquico”!

He aquí el relato del hecho, contado por el testigo a quien la Historia le debe la noticia, el citado “monárquico”: señor Figueroa y Torres.

“Apenas de nuevo en presencia del Rey, el Presidente del Consejo declinó los poderes recibidos de la Reina. Don Alfonso, como estaba previsto, se los confirmó plenamente, prestando ante él juramento el mismo Gabinete. Cuando creímos terminada la penosa y magnifica jornada y nos disponíamos a retirarnos, el Rey, alegre y satisfecho, y, sin duda, deseoso de entrar en el ejercicio de sus funciones, propuso celebrar en el acto Consejo de Ministros. A Sagasta no le entusiasmó la proposición; mas, no pudiendo rechazarla, pasamos a la estancia donde los Consejos se celebran. Por cierto una de las más tristes y frías de Palacio: en los tiempos en que no había calefacción general en ella, se sentía frío, no obstante el fuego que ardía en su monumental chimenea. Tomó asiento el Rey en la cabecera de la larga mesa de nogal a cuyos lados se colocan los Ministros y dio comienzo el Consejo, primero del Reinado efectivo de don Alfonso. Tras breves palabras de salutación de Sagasta, dichas con voz apagada, reveladoras de su fatiga, el Rey, como si en su vida no hubiera hecho otra cosa que presidir Ministros, con gran desenvoltura, dirigiéndose al de la Guerra en tono imperativo, le sometió a detenido interrogatorio acerca de las causas motivadoras del cierre decretado de las Academias Militares. Amplia explicación, amplia para su acostumbrado laconismo, le dio el General Weyler: no quedó satisfecho don Alfonso, opinando que debían abrirse de nuevo. Replicó Valeriano con respetuosa energía y , cuando la discusión tomaba peligroso giro, la cortó Sagasta haciendo suyo el criterio del Rey, resultando con esto vencido el de la Guerra.

Después de breve pausa, el Monarca, tomando en su mano la Constitución, leyó el Caso del artículo cincuenta y cuatro y a manera de comentario dijo: “Como ustedes acaban de escuchar, la Constitución me confiere la concesión de honores, títulos y grandezas; por eso les advierto que el uso de este derecho me lo reservo por completo.” Gran sorpresa nos produjeron estas palabras. El duque de Veragua, heredero de los más ilustres blasones de la nobleza española y de espíritu liberal probado, opuso a las palabras del Rey sencilla réplica; pidiéndole su venia, leyó el párrafo segundo del articulo cuarenta y nueve, que dice: “Ningún mandato del Rey puede llevarse a efecto si no está refrendado por un Ministro.”

Aunque la materia no entrañaba importancia, sin embargo, en aquel brevísimo diálogo se encerraba una lección de derecho constitucional.

“Como Sagasta no concedió nunca importancia a los títulos y a los honores, apenas había prestado atención a las palabras cruzadas entre el Rey y el Ministro de Marina. ¡Gran lástima, porque el momento era oportuno para deslindar las facultades y funciones del Poder Moderador! El cansancio de Sagasta, agotado por la larga jomada, lo impidió. El calor tuvo no poca responsabilidad en que permaneciera inhibido de la escena ante él desarrollada. ¡Ah! Si no hubiera hecho tanto calor, quizá la suerte constitucional en el presente fuera otra. Ya Salomón, en el libro de los Proverbios, dijo: “Adolescens juxta viam suam, etiam cum senuerit non recedet ab ea”.

Como se advertirá, el “jovenzuelo” Alfonso XIII pretendía ser Rey, buscando margen para su poder dentro del marco de la Constitución, y no por medio violento, sino por interpretación “alcubillesca” de sus preceptos.

De toda evidencia, el recurso del Monarca era puramente jurídico y aquellos Ministros, abogados en su mayoría, salieron escandalizados. Aquel intento hecho en el primer Consejo, presididos por el juvenil Monarca, sería recordado pasados, treinta años como revelación de su atavismo fernandino, como su tendencia nativa y su impulso ancestral hacia el absolutismo y la dictadura. El denunciante del hecho, Romanones; el fiscal acusador, Galarza —masón e invertido—, cuando las Constituyentes Republicanas juzgan y condenan al Rey ausente. ¡Y paradoja magnífica! El acusador, Galarza, emplea un cargo facilitado por el “defensor” del Monarca, el consabido, Figueroa Torres (Conde de Romanones).

Fue de cuanto como Rey absoluto y dictatorial le pudieron acusar. Ahora bien: ¿le impidió la Constitución jurada por don Alfonso XIII ser un verdadero Rey; es decir, tener y ejercer el poder personal?

No; en absoluto, no. Si la letra de la Constitución hacia del Rey un monigote, y con esa Constitución sólo un pelele hubiera sido en Inglaterra, Francia o Bélgica, por ejemplo, en España, de hecho, Alfonso XIII tenía constitucionalmente un poder absoluto, inmenso. No era sólo ese mezquino discutido en el primer Consejo de Ministros, el de conceder títulos y honores. Su poder absoluto procedía de su potestad para nombrar y separar libremente los Ministros, disolver y convocar Cortes.

Literalmente, por la letra Constitucional, no era un gran poder el conferido al Rey. Pero, dada la realidad política española, sólo esas facultades hacían del jovenzuelo Alfonso XIII un Monarca Todopoderoso.

Veamos. El poder legislativo residía en las Cortes y el ejecutivo en el Gobierno; es decir, el auténtico poder eran la mayoría de los Diputados y los Ministros. Ahora bien, el ser Ministro no era cosa hereditaria ni “per se” en nadie; los hacía una firma del Rey; ser Diputado, legalmente, no lo era nadie de Real Orden; pero, realmente, la mayoría lo era por Real Decreto, por el Real Decreto de Disolución de Cortes. De hecho, prácticamente, al Presidente que Alfonso XIII nombra­ba libremente y le daba el Decreto de Disolución, automática e infaliblemente, le daba también la mayoría que quisiese tener en el Senado y el Congreso. Pudo nombrar Presidente del Consejo a un palafrenero, en lugar de nombrar a Sagasta, Moret, Maura, Canalejas o Romanones, e infaliblemente, automáticamente, aquel palafrenero hubiera conseguido en las elecciones aplastante mayoría gubernativa en ambas Cámaras.

Acaso, eso de nombrar Presidente del Consejo de Ministros a un palafrenero lo estimen los lectores exagerado y eutrapélico. No; de ninguna manera. Un lacayo cualquiera no podía ser odiado por el pueblo español, y si los odiados políticos podían fabricarse cada uno a su gusto una mayoría parlamentaria desde Gobernación, ¿por qué, sin ser odiado, no hubiera podido fabricársela también cualquier mozo de cuadra?

Esto de que los políticos eran odiados, no es apreciación gratuita nuestra. Es confesión de parte, y de parte a quien tocaba una gran parte del odio popular.

“La opinión, en su inmensa mayoría, guiada por el odio que tenía a las organizaciones políticas y a sus hombres, se colocó al lado del dictador”.

¿Fue o no fue así una realidad sin excepción durante el Reinado de don Alfonso de Borbón? Entonces, ¿tuvo él o no tuvo personalmente un poder absoluto y total?

Lo tuvo como no lo llegó a tener ni Felipe II; pero tenia don Alfonso XIII una formación tan liberal, tan estultamente democrática, tan realmente republicana, que, en lugar de usar de la ficción Constitucional para ejercer el Poder absoluto, usó de ese Poder para mantener la ficción Constitucional.

Tal es la realidad de los hechos de todo el Reinado de Alfonso XIII de Borbón, con la sola excepción de la Dictadura de Primo de Rivera, en la cual sólo hizo el papel de “Rey Constitucional”, y por primera vez; pero tal era su mentalidad liberal y democrática que, seducido gracias a ella, maquinó para recobrar su absoluto y total poder a fin de volver a ejercerlo en favor de la ficción Constitucional, a la cual sacrificó su Trono y su Corona... algo no demasiado grave, porque ni Trono ni Corona tuvo en todo su Reinado, si no hubiera sacrificado en aras de la ficción Constitucional, sin quererlo y sin saberlo, Monarquía y Patria.

* * *

Por inercia imaginativa, tal es el empuje intelectual de los tópicos, hemos atribuido a la “mentalidad liberal” de don Alfonso esa inversión del Poder realizada por él durante su Reinado.

Al decir “mentalidad” parece decirse mucho, cuando, en verdad, no se dice nada; tal es la solemnidad filosófica con que ha sido pronunciada esa palabra por los “egregios” bonzos de nuestra intelectualidad.

Si algo se dice al atribuir a “mentalidad” una estupidez permanente como la cometida por don Alfonso, es que procede de algo irreparable, de un defecto congénito cerebral del Rey, y esto, a todas luces, no es nada exacto; porque don Alfonso no fue un tarado mentalmente.

Y, no siéndolo, sobra eso de mentalidad; al menos, en su acepción plena y exacta. Es decir, que no teniendo tal mentalidad en virtud de una tara, ella debía proceder de libre y normal raciocinio personal, pues normal no es padecer un error de manera permanente y consecuente como lo fue aquél del Rey.

Algo ajeno, algo de categoría imperativa, debió existir para imponerle a don Alfonso el desatino de entregar siempre su absoluto y total Poder a los hombres “odiados por la inmensa mayoría de la opinión” española.

Naturalmente, descartamos los poderes mágicos, y no vincularemos en ellos esa incógnita fuerza imperativa obedecida por el Monarca. Pero tampoco es cosa de encerrar en una breve cláusula verbal el conjunto de nuestra obra, cuyo fin principal es, precisamente, mostrar a la luz esa fuerza imperativa, sacándola de la tiniebla del silencio tenebroso y unánime de la Historia escrita y conocida. Tan sólo una inducción, dictada por el más sabio apotegma jurisprudencial. ¿Quid prodest? ¿A quién benefició? ¿A quién benefició esa entrega del Poder hecha por don Alfonso de Borbón?

Benefició, lo quisiera o no, lo supiera o no, a la Revolución.

¿Cuál es y cómo se llama la fuerza primera e imperativa que le impuso a don Alfonso la entrega del Poder a los masones, tan justamente odiados por su pueblo? Fue la Masonería.

¡COINCIDENCIA!

Dia 20 de mayo de 1902. Ha jurado el Rey el día precedente; Madrid está en plena fiesta.

Ese mismo día 20 es el elegido por el Gobierna de los Estados Unidos, el “libertador” de Cuba, para darle a la Isla su independencia oficial. De cuando le ha dado la independencia real, francamente, no tenemos noticia.

El mismo día 19, el de la Coronación, se ha celebrado en la Habana el primer acto de la independencia oficial cubana. Por la noche se ha colocado la estatua de la “Libertad” en el Parque Central, se ha colocado la matrona simbólica del primer lema de la Masonería sobre el mismo pedestal en que durante siglos se alzara la estatua de Isabel la Católica, previamente derribada. Según cuentan las crónicas, las órdenes para el derribo y para la suplantación fueron dadas, no en inglés, no en indio, no en ningún dialecto negro, sino en idioma español.

Y, de esto, nada más. ¡Ah! Se nos olvidaba.

El Diputado separatista de Vizcaya, Sabino Arana, el día de la concesión de la independencia oficial a Cuba, felicitó al Presidente de los Estados Unidos. Sin duda, era una invitación para que la escuadra yanki viniera también a darle la independencia oficial a “Euzkadi”, y para que pagase con creces el Gobierno americano a España el haber ayudado tan decisivamente con dinero, armas y sangre a lograr su independencia a Estados Unidos.

Un pequeño detalle. Sabino Arana murió de viejo en Bilbao. En este corto pedazo de la Historia Patria, podrán comprobar nuestros lectores la extraña casualidad de que tantos patriotas mueran asesinados por las balas y los traidores a España mueran de viejos en sus cama. ¡También es casualidad!

ANTICLERICALISMO, NOMBRE-DISFRAZ DE ANTICRISTIANISMO

Parecía natural que aquel desastre del 98 con su corolario de la independencia oficial cubana, coincidente con la Coronación, hubiera despertado en los dirigentes políticos españoles un estado de tensión patriótica, de contrición y hasta de rabia y de revancha... parecía como si la humillación y desprecio a España quisiera provocarlo, infiriendo aquel escarnio a Isabel la Católica, el arquetipo de la raza, de la mujer y de la Reina.

Pero no; cuánto habla pasado carecía de importancia. Todo aquello no le importaba en absoluto a España. El problema único, el primero, era el problema del clericalismo, cual si hubieran vestido sotanas, y no masónicos mandiles, los jefes filibusteros; como si al frente del Gobierno español hubiera estado el Cardenal Primado de las Españas o el General de la Orden franciscana y no el Gran Maestre de la Masonería.

Los tres textos con los cuales encabezamos el presente capítulo, de Romanones, Salmerón y Canalejas, muestran con la unanimidad monárquico republicana cual era para gobierno y oposición el problema capital español.

