MAURICIO
CARLAVILLA
EL
REY
, RADIOGRAFIA
DEL REINADO DE ALFONSO XIII
CAPÍTULO PRIMERO:
ESPAÑA ES UN REINO. IMPERATIVOS HISTÓRICOS, CORONACIÓN SEPARAISMO YV GUERA SOCIAL
ANTECEDENTES
Y CONSECUENCIAS. CLAVE PARA COMPRENDER ESTA OBRA
Con unos
meses de anticipación hemos publicado el libro titulado Masonería Española,
escrito por Miguel Morayta, Gran Maestre del Gran
Oriente Español, Profesor de Historia de la Universidad de Madrid y diputado en
varias legislaturas del último Reinado. El libro es un ensayo de la historia
política de la Masonería en España. Sobre la total autenticidad de los hechos y
nombres masónicos aportados por el Gran Maestre nadie podrá dudar. A base de
tales hechos y tales nombres, el autor de la presente obra inserta en el libro
de Morayta unos comentarios y unas ampliaciones para
demostrar la traición permanente de la Masonería contra España. Morayta corta su historia masónica en la Restauración y la
cierra con la siguiente afirmación, ciertamente, bien probada previamente por
él :
No hemos
podido agregar a las páginas escritas por el Gran Maestre una verdadera
Historia de la Masonería desde la Restauración hasta el último Reinado,
limitándonos a facilitar elementos de juicio, a nuestro entender, suficientes. Este
libro, Masonería Española, lo consideramos como la clave para poder comprender
esta nuestra obra sobre el último Reinado. Para cuantos lectores no lo
conozcan, estimamos necesario facilitarles unos textos, que hacen autoridad por
ser quien son sus autores, para que puedan comprender masónicamente la
Restauración. Algo muy necesario también para poder comprender y juzgar a nuestro
último Rey, Don Alfonso de Borbón, porque la Restauración con su Régimen y sus
hombres determina su Reinado.
He aquí los
textos prometidos:
«Había yo
escrito varias cartas a los ejércitos del Norte, del Centro y de Cataluña y
había mandado comisionados con el objeto de saber cómo opinaban respecto al
Gobierno que sucediera al señor Castelar y respecto de aquellas Cortes. En los
ejércitos del Norte, del Centro; y de Cataluña reinaba el mismo descontento que
en las fracciones políticas: todos estaban unánimes en obedecer al señor
Castelar y eran contrarios al Gobierno que le sucediera, y todos se mostraban
agresivos contra aquellas Cortes.
La anarquía
hubiera sido el triunfo inmediato y seguro del carlismo. Mi situación de
capitán general de Madrid, ante unas Cortes impotentes para gobernar, era
dificilísima. Así, pues, me decidí a llevar a cabo el acto violento del 3 de
enero. ¡Ah, señores diputados! Si yo no hubiera ejecutado aquel acto. España
entera me hubiera despreciado y el ejército me hubiera maldecido, porque sin
aquel acto no hubiera quizá terminado el 3 de enero sin que hubiese entrado en
Madrid don Carlos de Borbón.»
General Pavía
(Discurso en el
Congreso en 17 de marzo de 1875.)
Segundo
texto :
«La
Masonería fue partidaria de la Restauración. En El Debate, órgano de la Orden,
número correspondiente al 30 de noviembre de 1882, se lee lo que sigue: “El
Código inmortal de 1869, que no pudo arraigarse en nuestro país bajo la
monarquía de don Amadeo de Saboya, por razones que están al alcance de todo el
mundo, echará raíces bajo la de don Alfonso. Tras un largo e infructuoso
período de aventuras, tras el desdichado ensayo de la República, durante la
cual la nación estuvo a punto de caer en los brazos de la demagogia primero y
después en las garras del absolutismo, es lógico que pensemos todos, que
piensen todos los demócratas en contribuir, con su prestigio y con sus fuerzas,
a robustecer lo existente, buscando la restauración de las conquistas de
septiembre por los medios suaves y pacíficos, y abandonando, por gastados, los
recursos revolucionarios.
En
septiembre de 1882 el Serenísimo Gran Oriente de España publicó un manifiesto
en el que daba cuenta de su «creciente desarrollo, representado en sus 39
capítulos y 280 Logias, sin contar las Cámaras superiores, ya filosóficas, ya
sublimes y cuyo número jamás alcanzó nuestra Institución en este desgraciado
país, ni aun en la época en que, abiertas con la Revolución de septiembre de
1868 las válvulas de la libertad y del progreso, el espíritu de una propaganda
más entusiasta que reflexiva atrajo infinitos iniciados a nuestros Talleres,
que pronto se multiplicaron en asombrosa proporción, comparada con la forzada
inercia a que a la Masonería redujera en época anterior el fanatismo político y
la intolerancia religiosa. De 1820 a 1823 y luego en 1836, hubo más masones que
nunca. Ello no obsta para qué en 1882 fuera España la quinta potencia
(masónica) del globo.»
(Publicación masónica
oficial: vol. II, pág. 246, 1933 )
Maldecís de
la Revolución y no podéis saliros de ella, y, mal que os pese, habéis de
seguir, aunque no queráis, aunque no lo sepáis, en el camino de la Revolución.
Emilio
Castelar
(Discurso en el Congreso
el 8 de julio de 1878.)
Al parecer,
lectores, resultó absolutamente cierto el presagio fatalista de Castelar. Y hay
derecho a preguntar: ¿Quién, durante los dos reinados de la Restauración, logró
llevar a España a la Revolución, «aunque no lo supieran», «aunque no lo
quisieran», al Rey algunos políticos monárquicos? Para empujar al Rey y a
España entera por el camino de la Revolución y precipitarlos en ella, no hay
sentido común en el planeta o fue necesaria una poderosa Fuerza capaz de tal
prodigio. Esa Fuerza, aunque no lo sepáis, aunque no lo queráis, fue la Masonería;
la misma que hizo la Restauración de una Monarquía liberal, Régimen encaminado
hacia la Revolución, para impedir con su nombre y atributos sagrados el triunfo
de la Monarquía verdadera, la de la Tradición, que no era camino para la
Revolución.
Cuando a lo
largo de las páginas siguientes veas, lector, «errores», «contradicciones» y
cosas «incomprensibles», que no puede o no quiere explicar el autor, acuérdate
de las claves que suponen los tres textos precedentes. Y piensa, a la vez, que
quien escribe no conoce ni puede conocer a todos los masones y de algunos
conocidos no puede dar sus nombres... para poder dar los que da...
Ahora sí,
advertirás, lector, que cuando el autor pincha en la Historia de la
Restauración, siempre brota masónico pús.
ANTICIPACION
S. E. el
Jefe del Estado español, con toda su autoridad y responsabilidad histórica, se
ha pronunciado sobre el último Reinado y sobre la personalidad de Don Alfonso
XIII como Rey. Esta obra coincidirá en la medida de sus fuerzas y el saber de
su autor con las tesis de S. E. por estimarlas estrictamente justas. Y
creyéndolo sinceramente así, las reproducimos íntegras, como aparecieron en la
prensa :
—¿Hubo, en
realidad, crisis de las personas en el reinado de Don Alfonso XIII y de su
augusta madre?
—Creo que
todos vamos estando en España conformes de que lo que en él hubo fue crisis de
todo un sistema. Frente a las campañas de difamación que vinieron haciéndose
contra las personas pata destruir la Monarquía y los vicios y defectos del
propio sistema, poco podían el patriotismo y la buena voluntad de las personas.
De todas aquellas calumnias con que se intentó minar su prestigio nada se pudo
demostrar en los cinco años de República.
—¡Qué
actualidad tan grande tendría para Vuestra Excelencia, que vivió más
intensamente la vida de España en aquella etapa, quisiera, con SU autoridad,
decirnos en esta fecha algo de su juicio personal sobre Don Alfonso XIII!
—Lo haré con
mucho gusto, pues juzgo sería una injusticia que las generaciones que no le
conocieron, aceptando tópicos revolucionarios, pretendiesen cargar sobre su
figura o la de su augusta madre aquellos males que bajo sus reinados la Patria
sufrió y que no estaba en sus manos el evitar.
El haber
nacido bajo el signo de la Monarquía constitucional y parlamentaria, convertida
de hecho en una República coronada, con la irresponsabilidad legal de los
Monarcas, fatalmente les tenía que llevar a presidir los acontecimientos a que
los sistemas demoliberales conducen. Educado, como tantos príncipes para esa
misión, a prescindir de su voluntad y ser sujeto pasivo e irresponsable en los
acontecimientos, sus buenas cualidades forzosamente habían de perderse en los
mares revueltos de los egoísmos, de las concupiscencias y de las pasiones de
los partidos. Si al hombre más destacado de su época le hubieran colocado a los
dieciséis años a presidir los destinos de la Nación, ¿cuántos errores y
ligerezas hubieran cometido? Sin embargo, en Don Alfonso XIII brillaron la
prudencia y el buen sentido, y nada importante puede en ese orden
reprochársele. El mismo suceso que sirvió de argumento a los viejos políticos
despechados para destronarle: el haber aceptado el hecho de la Dictadura del
general Primo de Rivera, otorgándole su confianza, constituyó el acto más
popular y los años más fecundos de su reinado. Los que sin implicaciones
políticas ni cortesanas le conocimos y leal; mente le servimos somos testigos
de excepción de sus virtudes y grandes afanes, malogrados por la ineficacia de
todo un sistema.
—Dos cosas
hay, sin embargo, que los españoles no aciertan a comprender : la separación de
Primo de Rivera y el abandono y salida de la Nación del último Monarca. ¿Cómo
puede explicarse?
—Esos actos
forman parte de todo un proceso político encadenado. La honda crisis del
régimen político constitucional y parlamentario y su incapacidad para gobernar
hicieron necesaria la Dictadura. El propio general la anunció a su llegada como
un paréntesis dentro de aquel régimen, y así acabó siendo. Ni unos ni otros se
apercibieron que la Dictadura no podía ser un paréntesis, sino un puente que
había de conducirnos a otro sistema que, devolviéndole a la institución
monárquica su virtualidad y liberándola de sus muchos defectos, hiciese posible
el progreso y el buen gobierno de la Nación. Al no haberlo acometido a su
tiempo hizo que cuando se intentó le faltasen al general el ambiente y los
apoyos para realizarlo; su estado de salud, la vacilante asistencia del
Ejército. y su dimisión, permitieron que las intrigas y ambiciones dé los
viejos políticos, con apariencias de servir a la opinión pública, abriesen las
puertas a la revolución.
No creo sea
aventurado decir que en cada momento Don Alfonso XIII intentó servir a la
opinión pública a través de las agrupaciones políticas que el país le ofrecía,
sacrificando su opinión personal. Su
marcha fue la última consecuencia de todo aquel sistema. ¿Qué otra cosa le
cabía hacer en el desamparo en que le dejaron y de que son exponente estos
detalles: desasistencia de sus ministros militares y de las autoridades
regionales y provinciales; afirmación de su último presidente del Consejo, ante
las noticias de las elecciones, de que «¡España se había acostado monárquica y
amanecido republicana!»; aquella otra de un duque con pujos de político
clarividente que sentenciaba en Palacio «¡que la Monarquía, desde aquel
momento, era facciosa!», o aquella otra reunión insólita en la residencia de
otro prestigioso duque, en la que se pactó la entrega del Poder real a los
revolucionarios? ¿Con quiénes podía contar el Monarca en aquellos tristes
momentos? Si su marcha constituyó un indudable error, la responsabilidad cae
sobre las clases dirigentes de la Nación, que le desatendieron o que le
abandonaron. El sistema se derrumbaba ante la indiferencia de la Nación porque
le habían dejado vacío de contenido. A Don Alfonso XIII le tocó ser la
víctima.»
La tesis
magistral a extraer de las declaraciones es que los tremendos males acaecidos a
España durante el último Reinado se deben al sistema que tuvo vigencia en él;
cuyo sistema impidió al Rey evitar los desastres.
De acuerdo
por completo. Y a más llegamos. Estamos plenamente convencidos de que sin las
dotes personales y políticas del Rey, la catástrofe hubiera llegado antes,
mucho antes de aquel 14 de abril de 1931.
Si el Rey
Alfonso XIII no supera por su calidad humana y sus talentos de monarca en
muchos codos a todos—digo a todos—los reyes de la Casa de Borbón reinantes en
España, dadas las circunstancias interiores y exteriores, las fuerzas y los
medios empleados por los enemigos de España y suyos y la vil calidad política y
mediocre humana de los hombres que debió utilizar, por imperativo del sistema,
en el gobierno de su Reino, la República hubiese Regado mucho antes y con ella
la fatal catástrofe.
Que no pueda
la redacción inducir a error a quien lea demasiado a la ligera. Calificamos de
vil la calidad política y de mediocre la humana de los hombres que, por
imperativo del sistema, debió el Rey utilizar para gobernar. Naturalmente, se
hallan excluidos de esos duros calificativos aquellos que gobernaron, no por
imperativo del sistema sino en contra del mismo; es decir, el General Primo de
Rivera y los de su gobierno.
También
excluimos de los calificativos a cuantos el Enemigo de España y Rey eliminó del
gobierno y de la vida con el magnicidio. Muy otro hubiera sido el Reinado de
Alfonso XIII si lo inaugura Cánovas, si Canalejas es durante los años dieciséis
a veinte jefe del Partido Liberal en lugar de Romanones y Dato lo es del Conservador
en lugar de Sánchez Guerra. Y anticipemos y señalemos que los dos hombres
nefastamente decisivos del Régimen para la Monarquía, Sánchez Guerra y
Romanones, debieron sus respectivas jefaturas al asesinato anarquista de
quienes las ejercían: Dato y Canalejas.
Y no dejemos
de recordar a un Maura y un La Cierva, también «asesinados»
políticamente—cuando del asesinato físico se salvan de milagro—por un complot
internacional, secundado en el interior por más de la mitad de los políticos
«monárquicos»...
Y tampoco
debemos olvidar el «asesinato» político, seguido del físico, del General Primo
de Rivera.
Porque si,
para Carlyle la Historia es la biografía de los grandes hombres, ¿qué Historia
será la de un país, como España, cuando la bala pistolera y asesina cercena
sistemáticamente uno tras otro a sus grandes hombres? Será un imbécil o un
malvado aquel capaz de negar que sería muy otra la historia del ultimo Reinado
si no son asesinados Cánovas, Canalejas, Dato y Primo de Rivera. Ante algo tan
sin par en la Historia de las naciones, ante la exterminación física de todos
los grandes políticos y la inmortalidad de todos los mediocres o malvados ¿qué
podía el Rey? Sólo podría salvar su vida de la dinamita y la pistola, y no por
arte ni parte de esos políticos mediocres o malvados, sino por gracia extraordinaria
de la Divina Providencia.
Tal era el
SISTEMA y lo permitido por él durante todo el Reinado.
Pero decir
«sistema» será para muchos «despersonalizar». Y eso no. Un sistema no es nada
en sí; el sistema es un ente de razón, abstracción intelectual de algo
humanamente real. El sistema es el hombre; los hombres que lo crean, lo rigen y
lo explotan. El sistema no es nada providencial ni fatal, dado, sobre sentir,
pensar y querer humano. El sistema que imperó en el Reinado fue instaurado por
hombres, regido por hombres y por hombres utilizado para el mal. No sirven los
hombres a un sistema; son los hombres los que se sirven del sistema. Esta es la
realidad política; que la política es algo humano, demasiado humano.
Que el
«sistema» se halla determinado por Ley anterior y con vigencia, bien; esa Ley
también ha sido hecha y puesta en vigencia por hombres. Y si esa Ley y el
sistema por ella determinado son causantes del mal a la Nación, Sistema y Ley
deben ser anulados, porque la Nación no es para él sistema, sino el Sistema
para la Nación, para el bien de la Nación, entiéndase. Y si al Sistema no se le
hace caducar, no será jamás por su propia voluntad y fuerza, sino por la fuerza
y la voluntad de los hombres que lo integran prestándole su propia vitalidad
personal, única que le da vigencia.
Por tanto,
esta breve Historia del último Reinado será, como Carlyle quisiera, la
biografía de sus «grandes» hombres. Y los lectores verán y dirán en qué fueron
«grandes»
ESPAÑA ES UN
REINO
España es un
Reino por Ley con categoría de fundamental.
España es un
Reino que un día tendrá Rey.
El Rey será
un Príncipe de la Casa de Borbón, descendiente de Pelayo y en cuya Real Alteza
concurran las condiciones determinadas por la Ley fundamental.
Tal es la
situación legal y de hecho.
Ante tal
situación se perfilan y definen tres posiciones capitales de la opinión
española. Frente a esas tres posiciones hacemos esta radiografía histórica del
Reinado último. Ignora el autor si, para hacerla, reunirá las dotes que, según
Disraeli, son absolutamente necesarias para escribir la Historia: valor y
conocimientos necesarios. En cuanto al valor, no lo mostrará menor ahora que el
demostrado al escribir sus tres primeros libros (1931-34-35) bajo el terror
masónico-republicano. Y, en cuanto a los conocimientos necesarios, tan sólo
puede anticipar que, sobre cuanto ha dicho la copiosa bibliografía monárquica
favorable y adversa, dirá más; según estima, mucho más. Y ahora examinemos esas
tres posiciones adoptadas hoy por la opinión española frente a la Monarquía.
Primera. La
de los monárquicos integrales. Para ellos, lo único es la coronación de un Rey.
Cual nuevo Demiurgo, él hará desaparecer todo problema nacional e internacional
de España y una Era de felicidad general surgirá al conjuro de la Coronación;
por lo tanto, ¿para que molestarse planteando problemas y buscándoles solución?
Esta posición es meramente sentimental. No merecedora de menosprecio ni de
burla. Es la de muchas personas, mujeres ante todo, en las cuales domina lo más
excelso del ser humano: el amor. Su amor a Monarquía y Rey, sublimado por el
dolor de las reales personas y por tantas injusticias con ellas cometidas.
Para cuantos
y, sobre todo, para cuantas están en esta posición sentimental, todo nuestro
respeto, comprensión y admiración, pero, a la vez, hacerles recordar y pensar.
Si el monarca fuera un Demiurgo, su Trono no estaría vacío; las reales personas
ocuparían el Palacio de Oriente y no hubieran pasado veinticinco años en el
exilio. La instauración de un Rey ha de ser garantizada, no sólo por el amor
sino también por la razón contra la Revolución, contra el destronamiento. Y
mostrar a estos monárquicos integrales y sentimentales el cómo y el por qué
llegó el destronamiento de su amado Rey, creemos es prestarles el mejor
servicio. Diagnosticar la enfermedad de una persona para salvarle la vida jamás
ha de motivar el enojo de quienes dicen amarla. Señalar si tuvo arte o parte el
propio Rey en su destronamiento, para que las mismas causas no produzcan
idénticos efectos en la Monarquía restaurada, no estimamos que pueda motivar
molestia o enojo en cualquier monárquico auténtico.
Y dicho así
quede, con todos los respetos.
Segunda. Es
la posición de un sector nacional, genuinamente nacional, que sin oponer reparo
teórico ni doctrinal a la Institución monárquica y hasta creyéndose y
sintiéndose monárquicos auténticos, estiman que la Monarquía es la única y
decisiva carta de la Masonería y de las paciones enemigas de España regidas por
ella para conseguir la iniciación de un nuevo ciclo revolucionario, como
acaeció con la primera restauración, frustrándose así el mandato del millón de
muertos del Movimiento Nacional.
En esta
posición de rechazar la Monarquía formal por creerla una antimonarquía real está lo más y lo mejor del Movimiento Nacional. Es más, en esa misma
posición está lo más y lo mejor de la nueva generación; por lo tanto, a medida
que aumente su gravitación, por acción mecánica del tiempo, esta masa que se
opone a la Monarquía por creerla puerta franca para la Revolución ha de ser más
decisiva.
Así lo
creemos y así lo declaramos. Si por falta de coraje empezamos por negar una
realidad tan vital, sería engañamos y engañar. Y eso con nosotros no va. Sinceramente,
la posición de este sector es nacional y racional es genuinamente patriótica. Su
motivo ideal y su fin sacrosanto son de admirar y deben ser compartidos. Tal
será nuestra actitud sincera en esta obra, continuidad sin flexión de toda
nuestra ya larga trayectoria política y literaria.
Y, dicho
así, creemos ganar autoridad para dirigimos a esta patriótica opinión y
decirle: no es una fatalidad que una nueva Restauración, ni siendo hecha en la
persona de un Príncipe Borbón de la rama que ilegítimamente reinó desde Isabel
II, sea, como la saguntina, abrir la puerta a la Revolución. Si el nuevo Rey es
un español por sangre, alma, intelecto y formación; si reina con un Régimen
invulnerable a la Tradición; si los traidores no pueden escalar los mandos
políticos, militares y administrativos del Estado y si las Oligarquías
financieras no esclavizan económicamente al Pueblo y, por el contrario, es el
Rey, como lo fuera en las Monarquías auténticas, el Gran Defensor del Pueblo,
frente a los oligarcas de todo género. Si así es el Rey, no será la Monarquía
de nuevo puerta franca para la Revolución; será la más formidable muralla para
defender a la Patria. Y si es así—y así debe ser—resulta de ingenuos o de locos
pensar que el Rey solo, sin formar con él un haz de acero los
patriotas—vosotros—, podrá erigir ese Régimen inmune a la Traición; a esa
Traición secular que es la Revolución. No es fatal, repito, que la Restauración
sea de nuevo la puerta franca de la Revolución.
Esta obra
quiere ser la prueba. Si la posición frente a la Monarquía de lo más y lo mejor
del Movimiento Nacional está determinada por la Creencia en esa fatalidad, es,
así lo creemos, por carencia de información. Por qué y cómo cayó el último Rey
no ha sido dicho aún. Aquí estamos decididos a decirlo hasta donde nuestro
saber nos lo permita; por falta de denuedo necesario no quedará silenciado.
Damos palabra de honor.
No dictará
nuestras palabras un afán sensacionalista; si así fuera, no hubiéramos
desaprovechado períodos más propicios : el de la República, uno; y, otro, aquel
en que España no era todavía Reino. No, de ningún modo. Al decir por qué y cómo
fue destronado el último Rey, mostraremos y demostraremos que no era ni es
ningún Demiurgo la Revolución, que sus fuerzas específicas y sus hombres más
conspicuos—exhombres muchos—eran demasiado mediocres.
Que sólo potenciada la Revolución por la fuerza del Estado, gracias a la
traición no identificada, pudo triunfar en España en aquel maldito 14 de abril.
Y la consecuencia surgirá con fuerza dialéctica sin par. Si la Traición pudo
«regalar en bandeja de plata» la Patria a la Revolución, fue porque, ignorantes
los patriotas, permitieron a los traidores adueñarse del Estado y adueñarse
hasta del ánimo del Rey. ¿Dónde estabais vosotros, los patriotas, cuando la
Traición se gestaba, se extendía y triunfaba? No junto al Rey, no con España.
Estabais lejos, disgustados, melancólicos, desengañados y catalépticos; como,
según parece, pretendéis volver a situaros en la nueva Restauración intentamos
impedirlo, hasta donde nuestras fuerzas lleguen, con esta obra. Y esperamos que
al conocer cómo y por qué fue destronado el último Rey, que no lo fue por el
ataque de ninguna fuerza cósmica, no permitiréis otra vez que el Estado
Monárquico sea presa de los hombres y las organizaciones de la Traición;
logrando vosotros que no sea España para el Rey, sino el Rey para España.
Y lo creemos
porque si aquella vez dejasteis el campo a la Traición, fue por ignorancia
sobre la Revolución y sus hombres, y no por falta de valor, que cien veces más
valor demostrasteis el 18 de julio que el que hubiera sido necesario para
aplastarla cuando era sólo conspiración. Infinitamente más valor hizo falta el
18 de julio, cuando la Revolución disponía de todas las fuerzas del Estado, que
el 14 de abril, cuando sólo» era un fantasma.
Si la
Restauración fuera de nuevo puerta franca para la Revolución, sería culpa
vuestra; culpa de vuestra retirada sin combate, de no hacer vuestro el Estado
monárquico y convertirlo en inexpugnable fortaleza frente a la Revolución
nacional e internacional, que son Una.
Y si así no
lo hicierais, publicada esta obra, no podréis alegar la excusa de ignorancia.
Tercera. Es
la posición de un grupo—ni siquiera sector—«monárquico», que lisa y llanamente
pretende regresar a Sagunto. En la metáfora no incluyen sus componentes el
«pronunciamiento», no por falta de ganas, sino por carecer del Martínez Campos
y del ambiente militar y civil necesario.
Se resignan
a recibir la Monarquía «regalada en bandeja de plata», pero, más estúpidos que
el portugués del cuento, no les prometen «perdonarles la vida» a los que les
piden el «regalo» de la Monarquía; no, les amenazan con su más feroz venganza.
Esto es de perversos, sin pejuicio de ser estúpidos
a la vez.
