MAURICIO
CARLAVILLA
CAPÍTULO 7.
EL ASESINATO DE CANALEJAS
EXALTACION DE FERRER EN EL CONGRESO
Al discutirse la respuesta al Mensaje de la Corona, los ferreristas intercalan un debate sobre la Semana Trágica.
Lo abre Emiliano Iglesias, tratando de lavarse la
"mancha” de haber acusado a Ferrer ante el juez de haber sido el jefe de
la Revolución barcelonesa, para defenderse él. No lo consiguió.
Pablo Iglesias, tras la inmunidad parlamentaria, trata de
reivindicar para si mismo algo de la “gloria” revolucionaria de Ferrer a pesar
de la prudencia personal mostrada cuando había peligro; diciendo estas
enormidades, sin repulsa siquiera de la mayoría monárquico-liberal :
“El partido socialista no es un partido utópico, y aspira
a la supresión del Ejército y de la Magistratura. Nosotros preparamos la huelga
general, a despecho de todas las amenazas y yo digo que si las circunstancias
se reprodujeran, a pesar de los castigos, cárceles, destierros y fusilamientos,
la clase obrera procedería de análoga manera a como lo ha hecho. (Grandes
aplausos en los republicanos.) El movimiento de Barcelona fue generoso. Las
turbas respetaron las vidas, y si hubo algún caso aislado, éste nada significa
con respecto a la conducta general. Es una iniquidad fusilar, en el siglo XX, a
un hombre como Ferrer, por profesar una idea. (Muy bien, en los republicanos.)
Nosotros execramos la conducta del Gobierno del señor Maura y nos asociamos a
lo hecho por los socialistas extranjeros, ya que no tuvimos bríos a su tiempo
para oponernos de modo enérgico y terminante. Nuestra labor de ahora es impedir
la vuelta del señor Maura al Poder y como el régimen protege al señor Maura. (Rumores),
como el régimen protege al señor Maura, procuraremos derribar el régimen. Para
impedir que el señor Maura vuelva al Poder ya dije yo en otra parte que mis
amigos estaban dispuestos hasta a llegar al atentado personal.”
Respondió Dato, en defensa del Partido Conservador, de
Maura y La Cierva. Estuvo flojo y desafortunado.
El día 8 habló La Cierva.
No es necesario ni siquiera extractar las contundentes
palabras de La Cierva, porque la calidad y los hechos de la Revolución
barcelonesa ya se han expuesto, y lo dicho y probado por nosotros coincides con
lo hablado y documentado por aquel gran ministro de la Monarquía.
Sólo traeremos aquí su gallardo párrafo final, por ser
ejemplar para todo estadista:
“Y se nos dice que estamos condenados, y se nos señala
por los anarquistas, y se nos ridiculiza. Vengan las amenazas en buena hora,
que tranquilos las esperamos, con la tranquilidad de las conciencias honradas.
Y si llegara el momento del sacrificio, serenos lo afrontaremos, porque
permitiría dejar a nuestros hijos, si esa condena se cumpliera, la mayor
gloria, la de un hombre inmaculado.”
Y nos refiere el masón Soldevilla lo acaecido en aquel
momento, y dada su personalidad, nadie podrá dudarlo:
“En este momento, el señor Maura, poniéndose en pie,
aplaudió con entusiasmo al señor La Cierva. Toda la minoría conservadora aplaudía
también ruidosa y largamente. El señor Presidente del Consejo de Ministros,
desde la cabecera del banco azul, aplaudió también. La mayoría rompió en
aplausos igualmente. Y durante unos seis u ocho minutos retumbó la Cámara con
el aplauso entusiasta de conservadores y ministeriales. El señor Moret y
algunos Diputados amigos suyos no intervinieron en este homenaje al señor La
Cierva, que era verdaderamente extraordinario. La gallardía personal y el
patriotismo arrastró por un momento a los propios adversarios políticos de La
Cierva. Significativo fue sobremanera el aplauso de Canalejas, que había
presenciado el debate como neutral y ajeno a él.”
Sin duda, una voz de presagio le habló allá en el fondo
de su conciencia, y al aplaudir a La Cierva condenó por anticipado su propio
asesinato.
OTRO ATENTADO CONTRA DON ANTONIO MAURA
En pleno Congreso se habla hecho la infame apología del
atentado personal y La Cierva respondió con la gallardía de las palabras
copiadas. Maura se levantó de su escaño y abrazó al orador.
La escena ocurre el día 8 de julio; a los catorce días
justos, el 22, al descender del vagón en el que Maura llega a Barcelona, con
los primeros saludos de los amigos que en la estación de Francia lo esperan,
recibe dos balazos disparados a quemarropa por un anarquista que también lo
espera.
La Providencia vuelve a salvarle; las balas le han
producido únicamente dos heridas leves, una en el brazo izquierdo y otra en la
pierna derecha.
El magnicida “tranquilo y sonriente”, según la crónica
del día, es conducido a la Jefatura de Policía.
Se llamaba Manuel Posas Roca, tenia sólo dieciocho años.
De cómplices e inductores ni la Policía ni el sumario nos
dirán en absoluto nada.
Canalejas hablará en el Congreso al día siguiente del
frustrado magnicidio.
Su oración oratoria tiene gran emoción y es muy sincera.
Otra vez parece hablarle la misteriosa voz desde lo más profundo de su
conciencia. Sus palabras carecen dictadas por el presentimiento de su propio
fin, porque acaba diciendo:
“Señores: un saludo a la familia de ese hombre público,
que llegará un día, si tales fieras se desatan de sus cubiles, en que nuestras
esposas y nuestros hijos considerarán tal vez una desgracia aquello que debiera
ser nuestra gloria más grande: el estar al frente de los destinos de España.”
Como muestra de vileza e hipocresía, he aquí cómo
comentarán el atentado contra Maura dos periódicos republicanos: El País y El Radical:
El País dice: “Condenamos el crimen político, cométase
contra quien se cometa: lo mismo contra don Francisco Ferrer Guardia, que
contra don Antonio Maura y Montaner.”
El Radical escribe que “el crimen no lo puede admitir, no
lo admite ninguna conciencia honrada, ni como arma, ni como camino, ni como
solución”; y luego, desarrollando su pensamiento, dice:
“Maura, más que manchado por su propia sangre, lo está
con la de los hombres, las mujeres y los niños que cayeron bajo el plomo de la
fuerza pública, lanzada brutalmente contra ellos por la soberbia y el matonismo
de una política sin entrañas. Si a Maura y a La Cierva se les hubiesen exigido
seriamente las responsabilidades de sus infamias y hubieran sido llevados a la
barra antes de cerrarse las Cortes, a buen seguro que nadie osara tocarles a un
pelo de la ropa.”
La Cierva dirá en un discurso pronunciado en Deva:
“Llegó a decirse que era necesario un atentado a la vida
de Maura. Cuando leí en el Congreso un número de El Progreso en que se
decía que estábamos condenados, también callaron esos hombres, y no sé si
despectivamente me oiría alguno. Habéis visto que el autor del atentado era
asiduo lector de El Progreso y socio de la Casa del Pueblo. Yo recordé a
Lerroux que a Artal se le cogió un artículo que decía que Maura era carne de Angiolillo. Lerroux sabía esto, y al escribirse en El
Progreso lo que yo leía, ya sabemos lo que Lerroux se proponía.”
Al día siguiente del atentado, entraban por la frontera
catalana dos mil huidos a Francia cuando la Semana Trágica: dos mil asesinos
sacrílegos e incendiarios..., perdonados por el Gobierno liberal y democrático...
Pasan unos meses, Manuel Posas comparecerá para responder
de su tentativa de magnicidio ante un Tribunal. Pagará con tres años de
prisión, igual que si hubiera herido a cualquier borracho procaz. Sin duda, la
vida de un estadista como Maura le importaba igual a la nación y a la sociedad
que la de cualquier beodo... ¡Era la Justicia democrática!... ¡Un hombre, un
voto!
No pasarían muchos meses; el 3 de diciembre, en Madrid,
Francisco Millán Carro intentó disparar contra La Cierva. Se lo impidió un
agente encargado de proteger al ex ministro de Gobernación.
¡Con qué placer quitarla de la mano la pistola al
criminal aquel agente de policía!
No en vano, a La Cierva debían todos los funcionarios del
Cuerpo su dignificación moral y material y la organización; habiendo dejado de
ser funcionarios “de favor” del político de tanda. Porque se ha de conocer que
a don Juan de La Cierva y Peñafiel debe España la Policía que tiene, de cuyos
funcionarlos, excluido el autor, puede y debe enorgullecerse. Por ese solo
hecho ya tenía méritos La Cierva para ser sentenciado a muerte.
LA NUEVA REPUBLICA PORTUGUESA Y LOS REVOLUCIONARIOS
ESPAÑOLES
La instauración de la República portuguesa despertó gran
entusiasmo entre los revolucionarlos españoles. Creyeron, y así lo expresaron,
que el masónico gobierno de la nación vecina prestaría un valioso concurso
moral y material para hacer triunfar la República en España. Tanta fue la
algazara republicana que el Gobierno republicano portugués debió dar una nota
oficial afirmando que se abstendría de toda injerencia en los asuntos internos
españoles. Tenía su tejado de vidrio, y si la República portuguesa ayudaba a
los republicanos españoles debía temer que la Monarquía española ayudase a los
monárquicos portugueses... y, sin duda, temería salir perdiendo.
La nota oficial no detuvo a nuestros republicanos, y el
día 16 de octubre celebraron una manifestación de simpatía a la República vecina
en pleno Madrid. La encabezaron los jefes de la Conjunción
republicano-socialista, entre los que figuraron los siguientes diputados de la
misma: Azcárate, Pablo Iglesias, Barral, Galdós, Esquerdo, Alvarez (Melquíades), Salillas, Albornoz, Zulueta, Lari, Salvatella,
Giner de los Ríos, Echevarrieta. Este último, pasados los años, confabulado con
Azaña, compraría un barco, el Turquesa, que llenaría de armas para una
Revolución en Portugal, que, fracasada sin llegar a emplearlas, sirvieron en
1934 para el crimen de la Revolución asturiana.
La gente no cambia.
CAMBÓ Y LA CUESTION ANTIRRELIGIOSA
En la lucha constante contra la Iglesia en el período es
digna de mención la ayuda prestada a Canalejas por Cambó, al que tantos llamados
católicos seguían en Cataluña.
Del acuerdo de Canalejas y Cambó en la política contra la
Religión dan prueba estas declaraciones:
“La cuestión capital en España es la religiosa, y la
solución para evitar disturbios sería dejar a la Iglesia libre, separada del
Estado. Con los republicanos, lo único positivo es el anticlericalismo, con los
carlistas, el clericalismo… El señor Canalejas está realizando una excelente
labor, pero su programa debe realizarse integralmente. Si sólo lo realiza a
medias, habrá hecho más mal que bien. Debe ir hasta el fin, hasta que de la
solución; no creo que en su camino halle obstáculos insuperables.”
Cambó se atrevía a propugnar lo que no llegó a insinuar
siquiera Canalejas: la separación de la Iglesia y el Estado.
Y, además, tenía el valor de hacer una advertencia al
Rey, pues concluía:
“En Portugal, la Iglesia estaba sostenida por el Rey y el
Gobierno. El Rey cayó y con él la Iglesia. La Iglesia no puede adquirir solidez
mientras dependa del Rey o del Estado.”
Cambó hace méritos con tales declaraciones para ser el
hombre de confianza que Canalejas busca con linterna para enviarlo al Vaticano,
y tiene rotundo éxito. Nos lo referirá el escritor, aún viviente, don José Plá,
en su biografía, panegírica, en catalán, titulada Francés Cambó, donde nos
entera de la siguiente manera:
“Para demostrar hasta dónde llega la compenetración que
llegó a existir entre Canalejas y Cambó, haremos uña ligerísima referencia a la
misión extraoficial que Canalejas encomienda a Cambó relacionada con su
política clerical. La política religiosa de Canalejas está aún por sojuzgar...
(por juzgar lo severamente que mereció, señor Plá; pero usted, asesorado por
Cambó, sin duda, nos da nuevos elementos de juicio; agradecidos).
“Canalejas—continúa Plá—por el hecho de ser un hombre profundamente
inteligente... creyó de buena fe que la reforma intelectual y moral de la
Iglesia provocada por una separación, pactada en Roma, de la Iglesia y el
Estado era un capítulo urgente de la reforma intelectual y moral (¿moral o
inmoral, señor Plá?) del país... Cuando Canalejas ruega a Cambó que marche a
Roma para el intento de ver las posibilidades de ir a una separación pactada
entre el Estado y la Iglesia, lo hizo pensando en los intereses superiores que
Canalejas pensaba defender (¿los intereses heterodoxos y los inmorales?... ¿no,
señor Plá?).
Y agrega el escritor panigerista:
“El cardenal secretario de Estado de la época, Merry del
Val, factótum notorio de la fracción zelandi del
cardenalato, opone una negativa rotunda y clara. La cuestión, una vez asesinado
Canalejas, cayó en el olvido. Pero falta saber—y eso lo dirá la historia de
nuestra época—hasta qué punto se equivocaba Merry del Val.”
Sí, señor Plá, la Historia lo ha dicho, y de manera
demasiado clara.
Terminemos el asunto aportando este detalle singular,
según lo refiere el masón Soldevilla:
“Hasta los más significados catalanistas, como los
señores Prat de la Riba y Puig y Cadafalch, que en otras ocasiones se habían
excusado de acompañar ni visitar a los representantes del Poder central,
visitaron y acompañaron en esta ocasión al señor Conde de Sagasta.”
Sin duda, la cuestión antirreligiosa les hacía superar a
los “regionalistas” su odio al Poder central. Y, acaso, también la presencia
del conde de Sagasta, en cuyo título verían al heredero del que profanó los
restos mortales del Emperador, el primero que realmente reunió en su cabeza las
coronas de Castilla y Aragón y, por tanto, integró totalmente a España.
No alcanzamos mejor explicación de aquel inédito gesto de
los “regionalistas”, de Cambó.
LO DEL “MAINE”
No queremos dejar sin constancia en estas páginas lo
conocido por el mundo en el mes de enero de 1911.
Con estupor mundial se supo que el Maine, aquel crucero
americano volado en 1898 dentro de la bahía de La Habana, se hundió por una
explosión ocurrida en su interior.
Puesto a flote al cabo de los años por los americanos,
las planchas del blindaje aparecieron rotas y dobladas hacia fuera, lo cual demostraba
con evidencia total que la explosión fue interior, y por lo tanto, que no pudo
ser causada por mano española.
Copiamos los testimonios según aparecieron en el diario
inglés Daily New, de Londres:
“Si el pueblo norteamericano no hubiese creído que la
voladura del Maine en el puerto de La Habana fuese obra de los españoles, no
habría habido guerra hispanoamericana. Probablemente, nadie fuera de América lo
creyó, pero sí sinceramente la credulidad americana. Ahora, trece años después
del trágico suceso, anuncia el Gobierno americano que nada tuvieron, sin
embargo, que ver con la pérdida del Maine los españoles”.
Otro telegrama de Washington, que publicó el Morning Post, dijo: “De acuerdo con las
informaciones que pueden considerarse autorizadas, se ha evidenciado, durante
las obras de levantamiento del Maine en el puerto de La Habana, que se debió la
voladura del acorazado a una “explosión interna”, de lo cual deducen los
funcionarios del departamento de Guerra, que, al ser extraído por completo el
casco de dicho buque, quedará demostrado que nada tuvieron que ver los
españoles con aquella catástrofe.”
Más preciso es este otro despacho, publicado también por
los periódicos de Londres:
“Los que dirigen los trabajos en la bahía de La Habana
para poner a flote los restos del Maine han dado el informe a su Gobierno. En
el dictamen se dice que se ha comprobado que la explosión fue interna. El
ministro de la Guerra ha declarado que los supuestos agentes españoles no
intervinieron en la catástrofe. Se supone que “la explosión estalló en el
depósito de municiones” Se han extraído ya del buque hundido gran cantidad de
restos humanos y algunas toneladas de carbón.”
Por nuestra parte, únicamente un sólo comentario.
La explosión del Maine, no fue casual. Sería demasiada
casualidad que ocurriera en el instante preciso en el cual podía provocar la
guerra en los Estados Unidos; la guerra deseada por la Masonería y el
imperialismo servido por ella. Debió ser la explosión provocada por mano
criminal americana, oficialmente americana, porque tal crimen, desposeía de su
nacional legal al criminal, cuya nacionalidad real sería muy distinta.
Aquel crimen del Maine fue un ensayo a escala reducida
del cometido por Roosevelt y sus cómplices en Pearl Harbour,
ambos perpetrados con el mismo fin: hacerles entrar a los Estados Unidos en
guerra.
Si aportamos aquí esas consideraciones no es para
reivindicar la moral de guerra española, que España no necesita defensa de su
probada humanidad e hidalguía. Damos constancia del crimen inaudito cometido en
el Maine por las fuerzas secretas superestatales,
porque a través de la presente obra hemos visto a los hombres de tales fuerzas
cometer crímenes y traiciones increíbles, ya lo sabemos, para muchos de
nuestros lectores. Y ante lo acontecido con el Maine, donde no se duda en
sacrificar vidas de americanos, de ciudadanos de una nación, no odiada sino
aliada... ¿qué escrúpulo habrán de tener los hombres de las fuerzas secretas
anticristianas en sacrificar a ciudadanos de una nación, España, secularmente
odiada por ellas?.
Medítenlo nuestros lectores cada vez que en estas páginas
brote algún hecho increíble.
OTRA VEZ FERRER EN EL CONGRESO
Otra vez es llevado el fusilamiento de Ferrer a debate
parlamentario. Con oportunidad o inoportunidad reglamentaria los masones reiteran
sus tópicos y falsas acusaciones una y otra vez.
Se dirían que sienten por el “mártir” masónico, ya
canonizado y elevado a los altares de sus “templos”, una devoción y un amor
infinitamente mayor que el inspirado a los cristianos por los auténticos
mártires de su Religión. Y, desde luego, un amor mayor, mucho mayor, por el
asesino que el sentido por los demás españoles hacia las víctimas inmoladas por
él en la calle Mayor y en la Semana Trágica, porque ni una sola vez son
llevadas a debate tales víctimas; y debieron ser llevadas, por lo menos, tantas
veces como su asesino, para ahogar con la sangre de las víctimas a los
apologistas del que las asesinó y ultrajó.
Es paradoja demasiado reiterada siempre, a través de
todas las épocas: un criminal masón revolucionario es juzgado en cualquier país
con todas las garantías de justicia vigentes en cualquier sociedad civilizada,
y la ola mundial de indignación levantada por sus cómplices y correligionarios
es tremenda, durando años y años. En cambio, la Sociedad amenazada, la Sociedad
a la cual pertenecen las víctimas inmoladas por asesinato y martirizadas, sin
motivo, sin justicia, sin garantías, cuyo número es siempre infinitamente mayor
que el de los asesinos sentenciados por los tribunales, permanece inerte, cual
si no le afectase la sangre inicua y bárbaramente derramada ñor las balas y la
dinamita revolucionaria. Como si a esa Sociedad nada le afectase ni siquiera le
importase. ¿Qué deducir para tal Sociedad sin amor, sin conciencia, sin
sensibilidad? Sencillamente, que se halla sentenciada de manera fatal a perecer,
y no por la fuerza de sus enemigos, sino por su falta de amor; por su egoísmo,
y sobre todo por su idiotez.
CANALEJAS HACE MERITOS PARA SER ASESINADO
En este capítulo, sólo expondremos cómo Canalejas llegó a
ganarse la pena de muerte. Nada secreto traeremos a estas páginas; todo es
público y con amplia constancia en la Prensa de los años 1911 y 1912. Nuestro
recurso para demostrar que Canalejas, y también el Rey realizaron hechos que
les acarrearon la sentencia de muerte, resulta de la máxima sencillez. Se
reduce a relaciones por sus fechas respectivas los sucesos de tres episodios
desarrollados en el periodo de tiempo comprendido entre los primeros meses de
1911 y los últimos de 1912. Y con sólo esa evidencia las sentencias de muerte
pronunciadas contra el Rey y contra Canalejas aparecen perfectamente motiladas
dentro de la jurisprudencia masónica y dentro de la moral y conveniencia
política de Francia, servidora y servida de la Masonería internacional.
Lo Inédito sobre el asesinato de Canalejas, consumado, y
el proyectado del Rey formará el capitulo siguiente, último de la primera parte
de la “radiografía” del Reinado.
PRIMER “DELITO” DE CANALEJAS
Al finalizar el debate sobre Ferrer, el día 7 de abril,
Pablo Iglesias pronuncia un discurso amenazador, haciendo apelación al concurso
de fuerzas políticas extranjeras.
Y Canalejas, inopinadamente, pidió la palabra y se
levantó para contestar.
Sólo nos interesa destacar estas palabras del jefe del
Gobierno:
“Me recordaba el señor Iglesias actos públicos, y yo debo
decirle que no encontrará jamás en mis actos requerimientos al extranjero.
(Grandes aplausos.) Porque cuando se ama a la Patria no son legítimas esas
peticiones de apoyo, (Más aplausos.) Nos amenaza S. S. con el Socialismo
internacional y ¡en qué momentos para España! Cuando se presentan
complicaciones, que exigen de todos nosotros que acallemos nuestras pasiones.”
Claramente alude Canalejas a complicaciones
internacionales. Y sus palabras, que merecen el aplauso de todo patriota,
naturalmente, constituían un delito para los enemigos de España, tuvieran o no
ellos nuestra nacionalidad “oficial”.
Refrenda lo dicho, el nada sospechoso periódico El
imparcial del día siguiente, día 8 de abril:
“Pudiera ser grave motivo de preocupación el temor de que
la acción absorbente de Francia nos anulase por completo”, y hablaba de que
Francia, “que había prescindido ya para otros extremos del Acta de Algeciras y
de nuestra mancomunada intervención en el orden y policía de Marruecos, iba a
proceder ahora, por propia cuenta, olvidando el pacto internacional de que
somos coejecutores”.
Los rumores alarmantes en circulación obligan al
Presidente a hacer unas declaraciones el mismo día, de las que sólo tomamos estas
palabras:
“El Gobierno francés ha creído que es llegada la ocasión
de advertir a las naciones que suscribieron el Acta de Algeciras la posibilidad
de graves sucesos, que le obligarán a intervenir para proteger a sus súbditos.
Por compromisos del Acta de Algeciras y por necesidad de que se respeten
nuestras plazas africanas tenemos que disponer nuestro ánimo a emplear todos
los medios necesarios para llenar este fin, sin provocar claro está, conflictos
internacionales. España no puede mostrarse indiferente. Hay zonas en que especiales
intereses nos obligan a determinada acción.”
El no renunciar a nuestros derechos en Marruecos, el no
permitir que Francia emparede a España por el norte y el sur, es un delito
masónico gravísimo.
El 18 es Canalejas más claro, hasta llegar a la tajante
acusación:
“He visto con gran sentimiento—dijo el señor
Canalejas—que algún periódico lanza el infundio antipatriótico y absurdo de que
España estaba dispuesta a enviar a Marruecos un ejército que, unido al de
Francia, marchase a Fez, y que dichos propósitos no se han realizado por la
intervención de Alemania. Nada más inexacto. Efectivamente, no sólo Francia no
nos había invitado a cooperar con ella en la pacificación del Imperio marroquí,
sino que ocurría todo lo contrario, a saber: que el conflicto se preparaba y
vino después, porque dicha nación se oponía en absoluto a que España tomase iniciativa
alguna, ni posesión de ninguna especie en el Magreb, en tanto, que ella
preparaba lo necesario hipócritamente para apoderarse de casi todo el Imperio,
para lo cual explotaba con habilidad las noticias que sus mismos corresponsales
fabricaban, exagerando los rumores de insurrección en Marruecos, dándoles
carácter y denominación de anarquía, para mejor lograr sus propósitos de
intervenir en ayuda del Sultán. En esta trampa cae inocentemente—por sus
obligaciones de información—, la Prensa española, y llenos estaban los
periódicos de estos días, de noticias referentes al estado anárquico de Fez,
donde las cabilas estaban insurreccionadas contra el Sultán, y trataron varias
veces de asaltar la población. Todo eran intrigas del Gobierno francés, que
tenía ya cuatro columnas dispuestas para ir a Fez y apoderarse del Imperio a
título de protectorado y con el pretexto de defender los intereses europeos.”
