web counter
cristoraul.org

HISTORIA UNIVERSAL DE ESPAÑA

 

MAURICIO CARLAVILLA

EL REY , RADIOGRAFIA DEL REINADO DE ALFONSO XIII

 

CAPÍTULO TERCERO.

ALFONSO XIII EL AFRICANO. EL REY Y MAURA, 1909

 

ALFONSO XIII «EL AFRICANO»

 

Con el sobrenombre de el Africano auguró un escritor monárquico que pasaría a la Historia de España su último Rey. Los reveses, la duración y el desastre de las campañas africanas convirtieron el sobrenombre laudatorio, al pasar a las bocas y plumas masónicas, en sinónimo de megalomanía regia, preñada de responsabilidad.

Encabezamos el capitulo dando a Don Alfonso el sobrenombre de el Africano, asignándole significado magnificador

El ser acusado de africano por los autores de la permanente traición debe indicar a todo lector patriota que en nuestro último Rey alentó hasta donde le permitió el Régimen del cual fuera él simbólica coronación y auténtica víctima un gran ideal español, en línea con el de sus más grandes antepasados.

Que, como todos los Reyes españoles, desde la conquista de la Unidad, de Isabel la Católica hasta Isabel, a su abuela, viera con meridiana claridad que la más vital arteria estratégica mundial debía pasar siempre bajo la bóveda de acero de las baterías españolas, si España pretendía ser algo en el Planeta, es algo tan honroso para Don Alfonso de Borbón que, sólo por eso, merece respeto y gratitud de todo español patriota; en grado tan alto, por lo menos, como fuera él odiado por los traidores a causa de haber querido pasar a la Historia como el Africano.

Honor es del Rey, y honores le debemos tributar, por haber merecido hasta donde le fue posible ese honroso y radiante sobrenombre. Conste así; que no escatimará el autor tributarle cuantos en justicia mereciera nuestro último Rey, por ser tanto de ley como de caballerosidad, cobrando así a la vez autoridad para señalar cuantos errores pudiera cometer y cuantas flaquezas pudiera padecer.

EL GRAN MILAGRO

Marruecos fue la única gran empresa nacional del Reinado; pero en manos de los que gobernaban a España fue su maldición, hasta que el Ejército español toma el Poder el 13 de septiembre de 1923, a las órdenes del General Primo de Rivera.

Decimos que Marruecos fue una gran empresa nacional y, a la vez, una maldición. Cierto; pero, adviértase, decimos maldición para casi todo el reinado de Alfonso XIII, no decimos maldición para España ni tampoco para Marruecos, aunque la Masonería y las naciones, sus aliadas, lo pretendieran y maquinaran durante quinquenios para que también fuera común maldición para la nación protectora y protegida.

No habrá quien pueda escribir Historia, y, sobre todo, la de nuestra Patria, si no es capaz de leer en los hechos decisivos el texto de la Metahistoria, escrita por el índice Divino.

En frase vulgar, pero vigorosa, se dice que Dios escribe derecho sobre pauta torcida... así ocurrió a España en Marruecos.

La estrecha faja de nuestro Protectorado marroquí, costa norte del Imperio, margen del Estrecho, clave del Imperio Británico, teñía y tiene un valor estratégico; un valor revelado en todas las guerras del pasado en que se decidía la suerte de Europa, y que, si Dios no lo remedia, se revelará de un valor estratégico impar en la próxima guerra mundial.

Pues bien, el asignar a España el pequeño Protectorado marroquí, con todo su estratégico valor, que completaba y reforzaba el propiamente español, se debió a la debilidad de nuestra Patria cuando se le atribuye. Inglaterra no quiere de ninguna manera la presencia en el Estrecho de cualquier “primera potencia”; entiéndase bien, ninguna “primera potencia”, ni enemiga ni amiga, ni adversaria ni aliada. Es la “constante” más sagrada de toda su política bélica y diplomática.

