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HISTORIA UNIVERSAL DE ESPAÑA

HISTORIA

DE LA INSURRECCION Y GUERRA DE LA ISLA DE CUBA

ELEUTERIO LLORIU Y SAGRERA

 

 

 

PDF TOMO UNO

 

PDF TOMO DOS

 

 

PRÓLOGO.

Ardua empresa es la que hoy acometemos, inspirados por el deseo de que aparezcan en un libro cuantos documentos y noticias puedan coadyuvar al esclarecimiento de la verdad, y al exacto juicio que merezca los hombres y los acontecimientos.

Difícil y peligrosa trabajo es el que emprendemos en las criticas circunstancias porque atraviesa nuestro desgraciado país, y más difícil aún, si cabe, cuando la pasión política contribuye en gran parte ¿desfigurar los hechos; cuando la opinión pública se agita con tendencias tan opuestas, y cuando se ha llegado hasta el punto de ponerse en tela de juicio la cesión de la isla de Cuba ¿los Estados-Unidos, anteponiendo una cuestión económica ¿la honrosa conservación de aquella provincia española, creyendo acaso que el patriotismo aconseja el abandono de una tierra, cuya historia revela los grandes sacrificios, la sangre vertida en defensa de la honra de España.

¿Será justo, será conveniente, será patriótico borrar en un momento el recuerdo de tantos siglos de lucha por conservar la integridad del territorio español? ¿Será estéril la sangre vertida por los hijos de España, y por los naturales que desean la verdadera fraternidad de ambos pueblos? Los partidarios de la independencia de Cuba, ¿qué móvil obedecen al encender la destructora tea de la discordia?

¿Es el camino que han elegido el que conduce a la prosperidad de América?

¿Tiene algún punto de contacto la esclavitud con los móviles de la insurrección?

¿Podrían constituir en la isla de Cuba un gobierno republicano los que se han levantado en armas contra la revolución española, renunciando las libertades que se les ofrecían?

¿Existe fundamentó, hay antecedentes históricos que justifiquen el odio de los insurrectos para los intereses creados en Cuba a la sombra de las leyes?

¿Han influido siempre los movimientos políticos de España en las provincias de Ultramar?

¿Ha sufrido detrimento el principio de autoridad en la isla?

¿Conviene la más Amplia libertad para aquel país?

¿Ofrece inconvenientes el sistema de represión severa?

He ahí las graves cuestiones que aparecen al analizar la marcha de los sucesos, cuestiones que se presentan al criterio del historiador, y cu­ya solución ha de ser indicada por los. mismos hechos, que son la elocuente lección para el pueblo y para los gobernantes.

Hoy la historia no puede ser la descarnada narración de los sucesos: el espíritu filosófico, que deduce las consecuencias de hechos eslabonados entre sí, y A los cuales ha marcado la Providencia su derrotero, que no pueden torcer los hombres ni las leyes, ha de aparecer señalando las causas y los efectos, para que sirvan de ejemplo A las venideras generaciones.

La historia se escribe para la posteridad, y es preciso descartarla de apasionamiento y de carácter político determinado.

Como españoles, hemos de responder al escribir la historia, a la voz del patriotismo que nos guía.

Como historiadores, hemos de colocarnos en el terreno de la verdad para todos, combatiendo el error con sus propias armas, censurando los actos que merezcan reprobación y castigo, y tributando el lauro de la justicia al heroísmo, a los sentimientos nobles y humanitarios.

No es la historia la obra de la pasión y del entusiasmo: es el fruto de la observación y del estudio imparcial de los hechos: éstos llevan en sí mismos su calificación.

A la civilizadora luz del siglo XIX no puede escribirse la historia, sin hacer que recaiga la responsabilidad de sangrientas jornadas, sobre los que las han motivado con sus exageraciones o con sus imprudencias.

Difícil es la posición del historiador, si grande y levantado es su patriótico encargo, y tanto más difícil, cuando aún corre la sangre, cuando no ha pasado el tiempo suficiente para calmar la agitación de las pasiones, y cuando se necesita un esfuerzo extraordinario para hacer que la razón fría y desapasionada se sobreponga a todas las exigencias, después de un detenido estudio de los hechos.

Queremos el esclarecimiento de la verdad: no daremos como cierta, noticia que no resultó suficientemente probada. La autenticidad de los documentos es el escudo del historiador, y mucho camino llevan adelantado para conseguir el principal objeto de la historia; los que, como nosotros, prescindiendo de las opiniones de partido, tienen la suficiente independencia para no ocultar la verdad ni A unos ni A otros: que es, en nuestro concepto, más digno y más patriótico decirla, cuando de callarla podrían sobrevenir graves conflictos.

No buscamos el aura popular que nos prometen las exageraciones en uno u otro sentido. Anhelamos la tranquilidad de nuestra conciencia, ante la imparcialidad que nos coloque sobre las miserias de la política y el egoísmo de los intransigentes. Deseamos la paz y la prosperidad de las provincias españolas y lamentamos el espíritu de destrucción que agota las fuerzas vivas de aquel país, a tanta costa conservado.

Hemos estudiado con especial predilección cuantas cuestiones se refieren a las provincias de Ultramar: no podemos olvidar que España llevó a ellas los manantiales del progreso y de la riqueza, que a ellas fueron sus hijos, y allí vertieron su sangre y crearon con el trabajo sus fortunas: que son nuestros hermanos los que combaten: que la influencia extranjera contribuye a despertar el odio de muchos españoles contra España misma, y que el humanitario espíritu de fraternidad exige la pronta terminación de aquella desastrosa lucha; que la honra de España debe conservarse ilesa, porque cuando a un pueblo se le hace perder el sentimiento de su dignidad, nada bueno puede esperarse de él.

Renunciaríamos a llamarnos españoles, si transigiéramos con la más insignificante cuestión que pudiera herir la honra de la patria.

Tampoco nos cegará el brillo deslumbrador de los que con falso patriotismo creen defender la causa española, aun abogando por la inhumanidad y la anarquía.

Antes que todo, está el principio de la civilización, la senda del progreso marcada por la Providencia para la marcha de los pueblos en la historia.

Como escribimos bajo el amparo de nuestro criterio independiente, creemos satisfacer el noble objeto de este libro, procurando siempre no inclinar la balanza de la justicia y del derecho, mantenerla siempre en el fiel, para que en realidad no sea la obra de esté o del otro partido, de esta o de la otra opinión política, sino la expresión de la verdad, la recopilación de todos los sucesos, y el juicio imparcial de la razón histórica.

A esto aspiramos. Mucho contribuyen a que cumplamos nuestro encargo, cuantas personas nos facilitan noticias y documentos que no nos sería fácil obtener, sin el deseo que a los buenos españoles y a los entusiastas cubanos anima para el esclarecimiento de la verdad.

Justo es que al dar a conocer nuestro propósito, digamos algo sobre el plan de la obra.

Hemos creído indispensable una introducción, en donde expongamos los antecedentes históricos que se relacionan con la lucha sostenida por los españoles en América, y varias observaciones filosóficas sobre las diversas cuestiones de que hemos hecho indicación en este prólogo. Estos trabajos servirán de precedente a la narración de los sucesos, para lo cual hemos consultado datos auténticos, teniendo presente el móvil que a unos ha impulsado a la exageración, y a otros ha obligado a disminuir su gravedad.

Con respecto a los documentos originales, cuya copia trascribiremos al fin de la obra, diremos su procedencia y adonde pueden encontrarse, expresando los que se hallan en nuestro poder.

Muchas y muy respetables personas nos facilitan esos auxilios poderosos de la historia, y al terminar el libro haremos constar nuestro agradecimiento, dando a conocer los nombres de los que así contribuyen a prestar este patriótico servicio a la causa de España.

Nuestro principal interés consiste en la exposición de la verdad: nuestra satisfacción intima, hacerla llegar a nuestros hijos, para que ella les proporcione los medios de conocer los grandes esfuerzos de patriotismo con que se distinguen el ejército español y los peninsulares y cubanos que en América sostienen el pabellón de la integridad nacional, defendido con la sangre de millares de valientes, y con los sacrificios de pacíficos ciudadanos que renuncian su tranquilidad y a sus intereses en beneficio de la patria.

 

INTRODUCCION.

I.

Desde el día 3 de agosto de 1492 en que se hicieron a la vela La Santa María, La Pinta y La Niña, entregadas a las olas por la voluntad de un hombre, cuya constancia y cuya fe le dieron la fuerza poderosa que guía a los genios que han de ser asombro del mundo y gloria de quien les ofrezca su protección: desde aquel día en que Colón vio al fin realizado el pensamiento que le había impulsado a recorrer las cortes extranjeras para que le facilitasen los medios que solo en España había de encontrar al acercarse al trono de los Reyes Católicos: desde aquel día en que las tres carabelas tomaron rumbo hacia las Canarias, con el objeto de hacer un viaje a las Indias, navegando proa al Oeste directamente, sin tener que doblar el promontorio meridional de África, había de señalarse una nueva era en la historia de los pueblos. Aquel momento fue el decisivo para una evolución grandiosa; punto de partida que cambiaba la faz de España y la del mundo. Tres frágiles barcos, dos de ellos hasta sin cubierta, había de dar ejemplo maravilloso de lo que pueden la fe inquebrantable y el impulso de esos genios colosales que aparecen de vez en cuando en la tierra, como instrumentos de la Providencia, para dar nuevo rumbo a los pueblos. Ni esos mismos genios vislumbran hasta dónde puede llegar su obra, que lleva a la luz de la civilización, el germen de las grandes revoluciones, entre las inevitables luchas a que está expuesta la humanidad, para seguir adelante la majestuosa marcha.

Aquellos treinta y seis días de penalidades, de dudas y de esperanzas, después del tiempo en que Colon había buscado en vano un apoyo para su fecunda idea, necesitaban un término que hiciera ver el iris después de la tormenta.

Cuando resonó el cañonazo que anunciaba “tierra”, y esta palabra se repetía con entusiasmo por la tripulación como si el cielo la bendijese, surgía de las olas un mundo, y otro mundo se abría para la ciencia, para el comercio, para la historia de la humanidad.

¡Cuántos beneficios había de producir el descubrimiento de aquella tierra, y cuántas lágrimas, cuánta sangre! ¡Cuántas amarguras aun para el mismo que se arriesgó a la colosal em­presa!

Las naciones que recibieron con indiferencia al navegante genovés, oyeron asombradas la narración de aquel viaje, y envidiaron la suerte de los monarcas españoles. Europa admiraba al hombre que había llegado a aquella tierra feraz, en donde la naturaleza despliega sus brillantes galas, ostentando montañas erguidas, una vegetación vigorosa, aves rarísimas, frutos que por primera vez se veían en el que debía llamarse Viejo Mundo; y si antes era Colon un visionario, desde aquel instante filé un héroe.

¡Qué consecuencias tan trascendentales había de traer el viaje de las tres carabelas!

 

EL TEMPLETE. Sitio donde Cristóbal Colón mandó decir la primera misa en la Habana.

 

Un pueblo que salió victorioso en la guerra con los sec­tarios de Mahoma, encontraba allende los mares, a otro pueblo adonde no había llegado los resplandores de la civilización, mientras se realizaban otros extraordinarios acontecimientos en Europa, y algunos años después de haber resuelto el hijo de Maguncia, el gran Guttemberg, un problema prodigioso: el de preparar al pensamiento el camino de la imprenta, como una necesidad satisfecha por la Providencia para llevar un día al Nuevo Mundo ese germen de progreso. Era preciso que el pen­samiento se difundiese como la luz; existe un mundo más adonde conducirlo.

Y aquel poderoso invento había de contribuir un día a encender la lucha tenaz entre los que desearan emanciparse de la madre patria, armándose con sangriento encono, y los españoles y cubanos que quieren la unión fraternal y el orden, la verdadera libertad y la paz que necesita aquel país productor para que se asegure, el desarrollo de todos los elementos de riqueza. 

II

Escrito con sangre está el poema de aquella lucha cruel, suscitada por las dos tendencias opuestas que en América se disputan el predominio, ya bajo uno u otro pretexto, hasta el punto de tomar las armas hermanos contra hermanos.

Levantan unos la bandera de la independencia, inspirados sin duda por los enemigos de España; y la devastación y el incendio, inutilizan los gérmenes de prosperidad y de ventura, convirtiéndose en elementos destructores de la fértil tierra que a España debe el ser, de aquella tierra en donde la naturaleza prodiga los frutos más codiciados, oponiendo a su vez las contrariedades de un clima mortífero y cruel. No parece sino que un genio maléfico se goza en llevar a aquellos pueblos los horrores de la guerra, contrariando el espíritu patriótico de los esforzados hijos de España que consideran a América como hermana querida, a quien han entregado el pabellón nacional sacrificándole la vida de mil valientes soldados que defienden la honra de la patria, y que dejando sus hogares, los brazos de una madre, el puro ambiente del país natal, han corrido presurosos a cumplir con uno de los más sagrados deberes a impulsos del patriotismo.

Frente a frente de los que desafían el espíritu patriótico de los hijos de la noble España, y presentándoles ejércitos de voluntarios combatiendo al lado de los soldados que en África sostuvieron con indomable arrojo la honra nacional, se hallan los que no olvidan los fraternales lazos que deben unir siempre a Cuba con España, formando una sola nación, por ser comunes sus intereses, recíprocos sus deberes respetables, grande y sublime el destino que la Providencia ha reservado a los dos pueblos, enlazados al gigantesco impulso de uno de esos seres privilegiados, conducido por la mano de Dios para que la luz de la civilización extendiese sus rayos hasta aquellos apartados climas.