Sí, en efecto; resta fuera de las líneas monárquica y republicana el Partido Conservador. Más valiera que tal Partido hubiera construido el triángulo de tal unanimidad. El papel real, el auténtico, del Partido “Liberal-Conservador” fue el de polarizar en él la “reacción” nacional provocada por la política antirreligiosa de la Restauración, evitando así que las fuerzas patriótico-religiosas nocionales fueran a engrosar el Partido Carlista, donde, más o menos bien guiadas, no serian jamás traicionadas. Y sin ser traicionadas o anestesiadas, como las traicionaría y anestesiaría el Partido Conservador, ellas hubieran triunfado sobre la exigua y vociferante fuerza del anticristianismo español.

Algo más debe España al Partido “Liberal-Conservador”. En él se agruparon esos tipos de capitalistas industriales y bancarios, en su mayoría, engendrados por los bienes de la Desamortización; ese capitalista que jamás estuvo con las fuerzas de la Tradición, que no estuvo en contra, sino con la devolución, y que, cuando asoma en el horizonte su macabra faz del espectro del Comunismo con la Primera Internacional, y encarna en los Cantones, incendia las doradas provincias andaluzas, y las salpica con amapolas de sangre, atruena con las primeras bombas dinamiteras en Barcelona, entonces, ese capitalista industrial y financiero de la Desamortización, corre temblando a guarecerse tras el Altar, sirviéndose de él como trinchera, para defender su capital.

Así, el Partido Liberal-Conservador será sinónimo de antiproletario, de injusticia social, y como el obrero verá con el escapulario al cuello y atrincherado tras el altar al “Conservador”, la demagogia anticristiana, explotadora de su simplicidad, le hará identificar a Religión con Capital, Religión con injusticia social. Y así, gracias al “mestizaje” Liberal-Conservador, el anticristianismo español podrá reclutar una masa popular que no tuvo jamás.

Porque, sépase ya; todos los Movimientos auténticamente populares del siglo XIX fueron en España patriótico-religiosos, desde la Guerra de la Independencia hasta la última Carlista. Quien se opuso a estos Movimientos populares fue el Estado legal, con todo su Poder y coacción, llevando a luchar al soldado “forzoso” contra el “voluntario”. Esta es la evidencia misma. El voluntario liberal, el “miliciano”, no luchó jamás en campo abierto, en guerra; fue tan sólo una milicia de “golpe de mano” ciudadano, dado en las disputas interliberales, entre facciones del mismo campo; porque el “golpe de Estado”, el “pronuncianismo”, palabra incorporada hoy a los diccionarios de todos los idiomas, fue algo exclusivo del campo masónico-liberal, como medio de toma del Poder; algo puramente militar, cuartelero, personal; proclamando con suma elocuencia cuál sería la fuerza popular —popular viene de pueblo— con que contó siempre el antipatriótico y antirreligioso Movimiento masónico-liberal. Cuando más, y en las grandes ciudades, pudo reunir una cobarde turba tabernaria para seguir a las charangas militares “pronunciadas” y para incendiar conventos y asesinar a unos frailes indefensos, cuando los Ministros masones les brindaban una total impunidad

Sí: fue necesario que nuestro pueblo tomara por Religión e Iglesia verdaderas la promiscuidad y colusión entre los ricos de la desamortización y el rito externo católico, adoptado por ellos cual sacrílego disfraz... bien es verdad, y decirlo debemos, que faltó el brazo sacerdotal que empuñase el látigo aquel de Jesucristo para arrojar a los nuevos mercaderes de su Templo. Que echase al Partido Liberal-Conservador con todos sus talegos y su criptoheterodoxia hipócrita.

Faltó ese brazo restallando el divino látigo sobre los dorados lomos del Becerro introducido fraudulentamente dentro de la Casa de Dios, y el escándalo llegó a las más cercanas capas populares, a las de las ciudades, y el brazo siniestro, la izquierda, el escándalo explotó y ardieron en llamas iglesias y conventos.  Y pudo venir Azaña, y a contraluz de las llamas sacrílegas y siniestras su equívoca silueta, pudo gritar a la faz del mundo su blasfemia:

¡España ha dejado de ser católica!

Y las llamas y los asesinatos sacrílegos y bestiales parecían darle la razón.

¡Ah!... no; en absoluto, no.

Resulta ser un misterio, inexplicable aún, sobre todo para los extranjeros, el hecho de que sea en España, la nación proclamada católica por excelencia, donde no se propague la indiferencia religiosa, como en Francia por ejemplo, y en pleno siglo XX se quemen iglesias y se maten sacerdotes.

En respuesta, una observación. Toda la propaganda hecha en España por la exigua minoría masónica y atea no ha sido jamás antiatea, ni atea, ni heterodoxa, ni agnóstica siquiera. Ningún ateo, fuera de sus cenáculos, se atrevió jamás a lanzar el menor ataque contra la verdad y excelencia del Cristianismo; ni siquiera fueron atacados los dogmas del Catolicismo —y menos que ninguno los que consagran la divinidad de Cristo y la virginidad de su Madre Inmaculada. ¿No fue cosa extraña? Muy al contrario, los más pérfidos ateos, los cripta-judíos y masones, proclamaron en todos los momentos la excelsitud y pureza del Cristianismo y del Evangelio ante el pueblo... y se limitaron a denunciar la infidelidad del sacerdote a la doctrina ética de Cristo; cuando no hallaron el caso particular para probarla, sin escrúpulo alguno, lo inventaron, elevando el pecado y la infidelidad de algún mal clérigo a estado general de toda la jerarquía y masa sacerdotal, mostrando a todo el Clero, no como el representante de un error llamado Cristianismo, sino como un renegado hipócrita de Cristo, hambriento de riqueza y de placeres, amigo y defensor de los expoliadores de los pobres... Y como tras el altar y el sacerdote se habían parapetado los capitalistas, y ésta era una verdad evidente y no se oía restallar el látigo divino en los atrios de los templos, el proletario, parte del pueblo español, se creyó engañado por la Iglesia.

Y reaccionó él, no con la heterodoxia, como el alemán, o con la indiferencia, como el francés; reaccionó como lo que él era, como español:

Mató.

Como mata el español siempre que se cree engañado y burlado por la que ama. El español mata por amor.

Y he ahí la explicación humana y verdadera del enigma paradojal de los incendios sacrílegos y de las muertes de sacerdotes que hicieron creer al monstruo Azaña que España había dejado de ser católica.

A no tardar, lo pudo comprobar, viéndose barrido él y toda la minoría atea más allá de las fronteras por las bayonetas del pueblo español, alzado una vez más voluntaria y popularmente para salvar la existencia de su Patria y de su Religión.

LA PRIMERA CRISIS

No se habían apagado las luminarias de la Coronación, cuando el día 25 ya se celebraba una reunión de ministros importantes; asistieron a ella Canalejas, Moret, Duque de Almodóvar del Valle y Montilla. Se trataba de la cuestión más importante, de la cuestión religiosa; exactamente, de la cuestión antirreligiosa. Canalejas, más joven, más brioso y con toda su ambición insatisfecha, urgía; quería ser él quien tremolase la bandera del anticlericalismo en la Vanguardia, sin permitirle a nadie que la llevase más alta y más adelante. Sus compañeros de gabinete, Moret el primero, no discutían los términos ni los extremismos de la Ley de Asociaciones, la primera que pretendían aprobar, y la disputa se centraba solamente en saber quién de los dos, Canalejas o Moret, sería el titular y abanderado del ataque antirreligioso; porque a los dos les constaba que la jefatura del Partido Liberal, la sucesión en ella de Sagasta, seria para el que lograse para sí el ‘‘honor” de dar su apellido al ataque contra la Religión en él Reinado que acababa de empezar.

Naturalmente, no podía existir acuerdo; porque no se discutía el extremismo de la Ley antirreligiosa, sino quién sería el que obtendría el beneficio político de su presentación y aprobación. Quién sería ungido por la Masonería, como premio, para la jefatura del partido liberal.

Pero, aún cuando no hubiera un acuerdo, como el motivo de no haberlo era inconfesable, al día siguiente, 26 de mayo, se reunía, la ponencia ministerial, y, naturalmente, el proyecto de Ley de Asociaciones, de Montilla, el que “sólo era un cacique de Jaén”, fue aprobado por unanimidad.

Y el día 27 es llevado el proyecto a Consejo de Ministros. Ni siquiera se discute. Sólo Romanones, que también quiere una “tajada” para él del honor antirreligioso, pide que no haya excepción en la Ley, la cual debe afectar a todos los colegios religiosos.

La discrepancia surge al plantearse la cuestión de cuándo ha de llevarse a las Cortes aquella Ley. Sólo se discute sobre cuestiones de eficacia. Para Mateo Sagasta, dada la fecha, sólo restan veintisiete sesiones de Cortes antes de que se impongan las vacaciones veraniegas y sería inútil y nada se conseguiría con empezar a discutir, si no era provocar alerta y alarma en las derechas, que vendrían más unidas y preparadas en otoño, cuando realmente se libraría la batalla.

Canalejas, por el contrario, desea ir al Parlamento en el acto, y lo hace cuestión de gabinete.

Moret, no puede consentir que Canalejas vaya delante de él ni en el detalle de la fecha; por tanto, también él hace cuestión de gabinete el ir a las Cortes inmediatamente.

Pero el 29 se suspenden las sesiones de Cortes. Dimite Canalejas; pero no dimite Moret.

Sale Canalejas y se queda Moret.

¿Quién de los dos logrará el “honor” de Imponer la Ley antirreligiosa? ¿Moret desde dentro del Poder o Canalejas desde fuera?

Será lo que se debatirá como cuestión única y capital en los meses sucesivos. Tan sólo esto nada más.

¿Y EL PAIS QUÉ?

Al día siguiente de la crisis, el 1 de junio, huelga, motín y choque con la Guardia Civil en Badajoz. El día 3, huelgas y choques en Barcelona y Córdoba. El 4, en Antequera, Illora, Igualeja y Almojía, El 24, en Jerez, Valencia y Alicante.

¡Ah!... el día 2, con plena impunidad, en la Octava del Corpus, fue atacada la procesión, estando a punto de ser profanado el Santísimo Sacramento por una turba que atacó cantando “patrióticamente” la Marsellesa. Lo evitó el piquete de soldados que rendía honores. No hubo responsables.

El Gobierno debía reservarse tan sólo para la cuestión antirreligiosa; el pan obrero y el orden eran cosas que debían ser resueltas sólo por la Policía y la Guardia Civil.

CANALEJAS HACIA EL PODER

En el pugilato entre Canalejas y el Gobierno disputándose el titulo de campeón en extremismo antirregligioso, aquél da los primeros golpes. Sale para su provincia natal, Alicante, y, rodeado por una masa de republicanos, habla él así:

“Venimos de la Revolución de septiembre. Siguiendo al gran maestro Martos fui a la democracia con honrada convicción. Creí que la monarquía saturada de democracia podría ser la continuación de la obra revolucionaria.”

¡Cómo riman las palabras de Canalejas con los apóstrofes lanzados por Castelar sobre los monárquicos canovistas de la Restauración!

La Revolución estaba en la Restauración como la gravedad está en la naturaleza de la materia. Nuestra generación ha presenciado y ha sufrido la sangrienta y asesina prueba.

Pero antes; mucho antes, el mismo Canalejas sufriría en sí mismo la prueba; la prueba de que la monarquía democrática era la Revolución.

En ese mismo discurso de Alicante pareció como si las brujas de la Revolución le murmurasen al oído sus palabras:

“No seré el jefe de la opinión democrática, pero siempre iré a la vanguardia de los demócratas. Si vuelvo la espalda, fusiladme, que en la guerra lo mismo se castiga la flaqueza que la traición.”

Sin saberlo él, volvió la espalda a la Revolución; porque no tenía ella como fin la democracia, ni era su fin único el anticlericalismo, según Canalejas falsamente creyó la Revolución era y es verter sangre española sin tregua ni fin, la Revolución es traición a España en beneficio de naciones extranjeras, y es volver la espalda, es no servir a esos fines, el mostrarse opuesto a esa traición descarada y específica, como Canalejas lo intentó, por lo cual mereció de la Masonería que se cumpliera en él la sentencia dictada por él mismo:

Si vuelvo la espalda, fusiladme...

Y fue “fusilado”, pistoleteado, en plena Puerta del Sol.

Registrado el antecedente “jurídico” del “fusilamiento” de Canalejas, unas notas más de sus demagogias, creando la “jurisprudencia”' revolucionaria en virtud de la cual, “jurídicamente”, habían de matarle.

En Valencia, el 16 de junio.

“Hace falta el vigor del proletariado español para seguir luchando contra el abandono de la administración pública y contra los invasiones del elemento clerical que todo lo domina y perturba.”