Las declaraciones resultan tremendamente delictivas para
la Anti-españa; pero son motivadas.
Al día siguiente, se hace pública la noticia de que el
capitán francés Moreau, apoyado por un destacamento de caballería está en
Alcazarquivir, preparando la instalación de una guarnición francesa.
Pero al hecho y a las patrióticas declaraciones de
Canalejas responde la minoría parlamentaria republicano-socialista, al día
siguiente, el 23, con un manifiesto que termina diciendo:
“Somos resueltamente contrarios a la intervención militar
en Marruecos, y al asegurarlo así, nos consideramos órganos, no sólo de los
partidos republicanos y socialistas, sino de la inmensa mayoría de la sociedad
española.”
En cambio, don Jaime de Borbón, en representación de las
fuerzas tradicionalistas, tan ofendidas en sus más caros sentimientos por Canalejas,
dirá entre muchas más cosas igualmente patrióticas, esta:
“... no hay nación que pueda disputar a la nuestra sus
derechos en Marruecos, por su posición topográfica, por su historia, por su
tradición, hasta por ciertas afinidades de raza. Pero hoy es, además problema
de independencia”
El día 4 de mayo, Francia da un paso más. El coronel Bremond, al frente de una columna indígena, mandada por él
y encuadrada con oficiales franceses, entra en Fez, capital del Imperio,
abriéndose paso a través de combates con las cabilas.
A los tres días escasos, el 7, con el tiempo preciso para
organizaría, la Conjunción Republicano-Socialista celebra una manifestación contra
la guerra, contra la guerra de Marruecos, claro está.
Vayan tomando nota en su memoria los lectores de la
concordancia de fechas entre las acciones militares y diplomáticas de Francia y
las de nuestras Izquierdas, apoyando estas a Francia al tratar de inmovilizar a
Canalejas.
Pero este no retrocede. Anunciada ya la manifestación,
ordena que el día de su celebración sea ocupada la posición de Yebel Musa.
Inmediatamente, rimando con la manifestación, Le Temps protesta el día 8 de la ocupación de la posición
en un artículo violento contra España. Le Temps, recordémoslo, era entonces el órgano del Ministerio de Asuntos Extranjeros de
Francia.
Mas Canalejas no se amilana. Los moros cometen una
agresión contra unos pescadores españoles en la costa, cerca de Tetuán. El Bajá
no los castiga, y el presidente hace ocupar Monte Negrón, el día 23.
El 24 entran tropas metropolitanas francesas en Fez, al
mando del general Molner; son 8.000 hombres ... las cabilas
que sitiaban Fez se retiran sin disparar un tiro.
El Berliner Tagéblatt calificaba el suceso de “milagro” de la diplomacia
francesa.
El Post exclamaba: ¡Ya no hay Acta de Algeciras!
Eran destellos de lo que se gestaba en Berlín.
Día 28. Entrevista del Sultán con el general Moiner; el soberano marroquí queda virtualmente como
prisionero. Los franceses destituyen al Gran Visir y a varios Bajás por ser
desafectos a ellos.
Día 3 de mayo, Canalejas replica enviando dos transportes
con tropas a Larache.
VILLANUEVA AL AUXILIO DE FRANCIA
En junio de 1904, Miguel Villanueva había dicho en pleno
Congreso, no sabemos si sabiendo o intuyendo que un día sería presidente del
Consejo de Administración de las Minas del Rif:
“El Gobierno español, debe reclamar que se le de toda la
influencia que pueda ejercer, sin límites de ninguna especie, en toda aquella
zona del Imperio de Marruecos, hasta donde pueda y deba extenderla; no en la
costa y el litoral, ni siquiera hasta una de las márgenes del Muluya: ha de ser la influencia extendida hasta la actual
frontera marroquí. Sin eso, ¡qué desengaños nos esperan!”
Pero han transcurrido siete años. Villanueva ya no es
presidente de minas del Rif, y en apoyo de la nación que intenta eliminarnos de
Marruecos dirá sin un ápice de vergüenza:
“Yo comprendo que con mis palabras heriré los
sentimientos patrióticos de algunos españoles pero ya os he hecho ver que, en
virtud del acuerdo secreto con Francia, no podemos ocupar ninguna plaza, puesto
que esta misión corresponde a Francia, porque así lo tiene reconocido por
Inglaterra y España en el convenio de 1904 y con el consentimiento de
Alemania.”
No copiaremos más del discurso, que parece dictado por el
ministro de Asuntos Extranjeros de Francia.
Canalejas replica:
“Si fuéramos a gobernar con la política proclamada por el
señor Villanueva, estaríamos a merced de lo que Francia quisiera otorgarnos.
Pero yo no puedo seguir al señor Villanueva. Porque no se puede dudar que
España tiene reconocidos tres veces derechos y acciones que nadie puede
negarle. Nosotros no podemos vivir de la benevolencia, porque tenemos algo más
que raíz, fundamento, fuente de derecho.”
Y al día siguiente, 9 de junio, ordena el desembarco de
nuestras fuerzas en Larache y sale un tabor de Regulares para Alcazarquivir.
Seguía Canalejas haciendo méritos para sufrir pena de muerte. Y el Rey, que lo
apoyaba, también.
Una nota del Gobierno francés daba esta noticia a la
Prensa:
“En el Ministerio de Negocios extranjeros no se había
recibido esta mañana confirmación oficial de la entrada del general Moinier en Mequinez; pero se considera la noticia
completamente verosímil. En cambio, se ha recibido durante la noche noticia
oficial del desembarco de los españoles en Larache. Se estima este acto como
injustificado, porque la paz es completa en aquella región, mientras que sucede
todo lo contrario en la región de Melilla, donde, sin embargo, España no se
cree en el caso de obrar. Considérase el incidente de
Larache absolutamente contrario al acta de Algeciras.”
Al momento, Soriano, Rodes, Ázcárate, Pablo Iglesias y Villanueva pronuncian violentos
discursos contra la intervención en Marruecos. Pablo Iglesias, torpe y
demagogo, amenazará con la guerra entre Francia y España:
“Y si chocamos—añadió—con los países fuertes, o tendremos
que ceder en condiciones no gallardas o tendremos que ir a una lucha
desesperada, que no estamos en condiciones de mantener con ventaja. El país
está en contra de todo eso, y nosotros a su lado procuraremos evitar que se
vaya a la guerra.”
Y Villanueva insistirá:
“Refiriéndome a la intervención actual, repito que la
encuentro injustificada. Tetuán está más tranquilo que Madrid. (Rumores.)
Examinando los fundamentos de la intervención francesa, aseguro que procede en
consecuencia de un convenio particular con el Sultán y de lo consignado en el
tratado franco inglés de 1904, al que se adhirió España. Para Francia ahora,
además de lo escrito, hay lo gastado y lo comprometido. Mirando al interés de
mi patria, no me considero inclinado a nada que comprometa las relaciones entre
España y Francia Si de resultas de lo que está ocurriendo, se celebran nuevas
conferencias o nuevos tratados, acaso se comprometieran cosas que hasta ahora
no se han comprometido. (Rumores.).”
La amenaza al Rey es patente. Los rumores la subrayan.
Canalejas responde con gran comedimiento, pero no abdica
de una sola reivindicación.
25 de junio. Otro mitin contra la guerra;
Galdós: Importa mucho impedir las románticas aventuras,
cuya finalidad nadie ha podido determinar. (Se trataba de una “aventura” en la
cual estaba implicada nada más que la Independencia dé la Patria... ¡pero qué
sabían de Independencia los afrancesados como Galdós y compañía!)
Melquíades Alvares: Ataca primeramente la celebración del
Congreso Eucarístico y sobre Marruecos dice: “Hemos ido a Marruecos por
espíritu de conquista, por las exaltaciones de unos cuantos que se llaman
militaristas.”
Pablo Iglesias: “A los locos que quieren llevarnos a la
guerra debe ponérseles la camisa de fuerza de la acción revolucionaria.”
Azcarate: “Venimos a protestar contra la posibilidad de
una guerra”
¿Qué más podía desear Francia? Lo peor no eran las
palabras; lo peor era el movimiento revolucionario que se fraguaba en
complicidad y al servicio de Francia. Y en tan peligrosa situación, Canalejas
tiene la nefasta idea de nombrar a Antonio Barroso ministro de la Gobernación.
El primero de julio, Alemania comunica que ha dado
órdenes al cañonero Panther de entrar en Agadir. Es
el famoso incidente que pone en peligro la paz europea. A Francia le sale quien
le disputa su arbitrario monopolio de conquistas.
¿Cómo reacciona Francia? Con una reacción muy suave
respecto a Alemania; pero muy violenta para con España; sin duda, en Alemania
no contaba con traidores capaces de revoluciones a su servicio.
Le Journal dirá ese día:
“Francia prepara una acción en Madrid capaz de hacer
comprender a España que su reserva de paciencia está casi agotada y que ya es
hora de que los españoles vuelvan a la estricta observancia de los tratados.” Y L’Eclair decía:
“En los Círculos diplomáticos todo el mundo se pregunta
qué medidas adoptará Francia para prevenir las intrusiones de los españoles en
Marruecos. La llamada temporal de Geofray tendría un
alcance sentimental y de dudosa eficacia. ¿Se hará una demostración naval ante
Larache? ¿Se emplearán represalias aduaneras?”
Día 11 de julio: A pretexto de una huelga de carpinteros,
estalla la huelga general en Zaragoza. Empiezan los tanteos revolucionarios a
medida que se agudiza la tensión entre España y Francia.
13 de julio: El ministro de Estado ha de dar cuenta de
varias provocaciones francesas en Alcazarquivir.
15 de julio: Mitin tumultuoso en Barcelona contra la
guerra, organizado por los catalanistas, en el cual hablaron Azcárate, Soriano
y Pablo Iglesias.
18 de julio: El agente consular francés, M. Boisset realiza otra provocación en Alcázar. La Prensa
francesa lo abulta.
21de julio: No se ha solucionado el incidente Boisset cuando promueve otro el teniente Thiziet, instructor de la mehala acampada junto a
Lucus.
22 de julio: El mismo teniente provoca otro incidente,
entrando en Alcázar y prendiendo a unos desertores marroquíes.
En este clima internacional, y precisamente en Tánger, se
produce la sublevación en La Numancia.
LA SUBLEVACION EN LA NUMANCIA Y EL MOVIMIENTO GENERAL
REVOLUCIONARIO ARTICULADOS CON LOS ATAQUES RIFEÑOS.
La ferrerada, fracasada la
Revolución de la Semana Trágica, después de su triunfo político en Madrid,
quiso conseguir también el revolucionario.
Aparte del frustrado proyecto de pronunciamiento, más o
menos truculento, fraguado a base de nombrar a Weyler capitán general único,
según ocurre cuando en una conspiración entran fuerzas distintas, cada una de
ellas trató por su cuenta de impulsar la Revolución hasta sus objetivos
propios. Por ello, todas las revoluciones de “conjunción” se supo cómo
empezaban, pero nadie adivinó hasta dónde iban a llegar.
La regla no tuvo excepción en tiempos de Canalejas. Si
Weyler y Moret tuvieron la intención del gesto militar, los revolucionarios de
oficio, como Lerroux y los demás, tenían demasiada experiencia sobre la
“prudencia” de sus amigos con entorchados en la bocamanga; la frase gráfica del
revolucionario portugués nos lo demuestra, pues un destino, un puesto ansiado,
conseguido era suficiente, no para desistir, sino para un aplazamiento. Por
ello, a la vez que “cultivaban los extremistas a determinados generales, no
dejaron nunca de “trabajar” a las clases del Ejército y de la Marina para
sublevar directamente a la tropa.
A tal táctica se debió la tentativa de sublevar la
tripulación de la fragata Numancia, en aguas de Tánger.
Dentro de la dotación existía lo que ahora llamaríamos
una “célula” revolucionaria. Según las investigaciones ulteriores, la
componían, por lo menos, siete miembros; tendría más, pero no se averiguó. Su
jefe era un fogonero llamado Antonio Sánchez Moya.
Desde hacía tiempo, cuando el barco entraba en puertos
importantes, los de la “célula” tomaban contacto con los dirigentes republicanos
de la conspiración. Quienes eran estos no se averiguó, siendo tan fácil
conseguirlo, una vez abortada la sublevación. Sin duda, el Gobierno quiso
reducir el flecho a su mínima expresión, evitando toda complicación, porque
sabía bien hasta qué alturas masónicas podía llegar una verdadera
investigación. Y eran tiempos de “apaciguamiento”.
La Numancia había visitado el puerto dé Lisboa poco antes
de recalar en Tánger. En la capital portuguesa, el Sánchez Moya y algunos de
los comprometidos tomaron contacto con los revolucionarios portugueses, aún muy
eufóricos por su reciente y fácil triunfo. Sin duda, les harían creer que unos
cuantos cañonazos disparados por cualquier barco, según pasó en Lisboa, le
harían echar a correr al Rey.
Así, cierta noche, estando el barco fondeado en la rada
de Tánger, Sánchez Moya, seguido de unos veinte marineros, intentó apoderarse
de la Numancia; pero fueron reducidos en minutos por el oficial de guardia sin
efusión de sangre.
El Gobierno intentó quitar importancia a lo sucedido,
dejando a la Prensa en la ignorancia. Según se aseguró, Canalejas trató de que no
interviniera la Justicia Naval, reduciendo la sublevación a cosa
disciplinaria. De ahí las mentiras oficiales y el viaje del ministro de Marina
a San Femando, donde había entrado el barco, en el cual arengó a la
tripulación.
Según manifestó después el ministro de Marina, “había
sacado el convencimiento absoluto de que lo ocurrido en aguas de Tánger no
había tenido conexión próxima ni remota con la política”.
Por tal declaración se ve a dónde se pretendía llegar con
la impunidad.
Pero los mandos y la oficialidad de la Escuadra no se
allanaron a las presiones gubernamentales, y hubo sumaria.
De lo probado en ella dio cuenta Canalejas a la Prensa,
después de fusilado el fogonero Sánchez Moya; porque ahora no convenía quitar
importancia a la sublevación, después de sancionarla con la máxima pena.
He aquí algo de lo dicho por el Presidente:
“A bordo de ese buque había lo menos siete tripulantes de
ideas exaltadas, de un republicanismo exaltadísimo, que celebraban secretas
reuniones y asistían a los Centros republicanos de los puertos en que
desembarcaban, incluso los que existían y existen en Lisboa. Para todo esto los
aludidos se vestían de paisano. Esos individuos no se proponían matar a nadie,
pues declaran que ellos no son asesinos; pero que si pensaban apoderarse de la
oficialidad, amarrarla, encerrarla, hacerse dueños del buque y zarpar inmediatamente
con rumbo a Málaga. Todo esto que expongo —agregó el Presidente— debe ir
acompañado de algunos interrogantes, pues no se ha averiguado aún si contaban
con la complicidad de otras personas, y menos las personas que eran. Una vez en
el puerto de Málaga, los sublevados dirían a la ciudad que debía entregarse a
la escuadra, de la cual el Numancia era unas avanzada, que se había declarado
por la República.
Y aquí viene el interrogante.
¿Se concertó este plan con alguna persona determinada?
La Escuadra, después de lo expuesto, se apoderaría de la
ciudad y el movimiento avanzaría auxiliado por otras circunstancias, y quedaría
proclamada la República en España.
Todo esto, de gran importancia, será objeto de
averiguaciones en la pieza separada que, como consecuencia del juicio
sumarísimo, se ha empezado a incoar.
Los sentenciados por el movimiento han sido sólo siete:
uno, fusilado, y seis a cadena perpetua.
Estos han quedado convictos y confesos; los demás
interrogados por el Tribunal han negado los hechos que se les imputaban y han
sido absueltos, porque no se encontró ninguna prueba contra ellos. Sólo existía
el indicio de que tomaron las armas.
El fogonero Sánchez Moya y los otros seis, a las dos y
media de la madrugada, comenzaron a recorrer el barco diciendo:
—¡Arriba, muchachos; zafarrancho de combate, coged las
armas!
Unos cuarenta se levantaron, azorados, y con las armas en
la mano subieron a cubierta.
Un condestable les salió al encuentro, interrogándoles a
qué obedecía tal actitud, que por nadie había sido mandada adoptar.
Los marineros le contestaron:
—Nada; con vosotros no va nada. Es con los oficiales.
El Condestable, sospechando lo que ocurría, sacó el
machete y avanzó hacia ellos.
Poco después llegaron un soldado de Infantería de Marina
y el oficial de guardia, y entre los tres hicieron fracasar el movimiento en
menos de siete minutos.
Los únicos que hicieron alguna resistencia fueron los
siete condenados por el Consejo de guerra. Los demás se entregaron en el acto,
y dijeron que los habían engañado.
El fogonero Sánchez Moya fue el que se hizo más fuerte,
resistiéndose algunos segundos. Como contra los absueltos no había ninguna
prueba, sólo indicios de haber seguido el movimiento engañados, el Consejo de
guerra no quiso condenarlos.
”A bordo del Numancia, en los equipajes de los siete
condenados, se han encontrado varias cartas y papeles en los que se comprueban
sus relaciones con determinados elementos republicanos.
También han sido halladas en otro buque cartas firmadas
por los citados individuos. Mejor dicho, se han apresurado a entregarlas las
perdonas a quienes iban dirigidas. ¿Hay otras derivaciones? Lo indiscutible, lo
que no se puede negar, es el hecho de que los insubordinados quisieron sujetar
a los oficiales, apoderarse del buque y marchar a Málaga. El general Pidal ha
visitado todos los ranchos, ha conversado con toda la oficialidad, con los
marinos y nada: hasta él no ha llegado ninguna queja, ninguna reclamación
encontrando a todos en perfecto estado de disciplina.
Se cuenta que cuando el exaltado Sánchez Moya, fracasada
su intentona, fue amarrado a la barra, exclamó:
—¡Qué lástima! ¡Yo hubiera sido el Machado dos Santos de
España!
Esto dijo Canalejas. De las diligencias separadas para
averiguar quién secundaría en Málaga a los sublevados si triunfaban y qué complicidades
e inductores tenían, nada, en absoluto, nada. El poder gubernamental debió ser
bastante para encubrir cuanto hubiera tras la tentativa de aquellos
desgraciados marineros.
Claro es, a pesar de la rapidez con que se cumplió la
sentencia, los auténticos culpables, los diputados republicano?, en la
impunidad de su investidura, se agitaron y pidieron el indulto del sentenciado,
secundados por su prensa.
Pero, fracasado el complot, el mártir era explotable.
En Barcelona hubo motín, al grito de ¡Abajo Canalejas!...
¡Viva la Revolución!
Como indicio de lo tramado a base de lo sucedido en la
Numancia, se multiplican las huelgas, preparadas, sin duda, de antemano, a pretexto
de reivindicaciones societarias. Hay una de albañiles en Madrid; estalla otra
en Vigo, a poco, estallarán conflictos obreros en Bilbao, Málaga, Asturias,
Valencia, etc. Sobre todo en las costas, nótese.
En Barcelona, los lerrouxistas se manifiestan tumultuariamente contra la pena de muerte.
En Vizcaya y Asturias se llega a la huelga general.
A todo esto, se han producido nuevas agresiones en
Melilla, coincidentes con lo de la Numancia y con las huelgas generales. Hay
duros combates, pues se ha formado una harka muy numerosa y bien armada.
Por si los lectores quieren hallarles relación a todos
estos acontecimientos, les diremos que la actitud de Francia es muy dura en
relación a nuestros derechos en Marruecos y en Ifni. En el capitulo siguiente
profundizaremos en las maniobras francesas, y veremos hasta dónde llegaron en
París. Lo advertimos para que cuando lleguen a ello los lectores recuerden lo
que simultáneamente acaecía en España y en Marruecos y todo lo relacionen
convenientemente.
Se lo advertimos a los lectores, porque nadie ha
establecido reacción entre la sublevación de la Numancia, los violentos
movimientos huelguísticos habidos, el recrudecimiento de la guerra en Marruecos
y las intrigas y maquinaciones francesas para oponerse a nuestras reivindicaciones
marruecas... pues para cuantos han escrito hasta hoy, como en las películas,
todo fue mera coincidencia...
La huelga general de Vizcaya toma caracteres de violencia
y hay muertos de la fuerza pública y de los mineros. Se suspenden las garantías
en la provincia.
El mismo día—mera coincidencia—la harka ataca en Melilla muy duramente, dejando en las alambradas del campamento de Iz-hafen setenta y seis muertos. Las bajas españolas que se
dan son un coronel muerto y trece de tropa, más cuarenta y tres heridos entre
oficiales y soldados. Son muchas más que las declaradas.
En el mismo día—también mera coincidencia—la huelga de
Asturias toma mayores vuelos, y los mineros parados son ya 20.000 y este día
vuelan con dinamita un puente ferroviario.
En Málaga continuaba la huelga incrementándose. El 14 hay
sabotajes ferroviarios en Bilbao.
En el día 14 se sabe, por informes del comandante general
de Melilla, que la imprevista aparición de la numerosa y bien provista harka rifeña se debe a la llegada de santones
procedentes del Sur, de la zona de influencia francesa... Sin comentarios.
Se reciben noticias de las principales poblaciones:
Sevilla, Zaragoza, Barcelona, Valencia, según las cuales se intenta
extenderlas huelgas generales de Vizcaya, Málaga y Asturias... mera
coincidencia.
En Zaragoza estalla inopinadamente la huelga general.
En Barcelona se intenta la huelga general revolucionaria.
Hay muchas detenciones. Se recogen manifiestos muy violentos. Pero, existiendo
planes y decisión, se advierte la falta de un jefe acatado por todos: falta
Ferrer. De momento, se consigue frustrar la mayor parte del plan. No podemos
detallar más. Tan sólo agregar que, según las declaraciones oficiales, hay
extranjeros formando parte de los comités dirigentes revolucionarios.
Coincidiendo con lo de Barcelona, en la Casa del Pueblo
de Madrid, acuerda la Unión General de Trabajadores el paro en toda España, que
es secundado en casi todas las poblaciones.
En Valencia el paro es total y el carácter del movimiento
es netamente revolucionario. No hay trenes ni tranvías, no hay periódicos y es
atacada la fuerza pública. Es declarado el Estado de Guerra.
En Cullera, por ausencia de la Guardia Civil, concentrada
en Valencia, ocurrió un Suceso gravísimo, que por sus consecuencias relataremos
con detalles, no de nuestra redacción, sino de un masón, el ya citado
Soldevilla:
“Antes de entrar en el pueblo le rodearon las turbas,
reclamando libertad para los presos; el valiente juez y sus acompañantes continuaban
la marcha acosados por el enjambre, que se acercaba mientras el juez no se
volvía haciéndoles frente con el revólver en la mano.
Maténlo, arrástrenlo,
chillaban las mujeres, y el acoso era cada vez más amenazador. Pero el juez se
volvía, y a su alrededor se formaba un círculo vacío: los cobardes asesinos
sentían decaer su valor cuando el juez les miraba frente a frente.
El juez no hizo ni un sólo disparo de revólver. De
haberlo hecho, habría causado algún herido y, quizá, dispersado aquella turba,
que, ya convencida de que el revólver no hablaba era a ciada paso más atrevida.