El grupo es
muy polifacético. A la cabeza están los supervivientes del 14 de abril los
que con todos los poderes del Estado en sus manos «regalaron en bandeja de
plata» España a la República, a la Revolución; ya veremos si por torpeza o
traición o por ambas cosas a la vez. Su doctorado en incapacidad política y en
carencia de valor personal fue ganado por ellos con la más alta calificación en
aquella carnavalesca ocasión. Un pudor elemental ante el millón de muertos que
costó su cobardía e imbecilidad debió dotarlos de invisibilidad y dejarlos
mudos para siempre; y callados en el rincón más discreto de sus palacios
rescatados o de sus cotos recobrados gozar de la dulce oscuridad.
Pero no;
ebrios de orgullo senil, rezumando vanidad, explotan su «monarquismo de
siempre», autentificado por sus ex, sus títulos nobiliarios y sus doradas
llaves de gentiles hombres, ¿y para qué? Para que su pabellón de monarquismo y
conservadurismo encubra a la derrotada horda del 14 de abril, a los asesinos y
ladrones de octubre, a los sicarios sádicos, expoliadores y violadores del
Frente Popular, los Prieto, Montseny, Vayo, Negrín... que con todos ellos
parlamentan y pactan a base de volver a la «normalidad» a través de un nuevo «berenguerismo». Cien veces ignaros y estultos, sin haber
aprendido nada y olvidándolo todo, parlamentan y pactan con los asesinos
derrotados en el campo de batalla y también derrotados en todas las
encrucijadas internacionales donde trataron durante largos y peligrosos años de
volver a asesinar a España. Y se fían de la «palabra de honor» de los asesinos,
que les prometen, a cambio de la libertad democrática, ser muy buenecitos...
Nuestra
indignación ante tanta idiotez y tanto cinismo es vencida por la carcajada
provocada por tan grotesco espectáculo.
Idiotez y
cinismo hemos dicho. En efecto, idiotez en ésos «monárquicos y conservadores de
siempre» y cinismo en los patibularios asesinos que parlamentan y pactan. Pero
hay algo más que idiotas entre los «monárquicos conservadores» de siempre. Con
ese rótulo y esa posición externa, confundidos con ellos, están los criptomasones, aquellos que no han sido vistos jamás entrar
en los templos españoles de la Orden; los obedientes a Grandes Orientes o
Grandes Logias extranjeras; principalmente a la Gran Logia de Inglaterra.
Porque,
sépase ya; en España no existieron sólo esas dos Obediencias masónicas
conocidas de siempre, la del Gran Oriente y la de la Gran Logia. Existió y
existe la obediencia a la Gran Logia de Inglaterra; obediencia cuya existencia
no ha tenido solución de continuidad desde 1728, fecha de su entrada oficial en
España, y cuya Logia principal estaba instalada en pleno Madrid, pero gozando
de extraterritorialidad, en la Embajada Inglesa. En cuya Logia se fraguará,
bajo el «mallete» del Embajador Keene, y triunfará la primera gran traición
masónica, cuya víctima será Ensenada y la potencia naval española. Traición
material y personalmente ejecutada por un Duque de Alba, una Carbajal Montezuma
y Lancaster, un Wal, un conde de Valparaíso, es
decir, por «monárquicos de siempre», insospechables para todos.
Sin solución
de continuidad la existencia de la Obediencia a la Gran Logia de Inglaterra
hasta hoy, he dicho. Sí; y lo repito. Ahí, en la Masonería ignorada y ni
siquiera sospechada, perfectamente articulada internacionalmente por su Alto
Mando común anglo-judío con la Masonería conocida, con la Masonería «de
izquierda», está el gran secreto de las catástrofes de la Patria; en ese oculto
brazo de la Masonería Use halla la solución del enigma de esa cadena de
«errores» cometidos por los políticos, «monárquicos de siempre», que ni una
sola vez por casualidad erraron en favor de España y contra la Revolución
asesina de la Patria.
Más oculta
todavía existe otra obediencia masónica, si «obediencia» puede ser llamada la
que manda. A sí mismos se llaman los judíos (los criptojudíos) kabalistas que la forman ANONIMOS. Son hoy pocos dentro
de España; sólo setenta. Pero estos judíos kabalistas,
al ser ignorados, al ser insospechados, y siendo una selección por su
inteligencia, posición y dinero, son una gran Potencia. En estos ANONIMOS
radica y se centra ese odia místico contra Cristo y contra España, y ellos irradian
a través de todas las obediencias masónicas ese odio satánico revelado a la luz
de las llamas de los templos incendiados, en los sacrilegios de sacramentos, en
los martirios de sacerdotes y de cristianos, en las violaciones de las vírgenes
esposas de Cristo, en las profanaciones de imágenes y sepulturas; en los
escarnios de la bandera, en los asesinatos por calumnia o bala de los mejores
españoles; en el silencio atronador con que apagan el grito de alerta lanzado
por el patriota frente a la Revolución.
Seguramente,
la ingenuidad de tantos y tantos nos demandará pruebas y nombres. Pretenderán
que les demostremos la existencia de Logias y Triángulos obedientes a la Gran
Logia de Inglaterra y también que les mostremos a la luz del día esa Orden de
los Anónimos; y, naturalmente, desearán conocer los nombres, apellidos, títulos
y cargos de cuantos pertenecen a esas dos organizaciones.
Sólo un par
de consideraciones hemos de someter al juicio de los ingenuos.
En cuanto a
la existencia de ambas sectas, poseemos testimonios personales y pruebas
procedentes de nuestra investigación particular. Pero dar a la publicidad esos
testimonios y esas pruebas sería una estupidez magistral; sería tanto como
privarnos a nosotros mismos de los medios de saber cualquier cosa en el futuro;
porque al revelar todo cuanto hemos logrado averiguar «ellos» deducirían
infaliblemente cuáles fueron nuestras fuentes y las cegarían para siempre.
Así sería;
pero aun cuando así no fuera, tampoco nos lanzaríamos a esa estúpida
publicidad. Las pruebas, para poder ser publicadas, han de poseer calidad
judicial si no se quiere ser condenado por calumnia o injuria y que sea
secuestrado el libro o el impreso, aun revelando verdades axiomáticas. El
autor, por su profesión, es un técnico en pruebas, y ha de saber algo tan
elemental como es esto :
Si la
obtención de la prueba es asunto del investigador, su existencia es potestad
exclusiva del autor; por lo tanto, el que la prueba exista y que sea ella una
evidencia judicial o moral no depende nunca del investigador. Y hay tipos de
hechos y tipos de autores que saben actuar y actúan sin dejar prueba de ningún
género, y, lo que es más fácil, no las dejan de tipo judicial. Y al ser así, ya
pueden los más hábiles investigadores romperse la cabeza para descubrirlas; no
las tendrán jamás si no las inventan y fabrican. Y eso, aun guando seamos
capaces de realizarlo, no nos tienta.
Se
comprenderá que si alguien hay capacitado para no dejar pruebas de su acción, y
menos de calidad jurídica, es el masón. El masón se beneficia de una técnica ya
secular de traición. Y no digamos el judío kabalista,
con veinte siglos de ciencia, experiencia y tradición en las artes de la
traición. Aquí, en España, puede contar con una de sus primeras grandes
hazañas: la traición que permite la invasión árabe y su fantástica conquista de
España casi entera. Confiesan esa traición y se ufanan de ella los más
acreditados historiadores judíos, con Gráez a la
cabeza y con Disraeli a la zaga.. Y fue una traición que para ser reparada
costó a España la guerra más larga de toda la Historia Universal.
Con una
experiencia menor, con menos ciencia y tradición acumuladas, la traición
soviética obtiene en nuestros días esos sensacionales triunfos que están a
nuestra vista. El poderoso e ingente F. B. I. no es capaz de impedir el robo de
los siglos, el robo de la bomba atómica. Sólo gracias a la espontánea delación
de Guzenco y a un lapsus de un delegado soviético se
debe el haber hallado una pista; pero con la cual no llega a una decena de
traidores de segunda y tercera categoría. Y, es de ayer, el Intelligence Service y el Scotland Yard unidos resultan incapaces,
al cabo de más de tres años de esfuerzos inauditos, para hallar prueba o
evidencia, según ellos dicen, con categoría judicial que les permita
fundamentar una presunción lógica de poder arrancarles una confesión a Burgess
y Maclean, y sabían que, por lo menos, el primero era
un espía desde hacía dos años; poseían la prueba moral e intelectual, pero no
la prueba jurisprudencial.
¿Extrañará,
lector, que el autor, que no es un F. B. I., ni un Intelligence Service, ni un Scotland Yard, no sea capaz de obtener
prueba con categoría judicial?
Naturalmente,
en caso de haberla dejado tras ellos estos masones y judíos.
En cuanto a
nombres, la ley también demanda documentos, testigos o testimonio de parte para
defenderse de una querella personal o familiar por haberle llamado masón de
cualquier obediencia a un determinado señor; tal es la única clase de prueba
que admite todo tribunal. Y si no existe documento, si no hay testigo o se
niega a declarar, o el masón mega su confesión judicial, y la negará por propio
interés y por temor a sus «hermanos», ¿cómo dar nombres?... Conocerlos por sí
mismo el autor y conocerlos por información confidencial, aun cuando no haya
duda posible, no bastará; y la condena por injuria o calumnia sobrevendrá.
Sólo resta
el recurso de archivar en lugar seguro pruebas y nombres guardarlos muy lejos
del alcance de los largos brazos de las organizaciones masónicas para darlos a
la luz después de muerto. Sobre todo, publicarlos a raíz de morir asesinado.
Autentificar
con la propia sangre y con la vida las pruebas no jurídicas contra los masones
es muy convincente, aunque no jurídicamente; pero es al veneno y la pistola
masónica a las que corresponde únicamente facilitarnos esa trágica autenticidad
para nuestras acusaciones.
Más no cabe;
dar pruebas que los masones no dejaron tras de sí es un imposible moral; darlas
sin categoría judicial es una estupidez; es tanto como inutilizarse cargando
con el calificativo jurisprudencial de calumniador y, a la vez, es provocar la
recogida legal de los escritos, privando a todos de conocer la verdad; la
verdad que es posible publicar.
En tanto
ellos no se decidan a dar autenticidad a las pruebas extrajudiciales asesinando
al investigador, por las convincentes razones alegadas, tan sólo queda el
recurso de la prueba intelectual.
Cuya prueba
intelectual (e inteligente) consiste en exponer los acontecimientos capitales
del Reinado; pero exponerlos a fondo, en toda su dimensión externa e interna,
no con visión superficial reporteril; en revelar sus causas y señalar sus
defectos y, sobre todo, denunciar a sus auténticos autores, pero a todos los
autores, a los materiales y a los cerebrales; a los autores que mandan y a los
autores que obedecen; a los que posibilitan la ejecución de las traiciones con
actos u omisiones sin los cuales jamás hubieran podido ser cometidas. Y, por
fin, mostrar con toda claridad qué y quién fue beneficiado y perjudicado.
Eso es
cuanto inteligente y eficazmente podemos hacer, y lo haremos.
Los lectores
han de apreciar a lo largo de los tres decenios del Reinado una constante
política y revolucionaria de hombres y organizaciones cuyo efecto infalible y
exacto, inmediato o mediato, es un atentado a la existencia, potencia e
independencia de España; y, en consecuencia, un atentado a la existencia de la
Monarquía y a la existencia del Rey. Que los autores de esta constante guerra
revolucionaria son anarquistas, comunistas, separatistas y republicanos no es
ningún descubrimiento; ellos son los que verbalmente y con sus hechos se
declararon y se mostraron siempre autores de los acontecimientos. Ahora bien,
lo que veremos en esta crónica del Reinado es lo silenciado casi en absoluto
hasta hoy, lo eludido con toda solemnidad por quienes a sí mismos se han
erigido en sus «cronistas oficiales», más o menos académicos, más o menos
profesorales, más o menos gacetilleros de cámara. Y lo silenciado es nada menos
que esto : que los hombres y las organizaciones que nos presentan luchando
durante todo el Reinado contra España y contra el Rey jamás tuvieron
inteligencia ni fuerzas, ni en su mayor apogeo, para cuanto lograran ejecutar
contra España y Monarquía, y menos aún para lograr el triunfo que lograron el
14 de abril: destronando al Rey y adueñándose del Estado español.
Esto lo
verán con toda claridad nuestros lectores; pero, a la vez, han de ver algo
mucho más ocultado y silenciado: que, de manera permanente, hubo siempre
políticos, «oficialmente» monárquicos, dueños del poder casi siempre, los
cuales, por acciones u omisiones alternadas, fueron quienes dieron el triunfo a
los mediocres jefecillos y a las débiles fuerzas revolucionarias.
Los modosos
y serios historiadores no aluden a tal realidad, y menos aún se plantean el
problema. Ciertos cronistas, más atrevidos y sinceros, mencionan el «fenómeno»,
y queriendo hallarle una causa, lo atribuyen a errores cometidos por los
hombres de gobierno.
Radicalmente
disentimos. Racionalmente, atribuir a error una constante conducta
gubernamental, que por acción u omisión benefició constantemente al Enemigo de
Dios, Patria y Rey, es un imposible moral, y entiendan esas dos palabras
subrayadas los no iniciados en léxico filosófico : el imposible moral tiene tal
categoría que ni el mismo Dios es capaz de superarlo, porque tal imposible
implica contradicción.
El error
implica inconsecuencia. Una multiplicidad de errores implican una multiplicidad
de consecuencias varias, contradictorias... ¿Hay alguien que lo niegue? Ahora
bien, el que los errores continuados de los políticos «monárquicos» produjeran
no múltiples, sino una misma consecuencia, beneficiar a la Revolución, implica
contradicción; es un imposible moral su realidad. Si padecieron errores
permanentes, no pudieron producir un efecto único. Y, a la inversa, si se
produjo un efecto único, no pudieron padecer errores. Esto dice la lógica con
su dictado inflexible.
Y la
realidad nos dice que esos políticos, dotados de inteligencia singular y casi
de infalibilidad para cuanto supusiera su beneficio personal en poder y
riqueza, no podían, a la vez, estar dotados de tal infalibilidad para errar en
sus decisiones relativas a Dios, Patria y Rey, decidiendo siempre,
infaliblemente, cuanto favoreciese a los ateos, antipatriotas y
antimonárquicos.
«Equivocarse»
siempre contra Dios, Patria y Rey es algo que impone moral y lógicamente la
existencia de voluntad e inteligencia; una gran voluntad y una gran
inteligencia, y también una perfidia y
una hipocresía casi sobrehumanas.
Voluntad,
inteligencia, perfidia e hipocresía como sólo puede poseerlas un hombre formado
por la Masonería, y acaso no sea bastante; sobre voluntad, inteligencia,
perfidia e hipocresía debe reinar una pasión. La pasión del odio de unos
hombres enemigos de Cristo y España y, en consecuencia, de la Monarquía, por
católica y patriótica. El odio del judío kabalista,
el del judío que odia a Cristo y a España, no por creerlo a El un impostor,
como lo cree el judío mosaísta, sino por saberlo
Dios, y por saber que España es la espada de Cristo en todas las grandes Ocasiones
de la Historia. .
Tanto fue y
es necesario—tanta voluntad, inteligencia, perfidia e hipocresía y, sobre todo,
tan gran odio—para poderle hallar explicación y razón a cuanto acaeció en
España desde hace dos siglos y, sobre todo, lo acaecido ante nuestra propia
vista.
Llevar a la
España imperial en un solo siglo, de reinar sobre más de trece millones de
kilómetros cuadrados, a quedar reducida al solar patrio cercenado y lanzarla al
suicidio colectivo de la Revolución, del que se salvará con un millón de
muertos, es algo tan monstruoso y gigantesco que sólo un odio, una voluntad,
una inteligencia, una perfidia y una hipocresía demoníacas pudieron
conseguirlo. A tal efecto, tal causa.
No diremos,
faltos de prueba jurídica, quiénes fueron y quiénes son los masones obedientes
a la Gran Logia de Inglaterra y los ANONIMOS. Sus hechos los delatarán; poco
esfuerzo mental necesitará nuestro lector para identificarlos.
Para empezar
facilitándole su fácil inducción, les diremos que esos masones no sospechados,
no denunciados ni denunciables y los «anónimos» están insertados en su mayor
parte dentro de la tercera posición, ya enunciada. Están entre los estultos y
rencorosos que pretenden volver a la «República coronada», sea por la «saguntada», por el regalo o por infiltración. Es lo que
tiene por nombre el de monarquía liberal-democrática, reprise de la monarquía
isabelina, amadeísta y saguntina.
Forman en el
grupo cuantos pretenden que sea fatal e inmortal el sino de la Casa de Borbón,
enunciado por el insigne Donoso y repetido por el honrado Moyano—dos puros
monárquicos—diciendo:
El destino
de los Borbones es fomentar la Revolución y morir a manos de la Revolución por
ellos fomentada.
Si así no
fuera, si así no se pretendiera, ¿cómo tras ese puñado de «monárquicos» podrían
estar hoy, con pactos y sin pactos, a la cabeza Indalecio Prieto, anarquistas,
comunistas, socialistas, separatistas y republicanos? ¿Cómo iban a estar todos
, los hombres y todas las fuerzas de la Revolución en esa «Restauración»
liberal-democrática, en la reprise de la Restauración saguntina, si no
supieran que en ella ocurriría lo que de aquélla dijo Castelar en pleno
Congreso? :
Maldecís la
Revolución y no podéis saliros de ella, y mal que os pese, habéis de seguir,
aunque no queráis, aunque no lo sepáis, en el camino de la Revolución.
¿Quién fue
capaz de realizar el milagro de que, «maldiciendo la Revolución» y «sin
quererla», marchase la Restauración por el camino de la Revolución hasta su
trágico final?
¿Quién si no
la Masonería? La Masonería, única fuerza, única organización, con sus hombres
situados al frente de todas las organizaciones específicamente revolucionarias
y también con hombres situados al frente del Estado monárquico.
La Masonería
es anticristiana, antiespañola y antimonárquica; pues bien, ¿a quién
traicionaban los gobernantes «monárquicos» masones : al Rey o a su Orden?
¿Que los
masones identificados entre los gobernantes de don Alfonso XIII no son
suficientes para explicarse su destronamiento y la Revolución? Es cierto. ¿Pero
quién es capaz de jurar que sólo fueron masones los identificados por los
boletines del Gran Oriente Español?
Es un hecho
que alcurniosos masones, en todos los tiempos, se iniciaron
en París y Londres. El autor asegura que hubo gobernantes iniciados allí. Y
también asegura que los hubo pertenecientes a Logias kabalistas,
de las cuales la de Los Anónimos es una. Precisamente, tales masones ignorados,
no sospechosos de tales, fueron los auténticos autores del «milagro» vaticinado
por Castelar, los que «milagrosamente» consiguieron que la Restauración «no
queriendo y no sabiéndolo», marchase por el camino de la Revolución.
Masones
conocidos son, por sólo citar dos arquetipos, Sagasta y Moret, pues yo desafío
a que se halle diferencia ideológica y de gobierno entre ellos y otros; y para
sólo citar otros dos arquetipos, Alvaro Figueroa
Torres y José Sánchez Guerra, que nadie conoció ni consideró como masones ni
judíos.
¿Lo fueron o
no? El autor no dice sí; pero nadie le hará decir no.
Lo que sí
afirma es que su ideología, su gobernar y sus «errores» fueron pares y
continuidad, si no superación y culminación, de los hechos realizados por los
masones Sagasta y Moret.
Los lectores
estimarán lo que les dicte su conciencia y su razón. El autor los deja en plena
libertad para juzgar.
Y terminemos
ya esta larga introducción.
El autor ha
visto con simpatía lo mucho que las plumas hidalgas de insignes escritores han
publicado en defensa y panegírico de S. M. Alfonso XIII. Al frente de todos, y
por derecho propio, está Julián Cortés Cabanillas, el primero en salir a la
palestra en defensa del destronado Rey en plena República. Esta literatura
sirvió principalmente para alimentar con su perfumado incienso ese nunca
extinto fuego sentimental de tantos delicados y nobles corazones españoles,
ardidos en amores al Rey y real familia; amor tanto más sublimado cuanto más
duraba su exilio y su desgracia. Rendido este tributo al amor y a la hidalguía
de tantos españoles, y, sobre todo, a españolas insignes, por lo excelso de sus
corazones y sentimientos, con toda sinceridad nos creemos obligados a decir que
esa literatura, ya demasiado reiterada, no basta; es más, la creemos hoy día
ineficaz para atraer hacia esa Restauración, ya ley fundamental, a ese inmenso
sector nacional—para nosotros, lo más y mejor de España—que siendo monárquico
puro, y por serlo, teme que la coronación de un Borbón sea otra vez abrir la
puerta a la Revolución.
Hemos dicho
que hasta consideramos hoy esa literatura panegírica contraproducente.
Por amor e
hidalguía, esas plumas monárquicas han pintado un Alfonso XIII inmenso,
perfecto, egregio; un arquetipo de monarca, casi par de los Reyes Católicos y
de los dos primeros Austrias, con adecuación al tiempo de su reinado.
Entiéndase bien, ahora no discutimos la realidad o la fantasía de ese Alfonso
XIII literario. Lo que sí hemos captado en muchos hombres de recio temple
nacional, con gloriosas cicatrices y de talento singular es el argumento
siguiente: Si Alfonso XIII fue un hombre y un monarca tan magnífico y sin par,
locura será entronizar otro Rey; porque si él, siendo tan gran hombre y tan
gran Rey, fue incapaz de vencer a la Revolución, ¿qué podremos esperar de otro
Príncipe, que, con toda probabilidad, no podrá tener tan gigantesca
personalidad?
Otros, con
un gran sentimiento patriótico y monárquico, pero sin dejar de ser a la vez
racional y analítico, estiman que, sin restarle a don Alfonso XIII virtudes y
méritos, hubo de tener defectos y debió cometer errores; es decir, que el Rey
tuvo arte y parte involuntarias en su propio destronamiento. Y que lo útil, por
ejemplar, para el Rey futuro y para sus súbditos ha de ser exponer sus
defectos, descubrir sus errores y ver hasta qué punto y en virtud de qué
factores y determinantes pudo tener arte y parte en su caída.
Y ante tales
argumentos, debemos terminar diciendo :
España es un
Reino; un día tendrá Rey. Veamos por todos los medios la manera de evitar que a
España y al futuro monarca les ocurran las tremendas desgracias que se gestaron
en el último Reinado. Y nada puede ser más eficaz para prevenirlas que hallar
las causas del destronamiento y de la Revolución triunfante allí donde se
hallen; en los hombres, como es evidente, en todos los hombres, incluido el
mismo Rey.
Afortunadamente,
las causas que puedan existir en el Rey no existen de ningún modo en el hombre
Alfonso de Borbón. No es necesario decirlo, pero con sumo gusto lo afirmamos.
No hay causas en don Alfonso cómo hombre; como tal hombre pasó por la perversa
y aviesa inquisición republicana, y ninguna, en absoluto ninguna, de cuantas
calumnias fueron fabricadas contra don Alfonso de Borbón pudo ser probada, ni
siquiera con indicios racionales. Y tal fue su conducta moral y honradez
ejemplar que ni siquiera pudieron fabricar una prueba falsa y verosímil contra
él.
Por ello,
tan sólo es necesario analizar y juzgar a don Alfonso como Rey. Estudiaremos
cuanto se cree, se supone o se sospecha del último Rey en ese gran sector de la
España mayor y mejor, tendiendo a descubrir hasta qué punto y por qué pudo
tener don Alfonso XIII arte y parte en su destronamiento y en que la Revolución
pasase sobre él.
Los hombres
que constituyen esta gran masa española se sienten cada uno un algo Cid frente
a un futuro monarca; lo quieren que no pueda tener arte ni parte en la muerte
revolucionaria de su España. Y tienen derecho a sentirse un tanto como el Cid,
porque antes lo imitaron también en los campos de batalla. Y nada mejor para un
futuro monarca que ver al Rey destronado tal y como él fuera; para, si tuvo
arte y parte en el triunfo de la Revolución, que no lo imite él, y que los
patriotas le impidan imitarlo. Y sólo sea como su antecesor en cuanto de
egregio patriotismo y caballerosidad en el Rey hubiera.
INTRODUCCION
Es el Rey
Alfonso XIII heredero de hecho de la Corona española; pero ella ciñe su cabeza
en una circunstancia «dada», por lo tanto, no forjada por su libre saber,
querer y entender. No hereda don Alfonso XIII sólo la Corona; con ella también
hereda unos problemas, no planteados por él, y, sobre todo, hereda unas
organizaciones políticas regidas e integradas por hombres cuyo poder,
prestigio, desprestigio, valía y honradez son algo en lo cual el Rey no tiene
arte ni parte.
No tener en
cuenta esa situación «dada» para escribir esta «Radiografía» del último Reinado
sería tanto como no soldarlo con la Historia precedente, incurriendo en
injusticia notoria. Sería tanto como responsabilizar íntegramente a don Alfonso
de Borbón de cuanto acaeció durante su Reinado, como si él, quisiera o no
quisiera, como todo Rey, no hubiera recibido su Reinado ab-intestato.