Canalejas llega a Barcelona el 22 de junio; su “raid” anticlerical ha resultado relativamente pacífico hasta el momento. Pero Moret teme alteraciones de orden público; las teme o las desea, pues ya estaba Lerroux con acta y partidarios en Barcelona y ya existía el contubernio Moret-Lerroux. En cuanto llegó Canalejas se produjeron algaradas; que Moret aprovechó, sin duda muy gustoso, para estropearle el programa a su rival. Y Canalejas, no queriendo malograr su etiqueta de “orden”, embarcó para Madrid, explotando su papel de víctima gubernamental.

“El Liberal” dedicaba unas palabras a la conducta del Gobierno, en especial dirigidas a Moret, que son arquetipo de su léxico y escrúpulo político:

“Lo que ayer sucedió en Barcelona es para sonrojar a cualquier Gobierno que conserve un resto de vergüenza política.

“Claro está, que no se sonrojarán los Ministros; antes puede ocurrir que alguno, contagiado por el trato frecuente con los hijos de Loyola, píense y diga, frotándose las manos que el fin justifica los medios.” 

No hagan los lectores mucho caso; son “charlas de familia”, de la gran familia masónica.

Pero la semilla demagógica de Canalejas empezaba ya a fructificar. El 24 de junio se produce un motín antirreligioso en Alicante.. Un grupo impide la salida de la procesión de San Nicolás, gritando: “¡Abajo el jesuitismo!”

Requerido el Gobernador, mandó 25 guardias civiles, pero las órdenes debían ser tales que la procesión no pudo salir, siendo maltratados los fieles que lo intentaron, arrebatados escapularios y desgarradas banderas.

Romanones replica en Zamora, el feudo segastino, a Canalejas:

“No sé quién defiende la libertad, sí quien se aparta de la obra gubernativa para excitar a las muchedumbres o quien persevera hasta ver realizada la obra de la regeneración y de la democracia. Vosotros lo veréis. Tened confianza en Sagasta, y en su historia, que no ha de abandonar en los últimos años de su gloriosa existencia. Su nombre representa todo para mí.”

El Conde de Romanones hace la solemne declaración de su identidad política con el Gran Maestre, allí, en Zamora, donde Sagasta obtuvo su primer acta de diputado.

Alguien sabe cuánto importa la identificación del conde con el talmúdico patriarca de la Masonería española. Es el cacique segastino de Zamora, Requejo, subsecretario de Romanones, quien lo proclama:

“Hacéis bien en aplaudirle, porque será vuestro jefe.”

Sin duda, sabía ya el Requejo, electorero predilecto de Sagasta, que el talmúdico viejo, con un pie ya en la sepultura, había consagrado “in pectore” a Romanones como su heredero.

Si se hubiera podido auscultar el pensamiento de aquella concurrencia, se habría captado su perplejidad. ¿Cómo podrá ser el jefe del Partido liberal este jovenzuelo renqueante, que no ha cumplido los cuarenta, pasando sobre los antiguos prestigios progresistas?

Sin duda, nadie se fijó en un mérito de Álvaro aún estando muy a la vista; nadie advirtió la exacta coincidencia del perfil de Romanones con el de Sagasta, en como coincidían las curvas de sus respectivas narices.

Lo que no estaba visible ni era intuible para nadie era que aquel obstáculo de Canalejas sólo podía ser salvado por Álvaro, tumbando en el suelo de una bala anarquista al jefe del Partido liberal. De otra manera, el pobre cojo, ¿cómo se hubiera podido saltar a Canalejas?

Canalejas se crece. El mismo día 29 replicará en un banquete que le dan en Madrid:

“A despecho de los que estiman que los ministros no son hombres públicos, llevados por los votos y los sufragios de la nación a los consejos de la Corona, sino mera prolongación de la servidumbre palatina, yo solicito el concurso de los republicanos, de los socialistas y de todos los demócratas españoles.”

Y, en efecto, Canalejas tuvo el “concurso” de los republicanos y socialistas: sublevación republicana en la “Numancia”; huelga ferroviaria, socialista; pistolezato de Pardiñas, anarquista...

Pero no se achica el Gobierno. El mismo día 29 se reúne el Consejo de Ministros precipitadamente y acuerda dirigir una nota a Roma, que es un verdadero ultimátum. Dice la referencia del Consejo:

“Si finalizado Junio no hubieren terminado esas negociaciones, se enviará al Vaticano una nota diplomática concediéndole un plazo—probablemente de dos meses— para que las ultime. Si transcurrido ese plazo no se hubiera resuelto esta cuestión previa el Gobierno considerará rotas las negociaciones.”

Esta es la tónica del primer mes del Reinado de Alfonso XIII, la cuestión antirreligiosa es la reinante y dominante.

Al fondo, muy lejana, está la cuestión social, derivando hacia la Revolución.

Esa tónica no variará, irá en aumento, hasta desembocar en las grandes catástrofes nacionales, las cuales creerán los más que se han producido por causas repentinas, imprevisibles, extrahumanas. Como si su gestación no fuera humana... demasiado humana.

Cuenta Romanones, que, sin duda, como réplica suya frente al concepto de soberanía del Monarca, defendido por el Rey en el primer Consejo de Ministros, a no tardar, le llevó a la firma de don Alfonso un Decreto concediendo la Cruz de Alfonso XII “a uno de los hombres de la literatura española”. No dice ladinamente Romanones quién era el agraciado, porque aún está don Alfonso en el Palacio de Oriente —escribe durante la dictadura— y don Alvaro aún espera ser un gran pilar del Trono. Ahora si, el ex presidente agrega: “El Decreto quedó sin firmar sobre la mesa del Rey”. Acudió el conde a Sagasta, y recibió del h. Paz una lección de táctica ladina, que no desaprovechó su discípulo predilecto:

“No olvide nunca qué las cuestiones referentes a personas son en Palacio las más difíciles. A un monarca se logra convencerle para que varíe de opinión en cuestiones de doctrina; pero cuesta gran trabajó que modifique las suyas si atañen a las personas.”

El Decreto se firmó, por intervención del h. Paz, el día 1 de julio. El “cruzado” con la de Alfonso XII fue don Benito Pérez Galdós; el masón, que a no tardar, presidiría la Conjunción Republicano-Socialista.

Romanones, Ministro de Instrucción, concediendo la primera Cruz del Reinado a un anticlerical y heterodoxo como Pérez Galdós, quiso estimular a los escritores, indicándoles que el anticlericalismo y la heterodoxia eran los mejores caminos para lograr honores en el “católico” Reino español. El ser Pérez Galdós un heterodoxo y un anticlerical, superaba el obstáculo de su republicanismo para recibir el honor de la primera Cruz de Alfonso XII del Reinado del hijo.

En cuanto a la razón “literaria”, pretexto para la concesión de tal honor, sería cosa de hablar mucho; pero sólo podemos dedicarle unas palabras, claro está, en oposición a los juicios de los actuales epígonos del 98.

La obra literaria de Galdós, en un 98 por 100, está fundida con su obra política objetivamente. Como para tantos escritores anticristianos, como diría el judío Heine, la literatura, hasta siendo poesía, sólo es un arma política en sus manos. Y Galdós, con sectarismo de fanático, la empleó a fondo.

Su acierto fue buscar apoyo en la epopeya de la Independencia, sin cantor nacional hasta la fecha, que aún vista por el “agujero” liberal, es decir, por el neofrancesado, tiene sobrado nervio heroico para dar aliento épico a las estampitas galdosianas, a pesar de retratar el autor desde un “punto de vista” de abajo arriba, el del escarabajo, captando casi tan sólo las zurrapas heroicas... pero era tan fiera y homérica es la epopeya que hasta sus zurrapas brillaban como gemas.

Tremenda, enorme, responsabilidad la de las plumas católicas y nacionales al abandonar a un Galdós las gestas patrióticas de nuestra Independencia. Pues le dejan escribir a su manera —en afrancesado— la guerra contra los franceses y la guerra de los carlistas contra los afrancesados y sus descendientes, y así pudo Galdós, con sectaria sutileza, meter de Contrabando antirreligión y revolución a la sombra de la bandera literaria del heroísmo patriótico-español.

PRIMER VERANEO DEL REINADO

El mes de julio transcurre sin novedades.

En el mes de agosto inicia el Rey una serie de viajes para conocer las provincias norteñas españolas.

Visita Asturias; deteniéndose principalmente en Oviedo, Gijón y Covadonga. Sigue después la visita a León, volviendo a Trubia y Avilés. Seguidamente, visita Santander y luego Pamplona, Victoria y Burgos, regresando a San Sebastián.

Debe saberse. Don Alfonso es recibido y acompañado en todas las ciudades visitadas por él con un cariño y un entusiasmo extraordinario. Los textos de la época, de los más opuestos colores políticos, lo atestiguan.

Si registramos el hecho es para dar constancia de que don Alfonso gozó del cariño popular durante casi todo su reinado. En tiempo de la Dictadura de Primo de Rivera, tiempos tan próximos a todos nosotros, ese cariño y entusiasmo por el Rey no decreció, hasta aumentó, y prueba fueron los viajes triunfales hechos por don Alfonso durante tal período.

Resulta un verdadero enigma el motivo de que unas minorías, estudiantiles principalmente, y unas organizaciones proletarias, dirigidas por marxistas y ácratas, minoritarias también, pudieran dar la sensación a la opinión y al mismo Rey de que éste era objeto de un odio mayoritario y casi nacional.

Esto sucedió casi repentinamente; en el transcurso del mando de Berenguer. No es momento para estudiar aquí el fenómeno; pero si de tomar nota del entusiasmo que rodeó en los primeros y últimos viajes al Rey para cuando lo veamos insultado y vilipendiado por las calles de Madrid.

La nota con que cierra el mes de agosto es el Congreso del Partido Socialista, que se celebra en Gijón el día 29. Carente de fuerzas copiosas aún, Pablo Iglesias y los congresistas se expresaron con hipócrita moderación, si se compara con el extremismo de que hacían gala los anarquistas de Cataluña y Andalucía.

ANTICLERICALISMO. — HUELGAS. — CRISIS. SILVELA Y MAURA AL PODER

Los tres meses últimos del año 1902, primero del Reinado, se califican, como los precedentes, por estas “constantes”:

Anticlericalismo: Canalejas y los republicanos continúan presionando. El Gobierno, debilitado, intenta la aprobación de la Ley de Asociaciones.

Huelgas: Continúa su proliferación; levantando el estado de guerra en Barcelona, vuelven a producirse allí las huelgas con la profusión acostumbrada.

Política: El forcejeo entre Canalejas y el Gobierno para ver cuál puede poner más alta su bandera antirreligiosa. Surge un pequeño “affaire” administrativo por las cortas en el monte de Hortizuela, que alcanza de lleno a Suárez Inclán; pero no pasa gran cosa. En noviembre hay crisis; pero sigue Sagasta, saliendo del Ministerio Rodrigágez, Montilla y Suárez Inclán; lo que permite la entrada de Amós Salvador, otro emparentado con Sagasta; un cripto-judío riojano muy blasfemo, padre del bíblico Amós que será Ministro de la Gobernación en el Gobierno criminal del Frente Popular en 1936.

No sirve de mucho el refuerzo; el Gobierno dimite en diciembre, y el día 6 entran a gobernar los conservadores.

El nuevo Gobierno; Presidencia: Francisco Silvela; Gobernación, Antonio Maura; Estado, Buenaventura Abarzuza; Gracia y Justicia, Eduardo Dato; Hacienda. Raimundo Fernández Villaverde; Guerra, Arsenio Linares; Marina, Joaquín Sánchez de Toca; Instrucción, Manuel Allende Salazar; Agricultura, Marqués de Vadillo.

GUERRA SOCIAL

Con el eufemismo de “cuestión social”, se refieren las crónicas del momento a la Guerra social, que, terminada con el desastre cubano y filipino la internacional, será ya el desastre interior en crescendo constante, hasta culminar, sólo en treinta y seis años, en el mayor que sufriera España en toda su Historia nacional.

Esta dimensión de la Historia de España que es la Guerra Social está por incorporar a sus páginas. Ese silencio histórico, que sólo se rompe breve y episódicamente, cuando se da una batalla o una Revolución espectacular, con su aparato de incendios, barricadas y choques de masas en campos y ciudades, crea en el país y en políticos e intelectuales una mentalidad sobre la Guerra Social muy similar a la existente sobre los terremotos y los meteoros atmosféricos; mentalidad catastrófica, de algo inevitable, cual si se debiera en absoluto a las fuerzas indomables, extrañas e ignoradas de la naturaleza.

No hay para nadie organización y conspiración, ni dirigentes y dirigidos, ni plan, técnica, táctica y fin..., tampoco hay nada de todo eso ni siquiera para los patriotas, demasiados ingenuos. Pero no podemos creer que todo eso se ocultase a los cómplices y beneficiados de la Guerra Social, que tantas veces y durante tanto tiempo fueron los dueños del Poder.

No era posible que pasase desapercibido cuanto sucedía en el área de la Guerra Social. El año 1901, meses antes de la Coronación, se ha celebrado en Londres un Congreso anarquista, encuadrado por otros dos de la Masonería, celebrados allí también en 1900 y 1902.