A la tenaz resistencia de los que han encendido la hoguera de la insurrección destruyendo la propiedad y haciendo verter sangre de españoles, (porque españoles son peninsulares y cubanos); a la ferocidad de un sistema de guerra inhumano y devastador, se oponen el entusiasta aliento de millares de valientes que exponen su vida; el poderoso esfuerzo de millares de patriotas que ofrecen sus riquezas y su porvenir en defensa de la inte­gridad nacional, lema glorioso que va unido al de tantos héroes cuyos nombres escribe la historia y repite la fama.

Antes de entrar en la exposición de los hechos, en la narración cronológica de los sucesos que han llamado la atención del mundo, debemos reseñar los antecedentes indispensables para conocer la índole de la insurrección, los trabajos que la prepararon, las causas ocasionales que pudieron darle vida y ofrecer una idea exacta de aquellos acontecimientos, ignorados muchos de ellos en la madre patria, hasta donde han llegado desfigurados unos y otros con tal exageración, que apenas se puede formar una idea aproximada.

Cuando por mil medios trátase hoy de introducir la discordia entre los mismos defensores de España, cuando se ha echado a volar por algunos periódicos la idea de la cesión de la isla de Cuba a los Estados-Unidos, y cuando en una palabra, los insurrectos cubanos esperan la proclamación de la república en España, preciso es que la historia venga ya a esclarecer los hechos, a dar luz entre tantas tinieblas.

III

Codiciada presa ha sido siempre la preciosa joya de las Antillas para las demás naciones, desde que formó parte del territorio español.

Los historiadores extranjeros y algunos de nuestros cronistas, siguiendo a aquellos en sus consideraciones sobre la política española en América, han hecho formar una idea poco exacta de la verdad dando noticias inciertas sobre la crueldad de los conquistadores, y partiendo ya de un principio falso para su criterio histórico.

La influencia de otros países, extraña muchas veces a la intención de los naturales de América, ha sido siempre perniciosa para España, y esta verdad se observa desde los primeros días de su historia, pues con datos y exageraciones de los enemigos de nuestra patria, se han juzgado siempre los hechos.

Y que ha habido gran parte de animosidad contra España por los extranjeros, lo demuestra el juicio con que han apreciado ciertos acontecimientos graves.

Citemos uno de tantos hechos comentados con increíble ligereza por aquellos escritores.

A fines de 1509, conducían dos bergantines a Pizarro y a su gente con rumbo a la Española: perdidos en la navegación, una de las embarcaciones fue a parar a la provincia de Guaniguanico, en la parte occidental de Cuba. Allí saltaron a tierra veintisiete hombres y dos mujeres que habían quedado, después de haber muerto de hambre los demás náufragos. No encontraron al principio hostilidad, pero luego se vieron contrariados por una terrible resistencia, siendo ahogados en una bahía.

A tal extremo llega la pasión de algunos historiadores, que dieron por causa a este suceso, otro acontecido en el Camagüey, y en el cual fueron terriblemente castigados los indios por los españoles. Pero este acontecimiento, siendo posterior, no podía ser causa del que algunos años antes había dado nombre a Matanzas.

Los indios emigrados de Santo Domingo fueron, en concepto de nuestros historiadores, los que despertaron el encono de los naturales de Guaniguanico en contra de los españoles.

También la tea de la discordia encendida por los haitianos, había lanzado sus destellos hacia el Sur de la isla, teniendo que luchar en varios encuentros el desventurado Ojeda y los suyos en Jagua.

En 1511, el odio de los indios emigrados de Haití, fue el móvil que impulsó a los naturales de Cuba para rebelarse contra la expedición en que arribaron a Mahisí el capitán don Diego Velázquez, el inolvidable Hernán Cortés y el famoso Las Casas. En 1512 hízose ya célebre Bayamo, por una emboscada que prepararon los restos dispersos del ejército del cacique haitiano Hatuey, jefe de los rebeldes de Mahisí.

En ocasión en que los españoles hallábase entregados al sueño, por haber sido recibidos en son de paz, fueron acometidos alevosamente por más de siete mil indios, cuando el número de nuestros bizarros soldados no pasaba de treinta, al mando de Pánfilo Narváez.

Háblase con insistencia de las sangrientas jornadas de la conquista de Cuba, y trátase de denigrar el nombre español, calificándolo de sanguinario e inhumano; pero véanse los hechos a la luz de la imparcialidad, y recobrará la verdad su esplendor oscurecido.

Escríbase la historia sin pasión y léase sin más guía que la razón templada y serena. Ese es el medio mejor para apreciadlos hechos.

No debemos pasar por alto estos precedentes históricos, porque en los anales de los pueblos no hay antecedentes que deban pasar desapercibidos cuando se trata de esas contiendas tenaces y encarnizadas que se reproducen a través de los siglos, ya en esta ya en la otra forma.

España ha luchado desde el primer día por sostener con honra el pabellón nacional en aquel país, adonde llevó costumbres, leyes, religión, poderío, riqueza y actividad.

En la historia de los pueblos nunca se presentan esos grandes periodos de lucha, aislados. La razón de lo presente, dice Cantú, está en un pasado, que no pueden cambiar una batalla ni un decreto.

Han sido necesarias toda la fe y toda la constancia que inspiraron los héroes a quienes España debió el descubrimiento del Nuevo Mundo, para haber arrostrado los peligros de que se hallan constantemente cercados los españoles en América.

España ha tenido que luchar con las contrariedades de aquel clima, al mismo tiempo que con los enemigos que por la fuerza, han querido desterrar de aquel suelo el nombre español, unido estrechamente a él como la savia a la planta que de ella recibe la vida.

Con dificultad se encuentran largos períodos de paz en la historia del Nuevo-Mundo. El beneficio de haber llevado a aquellas lejanas tierras comercio, ciencias, ilustración y cos­tumbres, ha recibido por recompensa la calumnia, la muerte, y la necesidad de grandes sacrificios. Nombres que hoy encierran la historia de episodios sangrientos, ya en los primeros tiempos adquirieron celebridad por las luchas de que fueron teatro. Bayamo, antes citado, y el Camagüey, son pruebas ostensibles. La misma Habana, como más adelante veremos, presenció horrorosos encuentros y sostuvo combates encarnizados. Exagérase la crueldad de los españoles en la sangrienta jornada del Camagüey en 1512, y cítase como un hecho que justifica el odio de los naturales contra los hijos de España.

Pero vistos los Sucesos a la imparcial luz de la verdad, que es alma de la historia, no fue extraño el encono de los bizarros españoles, al ver en el Camagüey protestando de su amistad y de su espíritu pacifico, a los que poco antes los habían acometido a traición.

Solo la pasión de los extranjeros contra España, puede juzgar con tanta severidad a nuestros compatricios en América.

La guerra ha sido siempre una triste necesidad, para que los pueblos civilizados llevaran la semilla del progreso a los que no habían vislumbrado aún los resplandores de la civilización.

Importa, pues, tener presentes todas estas, consideraciones, y combatir de frente la apreciación de los escritores extranjeros, que siempre han juzgado exageradamente los primeros pasos de los españoles en América, atribuyendo la causa de la constante lucha a la crueldad de los conquistadores. No es nuestro objeto, ni entra en nuestro propósito la narración de aquella primera época en que los hijos de España atravesaban los mares, no atraídos a impulsos de la codicia, sino con el patriótico anhelo de secundar con el trabajo el éxito del feliz hallazgo del navegante genovés.

Es preciso analizar detenidamente la gran obra que rea­lizaron en América los españoles, para comprender la injusticia con que son tratados, y el fundamento en que se apoya el deseo de la conservación de las provincias de Ultramar.

Llegan a aquella tierra feraz los hijos de España con los instrumentos del trabajo, cultivan la tierra, fundan poblaciones, propagan el sentimiento y los principios religiosos, procuran dulcificar las costumbres salvajes de los indígenas, establecen él imperio de las leyes de una sociedad civilizada, responden con la fuerza a los ataques de la fuerza, y se exponen a todos los peligros que arrostran los que han de luchar para abrir paso a la civilización.

¡Espectáculo admirable, el de aquellos hombres que sentaban la planta en suelo extraño, y a su paso dejaban fundadas poblaciones como Santiago, Salvador, Santísima Trinidad, Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, Sancti-Spiritus, San Cristóbal y tantas otras, que después han sido emporio del comercio y de la industria! A Diego de Velázquez se debe la fundación de todos esos pueblos.

Y en progresión creciente, se observa el aumento de la población y los celos de las naciones extranjeras.

Que los conquistadores de América fueron solo aventureros codiciosos, que se hicieron célebres por sus crueldades, y que es justo el odio que los naturales sintieron contra ellos, odio que, según parece, han heredado los que buscan la independencia, recorriendo en son de guerra los pueblos y las maniguas, es apreciación que cae por su propio peso, al considerar la grandiosa empresa realizada por los españoles.

Conquistadores que no tienen el innoble placer de la venganza; que conceden franquicias a los pueblos; que procuran dar vida a aquella tierra, y que defienden los principios humanitarios en tan alto grado, bien merecen la consideración a que no son acreedores otros pueblos, guiados solo por sanguinarios instintos, y por el impulso que lleva a la explotación del hombre; por el espíritu mercantil, que a todo se antepone con tal de lograr una ganancia segura.

Una observación hemos de hacer presente, y que se ofrece al estudio del historiador desde los primeros tiempos: la propensión a juzgar los actos de las autoridades, sin duda por el noble deseo de que la administración de aquel país sea el emblema de la justicia y de la moralidad. Y es que muchas veces, aun por las más leves sospechas, se han formulado graves cargos, que en otras ocasiones podían haber tenido fundamento. Ya en 1532 filé residenciado el gobernador Gonzalo de Guzmán, por sus intimas relaciones con fray Miguel Ramírez de Sala­manca, consagrado obispo de Cuba, y que según los historiadores más exactos, fue el primero que ocupó la sitia. Aquellas relaciones del gobernador con el obispo fueron gran parte para despertar la animosidad de algunos prohombres, hasta conseguir que se le residenciase. Pasados tres años, volvió a desempeñar su cargo, sin duda después de sincerarse de las acusaciones que se le dirigían.

De esta época datan los ataques de los extranjeros a las provincias españolas de Ultramar. Los piratas franceses incendian la Habana, y comienzan las luchas encarnizadas contra la propiedad.

Con harta frecuencia ha podido dar ocasión a graves conflictos, alentando las esperanzas de los extranjeros, la falta de armonía y de común acuerdo entre las autoridades. En 1584 fue suspendido el gobernador Gabriel Luján, por la audiencia de Santo Domingo, en vista de una competencia suscitada con el gobernador del castillo de la Fuerza. Fue repuesto Luján por el monarca español, y acaso el haberse encargado otra vez del gobierno, sería una de las grandes causas que contribuirían al triunfo que poco después se consiguió. Francisco Drake, el famoso capitán inglés, bombardeó la Habana en 1585, y al valor y noble arrojo de Luján y de los esforzados habaneros, se debió la victoria, viéndose obligado Drake a retirarse, cuando ya había sembrado la desolación y el espanto en la parte meridional de América.

Siempre ha sido necesaria una guarnición numerosa en la isla de Cuba, desde que con tanta frecuencia los corsarios extranjeros inquietaban a los moradores de las costas. Ya en tiempo de Felipe III hubo de reforzarse con doscientos hombres la guarnición, y cada día ha sido más imperiosa la necesidad de los soldados españoles en las provincias de Ultramar, aun contando con el indomable valor de los cubanos.

Entonces se creó la Capitanía general de Cuba, y su terri­torio fue dividido en dos gobiernos, el Occidental o de la Ha­bana, y el Oriental o de Santiago de Cuba, bajo la dependencia del primero, conservando el privilegio de tener autoridades populares las villas de Puerto-Príncipe, Trinidad, Sancti-Spiritus y San Juan de los Remedios, de donde proviene el nombre de Cuatro-Villas.

Las azarosas circunstancias de que se ha visto siempre cercada la isla de Cuba, obligaron ya en 1639 a crear compañías de hijos del país cómo un medio de enérgica defensa, dada la corta guarnición que en casos de peligro ha tenido aquel territorio.

Don Álvaro de Luna, en la citada lucha, creó tres compañías de milicia.

Los continuos ataques de los ingleses y de los piratas hicieron que todas las poblaciones pidieran armas para su defensa, y al organizarse las fuerzas populares, se vio el primer precedente de la institución de voluntarios que ha compartido con el ejército las fatigas y las glorias de la campaña.

Hay una época tristemente célebre, entre las que debemos mencionar como precedente: esta época se distingue por el hecho de haberse apoderado de Santiago de Cuba los filibusteros, nombre que se dio a la asociación de piratas ingleses, franceses y holandeses, que desde aquellos tiempos hasta fines del siglo XVII, tenía por objeto hostilizar y destruir los pueblos de la América española. Habíanse hecho fuertes en la isla de San Cristóbal, pero el general don Felipe de Toledo pudo conseguir arrojarlos de aquel punto, desde el cual pasaron a la Tortuga, y construyeron un fuerte. Aquel fue el centro de sus desastrosas excursiones marítimas.

Apoderados de Santiago de Cuba los filibusteros por espacio de un mes, no se atrevieron a esperar a nuestras tropas, y de­jaran la población entre sangre y ruinas.

Como se va, continuamente se ha puesto a prueba el valor de los españoles y cubanos, sufriendo terribles choques, y pereciendo muchos de ellos víctimas de los crueles instintos de los piratas. Horroroso fue el suceso que la historia de San Juan de los Remedios conserva escrito con sangre. En aquella pobla­ción fueron pasados a degüello por los piratas, cuantos vecinos encontraron y la tripulación de dos guardacostas. El célebre O‘Ilonoí, protagonista de aquella sangrienta catástrofe, pagó con la vida su barbarie. A este suceso debió su origen la población de Villaclara.