Errores, delitos y catástrofes hubo en su reinado; sobre todo, en él se dio
paso a la República, en la cual culmina la traición contra nuestra Patria, por
milagro salvada del asesinato; saber qué y cuánto es imputable al Rey, qué y
cuánto debió y pudo evitar es importante; pero lo es también saber quiénes eran
los hombres a quien halló en el Poder con fuerza y saber para detentarlo.
Hallar el joven Rey, siendo aún casi niño, al Gran Maestre de la Masonería,
Práxedes Mateo Sagasta, siendo a la vez jefe de uno de los dos únicos partidos
políticos con fuerza para gobernar, es un hecho demasiado trascendental por lo
nefasto para ser despreciado, y, desde luego, sería injusto cargar eso como
responsabilidad exclusiva y personal en el «Debe» del monarca. Si algo tan
concreto como es la personalidad específica de los hombres políticos hallados
por don Alfonso adueñados del Poder ha de pesar en el juicio del historiador,
no menos debe ser tenida en cuenta la determinante de sus actos derivada de su
cuna.
Nace Alfonso
XIII heredero de la Corona española. Pero no es culpa suya si al nacer encarna
en él una de las ramas en que la Casa de Borbón fue antes, mucho antes,
dividida. El hecho carecería de gran trascendencia para la vida de la Patria si
en su rama borbónica sólo hubiera una diferencia personal, el que fuera Carlos
o Isabel, Jaime o Alfonso el Rey. Pudo existir, y sin duda existió, distinto
nivel en la calidad de las reales personas; pero esto, sin duda, hubiera sido
compensado a lo largo de los reinados, pues la Providencia no asigna de manera
fatal maldad o torpeza unilateralmente a ninguna rama familiar, y en cualquiera
pueden darse hombres viles o excelsos, malvados o santos, mediocres o
inteligentes. Y lo anticipamos : personalmente hallamos en don Alfonso XIII una
calidad humana y una inteligencia muy superiores a las de cuantos ocuparon el
Trono de la Casa de Borbón. Sea dicho sinceramente y en su honor.
Lo que tuvo
trascendencia, cual ningún otro hecho de nuestra Historia contemporánea, fue la
transformación de la rama monárquica reinante, con mayores o menores
atenuantes, en una bandería política, dejando ya de ser los monarcas reyes de
todos los españoles para venir a ser servidos y servidores de liberales y
masones; es decir, por y de los antiespañoles.
El mutuo
servicio entre Monarquía y Masonería, inevitablemente, debería serle fatal a la
primera, porque Masonería es la dominación extranjera ejercida a través del
gobernante masón traidor a España. Por lo tanto, la Monarquía borbónica de la
rama reinante fue, sin querer, sin saberlo, sin sospecharlo siquiera, objetiva
y efectivamente traidora a España, y traidora a sí misma.
Debía la
rama la Corona en absoluto a una conspiración masónica, dirigida oficialmente
por el Gran Maestre de la Masonería española y por su mujer, espía de nación
extranjera. Ese Gran Maestre fue aquel Infante llamado Francisco de Borbón y la
espía fue la Infanta Carlota de Borbón. Era el Infante hermano del Rey Fernando
VII y hermana la Infanta su mujer de la Reina Cristina, y luego padres del que
sería Rey consorte con Isabel II.
Debiéndole
la Corona a la Masonería, los monarcas agraciados con ella se veían obligados a
dar el poder al partido progresista y luego a sus distintas ramas liberales,
que fueron siempre la fachada pública de la Orden. Dueña Inglaterra de la
Masonería universal, los gobernantes masones de España eran los «apoderados» de
la Embajada inglesa, desde la cual remaba, por esas personas interpuestas, el
Embajador-Virrey en España de S. G. M. Británica.
No se
inauguró ese cripto-reinado con la niña Isabel. Más o menos intensamente, con
interrupciones más o menos largas, existió siempre desde Fernando VI, y, al
parecer, el primer Virrey perfecto fue sir Benjamín Keene, el autor verdadero
del asesinato político de Rábago y Ensenada; el auténtico destructor de nuestro
Imperio, ya que su triunfante complot masónico en contra del gran patriota
Ensenada tuvo por efecto que ya no tuviera Escuadra España y como recientemente
dijo un espía de Stalin, “no se tienen Escuadras por tener Imperios, se tienen
Imperios por tener Escuadras”.
El episodio
aludido es uno de los cabos con que se torció el dogal estrangulador de España.
El cual, como nuestro lector habrá podido recordar, no aparece ni una vez entre
la copiosa miscelánea de las «grandes» historias de España.
Ciertamente,
sería muy necesaria una nueva y verdadera Historia de España; esa Historia
relegada por nuestros historiadores al secreto. No tenemos nosotros el saber ni
el tiempo necesarios para llevar a cabo la gran empresa y hemos de limitarnos a
los estrechos límites de un reinado, y aun así, no podremos traspasar los del
ensayo.
Mucho lo
lamentamos. Entendemos que para explicarse el último reinado de la Monarquía y
también la persona del monarca es necesario conocer perfectamente las fuerzas y
las personas del pasado que crearon la situación en la cual don Alfonso de
Borbón viene a reinar. Es decir, conocer a los hombres y a las fuerzas
nacionales e internacionales que sirvieron al Rey y se sirvieron del Rey.
Naturalmente,
me refiero principalmente a los hombres de comportamiento inexplicable y a las
llamadas «fuerzas secretas», no por serlo realmente, sino por haber guardado
para con ellas un silencio inexplicable la gran masa de la letra impresa, cuyo
silencio, sin duda, no se debe tan sólo a ignorancia, pues no es ella tanta
como los escritores políticos e historiadores muestran.
Si el
presentar a esos hombres y fuerzas a la luz será siempre una empresa
patriótica, y el patriotismo debiera bastar como imperativo para su denuncia,
en el caso presente hay una razón más, y hasta razones, que sumar a la
patriótica. Se trata de una razón de equidad, de no llegar a juzgar con
inexactitud al reinado y al Rey, de conocer hasta dónde sea posible la verdad,
porque, de lo contrario, este libro sería fatalmente apasionado, injusto y
despreciable.
No ignoramos
la honda pasión existente cuando se trata de juzgar, la persona del último Rey
de España; pasión favorable a él, hidalga, muy española, y pasión odiosa,
cobarde indigna, de sus enemigos, pues al fin, aun cuando fuera un Rey, era él
un hombre, y el ataque, y más si es injusto, a un hombre caído jamás es digno
de un español.
Ahí está
condenada la pasión deshonrosa del adversario rencoroso y disculpada y admirada
la hidalga pasión del defensor; pero ello no debe interpretarse como disculpa
para el silencio encubridor.
Escribiremos
sin odio y sin rencor, con personal inclinación a la simpatía por la figura
humana de don Alfonso de Borbón; pero sin ser capaces por ello de llegar a un
silencio que sería complicidad en la traición a la Patria, traición premeditada
y organizada durante su reinado. Traición que culmina en el asesinato de un millón
de españoles por la República, a la cual el traicionado Rey, don Alfonso de
Borbón, entregara ¡sus vidas, haciendas y honor!
Al fondo de
lo infame llega el reinado en la entrega de España a la República asesina;
entrega «en bandeja de plata», como diría el gran patriota Mola.
Ahí está el
hecho monstruoso en el cual triunfa el complot secular de la traición a España,
que culmina en la Restauración; traición en aumento, cometida de reinado en
reinado, de crisis en crisis, de revolución en revolución, de motín en motín,
de atentado en atentado, de magnicidio en magnicidio, de asesinato en
asesinato.
Camino de
crimen la Restauración, para llegar al asesinato de España, cual si fuese
arrastrado el Rey y cada gobernante por la fuerza misteriosa, inexorable y
fatal de la Revolución. Que don Alfonso de Borbón, el último Rey español, fuera
él a la Revolución «sin saberlo y sin quererlo», desde luego, es importante. Pero
que a la Revolución él fuera «sin saberlo ni quererlo» no es tan importante
como quisieran los cómplices y autores vivientes de la Traición.
Porque no
hay eximente cuando Castelar profetiza que gobiernos y reyes irán, quieran o
no, lo sepan o no, a la Revolución. No hay eximente para don Alfonso y sus
gobernantes porque no era esa fuerza que los empujaba más fuerte que su querer
y deber. No era fuerza divina ni mágica invencible. Ni Dios ni aun Satán los
llevó contra su voluntad a la Revolución; que ni Dios ni Satán pudieron nunca
violar la humana libertad.
Ahora bien,
el saber si Alfonso XIII fue llevado contra su voluntad y por engaño al «camino
de la Revolución», si fue impotente frente a una fuerza mayor, si su ignorancia
fue «invencible» y si arriesgó e hizo cuanto un español y un Rey deben
arriesgar y hacer para salvar su Patria, es todo ello un problema con muchas
incógnitas de cuya solución depende su honor, su valor, su talento de hombre,
de español y de Rey.
Sin conocer
la herencia de la Restauración, de la cual es el último reinado prolongación y
consecuencia, sin apreciar la naturaleza de las fuerzas que se conjugan contra
España y contra él, sería temerario juzgar sobre honor, valor y talento de don
Alfonso de Borbón.
De la fuerza
trascendental, de la fuerza capaz de forjar la «fatalidad» revolucionaria de
que hablara Castelar en su cumplida profecía, de la Masonería, ninguna Historia
doctoral o profesoral nos habla.
Ante tan
lamentable realidad, hemos tratado, en la medida de nuestro tiempo y saber, de
llenar ese silencio culpable. Mas hubiera sido algo desproporcionado, capaz de
provocar confusión y desviaciones, el intento de insertar en estas páginas un
ensayo—forzosamente, un ensayo—sobre la Historia política de la Masonería.
Evitando confusiones y desviaciones, este libro ha sido inmediatamente
precedido por la publicación de una confesión de parte de un Gran Maestre, Gran
Comendador de la Orden y Catedrático de Historia de la Universidad Central,
publicada por él, previa aprobación del Gran Oriente, con el título de MASONERIA
ESPAÑOLA—PAGINAS DE SU HISTORIA—, y a la cual hemos puesto las necesarias
ampliaciones, rectificaciones y acusaciones. Ante todo, la obra prueba con
testimonio irrecusable la decisiva fuerza y acción de la Masonería en la
moderna Historia de España. Y aun cuando acaba en el umbral del reinado de don
Alfonso XII, nadie podrá creer que la Orden perdió su inmenso poder y se
murieron los masones gobernantes, citados por el Gran Maestre, al nacer el Rey.
Por lo
tanto, sobre la existencia, poder y gobernantes de la Masonería en el momento
de ser coronado Rey don Alfonso de Borbón hemos dado anticipada y copiosa
prueba, en absoluto irrefutable, cuya verdad está bien revelada en el
estruendoso silencio que le han hecho los más obligados a señalar su existencia
en plena calle.
Así, ya sólo
nos veremos obligados a mostrar la «fatalidad» castelarina,
la Masonería, durante el reinado, con limitadas referencias al pasado, viendo,
descarada o disfrazada, cómo a lo largo del mismo lleva ella, día tras día,
Patria y Monarquía a la iniquidad más horrorosa conocida en la Historia: al
asesinato de Rey, Patria y Dios.
Sólo ahí, en
la vida y muerte de Rey, Patria y Dios, estará centrado este libro en su
totalidad. Alfonso Xin y su reinado serán vistos en función y relación con el
premeditado y secular asesinato masónico del alma y cuerpo de la Patria.
Quien espere
hallar en sus páginas un copioso, pueril o malsano anecdotario, ya puede
cerrarlas.
Queda dicho
con entera lealtad.
IMPERATIVOS
HISTORICOS
La
conspiración para perpetrar el asesinato de España es muy antigua, secular,
pues empezó antes de la invasión musulmana. No se le pedirá, desde luego, a
este modesto autor el milagro de encerrar en estas pocas páginas la Historia de
España, inédita en su mayor parte aún, arrancando de aquella primera traición
judía, de la cual se glorían todos los historiadores israelitas, alegando en
honor de sus hermanos de raza el haber provocado la invasión musulmana.
Aludir a tan
lejano hecho histórico sólo tiene como fin el descubrir la identidad e igualdad
de la maniobra. Tanto en aquella lejanía secular como ahora, la maniobra se
redujo siempre a provocar la división del. pueblo español, para lo cual nada
mejor que ocasionar una primera oposición entre las jerarquías supremas de la
nación.
La maniobra
es perfecta cuando Fernando VII debe decidir sobre la sucesión de su Corona. Ya
no existirá sólo división motivada por la existencia de distintas ideas o de
clases adversas. La división será entronizada—entronizada es la palabra
exacta—, pues la familia en la cual encarna secularmente la Monarquía será para
siempre dividida y luchará entre sí perpetuamente.
La
Monarquía, unidad primera y radical, donde han de ser superadas todas las
divisiones nacionales, dejará de ser ella misma unidad. Y ya no será monarquía,
porque pierde su esencia misma cuando se transforma en dos. La nación padecerá
para siempre una división integral, porque será bicéfala, y no hay organismo en
la naturaleza capaz de sobrevivir con un doble y antagónico cerebro.
Ya no será
la Monarquía solución ni superación de parciales divisiones nacionales. No; la
Monarquía será por sí misma causa primera y capital de toda división y toda
lucha. Hasta morir exhausta. Hasta casi matar a España; salvada de morir
asesinada sólo por el gran milagro de los siglos.
Sin duda,
los valientes partidarios de la Legitimidad no se han distinguido por sus dotes
en el arte de la propaganda.
Para la gran
masa es desconocido el documento más concluyente y decisivo sobre la
legitimidad del derecho de Carlos V y sus herederos al Trono de España. El
valor de un documento está en la verdad encerrada en él; pero la mayor prueba
de su verdad es que proceda la prueba documental de la misma persona a quien
esa verdad perjudica o daña.
Existe un
documento, extrañamente silenciado por casi todos los historiadores, redactado
y firmado por María Cristina, la Reina Gobernadora, y dirigido a Isabel II, su
hija, ya Reina en ejercicio.
Mucho se ha
escrito sobre cómo firmó Fernando VII la cesión de la Corona a su hija. La
conseja y la anécdota se prodigaron en tomo al magno acontecimiento, excitando
las imaginaciones de las gentes, pero eludiendo y ocultando la verdad esencial.
No; no
pueden jactarse los legitimistas de ser maestros de la propaganda. La carta de
Cristina a su hija debió cubrir en pasquines todas las paredes de España.
Aquí está :
«París, 27
de abril de 1842.
«Como Reina,
como madre, como mujer, tengo, hija mía, una obligación que cumplir contigo.
Mientras me está cerrada España y no puedo abrazarte, aun en estos días, que
así entre los simples particulares como entre los principales son dedicados al
regocijo de las familias, llega a Madrid tu tía Carlota. Todas las puertas se
abren a ella y a tu tío Francisco de Paula. Ya puede estar satisfecha su
ambición, y no sé qué más puede desear su gran corazón. Tu tutor, Arguelles,
¿no ha condescendido hasta el punto de recibir su visita? Y el Infante de
España, hermano de S. M. C. Fernando VII, ¿no ha obtenido el singular favor de
ser tuteado por Espartero? Dejémosle, pues, gozar sus nuevas prosperidades, de
que es tan digno, y hablemos de ti, hija mía, y del asunto que tengo que tratar
contigo. Desterrada de España y lejos de ti, dedico a escribirte un día que era
en otro tiempo de fiesta; aquel en que vino al mundo tu madre, la que se te
hace olvidar sin duda para hacerte celebrar el día en que nació el jacobino
Arguelles, o el día del cumpleaños del hombre que me ha echado de España, que
me ha arrancado la Regencia, don Baldomero Espartero.
Hasta aquí,
hija mía, no te había hablado de tu tía Carlota. Estaba lejos de España, y no
podías verla ni oírla; eras tan niña, que no hubieras podido comprender lo que
hubiese tenido que decirte acerca de ella; y, por otra parte, cuando se trata
de una persona que nos está unida con lazos de un estrecho parentesco, de una
hermana, y se tiene que decir de ella lo que tengo que decir de Carlota, no se
habla sino en el último extremo. Pero hoy ya no puedo vacilar. Carlota va a
encontrarse cerca de ti; llega con pasiones ambiciosas y malas, poseída de la
esperanza de dominar tu espíritu naciente y tu carácter aún no formado. No
puedo dejarte expuesta sin defensa a su influjo fatal; voy, pues, a revelarte
una parte de la verdad que es necesario que sepas.
La primera
persona a quien ha hecho traición tu tía Carlota ha sido a tu tío Carlos. Aquí
me veo obligada a describirte una escena lamentable. Tu padre el rey Fernando
estaba moribundo, y tu tía Carlota, que alimentaba un profundo odio contra el
infante don Carlos, y que esperaba además tener más influjo bajo mi regencia
que bajo el reinado de tu tío, me excitaba hacía mucho tiempo a hacer mudar la
ley de sucesión en tu favor. Faltaba aún la última firma que conseguir y, te lo
confieso, hija mía, a la vista del lecho de muerte, yo dudaba. ¿Sería, por
ventura, el ángel de mi guarda quien me detenía al borde del precipicio? ¿Se me
representaría en siniestro y confuso presentimiento, alguna débil idea de todos
los males que he sufrido hace diez años, las angustias de mi regencia, los
horrores de Barcelona, las tristezas de mi destierro? No lo sé; pero en fin, yo
dudaba, sea por temor de ti y de mí misma, sea por respeto a aquella agonía que
era menester violentar, a aquella mano entorpecida por la muerte que, fría e
inmóvil como de mármol, no se levantaba ya. Pero tu tía Carlota estaba a mi
lado como un mal genio. Se reía, de mi debilidad, insultaba mis escrúpulos, y
observando con ojos inquietos los progresos de la agonía de tu padre me decía
que aún era tiempo, que aquella mano, por fría e inmóvil que estuviese, podía
todavía firmar. Viendo, en fin, que yo no tendría nunca el triste valor que
procuraba inspirarme, me trató de alma débil y pusilánime, y acercándose ella
misma al lecho del dolor, se dirigió al moribundo y le presentó el papel que
era menester que firmase. Tu padre entonces, dirigiendo hacia ella una mirada
suplicante, en que apenas se percibía la, última chispa de vida, le dijo con
voz apagada: «Déjame morir.» Pero tu tía Carlota, asiéndole la mano y llevando
la pluma que ella había colocado, le gritó: «Se trata de morir bien; se trata
de firmar.» Mira tú, hija mía, a qué precio te ha hecho Reina tu tía Carlota.
Desde que
murió tu padre no cesó de instarme para que la España estuviese siempre cerrada
a don Carlos. Persiguió con su odio la vida de tu tío, como había atormentado
la muerte de tu padre con sus asedios. ¡Estaba escrito que Carlota sería el
azote de su familia, y yo. tuve muy pronto motivo para quejarme de ella como tu
padre!
Tu tía no
había pretendido hacerme un favor; había pretendido vendérmele, y no contribuyó
a hacer pasar la corona a tu cabeza sino para llevarla en tu nombre. Yo
encontraba siempre delante de mí sus intrigas y conspiraciones; me ponía
obstáculos, me tendía lazos, y presentando en todas partes turbulencias, o
manteniendo las que se suscita? ban naturalmente en aquella época desgraciada,
era enemiga de mis partidarios y aliada de mis enemigos. Yo procuraba apoyarme
en el partido moderado, y, combatía a los exaltados, que amenazaban sepultar a
España bajo una vasta ruina; al momento alargó Carlota su mano a los exaltados.
Fue el alma de sus conciliábulos, soñó en hacer en España el papel que
representó en otro tiempo en Francia Philippe-Egalité,
creyó que llegaría a subir al trono siendo la cómplice de la demagogia. Gracias
a ella, los peligros, ya tan grandes, de mi situación, se agravaron aún más; ya
no sólo tuve que luchar contra los desórdenes, inevitables en un tiempo de
revolución; fue necesario combatir proyectos ambiciosos que amenazaban tu poder
y mi autoridad. La anarquía, la licencia, nada arredraba a tu tía Carlota y
todo camino que le parecía debe conducir al poder supremo le parecía digno de
ella aunque fuese necesario pisar escombros y andar sobre sangre.
Ahí tienes,
hija mía, una parte de lo que tu tía Carlota había hecho cuando me vi obligada
a desterrarme de España. No ha habido una conspiración de que no haya sido
cómplice; no ha habido una intriga cuyo hilo no haya tenido; no ha habido un
solo acto de mi gobierno que no haya combatido. Después de haber llegado a
Francia, ni ha renunciado a sus odios ni a sus proyectos. Cuando Espartero,
cansado ya de ser fiel, preparaba los acontecimientos que debían obligarme a
alejarme de España y a separarme de ti; cuando, entregada mi defensa a los
ultrajes de los amotinados de Barcelona, me libraba con gran trabajo de los
puñales de los asesinos; ¿sabes, hija mía, lo que hacía tu tía Carlota?
Depositaba todo el veneno de su odio en los folletos infames, en que el honor
de tu madre era entregado a las encrucijadas y al desprecio de la calle.
Excedía al furor de los amotinados de Barcelona, porque es preferible a una
reina tener el traje manchado de sangre que tenerlo sucio de lodo.
Ya ves, hija
mía, si puedo decirte con razón: «Desconfía de esa mujer, que lleva consigo la
desgracia y la ruina : sus palabras son engañosas; sus protestas de amistad son
lazos, su presencia es un peligro. El último acto de su conducta ¿no ha
confirmado todas sus culpas? Cuando Espartero me echaba de España; cuando me
separaba de ti, hija mía; cuando, después de haberme arrancado la regencia, me
arrebataba la tutela de mis hijas, ¿de parte de quién se ha puesto tu tía
Carlota? De parte de Espartero. Se ha apresurado a inclinarse ante su nuevo poder;
ha aceptado para ti la tutela del revolucionario Arguelles, cuando ha perdido
la esperanza de obtenerla, y entre tanto envía a su marido a recibir el tuteo
de Espartero, las insolencias del abogado jacobino, de quien ha hecho tu tutor,
y los desdenes de la viuda del general que» en 1823 condujo a tu real padre por
los escalones del cadalso a que subió Luis XVI.
Ahí tienes,
hijas mía, lo que debes recordar, cuando tu tía Carlota quiera apoderarse de tu
espíritu y de tu corazón; cuando se insinúe en tu confianza para engañarte;
cuando reclame de ti un afecto de que es indigna. ¡Ah! Interpóngase entre ella
y entre ti el lecho de tu padre, cuya agonía sintió. Ten presente la memoria de
tu tío Carlos, cuyas desgracias ha causado, y la ternura de tu madre, cuyo
reposo ha destruido Carlota, cuya autoridad ha atacado, cuyo honor ha
marchitado, te detenga al borde del precipicio a que esta mujer pérfida quiera
arrastrarte. Acuérdate de ello, hija mía; tu padre, tu madre, tu tío, en una
palabra, toda tu familia, tiene motivos para quejarse de la infanta Carlota; ha
hecho traición a todos los que debió amar, es el mal genio de tu casa. ¡Dios te
guarde de este mal genio!—Cristina.»
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El
documento, dentro de su sencillez, tiene una grandeza patética.
No hemos de
pulsar su nervio sentimental. Por sí mismo sangra; y él solo es capaz de hacer
vibrar la más roma sensibilidad.
Nos
interesa, y creo interesará, también a todo español de verdad, conocer quiénes
fueron los personajes en acción, las causas ocultas del drama y la
trascendencia histórica del hecho. Acaso el lector, ganado por la emoción del
dolorido acento maternal que trasciende en cada línea, pudiera creer que sólo
se trata de una tragedia familiar. No, en absoluto no. Hay tragedia familiar y
bien a la vista está; pero, sobre todo, hay una tragedia nacional. Con la
escena retratada por Cristina empieza el drama del asesinato de España,
disfrazado de suicidio nacional, de lucha de España contra España, y a través
de la cual se llevó a nuestra presente generación al borde de la muerte y de la
esclavitud.
Sin mayor
acento sobre la tremenda y trágica trascendencia del acontecimiento, paso a
presentar a los actores. No los mostraré por su lado público y pueril, como es
norma y ley de los historiadores «serios» españoles, plagiarios todos ellos de
la populachera gacetilla periodística. Los verá el lector por su oscuro
reverso, por donde nadie quiso enfocarles la luz; precisamente, porque ahí está
la causa verdadera de su traición.
Sea primera
la protagonista :
LA INFANTA
CARLOTA, EL «MAL GENIO» DE LA CASA BORRON
La rama
borbónica de Nápoles estuvo siempre infectada en grado sumo de Masonería. No en
vano de allí vino Carlos III, acompañado de masones y recomendado a los masones
de España por los masones qué fueron sus ministros allí. Pero vengamos a la
época.