En el Congreso anarquista se discuten dos tendencias, la del terrorismo individual y la revolucionaria de masas, utilizando la huelga general. En realidad, el choque de ambas tendencias es puramente académico, pues, como la realidad mostrará, se simultaneará la huelga general revolucionaria y la parcial con el regicidio, magnicidio, atentado personal y expropiación (atraco).

Quién asimilará, pondrá en práctica la doble táctica y cumplirá, los acuerdos del Congreso Anarquista de Londres en España será Francisco Ferrer Guardia, esta siniestra figura de la Masonería y del Anarquismo internacional. No en vano hemos encuadrado el Congreso Anarquista de 1901 entre los Congresos de la Masonería de 1900 y 1902.

Bajo la égida del anarco-masón Ferrer, las fuerzas más exaltadas, de la Revolución, las anárquicas-comunistas, no se debe olvidar, serán lanzadas a movimientos revolucionarios de amplitud y violencia sin igual en la Europa occidental y sólo pares con los habidos en la Rusia de los zares; llegando pronto los grupos anarquistas a crear y dominar una organización obrera, que se llamará luego Confederación Nacional del Trabajo, sin par en el mundo por sus efectivos, riqueza y extremismo revolucionario, teórico y práctico.

Esta es la realidad más tremenda que deberá enfrentar el Reinado. Pues bien; ahí está la Historia de España, las crónicas, las declaraciones oficiales, los discursos parlamentarios, todo el orbe político del Reinado, sin más política ni más solución, decenio tras decenio, que halagos demagógicos verbales de la izquierda dinástica, alianza de la oposición republicana, tímidos e insinceros ensayos de “política social” de los conservadores y la realidad permanente de recurrir a los mauser de la Guardia Civil y del Ejército, y tarde, para buscar la “solución” en cuanto la Revolución estalla.

Revolución en amenaza permanente, con asaltos de masas frecuentes y salpicados los paréntesis de “paz” por el estallido repentino de la bomba terrorista, por el asesinato personal, por el magnífico y el regicidio..., todo producto de la complicidad gubernamental, compuesta, mitad por mitad, de halago e impunidad.

Sólo unas breves notas relativas a la organización y desarrollo de la Guerra Social.

El Reinado empezará con Barcelona en estado de guerra, pues la autoridad civil deberá resignar el mando en la militar con motivo de una huelga general en la ciudad condal.

Los ensayos históricos relativos a la Guerra Social del período nos hacen creer que no existía entonces “mando nacional” para las distintas organizaciones locales obreras, y aluden a distintos intentos anarquistas para establecerlo.

Nosotros no podemos ni debemos admitir ese concepto; ni siquie­ra podemos afirmar que hubiera intención verdadera en aquellos momentos de crear la unificación y dirección en forma “legal”; entiéndase, “legal” dentro de las fuerzas revolucionarias sindicales, no “legal” gubernamentalmente hablando.

Y lo decimos, porque la unidad, si no orgánica, la objetiva, la revolucionaria, ya existía, como demostraron tantos episodios. Existía la dirección nacional, no “legal”, pero sí real, asumida dictatorial y clandestinamente por los “grupos anarquistas”, dueños por medio de sus individualidades de las juntas directivas de las sociedades; obreras. Y estos “grupos anarquistas” jamás dejaron de tener unidad nacional e internacional, perfectos enlaces y dirección unificada. En este período, en el cual no disfrazaba el Anarquismo su natu­raleza masónica (carbonaria - comunera - burguesa - intelectualoide) la identificación del mando masónico y anárquico era fácil por ser un hecho poco disimulado.

Hasta la guerra europea de 1914-18, con el triunfo del bolchevismo marxista en Rusia, dado el carácter “clasista”, “proletario”, que así se quiso dar, aún cuando por su ascendencia y realidad fuera tan masónico-burguesa-intelectualoide como el Anarquismo, éste no sintió la necesidad de disfrazarse ante las masas obreras de tan “proletario” como lo hemos conocido en los dos últimos decenios del Reinado. El mismo fenómeno proletarizante del mando, aunque menos acentuado, se da en el Socialismo de la II Internacional.

El fenómeno, enunciado tan lacónicamente, deberá ser tenido en cuenta por nuestros lectores durante toda la obra, para no despistarse con los disfraces proletarios de nuestros masones.

Siendo así la realidad en aquellos tiempos, existiendo ya la “dictadura” irresponsable, clandestina, e invisible para la masa, del Anarquismo—de la Masonería en realidad—las “formas” de organización, unificación y dirección “legal”, “democrática”, de las sociedades obreras no convenía de momento. La debilidad numérica del proletariado sindicado imponía oportunismo y alianzas frecuentes con la izquierda burguesa masónica, gubernamental o no, y la existencia “legal” de una organización nacional, con la correspondiente dirección peninsular, hubiera impuesto hallar a cada momento un motivo, un pretexto, “de clase” para movilizar nacional o localmente las masas obreras, por muy copados que hubieran tenido los anarquistas los mandos sindicales. En una palabra, más o menos, hubieran debido los anarquistas respetar, siquiera en apariencia, la “democracia de clase,” la “democracia obrera”, y esto era un obstáculo para, los “plenos poderes” de que debía gozar su mando masónico, anónimo, dictatorial e irresponsable, si quería tener la agilidad que imponía su colusión revolucionaria con los jefes gubernamentales y re­publicanos de las fuerzas burguesas.

De ahí que no veamos a las figuras principales y de más influencia dedicadas a la tarea de crear la unificación y dirección nacional -obrera. ¿Para qué —dirían— si ya existe y es nuestra?

Tomando los textos de fuentes anarquistas, aportamos los siguientes:

“Es entonces solamente cuando, por diferentes iniciativas, en Haro (diciembre de 1899), Manlléu (enero de 1900) y Jerez fue comenzada una reorganización sindical, iniciada por el Congreso de Madrid de octubre de 1900, que fundó la Federación de Trabajadores de la Región Española, continuando así la obra del Pacto de Unión y Solidaridad, organización, que si había continuado, al menos dislocada y muy débil, con un nuevo ímpetu, contando 52.000 miembros aproximadamente en su comienzo y que publicó un manifiesto de contenido anarquista.

“Esta Federación de 1900 se ha extinguido como organismo federado en 1905 y 1906, sin que tales desapariciones del aparato federal quiera decir en España que las partes componentes, las secciones o sindicatos se hayan desintegrado. En ese caso particular, simplemente, una comisión situada en Barcelona, en Sevilla, en La Coruña acaba por perder el contacto con los sindicatos. Una nueva iniciativa partió de esas 40 ó 50 secciones o sindicatos de Barcelona, que bajo el nombre de Solidaridad Obrera, dieron un nuevo impulso a su federación, reuniendo los sindicatos de Cataluña y avanzando hacia una federación, nacional”.

“Los periódicos y revistas que aparecen en los comienzos del presente siglo, son numerosos en toda España. Los Congresos obreros se suceden, también de manera halagadora. Las huelgas generales cuya iniciación comienza con la de 1890 en Barcelona, se repiten ya en la capital de Cataluña en 1902, y, luego en otras regiones, Zaragoza, Valencia, Vizcaya, etc.

En junio de 1903, celébrase, en Barcelona, un Congreso de los metalúrgicos españoles.

Y del 5 al 12 de diciembre del mismo año, también en Barcelona, el cuarto Congreso internacional de los Empleados de ferrocarriles.

El 6, 7 y 8 de septiembre, el Congreso Nacional de Campesinos.

En 1902 dio el proletariado español una vigorosa muestra de su energía y de su virilidad, declarando en Barcelona la gran huelga general, que dio un serio disgusto a la burguesía y evidenció que los trabajadores saben imponerse cuando es preciso y no escatiman los esfuerzos cuando se trata de su emancipación.

La efectiva actuación de los sindicatos españoles agrupados data solamente del año 1904. Téngase en cuenta el corto intervalo que media entre esa fecha y el movimiento actual, añádase a ello una interminable serie de graves acontecimientos, siempre obstaculizadores de la organización obrera, y se comprenderá acto continuo la imposibilidad de hacerla bien sólida y de haber llevado a cabo una labor inmensa de propaganda y de lucha, por lo que, a su vez, dificulta o priva de realizar una extensa descripción.

En 1904, los sindicatos obreros existentes en Barcelona agrupándose constituyendo una Federación Local, que se Solidaridad Obrera; su finalidad era la misma del sindicalismo moderno, lo que perseguía también la antigua Internacional. Al mismo tiempo, emprendió aquella Federación la tarea de publicar un semanario que fuese el portavoz de las aspiraciones de la misma, encabezado con el mismo titulo del organismo”

Sólo una breve ilustración ya.

Con el eufemismo de la “cuestión social”, se hurta en la Historia de España lo que ha sido siempre una Guerra Social. Y es muy extraño; el escritor burgués sufre de un gran servilismo mental en la exposición de ideas; por tanto, al usar nombres, acepta, sin más, cuantas formas ideológicas y, sobre todo verbales, inventa el Marxismo y el Anarquismo para presentar sus concepciones y sus hechos. Pero este servilismo tan sólo tiene realidad cuando la exposición o el nombre aceptado disminuye la idea de peligrosidad y daño en lo definido o nombrado. En prueba tenemos este nombre, “Guerra Social”, usado en textos y discursos, en toda ocasión, por el Marxismo y el Anarquismo, tratando de dar idea de su grandiosa dimensión. Naturalmente, tal nombre sólo llega directamente a los militantes marxistas y anarquistas, pues los jefes y propagandistas muy raramente tienen ocasión de contacto con las masas burguesas o neutras; sus palabras les llegan a estas masas a través del escritor y periodista de su clase; pero, a través de estos intermediarios, la Guerra Social, con toda la noción y gravedad que tal nombre pudiera suscitar, desaparece, la escamotean y la cambian, quedando representada por esa tan inocua frase de “cuestión social”.

¿Por qué será?... Podríamos dejar en pie la interrogación; si sólo nos guiase un afán de disquisición, dejaríamos ahí registrado el fenómeno simplemente, para conseguir apuntarnos el descubrimiento, por la mera vanidad. Pero no dicte ese pueril o bajo sentimiento esta obra, y trataremos de responder.

La Guerra Social—“cuestión social”—no es algo que se da esporádica e inesperadamente en el siglo XIX, aún cuando en el siglo precedente adquiera ya grandes dimensiones y las fuerzas necesarias para dar sus primeras grandes batallas. La Guerra Social, como cuanto de trascendencia tiene vida en la Historia, carece de solución de continuidad, porque, si trascedente algo es, ha de poseer un vínculo natural, y, por natural, permanente con la naturaleza de los hombres y las cosas. Así la Guerra Social.

Veámoslo: -

“Ven la luz Salud y Fuerza, Tierra y Libertad —que desaparecida en Madrid, por los embates y las persecuciones de la reacción, reaparece en Barcelona— y Solidaridad Obrera; las tres publicaciones en la capital de Cataluña; y Nueva Humanidad, en Valencia; La voz de Cantero, en Madrid —a más de la Revista Blanca, cuyas colecciones de los 1902 a 1904 conservo—; Juventud Libertaria, en Zaragoza; Verdad, en Sevilla; Tribuna Libre, en Gijón; El Trabajo, en Sabadell; La Voz del Pueblo, en Tarrasa; La Voz del Obrero y El Corsario, en La Coruña y Villafranca, y Luz y Vida, Acción, Cultura, El Rebelde y Progeso y Cultura, en otras localidades”

Esa lista es incompleta, pues ese gran luchador, investigador y gran escritor, Eduardo Comín Colomer, agrega para esas fechas “Nuevo Espartaco”, “El Libertario”, “El Nuevo Malthusiano”, “El Libre Curso”, “Salud y Fuerza”, “La Guerra Social” y “Buena Semilla”.

Y, naturalmente, preguntamos: “¿Qué partido político de ricos puede presentar una lista de periódicos tan grande como esa?, y debemos hacer constar que todas las publicaciones mencionadas son anarquistas; no hay ni una republicana que, por lo general, tenían abiertas sus columnas para las plumas y las propagandas ácratas.

Y si en cuanto a número de publicaciones no pueden competir las adineradas “derechas” con el “proletario” anarquismo, ¿qué decir si comparamos el vigor y entusiasmo desplegado por la prensa de uno y otro bando?

Desde luego, aunque la burguesía lo haya creído siempre, en política no suelen suceder las cosas por milagro. No estallaban las bombas, caían hombres asesinados, se declaraban huelgas y ocurrían motines y asaltos revolucionarios por arte de magia. Si los burgueses hubieran sido capaces de contar siquiera el número de las revistas anarquistas, podrían haber empezado a explicarse algo.

PROGRAMA DEL GOBIERNO CONSERVADOR

El día 11 de diciembre se celebra el primer Consejo bajo la presidencia de S. M., y en él expone el señor Silvela el programa del nuevo gobierno. He aquí sus aspectos más esenciales, dados en la correspondiente nota oficiosa, en la cuál nos limitamos a subrayar lo que merece nuestro comentario.