Véase cómo del mal —nuestra debilidad— extrae la Providencia un principio de bien, la concesión del Protectorado, que es un aumento de nuestra potencia estratégica.

Pero ese bien a obtener debía ser neutralizado; mejor aún, compensado con un mayor mal provocado. Si el Marruecos de nuestro Protectorado en sí aumenta la potencia estratégica española, es a condición de que sea totalmente ocupado y pacificado, por lo tanto, según pretenderá la Masonería y sus aliadas, no deberá nunca ocuparlo España totalmente ni deberá cesar jamás la guerra entre moros y españoles. Porque si se le dio a España esa pequeña faja de terreno fue para alejar a cualquier otra potencia más poderosa, y no cometería Inglaterra el desatino de consentir que España se transformarse a causa de la ocupación en esa “indeseable gran potencia”. Tal es el teorema de la política británico-masónica.

La historia de nuestro Protectorado marroquí, especialmente desde 1909 hasta Primo de Rivera, parece dirigida por un incógnito y genial estratega cuyo dictado es que se derrame a torrentes la san­gre española y se queme nuestra riqueza... Ahí están esos lustros de ignominia en la guerra marroquí, durante los cuales se diría que a nuestro Ejército lo dirigía un estratega enemigo desde Londres o Pa­rís, por medio de órdenes traducidas y firmadas en Madrid.

La realidad sangrienta de quince años fue que de nada sirvió a nuestro heroico Ejército, privado de hombres y armas para la empresa, el tomar posiciones y territorios, hasta llegar varias veces a punto de acabar aquella guerra. Pues, infaliblemente, cuando esas ocasiones llegan, con precisión cronométrica, Madrid ordena la inmovilidad, aminora los abastecimientos y repatria tropas, dejando menos de las necesarias para la seguridad de los territorios ocupados.

Y, como se vio al fin, la guerra de Marruecos no terminó tomando posiciones, montañas ni territorios regados por generosa sangre del soldado español. Acabó cuando el Ejército tomó Madrid aquel 13 de septiembre de 1923.

Tremenda lección histórica. No sueñen jamás los patriotas de nación alguna en el engrandecimiento de su patria si no son antes dueños de la capital de su nación.

Aun tomado Madrid por los españoles auténticos cuando el adversario marroquí está en el apogeo de su fuerza, de victoria en victoria, la guerra acabará para siempre con una rápida campaña. Y ante la evidencia, debemos preguntarnos:

¿Dónde se hallaba el auténtico e invencible enemigo? El enemigo invencible y auténtico estaba y era dueño de la capital del Reino.

Lo demostraremos “técnicamente”, aun cuando la prueba nacional fue cosa del General Primo de Rivera y del Ejército español.

Pero antes debemos terminar la empezada lección.

Si nuestros enemigos nos dieron el Protectorado marroquí en virtud de nuestra debilidad militar, y a fuerza de traiciones y desastres lograron debilitar a España aún más, mucho más, anulando así copiosamente aquel aumento virtual de nuestra potencia estratégica... la Providencia quiso y supo extraer de ese mal un bien de trascendencia máxima para España.

A golpes de traiciones y abandonos, de befa y escarnio al heroísmo y de sacrilegio con la sangre derramada, se forjó en el yunque de la campaña marroquí el milagro del espíritu militar y patriota de una oficialidad sin par, gracias a cuyo espíritu militar, heroico y patriótico fue salvada la Patria en trance de ser asesinada por el Frente masónico-marxista, llamado Popular.

En aquel yunque marroquí se templó a golpes de adversidad, en la llama del heroísmo y en los torrentes de sangre derramada ese acero que fue aquella legión sagrada del 17 de julio...

Sería nuestro deber llenar páginas con nombres y más nombres inmortales para estampar los de miles de Generales, Jefes y Oficiales del Ejército nacional. Pero no es necesario correr el peligro de un fallo de nuestra memoria, que sus nombres, sin faltar el de ninguno, escritos están en el Libro de Oro de la Historia, y ninguna gloria ni honor puede añadirles nuestra modesta pluma en estas pobres páginas.