“Fernando
VII casó en primeras nupcias con la napolitana Isabel de Borbón, la cual puso
todo su cuidado en averiguar por sí y por medio de su marido, a quien complicó
en la tarea, los secretos de Estado, para comunicárselos por medio de cifras a
su madre la reina Carolina (de Nápoles), quien se lo transmitía a su íntimo el
embajador de Inglaterra, cuya nación estaba en guerra con España”.
El texto es
del Gran Maestre, Miguel Morayta. En esta acusación
coincide el gran masón con los pocos españoles patriotas y cristianos que han
tratado del asunto. Esta coincidencia desde lados tan opuestos garantiza la
verdad de la traición de una reina de España.
Que si no
todos los masones son personalmente espías de Inglaterra, todos los grandes
espías suyos son masones debe ser una realidad tenida siempre muy presente. Sin
tener en cuenta el espionaje y la traición de la Masonería como entidad, y el
espionaje y traición personal de muchos masones jamás podrá conocerse la verdad
de la Historia Universal y, menos aún, la de nuestra Historia nacional.
Pero,
ciertamente, es llegar al «récord» cuando la Masonería e Inglaterra logran
sentar en el mismo trono de la Nación a un espía de acción. En este caso, a la
propia Reina de España.
Ya lo
veremos; una mayoría de Jefes del Estado español, desde Fernando VII hasta la
última República, fueron masones. Hay quien afirma que durante ese período
todos los jefes de Estado, reyes y presidentes, fueron masones.
Antes de
seguir, una declaración muy necesaria: El tipo de traidor masónico varía.
Hay traidor
consciente e inconsciente; según el grado de perversidad a que haya llegado el
masón. La diferencia sólo tiene una trascendencia moral; por su efecto,
prácticamente, da igual; el daño a la patria del masón se consuma tanto si hay
o no intención.
No más
generalidades.
Quede aquí
constancia de un hecho que debe llenar de estupor: una soberana de España
cometiendo traición contra la nación en la cual es ella Reina. Con este
precedente ya no extrañará tanto el caso de la Infanta Carlota de Borbón, la
cual era de su misma familia: de los Borbones de Nápoles.
¿Pertenecía
la Infanta Carlota a la Masonería?
La mayoría
de los autores que se han planteado la cuestión lo afirman, guiados por su
conducta. Morayta, el Gran Maestre, lo niega; pero
añadiendo estas palabras:
«La Infanta
Carlota, lo repito, no estuvo iniciada..., pero procedió siempre como el más
ferviente masón.»
La
formalidad de la iniciación sería lo de menos. La confesión del Gran Maestre
nos la muestra como un masona práctica perfecta. ¿Y no es ser masón en la
práctica, en la acción, lo importante?
La
ignorancia sobre si Carlota se inició o no se debe a falta de testimonios y
documentos de prueba. Recuérdese: Carlota procedía de Nápoles, donde dominaba
la influencia masónica de obediencia inglesa. Lo más natural es que Carlota
fuese iniciada en Nápoles, en el rito y la obediencia de la Gran Logia de
Inglaterra; debe tenerse en cuenta que, destinada Carlota al espionaje
británico dentro de la misma corte hispánica, según la técnica de todos los
servicios secretos, debieron extremarse las precauciones; porque no en vano
cuando ella viene a ejercer su oficio, aún existe, aunque lánguida y saboteada,
la Inquisición en España y, además, existe aún una opinión antimasónica
formidable. Así resulta natural que Carlota, esta Infanta de tal fervor
práctico masónico, como tantos otros, perteneciera de derecho, como pertenecía
de hecho, a la Masonería inglesa.
Pero, en
fin, para explicar su fervor práctico masónico no haría falta en absoluto su
afiliación «ritualesca» a la Masonería española o
inglesa.
Veámoslo :
«El Infante
Don Francisco de Paula Borbón, esposo de Carlota, Gran Maestre de la Masonería
en España.»
«En junio de
1832, hallándose el hoy Marqués de Seoane y Gran Maestre del Oriente Nacional
de España en el colegio de Valladolid, mientras su padre estaba emigrado en
Londres y condenado a muerte por haber votado en Sevilla como diputado a Cortes
la deposición del rey Fernando VII, recibió el colegial una visita de Mr.
Smith, sabio orientalista inglés que pasaba a Egipto a inspeccionar sus
pirámides y recoger en aquella antigua cuna de la Masonería los restos y
documentos allí depositados tras miles de años.
La confianza
que a este hombre venerable inspiró el joven colegial con la conversación
despreocupada y muy superior a sus años, que con él entablara, le inclinó a
declararle su calidad de masón, perteneciente a la Gran Logia de Inglaterra,
madre de la Francmasonería española, por lo que propuso al joven hacerle sub-neófito.
No le cogió
de improviso, pues es íntimo amigo de los libreros Santander, quienes, siendo
perseguidos por la Inquisición como masones y propagadores de libros
prohibidos, habían logrado ocultar entre los pisos de su casa, aún existentes,
frente a la puerta posterior de la Universidad, el templo antiguo, fundado
durante la invasión de los franceses y donde se había iniciado su padre, el
célebre médico D. Mateo Seoane, los dichos Santander, el militar y diputado
después Llorente; el corregidor Andrés Avelino Fernández y otros notables de la
época. Indicada a míster Smith la existencia del templo, acogió con entusiasmo
la noticia, proponiendo celebrar una sesión de iniciación con las precauciones
debidas, pues se atravesaba una época tan terrible que, hallándose pocos años
antes siete masones celebrando banquete en la Alhambra de Granada, fueron
aprisionados y ahorcados con su venerable Ibarreta a
la cabeza.
Celebróse sin incidente alguno la
tenida, siendo iniciado el neófito en 18 de junio del año referido en la dicha
Logia, titulada Pinciana, la cual, por haber cambiado las circunstancias
políticas en 1832, continuó reuniéndose desde entonces con alguna regularidad y
asistió el nuevo hermano con frecuencia a sus sesiones hasta que pasó a Madrid
a fines de 1834. Desde entonces, su historia particular está unida a la de la
Masonería de la capital de España y, por tanto, de la Masonería Española, cuyos
anales son bien conocidos.
Regía en
aquella época sus destinos un príncipe de la familia real, el hermano D.
Francisco de Paula de Borbón, elegido en 1829, y que tan agrande influencia
había ejercido en bien de la Orden, particularmente en la crisis de 1832 en la
Granja, en la cual salvaron él y su esposa, con la rapidez de su viaje desde
Sevilla, y la energía desplegada cerca del lecho de Fernando, así la causa de
la línea femenina de Borbón que rige los destinos de España, como la causa de
la civilización y, por tanto, de la Institución Masónica.
Como es
sabido, aquel ilustre príncipe tuvo necesidad de abandonar el mallete a fines
de 1847 a consecuencia de ciertos anónimos que aparecían en palacio, en todas
partes a donde se dirigía la reina Isabel, y que molestando a Narváez, pues a
él atacaban, fueron por éste atribuidos al príncipe Gran Maestre y a sus
hermanos, a los cuales había declarado Narváez cruda guerra, en cambio del
entusiasmo que anteriormente aparentara.»
Las pruebas
abundan; pero elijo este texto ya que, dentro del menor espacio posible, se
demuestra con él dos cuestiones importantes : primera, que el Infante Francisco
de Paula Borbón fue Gran Maestre de la Masonería de España y, segundo, que el
Marqués de Seoane, ulterior Gran Maestre, fue iniciado por un inglés, un tal
Smith (o como se llamase en realidad este espía), con lo cual encontramos un
hecho muy característico sobre la permanente dirección de Inglaterra en la
Masonería ibérica y, por medio de ella, en el Estado español.
El texto
tiene absoluta autoridad, procede del «Diccionario Enciclopédico de la
Masonería», obra escrita por masones del más alto grado en honor de la Orden y
con las «licencias necesarias», masónicas, naturalmente.
CORONACIÓN
Don Alfonso
de Borbón, XIII de su nombre, jura la Constitución el día 17 de mayo de 1902,
ante las Cámaras, reunidas en el edificio del Congreso. A este juramento se le
llamará “la Coronación”, aun cuando la ceremonia de coronar al Rey no exista.
Corona y cetro permanecerán en reposo durante toda la ceremonia sobre su
almohadón de terciopelo rojo, cual si fueran dos inútiles supervivencias del
pasado.
Esta
Restauración Borbónica, con su cuna en Sandhurst, cuya vida y salud ella cree
tener asegurada si es idéntica, o imitación, de la monarquía inglesa, en esto
de colocar sobre la cabeza del Rey la Corona española, rematada en una cruz, no
la quiere imitar; en verdad, muy extraño es. Se diría que ni siquiera merece ya
la católica España brindarle el espectáculo del Primado de las Españas
colocando sobre la cabeza del Monarca la Corona de la Patria, símbolo de la
“Gracia de Dios”, de su Poder, de su Catolicidad y de su pasado imperial. Dios,
Católico, Imperio... todo ello, tan sagrado e inmortal, debe quedar arrinconado
con sus símbolos, el cetro y la Corona real.
Acaso fuera
mejor así, pues aquel olvido evitaba un sacrilegio.
Allí, junto
al nuevo Monarca, estaba su Gobierno, al cual entregaba por aquel solemne
juramento de la Constitución el auténtico Poder. El Gobierno era ya el Monarca.
Al frente
del Gobierno, se hallaba Práxedes Mateo, conocido por su segundo apellido,
Sagasta; Gran Comendador y Gran Maestre de la Masonería —por tanto, un
excomulgado consciente de la Iglesia Católica—el que, gracias al oportunísimo
asesinato de don Antonio Cánovas, pudo ser Presidente del Consejo y mandar
nuestra Escuadra sin municiones, cañones ni combustibles a ser aplastada por la
yanki, cien veces superior... teniendo como musa en Madrid al nuevo Keene, el
judío, sir Eric Drummond Wolf, Embajador de Su Graciosa Majestad Británica.
Allí estaba
el Señor Mateo, como nos lo describe Ballesteros, con su “prominente nariz,
boca desmesurada que hendía las mejillas y que al sonreír mefistofélica
enseñaba dos filas completas de grandes y ajustados dientes”, luciendo “sus
ojillos negros, picarescos y expresivos”... sangrientamente irónicos, diríamos
mejor.
Relacionemos
su Gobierno:
Presidencia:
Práxedes Mateo y Sagasta …
Paz: Gran
Comendador y Gran Maestre del Gran Oriente Español.
Estado:
Duque de Almodóvar del Río.
Guerra: Valeriano Weyler.
Marina: Duque de Veragua.
Gobernación:
Segismundo Moret y Pendergast. h … Cobden, perteneciente al Gran Oriente Español.
Hacienda:
Tirso Rodríguez y Sagasta
Instrucción:
Álvaro Figueroa y Torres.
Gracia y
Justicia: Montilla.
Agricultura:
José Canalejas y Méndez: Masón del Gran Oriente Español.
Un ligero,
muy ligero, examen personal y político sobre aquel Gobierno de la Coronación.
En todo
Gobierno existen los llamados “Ministerios Políticos”, que son los más
importantes a efectos de Poder, y en éste son: Presidencia y Gobernación.
Como se ha
señalado, Presidencia y Gobernación están ocupados por dos masones conspicuos.
Del señor Mateo Sagasta ya se habla en las páginas precedentes. Digamos algo
sobre su “adjunto” Moret y Pendergast.
Como se
advierte, su segundo apellido parece indicar ascendencia británica, no sabemos
si ella es racial o si sólo es nacional, pues, como sabemos, las emigraciones a
Inglaterra fueron muy copiosas durante el XIX, especialmente desde los ghettos orientales europeos. No sabemos si por razón de
atavismo anglosajón o por tener aún parientes en Inglaterra, Moret y Pendergast, después de cesar cómo Embajador de España en
Londres, dirigió allí un banco; sus biógrafos no indican a quién pertenecía la
entidad bancaria y, acaso, sería curioso saberlo. En fin, el nombre simbólico
elegido por él en la Masonería, “hermano Cobden” ya
lo califica de anglómano y librecambista, como lo fue toda su vida.
José
Canalejas Méndez. Este desgraciado político era masón. Sólo meses antes de ser
Ministro del nuevo Rey, diría en un discurso pronunciado en Gijón:
“Yo, en lo
fundamental y en lo científico, soy republicano.”
Cosa
interesante. Muy cerca de Canalejas, allí en Gijón, se hallaba un mozalbete que
aplaudía con entusiasmo cada párrafo demagógico y anticlerical del ya próximo
Ministro. Al mozalbete lo habían reclutado como “clac” los organizadores, y
cumplía su papel. Aquel mozalbete se llamaba Manuel Pardiñas;
era su futuro asesino.
Sólo Dios
puede saber si fue el mismo Canalejas quien sembró en el cerebro de aquel
paranoico muchacho la primera “razón” para su “delirio razonante” anárquico; en
cuyo caso, la muerte del Presidente, más bien que asesinato, sería suicidio,
pues, la causa primera de su muerte sería una idea mortal lanzada por él, que
se revuelve en contra suya, cual si fuera un boomerang.
Sagasta,
Moret y Canalejas, las tres figuras de fuerza en aquel Gobierno, serían
suficientes para calificarlo de masónico a ultranza.
Junto a
ellos, está el Capitán General Weyler, con su apellido de ortografía
extranjera, “prestigio” liberal, etc. etc., y está Romanones, el anticlerical
“maestro de ceremonias” en la Coronación y “maestro de ceremonias” también en
el destronamiento de don Alfonso XIII.
De estas dos
figuras nos debemos ocupar con más detención ulteriormente. Si Weyler y
Romanones fueron “iniciáticamente” masones, es algo que no podemos decir. En
los fragmentarios datos de la Masonería española no figura ninguno de los dos.
Ahora bien; tampoco figuraba Largo Caballero, ni Francisco Ferrer, por ejemplo,
y ambos pertenecían, como está sobradamente probado, al Gran Oriente de
Francia. Ignoramos cuántos españoles pertenecen a la Gran Logia de Inglaterra,
y sin saberlo, jamás podremos identificar a los más refinados y selectos
masones actuantes en España, a gentes aristocráticas, financieras,
intelectuales, a los “insospechados”, a los insertados, gracias a su rango,
riqueza y fama, dentro de las clases conservadoras, adineradas,
“reaccionarias”... para que, creyéndolos enemigos de la Revolución, puedan
frustrar en esas altas clases la reacción.
Sin
diplomas, “joyas” ni “mandiles” como prueba, según “jurisprudencia” con fuerza
de Ley, nadie puede atreverse a lanzar acusación contra estos masones de
obediencia británica, ¿pero deberemos resignarnos? No; evidentemente, no; si no
queremos pecar contra la verdad y el patriotismo.
Sólo resta
un recurso para intuir el masonismo de estas gentes aristocráticas, financieras
e intelectuales, pues hay en ellos unas taras comunes y congénitas.
Las cuales
pueden ser encerradas en estos puntos:
Liberalismo.
Anglofilia.
Impunismo para lo revolucionario y
terrorista.
Antimilitarismo
más o menos “larvado”; expreso en su “desarmismo”.
Amistades,
por distintos pretextos, con masones.
Kerenskismo.
En cuanto a
los dos que nos ocupan, Weyler y Romanones, cualquiera podrá, biografía en
mano, ver si coinciden con esos seis puntos. Y téngase en cuenta que, para
fijar la posición de alguien en Masonería, como en Geometría, bastan tres
puntos.
Y, de
momento, sólo un ejemplo:
A Weyler y
Romanones, con Aguilera y Marañón—pongamos por personalidades cuya afiliación a
la Masonería española es Ignorada—los veremos en el complot de la noche de San
Juan, masónico hasta por su fecha, con los masones siguientes:
Marcelino
Domingo, Barriobero (Ex Gran Maestre), Palomo, Torres
Fraguas, Lezama y Benlliure Tuero: masones republicanos.
Ángel
Pestaña, Salvador Quemades (éste, luego Diputado y Presidente de Izquierda
Republicana), Carbó, Quintanilla (G. 33), Quiles Berenguer: masones
anarquistas de la C. N. T.
Batet,
Segundo García, Bermúdez de Castro, Fermín Galán, Perea, Rubio, Borrero y
Álvarez Mendizábal: Masones militares.
Estos son
todos los procesados. Todos son MASONES. Sólo restan Weyler, Aguilera,
Romanones y Marañón, contra los cuales no hay pruebas de que pertenezcan a la
Masonería española. Pero parece muy extraño que todos los jefes del complot,
los de más alta jerarquía política, militar y financiera, precisamente ellos,
no sean masones y sí sean masones todos aquellos que les obedecen.
Nos
abstendremos de llamar masones a los señores Figueroa Torres, Weyler y Marañón.
Menos aún diremos que sean racialmente judíos vinculados a la Orden masónica
judía Bliai B’rith o al
Poder Judío Mundial —lo cual justificaría su jerarquía entre los masones del
complot—. No lo diremos, ni aun tentados por esa rara coincidencia de sus tres
perfiles tan semitas. ¡Mera coincidencia”, como dicen las películas.
En fin, si
no lo fueran, si no tuvieran su diploma y su mandil, ¿importaría mucho a la
Historia?
Ser masón de
iniciación no es más importante que ser masón de acción. Al menos, así resulta
históricamente demostrado. ¿No? Azaña no era masón iniciado cuando se reveló
como el hombre (?) de acción más eficaz de la Masonería en el Gobierno y en el
Parlamento de la República.
Es cuanto de
importante y trascendente hallamos nosotros en la Coronación de Alfonso XIII.
Lo es mucho
más que todo el anecdotario de sus “biógrafos de cámara”, en los cuales tan
sólo hallamos esa ternura tan conmovedora y respetable, y en algunos un poco
vana y frívola, sin rima con la tragedia del Reinado, sin siquiera eficacia
para explicar y justificar al Rey como hidalgamente intentan.
“Radiografiar”
aquel Gobierno masónico que hallara ya instalado en el Poder cuando es Coronado
el Rey a los diecisiete años, es, desde luego, mayor explicación y
justificación de todo el Reinado de don Alfonso de Borbón que tantos y tantos
floridos ramilletes de nostálgicas violetas literarias como le han ofrendado
esos escritores hidalgos.
DE LA
CORONACION AL MATRIMONIO
“La pavorosa
cuestión clerical debe afrontarse de frente y resolverla sin ningún escrúpulo.”
Romanones (Discurso de 13 de
noviembre de 1903.)
“Así lo ha
hecho Waldeck-Rousseau en Francia y esto es lo que
queremos nosotros.” .
Salmerón (Discurso en el
Congreso, 9 diciembre 1903.)
“El problema
clerical es el problema más importante de la política española."
Canalejas (Discurso en el
Congreso, 29 enero 1904.)
Al empezar
el nuevo Reinado, es de rigor un balance de la Restauración fijando la
“situación dada” en la cual colocan al nuevo Rey. Veamos, cómo en el mismo día
de la Coronación hace ese balance un periódico masónico que ha de influir como
ningún otro en la política del Reinado. “Al morir Alfonso XII legó a su hijo el
cetro de una potencia de segundo orden, poseedora de un vasto patrimonio
colonial en América y en Oceanía. Al subir al trono el joven Monarca, encuentra
una nación de tercer orden, a quien se ha despojado de Cuba, de Puerto Rico, de
Filipinas, de las Carolinas y de las Marianas, y que no conserva, fuera del
territorio peninsular, más que algunos archipiélagos y presidios, sobre los
cuales tienen puesta la codiciosa mirada varios de los países que ha enviado
representantes a la jura.
Todo ello se
ha consumado durante los últimos años de la Regencia, influidos, para mayor
desdicha nuestra, por un deletéreo espíritu ultramontano. Ese espíritu, lejos
de aniquilar el carlismo, ha reavivado, como en los tiempos de la primera
guerra civil, las contiendas religiosas, y despertado en Roma pretensiones y
exigencias que ya habían caldo en desuso, Y ese espíritu, en fin, es causa de
que, al inaugurarse el Reinado de Alfonso XIII, nos veamos moralmente más
distanciados de Europa que al inaugurarse el de Isabel II”.
La tesis es
clara. Miguel Moya, masón 33, director de El Liberal, carga a la
Monarquía, como institución, y a los Monarcas, como personas, la
responsabilidad de la pérdida de los últimos residuos del Imperio. Responsabilidad
par de Monarquía y Monarcas es la “influencia deletérea del espíritu
ultramontano”. Esta desgracia tienen para El Liberal una gravedad tan
grande como la de perder el Imperio.
Todo esto, a
la busca de apoyatura en el patriotismo español, ha sido el “slogan” masónico
del último siglo. El “slogan” es en esencia reiteración; y dueña la Masonería
del ochenta por ciento de la prensa española de gran circulación, podía
reiterar su tesis ochenta veces más que la antítesis. De ahí que, por puro
efecto mecánico, y no racional, se impusiera rápidamente la patraña masónica en
la mayoría de las mentes españolas.
Ante una
mentalidad así “mecanizada” en una mayoría inmensa de la intelectualidad, la
verdad histórica más evidente se estrellaba.
Ese Imperio
perdido desde 1820, no había sido descubierto, civilizado y conservado hasta
esa fecha por ninguna República española, ni siquiera por la falsa Monarquía
Liberal; fue descubierto, civilizado y conservado, frente a la conjura
protestante y masónica, desde el siglo XVI hasta el XIX, por esa Monarquía
llamada “ultramontana”, católico-romana.
Es,
precisamente, cuando el masón Duque de Alba y el cripto-judío y Gran Maestre de
la Masonería, Aranda, explotando el “regalismo” borbónico, inician la escisión
con Roma, entregan el Paraguay, y, por “razón masónica”, dan la independencia a
la América del Norte, a costa de sangre y dinero de España, para que desde allí
se inicie y se apoye la rebelión americana contra la Madre Patria. Y será ese
mismo cripto-judío y Gran Maestre quien aliará a Su Católica Majestad, Carlos
IV de Borbón, con los regicidas, asesinos de Luis XVI, con los ateos de la
Convención.
Será el Gran
Maestre Azanza, el traidor, Primer Ministro del
intruso José, Gran Maestre a su vez del Gran Oriente Francés. Será el judío y
masón Mendizábal, el autor verdadero de la rebelión militar de Cabezas de San
Juan, impidiendo con ella embarcar al ejército expedicionario, con lo cual
perderá España todo su Imperio Continental. Y, por último, será el Gran
Maestre, señor Mateo Sagasta, el que “organizará la derrota” de nuestra
escuadra y la pérdida de los restos insulares del Imperio.
No cargue el
Gran Maestre adjunto, Miguel Moya, la pérdida del Imperio a la Monarquía. Cargúesela, como en su honor lo proclama ella misma en
América, a la Masonería. Si culpa tienen la Monarquía en sus últimos tiempos y
los últimos Reyes, no es por ser Monarquía y ser ellos Reyes, sino por haber
dejado de serlo ella y ellos.
EL
“INTENTO” DE SER REY DE ALFONSO XIII.
He aquí el
primero y, acaso, el único intento hecho por don Alfonso XIII para ser Rey. Es,
desde luego, un intento de “Alcubilla”, pero un intento, desde luego. ¡Y cómo
se lo reprocharán y qué cargos le harán por él hasta después de destronado! y,
precisamente, entre otros, Romanones, ¡un “gran monárquico”!
He aquí el
relato del hecho, contado por el testigo a quien la Historia le debe la
noticia, el citado “monárquico”: señor Figueroa y Torres.
“Apenas de
nuevo en presencia del Rey, el Presidente del Consejo declinó los poderes
recibidos de la Reina. Don Alfonso, como estaba previsto, se los confirmó
plenamente, prestando ante él juramento el mismo Gabinete. Cuando creímos
terminada la penosa y magnifica jornada y nos disponíamos a retirarnos, el Rey,
alegre y satisfecho, y, sin duda, deseoso de entrar en el ejercicio de sus
funciones, propuso celebrar en el acto Consejo de Ministros. A Sagasta no le
entusiasmó la proposición; mas, no pudiendo rechazarla, pasamos a la estancia
donde los Consejos se celebran. Por cierto una de las más tristes y frías de
Palacio: en los tiempos en que no había calefacción general en ella, se sentía
frío, no obstante el fuego que ardía en su monumental chimenea. Tomó asiento el
Rey en la cabecera de la larga mesa de nogal a cuyos lados se colocan los
Ministros y dio comienzo el Consejo, primero del Reinado efectivo de don
Alfonso. Tras breves palabras de salutación de Sagasta, dichas con voz apagada,
reveladoras de su fatiga, el Rey, como si en su vida no hubiera hecho otra cosa
que presidir Ministros, con gran desenvoltura, dirigiéndose al de la Guerra en
tono imperativo, le sometió a detenido interrogatorio acerca de las causas
motivadoras del cierre decretado de las Academias Militares. Amplia
explicación, amplia para su acostumbrado laconismo, le dio el General Weyler:
no quedó satisfecho don Alfonso, opinando que debían abrirse de nuevo. Replicó
Valeriano con respetuosa energía y , cuando la discusión tomaba peligroso giro,
la cortó Sagasta haciendo suyo el criterio del Rey, resultando con esto vencido
el de la Guerra.