El escribiente recibió una puñalada en la clavícula, dada por la espalda, y el
juez le fue sosteniendo hasta llegar á la casa de juez municipal, única puerta
que se abrió al herido. Allí quedó el escribiente, y los demás continuaron
hasta el Ayuntamiento cuando ya era imposible la esperanza, cuando la sangre
del herido había despertado los instintos de fiera de unos cuantos asesinos
vulgares
Todavía el juez intentó aplacar aquella jauría y asomóse al balcón de la sala capitular para dirigirles la
palabra: una lluvia de piedras y los gritos de Maténlo,
arrástrenlo, le impulsaron a entrar en el salón mientras los cristales caían en
añicos. Al mismo tiempo, la puerta iba cediendo a los golpes de hacha, y la
canalla rugía impaciente a cada golpe, jadeaba al compás de los hachazos, como
si con su aliento feroz quisiera hendir también la madera que la separaba de su
víctima.
Durante este angustioso asedio, una escena tremenda tenia
lugar en las orillas del río.
El alguacil, un pobre viejo que sintió más segura la
muerte encerrándose en el Ayuntamiento que huyendo de aquel pueblo fatídico,
emprendió carrera por una calle que conduce al río. Un grupo le persigue, un
disparo le hiere pero al anciano le da alas el terror, y con su herida
gravísima, llega a una acequia tan ancha que un joven no podría franquear; el
pobre viejo salta la acequia, se arroja al río, nada con toda la fuerza que da
una esperanza, pero la corriente es rapidísima e invierte bastante tiempo en
atravesar el profundo Júcar.
Los perseguidores calculan el tiempo y la distancia;
rodean, cruzan el puente, llegan a la margen del río, cuando el anciano moribundo
casi, se arrastra por la orilla. Le cercan, le insultan. Arrodillándose el
viejo y cruza sus manos temblorosas.
—¡Perdonadme la vida—les dice llorando—; por mis hijos os
lo pido!
Y caen sobre su cabeza los palos, las piedras y el puñal
o la navaja del Cuqueta se hunde en el pecho del
desventurado alguacil y luego de muerto y mutilado, lo arrojaron al rio. Pero
uno de los asesinos ha visto sobre el ensangrentado chaleco de la víctima
brillar la cadena del reloj. Sacan el cadáver del agua, le despojan del reloj y
de la cadena y lo vuelven a lanzar al río; y vociferando como energúmenos
marchan aquellos héroes, con el Cuqueta al frente, a
reforzar el sitio y el asalto del Ayuntamiento. Son las dos de la tarde.
A esa misma hora próximamente, el prisionero juez se
decidió a intentar el último esfuerzo de valor, y revólver en mano, baja la
escalera del Ayuntamiento a tiempo que la avalancha humana se precipita en el
portalón.
Sonó un tiro. El juez recibió un balazo en una pierna y
al dolor se le cayó el arma de la mano. Escondíanse los alguaciles detrás de los pilares de la escalera. Uno de ellos se descolgó
por un balcón.
El Juez subió los peldaños arrastrándose; con un pedazo
del calzoncillo hizo una venda y se ató la pierna herida.
—Vamos a morir —dijo al actuario—, hemos vivido ya
bastante; pero éste (y señalaba al hijo de su subordinado), es aún muy joven y
debe salvarse.
Obligaron al muchacho a esconderse bajo un diván, y el
juez abrió la puerta del salón. En el mismo dintel cayeron sobre el resignado
funcionario todos aquellos criminales: quien con una navaja, quien con una maza
de picar la grava de las carreteras; el uno le asesta un hachazo, el otro le
acomete con una aguja de esterero.
Es imposible narrar aquella escena, que raya y sobrepasa
cuanto hay de salvaje y de inhumano en los anales del delito. El cuerpo del
pobre juez es arrastrado escalera abajo: la mutilación es tal, que no se le
pudo hacer la autopsia.
En tanto que los feroces se sacian con el cuerpo del
juez, el actuario presentóse al grupo de sediciosos
que quedó arriba.
—A vosotros me entrego; no me hagáis ningún mal; soy un
pobre que no hizo nunca más que cumplir con su deber; perdonadme la vida.
Así dice el desgraciado secretario y parece haber
enternecido a sus aprehensores; pero la mano del Cuqueta,
armada con una piedra, se alza por encima del corro y cae sobre la cara del
infeliz, saltándole un ojo: otra ve la sangre embriaga a aquellos criminales, y
el actuario se desploma acribillado de heridas, machacado verdaderamente.
Repugna relatar los detalles del macabro suceso; los muertos del barranco del
Lobo no presentaban tan terrible aspecto como el de los cadáveres, abandonados
por la turba cuando ya no ¿labia en los cuerpos ni un centímetro sin herida o
magullamiento.
Estos eran los reos que habían de ser juzgados por un
Tribunal militar, pues aunque se pidió la inhibitoria a favor del civil, fue
denegada, por entender que cuando los sucesos ocurrieron ya estaba proclamando
el estado de guerra en toda la provincia de Valencia.
La expectación era enorme; pero como la índole de este
libro y el espacio de que disponemos no nos permite seguir paso a paso este
interesante proceso, nos limitamos a decir que el fiscal pidió pena de muerte
para los procesados siguientes: Federico Alsina Franco, Francisco Jimeno Radúan, José Ochera Casat,
Valeriano Martínez Ibiza, José Jiménez Malonda, Juan
Jover Corral y Cecilio San Félix Expósito; a más de otras penas de cadena
perpetua y temporal a otros procesados, hasta el número de veintiuno, pues para
uno pidió la absolución por falta de prueba.
El Gobierno se vio precisado, muy a pesar suyo, a
suspender las garantías en toda España.
El día 21 de septiembre ya se podía considerar fracasado
el movimiento revolucionario.
Pero, no bien acaba, como cuando la Semana Trágica con
Ferrer, los jefes impunes del movimiento, emprenden una campaña desaforada.
Abre la marcha una comunicación telegráfica del Comité
ejecutivo de la Conjunción republicano-socialista, dirigida a Canalejas. A
pesar de ser telegráfica, es muy extensa y no la copiamos integra.
En ella empiezan por negar que el movimiento fracasado
fuera político; es decir, se sacuden la responsabilidad personal.
Pero... “El Comité condena con la mayor energía los
procedimientos empleados por el Poder público para resolver con inhumana represión
estos conflictos y hace constar que tan torpe conducta ha sido causa de las
manifestaciones de solidaridad con que ha respondido todo el proletariado
español, revelando un estado de conciencia y de juerga que ningún gobernante
contemporáneo puede desconocer-impunemente, refiriéndose q cuestiones de mayor
gravedad.
La amenaza es clara.
Y prosiguen:
“Este Comité protesta de que, a pesar de las negativas
del Gobierno; se preparan nuevas y temerarias operaciones en Marruecos, acompañadas,
según parece, de misteriosas negociaciones diplomáticas...”
Invitamos a los lectores a recordar literalmente el
último párrafo cuando lean las maquinaciones del Gobierno francés en el
capítulo siguiente. Si no hallan una complicidad manifiesta con un Gobierno
extranjero para traicionar a España en sus derechos a costa de provocar el
derramamiento de sangre española, la del Rey, la de Canalejas, la de
autoridades y la de obreros, el autor creerá que ha perdido, la razón.
Para más evidencia, la comunicación de los traidores
añadirá:
“...Y no se limita el Comité a protestar, sino que
rotundamente proclama que el pueblo español tiene indiscutible derecho a
conocer los propósitos y actos del Poder que afectan de un modo definitivo a la
vida presente y al porvenir de la Nación.”
El Gobierno francés, por estas fechas, como veremos
después en documentos indudables, estaba convencido de que el Rey con Canalejas
buscaban aliarse con Alemania para reivindicar nuestros derechos en Marruecos,
y, claro es, aliarse también para atacar a Francia por los Pirineos en la
guerra que ya se preparaba. Y, ya lo veremos, Francia no retrocedía ante el
regicidio ni el magnicidio, y ya se ve que contaba dentro de España con
traidores dispuestos a secundarla.
Y ya sólo esto, que refuerza las claras alusiones del
Comité de traidores:
“Esta —la Nación— no puede seguir por más tiempo en
tenebrosa ignorancia de la dirección que imprimen a sus destinos y del empleo
que dan a su sangre y a sus intereses los actuales gestores de la política,
recordando las explícitas promesas y el compromiso de honor contraído por el
Gobierno de no acometer sigilosamente tales empresas.”
El Ministerio de Negocios Francés tenía un fiel portavoz
en el Comité, que repetía con fidelidad sus secretas consignas diplomáticas. Ya
lo comprobará el lector.
Firmaban la comunicación unos hombres cuyos nombres deben
pasar a la Historia con todo su deshonor: B. Pérez Galdós, Pablo Iglesias,
Manuel Carande, Melquíades Alvarez,
Rosendo Castells, Rodrigo Soriano, Francisco Pi y Arsuaga, Joaquín Salvatella, Pablo Nougués.
El mismo día, el 22 de septiembre, en el que dirigen la
comunicación, ataca la harka y hay un durísimo
combate en el río Kert, y numerosas bajas. Continúan
las meras coincidencias.
Canalejas respondió negando que el movimiento fuera
meramente societario, afirmando que obedeció “a una conjura revolucionaria, en
la que unos actuaban contra la sociedad y el Estado y otros contra las
Instituciones constitucionales, respondiendo todos a retos anticipados ya en
las Cámaras, en la Prensa y en la tribuna popular.”
Pero esto no admitía duda; lo interesante es como
Canalejas recoge lo esencial de la nota de los traidores:
“Deseoso el Gobierno de publicarlo todo y someterse al
fallo inapelable del país, no puede, sin embargo, notificar ahora al Parlamento
lo que los Gobiernos de las demás naciones interesadas consideren que debe
sigilarse aún, en bien de la paz y para el mejor éxito de la diplomacia.”
Canalejas no podía decir más en aquellas fechas; pero que
él encendía, como nosotros, que la coacción de los traidores se dirigía contra
su política internacional es cosa que salta plenamente a la vista.
Sentimos no poder ser más amplios.
La guerra de Marruecos, engarzada con la Revolución
interior, por obra y gracia de la Masonería, aliada del Gobierno francés, toma
en esto época grandes proporciones.
El ministro de la Guerra, que volvió a ser Luque
—garantía dada por Canalejas a las izquierdas de que no habrá “iniciativas
militares” contra ellas— ha de ir personalmente a Melilla.
En las crónicas de la época están los duros combates
librados para pasar el río Kert —que por su caudal
puede ser atravesado a pie— las grandes bajas tenidas por nuestro Ejército,
hasta un general muerto, y la inutilidad práctica de aquella campaña, frenada
desde Madrid cuando nuestras fuerzas podían explotar el castigo inferido al enemigo.
Lo que ocurriría siempre.
No diremos más. Tan sólo copiaremos un suelto de La
Correspondencia Militar del 16 de octubre de 1911, en el cual se trasluce algo
de cuanto había tras los bastidores internacionales.
Primero, las líneas con que encabeza el artículo el masón
Soldevilla; como se ve, ni él se atreve a negar la verdad de la denuncia:
“¿Ayudan los franceses?—Hacíanse muchos comentarios acerca de las muestras de la inteligente y buena dirección
que demostraban los moros en sus ataques, y se susurraba si alguna nación amiga
les ayudaba, a fin de dificultar la acción de España, precisamente en vísperas
de comenzar las negociaciones franco-españolas acerca de Marruecos y respecto
a las cuales tan mala voluntad nos mostraba casi toda la Prensa francesa.”
Y ahora he aquí el artículo de la Correspondencia
Militar:
“Los militares, en estos días, aquí dentro de los ámbitos
de la Península, y muy especialmente en Madrid, han de poner especial cuidado
en el juicio que emiten en círculos, centros, tertulias y cafés. Es preciso no
olvidar un sólo instante que, en esas tierras que son mudo testigo del heroísmo
de nuestros compañeros y de nuestros soldados, se están encontrando estos días
fusiles franceses, monedas francesas, y, seguramente se encontrarían también,
si factible fuese, técnicos muy competentes dirigiendo a los moros; técnicos
que no habrán nacido en el suelo del Magreb. Estamos, por tanto, frente a una
nueva serie de poderosos obstáculos, que nuestros queridos amigos y vecinos
colocan en el camino del cumplimiento de nuestros ineludibles deberes en el
norte de África, en vísperas de una negociación que no sabemos que rumbo tomará”
La Mañana del 17 de octubre de 1911 publicaba el
siguiente artículo :
NUESTRA ENEMIGA
“Debemos prevenirnos contra Francia, nuestra hermana
hipócrita. Las negociaciones entre Francia y España estarán a punto o deben
estar a punto de iniciarse y conviene que afilemos las uñas para no dejarnos
arrebatar la presa. No sabemos, en concreto, lo que pretenderá Francia, pero
por si acaso vaya poniéndose en guardia nuestro Gobierno y agrúpese detrás de
él España entera, porque hombres entre otros de tanta actividad en la Prensa de
París como M. A. de Man y M. Jules Delfosse, vienen
tratando hace meses de la conquista de Marruecos, o, al menos, de su sumisión a
la exclusiva influencia de Francia y una gran parte del país lo considera ya
como cosa propia y en estos días se oye en la capital francesa con alguna
frecuencia y con la natural inquietud que los españoles seremos echados. Ya
hemos visto cual ha sido la política de Francia en Marruecos durante sus
últimos años, como justifica su expedición armada al Imperio, porque según
ella, el Estado anárquico podía repercutir en su colonia Argelina, como
resultante de la solidaridad que existe entre aquellas tribus; ahora durante
las negociaciones tratará de cubrir su apetito con la socorrida pantalla de “la
Soberanía del Sultán y la independencia del Magreb”. Confiemos en que nuestro
Gobierno opondrá a estas ambiciones el dique de nuestros ideales históricos y
nuestros derechos adquiridos a costa de la sangre española que allí vertimos y
vertemos. Ahora recoge aquella prensa nuestros hechos de armas en Melilla. Y
causa verdadera indignación el relato que hace de ellos. Sobre , la mesa
tenemos un número de Le Gaulois, en el que no
se habla sino de muertos y heridos de los españoles. Para nuestro Ejército,
todas son derrotas. Cuanto se persigue, se diga y aun se haga contra Francia
será poco para cobrarnos sus faltas... Casi estamos por escribir que para
vengar sus delitos. En estas tristezas de ahora, ¿no tienen arte ni parte los
franceses? Un colega dice con claro sentido de los hechos:
Varios oficiales y algunos soldados tienen tremendas
heridas, con destrozo de los huesos. En todos los casos de fractura se advierte
la misma característica: el paso de la bala explosiva, que al clavarse en la
carne revienta por percusión, se abre en fragmentos como la armadura de un
paraguas. En el combate del día 7, esas balas han sido profusamente disparadas
por los moros; está comprobado. ¿De dónde proceden las municiones que tan caras
pagan los rifeños en su zoco permanente de más allá del Kert?
Los franceses, encareciéndonos su amistad por la vía
diplomática, endulzándonos con las mieles de su peculiar finura, rindiéndonos
la admiración de aquellos de sus oficiales que pasan el Muluya para declarar que ninguna hidalguía como la nuestra ni marcialidad comparable a
la española; los franceses, que pretenden meterse en el riñón de África y
ejercer su protectorado en nombre de la civilización y del progreso; esos
refinados vecinos ultrapirenaicos están negociando
con el contrabando de guerra que sus mercaderes pasan de los almacenes
argelinos al campo rebelde del Rif e infringiendo el más sacrílego de los
ultrajes a esa civilización sacrosanta que le sirve dé pantalla a sus crímenes.
Llenan las cananas de los tiradores rifeños con las balas explosivas que toda
nación repudia en sus guerras, que el más rudimentario humanitarismo proscribe,
que sólo se usan hoy para cazar tigres en las selvas de la India y leones en
los oasis africanos. Ante tales ejemplos no habrá quien no se indigne como
nosotros. Contra los rifeños no, porque ellos primeramente son seres que no
salieron de la barbarie y les es dado emplear todo cuanto la perfidia de un
judío les pone al alcance. ¡Y aún la chusma parisina aullaba en las calles
contra los semitas, cuando toda Francia es hebrea en la banca, en la industria
y en la moral! Hoy los hebreos franceses dan a los rifeños balas explosivas;
mañana quizá hagan llegar a los zocos bombas de inversión. Ya nadie que vea y
prevea esto le puede parecer duro el lenguaje que contra Francia se emplee.
Ahora como siempre, y más que nunca, Francia no es nuestra hermana; Francia es
nuestra enemiga”.
Este articulo fue denunciado y recogido el periódico, a
instancias del embajador de Francia.
Esto se publicaba el 16 de octubre, como se ha dicho. Al
día siguiente se hacía pública la suspensión de las operaciones. El ministro de
la Guerra salía de Melilla.
Los motivos eran graves. Moya, el animador y alma de la
Conjunción—¿conjunción o conjuración?—republicano-socialista le hacia decir él
mismo día a El Liberal cosa tan patriótica como ésta:
”Se ha equivocado esta vez el señor Canalejas, tan hábil
siempre en la elección y aplicación de adjetivos. Lo grotesco sería el concepto
gubernamental de que se pudiera decretar una campaña, remover toda la nación,
gastar enormes sumas, causar sentidísimas muertes, llenar de enfermos y heridos
los hospitales y, al cabo de dos semanas, suspender la acción, al amparo del
vulgarísimo adagio “a casa, que llueve” y quedarse los autores de lo uno y de
lo otro tan desahogados y tan frescos como si nada hubiese ocurrido”.
Canalejas, en la nota oficiosa del Consejo celebrado en
Palacio el mismo día, dirá “que, sin una deserción del deber, no se puede hoy
hablar de crisis, ni parcial ni total”.
La reclamación de Canalejas al Gobierno francas por al
ayuda prestada a los rífenos debió ser tan enérgica y documentada, que el día
21 se presentó en Ujda—ciudad argelina próxima a
nuestra zona— el general Toutée, alto comisario de
Argelia, y ordenó la detención de M. Destailleur, de
M. Pandori, capitán de Aduanas, y de M. Lorgeu, vicecónsul de Francia. Fueron los testaferros
acusados del contrabando de armas. Pasados irnos meses, fueron absueltos. Se
probó que no hubo tal contrabando de armas. ¡Que lo dijeran nuestros numerosos
muertos!
Pero no se había limitado el Gobierno francés a dar
dinero, armas y dirección a las harkas del
Rif; también había puesto el veto, con serias amenazas, a todo intento de
avanzar más allá del Kert..., amenazas no sólo de
guerra, sino de revolución en el interior de España, y la sublevación de la
Numancia fue un claro aviso.
Canalejas no se atrevió a enfrentarse con la doble
amenaza interior y exterior, pero no dimitió, según exigían los políticos traidores
al servicio de Francia, y se limitó a suspender las operaciones, aun conociendo
que la harka, ya muy castigada, tendría tiempo
para reponer sus pérdidas y para reforzarse.
El día 23 de julio llegó el ministro de la Guerra a
Madrid. La mayoría del país lo acusó de haber fracasado, pues sólo podía
suponer que la suspensión de las operaciones y el quedar nuestras tropas en las
mismas posiciones de partida obedecía únicamente a una derrota.
No soportó Luque la suposición, y el mismo día de su
llegada lanzó unas declaraciones, cuya interpretación era demasiado clara.
Lo principal de sus palabras fue esto:
“El aplazamiento.—El paso del Kert,
aparte las razones que lo hacían necesario, era sólo una acción preliminar. El
plan de que formaba parte era mucho más extenso, y lo habíamos convenido entre
el general Aldave y yo, con asistencia e intervención del general Larrea. Todo
estaba en el combinado, todos los preparativos estaban hechos. Pero desde el
primer momento convinimos en que para su realización hacían falta condiciones
que no dependían de nosotros, pero en las cuales el tiempo y el estado del mar
jugaban importantísimo papel. ¿Quiere esto decir que el estado del mar y el
tiempo eran las únicas condiciones requeridas para el éxito? No. Había también
otra; pero nada me pregunte usted sobre esto, porque no podría contestarle, muy
a pesar mío. La indiscreción, que es una virtud en el periodista, es un defecto
de incalculables consecuencias en todo hombre de Gobierno. Bástele a usted
saber—y quizá algún día pueda ser más explícito—que esas condiciones faltaron,
y que por su falta no era posible realizar la operación en la forma que se
había previsto y proyectado”.
La prensa en general, después de publicar las
declaraciones del ministro, dijo que la “condición por la cual no se realizó la
operación fue haberla impedido “cierta” nación”.
Coincidiendo con tan peligrosa situación, la extrema
izquierda, no pudiendo negar los asesinatos alevosos cometidos por los
procesados de Cutiera, como hiciera con Ferrer, al día siguiente de regresar el
ministro de la Guerra emprende una campaña por los “martirios de que han sido
víctimas los asesinos procesados".
La campaña de prensa se desata. Una comisión de diputados
provinciales y concejales republicanos de Valencia, reforzada por Lerroux,
Barral y Azzati visita a Canalejas, denunciando
torturas y martirios de los detenidos en la cárcel de Cultera..., que el caso
era “un segundo Montjuich”.
No podemos detallar la campaña. Desde el 25 continuó
durante muchos días, teniendo pendiente al Gobierno y a la opinión. No bastó
que el día 28 se hiciera un reconocimiento médico por una Junta de cuatro
catedráticos y académicos de Medicina y de tres médicos militares, presidida
por el rector de la Universidad de Valencia, y que ésta dictaminara:
“... y como consecuencia de todo lo expuesto,
unánimemente manifiestan que en los reconocimientos detallados no han
encontrado vestigios ni señales que indiquen haber sufrido los procesados tortura
ni tormento alguno; que es cuanto pueden decir en cumplimiento de la orden
recibida y en descargo del juramento prestado, firmando la presente diligencia,
con el señor juez y yo, el secretario, de que certifico.—José María Machi,
Francisco Orts, Antonio Casanova, José Donday, Adolfo Aloy, Francisco Sanjiménez, Luis Sieyro, Antonio Palomer y Agustín Beltrán.—Rubricado”.
Ya lo decimos, no bastó. Los periódicos extremistas
continuaron la campaña, que naturalmente repercutió en el extranjero.
L’Humanité decía, entre otras enormidades, éstas:
“Dijimos ayer que el renegado Canalejas tenía la
intención de hacer fusilar a cinco ciudadanos de Cullera. Habíamos cometido un
error. El número exacto es de doce. Por otra parte—según carta de un diputado
republicano español que tenemos a la vista—, en las prisiones de Cullera y dé
Sueca, pueblos del antiguo reino valenciano, han sido torturados varios ciudadanos
de una manera infame, para hacerles confesar delitos que no habían cometido”.
Anotemos que el órgano masónico del socialismo francés
llamaba “renegado” a Canalejas, y la palabra es muy grave cuando es dirigida a
un masón; porque tal “excomunión” va siempre acompañada de la entrega del
renegado al brazo secular de la Masonería, el anarquismo, para su ejecución.
The Daily News publicó una carta de Rodrigo
Soriano pidiendo amparo a la prensa inglesa “en nombre de la humanidad”.
No podemos continuar con esta segunda edición de la ferrerada, el espacio falta. Nos limitamos a señalar que el
día 1 se publicaba íntegro el informe médico, que termina con el párrafo
copiado, que desmiente totalmente cualquier tormento; en el mismo se detallan
uno por uno los reconocimientos con gran escrupulosidad, mencionando toda señal
apreciada en la piel, producto de enfermedades o lesiones sufridas durante toda
la vida de cada procesado; claro es, apreciando su antigüedad, confirmada por
la declaración de cada reconocido, antigüedad mucho mayor, de años, que la de su
detención. De los 22 reconocidos, 10 presentaban esas antiguas señales, de
ellos siete de forúnculos antiguos, y uno en actividad.
Pues bien, la escrupulosidad del reconocimiento y la
fidelidad del acta, que por unanimidad termina diciendo “que no se han encontrado
vestigios ni señales que indiquen haber sufrido los procesados tortura ni
tormento alguno”, sirve para que publique El Liberal esta insidia:
“Del documento anterior no se saca aquella convicción
absoluta que nos había prometido el Gobierno. Queda—nos dijo cuando por
telégrafo se le enviaron las conclusiones del dictamen—demostrada plena y
absolutamente la falsedad de la denuncia.... No hemos visto nosotros, ni
creemos que pueda ver nadie, esa demostración absoluta y plena. Lo único que se
ve es una extraordinaria colección de forúnculos. Y conste que de esta rara
particularidad tampoco estimamos que se deduzca nada concreto”.