“Hay unas cuantas cuestiones que agitan más las pasiones y que constituirán lo esencial de nuestra labor, siendo tremendas para un país debilitado aún por tantas desdichas históricas, debiendo V. M. fijar en ello su pensamiento para caminar en la compenetración indispensable entre el Trono y el Gobierno, sabiendo a dónde vamos y con qué medios y por qué procedimientos debemos ir. Sucesivamente iremos exponiendo a V. M. reformas y problemas de detalle; hoy me limitaré a lo más capital, a lo que es como el espíritu de nuestra existencia, con lo cual viviremos o sucumbiremos si no acertamos o no hallamos el apoyo preciso, firme, continuado, que ellos exigen. Necesitamos restablecer los excedentes de nuestro presupuesto gravemente comprometido en año y medio de inatención a tan fundamental extremo, porque ellos son la base del crédito, porque es el que nosotros tenemos que cuidar más que otros pueblos, puesto que tenemos peor historia que ellos y porque esos excedentes son la base del Ejército, la Marina y las obras públicas; y por eso hay que perfeccionar la tributación actual, que tan admirable resultado produce y completando, ahorrando; el problema del alcohol, que en otras Haciendas es recurso más valioso que cualquiera de nuestros tributos Indirectos.

Vamos a reformar radicalmente nuestra Administración local, que es para parte de España una de nuestras mayores esperanzas y secuela funesta de todas las corrupciones políticas e infección de sangre, causa de nuestra inferioridad en el ejercicio del gobierno del pueblo por el pueblo, única base sólida de la constitución fundamental del país.

Este ha sido el principal motivo y razón de mi unión con el Señor Maura y sus amigos, con el que coincidamos en otros puntos de vista que para mí son secundarios al tenor de ése.

Éramos una esperanza. La realidad, en la medida de lo posible, la haremos a costa de toda clase de sacrificios, o caeremos vencidos para no levantarnos más.

Estableceremos el servicio general obligatorio sin redención a metálico, solución indispensable a una necesidad social, a un derecho sagrado de las clases pobres.

Reconstituiremos las bases de una organización militar con espíritu de continuidad y permanencia con los .Estados Mayores centrales del Ejército y la Armada.

Cerraremos ahora el período de anarquía y de orientaciones contradictorias que por culpa de todos hemos creado en la enseñanza, aplicándonos a extender la primera con empeño, y dejando para otra legislativa la secundaria y superior sobre las bases de libertad establecidas en la Constitución legalmente interpretada por los que no hemos renegado de esa libertad, como tampoco de las de asociación y reunión, esto es, autorizando en la investigación y en la ciencia la libertad para la verdad y para el bien, que es para nosotros la verdad católica y la moral cristiana; pero respetando la libertad para di error, porque no seria yo liberal si no tuviera una fe arraigada de la victoria con armas iguales, que es para la verdad y para el bien en la armonía moral del mundo, que permite la vida de las sociedades humanas y que hace del hombre un instrumento y una causa segunda que actúa en el mundo realizando una misión supernatural. Esta obra no se va a realizar por un partido, a la usanza antigua, sino por una conjunción de fuerzas unidas por un pensamiento común, que es su alma, y que vivirá mientras esa alma no nos abandone, y todo lo que ante V. M. y ante las Cortes presente uno de nosotros, después de deliberado maduramente, será obra de la voluntad y del honor de todos”

Seremos breves; no tiene demasiada complicación ideológica ni política el programa del Partido liberal-conservador. Es el programa de la Revolución... para mañana.

Como vemos, llaman “tremendas” a unas cuantas cuestiones y llaman “desdichas” las acaecidas a España... en la palabra está contenida toda la impunidad para los autores de los desastres nacionales, pues la palabra “desdicha” envuelve idea de lo impersonal, fatal e irreparable. Y no es interpretación arbitraria; en el programa no hay ni alusión a responsabilidad políticas ni militares. ¿Cómo aludirlas siquiera? En el ministerio está Maura, que acaba de llegar al Partido Conservador desde el Liberal, más aún, de la tertulia más intima de Sagasta, y por ahí anda la fotografía de los calificados de Íntimos del Gran Maestre, en la cual figuran: Gamazo, hermano político de Maura, el marqués de Hazas, León y Llerena, Avilés, Maura y Sánchez Guerra.

Como gráficamente se ve, ahí, en la intimidad del h... Paz están los que serán “pilares” del Partido Liberal-Conservador, “muralla” contra la Revolución. Está Sánchez Guerra, el “puntillero” de la Monarquía. Si se quiere y no se tiene miedo, en Historia todo se explica.

Volvamos al programa. Veamos cuáles son las “cuestiones tremendas”.

“...hoy me limitaré a lo más capital, a lo que es como el espíritu de nuestra existencia... Necesitamos restablecer los excedentes de nuestro presupuesto...”

¡El dinero!... ¡El dinero!... “Espíritu de su existencia”.

Ahora, el pretexto patriótico a continuación:

“porque esos excedentes son la base del Ejército, la Marina y las obras públicas...”

Ya veremos qué se hace; ya veremos cómo es mero pretexto. “Vamos a reformar radicalmente nuestra Administración local”... “Causa de nuestra inferioridad en el ejercicio del gobierno del pueblo por el pueblo...”

¡Democracia!... esta es la segunda “tremenda cuestión”.

El dinero y la democracia, confesará Silvela, “ha sido el principal motivo y razón de mi unión con el señor Maura y sus amigos, con el que coincidíamos en otros puntos de vista, que para mí son secundarios al tenor de éste”.

Veamos los no “tremendos”, los motivos secundarios:

“Estableceremos el servicio general obligatorio sin redención a metálico, solución indispensable a una necesidad social, a un derecho sagrado de las clases pobres.”

Esto es perfecto; perfecto desde un punto de vista puramente demagógico y revolucionario. La pura demagogia, la eficaz y fina, es aquella que levanta en su estandarte una frase dogmática e indiscutida. Las consagradas han sido siempre las del famoso dilema de la masonería.

Se refina lo demagógico y su éxito es más seguro cuando los lemas masónicos son alzados por hombres y fuerzas que no son tenidos por obedientes a la Secta, sea verdad o no, y sobre todo, sin son hombres y partidos que se titulan, y hasta creen ser ellos, y también lo creen los ajenos, enemigos de la Revolución.

Así, en la cuestión del servicio militar obligatorio, donde se evoca el sagrado dogma de la “Igualdad” y lo evocan los hombres y el partido del privilegio, se moviliza una fuerza en su favor, que será incontrastable, pues ya no tendrá oposición.

No asombrarse. Con toda nuestra insignificancia, nos vamos a pronunciar contra ese dogma de la “Igualdad”. Y conste, por si alguien piensa mal, creyéndonos un privilegiado, que el autor ha sido soldado de segunda clase durante tres años, en campaña, en África... y quien haya estado allí antes de la pacificación, y como soldado, podrá darse una idea de nuestra “autoridad” para pronunciarnos contra la “Igualdad” militar proclamada por el Partido Conservador.

Una experiencia, fruto de la observación: El ritmo y proporción de la Revolución ha estado en razón directa del número de reemplazos que han pasado por el servicio militar obligatorio. El hecho nos indujo a inducid una relación de causa con efecto entre el servicio militar obligatorio y Revolución. Creemos sentada la inducción en base lógica correcta, pero necesitada de prueba, por lo cual, durante largos años, tratamos de formularla.

La Revolución española, como todas, ha sido hecha por la mayoría de una clase, la llamada clase burguesa. La palabra no define bien el significado, y debe precisarse: Clase burguesa, en cuanto a su estado económico; clase con cierto grado elevado, en cuanto a su estado , Intelectual. Ambos factores determinan un tipo de hombre con mayor sensibilidad y mayor capacidad reactiva que la masa obrera y campesina.

Con sólo la formación cultural y patriótica dada entonces en los centros docentes de media y alta instrucción—cultura toda liberal, de predisposición, incapaz de crear defensas intelectuales y sentimentales—, ese tipo humano burgués-intelectual era sumergido de repente en la masa militar, con trato de igualdad.

El Ejército español ha estado siempre sometido a la más extrema pobreza; basta con examinar la cantidad asignada como “haber” para sostener al soldado. Y no sólo al soldado: recordemos el revuelo del Decreto de Weyler prohibiendo el casamiento a los oficiales que no tuviesen ingresos sobre su sueldo que, sumados a él, llegasen a la cifra de la paga de capitán: el oficial ganaba 150 pesetas, menos descuentos.

Dada esta situación, las “clases”, en su mayoría, se nutrían de “reenganchados”, de “voluntarios”, los más de ellos inadaptados, incultos, de nivel moral e intelectual muy por bajo del cupo de reclutas con cultura, con carrera o estudiantes próximos a tenerla, que ingresó en filas el “servicio militar obligatorio”.

Esta era la situación, que podría inspirar, e inspiró, tan jocosas “situaciones” sainetescas para la “cuarta” de Apolo, donde las gozó y rió toda nuestra política, toda nuestra prensa, y toda la panzuda burguesía.

La “igualdad” instaurada por el servicio militar obligatorio, igualdad impuesta a los desiguales en cultura y sensibilidad, en holocausto a la Igualdad masónica (con versal), fue para España una tragedia: la tragedia de la Revolución.

La pobreza, rayando en la miseria; el trato de cabos y sargentos; aquella desmoralizadora campaña marroquí—hambre, piojos, paludismo, sarna—, sin ocasión para el soldado español de combatir, de dar la nota heroica a campo descubierto, como Regulares o Tercios, dedicado a guarnecer posiciones, convoyes y aguadas; sin saber la razón, sin verle fin, viéndose el español inferior de hecho, como hombre, como nación, como Ejército, a unas míseras cabilas; al parecer, invencibles durante quinquenios y quinquenios.

En esta situación dada se instauró el servicio militar obligatorio, la “vieja aspiración” del partido liberal-conservador.

Y ¿qué sucedió? Que la clase con cultura y sensibilidad se rebeló. Se rebeló y fue a engrosar la masa izquierdista en una gran mayoría: se pasó a la Izquierda todo aquel a quien una formación religiosa muy firme no le hizo superar el “choque” del servicio militar obligatorio. Por experiencia personal sabemos bien el sobrehumano esfuerzo que era necesario para superar aquella prueba... y no lanzarse de cabeza hasta en la anarquía. 

¿Con razón? ¡Ah! No; no hay razón jamás para la traición, y traición a la Patria era sumarse a la Revolución; y además de traición era estupidez, porque los burgueses de cultura, al pasarse a la Revolución, se pasaban a los culpables del servicio militar obligatorio; porque si el partido liberal-conservador lo inscribía en su programa sólo era, sin mirar más, por agradar a las izquierdas, único afán y único placer de toda su política.

Unamos a esta “situación temporal” la permanente, determinada por la psicología del hombre español. El español es el peor soldado; acaso por eso sea el mejor guerrero. El español va por la fuerza y llorando al cuartel, y va voluntario y cantando a la guerra.

Pondérese tan formidable realidad histórica, súmese a la circunstancia, y se hallará la explicación—no razón—de que el hombre con cultura y sensibilidad, que pasó por el servicio militar obligatorio, se rebelara y fuera él quien le diera el triunfo a la Revolución de 1931.

Explicación, cuidado con la consonancia; no razón. Hasta este momento tan sólo hemos analizado y expuesto. Sépase.

Y, conociendo bien a nuestros críticos, permítasenos unas líneas más. No somos adversarios del servicio militar obligatorio, de la igualdad en el honor de ser soldado de la Patria...; pero rechazamos esa igualdad, a la cual son sometidos los desiguales, por ser la mayor y más inicua desigualdad. Ni el comunismo más extremo se atreve a practicar ése tipo de “igualdad”.

Nuestros políticos liberal-conservadores, más Igualitarios que los comunistas, proclaman la igualdad con omisión del hombre a quien tratan de aplicarla.

La política es un arte, un arte de las realidades, y dada la realidad española y la del Ejército de entonces, era una monstruosidad, no sólo filosófica y humana, sino también práctica, el tratar de instaurar el servicio militar obligatorio.

No debía ser discriminado, tratado y empleado el recluta según su situación económica, cierto; pero lo debía ser según su calidad cultural y psicológica. El hombre con cultura, sensibilidad, moral y dig­nidad debía ser en el Ejército un caballero; por tanto, un caballero oficial. Ello, hasta desde un punto de vista técnico, de mera eficiencia militar, era lo científicamente imperativo. La formación de una reserva de oficiales, convirtiendo en tales a los hombres de carrera, ya era una realidad europea, en consonancia con la necesidad ingente de oficiales para mandar a la “nación en armas”, que es todo Ejército moderno; ingente masa de oficiales—que ni la más rica economía permite sostener como profesionales—impuesta por la creciente complicación técnico-mecánica de las armas. Y, sobre todo, por el desproporcionado sacrificio de vidas de oficiales impuesto por la guerra moderna.