Planeada por el enemigo secular de nuestra Patria para su permanente sacrificio y derrota la campaña marroquí, Dios quiere y sabe realizar el milagro de forjar allí el espíritu de redención, del heroísmo, de la victoria y de ansias de martirio y de morir..., ¡el milagro de la salvación de España!

Y un milagro mayor aún, con el cual no pudo contar en sus planes materialistas y matemáticos el ateo estratega que dirigía el asalto asesino contra España, el milagro sin par ni antecedente histórico en la Era: el del Islam marroquí viniendo a España para luchar y morir en defensa de la Cristiandad española y de la universal amenazada por el feroz ataque de cristianos renegados y apóstatas.

Nuestra generación ha presenciado ese doble milagro que atónito dejó al Enemigo, pero tal es su dimensión prodigiosa histórica y tal es su inmensidad cósmica metahistórica, que nosotros, los testigos, los beneficiados, los que al milagro debemos vida, honor y libertad, carecemos de capacidad intelectual y visual para poder apreciarlo en su metafísica y humana dimensión. Nuestra debilidad e incapacidad mental necesita de una perspectiva mayor, mucho más larga que nuestra propia vida, para poder abarcar la inmensidad del prodigio providencial. Será necesario un siglo, acaso más, para que una mente humana pueda medir y comprender.

Y entonces, ¡ah, entonces!, ese milagro será de asombro para toda la Historia Universal.

PRIMERA TRAICION: EL TRATADO DE 1902, LA OPORTUNIDAD PERDIDA

Cual si la Historia quisiera darle a España una oportunidad singular de compensar en parte la pérdida de los últimos restos del Imperio y la que suponía la destrucción de nuestras Escuadras en Santiago y Cavite, aquel mismo año de 1898, acaece, allá en el tan lejano meridiano de Fachoda, un acontecimiento cuya trascendencia brindó a España la oportunidad de obtener un nuevo Imperio y recuperar, si no la potencia militar que yacía en el fondo de los Océanos, una potencia geográfica y demográfica con la cual pudiera compensar con ventaja la terrestre y naval perdida.

Aquel año nefasto de 1898 ocurrió el encuentro entre Kitchener y Marchand, allá en Fachoda; que, aun cuando incruento, colocó a Francia e Inglaterra en la oposición más violenta. Esa oposición entre nuestras dos enemigas hacía desaparecer su respectiva peligrosidad para España, porque, al dividirlas, las neutralizaba.

Algo tan evidente no pudo pasar desapercibido; y no pasó. No en vano aún reinaba en el Palacio de Oriente aquel privilegiado cerebro de la Reina María Cristina, cuya inteligencia rimaba con su gran virtud y patriotismo. Las instancias de la Reina debieron ser tan apremiantes que su Presidente del Consejo, el Gran Maestre, señor Mateo Sagasta, se vio en la precisión de sacudir su catalepsia y de realizar algún movimiento.

El muy anglófilo Duque de Almodóvar del Río, Ministro de Estado, entabló conversaciones con el Embajador en Madrid de Su Graciosa Majestad Sir Eric Drummond Wolf.

Debemos advertirlo, este Wolf, es el primer Embajador judío que acredita un Estado ante Su Católica Majestad. Sin duda, es una coincidencia muy digna de ser subrayada la presencia de este hombre en la Corte cuando se organiza la derrota de nuestra Escuadra en Madrid y perdemos las últimas tierras de nuestro Imperio. Su perfil debía rimar perfectamente con el del Presidente del Consejo de Ministros, señor Mateo Sagasta.

Teniendo en cuenta el antecedente, no extrañará la “magnífica acogida” dispensada por él a la gestión del Gobierno español.