Era decir insidiosamente que siete doctores en Medicina,
cuatro catedráticos y académicos, todos de Valencia, y tres médicos militares,
mentían.
Sin comentarios. Tan sólo añadir que el calumnioso
Liberal era de Miguel Moya, ese de lápida, calle y estatua en Madrid.
La campaña contra Canalejas llegaba abatir todas las marcas. España Nueva publicaba esta “cartelera teatral” con este alarde
tipográfico:
TEATRO NACIONAL
Funciones diarias antipopulares
TRAIDOR, CINICO Y VERDUGO.
Tragedia para reír, original de los señores
Narváez y González Bravo, refundida por don José Canalejas
Está obteniendo un éxito estupendo.
LOS TORTURADOS
Siguen las representaciones de este drama,
que ha sido ya ejecutado en Montjuich, Alcalá del
Valle, Gijón, etc. Su “reprise” en Cullera constituye la nota de actualidad.
Y añadía el mismo periódico en un entrefilet:
“Se puede ser mal gobernante. Lo que no se puede ser es étnico, traidor y
verdugo”.
Esto se publicaba
el día 4 de julio; el 5 era inaugurada la estatua de Francisco Ferrer en
Bruselas.
El día 7, España Nueva publicaba esta “esquela
mortuoria”:
El señor
D. JOSE CANALEJAS Y MENDEZ
Ha muerto políticamente
Después de ser un traidor a su Patria y a sus
ideales.
Se ruega el disimulo en las demostraciones de
alegría.
Canalejas reposará en el Panteón de Traidores
Ilustres, donde le esperan ya Catilina, Don Oppas,
Torquemada, Narváez, Fernando VII, Chamorro y demás malditos de la Historia.
Después, este entrefilet: .
“Mientras ocupe la Jefatura del Gobierno el señor
Canalejas se puede atormentar impunemente a los presos: ¡Ánimo, inquisidores.
La impunidad os ampara!”
Y terminaba con estos otros: -
Loco, farsante, traidor.
\Trágala\
¡Trágala!
\Trágala\
¡Al loco! ¡Al loco! ¡Al loco! .
Lector: ¿estaba o no públicamente pronunciada la
sentencia de muerte de don José Canalejas?
El Liberal vuelve a
calumniar. Publica un escrito protestando de malos tratos carcelarios y de la
Policía. Llamados los firmantes por un Juez de Madrid, manifiestan que han
firmado el documento porque así se lo dijeron, y que personalmente nada saben
de lo denunciado. Azzati es detenido dentro de una
casa que asalta, capitaneando un grupo. Detenido in fraganti, debe ser
libertado.
Melquíades ha dicho tales enormidades, que lo procesa un
juez, a la espera del suplicatorio.
Canalejas se ve obligado a declarar en un discurso
pronunciado el día 23 de noviembre:
“Cuándo yo decía a Europa que aquí los republicanos,
antes que republicanos son españoles, me responden con una infame revolución,
con una huelga general, con un verdadero fratricidio.... que me combatan cuanto
quieran, que me infamen; no me importa; pero que no me ayuden en momentos como
estos, cuando en el pleito internacional que se ventila necesita el Gobierno,
sea cualquiera, el apoyo de todos los españoles, contrista el ánimo y llena de
amargura. Vine al Gobierno penetrado de que había que demostrar a las clases
conservadoras, y entre ellas en primer lugar al Rey, que las ideas democráticas
eran compatibles con la Monarquía. Yo no he encontrado en el Rey, ni en ninguna
de las personas de la familia real, oposición a mis ideales ni a la realización
de mi programa, que era de todo el mundo conocido. Pero yo no anuncié que al
encargarme del Gobierno iba a la quema de los conventos, a la matanza de
frailes, ni mucho menos a entregar la Monarquía. Para esos momentos que se
aproximan quisiera yo un instante de tregua en la lucha; pero estoy seguro que
no la conseguiría. Si yo pudiera abrir las Cortes ahora, que no puedo, y no es
por cobardía, pediría esa tregua al patriotismo. No cabe esa tregua, está bien.
Allá cada cual con su conciencia”.
“Ya veremos si hay hombres capaces de una vil conjura en
estos momentos”.
¡Ya lo creo que los había!
Para no perder la vida Canalejas, ya empezaba él a verlo,
no sólo debía legislar contra la religión; debía “quemar conventos” y “matar
frailes”; pero, a la vez, debía traicionar a España en beneficio de naciones
extranjeras; y, por último, debía traicionar al Rey “entregando la
Monarquía”... Sólo así moriría de viejo en su cama, como murieron cuantos
gobernantes la entregaron “en bandeja de plata”. Debía haber sido fiel al
juramento hecho a la Masonería, y no sólo traicionar a Dios yendo contra la
religión, sino traicionar también a Patria y Rey.
CONJURA INTERNACIONAL
Canalejas debe hacer frente a ella con estas
declaraciones: “Primera. Que España, como corresponde a la hidalguía de nuestro
país y a la lealtad de sus sentimientos, ha practicado en estos últimos tiempos
sus negociaciones sin exceder nunca él limite de su derecho y sin dejar de
poner siempre sus determinaciones en conocimiento, no sólo de las potencias
especialmente interesadas en aquéllas, sino en el de todas las signatarias del
Acta de Algeciras.
Es por tanto muy lamentable, y mucho más refiriéndose a
informes que se supone nacidos en España, el dar como cierto que esta última
haya flirteado ni realizado pacto alguno con ninguna nación en ningún momento.
Segunda. Que España no ha apoderado ni autorizado a nadie
para negociar ni pactar en asuntos que sólo con ella y con sus intereses puedan
relacionarse”.
Alude Canalejas a la creencia del Gobierno francés de que
está tratando de concertar una alianza con Alemania, según lo acusan en París
los masones españoles. En el capítulo siguiente veremos lo que piensan, dicen y
hacen los gobernantes franceses.
¿Quién son estos traidores delatores?
Cuando Canalejas habla, Pablo Iglesias está en París, con
Fabra Rivas, azuzando a los socialistas franceses contra España y Placiendo el
juego a los colonistas franceses. Lo denuncia el A B
C por estas fechas.
Poco después, el día 6 de diciembre, vuelve el embajador
de Francia a Madrid, después de larga ausencia, y se celebra la primera
conferencia de las negociaciones hispanofrancesas sobre Marruecos. Asiste a
ella el embajador de Inglaterra.
Es un triunfo de Canalejas el conseguir que Francia
negocie; porque, en más o en menos, supone renunciar a su pretendido monopolio
en Marruecos.
SENTENCIA DE MUERTE E INDULTO DE LOS ASESINOS DE CULLERA
El día 7 de diciembre empieza el Consejo de Guerra contra
los asesinos de Cullera. El día 15 hay sentencia: seis penas de muerte y dos
cadenas perpetuas. Una pena de muerte más dictó en la apelación el Supremo de
Guerra y Marina. El Liberal se apresura a pedir el indulto. El día
antes, el 14, Se hacía pública la sentencia condenando por calumnia a El
Liberal al pago de 150.000 pesetas.
La calumnia estaba contenida en un telegrama publicado
por El Liberal. El telegrama daba cuenta de la fuga de una distinguida
señorita con un fraile, que se suicidó cuando les daban alcance. Daba nombres y
apellidos de la señorita y del fraile. Pero todo era en absoluto falso. El
periódico de Miguel Moya, a quien quería matar el padre de la señorita
ofendida, evitándolo La Cierva, era el más indicado para tomar la iniciativa en
la petición de indulto de los asesinos de Cullera. Al fin, aquellos cafres
anarquistas tan sólo habían matado cuerpos, y sólo en una ocasión. El masón
Miguel Moya toda su vida se dedicó a matar almas, como aconsejara Lenin, con la
calumnia. Y esto era mucho más grave que quitar una vida temporal; aunque menos
penado por la justicia humana... ¡y hasta premiado con lápidas, calles y
estatuas en las calles de Madrid, donde tantas almas asesinara con aquellas
90.000 suscripciones de su inmundo Liberal y los que vendía en la calle;
muchos, muchísimos, ciertamente, por su celestinesca última plana.
Abreviaremos. Después de verse la apelación ante el
Supremo de Guerra y Marina, que confirmó la sentencia, Canalejas presentó al
Rey el indulto de seis de los siete condenados a pena capital. Quedó sin
indultar el célebre Chato de Cuqueta.
El Rey estimó que debían ser indultados los siete, porque
los siete habían cometido el mismo delito. Canalejas dimitió.
Lo sucedido en el trámite del indulto no está claro, y se
han dado diferentes versiones; pero sin tener en cuenta para ellas, a nuestro
juicio, lo más importante: la grave situación en Melilla, donde sé producen
inopinados y durísimos ataques, con esa precisión cronométrica concordante con
las horas críticas revolucionarias peninsulares. Y el fusilamiento de los reos
de Cullera, según las amenazas, era un magnífico pretexto para que los
traidores provocaran una campaña internacional, una nueva ferrerada y un movimiento revolucionario en auxilio de los rifeños.
A la vista de la situación, creemos que Canalejas no se
atrevió a facilitar, con las ejecuciones, el pretexto a los dirigentes
revolucionarios, y que si dejó de proponer el del Chato de Cuqueta fue para realizar un gesto caballeroso en favor del Rey, a fin de que el
Monarca tuviera ocasión de beneficiarse personalmente con un acto de clemencia
suyo en absoluto.
NEGOCIACIONES Y ATAQUE EN MELILLA
Como se ha dicho, el 6 de diciembre se celebró la primera
conferencia de las negociaciones hispanofrancesas.
Según el oficioso Diario Universal del día 15, las
pretensiones francesas eran éstas:
“La renuncia de los derechos que le confirió el Convenio
de 1904 en la zona Sur, es decir: Ifni, que debió entregarse en soberanía a
nuestro país, en virtud del tratado hispano-marroquí de 1860.
El resto del territorio hasta el paralelo 27° 40”, que
formaba parte de los dominios marroquíes (unos 45.000 kilómetros cuadrados); y
la zona Sur del paralelo 27° 40”, que según el convenio de 1904 está fuera de
dichos dominios marroquíes (unos 150.000 kilómetros cuadrados).
Estas pretensiones, de aceptarse, entrañarían para España
un sacrificio que superaría en número de kilómetros cuadrados al que Francia
había hecho en favor de Alemania.
Canalejas rechazó tales demandas.
No pasan veinte días de la primera conferencia cuando los
moros, el 23, toman la ofensiva y pasan el rio Kert;
los mandan los mismos jefes de Kabila que habían pactado la paz menos de dos
meses antes. La harka está nutrida por moros
del sur, procedentes de la parte de influencia francesa. Nuestras tropas, en
duro combate, padecen bajas. La noche del 23 fue muy comprometida para varias
posiciones nuestras. Siguen los combates creciendo en dureza. El 28 es herido
el general Ros. El 29 han de ser enviadas tropas desde la Península. Las bajas
dadas oficialmente, sólo del día 27, fueron: 12 muertos y 21 heridos entre
jefes y oficiales; 83 muertos y 257 heridos de tropa. '
Los de siempre, encabezados por Galdós, lanzan el
correspondiente manifiesto. Sus tres primeros puntos fueron éstos:
“Primero. Término honroso de la guerra y reingreso de las
tropas en las zonas defensivas de nuestras plazas.
Segundo. Condenación de la política de expansión
territorial en Marruecos.
Tercero. Disminución de los gastos en los presupuestos de
Guerra y Marina y efectividad del servicio militar obligatorio”.
Los periódicos donde aún late el patriotismo acusan a
Francia de ser la culpable de los ataques en el Rif.
El Gobierno, por medio de su prensa y de declaraciones,
trata de acallar las acusaciones. El Gobierno y la prensa de Francia hacen protestas
de inocencia y se indignan por tales “calumnias”.
Canalejas debe ocultar a la opinión los combates y bajas
para evitar complicaciones con Francia, que las habría provocado; sobre todo,
aprovechando las huelgas y desórdenes acordados por sus cómplices para el caso
de no ser indultado el Chato de Cuqueta. Lerroux
había tomado la iniciativa en Barcelona, y la huelga general estaba ya decidida. .
* * *
Hemos entrado en el nuevo año, en 1912, último de vida de
Canalejas.
En cuanto se abren las Cortes, las izquierdas plantean un
debate político. Los temas pueden suponerse: la represión del movimiento revolucionario
y la guerra en el Rif.
Empiezan el ataque Zulueta y Albornoz. Les sigue Pablo
Iglesias, que con don profético augura a Canalejas:
“Su señoría no volverá a gobernar.”
Seguidamente anuncia que emplearán la violencia
revolucionaria. Responde inmediatamente Canalejas. No se atreve a lanzarse a
fondo en lo más grave: en la colaboración de los jefes revolucionarios con
Francia; pero hace clarísimas alusiones. A Pablo Iglesias le dice: “distraído
en excursiones peninsulares y en el extranjero...” Los correligionarios de su
señoría en Italia votan muchos millones para artillería... El recibir
beneficios de extranjeros en estos tiempos tiene que ser con mucha cautela...”
El día 25 se reanuda el debate político.
Melquíades Álvarez lanza un ataque contra Canalejas como
pocas veces fuera oído contra un Jefe de Gobierno:
El señor Álvarez: “El señor Canalejas decía: El Gobierno
tenía noticias exactas, tres veces al día, de lo que hacían los conspiradores.
O las autoridades realizaron lo que nunca, o. esos infelices conspiradores eran
unos confidentes. Sólo así se explica el celo de las autoridades. ¿No es verdad
que esto es sorprendente? Si no queréis convenceros, entonces la censura para
el señor Canalejas. ¿Sabía el Gobierno cuanto se urdía? Pues una apelación ante
la sinceridad. Una huelga así no.es una huelga; eso es una rebelión, cuando
menos una sedición. Siendo rebelión o sedición, el que propone, el que conspira
es un delincuente. ¿Cómo las autoridades no ordenaron al detención de esos
delincuentes?”
“El señor Maura, ante los sucesos de Barcelona, sucesos
más importantes que los de ahora, levantó el estado de guerra en: cuanto se
restableció el orden: el 1 de agosto. Vosotros hicisteis lo contrario. Será
inverosímil, pero más lo es el telegrama que dirigió su señoría al capitán
general de Valencia tratándole como si fuese a un Rey, a quien decía de
nosotros, faltando a la verdad, que éramos enemigos del Ejército,
escarnecedores de la Patria, injuriadores del Rey, perturbadores de la paz
pública. Un presidente que procede así no puede merecer nuestra consideración”.
(Rumores.)
El señor Álvarez hizo una detenida y dura critica de las
últimas operaciones del Rif, censurando mucho al Presidente del Consejo y al
ministro de la Guerra, y dijo:
“Vosotros, a costa del Ejército, buscabais un éxito
político para consolidaros en el Poder, que perderéis por vuestra incapacidad.”
Canalejas respondió:
“Me acusa de insinceridad. Todo Gobierno en España, en
nuestras condiciones económicas y militares, tendría delante el problema del
Rif. ¿Queréis que descarté el Muluya, el avance de
una nación amiga, el llamamiento a nuestra responsabilidad para no dar pretexto
a que otros nos sustituyesen? Nosotros no podíamos determinar nuestra actitud
pacífica o bélica. La guerra, la lucha, no se busca muchas veces, y se
encuentra. Al oír al señor Álvarez me he consolado; porque sus pesimismos de
ayer no se han confirmado. Previó acontecimientos por la ocupación de Larache y
Alcazarquivir. Nada ha ocurrido. Si, complot fue el de Barcelona. Se me dice
por qué no prohibí el Congreso Obrero. Pero ¡si apenas nos asomamos a un mitin
y ya se nos combate! Si de algo hemos pecado, es de tolerancia. No se
produjeron en otras partes los tristes sucesos de Cullera, porque conocíamos al
detalle el complot. Sabíamos quiénes eran los maquinadores, y los detuvimos.
¡Si el señor Álvarez, en su pasión, ha olvidado tanto la realidad que no ha
hablado de tremendos sabotajes en Asturias! Pero hay solidaridades
políticas...”
El señor Azcárate: “Que ni en Bélgica ni en otras partes
chocan.”
El señor Presidente del Consejo de Ministros: “Pero no
para preparar la huelga general revolucionaria.”
En el debate político interviene Señantes, que en dos
palabras plantea la cuestión revolucionaria en sus verdaderos términos, en
términos de traición:
“La coincidencia del movimiento revolucionario del verano
último con el envío de tropas, explícanos su tendencia y significación.”
Y la entraña, pútrida de la política la pone al
descubierto Vázquez de Mella:
“El poder moderador está en mi antiguo amigo, el señor
Lerroux. Yo le reconozco a su señoría excelsas cualidades, aunque no sea más
que como organizador de desórdenes. Cuando sé le llamaba el emperador del
Paralelo, yo decía: tienen razón; es paralelo de la Monarquía. (Risas.) La
gobernación se ejerce lo mismo desdé el Gabinete que desde fuera de él. El
señor Lerroux gobierna desde fuera. ¿No os acordáis de los telegramas del señor
Lerroux, antes y después del indulto?” (Léelos). “Pero es más: El
Progreso tituló después de la gracia un artículo: “Triunfo del partido
radical.” (También lo lee.) “En él se hablaba del pavor causado en altas
esferas. Y se agrega: “Salvando a Juan Jover hemos ahorcado a Canalejas y
Maura.” (Risas.)
El descubrimiento del complot de Barcelona se debió no al
señor Pórtela, sino al señor Lerroux, que no quería entonces la huelga. La
quiso en el caso de no haber Indulto, y sólo se suspendió ante la gracia. El
señor Lerroux suspendió la huelga preparada porque hubo indulto.
Lo que impera aquí en todos los partidos, quizá también
en el nuestro, es el miedo. Los conservadores no son débiles ni pusilánimes,
pero participan de un miedo. El señor Maura, en el Poder, cuando ve enfrente al
partido liberal, yo creo que le tiemblan las carnes. Cuando el señor Maura dé
un paso hacia las verdaderas derechas, sabe que los liberales darán tres hacia
las izquierdas. A esa clase de miedo me refiero.
Las izquierdas mismas se han tenido que apoyar en las
masas colectivistas. Don Pablo Iglesias ha tenido que apoyarse en los mismos
procedimientos ácratas. Los anarquistas teóricos se apoyan en los prácticos, en
los de las bombas. También el señor Canalejas tiene miedo. La melancolía se
difunde por sus palabras. Su señoría cuenta sólo con el poder moderador del
señor Lerroux, no con la Conjunción; su señoría es un fracasado. Su señoría no
ha fracasado sólo por practicar lo contrario de lo que predicó; ha fracasado
asimismo porque su programa, el detenimiento de la revolución, no se ha
cumplido, la atmósfera no está lúcida. Su señoría ha Sido el postulante de las
benevolencias revolucionarias. La valla de las Tullerias la mantenían el respetó y e! amor. Un poco después desapareció, y es que la
fuerza material no basta sí sé carece de la fuerza moral. El miedo no da fuerza
moral. Hasta el propio señor Lerroux tiene miedo a su historia y a su pistola:
la huelga. Yo creo que si vieran al señor La Cierva en Gobernación,
temblarían”. (Risas.)
Lerroux, tan aludido, interviene. Y queriendo quitarle la
razón a Vázquez de Mella, se la da de la manera más rotunda.
En un párrafo contra Maura y La Cierva, dice:
“¿Sabéis quién ha indultado a los siete reos de Cutiera?
Los señores Maura y La Cierva ¿Quién ha redimido a esos siete hombres? Baró, Málet, Hoyos y Ferrer (los fusilados por la Semana
Trágica). Aquello hizo que en adelante, por delitos políticos, no se pueda
matar a un hombre. Esto es ya una conquista”.
En efecto, la impunidad para el crimen político había
sido conquistada por los revolucionarios. Ya no podría ser ejecutado ninguno;
la pena de muerte quedaba suprimida para los revolucionarios asesinos... Los
únicos que no habían suprimido la pena de muerte eran los revolucionarios... Y
a pena de muerte se hallaba ya sentenciado Canalejas, el mismo que la suprimió
para sus asesinos.
Unas cifras elocuentes. El 28 de febrero publica el
“Diario de Sesiones la relación” de suplicatorios pedidos por las autoridades
judiciales para procesar a diputados. Son 423 nada menos.
Van en vanguardia los republicanos: Emiliano Iglesias,
con 82; Soriano, con 67; Azzati, con 57; Lerroux, con
52.
La mayor parte de los suplicatorios eran por injurias al
Rey, la Reina o por ataques a la Monarquía, y eran 113; por excitaciones a la
rebelión o sedición, 36; por ataques al Ejército, 33; por ataques a la religión
e Iglesia, 31; y a las autoridades, 27.
Tal uso se hacia de la inmunidad, mejor dicho, impunidad
parlamentaria.
SIGUEN COINCIDIENDO LAS NEGOCIACIONES HISPANOFRANCESAS
CON LOS ATAQUES RIFEÑOS Y LOS DE LAS IZQUIERDAS
Francia continúa en sus demandas. Pero cada vez que
España vuelve a negarse a ceder y busca el apoyo internacional, sobrevienen los
ataques en el Rif. Esta correspondencia diplomática y guerrera fue una
constante en tanto gobernó Canalejas. Y, ya lo hemos visto, Sin fallar una vez,
cada serie de combates también es acompañada de otra serie de ataques de las
izquierdas para pedir una y otra vez el abandono de Marruecos.
Así sucederá cuando los cruentos combates de la tercera
decena de marzo de 1912.
El día 29, cronométricamente, a poco de conocerse el gran
número de bajas habidas en el Kert, la Conjunción
celebra otro mitin en Madrid.
Habla Azcárate contra la guerra, y otros también. Pero la
“nota” la dará Melquíades Álvarez. Una pequeña muestra:
“El señor Canalejas ha llenado las cárceles de obreros y
ha impedido la protesta contra la infame campaña de Melilla, pleito en que no
se ventilan el decoro del Ejército ni el de la Patria. Cuando los militares
conozcan mis declaraciones—dijo el señor Álvarez—, estarán conformes en que no
se debe seguir una guerra que ocasiona únicamente tremendas catástrofes y
tristes humillaciones. La catástrofe del Barranco del Lobo se ha repetido
ahora”.
Aquel mismo día, Francia firmaba por sí y ante sí el
Tratado Franco-marroquí en Fez. Presentaba a España el hecho consumado. El Tratado,
llamado de Fez, es el que ha regido hasta el presente año en el Protectorado.
Lo firmó el Sultán con la ciudad ocupada por los franceses; por tanto, en
“completa libertad” contractual.
La prensa europea subrayó el gran triunfo de la
diplomacia armada francesa.
Unos días después, el 7, ya firmado el Tratado de Fez, le
darían las izquierdas un gran banquete a Melquíades Álvarez, donde con Azcárate
consagran la creación del Partido Reformista, presidido por aquél.
Hará Melquíades un gran discurso-programa, en el que dirá
cosas como éstas:
“No creáis que al organizar el partido reformista, que
hace alarde de sentido gubernamental, vamos a resucitar la vieja táctica de benevolencia
con los monárquicos y alianza con las izquierdas. (Aplauso.) . Esa política ha
fracasado para siempre. En otro país, con otra dinastía, sería posible. Aquí,
en España, donde cada paso es un desengaño y los políticos están en el Poder
utilizando la apostasía y la traición, si no es candor, sería vileza colaborar
con la Monarquía. Aludo a la demencia imperialista del régimen, pensando en empresas
para las que no tenemos medios ni preparación: aludo a la guerra del Rif,
reanudada después de la paz de At-Laten por los caprichos de una voluntad,
coronada, a la que presta obediencia un Gobierno cortesano y servil.
¡Guerra mil veces maldita, porque es el sepulcro de la
juventud y va labrando el desprestigio del Ejército, a quien amamos!