Para no decir más, el servicio militar obligatorio es una catástrofe moral, es la Revolución a equis años fecha, si no existe lo que hoy conocemos en España por primera vez, y que se llama “Milicia Universitaria”.

Si algo vale un elogio de quien jamás aduló a nadie, y menos al Poder, diremos que hacer caballeros oficiales del Ejército español a quien ya es caballero por su moral, cultura y educación, es lo más eficaz que se puede oponer a la Revolución. Y que conste: para nosotros, ése es todo un elogio.

Mas... ¿qué podían saber de todo eso aquellas inteligencias liberal-conservadoras, cuya obsesión era tratar de halagar a los hombres, de la Revolución? Creemos que si no hubieran tenido tanta prisa los “revolucionarios oficiales”, los conservadores hubieran tratado de; evitar la Revolución haciéndola ellos triunfar...

Aquello de la “Revolución desde arriba” era, desde luego, algo, más que una frase literaria.

Y ya sólo un punto más del programa liberal-conservador.

“Cerraremos ahora el período de anarquía y de orientaciones contradictorias en la enseñanza, autorizando en la investigación y en la ciencia la libertad para la verdad y para el bien, que es para nosotros la verdad católica y la moral cristiana...”

Una vela a Dios.

"... pero respetaremos la libertad para el error...”

Y otra vela al diablo.

Esto es inmenso. Se diría que no es un programa político del partido más distinguido y serio de la nación, sino escarceo filosófico barato, muy barato, en la rebotica de un villorrio.

Porque no se trata de un error académico; no se trata de la barba de Wamba, de si hay oxígeno en Marte o de la data de un ánfora etrusca o maya. Se trata del error político, llamando “error” a la traición, al crimen, al magnicidio, a la Revolución, a la esclavitud de la nación a Un Estado extranjero.

Y a ese crimen de lesa Patria, llamado con un eufemismo atroz error, el partido liberal-conservador quiere darle “armas iguales” que a la defensa de la existencia e independencia de la nación.

Y esto, repetimos, el partido conservador; aquel Gobierno formado por el partido en el primer año del reinado, en el cual se hallaban—lo reconocemos—los hombres más honestos, inteligentes y honrados de cuantos han gobernado a España en este siglo dentro del régimen parlamentario.

Vista esa mentalidad en los “hombres de orden”, en las fuerzas donde se decía radicaba la reserva contra la Revolución..., ¡qué podía hacer el joven Rey? Extraño, muy extraño es que tardase tres decenios en triunfar y no fuera dueña de España en el primero.

ALGO QUEDABA TRAS EL ESTUPENDO PROGRAMA LIBERAL-CONSERVADOR

Acaso, al nosotros esculpir la palabra traición, al hablar de crimen de lesa Patria, en oposición al académico programa del partido liberal-conservador, nuestro lector haya creído que incurríamos en exageración y que usábamos de un léxico demagógico.

Si así supuso, nuestro lector ha padecido un error, pues hemos pecado de parcos de nuestra calificación.

Vamos a pasar a la política internacional de España, de la cual no habla el programa liberal-conservador, y muy poco, poquísimo, las Historias “oficiales”, “académicas” y “textuales”, y con estos términos, para entera claridad, señalamos a los monumentales que “hacen autoridad”, a las escritas por académicos de la Academia de la Historia y a las que sirven de texto en Institutos y Universidades, formando la mentalidad histórica y patriótica de nuestra juventud intelectual.

Lo que pasó antes, de la crisis, en la crisis y después de la crisis sí que merecía el adjetivo de “tremendo”, usado en el programa para calificar cosas tan baladíes.

Se decidió por este tiempo si España, derrotada en el 98, podría adquirir perspectiva para volver, a ser algo en Europa. En estos dos primeros años del siglo XX se presentó a nuestra Patria la oportunidad de recobrar algo tan importante que, sumado a su valor estratégico—valor siempre de primera potencia—, podía darle rango y gravitación en la política internacional, muy superior al de su demografía, economía y fuerzas militares.

Fue una oportunidad única, que a España no se le presentaría de nuevo jamás, que no fue aceptada y aprovechada por el chantaje de Inglaterra, y al cual obedecieron unánimes liberales y conservadores.

De tal vergüenza no se salva ninguno de los dos partidos que monopolizaban el Poder en el reinado.

La oportunidad fue Marruecos. La cuestión marroquí es tan decisiva para el reinado del último Borbón, que merecerá de nosotros un estudio especial dentro de esta Historia. Según estimamos, los problemas extraordinarios deben ser abarcados en toda su profundidad y trascendencia y en su total volumen, sin diluirlos en la cronología, sin mezclarlos con lo anecdótico y diario; porque sólo así, aislados, limpios de la broza, pueden mostrar sus verdaderas dimensiones y se pueden ver a los hombres que intervinieron en ellos con su acción, sin solución de continuidad en la objetividad, sin que otros hechos ajenos, leves y ordinarios distraigan el razonamiento del lector, induciéndole a creer que los políticos obraron con razón y naturalidad al perderse dentro del jaral anecdótico el eslabón de unión entre razón, causa y efecto.

Por lo expuesto, tan sólo haremos una lacónica mención aquí de los hechos, quedando para el capítulo “Marruecos” el tema con toda su dimensión y acusación.

La coyuntura internacional es el choque de intereses africanos entre Francia e Inglaterra, culminando en Fashoda.

Desde hacía muchos años no se había dado en España tal situación internacional. Por primera vez desde Napoleón I, Francia e In­glaterra se hallaban en dura oposición. Como es evidente, se trataba de las dos únicas primeras potencias tangenciales con España—Gibraltar y Pirineos—; por tanto, de sus dos permanentes antagonistas. No enfrentadas ambas, y dada nuestra inferioridad y nuestra carencia de alianzas centro-europeas, tan sólo nos cabía una resignación vigilante; pero, ya enfrentadas, y por tanto neutralizándose, la política internacional española podía y debía ser dinámica.

Debió comprenderlo así León y Castillo, nuestro embajador en París, cuando arrastró a todo un Sagasta y a todo un Moret, anglófilos hasta el servilismo, a una negociación con Francia sobre Marruecos. Negociación que, a pesar de las dilaciones de Madrid, llegó a un completo acuerdo. Por él se le asignaban a España más de las dos terceras partes del Imperio marroquí, estando enclavados en ella, aparte de Yebala, Rif y Guelaya, los territorios más ricos, poblados y pacíficos y, naturalmente, Tánger.

El acuerdo hispano-francés estaba listo para ser firmado al empezar el último trimestre de 1903; pero Sagasta deja pasar un mes y otro mes, a pesar de las instancias y urgencias de Francia, y cuando ya no puede aplazar la firma un día más, dimite, para entregar el Poder al partido liberal-conservador.

Sagasta, después del 98, no tuvo ya valor para rechazar las ofertas de Francia. Entabló la negociación con la reserva mental de “sabo­tearla; porque ¿cómo podía el Gran Maestre dar un nuevo Imperio a España, siendo él mismo quien más hizo para que perdiera los últimos restos del antiguo?

Ahora bien, la operación de sabotaje no era técnicamente fácil; romper las negociaciones con Francia, despreciar las ventajas del Tratado, era un arma tan peligrosa en manos de cualquier adversario político, que hubiera matado al partido liberal. Con el secreto no se podía contar, pues si en el interior podía disponer Sagasta de medios para imponer a muchos el silencio, en el exterior, en Francia, seria imposible imponerlo.

De ahí las dilaciones, el no firmar durante tres meses, hasta llegar a la convenida crisis.

Deberá tenerse muy en cuenta que Silvela, jefe del partido liberal-conservador en aquella fecha, fue informado de las negociaciones y acuerdos, aprobándolos con entusiasmo.

Pero, ya en el Poder, sigue con las mismas dilaciones sagastinas, hasta llegar a negarse a firmar. Es lo que Sagasta pretendía que se hiciera, pero no haciéndolo él; porque, asumida la responsabilidad por los conservadores, “insospechables” de falta de patriotismo, era para ellos mucho menos peligrosa la ruptura del Tratado, y principalmente absolvía en absoluto al partido liberal de toda culpa. Es más; hasta tímidamente, por insinuación, podría recabar para sí el “honor” de haber llevado a cabo la negociación y el concierto del Tratado, asignándose así un título para su patriotismo, tan maltrecho y sospechoso después del 98.

Pero ¿qué había pasado?

Sencillamente, que Inglaterra dictó a los Gobiernos españoles que no se firmase el Tratado, haciéndoles renunciar a lo que pudo ser para España el principio de su resucitar.

Y lo dictó Inglaterra con las más tremendas amenazas de ataques navales a nuestras posiciones insulares, Canarias y Baleares, y hasta nos amenazó con invasiones.

De todo hay prueba y testimonio, que se incluirán en el debido momento.

Aquí sólo unas palabras de Maura:

“Respecto al proyecto de Tratado con Francia, de 1902, a que se refiere el Duque de Almodóvar, diré que una de las ocasiones en que la Providencia ha mostrado su amor a España fue al impedir que se firmaran aquellas negociaciones. Y añadiré que si yo, por desventura mía, las hubiera suscrito, nunca más hubiera conciliado el sueño en el resto de mi vida”.

Lo que a Maura no le hubiera permitido conciliar el sueño durante el resto de su vida eran las amenazas de Inglaterra, como ya se verá luego, aun cuando sus palabras ya son bastante claras.

Si la amenaza de Inglaterra infundía tanto pánico a Maura, ¡cuánto no padecerían los demás! Pero ¡qué cosa más extraña! Si Inglaterra sola, enfrentada con Francia, inspiraba ese pánico tan atroz, ¿no debió inspirarlo mucho mayor el verlas unidas por España al no firmar ella el Tratado hispano-francés sobre Marruecos?

Pero, de momento, nada más relativo al asunto.

Sólo destacar el impudor con que se pudo proclamar en pleno Parlamento, ante aquella fiera nación que se alzara contra Napoleón, que España había perdido su independencia para ser esclava de Albión.

En verdad, el pueblo, el auténtico pueblo español, no se llegó a enterar de aquella esclavitud tenebrosa, sutil, ejercida por Inglaterra a través de hombres, de ministros, interpuestos.

¿Cómo verá hoy el español a tantos figurones ministeriales, a pesar de sus grandes frases y desplantes? ¿No verá sus casacas flamantes de ministros como libreas de viles lacayos de Inglaterra?

MUERE SAGASTA

El día 5 de enero de 1903, a los pocos meses del reinado, muere Práxedes Mateo Sagasta, que aún pudo ser en él, una vez más, Presidente del Consejo de Ministros, para vergüenza y afrenta de Es­paña; porque un par de años después del desastre de Santiago y Cavite vuelve a ser la figura máxima del Poder español el máximo responsable del nefasto desastre nacional.

No discutiremos aquí, ni entraremos en el terreno de la prueba, para decidir si fue Sagasta traidor subjetivo, es decir, si el desastre fue organizado por él, voluntaria y conscientemente, siendo así sujeto moral de traición, o lo fue involuntaria e inconscientemente, siendo traidor objetivo, traidor por el efecto que produjeron sus hechos.

No corresponde al reinado, aun cuando lo prologue y determine fatalmente aquel desastre del 98, final y culminación del permanente iniciado por el judío Juan Álvarez de Mendizábal en 1820; por ello, no es posible aportar aquí los elementos de juicio necesarios para decidir, sobre prueba plena, si el Gran Maestre, Práxedes Mateo Sagasta, obediente como tal a la masonería de América, fue traidor por propia voluntad o lo fue por engaño y torpeza en su obrar.

Resolver ese dilema es cuestión que interesa mucho a las gentes; tanto, que a la mayoría le importa más el saber si hubo intención o equivocación en el autor de un desastre que les importa el desastre mismo.

En este caso, les importará más averiguar si Sagasta fue un cripto-judío, como su admirado Mendizábal, o, por lo menos, un gran masón, que organizó el asesinato de miles de españoles, la destrucción de dos escuadras y la pérdida de nuestras últimas colonias, o si ocu­rrió todo en virtud de sus errores. Si existió voluntad criminal o sólo errores en cadena, les importa más a las gentes que los desastres nacionales.

Estas mismas personas no piensan igual cuando se trata de una desgracia privada. Si un médico, por ejemplo, les mata a un hijo, madre u otra persona querida, lo importante para ellas es que el médico le quitase la vida, y lo secundario es si el doctor mató con in­tención o por error.

Para España y para el historiador, lo importante y tremendo es el hecho de que se perdieran vidas, barcos y colonias, fuera por traición voluntaria y racional o por traición involuntaria. Lo que cuenta en Historia y en política es el efecto de los hechos y, sobre todo, cuando el efecto es algo irreparable.