“A cambio de una entrada más descarada en la órbita de su poderío —y acaso de una promesa marroquí— Inglaterra nos imponía la indefensión de Sierra Carbonera (la que domina Gibraltar) la eventual ocupación de toda la bahía de Algeciras y la entrega de bases en Baleares y Canarias. En la contrapartida inglesa no se incluía tampoco el respeto a la posesión española de Ceuta”.

No se atrevieron Sagasta y el Duque a comprometerse a tanto; pero, sin contrapartida, se comprometieron a lo más esencial. Verbalmente —o en Tratado secreto— comprometieron a España a no fortificar ni artillar Sierra Carbonera ni cualquier otra posición española que pudiese dominar al Peñón ni al Estrecho; es decir, se comprometieron a que Inglaterra siguiera dominando el punto más vital de la estrategia mundial.

Compromiso y vasallaje, que cumplieron y sufrieron todos los Gobiernos de la Restauración y la República.

Los patriotas recordarán la denuncia de tamaña vileza, hecha por Vázquez de Mella en la Zarzuela, que nadie se atrevió a negar. Pero si alguien creyera las palabras del gran tribuno y patriota dictadas por la demagogia, de lo contrario convencerá este texto de uno de los que acataron y sufrieron la vileza, de Antonio Maura:

“¿Y qué pasa? Pues pasa que en el Estrecho de Gibraltar, que para España representa el comienzo y el fin del problema de su independencia (para lo cual no hay sino dirigir hacia atrás una ojeada a la Historia o una ojeada ligerísima sobre el mapa); en el Estrecho de Gibraltar, cuando revisamos los cimientos de la independencia española, hallamos no sólo la plaza de Gibraltar, sino la mediatización, la coacción de la soberanía española, fuera de Gibraltar, por la prepotencia de Inglaterra que no nos deja ser soberanos de nuestras costas y de las aguas litorales”.

Queda apuntada la vileza en el “Haber” de traiciones del Gran Maestre, Práxedes Mateo.

Pero, como hemos dicho, una oportunidad se presenta, y la Reina impone que sea aprovechada por España.

El Gran Maestre, señor Mateo, ha de obedecer; no en vano, toda su autoridad “legal” está en manos de la Reina, que puede dar el Poder a quien quiera, pues el Poder es el Decreto de disolución de las Cortes, y el Ministro de Gobernación ya fabricará una mayoría a la medida. Se resigna el señor Mateo y su Ministro de Estado, el Duque, y son empezadas las negociaciones con Francia.

Se trata de “hacer que hacen”, de ganar tiempo y de no llegar a nada concreto; pero no cuentan con Delcassé, aquel Ministro, feroz colonialista francés, que tiene sangrando la herida de la ofensa inferida a Francia en Fachoda.

En el verano de 1902 está redactado el Tratado hispano-francés sobre Marruecos. Francia se ha conformado con una faja de terreno que une Argelia con el Atlántico; es decir, sólo el antiguo reino de Marrakech. A España se le asignan las dos terceras partes del Imperio marroquí: todo el reino de Fez, incluida la capital, Taza, la cuenca del Sebú, hasta Rabat, Tánger y, naturalmente, toda nuestra zona actual. Además, al sur de la zona francesa, más abajo de Marrakech, otra zona, limitada al Norte por el Atlas, que comprendía la región del Sus, Agadir, Uad, Num, Tekna, hasta unirse con el actual Sáhara español.

Tal era el Tratado convenido y redactado en 1902, que sólo esperaba para la firma que León y Castillo recibiera un telegrama conteniendo simplemente la palabra “Guadalajara”.

Pero pasan los meses de septiembre, octubre y noviembre sin que el Embajador de España reciba el deseado telegrama.

Delcassé apremia.

Sagasta dimite sin haber enviado el telegrama.

EL ANGLOMANO Y ALGO MÁS, ABARZUZA

Forma Gobierno Silvela; y a Estado va un tal Abarzuza Ferrer; Leamos unas palabras del Embajador de España en París, León y Castillo:

“El carro de nuestros destinos tropezó con un obstáculo imprevisto y volcó en el momento mismo de llegar a la meta. Abarzuza fue «el obstáculo, a su actitud debe Francia el Protectorado de Marruecos, que le reconoció Inglaterra en abril de 1904”.