Puerto-Príncipe, famosa en nuestros tiempos por la heroica resistencia conque fueron batidos los insurrectos, también en aquella época dio grandes pruebas de valor, aunque fueron va­nos los esfuerzos del vecindario, porque el pirata Morgan logró apoderarse de la población.

Entonces, como ahora, se comprendió la necesidad de que en los pueblos importantes quedara siempre un destacamento para defensa; pues aunque hoy hay carreteras y ferrocarriles que facilitan las comunicaciones, y el alambre telegráfico, con la rapidez del pensamiento de noticia de los sucesos, sin embargo, entre los ardides de los insurrectos se encuentra la des­trucción de esos grandes vehículos del progreso.

La isla de Cuba tomó una parte activa en la guerra de suce­sión, contribuyendo a la victoria alcanzada contra los ingleses.

Prolijo seria enumerar los actos heroicos de los habitantes de la Habana, y del valiente ejército durante el ataque de la es­cuadra inglesa. La capital de la isla solo tenía dos mil setecien­tos hombres de guarnición, y a ellos se agregaron los volunta­rios blancos y de color, que se batieron con entusiasmo y valen­tía. Nunca se borrarán de la memoria de los españoles y cubanos los nombres de Aguiar, Chacón y Aguirre, regidores, que se trasformaron en soldados, descollando por su arrojo y su bizarría en diferentes encuentros. Tratábase de la patria, y era preciso defenderse de los ingleses. El grito de ¡viva España! bastaba para dar aliento a aquellos esforzados varones, y nunca se pronuncian con bastante veneración lo nombres de héroes como don Luis de Velasco y el marqués de González. Aquellos valientes abrían una senda de gloria a los defensores de la integridad nacional.

¡Sublime espectáculo el de aquel pueblo, que aunque vencido, no lo fue sin conseguir los lauros de la fama, siendo admirado por el vencedor, a quien costó bien cara la victoria! No son, pues, extraños los prodigios de valor que aquella tierra presencia hoy en sus propios hijos, y en los españoles que defienden el pabellón nacional.

Por los continuos atentados de las naciones extranjeras, podrá comprenderse que al escribir la historia los escritores de aquellos países, han de verse dominados por un espíritu de antagonismo que les obligue a escribir juicios erróneos.

Muchas de las autoridades que han gobernado la isla, se han distinguido por el impulso dado a los adelantos, ya en la administración ya en las artes, la industria, las ciencias y las letras; y no es fundamento lógico para rebelarse contra la madre patria, el que alegan muchos partidarios de la independencia, atribuyendo a los actos más o menos acertados de algunas autoridades, el móvil de las insurrecciones.

No seremos nosotros defensores de los desaciertos, ni podremos disculparlos: no llevaremos por norte el falso patriotismo, que pretende justificar los errores solo porque provienen de España. El verdadero amor a la patria consiste en no disculpar faltas que redunden en perjuicio de aquella. Para eso sirve la historia, y así es como puede ser calificada de maestra de la vida, como la llama Cicerón.

Si errores pudieron cometer algunas autoridades en los antiguos tiempos, como en nuestros días, en cambio, a otros se deben grandes y notabilísimas mejoras.

¿Como olvidar nunca el nombre del eminente general don Luis de las Casas, en lo que se refiere a las «beneficiosas reformas en la administración, contribuyendo al fomento de la ri­queza pública y a la propaganda de la ilustración, creando sociedades científicas y literarias? En su época (1793), apareció El Papel periódico de la Habana, primera publicación de este género en la isla, que inauguraba una carrera brillante para muchos de los que al periodismo se han consagrado en aquel país, en donde han tenido que abordar de frente gravísimas cuestiones, hasta el punto de caer alguno de los entusiastas periodistas bajo el puñal del asesino. Eslabonada la prensa con la vida política, ha influido y aún influye en el porvenir de aquellos, pueblos, contrastando el más ardiente patriotismo con el espíritu que guía a los enemigos de España, que desde los Estados-Unidos defienden en la prensa sus teorías.

En estos precedentes históricos vamos observando los gérmenes que después habían de dar su fruto ya en uno ya en otro sentido.

Las autoridades de Cuba, han tenido con harta frecuencia que luchar no solo con los enemigos que abiertamente se declaraban contra España, sino aun con muchos de los que llamándose amigos, tenían pretensiones exageradas o celos.

El mismo las Casas, a quien antes hemos citado y a quien se apellida con frecuencia padre de Cuba, fue blanco de las iras de enemigos, como el intendente Marín, que pretendía amenguar el prestigio y la consideración que merecía aquel hombre ilustre.

IV.

En el periodo histórico a que hemos llegado en el párrafo anterior, fue cuando estalló el incendio de la revolución france­sa, aunque ya se preparaban los elementos; porque, las grandes conmociones de los pueblos se elaboran con lentitud hasta qué llega el instante de prueba.

Es innegable, que la revolución francesa influyó notablemente en los acontecimientos políticos de la mayor parte de los pueblos.

Las teorías de los revolucionarios prepararon la electricidad que se acumulaba sobre América, hasta que Sobrevino la tor­menta que produjo el alzamiento de Santo Domingo, trayendo nuevos motivos de alarma en la isla de Cuba hasta donde llega­ron las conspiraciones y los trastornos.

La situación de España agravó la de la isla de Cuba. Invocando el nombre de Fernando VII se hizo la revolución en aquella isla; los partidarios de innovaciones comenzaron a extender la doctrina de los revolucionarios franceses: las graves cuestiones debatidas en el seno de las Cortes, dieron gran movimiento a la política en las Antillas. No tardaron mucho en verificarse los levantamientos de los ingenios de Puerto-Príncipe, Holguín, Trinidad y la Habana, impulsados por una conspiración dirigida por el moreno libre, José Antonio Aponte.

Entonces se dividieron los campos señaladamente. Mientras unos pedían reformas, otros defendían el estacionamiento y al­gunos transigían con las reformas, pero acomodadas a la índole de aquel país.

El espíritu patriótico a favor de España, mostróse en esta época más vivo entre los cubanos, pues contribuyó con recursos de todo género a salvar la situación, auxiliando al gobierno español con grandes sumas en su gloriosa lucha con Francia.

Ya en aquel tiempo los Estados-Unidos con el pretexto de auxiliar a los cubanos en la Florida, introdujeron tropas en el territorio español, llegando hasta apoderarse de la Mobila.

Al grito de ¡viva Fernando VII! trataban los que simuladamente defendían la independencia, de separarse de las autoridades de España, creando juntas en todas las localidades. Y cada día fue ganando terreno el trabajo de los que conspiraban por la independencia, apoyados en los elementos de las logias masónicas. Que ese espíritu de independencia es uno de los móviles de la insurrección actual, y que está alentado por los enemigos desde hace mucho tiempo, nos lo prueba las palabras de un periódico órgano de la Junta Cubana en Nueva-York. Ya hemos visto algunos precedentes del elemento en que se apoya la insurrección; he aquí las frases de ese periódico:

“Es un hecho fuera de toda discusión que desde que nuestros hermanos del continente meridional se emanciparon, prendió en Cuba la chispa de la independencia; planes, mejor o peor urdidos, se pusieron en ejecución, que abortaron y paralizaron por algún tiempo la marcha de la revolución cubana. Los independientes enarbolaron después la bandera de la reforma, bandera cuya elasticidad era ilimitada, y bajo cuyos pliegues se ocultaban las aspiraciones de algunos de los más ardientes patriotas y de no pocos de los enemigos declarados de España. El progreso es lógico; pasado el primer momento de efervescencia, se hundió el reformismo, surgiendo con más vigor y fuerza la idea siempre acariciada de la independencia; y en la intimidad del hogar unas veces, en el recinto de las logias masónicas otras, en el periodismo siempre, en la cátedra, en las academias y liceos, en todo, en fin, burlando la vigilancia del gobierno, se regó la buena semilla y se aguardó tranquilamente a que germinara y produjera sus naturales frutos.»

Ya veremos cómo las aseveraciones que anteceden se han vis­to confirmadas por los mismos hechos.

En 1821, cuando llegó el teniente general don Nicolás Mahyhallábanse en la Habana los comisionados de los Estados-Unidos para el arreglo y terminación de las cuestiones sobre la Florida. Muy pronto se dio a conocer que los emisarios traían un fin oculto. Preparábanse entonces los trabajos de una soñada anexión cubana, y se intentaba auxiliar aquel proyecto con los planos de las fortalezas de la Habana, ofreciendo a un oficial de ingenieros, ciento cincuenta onzas de oro. Descubierta por éste honrado militar la trama, procuró Mahy el pronto despacho de los negocios que llevaban como pretexto los comisionados.

Al escribir la historia de la insurrección cubana, no podemos prescindir de todos estos datos históricos, fatal precedente que revela muchos de los móviles que agitaron la opinión entre los insurrectos.

Cada vez se agravaba más la situación de los partidos que se disputaban el campo con distintos pretextos. Entre esta complicación, surgió otra no menos grave y difícil.

Las elecciones para diputados en 1823, fueron causa de conflictos, que hubieran podido tener un fin desastroso. Corrió la voz de que alguno de los partidos se proponía defender con calor la independencia de la isla, y esto introdujo la discordia en la milicia compuesta de cubanos y peninsulares, y no faltó mucho para que llegasen a las manos en las calles de la ciudad, que presentaba un carácter imponente.

No dejaron los partidarios de la independencia y los anexionistas el camino de las conspiraciones, y en 1823, el capitán general don Francisco Dionisio Vives, fijando la atención en las sociedades que con carácter político se desarrollaban en la Habana, consiguió encontrar la trama de una vasta conspiración en la asociación denominada de los Soles. Este plan tenía su origen en Venezuela, dirigido por don Francisco Lemus, que fue preso y conducido a la Península. El pretexto de la conspiración, era la noticia de la venta de la isla de Cuba.

El historiador Pezuela habla de la existencia de esas sociedades, conocidas con los nombres de Francmasones, Carbonarios, Anilleros y Comuneros, y a las cuales se atribuía un fin político determinado, afiliándose a ellas muchos hijos de la América española.

El ilustrado historiador citado anteriormente, dice que los francmasones tenían en la Habana su gran Oriente ya, cuando las demás colonias luchaban por su independencia.

La conspiración de la sociedad llamada de los Soles a que antes nos hemos referido, se proponía el alzamiento de la juventud habanera en un día dado, proclamando la independencia de Cubanacan.

Después de frustrada la primera tentativa, aquella asociación tomó el nombre de Legión del águila Negra, cuyo centro directivo estaba en Méjico.

La rigidez del general Tacón hizo desaparecer las sociedades secretas, y ya no volvieron a figurar en la vida activa hasta los años de 1850 y 51, en que los francmasones reaparecieron en la Habana, estableciendo varias logias, cuyo Oriente regulador residía en Santiago de Cuba.

Un escritor contemporáneo hace constar la circunstancia de que el establecimiento de las sociedades de la isla de Cuba, coincidió con la primera invasión filibustera de Narciso López.

Mas para desmentir a los que creen que las sociedades masó­nicas tuvieran parte en las conspiraciones políticas contra España en América, algunos escritores presentan pruebas de que los que pretendían la emancipación de Cuba, no eran masones regulares, ni constituían una logia regular al fraguar sus conspiraciones; que las logias irregulares conspiradoras, están condenadas por los verdaderos masones.

Lo que aparece claro, es que las sociedades secretas de los partidarios de la independencia cubana, las habían establecido con ciertas fórmulas y con un aparato misterioso, asegurando el cumplimiento de los compromisos contraídos.

Las revueltas políticas de España encontraron eco en Cuba, como lo prueba el grito lanzado en Matanzas el 23 de Agosto de 1824 por el oficial de dragones don Gaspar Antonio Rodríguez, victoreando a la constitución. La revolución, que en España iba tomando proporciones, y la guerra civil, ya con grandes elementos, fueron los motivos que alegó el general Tacón para conservar el statu quo en aquella provincia española, temiendo sin duda que el ejemplo de las colonias emancipadas hubiese contagiado a la isla de Cuba. El general Tacón apeló a severas disposiciones para corregir varios abusos, y tenía la convicción de que era preciso una energía a toda prueba, para resistir el empuje que ya se dejaba sentir contra el orden y la paz en la isla de Cuba.

Los enemigos de España seguían con incansable afán sus trabajos de independencia, arrastrando a muchos que ignoraban el objeto de los que se llamaban reformistas encubriendo sus aspiraciones.

El temor de que los partidarios de la independencia fuesen socorridos y hasta impulsados por los norteamericanos, ha existido en los hombres pensadores desde hace mucho tiempo. Ya el conde de Aranda en 1783, poco después de haberse ajustado la paz con Inglaterra, manifestaba al rey sus recelos, temiendo que el primer pueblo que en América dio el grito de insurrección, había de influir para que España perdiese sus conquistas en el Nuevo Mundo. España auxilió a las colonias inglesas en la contienda con la metrópoli, y aquellas, al declararse independientes, pagaron con la ingratitud el apoyo con que la generosa nación española favoreció sus proyectos.

Estas eran las palabras del conde de Aranda en dictamen reservado:

“Las colonias americanas han quedado independientes: este es mi temor y recelo. Esta república federativa ha nacido pigmeo, mañana será gigante, conforme vaya consolidando su constitución, y después un coloso irresistible en aquellas regiones. En este estado se olvidará de los beneficios que ha recibido de ambas potencias, y no pensará más que en su engrandecimiento. Sus primeras miras se dirigirán a la posesión de las Floridas, para dominar el seno mejicano. Dando este paso, no solo nos interrumpirá el comercio con el reino de Méjico siempre que quiera, sino que aspirará a la conquista de aquel vasto imperio, el cual no podremos defender desde Europa contra una potencia grande, formidable, establecida en aquel continente, y confinante con dicho país”.