Por si le puede ayudar a discurrir al lector sobre si el señor Mateo Sagasta causó los desastres a España por sus “errores en cadena”, o si los organizó por ser un cripto-judío y un masón traidor, le facilitamos un trozo de las declaraciones de otro masón, furioso senador republicano y procesado por tomar parte en los incendios de iglesias y conventos en la Semana Trágica, Sol y Ortega, declaraciones hechas a El País en el mes de agosto, a raíz de los acontecimientos, para propia disculpa:

—¿Y las violaciones de sepulturas?—pregunta el periodista.

—Eso es otra cosa. No es lo mismo desenterrar un cadáver que matar a una persona viva. Y en los desenterramientos hay, más que crueldad, la persecución infantil del misterio.

—Bien se conoce—añadió el insigne repúblico—que se ignora la historia contemporánea. Los que se espantan de eso han olvidado que, en 1835, se profanó en el Monasterio de Poblet las tumbas de los Reyes de Aragón y Cataluña, y se jugó con sus cráneos a la pelota, y se mecharon a bayonetazos las momias de algunos soberanos, nobles y prelados. También se ha olvidado la actual generación de otro hecho parecido y menos trágico, y eso que lo cuenta don Benito Pé­rez Galdós en uno de los últimos Episodios Nacionales. Me refiero a la profanación de la tumba de Carlos I de España y V de Alemania, en El Escorial, por Sagasta, Moreno Benítez, Abascal y algunos otros progresistas de antaño y gobernantes con la Restauración y la Regencia.”

Y como gobernó Sagasta con Alfonso XIII, pudo añadir: ¿Profanaría Sagasta el sepulcro del gran Emperador por haber salvado a Europa del protestantismo... o por mera curiosidad infantil?...

Y le preguntamos nosotros:

¿Rima la profanación del sepulcro del penitente de Yuste con ser Sagasta traidor por odio a España o con haber ocasionado el desastre por un mero error?

SEPARATISMO Y GUERRA SOCIAL

Liquidado el Imperio, terminada la guerra internacional, y cobrando de nuevo impulso la social, surge con insospechado vigor el separatismo. No es mera coincidencia de fechas. Al enemigo de España no le basta con la pérdida total del Imperio; su fin es matar a nuestra Patria como nación, y nada mejor para lograrlo que los españoles mismos destruyan su economía, realizando un sabotaje huelguístico permanente, porque la economía es la base imprescindible de la potencia militar. Tal es el fin asignado a la guerra social por las potencias europeas enemigas, que la fomentan y dirigen a través de la Masonería española, obediente a su mando internacional anglo-judío. A veces, para hechos específicos y concretos, nos envían los espías profesionales de sus Servicios secretos; y hasta policías franceses, con su carnet de la Seguridad, caen detenidos en manos de sus colegas españoles mezclados con dinamiteros anarquistas catalanes. Hay constancia en textos gubernamentales españoles, de antiguo tan discretos y encubridores de las hazañas traicioneras de sus congéneres de más allá de las fronteras. No fue necesario el triunfo del comunismo en Rusia para que nuestra Patria sufriera la plaga de los espías internacionales; muchos años, muchos siglos antes, nos llegaron desde otras naciones, enemigas seculares, que cometieron verdaderas cadenas de crímenes contra España..., pero siempre con absoluta impunidad; porque —¡oh, prodigio!— ni un espía extranjero fue ahorcado, ni siquiera condenado a presidio durante siglo y medio.

¿Hay o no derecho a creer en la existencia de cómplices y encubridores entre las más altas jerarquías del Estado español monárquico?

No quisieron ver nuestros gobernantes la guerra social en España, como continuación de la guerra internacional por otros medios. Y no quisieron verla en función de servicio al extranjero sobrándoles motivos y hechos elocuentes para considerarla en tal función. No quisieron extraer la consecuencia de la reiterada coincidencia entre los momentos más peligrosos de la campaña marroquí con los más graves movimientos revolucionarios de carácter social. Y, menos aún, quisieron ver así también los regicidios y magnicidios como ataques directos a las vidas del Rey y de los gobernantes que se negaban a obedecer a los dictados extranjeros y a sacrificar los intereses nacionales en beneficio de esos Imperios enemigos.

Pero no bastaba con el sabotaje a la economía nacional; no era suficiente aquel reguero continuo de vidas patronales y obreras, sacrificadas en la lucha pistolera; ni tampoco se saciaba el odio masónico-extranjero con que cayeran para siempre los estadistas que intentaban reivindicar los derechos internacionales de España.

Todo esto, al fin, podía crear una unidad nacional, al provocar la: unión del patriotismo con el interés de clase personal. El instinto de conservación provocaría la superación de otras diferencias accidentales en la clase amenazada en sus vidas y haciendas. Y este- efecto indudable de la guerra social —un bien, la unidad, extraído de tal mal— debía ser evitado.

Y, contra esa posible Unidad, surge el separatismo; lo más contrario.

SEPARATISMO

Realmente fue un invento del más peregrino ingenio el del se­paratismo, que obraría como un sarcoma durante todo el último reinado.

Ningún otro pretexto podía enfrentar entre sí a los pertenecientes a una clase cuyas ideas religiosas, políticas y sociales, y hasta sus intereses materiales, creaban en ella unidad fuerte y justificada.

Difícil es la investigación, porque nadie nos precedió en ella; pero, acaso, no sea imposible descubrir en el separatismo al siempre vivo cripto-judaísmo, desde el cual se irradia con su más alta tensión el odio a España y a su Religión. Y no un odio circunstancial, dirigido contra un régimen o un estado político dado. No; es un odio mortal. No desea a España de una u otra manera; no la quiere afecta ni desafecta. Simplemente, desea que no exista espiritual y físicamente. Su aspiración última y verdadera sería un total genocidio del pueblo español. 

Francamente; ahí, en la entraña del separatismo, en su más profundo estrato, hemos creído hallar en su estado químicamente puro ese odio mortal del cripto-judío contra la existencia moral y material de España.

Naturalmente, a lo largo de esta obra, trataremos de identificad hasta donde sea posible a esa minoría cripto-judía que ha conspirado sutilmente, sabiamente, para lograr el genocidio español. Esto es lo importante y decisivo en el separatismo. Todo el resto es meramente accidental.

¿Que se buscaron y hallaron motivos en los hombres y en las políticas del Poder central, que justamente podían provocar el enojo y disgusto, y hasta el odio, en todo individuo racional? Eso es una evidencia absoluta.

¿Que un vasco y un catalán debían desear y procurar que fueran arrastrados los políticos de Madrid? Eso era tan lógico y merecido que nadie puede reprochárselo.

Pero, si un vasco y un catalán tenían derecho a desear el arrastre de los ministros de Madrid, disfrutando de un nivel económico de vida relativamente superior al del resto del pueblo español. ¿A qué tendrían derecho los hombres de la gleba castellana, extremeña, murciana y andaluza? Sin duda, éstos no debían satisfacerse con arrastrarlos; debían pretender quemarlos.

Los motivos lícitos y auténticos de la rebelión contra Madrid de ninguna manera fueron jamás “regionales”; fueron siempre nacionales.

Si Cataluña y Vizcaya pudieron mostrar diferencias en relación a las demás regiones españolas, fue una diferencia en su favor. El argumento clave de los Cambó y Aguirres fue siempre proclamar la mayor riqueza de las provincias catalanas y vascas. Y decían la verdad. Ahora bien, una economía nacional no se halla separada por compartimentos estancos; su estado físico es el de los líquidos en los vasos comunicantes y la elevación de nivel de la riqueza en un vaso —en una región o provincia— sólo se puede producir por la disminución en algunos o en todos los demás. Como en el caso vasco-catalán, regiones productoras y transformadoras industriales, exportadoras en una mínima parte, abastecedoras casi monopolistas del mercado interior..., y cuya mayor riqueza en relación a las demás regiones denuncia que les vendían con un mayor margen de utilidad que el obtenido al venderles aquellos que les compraban a ellos. En economía no hay ningún otro origen de la acumulación comercial de capital: recibir más que se da; dicho sea en los términos más vulgares, para ser comprendido. Esta es una verdad de economía política tan simple y elemental que no requiere mayor explicación ni admite réplica. Desde luego, querer explicar el separatismo vasco y catalán por razón económica es una vil estupidez. La economía debía racionalmente determinar un efecto contrario en Vizcaya y Cataluña: un efecto unitario.

Si cometieron injusticias económicas los gobernantes de Madrid, fue siempre en favor de las provincias catalanas y vascas. Basta con examinar a simple vista los coeficientes de los niveles de vida de ambas regiones y compararlos con los de las demás de España.

Proclamar la existencia de una mayor acumulación de riqueza en Cataluña, y, seguidamente, mentir que “Castilla robaba la riqueza catalana”, como Cambó tantas veces vomitaba, era invitar al “gran economista” a responder a estas preguntas tan sencillas:

¿Y de dónde procede la riqueza catalana robada por Castilla? ¿Nació esa riqueza al pie del Tibidabo por generación espontánea? ¿Se la regaló a Cataluña algún Estado extraño?...

Al parecer —según la economía política más elemental— dentro del circuito cerrado de una economía nacional —cerrado por aduanas—, las acumulaciones de riqueza sólo se pueden producir por medio de los “intercambios” individuales, y el individuo o individuos que acumulen más que los restantes es que han recibido más de lo que han dado en el intercambio. Esto, como todo lo fundamental en cualquier ciencia y, por lo tanto, también en Economía, es de una sencillez suprema. Se reduce a una muy simple operación aritmética, muy asequible a la cultura más modesta.

Una sencilla y clara consecuencia pretendemos extraer. Si motivación económica se le quiere dar al separatismo vasco y catalán, mucho antes y más fuerte debió surgir el separatismo andaluz, murciano, gallego, aragonés y castellano; porque su nivel económico era mucho más bajo que el vasco y catalán.

Entre la polifacética gama de “hechos diferenciales”, fue aducida la personalidad nacional de Vizcaya y Cataluña.

Si es cuestión de personalidad el separatismo catalán y vasco, ¿por qué no se da en Aragón y Navarra?

Si se trata de personalidad, ninguna región la tiene tan grande y tan genial cómo Navarra y Aragón. Históricamente, realmente, ambas han tenido, hasta su integración estatal en la nación española, una personalidad política plena, la de Reinos, par con la de Castilla; tanta, que desbordaba las fronteras geográficas nacionales... Y, adviértase, Navarra y Aragón fueron, y son, con Castilla, los dos más firmes pilares de la Existencia, Unidad e Independencia España, ¿Será necesario evocar siquiera la tan próxima Historia Patria?... Guerra de la Independencia, Guerras Carlistas, Guerra de la Liberación,

Esto es Historia, Historia grande, y no cursi retórica de juegos florales, con coros del masónico Clavé.

Medítese; nosotros lo hemos meditado mucho. El ejemplo de Navarra y Aragón demuestra que no existe ni puede haber en el separatismo vasco y catalán un hecho sentimental natural y trascendente, que es siempre el origen y raíz de todo hecho nacional. 

Al Separatismo vasco y catalán sólo le podemos hallar motivo, como quieren sus “profetas” en otro “hecho diferencial”. Como hemos visto, ni económica ni históricamente tienen ambas regiones más motivo, sino menos, que otras regiones para creerse y sentirse naciones. Por ello hemos de hallar otro “hecho diferencial” determinante del tal separatismo. Y, en verdad, en ambas regiones lo hallamos. Para mayor elocuencia, el hecho diferencial en las dos es de la misma naturaleza e idéntico. La única particularidad real que hallamos en las provincias, exactamente, en las capitales de las mismas es un hecho económico; precisamente, de tipo industrial y financiero, en su estado más agudo, en el de capitalismo. 

Es en ambas capitales, Barcelona y Bilbao, es donde se da en mayor escala el proceso morboso en el estado natural de la propiedad, por el cual pasa del estado de capital a su aberración: capitalismo.

Como el sentido de las tres palabras —propiedad, capital, capitalismo— lo pervirtió Marx, confundiendo su significado con fin sofístico, y aceptó la ciencia burguesa esa confusión sofistica marxista, es necesario definir aquí al capitalismo si queremos llegar a ser comprendidos.

El capitalismo es un estado hipertrófico del capital, en cuanto a su dimensión material y un estado de aberración, por inversión en su estado psico-ético del “homo” del mismo. El capital, cuando llega al estado de capitalismo, en lugar de ser, como era, cosa para el hombre y la nación, invierte los términos y logra que nación y hombre sean para la cosa, para la cosa capitalismo. Es un proceso de pura deshumanización el del capitalismo, hasta llegar a ser inhumano. Su inhumanidad de subordinar el hombre a las cosas trasciende lógicamente a subordinar a ellas la humana sociedad, familia, nación, Humanidad... De ahí que sea el capitalismo necesariamente, fatalmente, cosmopolita, internacional, en principio, y antinacional en su fin.