No, señor Marqués del Muni. No valen metáforas de carretera. Para escribir así la Historia vale más callarse. Lo que hace León y Castillo al relatar así el hecho es tanto como si al asistir a un banquete en el Quai d’Orsay nos contase que quien le había dado la comida había sido el “maitre” Duval. Sí, Abarzuza debía firmar el Tratado, como el “maitre” debería servir la comida, pero, desde lue­go, lo importante es saber en el segundo caso quién era el “anfitrión” y, en el primero, quién ordenó abstenerse al Abarzuza..., ¿no?

“Quien” impidió firmar se sabía demasiado bien cuando escribía el Marqués del Muñí:

Habla el Presidente del Consejo, Silvela, al Embajador francés:

“En el proyecto de acuerdo, Francia no promete sino apoyo diplomático. Ahora bien, ustedes los franceses no deben olvidar que, en caso de dificultades con Gran Bretaña, España estaría considerablemente más expuesta a la venganza que Francia. En este momento el Ministro de la Guerra inglés se halla visitando con dete­nimiento la Plaza de Gibraltar; Inglaterra se da perfecta cuenta de la debilidad de aquel puerto y Algeciras le preocupa y probablemente le tienta... Llegar a un acuerdo sin prevenir a Inglaterra es una imprudencia, pues España no puede exponerse a los golpes británicos o, por lo menos, a medidas de represalia, si cuenta únicamente con él “apoyo diplomático” del lado francés...”.

Otra prueba:

“...el Gobierno de Madrid parece en la actualidad abrigar temores de que Inglaterra se disguste si el acuerdo se lleva a cabo y creyendo expuestas las Canarias, Baleares y Algeciras a una tentativa inglesa que no se siente España con fuerzas para rechazar; busca en cambio la “entente” con la Gran Bretaña”

Otro documento:

“La Gran Bretaña maneja con toda perseverancia las amenazas y las promesas a fin de dominar a España”.

Un testimonio de Maura:

“De haber puesto mi firma en aquel Tratado el Gobierno de que formaba parte, no hubiera podido conciliar el sueño en el resto de mis días”.

Después de “documentar” debidamente que fue Inglaterra quien impidió la firma del Tratado de 1902, quitando a España el Protectorado de las dos terceras partes de Marruecos, ya es el momento de tratar de aquel Ministro de Estado, llamado Buenaventura Abarzuza y Ferrer, que, como nuestro lector ha de ver, no es ningún “pedrusco” atravesado por un acaso en la carretera por donde había de pasar el “carro” del tratado hispano-francés, según parece, por la desafortunada metáfora del Marqués del Muni.

Buenaventura Abarzuza y Ferrer nació en La Habana en 1841. Su padre era un rico naviero gaditano, que envió a su hijo Buenaventura a Londres para su educación y estudios. Imberbe aún, es uno de los primeros y contados republicanos españoles en aquellas fechas. Quiere ser autor dramático y estrena “Una historia de amor”, que fracasa. Escribe asiduamente en La Democracia, el periódico de Castelar, de quien será un amigo toda la vida. Toma parte muy activa en las conspiraciones antimonárquicas, contribuyendo con su acción y su dinero al triunfo de la Revolución de septiembre. Cuan­do toma parte en el destronamiento de Isabel II, Abarzuza tiene sólo veintiocho años, pero sus méritos hacen que sea encasillado y es Diputado a Cortes por Alcoy; en las Constituyentes lo es por Reus.

Al ser nombrado Castelar Presidente en 1873, cuando Abarzuza tiene sólo treinta y dos años, su amigo lo nombra Embajador en París. Seguramente debe ser el hombre más joven que ha representado a España en la Embajada de Francia.