Después de
breve pausa, el Monarca, tomando en su mano la Constitución, leyó el Caso del
artículo cincuenta y cuatro y a manera de comentario dijo: “Como ustedes acaban
de escuchar, la Constitución me confiere la concesión de honores, títulos y
grandezas; por eso les advierto que el uso de este derecho me lo reservo por
completo.” Gran sorpresa nos produjeron estas palabras. El duque de Veragua,
heredero de los más ilustres blasones de la nobleza española y de espíritu
liberal probado, opuso a las palabras del Rey sencilla réplica; pidiéndole su
venia, leyó el párrafo segundo del articulo cuarenta y nueve, que dice: “Ningún
mandato del Rey puede llevarse a efecto si no está refrendado por un Ministro.”
Aunque la
materia no entrañaba importancia, sin embargo, en aquel brevísimo diálogo se
encerraba una lección de derecho constitucional.
“Como
Sagasta no concedió nunca importancia a los títulos y a los honores, apenas
había prestado atención a las palabras cruzadas entre el Rey y el Ministro de
Marina. ¡Gran lástima, porque el momento era oportuno para deslindar las
facultades y funciones del Poder Moderador! El cansancio de Sagasta, agotado
por la larga jomada, lo impidió. El calor tuvo no poca responsabilidad en que
permaneciera inhibido de la escena ante él desarrollada. ¡Ah! Si no hubiera
hecho tanto calor, quizá la suerte constitucional en el presente fuera otra. Ya
Salomón, en el libro de los Proverbios, dijo: “Adolescens juxta viam suam, etiam cum senuerit non recedet ab ea”.
Como se
advertirá, el “jovenzuelo” Alfonso XIII pretendía ser Rey, buscando margen para
su poder dentro del marco de la Constitución, y no por medio violento, sino por
interpretación “alcubillesca” de sus preceptos.
De toda
evidencia, el recurso del Monarca era puramente jurídico y aquellos Ministros,
abogados en su mayoría, salieron escandalizados. Aquel intento hecho en el
primer Consejo, presididos por el juvenil Monarca, sería recordado pasados,
treinta años como revelación de su atavismo fernandino, como su tendencia
nativa y su impulso ancestral hacia el absolutismo y la dictadura. El
denunciante del hecho, Romanones; el fiscal acusador, Galarza —masón e
invertido—, cuando las Constituyentes Republicanas juzgan y condenan al Rey
ausente. ¡Y paradoja magnífica! El acusador, Galarza, emplea un cargo
facilitado por el “defensor” del Monarca, el consabido, Figueroa Torres (Conde
de Romanones).
Fue de
cuanto como Rey absoluto y dictatorial le pudieron acusar. Ahora bien: ¿le
impidió la Constitución jurada por don Alfonso XIII ser un verdadero Rey; es
decir, tener y ejercer el poder personal?
No; en
absoluto, no. Si la letra de la Constitución hacia del Rey un monigote, y con
esa Constitución sólo un pelele hubiera sido en Inglaterra, Francia o Bélgica,
por ejemplo, en España, de hecho, Alfonso XIII tenía constitucionalmente un
poder absoluto, inmenso. No era sólo ese mezquino discutido en el primer
Consejo de Ministros, el de conceder títulos y honores. Su poder absoluto
procedía de su potestad para nombrar y separar libremente los Ministros,
disolver y convocar Cortes.
Literalmente,
por la letra Constitucional, no era un gran poder el conferido al Rey. Pero,
dada la realidad política española, sólo esas facultades hacían del jovenzuelo
Alfonso XIII un Monarca Todopoderoso.
Veamos. El
poder legislativo residía en las Cortes y el ejecutivo en el Gobierno; es
decir, el auténtico poder eran la mayoría de los Diputados y los Ministros. Ahora
bien, el ser Ministro no era cosa hereditaria ni “per se” en nadie; los hacía
una firma del Rey; ser Diputado, legalmente, no lo era nadie de Real Orden;
pero, realmente, la mayoría lo era por Real Decreto, por el Real Decreto de
Disolución de Cortes. De hecho, prácticamente, al Presidente que Alfonso XIII
nombraba libremente y le daba el Decreto de Disolución, automática e infaliblemente,
le daba también la mayoría que quisiese tener en el Senado y el Congreso. Pudo
nombrar Presidente del Consejo a un palafrenero, en lugar de nombrar a Sagasta,
Moret, Maura, Canalejas o Romanones, e infaliblemente, automáticamente, aquel
palafrenero hubiera conseguido en las elecciones aplastante mayoría gubernativa
en ambas Cámaras.
Acaso, eso
de nombrar Presidente del Consejo de Ministros a un palafrenero lo estimen los
lectores exagerado y eutrapélico. No; de ninguna manera. Un lacayo cualquiera
no podía ser odiado por el pueblo español, y si los odiados políticos podían
fabricarse cada uno a su gusto una mayoría parlamentaria desde Gobernación,
¿por qué, sin ser odiado, no hubiera podido fabricársela también cualquier mozo
de cuadra?
Esto de que
los políticos eran odiados, no es apreciación gratuita nuestra. Es confesión de
parte, y de parte a quien tocaba una gran parte del odio popular.
“La opinión,
en su inmensa mayoría, guiada por el odio que tenía a las organizaciones
políticas y a sus hombres, se colocó al lado del dictador”.
¿Fue o no
fue así una realidad sin excepción durante el Reinado de don Alfonso de Borbón?
Entonces, ¿tuvo él o no tuvo personalmente un poder absoluto y total?
Lo tuvo como
no lo llegó a tener ni Felipe II; pero tenia don Alfonso XIII una formación tan
liberal, tan estultamente democrática, tan realmente republicana, que, en lugar
de usar de la ficción Constitucional para ejercer el Poder absoluto, usó de ese
Poder para mantener la ficción Constitucional.
Tal es la
realidad de los hechos de todo el Reinado de Alfonso XIII de Borbón, con la
sola excepción de la Dictadura de Primo de Rivera, en la cual sólo hizo el
papel de “Rey Constitucional”, y por primera vez; pero tal era su mentalidad
liberal y democrática que, seducido gracias a ella, maquinó para recobrar su
absoluto y total poder a fin de volver a ejercerlo en favor de la ficción
Constitucional, a la cual sacrificó su Trono y su Corona... algo no demasiado
grave, porque ni Trono ni Corona tuvo en todo su Reinado, si no hubiera sacrificado
en aras de la ficción Constitucional, sin quererlo y sin saberlo, Monarquía y
Patria.
* * *
Por inercia
imaginativa, tal es el empuje intelectual de los tópicos, hemos atribuido a la
“mentalidad liberal” de don Alfonso esa inversión del Poder realizada por él
durante su Reinado.
Al decir
“mentalidad” parece decirse mucho, cuando, en verdad, no se dice nada; tal es
la solemnidad filosófica con que ha sido pronunciada esa palabra por los
“egregios” bonzos de nuestra intelectualidad.
Si algo se
dice al atribuir a “mentalidad” una estupidez permanente como la cometida por
don Alfonso, es que procede de algo irreparable, de un defecto congénito
cerebral del Rey, y esto, a todas luces, no es nada exacto; porque don Alfonso
no fue un tarado mentalmente.
Y, no
siéndolo, sobra eso de mentalidad; al menos, en su acepción plena y exacta. Es
decir, que no teniendo tal mentalidad en virtud de una tara, ella debía
proceder de libre y normal raciocinio personal, pues normal no es padecer un
error de manera permanente y consecuente como lo fue aquél del Rey.
Algo ajeno,
algo de categoría imperativa, debió existir para imponerle a don Alfonso el
desatino de entregar siempre su absoluto y total Poder a los hombres “odiados
por la inmensa mayoría de la opinión” española.
Naturalmente,
descartamos los poderes mágicos, y no vincularemos en ellos esa incógnita
fuerza imperativa obedecida por el Monarca. Pero tampoco es cosa de encerrar en
una breve cláusula verbal el conjunto de nuestra obra, cuyo fin principal es,
precisamente, mostrar a la luz esa fuerza imperativa, sacándola de la tiniebla
del silencio tenebroso y unánime de la Historia escrita y conocida. Tan sólo
una inducción, dictada por el más sabio apotegma jurisprudencial. ¿Quid prodest? ¿A quién benefició? ¿A quién benefició esa
entrega del Poder hecha por don Alfonso de Borbón?
Benefició,
lo quisiera o no, lo supiera o no, a la Revolución.
¿Cuál es y
cómo se llama la fuerza primera e imperativa que le impuso a don Alfonso la
entrega del Poder a los masones, tan justamente odiados por su pueblo? Fue la
Masonería.
¡COINCIDENCIA!
Dia 20 de
mayo de 1902. Ha jurado el Rey el día precedente; Madrid está en plena fiesta.
Ese mismo
día 20 es el elegido por el Gobierna de los Estados Unidos, el “libertador” de
Cuba, para darle a la Isla su independencia oficial. De cuando le ha dado la
independencia real, francamente, no tenemos noticia.
El mismo día
19, el de la Coronación, se ha celebrado en la Habana el primer acto de la
independencia oficial cubana. Por la noche se ha colocado la estatua de la
“Libertad” en el Parque Central, se ha colocado la matrona simbólica del primer
lema de la Masonería sobre el mismo pedestal en que durante siglos se alzara la
estatua de Isabel la Católica, previamente derribada. Según cuentan las
crónicas, las órdenes para el derribo y para la suplantación fueron dadas, no
en inglés, no en indio, no en ningún dialecto negro, sino en idioma español.
Y, de esto,
nada más. ¡Ah! Se nos olvidaba.
El Diputado
separatista de Vizcaya, Sabino Arana, el día de la concesión de la
independencia oficial a Cuba, felicitó al Presidente de los Estados Unidos. Sin
duda, era una invitación para que la escuadra yanki viniera también a darle la
independencia oficial a “Euzkadi”, y para que pagase con creces el Gobierno
americano a España el haber ayudado tan decisivamente con dinero, armas y
sangre a lograr su independencia a Estados Unidos.
Un pequeño
detalle. Sabino Arana murió de viejo en Bilbao. En este corto pedazo de la
Historia Patria, podrán comprobar nuestros lectores la extraña casualidad de
que tantos patriotas mueran asesinados por las balas y los traidores a España
mueran de viejos en sus cama. ¡También es casualidad!
ANTICLERICALISMO,
NOMBRE-DISFRAZ DE ANTICRISTIANISMO
Parecía
natural que aquel desastre del 98 con su corolario de la independencia oficial
cubana, coincidente con la Coronación, hubiera despertado en los dirigentes
políticos españoles un estado de tensión patriótica, de contrición y hasta de
rabia y de revancha... parecía como si la humillación y desprecio a España
quisiera provocarlo, infiriendo aquel escarnio a Isabel la Católica, el
arquetipo de la raza, de la mujer y de la Reina.
Pero no;
cuánto habla pasado carecía de importancia. Todo aquello no le importaba en
absoluto a España. El problema único, el primero, era el problema del
clericalismo, cual si hubieran vestido sotanas, y no masónicos mandiles, los
jefes filibusteros; como si al frente del Gobierno español hubiera estado el
Cardenal Primado de las Españas o el General de la Orden franciscana y no el
Gran Maestre de la Masonería.
Los tres
textos con los cuales encabezamos el presente capítulo, de Romanones, Salmerón
y Canalejas, muestran con la unanimidad monárquico republicana cual era para
gobierno y oposición el problema capital español.
Sí, en
efecto; resta fuera de las líneas monárquica y republicana el Partido
Conservador. Más valiera que tal Partido hubiera construido el triángulo de tal
unanimidad. El papel real, el auténtico, del Partido “Liberal-Conservador” fue
el de polarizar en él la “reacción” nacional provocada por la política
antirreligiosa de la Restauración, evitando así que las fuerzas
patriótico-religiosas nocionales fueran a engrosar el Partido Carlista, donde,
más o menos bien guiadas, no serian jamás traicionadas. Y sin ser traicionadas
o anestesiadas, como las traicionaría y anestesiaría el Partido Conservador,
ellas hubieran triunfado sobre la exigua y vociferante fuerza del
anticristianismo español.
Algo más
debe España al Partido “Liberal-Conservador”. En él se agruparon esos tipos de
capitalistas industriales y bancarios, en su mayoría, engendrados por los
bienes de la Desamortización; ese capitalista que jamás estuvo con las fuerzas
de la Tradición, que no estuvo en contra, sino con la devolución, y que, cuando
asoma en el horizonte su macabra faz del espectro del Comunismo con la Primera
Internacional, y encarna en los Cantones, incendia las doradas provincias
andaluzas, y las salpica con amapolas de sangre, atruena con las primeras
bombas dinamiteras en Barcelona, entonces, ese capitalista industrial y
financiero de la Desamortización, corre temblando a guarecerse tras el Altar,
sirviéndose de él como trinchera, para defender su capital.
Así, el
Partido Liberal-Conservador será sinónimo de antiproletario,
de injusticia social, y como el obrero verá con el escapulario al cuello y
atrincherado tras el altar al “Conservador”, la demagogia anticristiana,
explotadora de su simplicidad, le hará identificar a Religión con Capital,
Religión con injusticia social. Y así, gracias al “mestizaje”
Liberal-Conservador, el anticristianismo español podrá reclutar una masa
popular que no tuvo jamás.
Porque,
sépase ya; todos los Movimientos auténticamente populares del siglo XIX fueron
en España patriótico-religiosos, desde la Guerra de la Independencia hasta la
última Carlista. Quien se opuso a estos Movimientos populares fue el Estado
legal, con todo su Poder y coacción, llevando a luchar al soldado “forzoso”
contra el “voluntario”. Esta es la evidencia misma. El voluntario liberal, el
“miliciano”, no luchó jamás en campo abierto, en guerra; fue tan sólo una
milicia de “golpe de mano” ciudadano, dado en las disputas interliberales,
entre facciones del mismo campo; porque el “golpe de Estado”, el “pronuncianismo”, palabra incorporada hoy a los diccionarios
de todos los idiomas, fue algo exclusivo del campo masónico-liberal, como medio
de toma del Poder; algo puramente militar, cuartelero, personal; proclamando
con suma elocuencia cuál sería la fuerza popular —popular viene de pueblo— con
que contó siempre el antipatriótico y antirreligioso Movimiento
masónico-liberal. Cuando más, y en las grandes ciudades, pudo reunir una
cobarde turba tabernaria para seguir a las charangas militares “pronunciadas” y
para incendiar conventos y asesinar a unos frailes indefensos, cuando los
Ministros masones les brindaban una total impunidad
Sí: fue
necesario que nuestro pueblo tomara por Religión e Iglesia verdaderas la
promiscuidad y colusión entre los ricos de la desamortización y el rito externo
católico, adoptado por ellos cual sacrílego disfraz... bien es verdad, y
decirlo debemos, que faltó el brazo sacerdotal que empuñase el látigo aquel de
Jesucristo para arrojar a los nuevos mercaderes de su Templo. Que echase al
Partido Liberal-Conservador con todos sus talegos y su criptoheterodoxia hipócrita.
Faltó ese
brazo restallando el divino látigo sobre los dorados lomos del Becerro
introducido fraudulentamente dentro de la Casa de Dios, y el escándalo llegó a
las más cercanas capas populares, a las de las ciudades, y el brazo siniestro,
la izquierda, el escándalo explotó y ardieron en llamas iglesias y conventos. Y pudo venir Azaña, y a contraluz de las
llamas sacrílegas y siniestras su equívoca silueta, pudo gritar a la faz del
mundo su blasfemia:
¡España ha
dejado de ser católica!
Y las llamas
y los asesinatos sacrílegos y bestiales parecían darle la razón.
¡Ah!... no;
en absoluto, no.
Resulta
ser un misterio, inexplicable aún, sobre todo para los extranjeros, el hecho de
que sea en España, la nación proclamada católica por excelencia, donde no se
propague la indiferencia religiosa, como en Francia por ejemplo, y en pleno
siglo XX se quemen iglesias y se maten sacerdotes.
En
respuesta, una observación. Toda la propaganda hecha en España por la exigua
minoría masónica y atea no ha sido jamás antiatea, ni
atea, ni heterodoxa, ni agnóstica siquiera. Ningún ateo, fuera de sus
cenáculos, se atrevió jamás a lanzar el menor ataque contra la verdad y
excelencia del Cristianismo; ni siquiera fueron atacados los dogmas del
Catolicismo —y menos que ninguno los que consagran la divinidad de Cristo y la
virginidad de su Madre Inmaculada. ¿No fue cosa extraña? Muy al contrario, los
más pérfidos ateos, los cripta-judíos y masones, proclamaron en todos los
momentos la excelsitud y pureza del Cristianismo y del Evangelio ante el
pueblo... y se limitaron a denunciar la infidelidad del sacerdote a la doctrina
ética de Cristo; cuando no hallaron el caso particular para probarla, sin escrúpulo
alguno, lo inventaron, elevando el pecado y la infidelidad de algún mal clérigo
a estado general de toda la jerarquía y masa sacerdotal, mostrando a todo el
Clero, no como el representante de un error llamado Cristianismo, sino como un
renegado hipócrita de Cristo, hambriento de riqueza y de placeres, amigo y
defensor de los expoliadores de los pobres... Y como tras el altar y el sacerdote
se habían parapetado los capitalistas, y ésta era una verdad evidente y no se
oía restallar el látigo divino en los atrios de los templos, el proletario,
parte del pueblo español, se creyó engañado por la Iglesia.
Y reaccionó
él, no con la heterodoxia, como el alemán, o con la indiferencia, como el
francés; reaccionó como lo que él era, como español:
Mató.
Como mata el
español siempre que se cree engañado y burlado por la que ama. El español mata
por amor.
Y he ahí la
explicación humana y verdadera del enigma paradojal de los incendios sacrílegos
y de las muertes de sacerdotes que hicieron creer al monstruo Azaña que España
había dejado de ser católica.
A no tardar,
lo pudo comprobar, viéndose barrido él y toda la minoría atea más allá de las
fronteras por las bayonetas del pueblo español, alzado una vez más voluntaria y
popularmente para salvar la existencia de su Patria y de su Religión.
LA PRIMERA
CRISIS
No se habían
apagado las luminarias de la Coronación, cuando el día 25 ya se celebraba una
reunión de ministros importantes; asistieron a ella Canalejas, Moret, Duque de
Almodóvar del Valle y Montilla. Se trataba de la cuestión más importante, de la
cuestión religiosa; exactamente, de la cuestión antirreligiosa. Canalejas, más
joven, más brioso y con toda su ambición insatisfecha, urgía; quería ser él
quien tremolase la bandera del anticlericalismo en la Vanguardia, sin
permitirle a nadie que la llevase más alta y más adelante. Sus compañeros de
gabinete, Moret el primero, no discutían los términos ni los extremismos de la
Ley de Asociaciones, la primera que pretendían aprobar, y la disputa se
centraba solamente en saber quién de los dos, Canalejas o Moret, sería el
titular y abanderado del ataque antirreligioso; porque a los dos les constaba
que la jefatura del Partido Liberal, la sucesión en ella de Sagasta, seria para
el que lograse para sí el ‘‘honor” de dar su apellido al ataque contra la
Religión en él Reinado que acababa de empezar.
Naturalmente,
no podía existir acuerdo; porque no se discutía el extremismo de la Ley
antirreligiosa, sino quién sería el que obtendría el beneficio político de su
presentación y aprobación. Quién sería ungido por la Masonería, como premio,
para la jefatura del partido liberal.
Pero, aún
cuando no hubiera un acuerdo, como el motivo de no haberlo era inconfesable, al
día siguiente, 26 de mayo, se reunía, la ponencia ministerial, y, naturalmente,
el proyecto de Ley de Asociaciones, de Montilla, el que “sólo era un cacique de
Jaén”, fue aprobado por unanimidad.
Y el día 27
es llevado el proyecto a Consejo de Ministros. Ni siquiera se discute. Sólo
Romanones, que también quiere una “tajada” para él del honor antirreligioso,
pide que no haya excepción en la Ley, la cual debe afectar a todos los colegios
religiosos.
La
discrepancia surge al plantearse la cuestión de cuándo ha de llevarse a las
Cortes aquella Ley. Sólo se discute sobre cuestiones de eficacia. Para Mateo
Sagasta, dada la fecha, sólo restan veintisiete sesiones de Cortes antes de que
se impongan las vacaciones veraniegas y sería inútil y nada se conseguiría con
empezar a discutir, si no era provocar alerta y alarma en las derechas, que
vendrían más unidas y preparadas en otoño, cuando realmente se libraría la
batalla.
Canalejas,
por el contrario, desea ir al Parlamento en el acto, y lo hace cuestión de
gabinete.
Moret, no
puede consentir que Canalejas vaya delante de él ni en el detalle de la fecha;
por tanto, también él hace cuestión de gabinete el ir a las Cortes
inmediatamente.
Pero el 29
se suspenden las sesiones de Cortes. Dimite Canalejas; pero no dimite Moret.
Sale
Canalejas y se queda Moret.
¿Quién de
los dos logrará el “honor” de Imponer la Ley antirreligiosa? ¿Moret desde
dentro del Poder o Canalejas desde fuera?
Será lo que
se debatirá como cuestión única y capital en los meses sucesivos. Tan sólo esto
nada más.
¿Y EL PAIS
QUÉ?
Al día
siguiente de la crisis, el 1 de junio, huelga, motín y choque con la Guardia
Civil en Badajoz. El día 3, huelgas y choques en Barcelona y Córdoba. El 4, en
Antequera, Illora, Igualeja y Almojía, El 24, en Jerez, Valencia y Alicante.
¡Ah!... el
día 2, con plena impunidad, en la Octava del Corpus, fue atacada la procesión,
estando a punto de ser profanado el Santísimo Sacramento por una turba que
atacó cantando “patrióticamente” la Marsellesa. Lo evitó el piquete de soldados
que rendía honores. No hubo responsables.
El Gobierno
debía reservarse tan sólo para la cuestión antirreligiosa; el pan obrero y el
orden eran cosas que debían ser resueltas sólo por la Policía y la Guardia
Civil.
CANALEJAS
HACIA EL PODER
En el
pugilato entre Canalejas y el Gobierno disputándose el titulo de campeón en
extremismo antirregligioso, aquél da los primeros golpes.
Sale para su provincia natal, Alicante, y, rodeado por una masa de
republicanos, habla él así:
“Venimos de
la Revolución de septiembre. Siguiendo al gran maestro Martos fui a la
democracia con honrada convicción. Creí que la monarquía saturada de democracia
podría ser la continuación de la obra revolucionaria.”
¡Cómo riman
las palabras de Canalejas con los apóstrofes lanzados por Castelar sobre los
monárquicos canovistas de la Restauración!
La
Revolución estaba en la Restauración como la gravedad está en la naturaleza de
la materia. Nuestra generación ha presenciado y ha sufrido la sangrienta y
asesina prueba.
Pero antes;
mucho antes, el mismo Canalejas sufriría en sí mismo la prueba; la prueba de
que la monarquía democrática era la Revolución.
En ese mismo
discurso de Alicante pareció como si las brujas de la Revolución le murmurasen
al oído sus palabras:
“No seré el
jefe de la opinión democrática, pero siempre iré a la vanguardia de los
demócratas. Si vuelvo la espalda, fusiladme, que en la guerra lo mismo se
castiga la flaqueza que la traición.”
Sin saberlo
él, volvió la espalda a la Revolución; porque no tenía ella como fin la
democracia, ni era su fin único el anticlericalismo, según Canalejas falsamente
creyó la Revolución era y es verter sangre española sin tregua ni fin, la
Revolución es traición a España en beneficio de naciones extranjeras, y es
volver la espalda, es no servir a esos fines, el mostrarse opuesto a esa
traición descarada y específica, como Canalejas lo intentó, por lo cual mereció
de la Masonería que se cumpliera en él la sentencia dictada por él mismo:
Si vuelvo la
espalda, fusiladme...
Y fue
“fusilado”, pistoleteado, en plena Puerta del Sol.
Registrado
el antecedente “jurídico” del “fusilamiento” de Canalejas, unas notas más de
sus demagogias, creando la “jurisprudencia”' revolucionaria en virtud de la
cual, “jurídicamente”, habían de matarle.
En Valencia,
el 16 de junio.
“Hace falta
el vigor del proletariado español para seguir luchando contra el abandono de la
administración pública y contra los invasiones del elemento clerical que todo
lo domina y perturba.”
Canalejas
llega a Barcelona el 22 de junio; su “raid” anticlerical ha resultado
relativamente pacífico hasta el momento. Pero Moret teme alteraciones de orden
público; las teme o las desea, pues ya estaba Lerroux con acta y partidarios en
Barcelona y ya existía el contubernio Moret-Lerroux. En cuanto llegó Canalejas
se produjeron algaradas; que Moret aprovechó, sin duda muy gustoso, para estropearle
el programa a su rival. Y Canalejas, no queriendo malograr su etiqueta de
“orden”, embarcó para Madrid, explotando su papel de víctima gubernamental.