Así, la finanza y la industria moderna, deshumanizada, inhumana, cosmopolita, internacional, antinacional y anticristiana, es en la Edad Económica, la del “homo economicus” capitalista o comunista, él arma del cripto-judaismo kabalista-panteísta, dueño del mundo de hoy, en trance de un final atómico apocalíptico.

Que... ¡qué casualidad! Es precisamente allí, en las dos ciudades donde nace y es alimentado el separatismo, donde, previamente, también ha nacido el capitalismo, único hecho realmente diferencial entre ambas ciudades y las demás de España, que, obedeciendo a su esencia Inhumana y, por lo tanto, antinacional, luchará por la separación para matar a la nación, a España, por despedazamiento.

Ese viejo y sabio cripto-judaismo kabalista, supo encauzar hacia el crimen del separatismo la justa indignación y reacción provocada por los desastres nacionales, y, a la vez, a él sumó el odio engendrado por la pobreza proletaria. ¡Magnifica maniobra!, los desastres y derrotas los organizaron los masones, cripto-judíos artificiales, dirigidos por cripto-judíos naturales, y la pobreza de los proletarios la creó la acumulación del capitalismo vasco-catalán, del cual era dueño el más puro cripto-judaismo... y la furiosa reacción patriótica y de clase, en lugar de arrastrar a los auténticos y secretos autores de la traición, masones y financieros, fue dirigida por ellos y por sus hombres interpuestos contra Religión y Patria, porgue el separatismo no era un fin en sí; sólo era la premisa de una España rota para que fuera posible una España roja; es decir, para que España dejara de ser y existir.

En la creación del separatismo, en la creación de artificiales nacionalidades, contradictorias y aberrantes, créasenos, ha derrochado el enemigo un ingenio y un arte verdaderamente prodigioso para llegar al genocidio español.

¿No es un arte maravilloso el que consigue llevar al suicidio religioso y personal a una masa tan considerable de católicos vascos y catalanes

EL PRIMER CHOQUE: SEPARATISMO EN LA UNIVERSIDAD

Debemos registrar aquí el primer conflicto estudiantil del Reinado. Acaeció en Barcelona. Y, cosa extraordinaria, el primer choque no se produce por cuestiones escolares, ni entre separatistas y españolistas o entre monárquicos y republicanos; se produce por cantar “Los segadores” un grupo de estudiantes y por cantar “La Marsellesa” otro grupo; la querella es entre dos tendencias igualmente antipatrióticas, la separatista y la internacionalista.

Pero he aquí que cuando más enconada es la pelea, pasa por la plaza de la Universidad una pareja de oficiales del Arma de Caballería, y ante la presencia de aquella pequeña representación del Ejército español los dos bandos contendientes deponen sus puños y patas, sus­pendiendo la contienda, y pasan unidos a lanzar piedras contra los oficiales lesionándolos. Naturalmente, repelen la agresión. Los estudiantes, parapetados en la “inviolabilidad” universitaria suponen que, «como tantas veces, podían gozar de impunidad. Pero esta vez se equivocan; los dos oficiales y dos guardias civiles que en su auxilio acuden, penetran en el “sagrado recinto de la ciencia” y a sablazos hacen retroceder a la grey. El Decano de Farmacia debe retroceder empujado por la turba. ¡Esto es gravísimo! Naturalmente, no era nada grave la pasividad y, acaso, el agrado con que todo el Decanato permitía las canciones insultantes contra España.

Y, como sucederá durante todo el reinado, el profesorado, con sus Rectores a la cabeza, se solidarizará con la subversión estudiantil, reclamando la total impunidad para el antipatriotismo refugiado dentro de los muros de la Universidad.

Frente a este caso, el Rector de Barcelona protestará indignado ante el Gobierno. A él no le bastará con recibir la visita del Gobernador y del General Jefe de la Guardia Civil, que van para presentarles sus disculpas a los cantantes de “Los segadores” y de “La Marsellesa", olvidando que son los apedreadores de los Guardias Civiles. La visita de la primera autoridad civil de la provincia y del primer Jefe de la fuerza armada de orden público, para pedir humildemente perdón, naturalmente, había sido hecha por orden del señor Moret, Ministro de la Gobernación.

El h… Cobden había inventado un sistema ingenioso para oponerse al separatismo. Apoyó, subvencionó y dio impunidad en Barcelona al masónico Partido Radical, creado y acaudillado por Lerroux, oficialmente, pero realmente por la Masonería, que le dio un Jefe oculto, pero verdadero, que adquirió pronto triste celebridad. Ese Jefe auténtico del Partido Radical fue el h. Cero, Francisco Ferrer Guardia, masón grado 32 —comprobado—, pero seguramente 33 del Gran Oriente de Francia.

Moret, o quien mandase en él, discurrió vincular la defensa de la unidad española en Cataluña al Partido Radical. Alejandro Lerroux, a tanto alzado, paseó por las Ramblas como cinta de su sombrero los colores de la bandera nacional.

La perfidia masónica batía su propio récord en su odio contra España. Identificando la Patria con la chusma de Cataluña, con el gangsterismo pistolero y administrativo radical; con las blasfemias y sacrilegios del anarquismo barcelonés, cobijado en el partido lerrouxista; con las bandas de dinamiteros y asesinos... se pretendía no combatir, sino justificar y provocar el separatismo catalán, empujando a sus filas q todo cuanto de honrado, decente y religioso hubiera en la bella región... Es decir, echar a lo mucho que había de religioso, patriota y honrado en brazos de Cambó.

¿Se comprenderá ya que no fue accidental ni un movimiento na­tural lo que dio masa e ímpetu al separatismo catalán?

No más ahondar ni más antecedentes.

Volvamos a este primer episodio violento del separatismo catalán del reinado.

¿Cuál es la reacción en Madrid?

¿Qué hará el Gobierno?. Están abiertas las Cortes y, en perfecto constitucional, a ellas llevará el asunto.

En el salón de sesiones se conocerá el acto de desagravio hecho por el Gobernador, señor Manzano, ante el Claustro de la Universidad, para reparar la “profanación de su sagrado recinto” por quienes vestían uniforme militar, no respetando el “derecho de asilo” brindado por el universitario a quienes habían agredido a los defensores de la Patria por el hecho de serlo y habían cantado “La Marsellesa” y Els segadors, gritando a la vez: “¡Muera España!”

Así había dado cuenta del desagravio al separatismo el Gobernador al Gobernador:

“Expliqué el origen de los sucesos, sus causas, las medidas que hube de adoptar para el sostenimiento del orden en la vía pública, el incidente de los Oficiales de Caballería y el motivo que determinó la entrada de la Guardia Civil, que por la disciplina se halla en todos los casos en el deber de repeler por la fuerza, y en cualquier sitio o lugar, las agresiones de que fuera objeto.

Después procuré desagraviar con sinceras frases las ofensas que suponían inferidas deliberadamente los señores del Claustro por la forma en que se restableció el orden por la fuerza pública al penetrar en la Universidad.”

Romero Robledo dirá en el Congreso:

“¡Esto no se ha visto jamás! ¡Desagraviar a los que protegían a quienes habían insultado a los Oficiales del Ejército y agredido a la fuerza pública!

La libertad de los detenidos significa una prueba más del abandono del principio de autoridad que se ha hecho en Barcelona, por un Gobernador a quien se ha obligado a postrarse ante un Claustro de Profesores para pedirle perdón. (Aprobación en las minorías.)

“¿Aprueba el Gobierno la conducta del Gobernador de Barcelona?”

Sil vela agregará:

“El reconocimiento —dice— del derecho de la Guardia Civil de penetrar en los establecimientos universitarios, cuando concurren circunstancias anormales, es evidente.

Lo sucedido en Barcelona es lamentable.

Un representante del Poder Central acude a dar satisfacciones al Claustro universitario, como si fuera el representante entonces de una nación extranjera. (Muy bien en las minorías.)

No parece que las autoridades académicas adoptaron las medidas que demandaba la prudencia para evitar lo sucedido.

¿El Gobierno aprueba o no lo hecho por el Gobernador de Barcelona?”

Continuar detallando los episodios del período comprendido desde la Coronación al Matrimonio del joven Rey sería dar una dimensión histórica muy superior al designio editorial de la presente obra. En el año que se detalla —un año de los menos accidentados— muestran su faz casi todos los problemas que perduraron a todo lo largo del Reinado y, a la vez, se dibuja nítida la táctica gubernamental de todos los gobiernos constitucionales de la Monarquía, la cual no es otra que brindar impunidad a los revolucionarios de toda especie, sean de chistera o alpargata, proletarios o millonarios, organizando así la derrota de España y Monarquía, para terminar entregando el Estado al enemigo, el cual, ya sin adversario, se lanzará al asesinato de la Patria.

Dentro de una traición general subjetiva y objetiva empezará Alfonso XIII a reinar.

Debería estar dotado de poderes mágicos para poder evitar el asesinato de España.

 

CAPÍTULO SEGUNDO

UN TRIUNFO DEL REY. BAUTISMO DE FUEGO, INGLATERRA, JUDAISMO Y MASONERIA. VICTORIA EUGENIA DE BATTENBERG, REINA DE ESPAÑA. REGICIDIO

 

 

HISTORIA DE ESPAÑA EN EL SIGLO XX

I. Del 98 a la proclamación de la República

II. La crisis de los años treinta: República y Guerra Civil

III. La Dictadura de Franco

IV. La transición democrática y el gobierno socialista

HISTORIA

DE LA INSURRECCION Y GUERRA DE LA ISLA DE CUBA

 

DIEZ Y SEIS AÑOS DE REGENCIA

(MARÍA CRISTINA DE HAPSBURGO-LORENA) (1885-1902)

GUERRA DE LA INDEPENDENCIA.

HISTORIA DEL LEVANTAMIENTO, GUERRA Y REVOLUCIÓN DE ESPAÑA,

 

 

VIDA DE CARLOS III 

1716-1788

 

CARLOS II Y SU CORTE Volumen I (1661 – 1669)

CARLOS II Y SU CORTE Volumen2 (1669 – 1679)

 

 

Historia del Reinado de Sancho IV de Castilla

 

ESPAÑA, SIGLO V

La Monarquía goda Balta y la Diócesis de las Españas

REYES CRISTIANOS

DESDE ALONSO VI HASTA ALFONSO XI EN CASTILLA, ARAGÓN, NAVARRA Y PORTUGAL


HISTORIA GENERAL DE ESPAÑA

POR

MODESTO DE LA FUENTE

A.F. DEL RIO

1716 - 1788

HISTORIA DEL REINADO DE CARLOS III

 

LA FUENTE

 

ADOLFO BLANCH

 

1_CATALUÑA: HISTORIA DE GUERRA DE INDEPENDENCIA EN EL ANTIGUO PRINCIPADO

2_CATALUÑA: HISTORIA DE GUERRA DE INDEPENDENCIA EN EL ANTIGUO PRINCIPADO

 

VICENTE BLASCO IBAÑEZ

 

 

1808-1874

1_HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA DESDE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA A LA RESTAURACIÓN EN SAGUNTO

2_HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA DESDE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA A LA RESTAURACIÓN EN SAGUNTO

3_HISTORIA DE LA REVOLUCIÓN ESPAÑOLA DESDE LA GUERRA DE INDEPENDENCIA A LA RESTAURACIÓN EN SAGUNTO

 

1833-1843.

HISTORIA DE LA GUERRA CIVIL Y DE LOS PARTIDOS LIBERAL Y CARLISTA, con la historia de LA REGENCIA DE ESPARTERO

 

ANTONIO PIRALA

 

1843-1885

HISTORIA CONTEMPORÁNEA- ANALES DE LA GUERRA CIVIL

 

 

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA: T1 : DOMINACIÓN ROMANA Y VISIGODA

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA : T2 : DOMINACIÓN MUSULMANA

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA : T3 : EDAD MEDIEVAL. REYES CATÓLICOS

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA : T4 : EDAD MODERNA. LOS AUSTRIAS Y LA EPOCA NAPOLEÓNICA

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA : T5 : EDAD CONTEMPORÁNEA: 1853-1874

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SEVILLA : T6 : EDAD CONTEMPORÁNEA: 1875-1885

 

 

HISTORIA DE LA CIUDAD DE SALAMANCA

HISTORIA DE LA CIUDAD DE TOLEDO

HISTORIA DE LA CIUDAD DE ALICANTE

 

La dominación roja en España

I: Asesinato de Calvo Sotelo.

II: José Antonio

III: Terror anárquico.

IV: Las Checas.

IV Comité Provincial de Investigación Publica.

V: Persecución religios

VI: Asesinatos en la cárcel Modelo de Madrid 618 el 23 de agosto de 1936. 349

VII: Cárceles y asesinatos colectivos de presos.

VIII: Terror policiaco

IX: Manifestaciones de la influencia soviética.

X: Ejercito rojo.

XI: Características de las Brigadas Internacionales.

XII: Justicia roja.

XIII: El gobierno marxista y el patrimonio nacional.

XIV: OTROS ASPECTOS DE LA VIDA ROJA.