¡Esa guerra va labrando la ruina de nuestro Tesoro!
Hay que inspirar confianza a las clases conservadoras con
objeto de asociarlas a las populares para concluir con esta Monarquía.
¿Qué vamos a hacer? Hay que disipar preocupaciones de que
la debilidad de los Gobiernos republicanos pueda fomentar indisciplinas
peligrosas. El derecho es orden, y no puede ser sacrificado a los antojos
liberticidas de la masa
La República necesita un Poder fuerte para reprimir
rebeldías e imponer la libertad.
Utilizar el Gobierno para una orgía sacrílega contra las
creencias de los católicos es una injusticia y un crimen. Eso sería peligroso y
sectario.
Por eso hacemos un programa que se pueda cumplir. Y si no
lo cumpliéramos, dejaríamos de ser honrados.
Matrimonio civil, secularización de cementerios, escuela
neutra y libertad de cultos, y con la supresión del presupuesto de culto y
clero, llegar a la separación. (Aplausos.)
Que la Iglesia ejerza, si puede, la hegemonía espiritual
sobre las almas, pero no a costa del Estado.
No somos colectivistas, aunque sí socialistas”.
Debía tomar Melquíades por imbéciles a los burgueses que
intentaba él atraerse. ¿Desde cuándo el socialismo no es colectivismo')
“¡Nada de sublevaciones aisladas, que relajan la
disciplina y pueden provocar la dictadura!
¡Nada de motines callejeros, que no resuelven nuestras
aspiraciones!
La revolución que tenemos la obligación de hacer no puede
ser obra aislada de agitadores: debe ser obra colectiva, que funda al pueblo y
al Ejército, para que éste haga efectiva la voluntad del pueblo.
Cuando la Patria, por su órgano legítimo, que es el
pueblo, reclame la ayuda del Ejército, éste debe seguirle, o será un Ejército
desleal.
Si todos corresponden como deben, cuando lleguen
circunstancias propicias la España republicana se pondrá en pie para decirle a
la Monarquía: Ha llegado tu fin, porque no has sabido ser digna”.
¿Cómo no había Francia de atreverse a todo?... Se le
ofrecía una revolución con sedición militar abandonista de Marruecos. ¿Qué más
podía desear?
Tan sólo restaba Canalejas como el único obstáculo; pero
le restaban ya pocos meses de vida.
Debió adivinarlo así Gasset cuando se decidió a dejar el
Gobierno. Y debió ver que sólo haría carrera política sumándose a los
abandonistas, que recibieron el refuerzo de quien acababa de ser ministro.
Gasset, después de pensarlo casi un mes, lanzó una serie
de seis artículos contra el ministerio, con ataques y denuncias de todo género;
y en la cuestión de Marruecos, que era la importante, se atrevía él a decir que
siempre había protestado contra la política de guerra seguida en Marruecos, y
añadía:
“Fuera del Gobierno, como dentro de él, sigo pensando que
vamos camino del desastre.”
Y para confirmarlo, los moros inician una serie de
ataques, que culminan los días 13 y 15 de mayo, causándonos muchas bajas. En el
del 15, es muerto el jefe moro El Mizzián.
Unos cuantos días después estalla la huelga ferroviaria
en la red andaluza. Su importancia no es necesario señalarla si la relacionamos
con la posibilidad de movimientos de tropas, si la situación empeora, como
venía sucediendo durante aquel verano. La huelga empieza en la tercera decena
de mayo. Pero algo debe fallar; el 30 se soluciona. Acaso tan sólo fuera un
ensayo para la general, que ya se estaba preparando.
UN GESTO DEL GRANDE DE ESPAÑA SEÑOR FIGUEROA TORRES
El conde de Romanones fue durante todo el período de
Gobierno de Canalejas presidente del Congreso, cargo que solía considerarse
como el de “delfín” para las Jefaturas del partido y del Gobierno, caso de
morir o de ser depuesto quien las ejerciera.
Presidía Romanones la sesión del 7 de junio de 1912, y en
ella se debatía la concesión de un suplicatorio para procesar a Rodrigo Soriano
por haber publicado su periódico, España Nueva, un articulo traducido de L’Humanité, en el cual se acusaba al
Emperador de Alemania y a don Alfonso XIII de haber convenido entre ambos
bombardear Lisboa.
Hubo votación y resultó un empate: 90 contra 90. El
empate se debía a que muchos monárquicos liberales de la mayoría votaban a
favor de Soriano, el calumniador del Monarca, al cual, además de aquella falsa
pero grave acusación, le llamaba el articulo reyezuelo.
El empate debía deshacerlo la Presidencia con su voto de
calidad; y requerido Romanones por Sánchez Guerra, votó diciendo:
“La Presidencia vota con el acusado.”
La ovación republicana tributada al conde fue tremenda.
Sólo recordarle a los lectores aquel gran servicio hecho al conde de Romanones
por Rodrigo Soriano, al publicar treinta y seis horas antes de empezar la
Semana Trágica aquellas declaraciones en las cuales afirmaba no tener ya nada
que ver con las Minas del Rif...
El desviar las masas de un posible raid sobre el palacio
condal de la Castellana, dejándolas en la creencia de que los frailes eran los
únicos mineros y que las teas incendiarias pusieron fuego sólo en iglesias y
conventos... era un magnífico servicio prestado al magnífico conde... ¿Cómo no
iba éste a corresponder, salvando a su benefactor republicano, al soez Soriano,
dándole su voto absolutorio?
- ¡Gesto de noble aquel de Romanones!
FRANCIA DESTRONA A MULEY HAFID
Muley Hafid había destronado a su hermano “por
afrancesado”; pero él debió someterse a cuanto quiso Francia. No fue
suficiente, y el día 12 de agosto de 1912 se hizo público su destronamiento y
destierro a Francia.
Nombraron a Muley Yusuf; pero
surgió un pretendiente, Muley Hiba, llamado el Sultán del Sus, que derrotó a
varias columnas francesas, debiendo acudir en refuerzo tropas metropolitanas.
Sin duda, debiendo Francia sofocar un levantamiento grave
dentro de su propia zona, disminuyó el auxilio a las harkas de Melilla. De ahí, sin duda, que sin dejar de ser amenazadora la situación,
resultase relativamente tranquilo aquel verano de 1912 para nuestras tropas.
Sin duda, como todos los veranos, algo esperaban en
Marruecos nuestros revolucionarios. Y según la táctica de que se han dado
tantos ejemplos, las huelgas menudearon; pero sin llegar a tomar carácter
revolucionario. Se veía claramente, y así lo hizo conocer en unas declaraciones
Canalejas, que sus móviles eran políticos. Pero les faltó el complemento de los
combates marroquíes; sin embargo, existía un plan muy amplio, según vamos a ver.
LA HUELGA FERROVIARIA
El 10 de septiembre se inicia la agitación para declarar
la huelga ferroviaria en la red catalana.
El 17 es presentado el oficio para la huelga en
Barcelona. La Compañía acepta la mayoría de las peticiones; pero no hay
solución.
Muy oportunamente llega el jefe del socialismo belga y
furibundo ferrerista, Vanderbelde,
a Madrid, el 23, con el pretexto de dar una conferencia.
El 25 empieza la huelga ferroviaria en la red de M. Z. A.
El 27, por solidaridad, es acordada la huelga general
ferroviaria en toda España. Es ratificado el acuerdo por votación al día
siguiente; la votación se amplía el 30, con el mismo resultado. Y se notifica
oficialmente la huelga general ferroviaria al Gobierno para el día 9 de septiembre.
Es la primera vez que una huelga de tal importancia como
es la de ferrocarriles tiene tan larga gestación. Algo, y grave, esperan los dirigentes
revolucionarios que llegue a producirse; no hay otra explicación. ¿En
Marruecos, según costumbre? No; creemos que dentro de la nación.
El día 2 de octubre es publicado el decreto autorizando
al ministro de la Guerra para llamar a los reservistas pertenecientes al
Batallón de Ferrocarriles. La medida podía alcanzar a 12.500 ferroviarios, que
así quedaban convertidos en soldados.
La huelga fracasa al día siguiente: definitivamente,
Canalejas se había ganado la pena de muerte.
OTROS “MERITOS” DE CANALEJAS PARA SU “EJECUCION” MASONICA
Permanentemente fue atacado Canalejas por la izquierda
extremista, que lo acusaba de ser una mera secuela del Partido Conservador. Tal
acusación enfureció siempre al Presidente, al herir su amor propio.
Ciertamente no fue así. Maura depuso su “implacable
hostilidad’” respecto a Canalejas por no creerlo, como creyó a Moret, un hombre
dispuesto a ser desde el Poder cómplice de un golpe de Estado republicano-anárquico.
Pero no por «eso dejó de temer que Canalejas llegase, sin saberlo ni quererlo,
a ser un cómplice inconsciente del golpe de Estado, por la libertad e impunidad
que por su ideología personal y sus anteriores contactos con los revolucionarios
brindó durante su mandato.
Canalejas se defendió muchas veces, pero muy claramente
en un memorándum dirigido a Maura en 9 de septiembre de 1911.
“Todo cuanto constituye órgano de expresión del partido
conservador y demás elementos de la derecha, llega en su hostilidad a
términos; que si no me abaten, me preocupan. Desde los que insinúan sospecha
acerca de mi lealtad, hasta los que no degradándose en degradarme así, juzgan
que mis antecedentes, mis conexiones, mis conceptos de la política española, me
constituyen en un peligro para la Monarquía y aún para la paz social; todos los
de la derecha coinciden en aquellos sobresaltos patrióticos, en aquellas
inquietudes monárquicas que usted,, con plausible sinceridad, me expuso
claramente en más de una ocasión”.
Y lamentándose, da prueba de lo contrario, alegando:
“Y como es inútil hacer lo que hago, ni decir lo que
digo, ni la actitud sañuda de los republicanos contra mi se reputa, por lo
visto, sincera, sino obra del artificio, escribiéndole ahora todo vendría a
parar en lo que correspondiendo a su franqueza con la mía sinceramente? lo
expuse en nuestra última entrevista”.
Seguirá después haciendo lo posible para convencer a
Maura de que no será un cómplice de los revolucionarios, y le diría Dato, en
septiembre de 1911, lo que éste comunicará a Maura con estas palabras:
“Empezó diciéndome que su política había fracasado, que
los republicanos revolucionarios eran los únicos responsables de que no pueda
continuar la obra radical que estaba haciendo, apoyado leal y sinceramente por
el Rey; que él lo declararía así en las Cortes, y que Si de algo había pecado,
era de exceso de contemplaciones con las izquierdas.
”Me encargó que dijera a usted todo esto, y tuvo después
expansiones sobre la conducta de algunos republicanos y de muchos liberales,
que no me atrevo a confiar al correo. Tales cosas me dijo.
”Mil recuerdos, y ordene usted a su adictísimo amigo, que le quiere y admira, Eduardo Dato”.
Y entremos ya en este otro motivo de Canalejas para ser
asesinado.
Amplia constancia queda hecha en las páginas precedentes
del veto puesto por las izquierdas a Maura y La Cierva. El Maura no siguió en
vigor durante toda la etapa de Canalejas.
Pues bien; el Presidente asesinado se hallaba dispuesto a
ceder el Poder a Maura en la próxima fecha en que pensaba dejarlo, y a prestarle
apoyo, volviendo a convertir al Partido Liberal en el turbante,
Veámoslo, según lo confirma, el duque de Maura,
refiriéndose a la entrevista de Canalejas con el Rey, poco después de abandonar
Maura «el Palacio de Oriente
"Don Alfonso (hasta cierto punto también) había
avalado ante Maura la futura conducta del Jefe de su Gobierno. Parecía verdad
que Canalejas estaba desengañado, por una parte, de sus coqueteos con la
izquierda, y fatigado del Poder por otra. Parecía, asimismo, abrigar la
resolución de dimitir, apenas ultimase los tratos con Francia y legalizase la
situación presupuestaria. Estaba firmemente decidido (esto ya no era
hipotético, sino seguro) a no dejar paso a ningún otro Gabinete liberal. Se
guardarla, pues, de hostigar en lo sucesivo a las derechas.
”Su trato ulterior con los adversarios o enemigos del
régimen no “sería ya de bloque, sino de atracción hacia la Monarquía, por lo
menos en relación con algunas personalidades que, como Azcárate, Melquíades
Álvarez, Altamira, etc., eran susceptibles y merecedores de ello. Se proponía,
por último, intervenir, para suavizar las relaciones entre los republicanos de
orden y los conservadores”.
Era volver a convertir el Partido Liberal en la
“oposición de S. M.”
Y agrega el duque de Maura, sin duda el mejor informado:
“También Maura hubo de salir satisfecho de la audiencia
con Su Majestad. Pero la crisis total, temida o esperada en los corrillos del
Congreso para aquella misma tarde, quedó virtualmente aplazada hasta fin de
año”.
Tal programa fue frustrado por el asesinato de Canalejas.
Por cierto, cosa bien extraña, Moret comentó las
entrevistas de Maura y Canalejas con el Rey diciendo estas palabras tan
macabras:
Se respira ambiente de funeral.
Pardinas acababa de entrar en España.
Pasemos a otro mérito.
En junio de 1911 se celebró en Madrid el Congreso Eucarístico.
El Rey, con la Corte, se asoció a él. En la sesión
inaugural, día 25, el infante don Carlos leyó el discurso de apertura en nombre
de S. M.
El Gobierno se mantuvo a distancia, limitándose a
mantener el orden público.
Y el 28 se celebró la clausura, con la no esperada
asistencia del Rey.
Cuando el Soberano se levantó para pronunciar su discurso
fue acogido por una verdadera tempestad de aplausos y vivas. Debió dejar pasar
largo rato para que acabara, y en tanto recibía tan fervoroso homenaje, no dejo
de sonreír.
Este párrafo suyo merece ser destacado:
“Venimos a deciros personalmente la complacencia suma con
que hemos seguido la asamblea, y cómo nuestros corazones creyentes han gozado
viendo a esta multitud de pueblos aquí congregados, distintos por su historia,
por su lengua, por sus costumbres, fundidos en una sola grey en el crisol
ardiente del amor al Santísimo Sacramento de la Eucaristía. ¡Poder sublime de
la fe y del amor!
Decid a Su Santidad que, tanto la Reina como yo, le
deseamos luengos años de vida para que siga siendo el apóstol infatigable del
amor de Cristo en el Sacramento, y que al dirigirme el testimonio de nuestro
filial y respetuoso afecto, imploramos su apostólica bendición para nosotros,
para nuestra familia, para España entera y para todos los pueblos aquí
representados.”
La ovación fue delirante, anudándose con la de la calle,
pues la multitud llenaba todas las próximas a San Francisco el Grande.
Al acto asistieron, además del Rey, doña Victoria, doña
María Cristina, las infantas María Teresa, Isabel y Luisa y él infante don
Carlos.
La Prensa radical atacó a Canalejas por haber permitido
al Rey asistir al Congreso sin dimitir en el acto, alegando que lo hizo don Alfonso
sin comunicarlo al Gobierno. Canalejas dijo que el Rey se lo había comunicado
previamente, con lo cual se responsabilizó políticamente.
Por la tarde se organizó una grandiosa procesión, como
jamás fuera vista en Madrid.
La bendición fue dada por el cardenal legado en la plaza
de Castelar y a las ocho llegaba el Santísimo a la plaza de la Armería.
El Rey, la Familia real en pleno, y Gobierno, con el
Cuerpo Diplomático, aparecieron en el balcón central. La Reina Victoria se
mostró con Corona y manto real.
Entró la custodia en el Real Alcázar, y desde la puerta
de la plaza, se pusieron los Reyes a la cabeza del cortejo, seguidos de la Real
familia, Gobierno y Corte, hasta ¡legar al salón del Trono, donde fué adorado el Santísimo Sacramento por todos.
Después fue mostrado al pueblo que recibió la bendición
sacramental.
La Reserva se hizo en la misma Capilla Real.
Las izquierdas masónicas, impotentes para más,
blasfemaron únicamente.
Sólo esta muestra:
“Al cabo de larguísimos años, y bajo un Gobierno
democrático, la España oficial, dando alto ejemplo al universo mundo, se pone
al nivel del Paraguay y del Ecuador, consagrados al Corazón de Jesús por él
vesánico doctor Francia y por el desastrado García Moreno.”
Así habló El Liberal de Miguel Moya, el de lápida, calle
y estatua en Madrid...
Y sólo advertir que al mencionar en el párrafo al
presidente García Moreno, el masón Moya sabía bien lo que a Canalejas decía:
García Moreno había sido asesinado por el masón Rayo, ejecutor de la sentencia
de muerte pronunciada por las Logias
El día que escribimos esto coincide con el panegírico
hecho por el A B C. a Miguel Moya, con ocasión del centenario de su nacimiento,
y su invitación al homenaje a su memoria y estatua al día siguiente.
Sinceramente, señor marqués de Luca de Tena, es para
indignarse. Se diría que su periódico siente hoy nostalgia de pistolas asesinas
y de teas incendiarias.
ASESINATO DE CANALEJAS
De Marruecos tan sólo nos ha llegado un apagado eco de su
épica canción de gesta, y sólo a través de la prosa oficial y periodística. Contadas,
muy contadas veces, rimaron las palabras con la sinfonía heroica de las
hazañas marroquíes.
Aún espera la guerra de Marruecos al poeta.
Menos aún nos llegó algo de la traición internacional,
aunque clara y feroz se dibujara en las tenebrosas calamidades de tantos
desastres.
El texto que a continuación va es un tenebroso documento
diplomático de nuestra acción marroquí. En ese documento está ya el “chantaje”,
el regicidio, el magnicidio y la traición que habrían de esmaltar toda la
secuencia de los años sucesivos.
MAGNICIDIO CONSUMADO
La Historia, esta historia “textual”, oficial, es algo
tan liviano y falso como esos álbumes de viejas y borrosas fotografías. Cual
caduco daguerrotipo, el historiador-fotógrafo ha fijado en sus páginas solemnes
a unos hombres afectados, rígidos, falsos y unos hechos todo exterioridad,
teatro, farsa
“La Historia—según testimonio de Ortega—cayó en manos de
progresistas liberales, de los darvinistas y de los marxistas.” Es decir, ha
sido escrita por los cómplices y autores de esa traición permanente, que es la
Historia de la Patria durante los últimos siglos.
Sí, según Carlyle, la Historia es la biografía de los
grandes hombres. La de toda nación estará cercenada si el magnicidio siega la
vida de sus hombres de más rango.
A nuestra vista se batió el récord del magnicidio de la
Historia Universal; Prim, Cánovas, Canalejas, Dato, Primo de Rivera, Calvo Sotelo,
José Antonio Primo de Rivera.
Sólo nombres de primera magnitud; sólo magnicidios
probados. Únanse a la copiosa relación los asesinatos posibles y probables, los
de aquellos hombres insignes muertos oportunamente, por accidente o enfermedad,
según dictamen médico-legal. Algo asombroso; la muerte fortuita o prematura,
fue siempre oportuna y favorable para la traición revolucionaria; parece como
si la Parca sólo eligiera sus víctimas para matarlas prematura y violentamente
entre los hombres leales a España. Los traidores, con suerte demasiado
singular, mueren siempre de viejos y en la cama.
El magnicidio ha sido en España un monopolio de las
fuerzas internacionalistas, ejecutado en beneficio de la Revolución o en favor
de nación extraña; pero, casi siempre, a favor de ambas.
Y, siendo así, nada de extraño es el silencio, la
tergiversación, el escamoteo del dato esencial; la ocultación de hombres y
organizaciones, al borrar todo rastro en el magnicidio capaz de mostrar su
auténtica realidad y trascendencia, habida cuenta de ser progresistas,
liberales, darwinistas y marxistas los historiadores. Pero José Ortega exagera,
no son solamente progresistas, darwinistas y marxistas —cómplices todos de los
magnicidas—los historiadores; hay también metidos en el oficio de historiar
quienes no tienen tales filiaciones; pero, cosa maravillosa, en este aspecto
del asesinato político—como en tantos—, se limitan a plagiar a los cómplices de
los regicidas y magnicidas. ¿Cobardía?, ¿estupidez? Acaso, ambas cosas a la
vez, pero, sobre todo, pánico a perder su preciado título de “intelectual”; ese
título, más preciado que uno de nobleza, pues no plagiando lo perdían, ya que
el título de “intelectual” sólo ha sido dispensado, precisamente, por esa
gavilla de intelectuales progresistas, darwinistas y marxistas. No es la
primera vez que damos a la publicidad tal tesis apoyada en lo que Disraeli
escribió hace años:
Si la Historia de Inglaterra es alguna vez escrita por
alguien que posea los conocimientos y el valor suficiente—y ambas cualidades
son igualmente necesarias para tal empresa—, el mundo recibirá una sorpresa
mayor que la que le proporcionó la lectura de los anales de Niebuhr. Hablando
en términos generales, todos los grandes acontecimientos han sido falseados,
ocultándose la mayor parte de las verdaderas causas, desapareciendo los
principales actores, y los que se presentan son tan incomprendidos y
erróneamente presentados, que él resultado es un perfecto engaño."
Si de la Historia de Inglaterra, que ha tenido a su
servicio durante siglos a las fuerzas públicas y secretas de la Revolución,
pudo decir su Premier Disraeli, un señalado jefe de esas secretas fuerzas, lo
que Se acaba de transcribir... ¿qué no podríamos decir de la Historia de España?...
de un Estado como el nuestro, que siempre tuvo a las fuerzas secretas y
públicas de la heterodoxia revolucionaria en ataque permanente y secular, y
cuyos jefes llegaron a detentar todos los poderes estatales? Sin duda, las
palabras de Disraeli, aún gravadas, convienen mejor a España.
Veamos aquí si para escribir esta página de la Historia
verdadera poseemos los dones necesarios, como Disraeli prescribiera: conocimientos
y valor suficientes.
Se trata de un regicidio frustrado y de un magnicidio
consumado.
El regicidio se proyectó contra el Rey de España, don
Alfonso XIII y el magnicidio se cometió en la persona del Presidente del
Consejo, don José Canalejas. Ambos hechos son ciertos; ignorando el primero,
pero con constancia en la historia “oficial”, el segundo; pero sólo con la
constancia de lo adjetivo, de lo público y accidental.
Su importancia histórica radica en lo ignorado de ambos
hechos, en cuanto es aún secreto para los españoles, pues ahí, en lo secreto,
adquieren los dos episodios y calidad ejemplar; mejor, arquetípica, porque su
técnica, motivación y vinculación, revelan una vez más la esencial calidad de
la mayoría de los magnicidios españoles que son arma de muerte y de “chantaje”
usada por él imperialismo, ya sea éste de naciones adversas, de fuerzas
secretas o de ambas obrando en alianza.
No son los regicidios y magnicidios como la Historia—la
de progresistas, darwinistas y marxistas—nos los muestra; no son ese suceso tan
imprevisto e imprevisible como el rayo, donde surge un ignorado, rompiendo su
anonimato, y armado de bomba o pistola, mata inopinadamente a un rey o
presidente..., cual si el regicida o magnicida lo hubiese decidido de repente o
lo hubiese soñado en noche de pesadilla trágica. Porque ahí están los textos.
¿No describen así los regicidios y magnicidios esos historiadores consagrados
por Universidades y Academias?
No elaboraré la página' histórica presente recurriendo a
fuentes inéditas, y menos a investigaciones anónimas o secretas que, aun siendo
verdaderas, podrían rechazarse como prueba plena. Van a testimoniar aquí un
Presidente de la República, Raimond Poincaré; un jefe
de Gobierno, José Caillaux; un presidente del Conseja de Ministros de España, Alvaro Figueroa Torres; un ministro español, José Francos
Rodríguez, íntimo del asesinado, José Canalejas, y Su Majestad don Alfonso
XIII, Rey de España.
Y, sin comentarios, leamos!