“El Liberal”
dedicaba unas palabras a la conducta del Gobierno, en especial dirigidas a
Moret, que son arquetipo de su léxico y escrúpulo político:
“Lo que ayer
sucedió en Barcelona es para sonrojar a cualquier Gobierno que conserve un
resto de vergüenza política.
“Claro está,
que no se sonrojarán los Ministros; antes puede ocurrir que alguno, contagiado
por el trato frecuente con los hijos de Loyola, píense y diga, frotándose las
manos que el fin justifica los medios.”
No hagan los
lectores mucho caso; son “charlas de familia”, de la gran familia masónica.
Pero la
semilla demagógica de Canalejas empezaba ya a fructificar. El 24 de junio se
produce un motín antirreligioso en Alicante.. Un grupo impide la salida de la
procesión de San Nicolás, gritando: “¡Abajo el jesuitismo!”
Requerido el
Gobernador, mandó 25 guardias civiles, pero las órdenes debían ser tales que la
procesión no pudo salir, siendo maltratados los fieles que lo intentaron,
arrebatados escapularios y desgarradas banderas.
Romanones
replica en Zamora, el feudo segastino, a Canalejas:
“No sé quién
defiende la libertad, sí quien se aparta de la obra gubernativa para excitar a
las muchedumbres o quien persevera hasta ver realizada la obra de la
regeneración y de la democracia. Vosotros lo veréis. Tened confianza en
Sagasta, y en su historia, que no ha de abandonar en los últimos años de su
gloriosa existencia. Su nombre representa todo para mí.”
El Conde de
Romanones hace la solemne declaración de su identidad política con el Gran
Maestre, allí, en Zamora, donde Sagasta obtuvo su primer acta de diputado.
Alguien sabe
cuánto importa la identificación del conde con el talmúdico patriarca de la
Masonería española. Es el cacique segastino de
Zamora, Requejo, subsecretario de Romanones, quien lo proclama:
“Hacéis bien
en aplaudirle, porque será vuestro jefe.”
Sin duda,
sabía ya el Requejo, electorero predilecto de Sagasta, que el talmúdico viejo,
con un pie ya en la sepultura, había consagrado “in pectore” a Romanones como
su heredero.
Si se
hubiera podido auscultar el pensamiento de aquella concurrencia, se habría
captado su perplejidad. ¿Cómo podrá ser el jefe del Partido liberal este
jovenzuelo renqueante, que no ha cumplido los cuarenta, pasando sobre los
antiguos prestigios progresistas?
Sin duda,
nadie se fijó en un mérito de Álvaro aún estando muy a la vista; nadie advirtió
la exacta coincidencia del perfil de Romanones con el de Sagasta, en como
coincidían las curvas de sus respectivas narices.
Lo que no
estaba visible ni era intuible para nadie era que
aquel obstáculo de Canalejas sólo podía ser salvado por Álvaro, tumbando en el
suelo de una bala anarquista al jefe del Partido liberal. De otra manera, el
pobre cojo, ¿cómo se hubiera podido saltar a Canalejas?
Canalejas se
crece. El mismo día 29 replicará en un banquete que le dan en Madrid:
“A despecho
de los que estiman que los ministros no son hombres públicos, llevados por los
votos y los sufragios de la nación a los consejos de la Corona, sino mera
prolongación de la servidumbre palatina, yo solicito el concurso de los
republicanos, de los socialistas y de todos los demócratas españoles.”
Y, en
efecto, Canalejas tuvo el “concurso” de los republicanos y socialistas:
sublevación republicana en la “Numancia”; huelga ferroviaria, socialista; pistolezato de Pardiñas,
anarquista...
Pero no se
achica el Gobierno. El mismo día 29 se reúne el Consejo de Ministros
precipitadamente y acuerda dirigir una nota a Roma, que es un verdadero
ultimátum. Dice la referencia del Consejo:
“Si
finalizado Junio no hubieren terminado esas negociaciones, se enviará al
Vaticano una nota diplomática concediéndole un plazo—probablemente de dos
meses— para que las ultime. Si transcurrido ese plazo no se hubiera resuelto
esta cuestión previa el Gobierno considerará rotas las negociaciones.”
Esta es la
tónica del primer mes del Reinado de Alfonso XIII, la cuestión antirreligiosa
es la reinante y dominante.
Al fondo,
muy lejana, está la cuestión social, derivando hacia la Revolución.
Esa tónica
no variará, irá en aumento, hasta desembocar en las grandes catástrofes
nacionales, las cuales creerán los más que se han producido por causas
repentinas, imprevisibles, extrahumanas. Como si su gestación no fuera
humana... demasiado humana.
Cuenta
Romanones, que, sin duda, como réplica suya frente al concepto de soberanía del
Monarca, defendido por el Rey en el primer Consejo de Ministros, a no tardar,
le llevó a la firma de don Alfonso un Decreto concediendo la Cruz de Alfonso
XII “a uno de los hombres de la literatura española”. No dice ladinamente Romanones
quién era el agraciado, porque aún está don Alfonso en el Palacio de Oriente
—escribe durante la dictadura— y don Alvaro aún
espera ser un gran pilar del Trono. Ahora si, el ex presidente agrega: “El
Decreto quedó sin firmar sobre la mesa del Rey”. Acudió el conde a Sagasta, y
recibió del h. Paz una lección de táctica ladina, que no desaprovechó su
discípulo predilecto:
“No olvide
nunca qué las cuestiones referentes a personas son en Palacio las más
difíciles. A un monarca se logra convencerle para que varíe de opinión en
cuestiones de doctrina; pero cuesta gran trabajó que modifique las suyas si
atañen a las personas.”
El Decreto
se firmó, por intervención del h. Paz, el día 1 de julio. El “cruzado”
con la de Alfonso XII fue don Benito Pérez Galdós; el masón, que a no tardar,
presidiría la Conjunción Republicano-Socialista.
Romanones,
Ministro de Instrucción, concediendo la primera Cruz del Reinado a un
anticlerical y heterodoxo como Pérez Galdós, quiso estimular a los escritores,
indicándoles que el anticlericalismo y la heterodoxia eran los mejores caminos
para lograr honores en el “católico” Reino español. El ser Pérez Galdós un
heterodoxo y un anticlerical, superaba el obstáculo de su republicanismo para
recibir el honor de la primera Cruz de Alfonso XII del Reinado del hijo.
En cuanto a
la razón “literaria”, pretexto para la concesión de tal honor, sería cosa de
hablar mucho; pero sólo podemos dedicarle unas palabras, claro está, en
oposición a los juicios de los actuales epígonos del 98.
La obra
literaria de Galdós, en un 98 por 100, está fundida con su obra política
objetivamente. Como para tantos escritores anticristianos, como diría el judío
Heine, la literatura, hasta siendo poesía, sólo es un arma política en sus
manos. Y Galdós, con sectarismo de fanático, la empleó a fondo.
Su acierto
fue buscar apoyo en la epopeya de la Independencia, sin cantor nacional hasta
la fecha, que aún vista por el “agujero” liberal, es decir, por el neofrancesado, tiene sobrado nervio heroico para dar
aliento épico a las estampitas galdosianas, a pesar de retratar el autor desde
un “punto de vista” de abajo arriba, el del escarabajo, captando casi tan sólo
las zurrapas heroicas... pero era tan fiera y homérica es la epopeya que hasta
sus zurrapas brillaban como gemas.
Tremenda,
enorme, responsabilidad la de las plumas católicas y nacionales al abandonar a
un Galdós las gestas patrióticas de nuestra Independencia. Pues le dejan
escribir a su manera —en afrancesado— la guerra contra los franceses y la
guerra de los carlistas contra los afrancesados y sus descendientes, y así pudo
Galdós, con sectaria sutileza, meter de Contrabando antirreligión y revolución a la sombra de la bandera literaria del heroísmo
patriótico-español.
PRIMER
VERANEO DEL REINADO
El mes de
julio transcurre sin novedades.
En el mes de
agosto inicia el Rey una serie de viajes para conocer las provincias norteñas
españolas.
Visita
Asturias; deteniéndose principalmente en Oviedo, Gijón y Covadonga. Sigue
después la visita a León, volviendo a Trubia y Avilés. Seguidamente, visita
Santander y luego Pamplona, Victoria y Burgos, regresando a San Sebastián.
Debe
saberse. Don Alfonso es recibido y acompañado en todas las ciudades visitadas
por él con un cariño y un entusiasmo extraordinario. Los textos de la época, de
los más opuestos colores políticos, lo atestiguan.
Si
registramos el hecho es para dar constancia de que don Alfonso gozó del cariño
popular durante casi todo su reinado. En tiempo de la Dictadura de Primo de
Rivera, tiempos tan próximos a todos nosotros, ese cariño y entusiasmo por el
Rey no decreció, hasta aumentó, y prueba fueron los viajes triunfales hechos
por don Alfonso durante tal período.
Resulta un
verdadero enigma el motivo de que unas minorías, estudiantiles principalmente,
y unas organizaciones proletarias, dirigidas por marxistas y ácratas,
minoritarias también, pudieran dar la sensación a la opinión y al mismo Rey de
que éste era objeto de un odio mayoritario y casi nacional.
Esto sucedió
casi repentinamente; en el transcurso del mando de Berenguer. No es momento
para estudiar aquí el fenómeno; pero si de tomar nota del entusiasmo que rodeó
en los primeros y últimos viajes al Rey para cuando lo veamos insultado y
vilipendiado por las calles de Madrid.
La nota con
que cierra el mes de agosto es el Congreso del Partido Socialista, que se
celebra en Gijón el día 29. Carente de fuerzas copiosas aún, Pablo Iglesias y
los congresistas se expresaron con hipócrita moderación, si se compara con el
extremismo de que hacían gala los anarquistas de Cataluña y Andalucía.
ANTICLERICALISMO.
— HUELGAS. — CRISIS. SILVELA Y MAURA AL PODER
Los tres
meses últimos del año 1902, primero del Reinado, se califican, como los
precedentes, por estas “constantes”:
Anticlericalismo:
Canalejas y los republicanos continúan presionando. El Gobierno, debilitado,
intenta la aprobación de la Ley de Asociaciones.
Huelgas:
Continúa su proliferación; levantando el estado de guerra en Barcelona, vuelven
a producirse allí las huelgas con la profusión acostumbrada.
Política: El
forcejeo entre Canalejas y el Gobierno para ver cuál puede poner más alta su
bandera antirreligiosa. Surge un pequeño “affaire” administrativo por las
cortas en el monte de Hortizuela, que alcanza de
lleno a Suárez Inclán; pero no pasa gran cosa. En noviembre hay crisis; pero
sigue Sagasta, saliendo del Ministerio Rodrigágez,
Montilla y Suárez Inclán; lo que permite la entrada de Amós Salvador, otro
emparentado con Sagasta; un cripto-judío riojano muy blasfemo, padre del
bíblico Amós que será Ministro de la Gobernación en el Gobierno criminal del
Frente Popular en 1936.
No sirve de
mucho el refuerzo; el Gobierno dimite en diciembre, y el día 6 entran a
gobernar los conservadores.
El nuevo
Gobierno; Presidencia: Francisco Silvela; Gobernación, Antonio Maura; Estado,
Buenaventura Abarzuza; Gracia y Justicia, Eduardo Dato; Hacienda. Raimundo
Fernández Villaverde; Guerra, Arsenio Linares; Marina, Joaquín Sánchez de Toca;
Instrucción, Manuel Allende Salazar; Agricultura, Marqués de Vadillo.
GUERRA
SOCIAL
Con el
eufemismo de “cuestión social”, se refieren las crónicas del momento a la
Guerra social, que, terminada con el desastre cubano y filipino la
internacional, será ya el desastre interior en crescendo constante, hasta
culminar, sólo en treinta y seis años, en el mayor que sufriera España en toda
su Historia nacional.
Esta
dimensión de la Historia de España que es la Guerra Social está por incorporar
a sus páginas. Ese silencio histórico, que sólo se rompe breve y
episódicamente, cuando se da una batalla o una Revolución espectacular, con su
aparato de incendios, barricadas y choques de masas en campos y ciudades, crea
en el país y en políticos e intelectuales una mentalidad sobre la Guerra Social
muy similar a la existente sobre los terremotos y los meteoros atmosféricos;
mentalidad catastrófica, de algo inevitable, cual si se debiera en absoluto a
las fuerzas indomables, extrañas e ignoradas de la naturaleza.
No hay para
nadie organización y conspiración, ni dirigentes y dirigidos, ni plan, técnica,
táctica y fin..., tampoco hay nada de todo eso ni siquiera para los patriotas,
demasiados ingenuos. Pero no podemos creer que todo eso se ocultase a los
cómplices y beneficiados de la Guerra Social, que tantas veces y durante tanto
tiempo fueron los dueños del Poder.
No era
posible que pasase desapercibido cuanto sucedía en el área de la Guerra Social.
El año 1901, meses antes de la Coronación, se ha celebrado en Londres un
Congreso anarquista, encuadrado por otros dos de la Masonería, celebrados allí
también en 1900 y 1902.
En el
Congreso anarquista se discuten dos tendencias, la del terrorismo individual y
la revolucionaria de masas, utilizando la huelga general. En realidad, el
choque de ambas tendencias es puramente académico, pues, como la realidad
mostrará, se simultaneará la huelga general revolucionaria y la parcial con el
regicidio, magnicidio, atentado personal y expropiación (atraco).
Quién
asimilará, pondrá en práctica la doble táctica y cumplirá, los acuerdos del
Congreso Anarquista de Londres en España será Francisco Ferrer Guardia, esta
siniestra figura de la Masonería y del Anarquismo internacional. No en vano
hemos encuadrado el Congreso Anarquista de 1901 entre los Congresos de la
Masonería de 1900 y 1902.
Bajo la
égida del anarco-masón Ferrer, las fuerzas más exaltadas, de la Revolución, las
anárquicas-comunistas, no se debe olvidar, serán lanzadas a movimientos
revolucionarios de amplitud y violencia sin igual en la Europa occidental y
sólo pares con los habidos en la Rusia de los zares; llegando pronto los grupos
anarquistas a crear y dominar una organización obrera, que se llamará luego
Confederación Nacional del Trabajo, sin par en el mundo por sus efectivos,
riqueza y extremismo revolucionario, teórico y práctico.
Esta es la
realidad más tremenda que deberá enfrentar el Reinado. Pues bien; ahí está la
Historia de España, las crónicas, las declaraciones oficiales, los discursos
parlamentarios, todo el orbe político del Reinado, sin más política ni más
solución, decenio tras decenio, que halagos demagógicos verbales de la
izquierda dinástica, alianza de la oposición republicana, tímidos e insinceros
ensayos de “política social” de los conservadores y la realidad permanente de
recurrir a los mauser de la Guardia Civil y del
Ejército, y tarde, para buscar la “solución” en cuanto la Revolución estalla.
Revolución
en amenaza permanente, con asaltos de masas frecuentes y salpicados los
paréntesis de “paz” por el estallido repentino de la bomba terrorista, por el
asesinato personal, por el magnífico y el regicidio..., todo producto de la
complicidad gubernamental, compuesta, mitad por mitad, de halago e impunidad.
Sólo unas
breves notas relativas a la organización y desarrollo de la Guerra Social.
El Reinado
empezará con Barcelona en estado de guerra, pues la autoridad civil deberá
resignar el mando en la militar con motivo de una huelga general en la ciudad
condal.
Los ensayos
históricos relativos a la Guerra Social del período nos hacen creer que no
existía entonces “mando nacional” para las distintas organizaciones locales
obreras, y aluden a distintos intentos anarquistas para establecerlo.
Nosotros no
podemos ni debemos admitir ese concepto; ni siquiera podemos afirmar que
hubiera intención verdadera en aquellos momentos de crear la unificación y
dirección en forma “legal”; entiéndase, “legal” dentro de las fuerzas
revolucionarias sindicales, no “legal” gubernamentalmente hablando.
Y lo
decimos, porque la unidad, si no orgánica, la objetiva, la revolucionaria, ya
existía, como demostraron tantos episodios. Existía la dirección nacional, no
“legal”, pero sí real, asumida dictatorial y clandestinamente por los “grupos
anarquistas”, dueños por medio de sus individualidades de las juntas directivas
de las sociedades; obreras. Y estos “grupos anarquistas” jamás dejaron de tener
unidad nacional e internacional, perfectos enlaces y dirección unificada. En
este período, en el cual no disfrazaba el Anarquismo su naturaleza masónica
(carbonaria - comunera - burguesa - intelectualoide) la identificación del
mando masónico y anárquico era fácil por ser un hecho poco disimulado.
Hasta la guerra
europea de 1914-18, con el triunfo del bolchevismo marxista en Rusia, dado el
carácter “clasista”, “proletario”, que así se quiso dar, aún cuando por su
ascendencia y realidad fuera tan masónico-burguesa-intelectualoide como el
Anarquismo, éste no sintió la necesidad de disfrazarse ante las masas obreras
de tan “proletario” como lo hemos conocido en los dos últimos decenios del Reinado.
El mismo fenómeno proletarizante del mando, aunque menos acentuado, se da en el
Socialismo de la II Internacional.
El fenómeno,
enunciado tan lacónicamente, deberá ser tenido en cuenta por nuestros lectores
durante toda la obra, para no despistarse con los disfraces proletarios de
nuestros masones.
Siendo así
la realidad en aquellos tiempos, existiendo ya la “dictadura” irresponsable,
clandestina, e invisible para la masa, del Anarquismo—de la Masonería en
realidad—las “formas” de organización, unificación y dirección “legal”,
“democrática”, de las sociedades obreras no convenía de momento. La debilidad
numérica del proletariado sindicado imponía oportunismo y alianzas frecuentes
con la izquierda burguesa masónica, gubernamental o no, y la existencia “legal”
de una organización nacional, con la correspondiente dirección peninsular,
hubiera impuesto hallar a cada momento un motivo, un pretexto, “de clase” para
movilizar nacional o localmente las masas obreras, por muy copados que hubieran
tenido los anarquistas los mandos sindicales. En una palabra, más o menos,
hubieran debido los anarquistas respetar, siquiera en apariencia, la
“democracia de clase,” la “democracia obrera”, y esto era un obstáculo para,
los “plenos poderes” de que debía gozar su mando masónico, anónimo, dictatorial
e irresponsable, si quería tener la agilidad que imponía su colusión
revolucionaria con los jefes gubernamentales y republicanos de las fuerzas
burguesas.
De ahí que
no veamos a las figuras principales y de más influencia dedicadas a la tarea de
crear la unificación y dirección nacional -obrera. ¿Para qué —dirían— si ya
existe y es nuestra?
Tomando los
textos de fuentes anarquistas, aportamos los siguientes:
“Es entonces
solamente cuando, por diferentes iniciativas, en Haro (diciembre de 1899), Manlléu (enero de 1900) y Jerez fue comenzada una
reorganización sindical, iniciada por el Congreso de Madrid de octubre de 1900,
que fundó la Federación de Trabajadores de la Región Española, continuando así
la obra del Pacto de Unión y Solidaridad, organización, que si había
continuado, al menos dislocada y muy débil, con un nuevo ímpetu, contando
52.000 miembros aproximadamente en su comienzo y que publicó un manifiesto de
contenido anarquista.
“Esta
Federación de 1900 se ha extinguido como organismo federado en 1905 y 1906, sin
que tales desapariciones del aparato federal quiera decir en España que las
partes componentes, las secciones o sindicatos se hayan desintegrado. En ese
caso particular, simplemente, una comisión situada en Barcelona, en Sevilla, en
La Coruña acaba por perder el contacto con los sindicatos. Una nueva iniciativa
partió de esas 40 ó 50 secciones o sindicatos de
Barcelona, que bajo el nombre de Solidaridad Obrera, dieron un nuevo impulso a
su federación, reuniendo los sindicatos de Cataluña y avanzando hacia una
federación, nacional”.
“Los
periódicos y revistas que aparecen en los comienzos del presente siglo, son
numerosos en toda España. Los Congresos obreros se suceden, también de manera
halagadora. Las huelgas generales cuya iniciación comienza con la de 1890 en
Barcelona, se repiten ya en la capital de Cataluña en 1902, y, luego en otras
regiones, Zaragoza, Valencia, Vizcaya, etc.
En junio de
1903, celébrase, en Barcelona, un Congreso de los metalúrgicos
españoles.
Y del 5 al
12 de diciembre del mismo año, también en Barcelona, el cuarto Congreso
internacional de los Empleados de ferrocarriles.
El 6, 7 y 8
de septiembre, el Congreso Nacional de Campesinos.
En 1902 dio
el proletariado español una vigorosa muestra de su energía y de su virilidad,
declarando en Barcelona la gran huelga general, que dio un serio disgusto a la
burguesía y evidenció que los trabajadores saben imponerse cuando es preciso y
no escatiman los esfuerzos cuando se trata de su emancipación.
La efectiva
actuación de los sindicatos españoles agrupados data solamente del año 1904.
Téngase en cuenta el corto intervalo que media entre esa fecha y el movimiento
actual, añádase a ello una interminable serie de graves acontecimientos,
siempre obstaculizadores de la organización obrera, y se comprenderá acto
continuo la imposibilidad de hacerla bien sólida y de haber llevado a cabo una
labor inmensa de propaganda y de lucha, por lo que, a su vez, dificulta o priva
de realizar una extensa descripción.
En 1904, los
sindicatos obreros existentes en Barcelona agrupándose constituyendo una
Federación Local, que se Solidaridad Obrera; su finalidad era la misma del
sindicalismo moderno, lo que perseguía también la antigua Internacional. Al
mismo tiempo, emprendió aquella Federación la tarea de publicar un semanario
que fuese el portavoz de las aspiraciones de la misma, encabezado con el mismo
titulo del organismo”
Sólo una
breve ilustración ya.
Con el
eufemismo de la “cuestión social”, se hurta en la Historia de España lo que ha
sido siempre una Guerra Social. Y es muy extraño; el escritor burgués sufre de
un gran servilismo mental en la exposición de ideas; por tanto, al usar
nombres, acepta, sin más, cuantas formas ideológicas y, sobre todo verbales, inventa
el Marxismo y el Anarquismo para presentar sus concepciones y sus hechos. Pero
este servilismo tan sólo tiene realidad cuando la exposición o el nombre
aceptado disminuye la idea de peligrosidad y daño en lo definido o nombrado. En
prueba tenemos este nombre, “Guerra Social”, usado en textos y discursos, en
toda ocasión, por el Marxismo y el Anarquismo, tratando de dar idea de su
grandiosa dimensión. Naturalmente, tal nombre sólo llega directamente a los
militantes marxistas y anarquistas, pues los jefes y propagandistas muy
raramente tienen ocasión de contacto con las masas burguesas o neutras; sus
palabras les llegan a estas masas a través del escritor y periodista de su
clase; pero, a través de estos intermediarios, la Guerra Social, con toda la
noción y gravedad que tal nombre pudiera suscitar, desaparece, la escamotean y
la cambian, quedando representada por esa tan inocua frase de “cuestión
social”.
¿Por qué
será?... Podríamos dejar en pie la interrogación; si sólo nos guiase un afán de
disquisición, dejaríamos ahí registrado el fenómeno simplemente, para conseguir
apuntarnos el descubrimiento, por la mera vanidad. Pero no dicte ese pueril o
bajo sentimiento esta obra, y trataremos de responder.
La Guerra
Social—“cuestión social”—no es algo que se da esporádica e inesperadamente en
el siglo XIX, aún cuando en el siglo precedente adquiera ya grandes dimensiones
y las fuerzas necesarias para dar sus primeras grandes batallas. La Guerra
Social, como cuanto de trascendencia tiene vida en la Historia, carece de
solución de continuidad, porque, si trascedente algo es, ha de poseer un
vínculo natural, y, por natural, permanente con la naturaleza de los hombres y
las cosas. Así la Guerra Social.
Veámoslo: -
“Ven la luz Salud
y Fuerza, Tierra y Libertad —que desaparecida en Madrid, por los
embates y las persecuciones de la reacción, reaparece en Barcelona— y
Solidaridad Obrera; las tres publicaciones en la capital de Cataluña; y Nueva
Humanidad, en Valencia; La voz de Cantero, en Madrid —a más de la Revista
Blanca, cuyas colecciones de los 1902 a 1904 conservo—; Juventud
Libertaria, en Zaragoza; Verdad, en Sevilla; Tribuna Libre,
en Gijón; El Trabajo, en Sabadell; La Voz del Pueblo, en Tarrasa; La Voz del Obrero y El Corsario, en La Coruña y Villafranca, y Luz
y Vida, Acción, Cultura, El Rebelde y Progeso y Cultura, en otras localidades”
Esa lista es
incompleta, pues ese gran luchador, investigador y gran escritor, Eduardo Comín
Colomer, agrega para esas fechas “Nuevo Espartaco”, “El Libertario”, “El Nuevo
Malthusiano”, “El Libre Curso”, “Salud y Fuerza”, “La Guerra Social” y “Buena
Semilla”.