El conde de Aranda, con la adivinación del genio, veía a través del porvenir, y descorría el velo de lo futuro, con la experiencia y con el conocimiento profundo de las cuestiones internacionales.

V.

A todos los móviles de insurrección que ponían en juego en la isla de Cuba los extranjeros, se unió el de la abolición de la esclavitud, pretexto de conspiración constante para excitar el encono de los negros contra los blancos. No eran impulsos humanitarios ni sentimientos filantrópicos los que alentaban a los llamados abolicionistas; era el odio, cada día más exaltado, de los amigos de la independencia a los españoles establecidos en aquella apartada provincia. No se defiende la causa de la humanidad tramando conspiraciones terribles, para que la sangre corra. Otros son los medios que la verdadera fraternidad aconseja y por otro camino se deben buscar las grandes reformas.

El año 1844, se descubrió la conspiración urdida por los extranjeros, y que debía estallar en Cárdenas, Matanzas y otros puntos importantes. El poeta Valdés, conocido por Plácido, y otros muchos, fueron pasados por las armas al cumplirse la sentencia de la comisión militar.

A pesar de los trastornos que sufrió la isla, ya proviniendo de los hombres, ya de la naturaleza, con las inundaciones, huracanes y epidemias, las reformas administrativas no cesaron, las franquicias comerciales siguieron abriendo anchos horizontes al comercio, desmintiendo a los que acusan de tiránica y perjudicial la administración española en América. Las útiles reformas, si bien con alguna lentitud, han influido en la prosperidad de la isla de Cuba, hasta que la rebelión armada ha hecho sentir sus estragos.

Las victorias de los Estados Unidos en la república de Méjico, dieron elementos a los anexionistas norteamericanos para sembrar las opiniones separatistas en la isla de Cuba, contrariando todo cuanto llevase el nombre español. Establecieron periódicos; comenzó a hacerse una propaganda activa que, unida a la exageración con que se predicaban los principios de la revolución francesa, fue uno de los gérmenes que más tarde hablan de dar por fruto la insurrección.

Descubiertos los preparativos de la conspiración dirigida por Narciso López, fue éste condenado a muerte. En la Habana y Matanzas, se descubrió también que varios escritores y un eclesiástico, sostenían correspondencias con los anexionistas del Norte. Lograron escapar, y constituyeron en Nueva-York la llamada Junta cubana, con el objeto de continuar los proyectos de anexión.

En 1846, el presidente Taylor declaró piratas a los que atentaban contra la integridad del territorio español, y esto contuvo por algún tiempo las manifestaciones de los separatistas.

La honrosa lucha que sostuvo el pueblo de Cárdenas el 19 de mayo de 1850 contra quinientos hombres, extranjeros la mayor parte, y que a sangre y fuego lograron apoderarse de la población, aún se recuerda con espanto. Pronto consiguieron los soldados y algunos paisanos obligar a los piratas a salir de Cárdenas. Para defender a esta población había salido tropas de la Habana, en donde se recibió con patriótico entusiasmo la noticia de la derrota de los invasores, ofreciéndose al gobierno más de trece mil hombres para batir a los enemigos. Entonces se organizaron cuatro batallones de milicia, con el título de Nobles vecinos. Gran muestra de desinterés y de patriotismo dieron los vecinos de la Habana y de todos los puntos importantes de la isla, tomando las armas, abandonando sus propiedades, sacrificando sus intereses, y exponiendo su vida en aras de la causa nacional.

Las reformas económicas y administrativas seguían adelante, y con ellas la prosperidad de Cuba; pero esto no podía satisfacer a la ambición de algunos, y al deseo siempre constante de los extranjeros, de arrancar esa joya inestimable a la corona de España. Emitieron bonos contra la propiedad de Cuba para cuando ésta fuesen suya; pero después de la derrota de Cárdenas, decayeron muchas ilusiones y se desvanecieron muchas esperanzas. Era preciso encender la tea de la discordia en la isla de Cuba. Consiguieron los enemigos de España que don Joaquín Agüero se pusiera al frente de una partida, mientras se levantaron otras en Trinidad, para que no desalentasen los insurrectos. No encontraron eco en las poblaciones pequeñas por donde pasaban, y bien pronto fueron batidos.

Mas no por eso cejaron en su propósito los rebeldes, alentados cada día con más encono por López. Las Pozas, Candelaria de Aguacate y los desfiladeros del Rosario, son nombres que recuerdan encuentros con los partidarios de López. Por fin, el 1,° de setiembre, el desgraciado López sufrió la pena de muerte en la Habana.

Desde entonces, no han escaseado las tentativas, no han dejado de trabajar los partidarios de la independencia, ora llamándose anexionistas, ora aparentando querer reformas radicalísimas; ya atrayendo a muchos que de buena fe creen en las ventajas de la independencia, para después colocarse al lado del gobierno de España, por desengaños recibidos entre los suyos, o por comprender más tarde que el camino que emprendieran no conducía a la felicidad de Cuba.

Ya en 1836, el poeta Heredia se quejaba de amargos desengaños, en un documento que merece un detenido análisis.

VI

Hemos visto marchar paso a paso los trabajos que sentaron el precedente de la insurrección, que ha paralizado las fuentes de riqueza en la isla de Cuba; y al demostrar con datos históricos que la influencia extranjera ha sido uno de los poderosos Cementos con que han contado siempre los enemigos de España, hemos podido observar que el espíritu patriótico no decae en aquel país, y en el curso de la obra tendremos ocasión de ver la parte que han tomado los defensores de la causa española, para conseguir el triunfo.

Por lo expuesto es fácil deducir que la insurrección, que comenzó en la jurisdicción de manzanillo, no era más que la consecuencia lógica de los precedentes históricos que los separatistas habían sentado ya en América. Que para sus trabajos les había servido la propaganda en la prensa y en las logias masónicas, declamando contra la tiránica dominación de los españoles. No es posible negar que alguno que otro desacierto de las autoridades, que alguna que otra falta en los funcionarios públicos, que muchas veces la mala elección de una parte del personal enviado a la administración de las provincias españolas, habrán podido en cierto modo influir para que se tachase la conducta del gobierno en América, pero esto no es fundamento bastante; pero estas quejas hubieran tenido un término, desde el momento en que se prometió corregir las faltas, desde el momento en que se proyectaba equiparar el sistema administrativo y político de Ultramar al de la península. Tampoco se nos negará que la insurrección no se limitó a pedir más libertad; que no se contentó con que las consecuencias de la revolución de setiembre llegasen hasta aquel país. Acaso los iniciadores del movimiento no pensaron que tomase tales proporciones su plan en los primeros instantes. He ahí el peligro; he ahí el escollo en que tropiezan, las revoluciones en los países no preparados aun suficientemente para recibirlas.

Estudiando con detención la historia de las provincias españolas de Ultramar, se observa al primer golpe de vista la nece­sidad de conciliar las dos tendencias opuestas que en ellas predominan, alentadas por las naciones que pretenden aprovecharse de las discordias intestinas de aquellos pueblos, para engrandecer su territorio. El tacto de las autoridades que representan al gobierno español en las provincias de Ultramar, debe consistir en no contribuir al predominio de ninguno de los extremos que en ellas luchan, ya encubierta, ya desembozadamente.

Que en la isla de Cuba como en Puerto Rico, existe un elemento contrario a los intereses creados por los peninsulares, y otro que pide el respeto a sus intereses, la conservación de sus propiedades a la sombra de las leyes españolas, es indudable: que cualquiera vacilación, cualquier acto de debilidad en las autoridades, puede romper el equilibrio entre esas dos fuerzas, y que los excesos en uno o en otro sentido acarrean males sin cuento, es una verdad notoria que los hechos se encargan de aclarar.

Un país propenso a la exaltación en alto grado; un país en donde continuamente se ha predicado la crueldad y la ignorancia de los conquistadores de Cuba, queriendo que el odio se estrelle contra los que representan la causa de España, está dispuesto a toda hora a grandes trastornos, cuya gravedad solo puede disminuir si la templanza, si el comedimiento, si la fría razón cupiera en los dos elementos contrarios, al presentarse en lucha abierta.

En la isla de Cuba, como en todos los pueblos del mundo, existen hombres que solo anhelan el orden, la verdadera vida de las sociedades, para que el comercio, la industria y todos los adelantos sigan la inevitable marcha del progreso: y otros que, descontentos porque han sido olvidados o desatendidos en la provisión de los empleos, o deseosos de mejor suerte, impulsados acaso por la ambición, forman el elemento bullicioso, las masas dispuestas a trastornar el orden: a éstos suelen unirse los que de buena fe dicen que, variando las instituciones de un pueblo bruscamente, contrariando el espíritu de sus costumbres y de sus leyes, se va con paso más ligero hacia el perfeccionamiento social.

La historia enseña que a la felicidad de los pueblos no se llega retrocediendo ni estacionándose, pero también dice con la elocuente voz de los hechos, que con la carrera desenfrenada hacia adelante, con la ciega precipitación, con la extremada violencia para caminar por la senda del progreso, suele encontrarse por término el precipicio de la anarquía y del desbordamiento, la muerte de las sociedades.

En el terreno racional que eslabona el pasado con el porvenir, se coloca el historiador para sus juicios: en esa término estará siempre condenando los excesos, lo mismo de los que se aterran a no salir de los errores antiguos, como los terribles abusos de los que, con fines personales o sin ellos, quieren hacer salir de su cauce la sosegada marcha de los acontecimientos.

No estar en ese terreno, seria mostrarnos apasionados y faltar a nuestro objeto.

VII

La revolución de setiembre en España no fue, como algunos creen, la causa de la insurrección de la isla de Cuba. Sería desconocer la índole de los acontecimientos, y buscar el origen de las cosas en donde no existe. En los párrafos precedentes hemos presentado la serie de datos que comprueban cuán antiguo es el trabajo de los partidarios de la independencia, de los que pretenden la emancipación de Cuba. No puede, pues, atribuirse a la revolución de setiembre la causa del movimiento; sería cuando más un pretexto para realizar a la sombra de los principios revolucionarios los planes elaborados desde tanto tiempo. Creerían acaso que al verificarse el cambio político de la madre patria, entraba en sus principios la independencia de Cuba: supondrían que la declaración de los derechos políticos proclamados por la revolución, llevaba como consecuencia la emancipación de las provincias de Ultramar. ¡Error indisculpable! ¿Cómo habían de querer los revolucionarios españoles que sucediera a la isla de Cuba lo que a las demás colonias emancipadas? ¿Cómo habían de olvidar siquiera los inmensos sacrificios, las pruebas de ardiente patriotismo de los peninsulares y cubanos que siguen las huellas de los defensores de España?

¿No dice la historia cuáles han sido las consecuencias de la emancipación, en los pueblos de la América española, que se quejaban del sistema establecido para las colonias, viniendo a parar luego a una situación precaria, difícil y azarosa?

Si las ideas sustentadas por los que levantaron el grito en Yara, contaban o no con la inmensa mayoría del país, los hechos lo han revelado. Se han armado los pueblos para la lucha contra los insurrectos. Por todas partes se han presentado ofrecimientos patrióticos, con el objeto de auxiliar al valiente ejército español en, su penosa campaña.

Ya hemos visto que desde muy antiguo, los vecinos de casi todas las poblaciones de la isla de Cuba se aprestaban a la defensa de la causa española, formando batallones de voluntarios. En las actuales circunstancias, despertado más que nunca el amor patrio, es digno de llamar la atención el resultado que arrojan los datos estadísticos del Escalafón de aquel cuerpo benemérito.

«La fuerza de Voluntarios de la Isla de Cuba, dice aquel documento, que tiene por principal misión la defensa del territorio, la protección de los intereses públicos y el sostenimiento del orden, prestando sus servicios donde quiera que sean reclamados, fue creada según el bando del excelentísimo señor capitán general de 12 de febrero de 1865, con motivo de prepararse en la vecina república de los Estados Unidos una expedición pirática contra esta isla.

Desde la indicada fecha hasta fin del mismo mes, se organizaron en trece batallones, treinta y cuatro compañías sueltas y ciento ochenta y tres secciones de infantería, y en quince escuadrones y doscientas treinta secciones de caballería.

Hoy, este instituto cuenta con once batallones de ocho compañías, once de seis, y siete de cuatro; ochenta y siete compañías sueltas, y ochenta y ocho secciones, también sueltas, de infantería: con dos batallones de cinco compañías, tres compañías sueltas y siete secciones de artillería a pie y de montaña: con cuatro compañías y una sección de infantería de marina, y una compañía de ingenieros: con cuatro regimientos, cuarenta escuadrones sueltos y setenta y cuatro secciones de caballería, y una brigada montada de artillería, dando próximamente un total de fuerza de cincuenta mil hombres.

El armamento de los cuerpos de infantería, se compone de fusil y carabina a pistón, con bayoneta, y de los sistemas Remington, Peabody, Weinchester, y otros de los más modernos; siendo el de estos últimos sistemas, en su mayor parte, de propiedad particular de los cuerpos. El de la caballería se compone de lanza, tercerola o pistola, y sable o el machete largo que se usa en el país; habiendo adquirido en compra muchos cuerpos tercero las Remington, Peabody, Gallagher y de otros sistemas, así con revólveres y pistolas Remington.

El vestuario de los cuerpos de voluntarios hoy, puede decirse no es sino el de campaña, compuesto de blusa o chaqueta y pantalón azul rayado, o de lienzo de color de tierra, con cuellos y bocas mangas de colores diferentes, según los cuerpos y aun compañías, escuadrones y secciones en que prestan sus servicios, sombrero de jipijapa, con escarapela nacional, y polainas de cuero.