RAYMOND POINCARÉ
“Para una gran parte de la opinión francesa, no le
resultaba suficiente que el Gobierno hubiese desaprobado en 1911 la iniciativa
española. Después de los sacrificios que el tratado del 4 de noviembre (tratado
francoalemán) nos había impuesto en el Congo, muchas personas pensaban que
nosotros teníamos derecho á la revisión de los acuerdos de 1904 y a amplias
compensaciones, a costa de la zona española. Tal era la tesis que sostenían,
por ejemplo, M. René Millet, en La France, y M. Tardieu,
en Le Temps. El uno y el otro reclamaban hasta
la restitución a Francia de Larache y de Alcázar. En sentido inverso, M. Jaurés, pretendiendo que desde 1906 nuestra política marroquí
había sido fértil en torpezas e irreflexiones, ensayó el poner a M. Joseph
Caillaux en guardia contra la tentación de compensarse a expensas de España el
compromiso del 4 de noviembre. “Lo peor—escribía después él—sería reabrir la
era de los conflictos y abusar del acuerdo concluido con Alemania para
brutalizar a España y para enemistarnos definitivamente con ella. M. Paix Séailles ha hecho notar una
frase que el ex presidente del Consejo (Caillaux) parece haber proferido
respondiendo a M. Jaurés y que éste le había
comunicado: “¡A España, nosotros no le debemos aquello!” El gesto, según el
orador socialista, que acompañó a la frase, le dio una significación de
desprecio. Hasta palabras más graves fueron atribuidas a M. Caillaux:
“El rey de España había dicho a nuestro encargado de
Negocios, M. William Martín, que un emisario del jefe del Gobierno francés había
venido hasta la Corte para dirigirle veladas amenazas. Yo no tengo miedo—había
dicho el rey—, pero tengo empeño en que quede huella. He consignado esta
amenaza en una nota que he encerrado en mi caja tuerte particular. Allí se la
encontrarían si me ocurriese alguna desgracia.”
“Yo había conocido esta confidencia del Rey por M.
William Martín. Este llegó a ser luego jefe adjunto de mi Gabinete,
Naturalmente, yo había creído mi deber el prevenir a M. Caillaux de la extraña
visita que se había osado arriesgar en Madrid bajo su amparo. El me declaró que
ni la había inspirado ni autorizado, y yo rogué a M. William Martín que
comunicase al Rey su desmentido. En una carta del 3 de diciembre de 1916,
publicada después, M. Caillaux ha renovado sus protestas: “Usted me conoce
demasiado—decía él a un corresponsal—, usted me sabe demasiado celoso de mi
tradición y de mis orígenes de la vieja burguesía con aportaciones de nobleza,
para estar persuadido de que esos son procedimientos a los cuales yo no
desciendo jamás. Y, en efecto, no había necesidad de ser gentilhombre para
condenar la tentativa conminatoria de la que había hablado el rey a M. William
Martín”.
JOSEPH CAILLAUX
Después de la ocupación de Alcázar, precediendo...
(¿anunciando acaso?) el golpe de Agadir, la opinión francesa sentía
desconfianza respecto a España. Se preguntaba si entre nuestros vecinos del
otro lado de los Pirineos y nuestros vecinos del otro lado del Rhin no habría alguna relación.
La verdad, que yo he tenido los medios de aclarar, es que
el Gobierno de Su Majestad Católica buscaba el apoyo de Alemania—¿con qué
fines? Nosotros lo veremos—, y que con tales fines multiplicaba sus gestiones.
Yo encontré una prueba perentoria en una carta de fecha
24 de julio de 1911, dirigida por M. de Kiderlen a
Madame de J... El secretario de Estado (alemán) escribía: “Apenas llegado al
Ministerio, he estado retenido largo tiempo por un emisario de Madrid que tenia
qué hacernos toda suerte de proposiciones a nosotros. Yo he respondido
evasivamente”.
Yo no tenía necesidad de esta pieza decisiva para
saberlo, porqué a través de los telegramas diplomáticos que se cambiaron entré
Madrid de una parte, París y Berlín de otra, y que descifraron los criptógrafos
bajo mis órdenes, se percibía a los representantes de España asediando a la Willemstrasse. Alfonso intenta, en vano, seducir a
Gretchen.
El llegaba, no obstante, lo más lejos posible en su deseo
de complacer. Un episodio me lo prueba.
Bruscamente, en la segunda quincena de septiembre, España
nos informa sobre su intención de ocupar Ifni, pequeño punto de la costa
marroquí, al sur de Agadir. Ifni formaba parte de la zona española, de la zona
sur, según nuestros acuerdos lo habían delimitado. Nosotros no podíamos objetar
nada en derecho, pero teníamos grandes razones para resaltar y hacer resaltar
que, en efecto, el momento había sido muy singularmente escogido. El público
hubiera pensado, seguramente —equivocadamente como se demostrará—que esta nueva
iniciativa de España se realizaba en concierto con Alemania. La animadversión,
que aumentaba ya contra nuestro vecino del Sur, se acrecentó. Se habría
discutido al mismo tiempo mi política de conciliación, y los nacionalistas no
habrían dejado de decir y describir que ella tenía como primer resultado el
enardecer a todos los rivales de Francia. Y yo tendría mucho más trabajo que
realizar para que se aceptase el arreglo que teníamos en preparación con el
Reich.
Yo intenté desviar a España de la empresa que ella
proyectaba. Hice resaltar los inconvenientes—algunos—a M. Pérez Caballero,
embajador del Rey católico en París. Nuestro embajador en Madrid, M. Geoffray, al que hice venir e instruí, secundó mi acción
como excelente diplomático que él era. Nosotros no tuvimos éxito ni el uno ni
el otro.
Entonces me vino la idea de poner en movimiento a M. de Kiderlen. Yo lo había doblegado con la crisis financiera
que habla finalizado precisamente entonces en Alemania, y él estaba deseoso de
ponerse de acuerdo con nosotros. Yo escribí a M. Cambon.
Le rogué que hiciera valer ante el secretario de Estado los argumentos que
acabo de exponer. El ministro entra inmediatamente en nuestro punto de vista.
Un telegrama del embajador de España en Berlín, me entera de que Alemania
“aconsejaba” diferir la ocupación de Ifni. El Gobierno ibérico se inclina en el
acto. Yo fui informado por un segundo telegrama, dirigido éste de Madrid a
Berlín. Al día siguiente o al otro el señor Pérez Caballero se presentaba en mi
gabinete: “España, deseosa de satisfacer a Francia, me dice él, accedía a
vuestras justas observaciones.” Yo le di las gracias... naturalmente.
¿De dónde procedía esta docilidad respectó al Reich?, me
pregunté yo. No obstante, no había ninguna entente secreta entre nuestros
vecinos y nuestros rivales. La prueba es que M. de Kiderlen me había ayudado. ¿Qué espera entonces España? Ella espera, sin duda, que Berlín
levante la hipoteca alemana que pesa sobre su zona, como sobre la nuestra, sin
que exija de ella ninguna indemnización. Ella se deja embaucar. Nuestras
precauciones son tomadas. Desde ahora ya hemos convenido con Alemania que
nosotros solos trataremos sobre todo Marruecos. Nosotros nos volveremos
seguidamente hacia nuestros vecinos del Sur; pero, después de todo, ésta es la
pequeña cuestión. ¿Es improbable que las coqueterías españolas no tuvieran
otro objeto? ¿Cuál podía ser?”
Sintetizaremos cuanto sea posible la sustanciosa prosa de
Caillaux.
Su interrogación sobre lo que podía ocultarse en relación
a España y Alemania dice haberlo llegado a saber a través de un curioso asunto
en el cual entran en juego Portugal y su Rey, destronado ya.
“La Banca Marchal-Bauer (debe ser la sucursal en París de
los banqueros judíos Bauer, de Madrid) me hizo saber que el ex rey de
Portugal, don Manuel, se había dirigido a ella para colocar, por medio de la
misma, un empréstito de diez millones de francos en el mercado de París.”
Al saber que se trataba de financiar una tentativa de
Restauración, los directores de la Banca requerían instrucciones del presidente
Caillaux, dice éste y agrega:
“Yo les prescribí negarse, pero les rogué mantuviesen
contacto y que me tuvieran al corriente.”
Estos banqueros judíos, como vemos, traicionan a los que
han depositado en ellos su confianza, con el agravante de mostrarse hipócritamente
interesados, alargando la negociación para continuar informando a Caillaux. Y
así deben hacerlo, porque éste agrega:
"Algunos días más tarde, yo me enteré por la misma
vía—por los Bauer ¿no?—que las proposiciones rechazadas en París, habían sido
llevadas a Viena, y que se trataba, no de. diez millones, sino de veinte; y,
cosa extraordinaria, que el Rey de España ofrecía su garantía, consintiendo en
poner su firma al lado de “su buen hermano” destronado. . Y continúa Caillaux:
“Al principio de septiembre, un esgrimista célebre, muy
conocido.
En la sociedad parisiense, se presenta en mi gabinete, M. Breitmayer (¿judío?) y revela a mis colaboradores que
está en preparación una expedición a Portugal. Habían sido movilizados barcos
en Hamburgo, con falsos papeles de a bordo... en ellos debían embarcar
monárquicos de todos los países del mundo.
Seducido por la aventura, M. Breitmayer había aceptado enrolarse...”
Para espiar y denunciar, como ha podido verse. ¿No será
también judío, como nuestros Bauer, este Breitmayer?...
Y Caillaux continúa:
“No queriendo que mi silenció pudiese asegurar el éxito
de una agresión contra una república amiga (masónica querrá decir Caillaux) y
decidí llamar al representante de Portugal. Yo le hice conocer lo que había
llegado a mis oídos. Le rogué avisase a su gobierno, al cual le bastaría con
protestar en Berlín y con susurrar en Madrid para hacer fracasar todo.”
Caillaux dedica varias páginas a forjar hipótesis sobre
tenebrosos planes hispanoalemanes sobre Portugal,
cargando la culpa principalmente sobre nuestro Rey... Naturalmente, todo
rematando en algo muy peligroso (?) para Francia.
Teme Caillaux por las colonias portuguesas, que merced a
la sublevación monárquica supone pueden pasar algunas a manos de Alemania.
¡Extraño amor el de Caillaux por las colonias lusitanas!... El está dispuesto a
pagarle a Alemania “manos libres” en Marruecos con colonias francesas, y pronto
entrega las de Togo y Camerún... ¿no se le ocurre pagarle al Kaiser la “carta
blanca” de Francia en Marruecos con algunas colonias portuguesas?... ¡Qué
caballerosidad la de Caillaux más extraña!... La vida de la masónica república
portuguesa vale más para él que las colonias de su Patria.
Desde luego, para Caillaux, la ayuda que le brinda
nuestro Rey al destronado de Portugal sólo puede tener un fin perverso: “la
soberanía feudal en su beneficio sobre Portugal”.
No concibe el masón Caillaux, él que por el ideal
masónico sacrifica colonias de su patria, que don Alfonso XIII, por ideal
monárquico, sea capaz de arriesgar su dinero en favor de un monarca vecino y
amigo, y que, a la vez, quiera evitar así que se corra el incendio republicano
—como se intentó—de Portugal a España.
Sin duda, una intervención directa o indirecta de España
en Portugal sólo puede ser desinteresada y por altos ideales cristianos, monárquicos
y antirrevolucionarios si es como aquella masónica acaudillada por el marqués
del Duero... del Douro, debiera titularse para ser
exacto el marquesado.
Además, Caillaux, con toda vileza, no duda en calumniar
con sus insidias al caballeroso y patriota Rey don Manuel, mostrándolo capaz de
vender colonias y su propia soberanía al precio de ser un rey feudatario del de
España en Lisboa.
Caillaux, que tan difícilmente se librará de ir al
paredón por traición a su Patria, es capaz de suponer que todos, hasta un rey,
son de su misma condición.
Y Caillaux termina el “affaire” portugués diciendo así:
“Si Francia no debía desempeñar el papel de paladín, no
debía desinteresarse de la suerte de una república amiga.
”Mí vigilancia, que me ponía necesariamente en contacto
con Portugal, no escapa, probablemente, a España. De ahí, sin duda, las malas
disposiciones respecto a mí del Rey, que las demuestra lanzando contra mí las
acusaciones más locas”. .
El Presidente, después de copiar una carta del Encargado
de Negocios de Portugal, A. Santos-Bandeival, para
probar sus informaciones, cuenta todo lo que sigue:
“El Rey de España me acusó, sencillamente, de haber
querido hacerle asesinar. Yo no relataría esta extravagancia si, catorce años
después de los acontecimientos de Agadir, en 1925, Alfonso XIII no. hubiese aún
afirmado a mi amigo Malvy, en misión en Madrid,. mis
intenciones regicidas. ¡Se basaba en conjeturas, no en pruebas! Cierto día, el
Soberano se enteró de que durante las revueltas fomentadas a finales de 1913 en
Barcelona por los anarquistas, se encontraron sobre algunos detenidos tarjetas
de Agentes de la Seguridad Francesa. Respuesta: ¿por qué el Gobierno de la
República no fue oficial e inmediatamente enterado? ¿Por qué las célebres
tarjetas nunca fueron exhibidas? ¿Por qué?... Se adivina...”
(Tergiversación: La amenaza se le hace al Rey siendo
presidente del Consejo Caillaux, según se ve por lo que dice Poincaré. Caillaux
dimitió el día 12 de enero de 1912. ¿Por qué mezclar la amenaza de regicidio
con unos policías franceses metidos a revolucionarios españoles, hecho sucedido
unos dos años después?... ¡Tergiversación!) ’
”En cambio, yo no tuve ninguna dificultad en reconocer
que la irritación contra España, que el público consideraba como el ersatz de Alemania, repercutía en los círculos
políticos, en los despachos de mis colaboradores, en mi círculo; Palabras
imprudentes, pueriles, se escuchaban por todos lados. Comúnmente se decía que
Francia, al disminuir la vigilancia que su Policía ejercía sobre los
anarquistas españoles refugiados en los departamentos cercanos a los Pirineos,
estaba a punto de desencadenar la revolución en España. M. Andró Tardieu. que desde que me había puesto de acuerdo con
él no cesaba de facilitarme un excelente concurso, hizo observar un día,
conversando conmigo, que había un medio cómodo de llevar a nuestros vecinos
hacia la razón. Como yo sonreía, este hombre de gran inteligencia continuó: “Yo
espero esto de la política romántica”, me dijo. “Usted ha encontrado la
palabra”, le repliqué.
Que estas mentiras habían llegado hasta el otro lado de
nuestras fronteras, no lo puse en duda. La lectura de comunicados españoles me dio
a conocer además que el corresponsal del Fígaro en Londres un tal Coudurier de Chassaigne, íntimo
de Cruppi y Klotz, recibido
por mí unos instantes a petición de mis dos colegas, se había apresurado a
informar al embajador de España en Inglaterra sobre pretendidos propósitos de
mis ministros, incluso míos, y cuyo “leit motiv” era siempre el mismo: Francia está en vías de
desencadenar revueltas anarquistas en España. Su Gobierno no dudará en hacerlo
si se le rehúsan del otro lado de los Pirineos las concesiones que reclama. Tal
vez aquí o allá se charló irreflexivamente, a la ligera, delante de este
gracioso señor, que era corresponsal del Fígaro. Pero, en todo caso, éstas no
fueron más que palabras que se las llevó el viento. Nunca, jamás, se hizo alusión
a la persona del Soberano.
”Lo que me consolaría, si tuviese necesidad de ello, de
la odiosa —de la ridícula—imputación proferida contra mí por Alfonso XIII, era
que—según el Monarca—yo no había sido el único en concebir tan negros
designios. M. Philippe Berthelot, embajador, hoy
secretario general del ministerio de Asuntos Extranjeros, había pensado
igualmente, mucho más tarde, en hacer desaparecer al Rey Católico. ¿Será necesario
decir que también Berthelot había realizado manejos
subterráneos contra el buen apóstol que reinaba en España?
Pagando para liberar todo Marruecos de la hipoteca
germana, desempeñándose así España, lo mismo que Francia, de la servidumbre que
pesaba sobre el Imperio jerifiano, en ello nos fundábamos nosotros para invitar
a nuestros vecinos a contribuir al pago con nosotros. Era de justicia que,
mediante una rectificación de su zona marroquí, ellos nos indemnizasen, en
parte, del sacrificio que estábamos en la obligación de consentir en el Congo.
Sensibles a la corriente popular, mis colegas del
Gabinete habrían deseado que nos mostráramos muy exigentes con respecto a
España. Yo tuve dificultad en contenerlos y en hacerles comprender que nosotros
no reclamábamos a nuestros vecinos más que el abandono de un triángulo de
territorio, teniendo como vértices Tánger, Larache y Alcázar.
”Yo iba aún demasiado lejos. Los justos agravios que yo
tenía contra el Gobierno español me llevaban más allá de la medida”.
Ahora un ligero análisis.
Aun siendo poco experto, quien haya leído los dos
testimonios precedentes habrá reconocido como verdadera en absoluto la amenaza
hecha contra la vida del Rey. Que se hizo, nadie lo niega; que procediera del
presidente Caillaux, lo niega él, y Poincaré sólo parece expresar una duda
cortés en relación a su culpabilidad.
Ahora bien, sentada la existencia de la amenaza,
confesada por el amenazado y no negada, aunque “aguada” por el amenazante, hay
en el testimonio de Caillaux mucho más de lo que a primera vista se ve. Hay la
clarísima indicación de la persona en la cual nace la idea: Tardieu.
Quien conozca la fina inteligencia del que sería un día ministro y presidente
del Consejo de Ministros de Francia dará la importancia que merece a la
“literaria” expresión del entonces redactor de política internacional de Le Temps. Sépase: Le Temps era
entonces el órgano oficioso del Quai d’Orsay, un diario reconocido como el más agudo y reticente
del mundo. Ser el redactor de política internacional en Le Temps era tener título mundial de recordman en agudeza y reticencia.
.. Eso de emplear la “política romántica” para obligarle a ceder a España es
hallar le mot, como dice Caillaux, y es le mot que diría precisamente André Tardieu,
pleno de finura y reticencia...
Bien. ¿Sabe nuestro lector qué era Tardieu en esa misma fecha?... No consulte el “Espasa”, porque sería inducido a creer
que la frase tan sólo es una “ingeniosidad” cruzada entre el presidente del
Consejo y un diputado francés, ex diplomático versadísimo en política marroquí,
redactor de Le Temps, etc. Sobre todo eso, André Tardieu es en aquella fecha, y continuará siéndolo después
de dimitir Caillaux, INSPECTOR GENERAL DE LOS SERVICIOS ADMINISTRATIVOS DEL
MINISTERIO DEL INTERIOR, cuyo cargo se lo dio, siendo aún muy joven, el
presidente Waldeck-Rousseau, allá por 1899. El cargo,
en lenguaje corriente, es el de administrador directo de los “fondos secretos”
del Ministerio del Interior. Ese cargo de suprema confianza siempre permite
conocer y hasta “controlar” a ciertos “románticos” de la pistola y la bomba o
“controlar” a los “controladores”... y, sobre todo, puede lograrlo quien
administra esos “fondos secretos” durante un periodo tan largo, más de doce
años, en el cual es cuando alcanza la Masonería un poder tan absoluto como no
lo había tenido en Francia desde la Gran Revolución. “La Masonería—definida
por el mismo Tardieu—“empresa de dirección del Estado
y de explotación del Estado en provecho de los iniciados”.
Para quien algo sepa de estas cosas, Tardieu era “técnicamente”, “personalmente”, el financiador de la guerra secreta
internacional sostenida por Francia a través de la Masonería, y por la
Masonería a través de Francia, contra naciones y personalidades adversas.
Mas—dirá nuestro lector—el regicidio no se consumó
gracias a la. precaución tomada por el Rey.
En efecto; no se consumó, al menos por entonces; pero por
algo- he unido la tentativa del regicidio con el magnicidio de Canalejas.
Escuchemos al conde de Romanones:
“Años después escuché de labios de persona a quien se
concede en Francia máxima autoridad en los problemas de Marruecos que, de
haberse Canalejas retrasado sólo unas horas, sus propósitos—ocupación, de
Larache—se hubieran visto frustrados, pues las tropas francesas se- le habrían
adelantado”.
“Lejos de atender a nuestras indicaciones, el Gobierno
francés las; desestimó y hasta permitió que una “mehalla”
mandada por el capitán francés Moreau entrase en nuestra zona de influencia. La
colonia española de Larache y Alcázar se conmovió, los indígenas se agitaron .y
el Gobierno se decidió a ocupar Larache y Alcázar. El 3 de junio de 1911 las
tropas españolas desembarcaron en Larache y se dirigieron a Alcázar y Arcila,
que quedaron en nuestro poder. Al propio tiempo, sé ocuparon varios puntos en
el litoral de Ceuta a Montenegrón. Corresponde la
ocupación de Alcázar y Laroche a la iniciativ- del señor Canalejas, presidente del Consejo de
Ministros a la sazón, que tuvo que vencer para ello grandes dificultades,
arrostrando la inmensa responsabilidad que sobre él hubiera pesado de haber
fracasado su intento. No le arredró el peso de esta responsabilidad, y se hizo
acreedor a la gratitud de su Patria llevando a cabo la ocupación”.
Ahora, unas fechas. Unas fechas también elocuentes:
Caillaux dimite el 12 de enero de 1912, diez meses antes
del: Asesinato de Canalejas: 12 de noviembre de 1912.
Firma del Tratado hispanofrancés: 27 de noviembre de
1912: ¡Exactamente, QUINCE DIAS DESPUES DE SER ASESINADO CANALEJAS!
Cabe preguntar: ¿Habría Canalejas consentido las
amputaciones de los territorios que nos imponía el tratado hispanofrancés,
aceptadas por sus ministros cuando él ya está muerto... y caliente aún su cadáver?
...
Esos ministros callan, y la Historia sigue muda.
MOVIL Y FIN INMEDIATO Y MEDIATO DEL ASESINATO DE
CANALEJAS
Ahí, en la cesión de territorios, está la causa inmediata
del asesinato de Canalejas, con un fulgor y unas pruebas como muy pocas veces;
puede aportar la Historia.
He dicho “causa inmediata”. Hay también otra mediata, la
cual no estaba muy lejana; escasamente a dos años fecha. Me refiero a la guerra
de 1914.
Como hemos visto, el anticlericalismo de Canalejas no
nubla su patriotismo—claro es, su “patriotismo físico”; sí el “patriotismo
metafísico”—. El recuerdo de sus maestros Waldeck-Rousseau
y Combes no le impide buscar el apoyo de Alemania en favor de las reivindicaciones
marruecas de España. Ya se ha visto con qué viveza lo acusa Caillaux... Así se
muestra Caillaux, el único político francés que ha pretendido evitar el choque
francoalemán, por lo cual cae, víctima de la maniobra del embajador inglés, Mr. Bertie, secundado por Ciernenceau,
Poincaré y todo el partido de la guerra francés; primera razón de haber ido
luego a la cárcel y estar a punto de ser fusilado. Si Caillaux
—repito—reacciona tan violentamente contra España, contra el Rey y,
naturalmente, contra el responsable, Canalejas... ¿cómo no reaccionarían los
Poincaré, Clemenceau, los Tardieu, etc.?
La cosa se aclara mucho más. Y, sobre todo, se aclara
cuando vemos el efecto natural del atentado: la sucesión de Canalejas en la
jefatura del Gobierno y en la del partido liberal. Son dos los sucesores:
García Prieto y Romanones. El primero, hijo político, hechura y heredero de
Montero Ríos; el cual, como jefe del Gobierno, torpedeó previamente los deseos
de Alemania de favorecernos en Algeciras. Romanones... el intervencionista, el
de “Neutralidades que matan”, el que estuvo a punto de lanzarnos a la hoguera
de la guerra europea...; y de Canalejas se temía que pudiera concertar nuestra
alianza con Alemania.
El asesinato de Canalejas es perpetrado en función
marroquí, tal es el efecto inmediato buscado y conseguido; pero, a la vez, con
el magnicidio se busca privar de una posible aliada a Alemania y que España se
convierta en aliada de Inglaterra y Francia... Los mismos fines persigue el
atentado proyectado contra el Rey.