Y,
naturalmente, preguntamos: “¿Qué partido político de ricos puede presentar una
lista de periódicos tan grande como esa?, y debemos hacer constar que todas las
publicaciones mencionadas son anarquistas; no hay ni una republicana que, por
lo general, tenían abiertas sus columnas para las plumas y las propagandas
ácratas.
Y si en
cuanto a número de publicaciones no pueden competir las adineradas “derechas”
con el “proletario” anarquismo, ¿qué decir si comparamos el vigor y entusiasmo
desplegado por la prensa de uno y otro bando?
Desde luego,
aunque la burguesía lo haya creído siempre, en política no suelen suceder las
cosas por milagro. No estallaban las bombas, caían hombres asesinados, se
declaraban huelgas y ocurrían motines y asaltos revolucionarios por arte de
magia. Si los burgueses hubieran sido capaces de contar siquiera el número de
las revistas anarquistas, podrían haber empezado a explicarse algo.
PROGRAMA DEL
GOBIERNO CONSERVADOR
El día 11 de
diciembre se celebra el primer Consejo bajo la presidencia de S. M., y en él
expone el señor Silvela el programa del nuevo gobierno. He aquí sus aspectos
más esenciales, dados en la correspondiente nota oficiosa, en la cuál nos
limitamos a subrayar lo que merece nuestro comentario.
“Hay unas
cuantas cuestiones que agitan más las pasiones y que constituirán lo esencial
de nuestra labor, siendo tremendas para un país debilitado aún por tantas
desdichas históricas, debiendo V. M. fijar en ello su pensamiento para caminar
en la compenetración indispensable entre el Trono y el Gobierno, sabiendo a
dónde vamos y con qué medios y por qué procedimientos debemos ir. Sucesivamente
iremos exponiendo a V. M. reformas y problemas de detalle; hoy me limitaré a lo
más capital, a lo que es como el espíritu de nuestra existencia, con lo cual
viviremos o sucumbiremos si no acertamos o no hallamos el apoyo preciso, firme,
continuado, que ellos exigen. Necesitamos restablecer los excedentes de nuestro
presupuesto gravemente comprometido en año y medio de inatención a tan fundamental
extremo, porque ellos son la base del crédito, porque es el que nosotros
tenemos que cuidar más que otros pueblos, puesto que tenemos peor historia que
ellos y porque esos excedentes son la base del Ejército, la Marina y las obras
públicas; y por eso hay que perfeccionar la tributación actual, que tan
admirable resultado produce y completando, ahorrando; el problema del alcohol,
que en otras Haciendas es recurso más valioso que cualquiera de nuestros
tributos Indirectos.
Vamos a
reformar radicalmente nuestra Administración local, que es para parte de España
una de nuestras mayores esperanzas y secuela funesta de todas las corrupciones
políticas e infección de sangre, causa de nuestra inferioridad en el ejercicio
del gobierno del pueblo por el pueblo, única base sólida de la constitución
fundamental del país.
Este ha sido
el principal motivo y razón de mi unión con el Señor Maura y sus amigos, con el
que coincidamos en otros puntos de vista que para mí son secundarios al tenor
de ése.
Éramos una
esperanza. La realidad, en la medida de lo posible, la haremos a costa de toda
clase de sacrificios, o caeremos vencidos para no levantarnos más.
Estableceremos
el servicio general obligatorio sin redención a metálico, solución
indispensable a una necesidad social, a un derecho sagrado de las clases
pobres.
Reconstituiremos
las bases de una organización militar con espíritu de continuidad y permanencia
con los .Estados Mayores centrales del Ejército y la Armada.
Cerraremos
ahora el período de anarquía y de orientaciones contradictorias que por culpa
de todos hemos creado en la enseñanza, aplicándonos a extender la primera con
empeño, y dejando para otra legislativa la secundaria y superior sobre las
bases de libertad establecidas en la Constitución legalmente interpretada por
los que no hemos renegado de esa libertad, como tampoco de las de asociación y
reunión, esto es, autorizando en la investigación y en la ciencia la libertad
para la verdad y para el bien, que es para nosotros la verdad católica y la
moral cristiana; pero respetando la libertad para di error, porque no seria yo
liberal si no tuviera una fe arraigada de la victoria con armas iguales, que es
para la verdad y para el bien en la armonía moral del mundo, que permite la
vida de las sociedades humanas y que hace del hombre un instrumento y una causa
segunda que actúa en el mundo realizando una misión supernatural. Esta obra no
se va a realizar por un partido, a la usanza antigua, sino por una conjunción
de fuerzas unidas por un pensamiento común, que es su alma, y que vivirá
mientras esa alma no nos abandone, y todo lo que ante V. M. y ante las Cortes
presente uno de nosotros, después de deliberado maduramente, será obra de la
voluntad y del honor de todos”
Seremos
breves; no tiene demasiada complicación ideológica ni política el programa del
Partido liberal-conservador. Es el programa de la Revolución... para mañana.
Como vemos,
llaman “tremendas” a unas cuantas cuestiones y llaman “desdichas” las acaecidas
a España... en la palabra está contenida toda la impunidad para los autores de
los desastres nacionales, pues la palabra “desdicha” envuelve idea de lo
impersonal, fatal e irreparable. Y no es interpretación arbitraria; en el
programa no hay ni alusión a responsabilidad políticas ni militares. ¿Cómo aludirlas
siquiera? En el ministerio está Maura, que acaba de llegar al Partido
Conservador desde el Liberal, más aún, de la tertulia más intima de Sagasta, y
por ahí anda la fotografía de los calificados de Íntimos del Gran Maestre, en
la cual figuran: Gamazo, hermano político de Maura, el marqués de Hazas, León y
Llerena, Avilés, Maura y Sánchez Guerra.
Como
gráficamente se ve, ahí, en la intimidad del h... Paz están los que
serán “pilares” del Partido Liberal-Conservador, “muralla” contra la Revolución.
Está Sánchez Guerra, el “puntillero” de la Monarquía. Si se quiere y no se
tiene miedo, en Historia todo se explica.
Volvamos al
programa. Veamos cuáles son las “cuestiones tremendas”.
“...hoy me
limitaré a lo más capital, a lo que es como el espíritu de nuestra
existencia... Necesitamos restablecer los excedentes de nuestro presupuesto...”
¡El
dinero!... ¡El dinero!... “Espíritu de su existencia”.
Ahora, el
pretexto patriótico a continuación:
“porque esos
excedentes son la base del Ejército, la Marina y las obras públicas...”
Ya veremos
qué se hace; ya veremos cómo es mero pretexto. “Vamos a reformar radicalmente
nuestra Administración local”... “Causa de nuestra inferioridad en el ejercicio
del gobierno del pueblo por el pueblo...”
¡Democracia!...
esta es la segunda “tremenda cuestión”.
El dinero y
la democracia, confesará Silvela, “ha sido el principal motivo y razón de mi
unión con el señor Maura y sus amigos, con el que coincidíamos en otros puntos
de vista, que para mí son secundarios al tenor de éste”.
Veamos los
no “tremendos”, los motivos secundarios:
“Estableceremos
el servicio general obligatorio sin redención a metálico, solución
indispensable a una necesidad social, a un derecho sagrado de las clases
pobres.”
Esto es
perfecto; perfecto desde un punto de vista puramente demagógico y
revolucionario. La pura demagogia, la eficaz y fina, es aquella que levanta en
su estandarte una frase dogmática e indiscutida. Las consagradas han sido
siempre las del famoso dilema de la masonería.
Se refina lo
demagógico y su éxito es más seguro cuando los lemas masónicos son alzados por
hombres y fuerzas que no son tenidos por obedientes a la Secta, sea verdad o
no, y sobre todo, sin son hombres y partidos que se titulan, y hasta creen ser
ellos, y también lo creen los ajenos, enemigos de la Revolución.
Así, en la
cuestión del servicio militar obligatorio, donde se evoca el sagrado dogma de
la “Igualdad” y lo evocan los hombres y el partido del privilegio, se moviliza
una fuerza en su favor, que será incontrastable, pues ya no tendrá oposición.
No
asombrarse. Con toda nuestra insignificancia, nos vamos a pronunciar contra ese
dogma de la “Igualdad”. Y conste, por si alguien piensa mal, creyéndonos un
privilegiado, que el autor ha sido soldado de segunda clase durante tres años,
en campaña, en África... y quien haya estado allí antes de la pacificación, y
como soldado, podrá darse una idea de nuestra “autoridad” para pronunciarnos
contra la “Igualdad” militar proclamada por el Partido Conservador.
Una
experiencia, fruto de la observación: El ritmo y proporción de la Revolución ha
estado en razón directa del número de reemplazos que han pasado por el servicio
militar obligatorio. El hecho nos indujo a inducid una relación de causa con
efecto entre el servicio militar obligatorio y Revolución. Creemos sentada la
inducción en base lógica correcta, pero necesitada de prueba, por lo cual,
durante largos años, tratamos de formularla.
La
Revolución española, como todas, ha sido hecha por la mayoría de una clase, la
llamada clase burguesa. La palabra no define bien el significado, y debe
precisarse: Clase burguesa, en cuanto a su estado económico; clase con cierto
grado elevado, en cuanto a su estado , Intelectual. Ambos factores determinan
un tipo de hombre con mayor sensibilidad y mayor capacidad reactiva que la masa
obrera y campesina.
Con sólo la
formación cultural y patriótica dada entonces en los centros docentes de media
y alta instrucción—cultura toda liberal, de predisposición, incapaz de crear
defensas intelectuales y sentimentales—, ese tipo humano burgués-intelectual
era sumergido de repente en la masa militar, con trato de igualdad.
El Ejército
español ha estado siempre sometido a la más extrema pobreza; basta con examinar
la cantidad asignada como “haber” para sostener al soldado. Y no sólo al
soldado: recordemos el revuelo del Decreto de Weyler prohibiendo el casamiento
a los oficiales que no tuviesen ingresos sobre su sueldo que, sumados a él, llegasen
a la cifra de la paga de capitán: el oficial ganaba 150 pesetas, menos
descuentos.
Dada esta
situación, las “clases”, en su mayoría, se nutrían de “reenganchados”, de
“voluntarios”, los más de ellos inadaptados, incultos, de nivel moral e
intelectual muy por bajo del cupo de reclutas con cultura, con carrera o
estudiantes próximos a tenerla, que ingresó en filas el “servicio militar
obligatorio”.
Esta era la
situación, que podría inspirar, e inspiró, tan jocosas “situaciones”
sainetescas para la “cuarta” de Apolo, donde las gozó y rió toda nuestra política, toda nuestra prensa, y toda la panzuda burguesía.
La
“igualdad” instaurada por el servicio militar obligatorio, igualdad impuesta a
los desiguales en cultura y sensibilidad, en holocausto a la Igualdad masónica
(con versal), fue para España una tragedia: la tragedia de la Revolución.
La pobreza,
rayando en la miseria; el trato de cabos y sargentos; aquella desmoralizadora
campaña marroquí—hambre, piojos, paludismo, sarna—, sin ocasión para el soldado
español de combatir, de dar la nota heroica a campo descubierto, como Regulares
o Tercios, dedicado a guarnecer posiciones, convoyes y aguadas; sin saber la
razón, sin verle fin, viéndose el español inferior de hecho, como hombre, como
nación, como Ejército, a unas míseras cabilas; al parecer, invencibles durante
quinquenios y quinquenios.
En esta
situación dada se instauró el servicio militar obligatorio, la “vieja
aspiración” del partido liberal-conservador.
Y ¿qué
sucedió? Que la clase con cultura y sensibilidad se rebeló. Se rebeló y
fue a engrosar la masa izquierdista en una gran mayoría: se pasó a la Izquierda
todo aquel a quien una formación religiosa muy firme no le hizo superar el
“choque” del servicio militar obligatorio. Por experiencia personal sabemos
bien el sobrehumano esfuerzo que era necesario para superar aquella prueba... y
no lanzarse de cabeza hasta en la anarquía.
¿Con razón?
¡Ah! No; no hay razón jamás para la traición, y traición a la Patria era
sumarse a la Revolución; y además de traición era estupidez, porque los
burgueses de cultura, al pasarse a la Revolución, se pasaban a los culpables
del servicio militar obligatorio; porque si el partido liberal-conservador lo
inscribía en su programa sólo era, sin mirar más, por agradar a las izquierdas,
único afán y único placer de toda su política.
Unamos a
esta “situación temporal” la permanente, determinada por la psicología del
hombre español. El español es el peor soldado; acaso por eso sea el mejor
guerrero. El español va por la fuerza y llorando al cuartel, y va voluntario y
cantando a la guerra.
Pondérese
tan formidable realidad histórica, súmese a la circunstancia, y se hallará la
explicación—no razón—de que el hombre con cultura y sensibilidad, que pasó por
el servicio militar obligatorio, se rebelara y fuera él quien le diera el
triunfo a la Revolución de 1931.
Explicación,
cuidado con la consonancia; no razón. Hasta este momento tan sólo hemos
analizado y expuesto. Sépase.
Y,
conociendo bien a nuestros críticos, permítasenos unas líneas más. No somos
adversarios del servicio militar obligatorio, de la igualdad en el honor de ser
soldado de la Patria...; pero rechazamos esa igualdad, a la cual son sometidos
los desiguales, por ser la mayor y más inicua desigualdad. Ni el comunismo más
extremo se atreve a practicar ése tipo de “igualdad”.
Nuestros
políticos liberal-conservadores, más Igualitarios que los comunistas, proclaman
la igualdad con omisión del hombre a quien tratan de aplicarla.
La política
es un arte, un arte de las realidades, y dada la realidad española y la del
Ejército de entonces, era una monstruosidad, no sólo filosófica y humana, sino
también práctica, el tratar de instaurar el servicio militar obligatorio.
No debía ser
discriminado, tratado y empleado el recluta según su situación económica,
cierto; pero lo debía ser según su calidad cultural y psicológica. El hombre
con cultura, sensibilidad, moral y dignidad debía ser en el Ejército un
caballero; por tanto, un caballero oficial. Ello, hasta desde un punto de vista
técnico, de mera eficiencia militar, era lo científicamente imperativo. La
formación de una reserva de oficiales, convirtiendo en tales a los hombres de
carrera, ya era una realidad europea, en consonancia con la necesidad ingente
de oficiales para mandar a la “nación en armas”, que es todo Ejército moderno;
ingente masa de oficiales—que ni la más rica economía permite sostener como
profesionales—impuesta por la creciente complicación técnico-mecánica de las
armas. Y, sobre todo, por el desproporcionado sacrificio de vidas de oficiales
impuesto por la guerra moderna.
Para no
decir más, el servicio militar obligatorio es una catástrofe moral, es la
Revolución a equis años fecha, si no existe lo que hoy conocemos en España por
primera vez, y que se llama “Milicia Universitaria”.
Si algo vale
un elogio de quien jamás aduló a nadie, y menos al Poder, diremos que hacer
caballeros oficiales del Ejército español a quien ya es caballero por su moral,
cultura y educación, es lo más eficaz que se puede oponer a la Revolución. Y
que conste: para nosotros, ése es todo un elogio.
Mas... ¿qué
podían saber de todo eso aquellas inteligencias liberal-conservadoras, cuya
obsesión era tratar de halagar a los hombres, de la Revolución? Creemos que si
no hubieran tenido tanta prisa los “revolucionarios oficiales”, los
conservadores hubieran tratado de; evitar la Revolución haciéndola ellos
triunfar...
Aquello de
la “Revolución desde arriba” era, desde luego, algo, más que una frase
literaria.
Y ya sólo un
punto más del programa liberal-conservador.
“Cerraremos
ahora el período de anarquía y de orientaciones contradictorias en la
enseñanza, autorizando en la investigación y en la ciencia la libertad para la
verdad y para el bien, que es para nosotros la verdad católica y la moral
cristiana...”
Una vela a
Dios.
"...
pero respetaremos la libertad para el error...”
Y otra vela
al diablo.
Esto es
inmenso. Se diría que no es un programa político del partido más distinguido y
serio de la nación, sino escarceo filosófico barato, muy barato, en la rebotica
de un villorrio.
Porque no se
trata de un error académico; no se trata de la barba de Wamba, de si hay
oxígeno en Marte o de la data de un ánfora etrusca o maya. Se trata del error
político, llamando “error” a la traición, al crimen, al magnicidio, a la
Revolución, a la esclavitud de la nación a Un Estado extranjero.
Y a ese
crimen de lesa Patria, llamado con un eufemismo atroz error, el partido
liberal-conservador quiere darle “armas iguales” que a la defensa de la
existencia e independencia de la nación.
Y esto,
repetimos, el partido conservador; aquel Gobierno formado por el partido en el
primer año del reinado, en el cual se hallaban—lo reconocemos—los hombres más
honestos, inteligentes y honrados de cuantos han gobernado a España en este
siglo dentro del régimen parlamentario.
Vista esa
mentalidad en los “hombres de orden”, en las fuerzas donde se decía radicaba la
reserva contra la Revolución..., ¡qué podía hacer el joven Rey? Extraño, muy
extraño es que tardase tres decenios en triunfar y no fuera dueña de España en
el primero.
ALGO QUEDABA
TRAS EL ESTUPENDO PROGRAMA LIBERAL-CONSERVADOR
Acaso, al
nosotros esculpir la palabra traición, al hablar de crimen de lesa Patria, en
oposición al académico programa del partido liberal-conservador, nuestro lector
haya creído que incurríamos en exageración y que usábamos de un léxico
demagógico.
Si así
supuso, nuestro lector ha padecido un error, pues hemos pecado de parcos de
nuestra calificación.
Vamos a
pasar a la política internacional de España, de la cual no habla el programa
liberal-conservador, y muy poco, poquísimo, las Historias “oficiales”,
“académicas” y “textuales”, y con estos términos, para entera claridad,
señalamos a los monumentales que “hacen autoridad”, a las escritas por
académicos de la Academia de la Historia y a las que sirven de texto en
Institutos y Universidades, formando la mentalidad histórica y patriótica de
nuestra juventud intelectual.
Lo que pasó
antes, de la crisis, en la crisis y después de la crisis sí que merecía el
adjetivo de “tremendo”, usado en el programa para calificar cosas tan baladíes.
Se decidió
por este tiempo si España, derrotada en el 98, podría adquirir perspectiva para
volver, a ser algo en Europa. En estos dos primeros años del siglo XX se
presentó a nuestra Patria la oportunidad de recobrar algo tan importante que,
sumado a su valor estratégico—valor siempre de primera potencia—, podía darle
rango y gravitación en la política internacional, muy superior al de su demografía,
economía y fuerzas militares.
Fue una
oportunidad única, que a España no se le presentaría de nuevo jamás, que no fue
aceptada y aprovechada por el chantaje de Inglaterra, y al cual obedecieron
unánimes liberales y conservadores.
De tal
vergüenza no se salva ninguno de los dos partidos que monopolizaban el Poder en
el reinado.
La
oportunidad fue Marruecos. La cuestión marroquí es tan decisiva para el reinado
del último Borbón, que merecerá de nosotros un estudio especial dentro de esta
Historia. Según estimamos, los problemas extraordinarios deben ser abarcados en
toda su profundidad y trascendencia y en su total volumen, sin diluirlos en la
cronología, sin mezclarlos con lo anecdótico y diario; porque sólo así,
aislados, limpios de la broza, pueden mostrar sus verdaderas dimensiones y se
pueden ver a los hombres que intervinieron en ellos con su acción, sin solución
de continuidad en la objetividad, sin que otros hechos ajenos, leves y
ordinarios distraigan el razonamiento del lector, induciéndole a creer que los
políticos obraron con razón y naturalidad al perderse dentro del jaral
anecdótico el eslabón de unión entre razón, causa y efecto.
Por lo
expuesto, tan sólo haremos una lacónica mención aquí de los hechos, quedando
para el capítulo “Marruecos” el tema con toda su dimensión y acusación.
La coyuntura
internacional es el choque de intereses africanos entre Francia e Inglaterra,
culminando en Fashoda.
Desde hacía
muchos años no se había dado en España tal situación internacional. Por primera
vez desde Napoleón I, Francia e Inglaterra se hallaban en dura oposición. Como
es evidente, se trataba de las dos únicas primeras potencias tangenciales con
España—Gibraltar y Pirineos—; por tanto, de sus dos permanentes antagonistas.
No enfrentadas ambas, y dada nuestra inferioridad y nuestra carencia de
alianzas centro-europeas, tan sólo nos cabía una resignación vigilante; pero,
ya enfrentadas, y por tanto neutralizándose, la política internacional española
podía y debía ser dinámica.
Debió
comprenderlo así León y Castillo, nuestro embajador en París, cuando arrastró a
todo un Sagasta y a todo un Moret, anglófilos hasta el servilismo, a una
negociación con Francia sobre Marruecos. Negociación que, a pesar de las
dilaciones de Madrid, llegó a un completo acuerdo. Por él se le asignaban a
España más de las dos terceras partes del Imperio marroquí, estando enclavados
en ella, aparte de Yebala, Rif y Guelaya,
los territorios más ricos, poblados y pacíficos y, naturalmente, Tánger.
El acuerdo
hispano-francés estaba listo para ser firmado al empezar el último trimestre de
1903; pero Sagasta deja pasar un mes y otro mes, a pesar de las instancias y
urgencias de Francia, y cuando ya no puede aplazar la firma un día más, dimite,
para entregar el Poder al partido liberal-conservador.
Sagasta,
después del 98, no tuvo ya valor para rechazar las ofertas de Francia. Entabló
la negociación con la reserva mental de “sabotearla; porque ¿cómo podía el
Gran Maestre dar un nuevo Imperio a España, siendo él mismo quien más hizo para
que perdiera los últimos restos del antiguo?
Ahora bien,
la operación de sabotaje no era técnicamente fácil; romper las negociaciones
con Francia, despreciar las ventajas del Tratado, era un arma tan peligrosa en
manos de cualquier adversario político, que hubiera matado al partido liberal.
Con el secreto no se podía contar, pues si en el interior podía disponer
Sagasta de medios para imponer a muchos el silencio, en el exterior, en
Francia, seria imposible imponerlo.
De ahí las
dilaciones, el no firmar durante tres meses, hasta llegar a la convenida
crisis.
Deberá
tenerse muy en cuenta que Silvela, jefe del partido liberal-conservador en
aquella fecha, fue informado de las negociaciones y acuerdos, aprobándolos con
entusiasmo.
Pero, ya en
el Poder, sigue con las mismas dilaciones sagastinas,
hasta llegar a negarse a firmar. Es lo que Sagasta pretendía que se hiciera,
pero no haciéndolo él; porque, asumida la responsabilidad por los
conservadores, “insospechables” de falta de patriotismo, era para ellos mucho
menos peligrosa la ruptura del Tratado, y principalmente absolvía en absoluto
al partido liberal de toda culpa. Es más; hasta tímidamente, por insinuación,
podría recabar para sí el “honor” de haber llevado a cabo la negociación y el
concierto del Tratado, asignándose así un título para su patriotismo, tan
maltrecho y sospechoso después del 98.
Pero ¿qué
había pasado?
Sencillamente,
que Inglaterra dictó a los Gobiernos españoles que no se firmase el Tratado,
haciéndoles renunciar a lo que pudo ser para España el principio de su
resucitar.
Y lo dictó
Inglaterra con las más tremendas amenazas de ataques navales a nuestras
posiciones insulares, Canarias y Baleares, y hasta nos amenazó con invasiones.
De todo hay
prueba y testimonio, que se incluirán en el debido momento.
Aquí sólo
unas palabras de Maura:
“Respecto al
proyecto de Tratado con Francia, de 1902, a que se refiere el Duque de
Almodóvar, diré que una de las ocasiones en que la Providencia ha mostrado su
amor a España fue al impedir que se firmaran aquellas negociaciones. Y añadiré
que si yo, por desventura mía, las hubiera suscrito, nunca más hubiera
conciliado el sueño en el resto de mi vida”.
Lo que a
Maura no le hubiera permitido conciliar el sueño durante el resto de su vida
eran las amenazas de Inglaterra, como ya se verá luego, aun cuando sus palabras
ya son bastante claras.
Si la
amenaza de Inglaterra infundía tanto pánico a Maura, ¡cuánto no padecerían los
demás! Pero ¡qué cosa más extraña! Si Inglaterra sola, enfrentada con Francia,
inspiraba ese pánico tan atroz, ¿no debió inspirarlo mucho mayor el verlas
unidas por España al no firmar ella el Tratado hispano-francés sobre Marruecos?
Pero, de
momento, nada más relativo al asunto.
Sólo
destacar el impudor con que se pudo proclamar en pleno Parlamento, ante aquella
fiera nación que se alzara contra Napoleón, que España había perdido su
independencia para ser esclava de Albión.