Al realizarse la Restauración, Abarzuza sigue fiel a su Jefe, Castelar. Forma parte de su partido, el “Posibilista” y, cuando lo disuel­ve el Jefe, para que ingresen y “posibiliten” la Revolución dentro de la Monarquía, Abarzuza se encarga de la jefatura oficial de aquellos monárquicos nuevos, y en 1894 es nombrado por el Gran Maestre, señor Mateo Sagasta, Ministro de Ultramar; sin duda, por haber nacido en La Habana... Tiene cincuenta y tres años. ¡Buena carrera se hace en la Monarquía, si se es republicano!...

Después, para seguir “posibilitando la Revolución” más eficazmente, ingresa en el Partido Conservador

Firmará con Montero Ríos este Abarzuza y Ferrer (¿no suena bien esto de Ríos y Ferrer?...) el Tratado de París, consagrando su firma la total pérdida del Imperio de Isabel...

¡Cómo sonreían de placer todos los Ríos y Ferrer que aún andan por esos “ghettos” europeos!...

Sólo falta un detalle: Abarzuza y Ferrer era un anglómano tremendo, y es una lástima que, muriendo en 1910, después de haber sido Ministro de Estado con Maura en 1909, esta circunstancia le impidiera al Gran Maestre Morayta colocarlo en su copioso “santoral” masónico, Dara no escandalizar a sus h., o, acaso, porque perteneciera él a la Gran Logia de Inglaterra desde que estuvo en Londres siendo joven, y el Gran Maestre del Oriente Español no estaba autorizado para dar su nombre, y debió callárselo, como calló el de tantos en el mismo caso.

Pero, veáse, si tiene derecho a figurar en el “santoral” de la traición a España:

“Buenaventura Abarzuza obró desde el primer instante por cuenta propia al frente del Departamento, hasta el punto de que, sospechándolo, Silvela recomendase al Embajador de Francia que no dijese nada al Ministro de Estado de ciertas conversaciones sostenidas precisamente sobre Marruecos.

“...la devoción britanófila llevó a Abarzuza a extremos de esta índole: En el momento en que Silvela, a comienzos del año 1903, buscaba el respaldo militar de Francia y de Rusia para hacer frente a las amenazas del Foreign Office, Abarzuza llamó al Embajador de Inglaterra, sir Mortimer Durand, con objeto de asegurarle que la alianza inglesa era absolutamente indispensable para España y que la hipótesis de una alianza franco-española había de desecharla rotundamente, pues mientras él estuviese en el Ministerio de Estado lo impediría de cualquier forma”.

Revelar a una potencia extranjera la existencia de un Tratado

Díganlo si quieren los juristas.

A nuestro sencillo entender, se trata de un delito de traición flagrante.

Si se cometió por voluntad criminal o por estupidez, es cuestión aparte, puramente accidental; el efecto y daño resulta ser el mismo.

Ya sabemos que no hay aún jurisprudencia española sobre el delito de traición cometido por estupidez... que recordemos, tampoco existe jurisprudencia sobre la cometida a ciencia y conciencia de Jefe Superior de Administración para arriba en toda la época de “Gobiernos responsables”.

Pero, en cualquier nación civilizada, el hecho denunciado por los documentos ingleses, ¿sería juzgado como traición o no?

En el mejor de los casos, probada la estupidez, probado que no había reincidencia, el autor no se salvaría de la cárcel o del paredón

Pero, ¡por Dios!, si se salvaba, ¿podría después ser otra vez Ministro de Relaciones Exteriores en un Gobierno “conservador”?

Diga; diga, lector.

Sólo una reflexión:

¡Cuántos Abarzuzas han sido necesarios en la Historia de España para lograr esa permanente infalibilidad para el error, para sus errores contra España, pues ni una vez se equivocan en su favor, para que nuestra Patria llegase, de derrota en derrota, de desastre en desastre, de ser aquel Imperio donde no se ponía el sol, a la España roja y rota en 1936!