Ya estudiaremos la cuestión al tratar de la actitud de
España y de don Alfonso durante la primera guerra mundial.
Ahora, sólo unos datos consonantes.
¿ALTISIMAS COMPLICIDADES O ALTISIMOS ERRORES?
Manuel Pardinas Serrato no era un desconocido para la
Policía. Su “ficha” obraba de antiguo en el archivo de la Dirección General de
Seguridad: “Veintiséis años; 1,600 m.; punto de cicatriz a 2,5 cm. del Angulo
izquierdo de la nariz; cicatriz, segunda falange índice izquierdo; nariz
desviada hacia la derecha.... Sabia fotografías.
Sinceramente, sólo faltó a Pardinas ponerse un tarjetón
en el cuello y pasearse, como se paseó él, por todo Madrid.
Sabía la Policía que Pardinas había llegado a Francia,
vía Londres, procedente de Tampa (Florida, Estados Unidos). En fin, un policía,
Tomás Armiñán, lo vigiló en Francia, conociendo el acuerdo tomado por el
“grupo” de que Pardinas matase al Rey o a Canalejas; el policía era enterado de
todo por otro anarquista español del “grupo” e íntimo de Pardinas, llamado
Manuel Hernández.
El policía, Tomás Armiñán, recibió la orden de regresar a
Madrid por “falta de fondos” en la Dirección de Seguridad, dejando, por la indigencia
del centro policíaco, de vigilar a Pardinas en Francia. Era ministro de la
Gobernación a la sazón don Antonio Barroso y Castillo.
Está probado. Toda la prensa de la época lo refirió, y de
ella lo toma y extracta el masón Soldevilla de esta manera:
“Efectivamente, Pardinas era muy conocido de la Policía,
que lo tenía identificado como anarquista muy peligroso.
Con su nombre y apellido, Manuel Pardinas, estaba
registrado el asesino del señor Canalejas en los registros de la Policía.
Los agentes de la ronda del Presidente, los de la ronda
de los Reyes y los comisarios y altos funcionarios tenían la ficha de Pardinas,
con su retrato de frente y de perfil.
Fue expulsado de la República Argentina por aquel
Gobierno, el cual comunicó a su vez al nuestro que el sospechoso sujeto se
había embarcado con rumbo a España.
El Gobierno español supo con todo detalle en qué barco
venía a España el anarquista y el punto donde iba a desembarcar.
Durante el verano fue muy vigilado por la Policía en
varios puntos de la frontera francesa. Estuvo, entre otros sitios, en Marsella,
Burdeos y Biarritz. Últimamente se trasladó a Barcelona, donde se le siguieron
también los pasos.
Llegado a Madrid el domingo 10, a las seis de la mañana,
se hospedó en la calle de Carlos Rublo, número 3, en el domicilio habitado por
el matrimonio Emilio Corona, de veintinueve años, pintor, natural de Zaragoza,
y Emilia Ferrer, los cuales recibieron una carta y una tarjeta de Burdeos,
escrita por Pardinas, que siguió en casa de ambos hasta el día del atentado.
En los días que estuvo Pardinas en Madrid, sólo salió de
casa durante el día, y a las cinco de la tarde se metía en su domicilio y ya
no salía de él hasta el día siguiente.
El domingo por la tarde le invitó Emilio a dar un paseo,
pero como se hiciera un poco tarde se negó a salir.
El lunes se pasó el día, desde por la mañana hasta poco
después de las cinco, paseando por Madrid, excepto el tiempo que invirtió en
comer.
En esta fecha se vistió y salió de casa a las nueve de la
mañana.
Extrañó mucho a Corona y a su mujer que no fuera a
mediodía a casa; pero no pudieron suponer nada de lo ocurrido hasta que, enterados
por los periódicos, vieron que su huésped era el asesino de Canalejas, y
decidieron presentarse espontáneamente a declarar ante el juez.
Respecto a la personalidad del terrible anarquista, nadie
tan informado de sus antecedentes e historia como el agente de Policía español
señor Armiñán, que hasta hacía poco estuvo encargado de su vigilancia en
Burdeos, donde vivían juntos con otro anarquista íntima amigo de Pardinas y
desde donde, sin que se sepa por qué, le ordenaron, que cesara en sus servicios
y se volviera a España.
"El citado agente se presentó a declarar ante el
juez que instruía el proceso. Armiñán, que es licenciado en Farmacia y se
fingía también anarquista, llegó a ser confidente de Manuel Pardinas; tal fue
la habilidad que aquél empleó para captarse la confianza del sujeto puesto bajo
su vigilancia.
Según Armiñán, Pardinas estaba trastornado por la lectura
de obras de tendencias anarquistas.
Era un cerebro perturbado y un filósofo a su manera, que
no transigía con muchas de las costumbres actuales ni con la constitución
actual de la sociedad. Se exaltaba con facilidad; pero su carácter serio, reservado
y taciturno le llevaba a rehusar el trato con la gente.
En Burdeos, todas sus expansiones consistían en unos
amores que mantenía con una mujer casada, llamada Pilan
Mantenía correspondencia con otros individuos afiliados
al partido anarquista y con los Comités de esta clase de Europa y América,
La Policía francesa le conocía también y le tenía fichado
hacía tiempo, considerándole como un anarquista peligrosísimo a quien había que
vigilar sin descanso.
“Como se ve, es evidente que hubo un descuido lamentable
en la vigilancia de Pardinas en los dos últimos días, desde su llegada a
Madrid”.
Ahí está, sin faltar punto ni coma, el relato hecho por
un masón.
Siéndolo, ya es mucho que califique de descuido la
libertad en que la Policía dejó a Pardinas y el desamparo en que dejó a
Canalejas,
A Canalejas le dan cuenta del peligro que corre. Por lo
menos, un periodista le dice que Pardinas está en Madrid, que se ha enterado
por un anarquista antiguo amigo suyo. Canalejas responde que se lo dirá al
ministro; pero no le ponen escolta. Ni nadie busca a Pardinas.
¡Ah!...El periódico La Tribuna publica un artículo
sensacionalista titulado “¿Qué sucede?”, donde se denunciaba que se jugaba en
las Bolsas de Europa a la baja con los fondos españoles.
Con todo esto, puede Pardinas asistir a la tribuna
pública del Congreso para ver bien a Canalejas—no lo veía desde hacía años,
cuando siendo un mozalbete fue clac del diputado, y entonces furioso demagogo,
en Gijón.
Y puede acercarse en pleno día, y en plena Puerta del
Sol, y alojarle dos balas en la cabeza al presidente del Consejo,
Son los hechos.
Terminado... ¿Terminado lo crees tú, lector?... No.
Con la técnica estricta de investigación histórica y
policial se puede escribir otra página muy sensacional; pero tal página jamás
se escribirá; y si se escribe, jamás se publicará. Nosotros tan sólo la podemos
empezar.
Hemos cerrado esa “radiografía” de la intrahistoria con
unos cuantos nombres de españoles, de la más varia jerarquía política estatal.
La adornamos sólo con datos del “Espasa”—repito, nada secreto—, sin prejuicio
personal ni político, sólo al dictado del interés de la Patria, de la Historia
y hasta de la pura ciencia. Todos estos hombres citados —y muchos más—deben
pasar un día por el rigor de un análisis radiográfico del investigador policial
e histórico, ya que en el día del crimen, y durante muchos años después, el
rango y autoridad en el Estado de tales hombres les da tal inmunidad—o
impunidad—que nadie podrá expresar ni sospecha contra ellos, y menos aún podrá
ningún policía intentar la más leve investigación criminal... ¿Cómo podrían ser
investigados ellos, siendo los afectados jefes supremos de la propia Policía?
Hemos empezado por ver a presidentes y ministros
franceses hablar de soluciones “románticas” en relación a un Rey y a un
presidente del. Consejo de España. Es un ejemplo de que no hay imposible
metafísico ni físico entre jerarquía y criminalidad; sobre todo, si anda en el
crimen la Masonería...
Difícil la investigación, sí, repito; pero digna como
nada de emplear una vida, y cien que se vivieran.
Escrúpulo, estudio, veracidad y honestidad. Silencio si
sólo indicio y sospecha surgen de la investigación... y seguir apurando hasta
el último residuo el dato, el detalle... “que no hay secreto que el tiempo no
revele”, según dijo Racine.
Todo antes que ver cercenada la Historia de la Patria por
el magnicidio del hombre político patriota y resignarse a creer que todo ha
sido por el capricho de cualquier lombrosiano pederasta, como era Pardinas. Eso es tan idiota como en el crimen vulgar creer
que quien mató fue la bala y no quien apretó el gatillo.
INCISO NECESARIO
Advertido lo precedente, comprenderá nuestro lector la
suspensión, de más inducciones por parte del autor. No es un autor
contemporáneo el adecuado, por falta de situación y edad, para discurrir por
cuenta propia sobre los regicidios y magnicidios cometidos durante los primeros
veinte años del reinado; sobre todo en cuanto puede afectar a la
responsabilidad personal de los más elevados personajes, cuyo deber fue velar
por la vida de Su Majestad, a quien habían jurado lealtad, y de Canalejas, a
quien se la debían. Es un terreno demasiado resbaladizo para no ir a dar de
bruces con la calumnia o injuria penada por la ley, que protege su memoria, y
no es cosa de frustrar el bien posible de la obra por intentar temerariamente
obtener el máximo.
Sean los lectores por si mismos quienes induzcan y
lleguen al extremo del razonamiento y consecuencias. El pensamiento no
expresado verbalmente o por medio de la imprenta, no delinque; no delinque
jurídicamente, como es natural; pero tengan en cuenta la sanción de su
conciencia para el juicio temerario, y la de Dios para ese pecado.
Si el autor tuviese conocimiento propio de los hechos, ya
sería otra cosa. Llegaría con denuedo y sin detenerlo el riesgo hasta donde
fuera; estima que ha dado suficientes pruebas de ello a través de su carrera
profesional y literaria. Y las dará de nuevo cuando estas páginas lleguen a la
época del reinado, en la cual actuó directa y personalmente.
Al escribir sobre lo acaecido en los dos primeros
decenios del Reinado—como se habrá visto—, nos limitamos a exponer la versión
de los regicidios y magnicidios como resulta de textos indudables: oficiales
unos; personales, de los incursos en posible responsabilidad, otros; tan sólo
disponiéndolos con el orden adecuado y con la máxima claridad, para facilitar
su más perfecta comprensión, suscitando así un lógico razonar en los lectores,
los cuales podrán llegar por sí mismos a las más extremas conclusiones si
poseen las necesarias dotes dialécticas.
RESPONSABLES CONSCIENTES O INCONSCIENTES
En el magnicidio de Canalejas hemos ya facilitado a los
lectores testimonios de gran altura y de autenticidad suma para que puedan
llegar al arranque de la trayectoria de las balas que lo matan.
Mas no es todo. Esa trayectoria balística pudo acabar en
la masa encefálica de don José Canalejas porque nadie ni nada se interpuso para
cortar su mortífera línea.
Los obligados a interponer el obstáculo, por su orden
jerárquico, eran el ministro de Gobernación, el director de Seguridad y los
policías a sus órdenes, cuya misión específica fuera evitar los atentados anarquistas; en la ocasión, Antonio Barroso, ministro; Manuel Fernández Llano, Director; e
ignoramos quiénes integrarían entonces las Brigadas de Anarquismo en toda
España. En Barcelona era jefe de la Brigada el señor Tresols,
un policía ingresado por favor político, como todos hasta 1909, en que atajó
ese mal La Cierva; y en Madrid otro de la misma extracción, tuerto, por cierto.
Ambos con intuición, con oficio; pero sin altura cultural, sin medios ni
organización para enfrentarse con aquel peligro internacional del anarquismo,
de ramificaciones políticas y financieras tan oscuras y vertiginosas. Hagamos
justicia a tales hombres, incultos, acometiendo casi a ciegas a un enemigo
astuto, traicionero y con grandes complicidades; pero policías con valor y
abnegación de prodigio: Tresols perdió a su esposa y
una hija en un atentado anarquista de represalia... que no conmovió a nadie en
España, ni nadie recordó ni recuerda.
¿Fue criminal esa responsabilidad, inherente al cargo, la
de los mencionados?
Lo vamos a examinar validos de ajena pluma, la del
escritor Juan José López Serrano, responsable de un libro publicado en 1913. Un
libro en el cual ese escritor, despistando en cuanto al origen de sus
informaciones, hace importantes revelaciones y gravísimos cargos, no
desmentidos ni penados a instancia de los responsabilizados. .
Tomemos únicamente lo esencial:
CONGRESO ANARQUISTA EN NUEVA YORK
“Esta afluencia de refugiados ácratas en América, y la
formación en el Nuevo Continente de grupos y centros, dio lugar a que el Congreso
Anarquista del año 1911, en vez de celebrarse en una ciudad europea, se
reuniese en Nueva York.
Entre las resoluciones adoptadas figuraban la de efectuar
actos de protesta contra la tiranía y el poder en las personas de Su Majestad
el Rey don Alfonso XIII, el presidente de la República Francesa, los señores
Maura, La Cierva y Canalejas. Por desgracia, este último, al ser vilmente
asesinado el 12 de noviembre de 1912, fue prueba indudable de que los acuerdos
adoptados en el Congreso de Nueva York habían comenzado a cumplirse.
Pero lo más notable del caso es que, de la reunión de
este Congreso Anarquista y de que en él se iban a tomar estos acuerdos, tuvo
noticia con anterioridad un periodista español, el señor Valdés, que en vano
rogó y suplicó a diversas personas que se vigilase a los asistentes a dicha
reunión ácrata. No le hicieron caso, creyéndole, sin duda, un loco. El
asesinato de don José Canalejas se hubiese quizá evitado de haberse tenido en
cuenta las observaciones del periodista”.
Recordemos que Pardinas procedía de Tampa (Florida).
“No le hicieron caso.” Tal es el cargo. Como nadie fue a
Nueva York, el cargo es cierto.
AVISOS A ELEVADAS PERSONALIDADES
El escritor, además de nombrar al periodista señor
Valdés, cita varias personalidades muy conocidas:
“En junio de 1910, cinco meses antes del Congreso, el
periodista puso el hecho en conocimiento del señor Saint-Aubin. Habló, refiriendo
lo que se preparaba, al jefe superior de Palacio, señor marqués de la
Torrecilla; al marqués de Quirós, al obispo Fray Ceferino Nozaledá,
al marqués de Villalobar. A pesar de ello, la Policía
española, en la que, salvo raras excepciones, no existen “detectives
especialistas” por falta de retribuir bien estos servicios, no vigiló la
reunión anarquista, y encomendó esta misión a los americanos. ¡Ya hemos visto
el resultado! Pero, en cambio, había jefe superior y otros jefes más o menos
inferiores con buenos sueldos y bien instalada oficina”.
El escritor, o quien al escritor informa, es un policía;
la exclamación lo delata, podemos asegurarlo.
. Como vemos, Valdés y Saint-Aubin acuden al marqués de
la Torrecilla, jefe superior de Palacio, al marqués de Quirós, otro palatino,
al obispo Nozaleda, al marqués de Villalobar,
un diplomático de nota... ¿Responsables tales personalidades también? No, desde
luego. Su calidad política, religiosa y diplomática, su acendrado afecto a don
Alfonso y su caballerosidad garantiza que la noticia llegó al ministro, o no
hay lógica en el mundo. Por tanto, fueran cuales fueran sus motivos, ¿quién no
quiso información de Marsella y Nueva York?
El conde de Sagasta, ministro de Gobernación en 1910, lo
es desde el 9 de febrero de 1910 hasta el 2 de enero de 1911. Es el heredero familiar
y político de Sagasta, como sabemos.
Y continúa:
“A fines del año 1912, de nuevo avisó otro periodista
sobre hechos futuros a cierto marqués que ocupa un elevado cargo, y al entonces
ministro de la Gobernación, señor Barroso... Todavía no se le ha contestado si
se acepta o no su oferta, ni si se tienen presentes sus anuncios, Eso sí, la
Policía española aumentó el número de sus jefes burócratas, mejoró sus oficinas
y no creó ni una sola plaza de detective para esta especialidad, con la
retribución que el riesgo del trabajo exige”.
Vuelve a delatarse el policía informador del escritor;
hay otros detalles de ello que no copiamos. Pero lo importante es que Barroso
tiene reiterados avisos para no poder justificar su “no hacer”.
Siga el escritor:
“Y así resulta que se ignoraba que Manuel Pardiñas, el
asesino de Canalejas, estuvo en el Congreso de Nueva York. Que allí han estado
Miranda, Trujillo, Salinas, Alonso, Nogueira y otros ácratas españoles. Que se
han celebrado en Madrid reuniones de libertarios, a los que buscaban los
agentes en virtud de las fichas y retratos, mientras que ellos se paseaban por
la Puerta del Sol, como se paseó el asesinó de Canalejas, cuyas intenciones se
conocían y se tenía aviso de su llegada”.
Sin comentario. No hace falta.
Ahora, una supuesta conversación del escritor con un
supuesto anarquista... o policía, que acude a este recurso para tratar de
salvar la vida del Rey o del presidente del Consejo.
He aquí lo esencial:
—Pronto. ¿De qué se trata?—le dije, impaciente.
—Calma, que todo lo sabrá usted, pues para eso he venido.
Recordará que hace pocos meses tuvimos un principio de huelga general de
ferroviarios.
—Sí, pero se llegó a una solución mediante la promesa de
las compañías de hacer concesiones, promesa que aceptaron los huelguistas
porque vieron su causa perdida ante la habilidad de don José de llamar a los
reservistas.
—Precisamente esa es la causa que pone en peligro su
vida. Esta huelga ferroviaria, aunque los empleados de las compañías iban en su
mayoría al paro, creyendo en una lucha de clases, no era así, sino que obraban
impulsados en virtud de un plan que se convino este verano en París entre
algunos elementos republicanos, socialistas y ácratas de La Internacional.
No comprendo.
—Sencillísimo. Con la huelga de los ferroviarios tenía
que venir el paro de otros oficios, lo cual suponía hambre en el pueblo,
revueltas, motines y movimientos sediciosos, cuyos efectos terroristas aumentaríamos
nosotros, los ácratas. No circulando los trenes, no era posible el transporte
de tropas que combatiesen el movimiento, y, por tanto, era probable el triunfo
de la Revolución.
—¿Tenían confianza en la intentona?
—Completa. Además, se contaba con los carbonarios
portugueses y con los banqueros colonistas de
Francia, a los que convenía la revolución en España, para de ese modo ser solos
en los negocios de Marruecos. Pero con lo que no habían contado los
organizadores del movimiento es con el talento y habilidad de Canalejas, que al
llamar a las reservas de ferroviarios, los del famoso brazal rojo, hizo
fracasar la huelga y, por tanto, el pensamiento de La Internacional.
—Afortunadamente para España.
—Pero en vista de este fracaso de los banqueros que
habían anticipado fondos para la intentona se dieron en, pensar la forma de
resarcirse de tales pérdidas. Se pusieron al habla con elementos de la
Conflagración universal, y les dijeron era hora de realizar alguno de los
“hechos de propaganda” acordados en el Congreso anarquista de Nueva York, así
como de demostrar que su sistema era mejor que el de los internacionalistas.
Ya comienzo a comprender.
Aceptaron como bueno el consejo, y, con objeto de tomar
acuerdos, convocaron a los grupos de España, Italia, Portugal y Francia a una
reunión en Marsella, que se celebró el pasado mes, y cuya cita y acuerdo fue
realizar una protesta contra el brazalete. El designado para realizar la
protesta (palabra que nosotros empleamos en lugar de la de atentado), es el
grupo de Burdeos, al que pertenecen varios españoles, singularmente Manuel
Pardinas y Juan Hernández Cortés. La protesta consistirá en un atentado contra
el Rey o contra Canalejas. Tengo seguridad de que el acuerdo fue ese... Hoy, en
el mitin “Pro Ferrer”, he visto a Pardinas. Parecía preocupado, y por si busca
a Canalejas, he venido a avisarle a usted. Sé por un compañero que ha estado en
París y lleva una orden para un banquero de Barcelona de jugar mañana a la baja
de los valores españoles.
... No bien se hubo marchado, cogí el abrigo y el sombrero,
salí a la calle y me dirigí precipitadamente a la calle de las Huertas, a casa
del señor Canalejas.
Tuve que esperar largo rato a que el presidente volviese
a su domicilio, y después a que despachase una porción de visitantes. Cuando
conseguí hablarle a solas, le relaté cuanto acababa de saber. No pareció
sorprenderle la noticia, y al comunicarle esta mi observación, me dijo:
—No, si ya hace tiempo que sé que ese Manuel Pardiñas es muy peligroso, y así lo hice constar, en unión
de otros tres anarquistas, en una nota que yo mismo escribí cuando las fiestas
del Centenario de las Cortes de Cádiz.
—¿Entonces le conoce usted?
—Yo no, pero hasta hace poco lo estuvo vigilando un
agente de Policía llamado Tomás Armiñán, sobrino de Luis, quien, fingiéndose
ácrata, intimó con él y sabía sus ideas de realizar un atentado.
—¿Y ahora quién lo vigila?
—Creo que la Policía francesa, pues se le acabaron los
fondos a Armiñán, su jefe Fernández Llano no le mandó más, tuvo que regresar a
Madrid y dejar a Pardiñas en Burdeos.
—Pues está en Madrid
—No lo sabía, e ignoro si lo sabe Fernández Llano. Luego
se lo diré a Barroso”
El origen de la confidencia puede discutirse, y su
camuflaje se halla justificado. Si es en realidad un anarquista, debe temer el
castigo de sus compañeros; y si es policía, también debe temer a sus altos
jefes políticos, si se enteran que ha acudido a un conducto no reglamentario
para tratar de poner en alarma a las víctimas designadas.
AVISO AL PROPIO CANALEJAS
Lo que no es discutible es el aviso, que nadie ha
desmentido.
Como tampoco es discutible la jugada de Bolsa en el
extranjero, según demuestra públicamente el artículo de La Tribuna, aparecido
cuarenta y ocho horas antes del asesinato, pues el escritor dice así:
Por la noche, La Tribuna publicaba, bajo el
epígrafe de “¿Qué sucede?”, con gruesas titulares, la noticia de que sabia se
jugaba en el extranjero, descaradamente, a la baja de los valores españoles, y
que en Barcelona circulaban rumores de que iban a suceder sangrientos sucesos”.
Y sentencia el escritor:
“Este es, después de Morral, el atentado más ilógico que
se conoce, pues se sospechaba que se iba a realizar el crimen, se sabía el
nombre del futuro criminal, se le conocía, se paseó por Madrid y realizó su delito,
nada menos que en plena Puerta del Sol”.
También verdad. Lo confirma en una frase Romanones que
hemos copiado ya.
Y lo confirma La Cierva:
“Al día siguiente, un anarquista vigilado en Burdeos,
pero que de allí se escapó, asesinó a Canalejas”.
TIRANDO POR ELEVACION
Continúa López Serrano con su recurso de copiar unas
supuestas cuartillas de un supuesto periodista anónimo. Recurso para despistar
sobre su informador, que trata de huir de ser acusado de “revelación de secreto
profesional”.
Y cuenta que conectó con el policía Tomás Armiñán—el
retirado de Francia cuando él vigilaba a Pardiñas—al
terminar el policía su declaración ante el juez que instruía el sumario por el
asesinato de Canalejas.
De cuyo policía dice previamente:
“... Don Tomás Armiñán, quien con verdadero entusiasmo
por su profesión, había estado prestando servicio en Bourdeaux,
donde conoció a Manuel Pardiñas consiguió hacerse
amigo de él y de su compañero de grupo Juan Hernández Cortés. Se captó la
confianza de ellos, fingiéndose libertario, hasta el extremo que consiguió
retratarse con ambos, obteniendo de este modo las únicas fotografías que de
estos sujetos tenían las autoridades españolas, aunque por haber sido fichados
en Buenos Aires, existían sus efigies en las prefecturas de otras naciones, lo
cual demuestra el cambio de relaciones de nuestra Jefatura Superior de Policía
con las demás”.