Las fuerzas, tanto de infantería como de caballería, que han adoptado la denominación de Chapelgorris, usan la boina encarnada en vez de sombrero de jipijapa.

He aquí, por último, el curioso resumen general de jefes, oficiales y tropa que forman la gloriosa institución de los Voluntarios de la isla de Cuba:

Infantería, 1.701 jefes y oficiales, 37.779 tropa.—Idem de Marina, 28 jefes y oficiales, 525 tropa.—Artillería a pie y de montaña, 82 jefes y oficiales, 1.764 tropa.—Ingenieros, 4 jefes y oficiales, 126 tropa.—Caballería, 736 jefes y oficiales, 9.130 tropa.—Artillería montada, 15 jefes y oficiales, 160 tropa.

Lo cual de un total de cincuenta y dos mil cincuenta voluntarios, cuya cifra dice un periódico de la Habana, es la más elocuente muestra de lo que puede el patriotismo español cuando se trata de defender el honor nacional; cincuenta y dos mil cincuenta hombres que están dispuestos a derramar su última gota de sangre, para que siempre forme parte integrante de la noble España la provincia de Cuba.»

Nació, pues, la insurrección, sin elementos de vida, sin apoyo moral ni material, y si bien presentó mayores proporciones que las que generalmente se creía, pronto se vio asediada por todas partes.

Para comprender el espíritu y las tendencias de la insurrección, y como una prueba de que a los que la llevaron a cabo no les bastaba el reconocimiento de los derechos políticos proclamados en la península después de la revolución de setiembre, he aquí cómo se expresaba en Méjico un, orador, alentando a los insurrectos cubanos y reclamando auxilios pecuniarios para ellos:

“Ellos son valientes hasta la temeridad: se sienten fuertes en la conciencia de su justicia, y los enardece la esperanza de su emancipación. Pero esto no es bastante, si les faltan los recursos materiales de las revoluciones, sin los que, las más justificadas, jamás alcanzarán un resultado: hombres, armas y dinero...

“¿Y quién se los proporcionará, no por el impulso bastardo de la conveniencia e intereses propios, sino cumpliendo con el santo deber de la fraternidad?

“Nosotros, señores, el pueblo mejicano, para quien la recon­uista de la libertad y la independencia obligan a no permanecer inactivos en el egoísta goce de estos divinos presentes, sino a comportarlos por nuestra cooperación eficaz a los pueblos que luchan por alcanzarlos.»

Y concluía así:

“No necesito convenceros cuándo ya estáis persuadidos: invoco a vuestra conciencia, y si fuere necesario, os conjuro en nombre del catálogo de mártires que registra en sus fastos la historia de la libertad de las naciones, para que sin arredraros ante la magnitud de la empresa a que os estimulo, comparada con la pobreza de vuestros personales recursos, los aprontéis; pues reunidos todos, podrán ser eficaces para salvar al pueblo cubano: y cuando al través del golfo estrechéis su mano, dándole la bienvenida al seno de las sociedades soberanas, diréis con orgullo: He aquí en planta nuestra obra; y enalteceréis el nombre de Méjico, que saludarán las generaciones venideras a este doble acento de entusiasmo y gratitud: ¡Viva Cuba libre, soberana e independiente! ¡Viva Méjico, su aliada en la desgracia!» .

¿Para qué más pruebas de que era la independencia el móvil de la insurrección alentada por los extranjeros, y por los que un día vivieron bajo el glorioso pabellón de España?

Los mejicanos confirman la idea manifestada por. un concienzudo escritor político de nuestros días, y orador vehemente.

Que puede acaso llegar un momento en que lo ocurrido en Méjico al proclamarse independiente, acontezca en la isla de Cu­ba, es indudable; por eso los mejicanos ofrecen sus recursos a los insurrectos, y desean que Cuba siga los pasos de los instigadores y auxiliares de la independencia de la isla.

¡Elocuente lección presentan la conducta de los mejicanos y el movimiento dirigido por Iturbide!

Téngase presente la historia de la independencia de Méjico al estudiar las causas de la insurrección de la isla de Cuba, porque de tal modo coinciden en su principio, que parece providencial el desenlace de los primeros acontecimientos en Méjico, y es como una prueba incontrastable de que, leyendo en lo pasado, puede prepararse el porvenir de los pueblos.

El grito de «muera España,» lanzado por los insurrectos de Cuba, contribuye a demostrar más y más el carácter de una rebelión armada que, avivando el fuego de las pasiones, dio alicientes a la venganza, y como consecuencia precisa, días de luto y desolación para la patria, que ve en los cubanos hijos queridos, cuya prosperidad desea.

Lamentable es que el extravío de las opiniones políticas ar­rastre a los hombres hasta el punto de olvidar los sentimientos humanitarios que tanto pueden enaltecerlos.

¡Si se meditaran bien las consecuencias de esos actos, muchas guerras se evitarían y largos años de ruina para los pueblos!

 

LIBRO PRIMERO.

CAPITULO PRIMERO.

 

 

Extiéndese la isla de Cuba en una superficie total de cuatro mil una y media leguas cuadradas, contando la de las islas y cayos que la circundan. El mayor ancho es de treinta y nueve leguas, estrechándose en algunos puntos hasta medir siete leguas y media. El golfo de la Florida la baña por el Norte, y el canal de Bahama que la separa del archipiélago de las Lucayas. Al Este el estrecho del Viento, al Sur el mar de las Antillas, y al Noroeste el golfo de Méjico.

Atraviésala en toda su extensión una cordillera, que establece dos vertientes generales, y que por su mayor elevación al Este que al Oeste, de el nombre de Vuelta de Abajo a la parte occidental, y Vuelta de Arriba a la oriental. Recorren su feraz suelo unos ciento sesenta ríos, entre los cuales uno, el más caudaloso, es el Cauto, y su vigorosa vegetación produce preciosas maderas de cedro, caoba, granadillo y ébano. En sus amenos valles nacen las piñas, guayabas, yucas dulces y amargas. El azúcar, el tabaco y el café, son los productos con que da gran vida a la industria y al comercio.

Entre sus productos animales los hay muchos útiles, varios venenosos, y rarísimos otros, como el insecto cucuyo (Elater noctilocus), que aparece en los meses de abril a junio.

Si grande fue el asombro de los indígenas al ver llegar a aquellas costas a Colon, y a los compañeros que le siguieron en el peligroso viaje, mayor aún sería el de éstos al encontrarse en aquella tierra virgen, que tanta variedad ofrecía.

La capital de la Isla, San Cristóbal de la Habana, fue fundada por Diego de Velázquez hacia la parte del Sur, cerca del surgidero de Batabanó.

A principios del siglo XVII se declaró residencia del capitán general, y en los primeros años del XVIII la Habana adquirió todas las condiciones de una ciudad importante.

Rodéanla fuertes murallas, exceptuando por el sitio que ocupa el muelle, en donde se levantan por la parte de tierra diez baluartes y siete puertas; la de la Punta, la de Colon, las dos de Monserrate, las dos de Tierra o de la Muralla, y la del Arsenal. Por la parte de la bahía tiene la batería de la Punta,, el baluarte de San Telmo, la batería de Santa Bárbara, y el castillo de la Fuerza al Norte, cerrando al Sud los baluartes de Paula, San José, el Matadero y el de la Tenaza.

Extramuros, ocupa la población una extensión de media legua cuadrada, sin contar los barrios extremos, que se extienden en líneas tortuosas en diferentes direcciones. Comprende en su área el castillo de la Punta, a la entrada del puerto, la batería de Santa Clara y el torreón de la Chorrera sobre la costa; el castillo del príncipe, con la batería avanzada de San Nazario al Oeste, y al Sur el castillo de Atarés.

 

Vista general de la Habana

 

También al otro lado de la bahía se ha extendido la población, y allí tiene las más formidables defensas, como son el castillo de los Santos Reyes del Morro, frente al castillo de la Punta. Aquella fortaleza está reforzada con una batería casi a flor de agua, la de los Doce Apóstoles. Sobre una eminencia, desde la cual se domina toda la ciudad, hállase situado el famoso castillo y la ciudadela de San Carlos de la Cabaña. Casi a flor de agua tiene este castillo la batería de la Pastora, cuyas bocas mi­ran a la entrada del puerto. Como puesto avanzado, hállase al Este, y a un cuarto de legua, el fuerte Número Cuatro, y al Nordeste, a cosa de una legua, el torreón de Cojimar, que toma nombre del rio a cuya desembocadura se edificó.

Cuenta, pues, la Habana, con medios de defensa que hacen casi inaccesible la entrada a la ciudad por mar y tierra.

Por la descripción anterior, se comprende fácilmente que los que intentaran trastornar el orden, no habían de presentarse en las calles de la Habana ni provocar la lucha abierta, a no contar con alguna de las fortalezas que dominan a la ciudad. Podrían sí, promover conflictos en los sitios públicos, y lanzarse después al campo sin presentar el frente a las tropas y a los voluntarios que los persiguieran. No contaban con grandes elementos en la capital de la Isla: sabían la terrible oposición que habían de encontrar sus pretensiones, y que en ella no podían esperar más que el deseo de la conservación del orden, que es la base de la verdadera libertad a cuya sombra viven las clases productoras, el trabajo y el capital. Las predicaciones y los puntos de reunión, extendiéronse, pues, al campo.

En la prensa se habían combatido mucho las tendencias de los que habían de seguir las huellas de Hatuey, y trabajaban éstos silenciosamente, aprovechando cuantas coyunturas se les ofrecían para manifestar su odio a España.

Con el carácter de jefe de la insurrección, asistía a las reuniones que prepararon el movimiento, Carlos Manuel Céspedes, cuyos datos biográficos reservamos para otro lugar. Hacíase proclamar como Libertador de Cuba, y habíanse nombrado los jefes que debían ponerse al frente de la rebelión.

El gobierno de aquella época, o no sabía lo que pasaba, o demasiadamente confiado, dejaba tomar incremento a la insurrección, que no descansaba un instante en sus preparativos. La guarnición de la isla se componía escasamente de siete mil hombres. Ya desde el día de Noche-Buena de 1867, se sabía que en los campos de la jurisdicción de Manzanillo abundaban los insurrectos, y en toda ella se entonaban cantares subversivos y antipatrióticos.

No se ocultaban para sus manifestaciones los que tan abiertamente conspiraban contra la integridad nacional.

En Yara, Manzanillo y toda su jurisdicción, se presentaban los partidarios de Cuba libre, sin temor de que ningún empleado del gobierno español pusiera tasa ni remediara los abusos. En tales términos podían preparar sus trabajos, que no se evitaban sus reuniones públicas ni se tomaba precaución alguna. Celebraban sus juntas en Cuita, casa de Jol, en el ingenio de la Demajagua, en Santa Gertrudis, en Baja, y aun algunos días antes de la insurrección, se reunieron en Manzanillo, en casa de don Francisco V. Aguilera, con el pretexto de arreglar la quiebra de éste. A la junta asistieron algunos bayameses, entre ellos don Francisco Maseo, Jorge Milanés, Pedro Maseo y otros. Después de la reunión se dirigieron a la fonda de la Marina, en donde hubo brindis acalorados. Presidía la mesa Aguilera, que tenía a su derecha al titulado intendente Bartolomé, y a la izquierda al secretario de Estado, Eladio Izaguirre. Hallábanse en la reunión los principales cabecillas, Jol, Titá, Colvar, Socarrás Gato asado, Ricardo Céspedes, Emiliano García y Panchin Céspedes. Terminados los brindis, salieron en dirección al ingenio de Aguilera, Santa Gertrudis, en donde pernoctaron y pasaron el día siguiente, hasta que creyeron oportuno separarse, con el objeto de dedicarse a la propaganda y a adquirir prosélitos por los partidos de Yara, Yaribacoa, Guá, Bicana y Portillo, sin ocultar mucho sus proyectos.

No dejaron de atraer alguna gente, que poco a poco fue proveyéndose de armas de fuego y blancas, vendidas por el comercio con la mejor buena fe, y sin sospechar siquiera el objeto a que se destinaban, aunque ya había indicios de que la propaganda separatista estaba preparando el terreno. El gobierno no tomó medida alguna sobre la venta de armas, hasta mucho tiempo después de estallar la insurrección.

Cuatro días antes del movimiento, Ricardo Céspedes, coronel insurrecto, Rafael Caimar, Pedro Céspedes y otros varios jefes, compraron municiones y armas en una tienda de Manzanillo, y salieron con ellas a la calle.

Entre las familias de aquella población, era frecuente oír conversaciones sobre la revolución que iba a comenzar en la Demajagua; y los guagiros en las tiendas insultaban con el mayor descaro a los dependientes del comercio, amenazándoles con estas y parecidas frases: «Ya seremos libres, y entonces no habrá catalanes en Cuba.»

Estas amenazas dan una idea aproximada del espíritu predominante en los apóstoles de la insurrección. O habían hecho creer a los pobres campesinos que desaparecería el elemento peninsular de Cuba, o tenían realmente esas pretensiones. No faltó quien diera parte de todo al Teniente gobernador en aquella fecha, y ni una precaución siquiera se tomó para evitar el conflicto que sobrevino pocos días después, y que tanta sangre ha hecho derramar.

Acaso si no hiciesen tomado proporciones en la jurisdicción de Manzanillo los actos preparatorios de la rebelión, si se hubiera acudido con tiempo a no dejar que se desarrollase el germen, no creciera la planta ni diera sus amargos frutos.

El abandono y la calma de las autoridades, fueron causas que contribuyeron a que diera sus resultados la conspiración.