 

EL REY - MAURA: 1909

 

En ocasión anterior, con motivo de juzgar la posición de Maura en el debate habido en el Congreso los días 10 y 12 de junio de 1899 para desposeer del acta por traidor a Miguel. Morayta, Gran Maestre de la Masonería, a lo cual se opuso, alegando un doctrinarismo democrático, hemos estudiado políticamente al famoso Jefe del Partido Conservador.

Para cuantos lectores no hayan leído nuestro juicio, lo reproducimos, pues no es demasiado largo:

“He aquí al Maura de fines del siglo último, cuando acaba de salir del Partido Liberal y de la tertulia del Gran Maestre, señor Mateo Sagasta, manteniéndose en equilibrio inestable entre conservadores y liberales.

Pero sobre tales situaciones, tan esenciales en política, pero para él accidentales, el doctrinario dogmático, el doctrinario el liberalismo, domina; naturalmente, es lo que de Maura hizo aquella contradicción permanente: un creyente y apasionado defensor de las premisas de la revolución y denodado defensor del Orden contra sus consecuencias, los asaltos revolucionarios y anárquicos...; contradicción, fatal para España y para él; tanto más fatal y funesta cuanto que Maura militaba en ella honradamente y de buena fe —no picara y escépticamente, como Cánovas—, y, por lo tanto, sin conciencia posible de su error, llegando así a morir sin rectificar,; sin superarla ni salirse de ella.

Su fanatismo doctrinarlo, en este caso como en todos, hizo que refiriera la cuestión Morayta —cuestión de honor— al dogma del sufragio universal; para Maura, roussoniano puro, expresión mayestática de la “soberanía popular’’; a la que, dada su “infalibilidad”, se debían prosternar honor, patriotismo, lealtad, si no encajaban en las normas jurídicas predeterminadas, aun cuando así quedara impune el delito de lesa Patria.

Así vemos levantarse a Maura cual Sumo Sacerdote de la Religión liberal-democrática, oponiéndose a quienes a impulsos de su honor —patrimonio de Dios— estima él que mancillan el dogma del sufragio universal, piedra —petrus— sobre la cual está edificada su Iglesia democrática.

Si Morayta es traidor, si ha delinquido contra la Patria, respétese el sufragio universal, respétese el “dogma del sufragio”, que está sobre todo, sobre el bien y el mal; sea él Diputado, venga la acusación con pruebas curiales, concédase el suplicatorio y sea Morayta entregado a los Tribunales.

Tal es la tesis de Maura el año 1899, a los pocos meses de que, por la traición consumada, los territorios donde cometió el delito Morayta, donde su traición causó los efectos, la secesión, están ya fuera de la jurisdicción de España y ondea en ellos el pabellón del Ejército extranjero que se benefició de la masónica traición del Gran Maestre para vencer a las armas españolas. ¡Y en tal momento y situación pide Maura suplicatorios y procesamientos a base de pruebas leguleyas! ¿Cuáles, señor Maura? Documentales y testificales, ¿no? ¿Y si no las dejó el autor?, ¿y si los testigos murieron o están prisioneros? ¿Y si los únicos existentes son ellos coautores o beneficiados del delito de lesa Patria?

Y si así era, si la prueba jurídica era imposible, dada la naturaleza y lugar del delito, ¿qué, señor Maura? No existe criminal, ¿verdad? Tal sería la conclusión jurídica y práctica de la tesis dogmática sostenida por el Sumo Sacerdote de la “Iglesia democrática”, del mismo que acabarla hecho cadáver político y casi físico a manos de la Inquisición de tal “Iglesia”, la Masonería internacional, regida en España, para mayor sarcasmo, por su defendido, ese mismo traidor reincidente en 1909, el Gran Maestre Morayta.

La ceguera doctrinal y dogmática de Maura negaba el supremo derecho del honor, superior a Patria y Rey, de los Diputados a rechazar del seno de las Cortes al que, por convicción, creía un traidor a Dios y Patria.