Y empieza su relato:
“Esperé en la calle a que saliese Armiñán de prestar
declaración. Después de largo rato, le veo; pero mi sorpresa fue grande, pues
no iba solo. Le acompañaba otro profesional que supo popularizar la firma de El
Licenciado Corchuelo. Juntos subieron al coche de
alquiler núm. 25 y dieron al cochero la orden de dirigirse a la Jefatura. En el
momento de echar a andar, abrí rápidamente la portezuela, me lancé al interior
del Carruaje con gran asombro de sus ocupantes, y me senté en la bigotera,
diciendo: A mí no se me deja a pie.
Alegremente fuimos comentando lo sucedido hasta la
Jefatura. Armiñán pasó a dar cuenta a sus superiores de lo declarado. Yo
pretendí ver inútilmente al señor Fernández Llano, jefe entonces de la
Policía. Corchuelo entró en el despacho del
secretario para pedirle el retrato del criminal”
No comprendemos para qué quiere guardar el anónimo el
supuesto periodista; si existiese, él se identifica ante el policía Armiñán y
ante su compañero, El Licenciado Corchuelo. El
informador de López Serrano es un policía; no cabe duda de ningún género.
Y continúa:
“Salió Armiñán de hablar con sus superiores, y rehuyó
hacerlo conmigo, desapareciendo por un pasillo. Recuerdo que el edificio tiene
dos puertas y me lanzo fuera, poniéndome a observar desde una esquina que da
frente a la calle de la Princesa, donde se ven las dos salidas. Mi precaución
no fue inútil, pues a los pocos segundos apareció Armiñán con otro agente y,
después de mirarme recelosos, tomaron la dirección de la calle del Duque de
Liria”.
Habla de sus peripecias para seguir a los policías, y
dice a continuación:
“Van al Ministerio de la Gobernación. Después de una
hora, sale sólo Tomás Armiñán, que se dirige a su domicilio, calle de San
Vicente, número 60, triplicado. Cuando consigo averiguar que es el sitio donde
se hospeda e iba a marcharme, pensando que nuestro policía ya no volvería a
salir, veo que pregunta por él a la portera un chico repartidor de Teléfonos
interurbanos, que lleva un parte.
¿Un telefonema para Armiñán? Esto avivó mi curiosidad, y
por un secreto instinto esperé, con intención de preguntar al chico la
procedencia. Cuando iba a realizar mi propósito, tuve que resguardarme en el
quicio de un portal para no ser visto, pues Armiñán había vuelto a salir. Le
sigo con grandes precauciones, y observo regresa otra vez a la Jefatura
Superior de Policía.
Clareaba el día. Un día nublado y frío, propio del mes de
noviembre. Pasó un vendedor ambulante de café, y para distraer el frío y el
sueño, me tomé hasta un diez de recuelo. Poco después volvió a salir a la calle
mi buen policía, que, confiadamente, pues no sospechaba le seguía, se dirigió a
la estación del Norte.
¿Que hicimos un viaje? ¿Que a dónde fuimos? Has de saber
que llegamos a San Sebastián, y que no te cuento, lector, mil peripecias e
incidentes del camino, para no cansar tu atención.
Al apearnos en la bella capital guipuzcoana y salir del
andén, siguiendo siempre a Armiñán (como el centinela de Los Magyares), veo que
junto al puente de María Cristina se le acerca un joven de estatura regular, de
ojos saltones, de bigote, y con un largo tupé caldo sobre el lado derecho. En
seguida reconozco en él a Juan Hernández Cortés, el compañero del grupo
anarquista de Manuel Pardiñas.
Mi asombro fue grande. ¿Un policía hablando, como amigo,
con el que se dice es cómplice del matador de Canalejas? ¿Cómo, residiendo en
Burdeos, se encuentra en San Sebastián, y cómo ha venido a esta población el
policía? No podía explicármelo, por más que hice mil cábalas y conjeturas.
Largo rato estuvieron hablando en el mismo puente de
María Cristina. Con grandes precauciones para no ser visto, conseguí
aproximarme a ellos, aprovechando las columnatas que como adornos tiene el
mismo puente.
Conseguí oír algunas palabras, y esto me reveló el
misterio”.
Aquí lo más inverosímil. No es posible escuchar el
diálogo entre dos personas normales que tengan un mediano interés en no ser
oídas, y menos la conversación entre un policía y un anarquista, duchos ambos
en medidas de sigilo; no puede oírles nadie, si no se es un tercer interlocutor.
He aquí la conversación que dice haber escuchado:
—Cuando te escribí desde Burdeos—decía Hernández Cortés—
sabía el viaje le Pardiñas a Madrid, y sospechando
algo...
—No pude contestarte.
—En vista de tu silencio, tomé el tren, llegué a ésta y
aquí supe lo que había hecho, y por eso te telefoneé pidiéndote ayuda, pues
cómo se sabrá mi amistad con Manuel...
—Y aquí me tienes. Pero en esta población, y en invierno,
nos haremos sospechosos en seguida. Lo mejor será irnos a Madrid, que conozco
bien, y allí podemos estar tranquilos.
—Como quieras.
—Nada, decididamente, nos vamos en el primer tren. Y por
cierto, ¿llevas armas?
—Sí, llevo una browing.
—¿Tienes licencia de uso?
No.
—Pues yo sí. Dámela, que si te cachean inspirarás
sospechas, mientras que yo no, por tener autorización.
—Toma—y vi que le daba algo.
Respiré. Con este modo hábil quedaba desarmado el amigo
de Pardinas. Ya nada tenía que averiguar, puesto que sabía el motivo del viaje
y que salíamos para Madrid en el primer tren que hubiese...
Llegamos por la mañana a la estación del Norte. Por el
camino de la cuesta de San Vicente, Armiñán dijo a Hernández Cortés :
—Se me olvidó decirte que cuando vine a ésta, por medio
de la recomendación de unos parientes, me dieron un destino en la Policía, que
ahora nos va a servir para escaparme yo y salvarte a ti.
—No sé cómo—dijo Cortés algo preocupado.
—Muy sencillo: haciéndote pasar por confidente. Para
ello, vamos a la Jefatura de Policía y te presento a mi jefe.
—¿Y quién me dice a mí que, una vez allí, no me
detienen?—agregó, desconfiando claramente de su amigo.
—¿Dudas de mí?
—Chico, te diré claramente que sí. El aconsejarme venir a
Madrid. Ser tú policía. Querer ir a la Jefatura. ¿No parece una encerrona?
—No me insultarías si te fijases que a mi, que conocía a Pardiñas y no supe detenerlo, no me conviene te detengan a
ti, que podrías decir que yo le conocía.
—Tienes razón. Iré donde quieras. Pero...”
Ni sabiendo “escuchar” como los sordomudos por el
movimiento de los labios, podía el “periodista” oír tanto en tales
circunstancias. Tan sólo el policía Armiñán podía dar una referencia tan exacta
de lo hablado por él y el anarquista... ¿será el mismo Armiñán el informador de
López-Serrano?...
Continuemos su relato :
Serían las once y media de la mañana cuando entraron en
la Jefatura. Como no estuviesen los jefes, volvieron a salir sobre las doce,
dirigiéndose ambos al domicilio del policía, en la calle de San Vicente.
Sobre las cinco de la tarde, de nuevo fueron por la calle
del Conde-Duque a la Jefatura de Policía, de donde regresaron otra vez a la
casa de la calle de San Vicente sobre las seis.
Completo asombro producía al periodista estas andanzas de
una autoridad con un anarquista amigo de Pardiñas,
desde la Jefatura de Policía a una casa particular y viceversa.
En vista de ello me fui a visitar al juez especial del
procesa del atentado, señor Moreno, a quien hice pasar mi tarjeta con el aviso
de que quería hablarle de algo importante.
Con gran finura me recibió en el acto, rodeado del fiscal
de la Audiencia, señor Toledo; del teniente fiscal, señor Mena, y del actuario,
señor Suárez.
—Vengo—les dije—a felicitar al Juzgado por la detención
del Hernández Cortés, supuesto complicado, según leí en los periódicos, en este
proceso.
—¿Cómo la detención?—me dijo el juez—. Yo no sé nada.
—Pues lo tiene la Policía en su poder desde hace
bastantes horas.
Asombro general. Conté detalladamente cuanto había visto
y observado, citando nombres y apellidos de diversas personas que podrían
comprobar mi dicho. Después de conferenciar los señores Moreno, Toledo y Mena,
me preguntó el primero:
—¿Tendría usted inconveniente en firmar una comparecencia
en que se hiciese constar lo que nos ha comunicado?
—Sin ninguna dificultad.
El actuario extendió la comparecencia, que firmó el
periodista. Momentos después el Juzgado ponía un oficio al coronel del 14
tercio de la Guardia Civil, pidiéndole le enviase un capitán para encargarle de
una delicada misión.
Hasta que fue designado el capitán señor Serrano para
que, en unión del teniente señor Blasco del Toro, se pusiesen a las órdenes del
Juzgado especial, habían transcurrido, veinticuatro horas, que el periodista
empleó en descansar (que bien lo necesitaba). Tiempo más que sobrado para que
un delincuente pueda fugarse sin dejar el menor rastro de su persona”
¿Tira por elevación o no?
Y pronto terminará:
“Los señores Serrano y Blasco del Toro comenzaron sus
gestiones con objeto de comprobar el dicho del periodista, respecto a la
estancia en Madrid del Hernández Cortés en el domicilio de un agente de
Policía.
”Con tal motivo, dichos oficiales de la Guardia Civil
formaron el debido atestado. En él declararon diversas personas, que
comprobaron lo expuesto, y entre otras, el cronista de sucesos de un gran
rotativo, don Martín Díaz, que vio al policía Armiñán con el Hernández Cortés
por la Cuesta de San Vicente; un señor, empleado en el Tribunal de Cuentas, que
vive en la calle del General Arrando, que vio al
Hernández Cortés, y la dueña del hospedaje del policía Armiñán, a cuya casa
fue por dos veces el anarquista.
“En vista de ello fue de nuevo citado a declarar por el
Juzgado don Tomás Armiñán, quien, interrogado sobre estas cosas, parece manifestó
que, en efecto, había traído un detenido desde San Sebastián a la Jefatura de
Madrid; pero aunque ignoraba quién fuese, sospechaba era un policía extranjero.
Ignoro si fueron éstas las manifestaciones del señor Armiñán; pero si es así,
no puedo explicármelas, desde el momento que me parece absurdo que se haga una
detención de persona que se desconoce.
"¿Pero qué fue del Juan Hernández Cortés? No volvió a saberse nada. Quizá fue un sueño su detención y conducción a Madrid. Tal vez , era un
pobre individuo que nada sabía del atentado, o que sabía demasiado. Pero, de
todos modos, en veinticuatro horas hay tiempo bastante para huir cualquiera y
no dejar el menor rastro de su persona”
La acusación es clara. Un policía, cumpliendo las órdenes
de la Superioridad, y en esa “Superioridad” se sugiere que también se incluye
al propio ministro de la Gobernación, pues a su Ministerio acude Armiñán antes
de partir para San Sebastián, trae a Madrid a Juan Hernández Cortés, el
anarquista perteneciente al Grupo que ha organizado el asesinato; lo trae y es
negado a la Autoridad Judicial, aun cuando ésta prueba su presencia en Madrid
por el testimonio de varios testigos de vista.
¿Qué pensar de todo esto, que no ha sido perseguido por
calumnia cuando ha sido escrito
El autor puede formular dos hipótesis policiales muy
racionales:.
Una, que Juan Hernández Cortés era un confidente de la
Policía, y fue traído a Madrid para dar alguna confidencia importante y, probablemente,
para cobrar. Así tendría explicación que fuese negada su presencia y no lo
entregasen al Juez. Tal es la hipótesis honesta.
Pero ella tiene un inconveniente: que hecha pública su
presencia en Madrid y en la Jefatura de Policía, así como que el Juez lo ha reclamado
infructuosamente, es tanto como delatarlo a los anarquistas como un confidente;
es tanto como sentenciarlo a muerte... Pero a Juan Hernández Cortés ningún
anarquista lo asesinó; siguió con ellos considerado como uno de los puros.
¿La otra hipótesis?... esa no la formulamos. Queda el
forjarla a cargo de los lectores.
Termina López-Serrano con un hecho extraño, relacionado
con el asesinato de Canalejas.
He aquí el extracto:
“Muerto el criminal, Manuel Pardiñas, y no comprobada por
la Policía, de modo indudable, la existencia de cómplices, tuvo que resolverse
a dar por terminado y archivar el sumario.
”Los que fueron amigos políticos del señor Canalejas, los
que le debían sus actas y cargos, limitáronse a
llevarle una corona a su sepulcro del Panteón de Hombres Ilustres, y como la
vida es corta, procuraron aproximarse al gobernante de turno, para conservar y
aumentar sus prebendas burocráticas.
"Nadie, absolutamente nadie, pensó en vengar la
muerte del señor Canalejas y descubrir a los cómplices del asesinato, si los
hubiere”
A quienes apunta el periodista resulta muy evidente.
Que continúe:
“Entre los que pensaron el odioso crimen, y aparte del
grupo ácrata de Bourdeaux, a que Pardiñas pertenecía,
y al que correspondió ejecutarlo, se buscó un simpático, de ideas exaltadas,
al que lanzar al hecho.
”No fue labor difícil encontrarlo. En una provincia
cercana a Madrid, en la de Guadalajara, en un pueblo llamado Peñalver, en el
término de Pastrana, distrito por el que es diputado mi buen amigo el secretario
del conde de Romanones, señor Brocas, vivía un maestro de escuela, anarquista
convencido, que no ocultaba sus ideas, llamado Garijo”
¿A qué ese detalle del distrito electoral de Brocas, el
secretario íntimo de Romanones, el heredero del asesinado Presidente? O el
escritor no dice nada con eso o quiere decir demasiado... algo verosímil si lo
relacionamos con sus acusaciones, líneas antes, contra “los que fueron amigos
políticos del señor Canalejas... pues “nadie, absolutamente nadie, pensó en...
descubrir a los cómplices del asesinato”.
En fin, subrayadas esas posibles intenciones—y sin
formular propio juicio—terminamos de copiar el relato:
'“Terminada la huelga ferroviaria y acordado asesinar a
Canalejas como protesta contra el brazalete, Garijo,
el libertario maestro alcarreño, comenzó a recibir cierta correspondencia, que
destruía después de leerla, y a la que se acompañaba gran número de billetes de
Banco. Parece ser que ante varios de sus convecinos de Peñalver, que
observaron le enviaban por correo aquellas sumas, exclamó más de una vez:
—¡Este dinero me quema las manos!
En el mes de octubre del año 1912, el maestro de ideas
anarquistas recibió nuevas cartas, que rompía con gran rabia y dando muestras
de enorme excitación nerviosa.
Una cierta mañana llegó a Peñalver, en una bicicleta, un
joven que preguntó por Garijo. Llevado a su casa, no
pudo hablar con la persona a quien buscaba por la sencilla razón de que la
halló muerta. El maestro Garijo se había suicidado
horas antes.
Esto no obstante, el visitante penetró en su vivienda,
registró sú cuarto, revolvió sus papeles y prendió
fuego a un legajo de billetes de Banco, que después se supo valdrían unas 8.000
pesetas. Comprobación que pudo hacerse porque, como él fajo estaba muy
apretado, el fuego no los destruyó del todo.
Después de estas manipulaciones, el joven visitante
montó de nuevo en su bicicleta y se alejó por la carretera en la dirección que
a Madrid conduce.
Días después asesinaban a don José Canalejas, y al ver
los retratos que del criminal publicaban los periódicos, todos los vecinos de
Peñalver reconocieron en Manuel Pardiñas al joven de
la bicicleta que visitara la casa del suicidado maestro Garijo,
que destruyó sus papeles y quemó sus cartas.
El simpático semanario de Guadalajara La Crónica, habló
algo dé estos hechos. Los grandes rotativos no supieron recoger esta información;
la Policía no siguió tan importante pista, ni el sumario especial aclaró los
hechos.
“Todo quedó, al parecer, olvidado y desconocido. Un
crimen más impune, para cuya realización quizá se destinaron aquellos billetes
de Banco medio destruidos por el fuego en un pueblecillo de la provincia de
Guadalajara, billetes que para un buen detective serían segura guía de ciertas
investigaciones.
“¡Como que todo es cuestión de dinero!”
¿Qué quiere sugerir este periodista?
Claramente, que Romanones había pagado a un anarquista,
relacionado con Pardiñas, para que asesinase a
Canalejas.
Así se lo ha sugerido al autor lo leído y ha de suponer
que Igual ha sucedido a los lectores.
¿Naturalmente, la acusación está forjada por cierta
habilidad para eludir el proceso por calumnia, que no fue intentado contra el
habilidoso acusador.
No queremos incurrir en complicidad, sugiriendo la misma
idea en nuestros lectores; porque honradamente no creemos que don Alvaro Figueroa Torres pagase a nadie para matar a
Canalejas.
Explicación—y no razón, según estimamos—tiene que el
escritor López Serrano llegue al extremo de sugerir algo tan grave. .
A nuestro parecer la explicación radica en los hechos
siguientes:
Primero. Que Romanones resulta el beneficiado
políticamente con el asesinato del Presidente del Consejo y Jefe del Partido a
quien sucede.
Segundo. Que el ministro de la Gobernación, Antonio
Barroso, cuya negligencia parece llegar al grado del culpable, es conservado
como ministro en el Gobierno formado por el conde de Romanones. No es obstáculo
el que en el salón de Gobernación—hoy llamado “de Canalejas”—ocurriese la
siguiente escena ante el cadáver de Canalejas, según lo contó El Imparcial del día siguiente:
“Hallándose ante el cadáver del Presidente un elevadísimo
personaje (subraya el periódico, indicando que quien habló fue el Rey), alguien
le facilita antecedentes del asesino.
Intervino en la conversación el jefe superior de Policía,
y dijo:
“El criminal está fichado en la Jefatura”.
“Pues sí que lo han vigilado ustedes bien—contestó
secamente el elevado personaje, mereciendo su réplica la aprobación de todos
los oyentes.”
Y, naturalmente, para conservar a Barroso en el
Ministerio debió vencer Romanones la resistencia regia. En otro país, el
culpable de una negligencia tan tremenda hubiera terminado su carrera política
con ella.
A estas dos explicaciones principales podemos unir los
extraños e inexplicables episodios que anteceden y suceden al asesinato de Canalejas,
en los cuales se advierte algo misterioso y poderoso, que parece dictarlo todo
para que el asesinato sea perpetrado.
Nos explicamos, ciertamente, que el escritor llegue a la
conclusión interior de que el Presidente fue asesinado por quienes pretendían
heredar el Poder, y sugiera, según puede, que el asesinato fue pagado por su
heredero..
No; sinceramente, no. Tal es nuestra opinión.
Para negar esa grave acusación sugerida contra el señor
Figueroa Torres nos basamos en los motivos del asesinato y en la técnica de los
magnicidios.
Hemos señalado con anterioridad los motivos mediatos e
inmediatos del atentado.
Los más inmediatos son dos: uno, el grande obstáculo que
Canalejas era para la Revolución, a cuyos elevados dirigentes les constaba que
Jamás triunfaría en España si la fortaleza del Estado no era entregada en
bandeja de plata desde dentro; es decir, por quien en ella mandaba. Y esto no
lo haría jamás Canalejas, como, lo hiciera luego el señor Figueroa Torres.
El segundo motivo inmediato eran las negociaciones con
Francia sobre Marruecos, cuya duración demuestra que Canalejas mantenía
nuestras reivindicaciones, que no cedería, como sólo en contados días cedió el
señor Figueroa Torres.
Motivos mediatos, pero no lejanos, del asesinato:
Canalejas muere a finales de 1912; faltan diecinueve meses para que la Guerra
Europea estalle. Ya está decidida la guerra y formado el sistema de alianzas.
Canalejas no llevará la nación a luchar por Francia e Inglaterra; es más, como
hemos visto, en París temen que él, con el Rey, sean capaces de aliarse con
Alemania. El señor Figueroa Torres sí es capaz de llevarnos a luchar por
Francia e Inglaterra, como lo demostró.
Pues bien, ciertamente, tales razones de tipo interior e
internacional determinaban que Canalejas fuera asesinado para dar paso hacia el
poder al señor Figueroa Torres.
Pero de ahí a inducir que fuera él, personalmente él,
quien discurriera y pagase a los asesinos hay una gran distancia, y decirlo y
hasta sugerirlo es cosa temeraria.
Nos fundamos para negar la participación y complicidad
del señor Figueroa Torres en el conocimiento de la técnica con la cual son realizados
los magníficos y regicidios. .
En las altas instancias masónicas, en las que se deciden,
es donde únicamente se conocen sus motivos auténticos y sus necesarios efectos.
No los conocen ni los mismos ejecutores, a quienes se les
dan, como motivos, pretextos; unos pretextos cuya naturaleza específica
conviene a las ideas anárquicas del criminal, que lo lleva a la exaltación homicida.
Y, si ni el mismo autor conoce los motivos ni los efectos
auténticos..., ¿por qué ha de conocerlos quien de los efectos se ha de beneficiar?
Al exponer los motivos interiores e internacionales del
magnicidio, explícitamente, se ha expuesto también la situación dada del
momento.
El señor Figueroa Torres está en situación, por su
personalidad: su fuerza y puesto es Presidente del Congreso—de suceder a
Canalejas en la Jefatura de Gobierno y Partido. Con esto basta, y no hay necesidad
en absoluto de su colaboración para el asesinato, ni siquiera de que sepa que
se le va a despejar el camino de su ascenso eliminando a Canalejas.
Naturalmente, las altas esferas internacionales donde el
asesinato se gesta saben muy bien que el señor Figueroa Torres firmará el Tratado
hispano-francés si es Presidente, y que, cuando la guerra llegue, si puede,
llevará a morir por Francia e Inglaterra, por la Masonería, a los españoles...
Pero repetimos, eso no implica, ni obliga—y hasta puede
perjudicar—que el señor Figueroa Torres fuera ni debiera ser enterado de que
Canalejas iba a ser asesinado. Podría él horrorizarse ante el crimen monstruoso
e impedirlo... Tales paradojas se dan en los seres humanos: cualquiera rechaza
una corona o el Poder si ha de conquistarlo a costa de la vida de un ser
humano; y el mismo hombre es capaz de hacer que mueran miles y miles en guerra
o revolución por conquistar una corona o la jefatura de un gobierno.
Son magníficos psicólogos los altos mandos de la
Masonería internacional. No; no enteraron ni pudieron enterar al señor Figueroa
Torres. Jamás quebrantan las reglas de su depurada técnica criminal.
Simplemente, elegantemente, le abrieron el paso hacia el Poder... como si el
accidente ocurrido a Canalejas fuese mera cuestión de suerte. Y así debió
creerlo el señor Figueroa Torres, tan acostumbrado a que la suerte le
sonriera...
Claro es, lector, que nuestro alegato para rechazar la
culpabilidad, complicidad y hasta el conocimiento de Romanones respecto al
asesinato de Canalejas, no implica esa imposibilidad vulgar imaginada por la
mente popular, en la cual acaso crean también muchos lectores nuestros, y que
consiste en ser incapaces de imaginar a un conde, a un aristócrata, a un
millonario, en tratos mano a mano con un anarquista con fines criminales.
No, lector; no sólo un conde, sino hasta un duque puede
tratar asuntos criminales con un anarquista.
Pasamos a probarlo con un testimonio personal:
Una noche en los primeros días de febrero de 1931 vi
conferenciar en la Ciudad Lineal al secretario nacional de la F. A. I., Miguel Basuli Altamir, dentro de un
automóvil marca Ford, tracción delantera, matrícula M.-36.305, con un duque:
con el duque de las Torres, Gonzalo Figueroa Torres, hermano de Alvaro Figueroa Torres, conde de Romanones.