El día antes de estallar la rebelión (8 de octubre del 1868), notábase en Manzanillo y en todos los partas una agitación extraordinaria entre las gentes del campo. Iban todos provistos de machetes, y vestían camiseta de Rusia. Corrían de aquí para allá los cabecillas Aguilera, Jol, Colvar y otros, explorando los ánimos con el objeto de investigar si entre los vecinos pacíficos de Manzanillo se tenía alguna noticia de sus planes. Curiosísimos diálogos entablaban los conspiradores, citándose para el ingenio de la Demajagua, adonde muchos fueron por habérseles prometido darles nombramientos de coroneles, brigadieres, etc.

El camino de Manzanillo a la Demajagua y a Santa Gertrudis, veíase tan concurrido como en una romería. Cualquiera hubiese dicho que había feria en alguno de los dos puntos, según la concurrencia que a ellos acudía, y en la cual había también algunas mujeres.

La villa que da nombre a la jurisdicción en donde levantaron el grito los partidarios de Céspedes, tiene en su historia hechos gloriosos que honran a sus hijos. 

Hállase Manzanillo situada al Sud de la isla de Cuba, y corresponde al departamento Oriental. Ocupa aproximadamente el territorio que los indios denominaron Macaca y Guacanayabo.

El 9 de octubre de 1868, a las siete dé la noche, dieron principio a su obra los partidarios de Céspedes en el ingenio antes citado de la Demajagua, situado en el partido de Yaribacoa, cuartón de Punta de Piedra, a orillas del mar, y a nueve kilómetros de Manzanillo.

Apenas los vecinos de la heroica villa tuvieron noticia de aquel acontecimiento inesperado para muchos, reuniéronse con gran precipitación en el cuartel, y con las armas en la mano juraron defender su nacionalidad, hasta verter la última gota de sangre de sus venas. Hablan quedado en la villa algunos simpatizadores, y al ver la imponente actitud de los defensores de España, dieron aviso a los suyos, anunciándoles una derrota si se atrevían a intentar la entrada en aquella villa. Es verdaderamente notable en la historia de la insurrección, la patriótica energía con que acudieron los vecinos de Manzanillo a la defensa de la población, movidos por ese impulso que en circunstancias determinadas decide del éxito de una empresa, por arriesgada que sea.

Justo es que se dé a aquel acto el valor que en si tiene, y que recuerda el Heroico aliento de los hijos de Manzanillo en épocas anteriores.

Es memorable la victoria alcanzada por los vecinos de Manzanillo en 1819, al verse atacados por dos buques ingleses que llevaban apresado un bergantín español. Era entonces la villa un pobre caserío de setenta y cinco casas, la mayor parte de paja. A las doce del día 7 de octubre del año citado, desembarcó, llevando bandera blanca, un oficial, que fue presentado al comandante de la fortaleza. Manifestó el oficial que el capitán exigía ochenta mil pesos, y que si no se le entregaban daría la orden de saqueo. Los vecinos, que eran catalanes e indígenas, llenos de indignación, contestaron con entereza que se les enviarían oculta mil balazos. A las nueve de la mañana del día 8 comenzó el fuego, al cual se contestaba con lentitud por falta de municiones, y a las diez de la mañana entraban más de cien hombres armados, dirigiéndose hacia la villa con bandera desplegada y a tambor batiente.

Salióles al encuentro el capitán del partido don Miguel Fernández con treinta y cinco hombres, la mayor parte armados de palos y machetes, pues con escopeta solo había ocho. Prodigios de valor hicieron aquellos treinta y cinco hombres para resistir a los invasores que, habiendo llegado ya a poner las manos en las maderas de la batería, hubieron de retroceder ante la fiereza de aquellos héroes. Huyeron los enemigos hacia la Caimanera en precipitada fuga, dejando cuatro cadáveres, y llevándose dos y quince heridos, entre los cuales se encontraba el jefe. ¡Así respondían aquellos héroes a la voz del amor Patrio!

El 9 de octubre de 1868 había dispuesto el ayuntamiento de aquella villa todos los preparativos para celebrar el próximo domingo la fiesta cívico-religiosa con que todos los años se celebra la conmemoración de la gloriosa defensa de 1819. Disponíase la juventud a concurrir al baile que se había señalado para la noche del domingo, mientras los amigos de Céspedes intentaban entrar en el pueblo y comenzar desde allí sus operaciones. Extraordinario movimiento se notaba en la villa, sin que pudiera la mayoría de las gentes conocer el motivo. Una mujer del campo quejábase amargamente de que había sido sorprendido su esposo, y se lo habían llevado para que tomara parte en la insurrección. Ya no podía ocultarse más tiempo la verdad. El teniente gobernador don Francisco Fernández de la Reguera dirigióse al cuartel, poniendo sobre las armas a los treinta y ocho soldados del regimiento de la Corona, y avisó a cuantas personas podían encargarse de la defensa en caso de ataque. Ya alarmada la población, comenzaron los vecinos pacíficos a llenar la plaza, algunos de ellos con armas. Acudieron entre otros el alcalde mayor don Victoriano García Paredes, el señor asesor de guerra don Jesús Mariño, los señores Velázquez y Canga-Arguelles, y los comerciantes señores Roca, Ramón, Sánchez, Riera, Casals, Muñiz, Rovira, Planas y Pulido. Este último, acompañado de varios, se colocó hacia la entrada de Bayamo. En tan críticos momentos acudieron también el señor cura, don Tomás Eupe, el presbítero señor Rivera, y el teniente cura don Valentín Domingues.

Si en la historia figuran los nombres de los cabecillas insurrectos, ¿por qué no han de escribirse los de aquellos que en momentos de peligro se lanzan a la defensa de sus hogares y de la causa nacional?

Repartióse convenientemente el armamento que existía en depósito, y a los pocos instantes la escasa guarnición contaba con un número de vecinos, dispuestos a morir antes que dejar paso a los defensores de Cuba libre. Ejército y paisanos fraternizaron, y juntos se decidieron a hacer frente al enemigo.

El plan de los insurrecta era entrar en la población a la hora en que se hallase entregada al sueño; pero no pudieron conseguir su objeto, y hubieron de dar distinto rumbo a sus planes.

Era la mañana del 10, cuando los insurrectos trataron de interceptar el corred que se dirigía a Bayamo; pero llegada la noticia a Manzanillo, la autoridad local dispuso que se tocase llamada y tropa, y desde entonces aumentóse el número de los vecinos armados con algunos que ignoraban lo ocurrido en la noche anterior. Colocáronse, oportunamente distribuidos, en las .azoteas que dominan la entrada a la plaza, defendiendo las bocacalles. Estableciéronse avanzadas en las avenidas del pueblo, y una ronda de caballería recorrió las calles durante la noche, prestando un servicio muy activo, por ser escaso el número de individuos de este cuerpo. En el hospital civil, que se halla sobre una eminencia, dominando al pueblo, se situaron doce hombres bajo las órdenes del administrador del establecimiento, don José Convit.

Convencidos los insurrectos de que nada podían hacer dirigiéndose a Manzanillo, que se había aprestado tan activamente la defensa, pensó Céspedes emprender la marcha hacia Bayamo, en donde creía contar con más elementos. Así lo verificó, poniéndose al frente de setecientos de los suyos. En esta expedición tuvieron un encuentro en Yara con cincuenta infantes de la Corona y diez de caballería del Rey, mandados por el coronel Villares.

Viendo Céspedes que era tan corto el número de sus contrarios, atacó a la tropa, que los obligó a huir, batiéndose con el valor proverbial de los soldados españoles, aunque tengan que luchar con las contrariedades del clima y con el rigor de las estaciones.

Es el soldado español modelo de cordura, de valor y de sufrimiento. Ni el hambre ni la fatiga hacen decaer su espíritu esforzado. Si en la campaña de África el ejército de grandes pruebas de su firmeza y de su incansable bravura, en la de Cuba ha sido también ejemplo de amor a sus, jefes y de entusiasmo por España.

Desde Yara avisaron a Céspedes que podía entrar con su gente, porque allí no había guarnición. Sabido esto, se dirigió hacia aquel punto, adonde llegó de noche. Entretanto la columna de Villares iba también en dirección a Yara, habiendo salido de Bayamo. Mientras Céspedes y los suyos entraban por una parte, la columna de Villares hacia su entrada por otra. Grande fue la sorpresa de los insurrectos y de la tropa al encontrarse en las calles de Yara, y aun con el inesperado encuentro rompieron el fuego, siendo los insurrectos en número considerable para el de las tropas. Solo la serenidad y el arrojo del soldado español pudieron lograr una victoria que parecía imposible, atendido el número de los contrarios, que pudieron haberse defendido en las calles palmo a palmo. Los insurrectos, después de los primeros disparos, huyeron a la desbandada. Las tropas se acuartelaron en uno de los edificios de la población hasta el siguiente día, mientras los fugitivos buscaban unos su casa, y otros corrían sin saber adónde.

Por fin, encontró Céspedes con los pocos que le quedaban, á Marcano con otra partida, quien le animó diciéndole que Mármol estaría cerca de Bayamo con más gente. así lograron reanimarse, y Céspedes volvió a creer que podrían entrar en Bayamo. El día 13 presentáronse en las Tunas, como se refiere en uno de los siguientes capítulos; algunos insurrectos con propósito de atacar al pueblo, pero fueron rechazados por la poca gente que lo guarnecía y por los vecinos, sin que esto hiciera desistir a los partidarios de Céspedes.

Que ya se daba alguna importancia a la insurrección, lo prueba que los jefes de operaciones, en sus partes, demuestran la necesidad en que se encontraban de acudir pronto con refuerzos a los puntos atacados. Para auxiliar a la guarnición de las Tuna dispuso el comandante general de Puerto-Príncipe que se encharcase en Nuevitas una columna fuerte de infantería, y otra cuyas fuerzas en combinación con la caballería, debían caer sobre los insurrectos.

Mucho pueden los jefes, mucho valen su inteligencia y su arrojo: ellos son la cabeza, pero no hay que olvidar un momento la heroicidad y el denuedo de los pobres soldados que, lejos de su patria, sufren las enfermedades, el plomo enemigo,, las fatigas de largas caminatas, separados de sus madres, de sus familias, deja acariciadora atmósfera del hogar, y sin más estimulo que el de la gloria, sin más deseo que el de cumplir con su deber. En el curso de esta obra se presentarán a cada paso ocasiones de apreciar lo que valen esos héroes que suelen morir llevándose una historia de sacrificios y de penalidades, de valor y de patriotismo, historia que se entierra con los inanimados restos del soldado.

La campaña de Cuba ha venido a demostrar que cuando la integridad de la patria peligra, saben los leales defensores de España vistiendo el uniforme del voluntario, compartir las glorias con el valiente ejército. Es preciso ver al soldado español en campaña cuando llegan días de prueba; es preciso estudiar sus sentimientos humanitarios, y verle dar parte de su ración a los prisioneros para comprender hasta dónde llega su corazón.

Digno de admiración es el jefe que, al frente de sus solda­dos, les infunde valor con su enérgica resolución; pero no es menos digno el soldado que, tras largos días de camino por un terreno desconocido, expuesto a las emboscadas, atravesando espesos matorrales, tiene que buscar al enemigo, que le acecha en los parajes más ocultos, y que se vale de todos los medios para cansar sus fuerzas y abatirle. Cada día de campaña, es una página de gloria para el ejército español. Esto no es de ahora, es de todos los tiempos. Los hijos de España no olvidan jamás la historia de sus antecesores.

 

CAPITULO II.

 

Es indudable que el levantamiento de Yara obedecía a un plan preconcebido por los que sin descanso trabajan por la independencia de Cuba, buscando bajo la sombra de las reformas radicales un pretexto para realizar sus planes separatistas. Si en un principio no se vio claramente el móvil que impulsaba a los que comenzaron por trastornar el orden, manifestando impaciencia y deseos de que un cambio político trasformase las instituciones que regían en las provincias de Ultramar, bien pronto dieron a conocer el odio a todo lo que llevara el nombre español aunque fuesen los mismos derechos políticos que ellos pedían.

EI mismo día en que ocurrió el acontecimiento de Yara, publicaba la Gaceta de la Habana las noticias recibidas por el vapor France, de que el 23 del mes anterior habíase levantado en Lares (puerto-Rico) una partida de doscientos hombres, que saquearon las casas de comercio. Sabíase que habían salido varias columnas en su persecución, y que capturaron a algunos insurrectos.

El jefe de estos era un venezolano llamado don Manuel Rojas, que al grito de libertad se rebeló contra el gobierno español. La autoridad envió fuerzas bastantes del ejército y milicia, con algunos vecinos honrados, haciendo internar en los bosques a los insurgentes.

El general Pavía comunicó al capitán general don Francisco Lersundi que la insurrección estaba concluida, y que había completa tranquilidad en la isla.

Estas noticias fueron comentadas en la Habana según las ideas de los que las recibían, dándoles gran importancia los amigos de Céspedes, por creer que había llegado la hora de la independencia, y que no habría fuerzas que resistieran lo bien combinado de sus proyectos.

Ya el día 10 advirtióse bastante agitación en los corrillos de los cubanos que se reunían en el café de la Dominica, paseo de la Cortina de Valdés, Universidad y Louvre, y se presentaban todos los síntomas que preceden a la agitación manifiesta de los descontentos con aquel orden de cosas, y con la administración española en la isla de Cuba.

El día 12 corría de mano en mano la Gaceta, en la cual se publicó una proclama del general Lersundi, cuya difícil posición debe comprenderse, considerando que se hallaba en la isla representando al gobierno de la reina destronada, y que como mili­tar no podía dejar aquel espinoso cargo.