En verdad,
el pueblo, el auténtico pueblo español, no se llegó a enterar de aquella
esclavitud tenebrosa, sutil, ejercida por Inglaterra a través de hombres, de
ministros, interpuestos.
¿Cómo verá
hoy el español a tantos figurones ministeriales, a pesar de sus grandes frases
y desplantes? ¿No verá sus casacas flamantes de ministros como libreas de viles
lacayos de Inglaterra?
MUERE
SAGASTA
El día 5 de
enero de 1903, a los pocos meses del reinado, muere Práxedes Mateo Sagasta, que
aún pudo ser en él, una vez más, Presidente del Consejo de Ministros, para
vergüenza y afrenta de España; porque un par de años después del desastre de
Santiago y Cavite vuelve a ser la figura máxima del Poder español el máximo
responsable del nefasto desastre nacional.
No
discutiremos aquí, ni entraremos en el terreno de la prueba, para decidir si
fue Sagasta traidor subjetivo, es decir, si el desastre fue organizado por él,
voluntaria y conscientemente, siendo así sujeto moral de traición, o lo fue
involuntaria e inconscientemente, siendo traidor objetivo, traidor por el
efecto que produjeron sus hechos.
No
corresponde al reinado, aun cuando lo prologue y determine fatalmente aquel
desastre del 98, final y culminación del permanente iniciado por el judío Juan
Álvarez de Mendizábal en 1820; por ello, no es posible aportar aquí los
elementos de juicio necesarios para decidir, sobre prueba plena, si el Gran
Maestre, Práxedes Mateo Sagasta, obediente como tal a la masonería de América,
fue traidor por propia voluntad o lo fue por engaño y torpeza en su obrar.
Resolver ese
dilema es cuestión que interesa mucho a las gentes; tanto, que a la mayoría le
importa más el saber si hubo intención o equivocación en el autor de un
desastre que les importa el desastre mismo.
En este
caso, les importará más averiguar si Sagasta fue un cripto-judío, como su
admirado Mendizábal, o, por lo menos, un gran masón, que organizó el asesinato
de miles de españoles, la destrucción de dos escuadras y la pérdida de nuestras
últimas colonias, o si ocurrió todo en virtud de sus errores. Si existió
voluntad criminal o sólo errores en cadena, les importa más a las gentes que
los desastres nacionales.
Estas mismas
personas no piensan igual cuando se trata de una desgracia privada. Si un
médico, por ejemplo, les mata a un hijo, madre u otra persona querida, lo
importante para ellas es que el médico le quitase la vida, y lo secundario es
si el doctor mató con intención o por error.
Para España
y para el historiador, lo importante y tremendo es el hecho de que se perdieran
vidas, barcos y colonias, fuera por traición voluntaria y racional o por
traición involuntaria. Lo que cuenta en Historia y en política es el efecto de
los hechos y, sobre todo, cuando el efecto es algo irreparable.
Por si le
puede ayudar a discurrir al lector sobre si el señor Mateo Sagasta causó los
desastres a España por sus “errores en cadena”, o si los organizó por ser un
cripto-judío y un masón traidor, le facilitamos un trozo de las declaraciones
de otro masón, furioso senador republicano y procesado por tomar parte en los
incendios de iglesias y conventos en la Semana Trágica, Sol y Ortega,
declaraciones hechas a El País en el mes de agosto, a raíz de los
acontecimientos, para propia disculpa:
—¿Y las
violaciones de sepulturas?—pregunta el periodista.
—Eso es otra
cosa. No es lo mismo desenterrar un cadáver que matar a una persona viva. Y en
los desenterramientos hay, más que crueldad, la persecución infantil del
misterio.
—Bien se
conoce—añadió el insigne repúblico—que se ignora la historia contemporánea. Los
que se espantan de eso han olvidado que, en 1835, se profanó en el Monasterio
de Poblet las tumbas de los Reyes de Aragón y Cataluña, y se jugó con sus
cráneos a la pelota, y se mecharon a bayonetazos las momias de algunos
soberanos, nobles y prelados. También se ha olvidado la actual generación de
otro hecho parecido y menos trágico, y eso que lo cuenta don Benito Pérez
Galdós en uno de los últimos Episodios Nacionales. Me refiero a la profanación
de la tumba de Carlos I de España y V de Alemania, en El Escorial, por Sagasta,
Moreno Benítez, Abascal y algunos otros progresistas de antaño y gobernantes
con la Restauración y la Regencia.”
Y como
gobernó Sagasta con Alfonso XIII, pudo añadir: ¿Profanaría Sagasta el sepulcro
del gran Emperador por haber salvado a Europa del protestantismo... o por mera
curiosidad infantil?...
Y le
preguntamos nosotros:
¿Rima la
profanación del sepulcro del penitente de Yuste con ser Sagasta traidor por
odio a España o con haber ocasionado el desastre por un mero error?
SEPARATISMO
Y GUERRA SOCIAL
Liquidado el
Imperio, terminada la guerra internacional, y cobrando de nuevo impulso la
social, surge con insospechado vigor el separatismo. No es mera coincidencia de
fechas. Al enemigo de España no le basta con la pérdida total del Imperio; su
fin es matar a nuestra Patria como nación, y nada mejor para lograrlo que los
españoles mismos destruyan su economía, realizando un sabotaje huelguístico
permanente, porque la economía es la base imprescindible de la potencia
militar. Tal es el fin asignado a la guerra social por las potencias europeas
enemigas, que la fomentan y dirigen a través de la Masonería española,
obediente a su mando internacional anglo-judío. A veces, para hechos
específicos y concretos, nos envían los espías profesionales de sus Servicios
secretos; y hasta policías franceses, con su carnet de la Seguridad, caen
detenidos en manos de sus colegas españoles mezclados con dinamiteros
anarquistas catalanes. Hay constancia en textos gubernamentales españoles, de
antiguo tan discretos y encubridores de las hazañas traicioneras de sus congéneres
de más allá de las fronteras. No fue necesario el triunfo del comunismo en
Rusia para que nuestra Patria sufriera la plaga de los espías internacionales;
muchos años, muchos siglos antes, nos llegaron desde otras naciones, enemigas
seculares, que cometieron verdaderas cadenas de crímenes contra España..., pero
siempre con absoluta impunidad; porque —¡oh, prodigio!— ni un espía extranjero
fue ahorcado, ni siquiera condenado a presidio durante siglo y medio.
¿Hay o no
derecho a creer en la existencia de cómplices y encubridores entre las más
altas jerarquías del Estado español monárquico?
No quisieron
ver nuestros gobernantes la guerra social en España, como continuación de la
guerra internacional por otros medios. Y no quisieron verla en función de
servicio al extranjero sobrándoles motivos y hechos elocuentes para
considerarla en tal función. No quisieron extraer la consecuencia de la
reiterada coincidencia entre los momentos más peligrosos de la campaña marroquí
con los más graves movimientos revolucionarios de carácter social. Y, menos
aún, quisieron ver así también los regicidios y magnicidios como ataques
directos a las vidas del Rey y de los gobernantes que se negaban a obedecer a
los dictados extranjeros y a sacrificar los intereses nacionales en beneficio
de esos Imperios enemigos.
Pero no
bastaba con el sabotaje a la economía nacional; no era suficiente aquel reguero
continuo de vidas patronales y obreras, sacrificadas en la lucha pistolera; ni
tampoco se saciaba el odio masónico-extranjero con que cayeran para siempre los
estadistas que intentaban reivindicar los derechos internacionales de España.
Todo esto,
al fin, podía crear una unidad nacional, al provocar la: unión del patriotismo
con el interés de clase personal. El instinto de conservación provocaría la
superación de otras diferencias accidentales en la clase amenazada en sus vidas
y haciendas. Y este- efecto indudable de la guerra social —un bien, la unidad,
extraído de tal mal— debía ser evitado.
Y, contra
esa posible Unidad, surge el separatismo; lo más contrario.
SEPARATISMO
Realmente
fue un invento del más peregrino ingenio el del separatismo, que obraría como
un sarcoma durante todo el último reinado.
Ningún otro
pretexto podía enfrentar entre sí a los pertenecientes a una clase cuyas ideas
religiosas, políticas y sociales, y hasta sus intereses materiales, creaban en
ella unidad fuerte y justificada.
Difícil es
la investigación, porque nadie nos precedió en ella; pero, acaso, no sea
imposible descubrir en el separatismo al siempre vivo cripto-judaísmo, desde el
cual se irradia con su más alta tensión el odio a España y a su Religión. Y no
un odio circunstancial, dirigido contra un régimen o un estado político dado.
No; es un odio mortal. No desea a España de una u otra manera; no la quiere
afecta ni desafecta. Simplemente, desea que no exista espiritual y físicamente.
Su aspiración última y verdadera sería un total genocidio del pueblo
español.
Francamente;
ahí, en la entraña del separatismo, en su más profundo estrato, hemos creído
hallar en su estado químicamente puro ese odio mortal del cripto-judío contra
la existencia moral y material de España.
Naturalmente,
a lo largo de esta obra, trataremos de identificad hasta donde sea posible a
esa minoría cripto-judía que ha conspirado sutilmente, sabiamente, para lograr
el genocidio español. Esto es lo importante y decisivo en el separatismo. Todo
el resto es meramente accidental.
¿Que se
buscaron y hallaron motivos en los hombres y en las políticas del Poder
central, que justamente podían provocar el enojo y disgusto, y hasta el odio,
en todo individuo racional? Eso es una evidencia absoluta.
¿Que un
vasco y un catalán debían desear y procurar que fueran arrastrados los
políticos de Madrid? Eso era tan lógico y merecido que nadie puede
reprochárselo.
Pero, si un
vasco y un catalán tenían derecho a desear el arrastre de los ministros de
Madrid, disfrutando de un nivel económico de vida relativamente superior al del
resto del pueblo español. ¿A qué tendrían derecho los hombres de la gleba
castellana, extremeña, murciana y andaluza? Sin duda, éstos no debían
satisfacerse con arrastrarlos; debían pretender quemarlos.
Los motivos
lícitos y auténticos de la rebelión contra Madrid de ninguna manera fueron
jamás “regionales”; fueron siempre nacionales.
Si Cataluña
y Vizcaya pudieron mostrar diferencias en relación a las demás regiones
españolas, fue una diferencia en su favor. El argumento clave de los Cambó y Aguirres fue siempre proclamar la mayor riqueza de las
provincias catalanas y vascas. Y decían la verdad. Ahora bien, una economía
nacional no se halla separada por compartimentos estancos; su estado físico es
el de los líquidos en los vasos comunicantes y la elevación de nivel de la
riqueza en un vaso —en una región o provincia— sólo se puede producir por la
disminución en algunos o en todos los demás. Como en el caso vasco-catalán,
regiones productoras y transformadoras industriales, exportadoras en una mínima
parte, abastecedoras casi monopolistas del mercado interior..., y cuya mayor
riqueza en relación a las demás regiones denuncia que les vendían con un mayor
margen de utilidad que el obtenido al venderles aquellos que les compraban a
ellos. En economía no hay ningún otro origen de la acumulación comercial de
capital: recibir más que se da; dicho sea en los términos más vulgares, para
ser comprendido. Esta es una verdad de economía política tan simple y elemental
que no requiere mayor explicación ni admite réplica. Desde luego, querer
explicar el separatismo vasco y catalán por razón económica es una vil
estupidez. La economía debía racionalmente determinar un efecto contrario en
Vizcaya y Cataluña: un efecto unitario.
Si
cometieron injusticias económicas los gobernantes de Madrid, fue siempre en
favor de las provincias catalanas y vascas. Basta con examinar a simple vista
los coeficientes de los niveles de vida de ambas regiones y compararlos con los
de las demás de España.
Proclamar la
existencia de una mayor acumulación de riqueza en Cataluña, y, seguidamente,
mentir que “Castilla robaba la riqueza catalana”, como Cambó tantas veces
vomitaba, era invitar al “gran economista” a responder a estas preguntas tan
sencillas:
¿Y de dónde
procede la riqueza catalana robada por Castilla? ¿Nació esa riqueza al pie del
Tibidabo por generación espontánea? ¿Se la regaló a Cataluña algún Estado
extraño?...
Al parecer
—según la economía política más elemental— dentro del circuito cerrado de una
economía nacional —cerrado por aduanas—, las acumulaciones de riqueza sólo se
pueden producir por medio de los “intercambios” individuales, y el individuo o
individuos que acumulen más que los restantes es que han recibido más de lo que
han dado en el intercambio. Esto, como todo lo fundamental en cualquier ciencia
y, por lo tanto, también en Economía, es de una sencillez suprema. Se reduce a
una muy simple operación aritmética, muy asequible a la cultura más modesta.
Una sencilla
y clara consecuencia pretendemos extraer. Si motivación económica se le quiere
dar al separatismo vasco y catalán, mucho antes y más fuerte debió surgir el
separatismo andaluz, murciano, gallego, aragonés y castellano; porque su nivel
económico era mucho más bajo que el vasco y catalán.
Entre la
polifacética gama de “hechos diferenciales”, fue aducida la personalidad
nacional de Vizcaya y Cataluña.
Si es
cuestión de personalidad el separatismo catalán y vasco, ¿por qué no se da en
Aragón y Navarra?
Si se trata
de personalidad, ninguna región la tiene tan grande y tan genial cómo Navarra y
Aragón. Históricamente, realmente, ambas han tenido, hasta su integración
estatal en la nación española, una personalidad política plena, la de Reinos,
par con la de Castilla; tanta, que desbordaba las fronteras geográficas
nacionales... Y, adviértase, Navarra y Aragón fueron, y son, con Castilla, los
dos más firmes pilares de la Existencia, Unidad e Independencia España, ¿Será
necesario evocar siquiera la tan próxima Historia Patria?... Guerra de la
Independencia, Guerras Carlistas, Guerra de la Liberación,
Esto es
Historia, Historia grande, y no cursi retórica de juegos florales, con coros
del masónico Clavé.
Medítese;
nosotros lo hemos meditado mucho. El ejemplo de Navarra y Aragón demuestra que
no existe ni puede haber en el separatismo vasco y catalán un hecho sentimental
natural y trascendente, que es siempre el origen y raíz de todo hecho
nacional.
Al
Separatismo vasco y catalán sólo le podemos hallar motivo, como quieren sus
“profetas” en otro “hecho diferencial”. Como hemos visto, ni económica ni
históricamente tienen ambas regiones más motivo, sino menos, que otras regiones
para creerse y sentirse naciones. Por ello hemos de hallar otro “hecho
diferencial” determinante del tal separatismo. Y, en verdad, en ambas regiones
lo hallamos. Para mayor elocuencia, el hecho diferencial en las dos es de la
misma naturaleza e idéntico. La única particularidad real que hallamos en las
provincias, exactamente, en las capitales de las mismas es un hecho económico;
precisamente, de tipo industrial y financiero, en su estado más agudo, en el de
capitalismo.
Es en ambas
capitales, Barcelona y Bilbao, es donde se da en mayor escala el proceso
morboso en el estado natural de la propiedad, por el cual pasa del estado de
capital a su aberración: capitalismo.
Como el
sentido de las tres palabras —propiedad, capital, capitalismo— lo pervirtió
Marx, confundiendo su significado con fin sofístico, y aceptó la ciencia
burguesa esa confusión sofistica marxista, es necesario definir aquí al
capitalismo si queremos llegar a ser comprendidos.
El
capitalismo es un estado hipertrófico del capital, en cuanto a su dimensión
material y un estado de aberración, por inversión en su estado psico-ético del
“homo” del mismo. El capital, cuando llega al estado de capitalismo, en lugar
de ser, como era, cosa para el hombre y la nación, invierte los términos y
logra que nación y hombre sean para la cosa, para la cosa capitalismo. Es un
proceso de pura deshumanización el del capitalismo, hasta llegar a ser
inhumano. Su inhumanidad de subordinar el hombre a las cosas trasciende
lógicamente a subordinar a ellas la humana sociedad, familia, nación,
Humanidad... De ahí que sea el capitalismo necesariamente, fatalmente,
cosmopolita, internacional, en principio, y antinacional en su fin.
Así, la
finanza y la industria moderna, deshumanizada, inhumana, cosmopolita,
internacional, antinacional y anticristiana, es en la Edad Económica, la del
“homo economicus” capitalista o comunista, él arma
del cripto-judaismo kabalista-panteísta, dueño del
mundo de hoy, en trance de un final atómico apocalíptico.
Que... ¡qué
casualidad! Es precisamente allí, en las dos ciudades donde nace y es
alimentado el separatismo, donde, previamente, también ha nacido el
capitalismo, único hecho realmente diferencial entre ambas ciudades y las demás
de España, que, obedeciendo a su esencia Inhumana y, por lo tanto,
antinacional, luchará por la separación para matar a la nación, a España, por
despedazamiento.
Ese viejo y
sabio cripto-judaismo kabalista, supo encauzar hacia
el crimen del separatismo la justa indignación y reacción provocada por los
desastres nacionales, y, a la vez, a él sumó el odio engendrado por la pobreza
proletaria. ¡Magnifica maniobra!, los desastres y derrotas los organizaron los
masones, cripto-judíos artificiales, dirigidos por cripto-judíos naturales, y
la pobreza de los proletarios la creó la acumulación del capitalismo
vasco-catalán, del cual era dueño el más puro cripto-judaismo... y la furiosa
reacción patriótica y de clase, en lugar de arrastrar a los auténticos y
secretos autores de la traición, masones y financieros, fue dirigida por ellos
y por sus hombres interpuestos contra Religión y Patria, porgue el separatismo
no era un fin en sí; sólo era la premisa de una España rota para que fuera
posible una España roja; es decir, para que España dejara de ser y existir.
En la
creación del separatismo, en la creación de artificiales nacionalidades,
contradictorias y aberrantes, créasenos, ha derrochado el enemigo un ingenio y
un arte verdaderamente prodigioso para llegar al genocidio español.
¿No es un
arte maravilloso el que consigue llevar al suicidio religioso y personal a una
masa tan considerable de católicos vascos y catalanes
EL PRIMER
CHOQUE: SEPARATISMO EN LA UNIVERSIDAD
Debemos
registrar aquí el primer conflicto estudiantil del Reinado. Acaeció en
Barcelona. Y, cosa extraordinaria, el primer choque no se produce por
cuestiones escolares, ni entre separatistas y españolistas o entre monárquicos
y republicanos; se produce por cantar “Los segadores” un grupo de estudiantes y
por cantar “La Marsellesa” otro grupo; la querella es entre dos tendencias
igualmente antipatrióticas, la separatista y la internacionalista.
Pero he aquí
que cuando más enconada es la pelea, pasa por la plaza de la Universidad una
pareja de oficiales del Arma de Caballería, y ante la presencia de aquella
pequeña representación del Ejército español los dos bandos contendientes
deponen sus puños y patas, suspendiendo la contienda, y pasan unidos a lanzar
piedras contra los oficiales lesionándolos. Naturalmente, repelen la agresión.
Los estudiantes, parapetados en la “inviolabilidad” universitaria suponen que, «como
tantas veces, podían gozar de impunidad. Pero esta vez se equivocan; los dos
oficiales y dos guardias civiles que en su auxilio acuden, penetran en el
“sagrado recinto de la ciencia” y a sablazos hacen retroceder a la grey. El
Decano de Farmacia debe retroceder empujado por la turba. ¡Esto es gravísimo!
Naturalmente, no era nada grave la pasividad y, acaso, el agrado con que todo
el Decanato permitía las canciones insultantes contra España.
Y, como
sucederá durante todo el reinado, el profesorado, con sus Rectores a la cabeza,
se solidarizará con la subversión estudiantil, reclamando la total impunidad
para el antipatriotismo refugiado dentro de los muros de la Universidad.
Frente a
este caso, el Rector de Barcelona protestará indignado ante el Gobierno. A él
no le bastará con recibir la visita del Gobernador y del General Jefe de la
Guardia Civil, que van para presentarles sus disculpas a los cantantes de “Los
segadores” y de “La Marsellesa", olvidando que son los apedreadores de los
Guardias Civiles. La visita de la primera autoridad civil de la provincia y del
primer Jefe de la fuerza armada de orden público, para pedir humildemente
perdón, naturalmente, había sido hecha por orden del señor Moret, Ministro de
la Gobernación.
El h… Cobden había inventado un sistema ingenioso para
oponerse al separatismo. Apoyó, subvencionó y dio impunidad en Barcelona al
masónico Partido Radical, creado y acaudillado por Lerroux, oficialmente, pero
realmente por la Masonería, que le dio un Jefe oculto, pero verdadero, que
adquirió pronto triste celebridad. Ese Jefe auténtico del Partido Radical fue
el h. Cero, Francisco Ferrer Guardia, masón grado 32 —comprobado—, pero
seguramente 33 del Gran Oriente de Francia.
Moret, o
quien mandase en él, discurrió vincular la defensa de la unidad española en
Cataluña al Partido Radical. Alejandro Lerroux, a tanto alzado, paseó por las
Ramblas como cinta de su sombrero los colores de la bandera nacional.
La perfidia
masónica batía su propio récord en su odio contra España. Identificando la
Patria con la chusma de Cataluña, con el gangsterismo pistolero y administrativo radical; con las blasfemias y sacrilegios del
anarquismo barcelonés, cobijado en el partido lerrouxista;
con las bandas de dinamiteros y asesinos... se pretendía no combatir, sino
justificar y provocar el separatismo catalán, empujando a sus filas q todo
cuanto de honrado, decente y religioso hubiera en la bella región... Es decir,
echar a lo mucho que había de religioso, patriota y honrado en brazos de Cambó.
¿Se
comprenderá ya que no fue accidental ni un movimiento natural lo que dio masa
e ímpetu al separatismo catalán?
No más
ahondar ni más antecedentes.
Volvamos a
este primer episodio violento del separatismo catalán del reinado.
¿Cuál es la
reacción en Madrid?
¿Qué hará el
Gobierno?. Están abiertas las Cortes y, en perfecto constitucional, a ellas
llevará el asunto.
En el salón
de sesiones se conocerá el acto de desagravio hecho por el Gobernador, señor
Manzano, ante el Claustro de la Universidad, para reparar la “profanación de su
sagrado recinto” por quienes vestían uniforme militar, no respetando el
“derecho de asilo” brindado por el universitario a quienes habían agredido a
los defensores de la Patria por el hecho de serlo y habían cantado “La
Marsellesa” y Els segadors,
gritando a la vez: “¡Muera España!”
Así había
dado cuenta del desagravio al separatismo el Gobernador al Gobernador:
“Expliqué el
origen de los sucesos, sus causas, las medidas que hube de adoptar para el
sostenimiento del orden en la vía pública, el incidente de los Oficiales de
Caballería y el motivo que determinó la entrada de la Guardia Civil, que por la
disciplina se halla en todos los casos en el deber de repeler por la fuerza, y
en cualquier sitio o lugar, las agresiones de que fuera objeto.
Después
procuré desagraviar con sinceras frases las ofensas que suponían inferidas
deliberadamente los señores del Claustro por la forma en que se restableció el
orden por la fuerza pública al penetrar en la Universidad.”
Romero
Robledo dirá en el Congreso:
“¡Esto no se
ha visto jamás! ¡Desagraviar a los que protegían a quienes habían insultado a
los Oficiales del Ejército y agredido a la fuerza pública!
La libertad
de los detenidos significa una prueba más del abandono del principio de
autoridad que se ha hecho en Barcelona, por un Gobernador a quien se ha
obligado a postrarse ante un Claustro de Profesores para pedirle perdón.
(Aprobación en las minorías.)
“¿Aprueba el
Gobierno la conducta del Gobernador de Barcelona?”
Sil vela
agregará:
“El
reconocimiento —dice— del derecho de la Guardia Civil de penetrar en los
establecimientos universitarios, cuando concurren circunstancias anormales, es
evidente.
Lo sucedido
en Barcelona es lamentable.
Un
representante del Poder Central acude a dar satisfacciones al Claustro
universitario, como si fuera el representante entonces de una nación
extranjera. (Muy bien en las minorías.)
No parece
que las autoridades académicas adoptaron las medidas que demandaba la prudencia
para evitar lo sucedido.
¿El Gobierno
aprueba o no lo hecho por el Gobernador de Barcelona?”
Continuar
detallando los episodios del período comprendido desde la Coronación al
Matrimonio del joven Rey sería dar una dimensión histórica muy superior al
designio editorial de la presente obra. En el año que se detalla —un año de los
menos accidentados— muestran su faz casi todos los problemas que perduraron a
todo lo largo del Reinado y, a la vez, se dibuja nítida la táctica
gubernamental de todos los gobiernos constitucionales de la Monarquía, la cual
no es otra que brindar impunidad a los revolucionarios de toda especie, sean de
chistera o alpargata, proletarios o millonarios, organizando así la derrota de
España y Monarquía, para terminar entregando el Estado al enemigo, el cual, ya
sin adversario, se lanzará al asesinato de la Patria.
Dentro de
una traición general subjetiva y objetiva empezará Alfonso XIII a reinar.
Debería
estar dotado de poderes mágicos para poder evitar el asesinato de España.