Terrible era la disyuntiva. Creía que no podía dar aliento a las aspiraciones de muchos de los que se le presentaron para que respondiese al grito revolucionario de España, y por otra parte, si manifestaba tendencias contrarias a los deseos de aquellos, podía juzgársele opuesto a las resoluciones adoptadas en la península. Ni le era posible reprimir las tendencias de los que se presentaban deseosos de seguir los pasos de la revolución española, ni juzgaba prudente faltar a los principios del sistema político y administrativo que personificaba. Ni quería hacer traición al gobierno que le había confiado aquel cargo importante, ni creía patriótico desobedecer a los jefes de la revolución de setiembre, que habían constituido gobierno en la Península, cambiando por completo la faz política de aquellos pueblos.

Las graves ocupaciones del gobierno en los primeros momentos, justifican en cierto modo la dilación en sustituir al capitán general de la isla de Cuba, sacándole de la penosa situación en que se encontraba.

Los actos han de ser las pruebas más elocuentes para el juicio que haya de formarse de los hombres. El general Lersundi, que había dado ya noticias de las ocurrencias de la Península, aunque no las consideraba de gran importancia, publicó la proclama antes citada, y que decía así:

Gobierno superior civil de la isla de Cuba,—Habitantes de la siempre fiel isla de Cuba:

Al frente hoy del gobierno y administración de esta provincia, y tutor de vuestros intereses sociales, satisfago una necesidad y lleno un gran deber dirigiéndoos hoy mi voz.

Con rapidez asombrosa se han verificado en la madre patria acontecimientos graves. Interpuesto el Océano, tan solo la comunicación telegráfica con todos sus inconvenientes y deficiencias, es hasta los momentos presentes el medio con que contamos para saber lo que sucede: y al daros a conocer hace pocos días las noticias recibidas por tal conducto, os dije ya, por la vía oficial, lo que debíais tener como cierto. Ahora debo añadiros, que una profunda conmoción política ha tenido por resultado inmediato la salida del suelo español de la Augusta Señora que regía sus destinos, y que se está constituyendo un gobierno provisional en que toma iniciativa y acción el duque de la Torre. Nada más puede deciros hoy, mi voz autorizada, respecto a los hechos que se están verificando.

No los juzgo, leales habitantes de Cuba, ni es esta la misión que me incumbe en estos momentos como primera autoridad de esta isla, ni quizás fuera tampoco la ocasión más oportuna para verificarlo con acierto, porque sería necesario apelar al raciocinio, y la razón no discurre cuando impera el estímulo del sentimiento. Otro es mi deber en los actuales instantes. Como representante del gobierno español en esta provincia, ahora solo me toca velar por los altos intereses que me están confiados, y acudir a vuestro nunca desmentido patriotismo, para que espere tranquilos y descansando en mi solicitud por vuestro bienestar, la solución de esta crisis suprema. En momentos como los pre­sentes, solo el patriotismo salva a los pueblos, lo mismo que a los individuos, y yo creo que vuestro corazón, latiendo como el mío a impulsos de la sangre leal española, mira por encima de cualquier otro interés, por alto y respetable que sea, al más alto de todos en la esfera política, que es la conservación del orden, el respeto a la ley, la salud y la integridad de la patria.

Sí, leales habitantes de Cuba: si mi entendimiento se abisma ante la magnitud de los sucesos, mi corazón no decae, porque le anima el santo fuego del amor a la patria, en cuyas aras han de deponerse en ocasiones como la presente, cual yo lo hago, no ya las aspiraciones estrechas del interés de partido, sino hasta las más legitimas afecciones personales. Esperemos, pues, sosegada y pacíficamente: los acontecimientos marcharán a un desenlace, y cualquiera que éste sea, que nos encuentre tranquilos y fieles a los sagrados intereses que nos ligan a nuestra querida España.

No abriguéis la menor sospecha de que un acto impremeditado de la nación española venga a turbaros en la paz de que gozáis, a poner la mano sobre vuestros objetos más queridos, a conduciros por entre el laberinto de nuestras discordias intestinas a la ruina de vuestro porvenir. Esperemos: la divina Providencia ha velado siempre por nosotros, y ya lo sabéis, porque la historia lo testifica: si España puede presentarse alguna vez como ejemplo del infortunio, siempre qué tipo de virtud heroica, de sensatez profunda y de fe inquebrantable en su destino. De su seno saldrá, no lo dudéis, la solución más conveniente para nuestros intereses, que son los intereses de la patria.

Mientras tanto, yo espero de vosotros el reposo, de la pru­dencia y la tranquilidad de la esperanza, y mi corazón me dice que no me engaño al contar con vuestras virtudes cívicas, tantas veces acrisoladas con vuestra siempre fiel adhesión, como podéis a la vez vosotros contar con la justificación, la vigilancia y la firmeza inflexible de vuestro capitán general, gobernador superior civil,—Francisco Lersundi.—Habana, 11 de octubre de 1868”.

En el mismo día se publicaba la siguiente orden general del ejército:

«Soldados, Milicianos y Voluntarios:—En la metrópoli han tenido lugar sucesos graves, que han ido donde quizás no llegaron jamás; pero felizmente, hoy reina completa tranquilidad material en toda la península.

En circunstancias tales, solo os recordaré que sois soldados españoles, que la patria tiene confiadas a vuestra lealtad y cuidado la paz e integridad de este territorio de la nación española, y el amparo y protección de sus honrados y laboriosos habitantes; y que si alguien atentara contra uno siquiera de estos objetos queridos, espero que como siempre cumpliréis con vuestro deber, como cumplirá con el suyo vuestro capitán general,—Francisco Lersundí”.

El capitán general dirigía su pensamiento a España, y se encontraba con un cambio radical, con una transformación política que no sabía adónde podía llegar: miraba a su alrededor, y veía en la isla los preliminares de una insurrección, aunque a esta última no le daba gran importancia.

A los pocos días de recibirse en la isla las noticias del desenlace de la revolución de España, y teniendo ya noticias de las ocurrencias de Yara, reuniéronse en la Habana varios cubanos influyentes, y acordaron invitar a otras personas para dirigirse en comisión al capitán general. Hiciéronlo en efecto, y fueron a ver a la primera autoridad, quien les manifestó que extrañaba el número crecido de la comisión, pero que estaba dispuesto a oírlos. El abogado Mestre tomó la palabra, manifestando con cierta timidez que se hacía eco de los deseos del pueblo, que pedía la unificación con la península, y que desaparecieran algunos signos de la monarquía caída. El capitán general le contestó enérgicamente que él era representante de España, y que estaba dispuesto a cumplir las disposiciones del gobierno, cualquiera que fuese, pero que mientras no fuese relevado, continuarían las cosas como estaban.

El general Lersundi manifestó su extrañeza al ver en la comisión algún jefe del ejército.

En el vapor correo inmediato, salía desterrado el comandante de ingenieros Modet.

así terminó la comisión, de la cual quedaron muy poco sa­tisfechos los cubanos que de ella formaban parte.

Reuniéronse varios peninsulares que intentaban derribar la estatua de Isabel II, situada en el paseo del parque. Lo impidió la policía, y se llevaron a efecto varias prisiones.

Extrañábase en la Habana que el general Lersundi continuara respetando el recuerdo de la reina destronada, y los hombres de ideas liberales avanzadas no estaban conformes con que en la península se hubiera realizado la revolución, mientras que en las provincias de Ultramar continuaban en el mismo estado que antes.

Recibiéronse el día 14 de octubre por la vía de los Estados-Unidos detalles de la revolución de la madre patria, y fueron comentados con entusiasmo por los que no transigían con el régimen caído. Dióse a luz una proclama en sentido conciliador para cubanos y peninsulares, y se hicieron crecer extraordinariamente las noticias de la insurrección de Yara.

Cada noticia oficial que se publicaba, era un motivo más de aliento para los que en la Habana se preparaban a seguir a Céspedes y demás jefes de la insurrección. Por desfavorable que fuese el despacho telegráfico para los sublevados, con tanto más motivo lo traducían como satisfactorio para ellos.

La pasión política suele cegar hasta ese punto, y los que se encargan de agitar la opinión en favor de una causa, se aprovechan generalmente de la falta de noticias para urdirlas a su placer. Esto ha sucedido, sucede y sucederá en todas las conspiraciones, y esto arrastra a muchísimos ilusos, que suelen ser las primeras víctimas.

Un telegrama del comandante militar de Sancti-Spiritus, decía que tenía noticias por el capitán del vapor Cienfuegos, que lo mandaron de Manzanillo a Cuba con una comisión, y algunos prisioneros, de que en las Tunas habían tenido un encuentro las tropas con los insurrectos, quienes huyeron, dejando algunos prisioneros, en poder de aquellas. Los prisioneros dijeron que los capitaneaba Aguilera.

Ya comienza a verse claro el objeto de la insurrección y sus tendencias. Se trata de la independencia de Cuba, por más que algunos creyeran de buena fe que solo se querían reformas radicales. Y aun suponiendo que no fuese aquella la bandera enarbolada por los que pedían la unificación de la isla con la península, las consecuencias habían de arrastrar el primer movimiento a la corriente desbordada de los que tomaron las armas, alucinados por una falsa promesa o por un momento de ofuscación.

Las revoluciones, una vez iniciadas, siempre van más allá de lo que se proponen los que dan el primer grito y figuran en primer término en el puesto del peligro.

¿Cómo habían de imaginar los revolucionarios franceses hasta dónde llegaría el impulso que ellos dieron? ¿Cómo habían de creer los iniciadores de la revolución española en Alcolea, que a los dos años de haber conseguido la victoria, no verían sentado en el trono a un monarca que personificase el cambio realizado, que fuese el primer guardador de la Constitución de la monarquía, y que pusiera coto a las ambiciones y al desconcierto?

Que el movimiento político de España tuvo alguna influencia en la insurrección cubana, los hechos lo demuestran. Que las graves atenciones del gobierno en los primeros instantes, no le permitieron acudir al remedio de los males que en las Antillas se dejaban sentir cada vez con más intensidad, tampoco cabe duda. Y los insurrectos, al ver que los meses trascurrían y que España, en vez de coronar el edificio de su constitución ardía en civiles discordias, y en el más completo desacuerdo los elemen­tos revolucionarios, ¿cómo no habían de concebir esperanzas? Si los beneméritos voluntarios de la isla de Cuba y de la península no hubieran acudido a prestar su firme y decidido apoyo a las autoridades, dudoso pareciera el triunfo.

Ya se leían en la Habana proclamas en favor de la independencia, y algunos cubanos habían salido de la capital a reunirse con los insurrectos.

De tal modo se había trabajado ya en la propaganda entre los negros, que en la noche del 15, dos de ellos gritaron en las calles ¡viva Cuba libre! Fueron reducidos a prisión, y se les encontraron cuchillos con punta.

La alarma cundía, y el comercio, alma de aquel país, comenzaba a sentir la natural paralización de los negocios.

Todo anunciaba que la situación iba complicándose cada vez más, y presagiaba próximos trastornos.

Reuniéronse los españoles y los hijos de Cuba que defienden la causa de la integridad nacional, con el objeto de ofrecer su apoyo a la autoridad, que parecía no preocuparle por los acon­tecimientos que hacían difícil su posición.

En las inmediaciones de las Tunas habían tenido varios encuentros las tropas con los insurrectos. Estos fusilaron al capitán pedáneo de las Arenas cerca de aquella población, y un médico llamado Arieaga, al mando de un grupo, habíase apoderado de un ingenio de los señores Guardiola, incendiando los cañaverales y los edificios. La finca quedó reducida a cenizas. Todas estas noticias llevaban la intranquilidad a los espíritus en la capital de la Isla y en todas las poblaciones, deseando que cuanto antes se emprendiera con actividad la persecución de los que apelaban a las armas para conseguir sus fines.

El coronel Loño salió a ponerse al frente de las tropas en operaciones. Al conocimiento práctico del terreno, reúne este jefe dotes de inteligencia y prudente energía.

El capitán general dispuso que se ocupara militarmente todo el territorio perturbado, haciendo salir algunas compañías de infantería y un escuadrón de caballería hacia las Tunas y Manzanillo.

No creyendo la primera autoridad necesario un estado general de excepción, que pudiera lastimar los intereses respetables y aun preocupar el ánimo de los habitantes leales y honrados, cuya tranquilidad, sosiego y libertad se proponía asegurar, dispuso lo siguiente:

«Articulo 1.° Las comisiones militares establecidas por mi decreto de 4 de enero último, conocerán también desde hoy, con exclusión de toda jurisdicción y fuero, de los delitos de traición, rebelión y sedición.

Art. 2.° Quedan en consecuencia sujetos al juicio y fallo de dichas comisiones, todos los que se alzaren públicamente para destruir la integridad nacional; los que bajo cualquier pretexto se rebelasen contra el gobierno y las autoridades constituidas, o trastornasen de algún modo el orden público; los que redacten, impriman o circulen escritos o noticias subversivas; los que interrumpan las comunicaciones telegráficas; los que detengan o intercepten la correspondencia pública; los que destruyan las vías férreas o pongan obstáculos en los demás caminos públicos para proteger a los revoltosos; los conspiradores y auxiliadores, en fin, de todos estos delitos, sus cómplices y encubridores.

Art. 3.° En la tramitación de las causas se observarán los términos breves y perentorios marcados en las Ordenanzas del ejército, y en la designación de las penas, de las leyes comunes del reino que rigen en esta provincia.

Art. 4.° Lo dispuesto en los artículos anteriores, no deroga ni modifica los bandos y disposiciones que hayan dictado o dictaren, en uso da sus facultades propias o delegadas de mi autoridad superior los gobernadores militares de los distritos en que la rebelión se ha manifestado o manifestare, o los jefes de las fuerzas que operan en ellas.

Art. 5.° Estas disposiciones cesarán por medio de una resolución oficial, que se publicará en la Gaceta tan pronto como cesen los motivos que han obligado a dictarlas.—Habana, octubre 20 de 1868.—El capitán general,—Francisco Lersundín

Los insurrectos habían elegido para su defensa la parte oriental de la isla, porque era el terreno más a propósito para las emboscadas y para evitar el encuentro de las tropas. Allí hay montañas como el Pico Turquino, que corresponde a la Sierra Maestra, y que se eleva a dos mil ochocientas varas castellanas sobre el nivel del mar, y la Gran Piedra a mil novecientas. Aquel departamento tiene ríos como el Cauto, y otros no tan caudalosos, que cuando menos dificultan la marcha de las tropas al perseguir a los insurrectos conocedores del terreno. Es además el departamento Oriental la parte más ancha de la isla, con lo cual hay más probabilidades de no poder ser cercados, como acontecería en un punto estrecho, acudiendo las tropas por dos lados opuestos de la costa.

El teniente coronel López del Campillo había dividido en dos columnas las fuerzas con que salió de la Habana, y recorrió una gran parte del terreno sin haber encontrado enemigos, pues huían éstos en cuanto se les anunciaba la aproximación de las tropas. Se comprende que esto hicieran los que se había propuesto fatigar al soldado, introducir la alarma, y no presentar batalla sino después de haberse apoderado de alguna población importante. Los insurrectos habían penetrado últimamente en Jiguaní, a siete leguas de Bayamo. Tan pronto como tuvieron noticia de que las tropas se acercaban a la población, la abandonaron. El día 18 hallábase en Yara el coronel Campillo, y publicó un bando indultando de toda pena, con arreglo a las instrucciones del general, a los que deponiendo las armas se presentasen a la autoridad. Cincuenta y ocho hombres dejaron las filas de los in­surrectos, declarando que habían sido arrancados de sus hogares por la fuerza. Algún fundamento tendrían estas declaraciones, porque entre otros casos que todo el mundo sabía en la jurisdicción de Manzanillo, ocurrieron los siguientes:

Antonio Sánchez, natural de aquella villa, de cincuenta á sesenta años de edad, vivía en el partido de Bicana, cuartón Niquero, y en la hacienda nombrada Cuchilla, a orillas del mar, dedicado a los trabajos agrícolas. Llegaron una mañana los insurrectos a su casa, entre ellos un paisano de Hatuey, el famoso rebelde, uno de los primeros que en la isla hicieron armas contra España, y apoderándose de Sánchez, como asimismo de Juan Arias, Francisco Vega y un muchacho, los llevaron presos al campamento de Pedro Céspedes Castillo, sitiado en la tienda de don Maximino Ferrer. Hallábanse presentes los insurrectos Enrique Céspedes, Miguel Salinas y otros. Se les dijo que dieran el grito de ¡viva Cuba libre! Sánchez se negó con energía, expre­sándose en estos términos: “He nacido bajo la bandera española, y jamás reconoceré otra”. Tres veces se le amenazó con la muerte, y con impasible serenidad respondió que siempre dina ¡viva España! Dispusieron que se le fusilase en el acto, y después de gritar ¡viva España! las balas enemigas le dieron muerte. En la Sabana, a veinte pasos de lo que fue tienda, una cruz de madera recuerda aquel sangriento episodio, señalando el sitio en donde reposan los restos de aquella infeliz víctima, cuya heroicidad merece especial mención.

Otro hecho digno de ser recordado, es el ocurrido al llegar el cabecilla Aguilera a la casa de don Rafael Silveira para prender a éste. La enérgica actitud de su hija Eugenia, viendo que arrebataban a su padre, y la dureza y el valor con que increpó a los insurrectos, merecieron que los amigos de Céspedes la llamasen desde entonces la Española.

Siguiendo la interrumpida narración de los acontecimientos, llega la declaración del estado excepcional del distrito de Puerto Príncipe, en bando del comandante general don Julián Mena, con fecha 11.

Los insurrectos hallábanse el día 12 situados en el ingenio Demajagua, del licenciado Céspedes.

Por donde quiera que pasaban los defensores de la independencia de Cuba, se veían las huellas que dejan en pos de sí los que van ciegos o dominados por la pasión, y han de buscar para auxilio gente indisciplinada, mal avenida con la tranquilidad, y que por el hecho de salir fuera del círculo de la ley, si la ilustración no la aconseja, comete atropellos que no pueden evitar los jefes mismos. Lejos de poder reprimir los excesos, si los que capitanean esas insurrecciones pretenden criminalizar la conducta de alguno de los suyos, suelen pagar caro su atrevimiento. Consecuencia natural del estado a que han sido conducidos, ya por compromisos anteriores, ya por alucinación, ya por satisfacer instintos que tan tristes consecuencias tienen para la prosperidad y los adelantos del país.

En Manatí incendiaron los edificios de la población, dejando a los habitantes sumidos en la mayor miseria.

En Holguín, las gentes pacíficas estaban aterradas: los moradores de las fincas rurales las abandonaban, por el temor que les inspiraba la sola noticia de que se aproximaban los insurrectos.

Céspedes había conseguido una celebridad funesta, y aunque hubiese logrado la victoria más completa, siempre tendrá la historia el deber de consignar, que el que anhela mejorar la situación de un pueblo, no emplea los medios de que se valen los que llevan el séquito de la desolación y la ruina.

El 21 al amanecer, la columna mandada por el capitán Gascón atacó el campamento enemigo, situado en las afueras de las Tunas. Resistiéronse los insurrectos algún tiempo, hasta que los soldados tuvieron que tomarlo a la bayoneta, logrando apoderarse de algunos cañones viejos, banderas, armas y municiones, con toda la correspondencia de los sublevados. La tarde de aquel mismo día llegó la columna del capitán Boniche, compuesta de tres compañías ele San Quintín, y al siguiente, al salir para ex­plorar el campo, no encontraron enemigo alguno en una gran extensión. Estos hechos se referirán con todos sus detalles en otro capítulo.

Por la parte de Holguín, una pequeña columna de infantería del ejército y voluntarios al mando del teniente Arismendi, batió y dispersó completamente otra partida de insurrectos que vagaba por los alrededores de la ciudad, causándoles un muerto, algunos heridos y nueve prisioneros, que hicieron declaraciones importantes.

En Santiago de Cuba, animados los vecinos del más ardiente entusiasmo, armaron a su costa algunas secciones de voluntarios para defender la patria. Todas las personas de arraigo se colocaron al lado de la autoridad para el mantenimiento del orden. La suscripción produjo en el primer día diez mil pesos, destinados con los ingresos sucesivos a los gastos extraordinarios que exigen las circunstancias.

La columna de operaciones del coronel Quirós, no pudo forzar la marcha, porque el número de asfixiados era mucho, y fue preciso sangrar once sobre el mismo camino, teniendo que acampar en Fray Juan para conservar la salud del soldado.

Emprendió la marcha hacia el campamento de los insurrectos, sobre el rio Contramaestre.

Habíanse fortificado éstos con las trincheras naturales de mallas y pasajeras de tierra, habían abierto el correspondiente foso y obstruido todo el camino con árboles y zanjas. Llegada la columna a la altura del sitio a las ocho de la mañana del 20, se estableció en él la artillería con dos columnas paralelas, formadas por los dos batallones de la Corona y Cuba, mandado el primero por el teniente coronel Daza, y el segundo por don Nazario Rebollo.

Diez y seis disparos de granada bastaron para introducir el desorden en el campamento de los insurrectos, que no pudieron resistirse, y apelaron a la fuga, siendo cargados a la bayoneta por el segundo batallón de la Corona que estaba a la vanguardia, apoyado por el segundo de Cuba, la sección de artillería y los voluntarios del país.

La Casa-tienda de Casanova, puente y paso del rio, que era la posición defendida por los insurrectos, en número de trescientos, mandados por Rafael Cabrera, fueron abandonados en vista del arrojo y la serenidad con que se les atacó, hasta dispersarlos en distintas direcciones, y perseguidos por el batallón de Cuba como tres cuartos de legua. Las tropas, rendidas de cansancio, no podían continuar en la persecución de los contrarios, y mojadas hasta la cintura por el paso de los ríos, hubo el coronel de dar la orden para que se detuvieran, con el objeto de replegarse de nuevo y poder hacer los ranchos, pues no habían comido desde la mañana del día anterior.

Tomáronse precauciones, por haber tenido noticias de que los insurrectos pensaban atacar a la tropa, para que fueran escarmentados si realizaban su intento.

En la acción antes referida, murió un cabo de la Corona y hubo algún soldado contuso. El cabo murió al asaltar la casa en donde se habían hecho fuertes los insurrectos. Los charcos de sangre indicaban bastantes pérdidas por parte de los cubanos, que solo dejaron en el campo un muerto, y tres prisioneros en poder de las tropas.

Como una prueba de que en esta sangrienta lucha los representantes del gobierno español han apelado siempre a sus sentimientos humanitarios, he aquí dos documentos que revelan el noble deseo dé evitar el derramamiento de sangre:

Comandancia general del departamento Oriental de la isla de Cuba.—Estado mayor.—bando.—Don Joaquín Ravenet y Marentes, Mariscal de Campo de los Ejércitos nacionales, Comandante general de este departamento Oriental.—La desgracia aviva el conocimiento del error, y la clemencia abre camino al arrepentimiento del culpable. Después de la victoria alcanzada por las armas del gobierno sobre los sediciosos del Contramaestre, en uso de mis facultades,

Ordeno y mando:

Artículo único. Los sediciosos que levantados en Yara, y diseminados en los territorios de Holguín, Bayamo, Jiguaní y Manzanillo, depusieren las armas y se presentaren al jefe militar de cada una de aquellas cabeceras o de las columnas de operaciones, en el término de doce horas, contadas desde la de la publicación del presente bando en cada uno de dichos territorios, quedarán exentos de formación de causa y consiguiente pena, y libres para volver a sus casas, a excepción de los promovedores, cabecillas o jefes de la sedición.—Santiago de Cuba 23 de octubre de 1868.—Joaquín Ravenet.”

“Comandancia general del departamento Oriental de la isla de Cuba.—Estado mayor.— El señor coronel don Demetrio Quirós, jefe de la columna volante de la guarnición de Cuba, con fecha 23 del actual me dice habérsele presentado voluntariamente, en virtud del indulto concedido, ciento ochenta individuos, habiéndolos dejado marchar a sus casas después de haber identificado sus personas y haberlos garantizado el capitán de partido.

Además me de cuenta de tener en calidad de presos a ocho individuos de los insurrectos que habían cogido con las armas en la mano.

Lo que se publica en los periódicos para general conocimiento.—Santiago de Cuba 26 de octubre de 1868.—El general Comandante general,—Ravenet.”

La columna siguió en dirección a Baire, de donde se había posesionado los insurrectos, y aunque se creía que habían de oponer una gran resistencia, apenas los espías divisaron a las tropas, la población fue abandonada.

Grande fue la alegría con que se recibieron en Baire las tropas. En casi todos los edificios ondeó la bandera española, y los gritos entusiastas de ¡viva España! se sucedieron sin interrupción, siendo los defensores de la integridad nacional objeto de las más expresivas manifestaciones de aprecio.

Los insurrectos dejaron en Baire algunas armas, bastantes municiones y veintidós esclavos africanos arrancados a viva fuerza de los ingenios.

El 25 de octubre, a un kilómetro de la población, presentáronse los rebeldes en número de seiscientos hombres, la mayor parte a caballo, y como unos ciento cincuenta a pie. Estos últimos iban armados de machetes, y la gente de a caballo de fusiles, pistolas, escopetas rifles, revólveres y Carabinas, mandados por Maceo, Castillo, el Milanés y otros. Se situaron para la defensa, y salió una compañía de la Corona, seguida de otra de Cuba, para ofrecerles combate, y el resto de la fuerza quedó en expectativa. Entró en fuego la primera, y fue reforzada por la segunda, por el resto de la fuerza de este cuerpo y uña pieza de montaña, mientras la otra quedaba en reserva, protegida por una compañía.

Salieron al camino los sublevados, armados de machetes, y atacaron con ferocidad, machete en mano, a las dos compañías de la Corona y Cuba: los valientes soldados resistieron el ataque con la bayoneta, y trabóse una lucha al arma blanca, hasta hacer que retrocedieran los insurrectos ante aquella muralla de acero, siendo perseguidos gran trecho, terminando el combate con dos metrallazos, que les cogieron de flanco en la fuga. Mandaba la Segunda compañía de la Corona el capitán don Rafael Rodrigo y Murcia, y la tercera de Cuba el comandante graduado don Juan Morales y Aranda.

La insurrección iba tomando cada vez mayores proporciones.

Por la parte de Holguín, el teniente coronel Campillo atacó a los insurrectos en el puente del rio Hicotea, defendido con denuedo por aquellos. Puestos en dispersión, se supo que los mandaba uno de los generales de los insurrectos, don Modesto Diaz, que había pertenecido a la reserva del ejército dominicano.

Sobre la costa Sud, en los puntos llamados el Macho y el Portillo, los insurrectos habían apresado un pailebot, para servirse de él, y el comandante general de Cuba, habiendo tenido noticia de esto, dispuso la salida de la goleta Andaluza, cuyo comandante, al llegar a aquel punto, hizo desembarcar cuarenta hombres de tropa y marinería. Hicieron varios disparos de granada, que pusieron en fuga a los insurrectos, siendo abordado el pailebot por los botes de la marina, en el momento en que los su­blevados lo abandonaban.

Algo había de tocar en esta lucha a la marina española, que siempre ha compartido con el ejército las glorias y las fatigas de la guerra.

 

Carlos Manuel de Céspedes (1819-1874)

 

D. Antonio Norma. Coronel del primer batallón de Santiago de Cuba.