¿Acaso el delito de traición era para Maura de menor cuantía que una malversación, una cobardía o la sodomía, y no merecía ser juzgado por un Tribunal de honor? O bien, ¿para él tenían honor los militares y otros cuerpos y clases del Estado y sociales, pero los legisladores “sacrosantos” carecían de él y estaban incapacitados para juzgar al Gran Maestre constituidos en Tribunal de honor?

A. tal dilema lleva el dogma democrático —la “divinidad” del sufragio—, sustentado por Maura, en favor del traidor a España, que a la cabeza de la Masonería, diezmados después acabaría con él como gobernante y, si la Providencia no le hubiera sido propicia, también con su vida.

¡Qué lástima de hombre este don Antonio Maura!

Emitido el juicio precedente, pasamos al Maura del año 1909.

PRELUDIOS FATIDICOS

Hemos observado que cuantos han historiado los acontecimientos de 1909 arrancan de aquella agresión de un grupo de rifeños que los provocó. Se diría algo imprevisto, como un rayo de tormenta invisible descargado sobre la “santa bárbara” española y provocando su tremenda explosión.

Lo estimamos una ligereza imperdonable; para comprender y juzgar a los responsables, Gobierno y revolucionarios, por lo menos, debemos remontarnos a primeros de año.

Maura estaba en el Poder, y lo ejerce ya durante demasiado tiempo, si tenemos en cuenta la vida media de los Gobierno por entonces.

Los liberales, ya con hambre canina de Poder, divididos como siempre, a impulsos de su apetito indominable, se agrupan para el asalto. Hacen más; Moret, Jefe del más importante grupo liberal, inspirado por el joven y ambicioso Santiago Alba, lanzó en Valladolid la idea de un “Bloque”, al cual deberían unirse hasta republicanos y socialistas, con el programa negativo común de hacer lo imposible para derribar a Maura. Esto era lo único importante y necesario para España.

De la vacuidad, del desprecio a cuanto España tenia planteado, dará idea la declaración “doctrinal” de uno de los más conspicuos y batalladores portavoces del Bloque, Luis Armiñán, ex Subsecretario de Gobernación, canalejista; es decir, entonces de la extrema izquierda monárquica, rayando con la República:

“Dos siglos de retraso y tres guerras civiles nos ha costado el sentido intolerante y fanático, que aquí se empeñan muchos que sea norma de la política en las alturas. Contra ese sentido se ha creado el bloque, conjunción o alianza liberal, que se propone revivir la política de Carlos ni, cuya síntesis hizo Macanaz cuando, dirigiéndose al Rey, le dijo que estando la religión en donde debe, estará, gobernada la Monarquía como merece”

La diferencia del “monárquico” Armiñán con Melquíades Álvarez, fogoso republicano entonces, puede apreciarse:

“El ciudadano español, ante todo, es súbdito de España, no de Roma, a la que entrega su vida espiritual merced a los cánones de la Iglesia. Sepa el Rey que sólo es mandatario de la opinión, que si no la atiende y si entrega el Gobierno a gente insidiosa, vosotros agitaréis la plaza pública, nosotros el Parlamento y no habrá un momento de tranquilidad para los que busquen el Poder a la sombra.” (Aplausos.)

Y terminó con estas palabras: “Decid al Rey que si no se reconocen las legítimas aspiraciones de los ciudadanos conscientes, de los patriotas sinceros, puede desatarse el desbordado torrente revolucionario para dominar, vencer y destruir todo género de obstáculos que se opongan a esta campaña redentora” (grandes y repetidos aplausos).

Un monárquico “ferviente y moderado”, el General López Domínguez, ex Presidente del Consejo y sobrino heredero del “General Bonito”, Serrano, Duque de la Torre:

“Para nadie es un misterio que yo exprese mis simpatías al señor Moret por el programa que expuso en su discurso de Zaragoza. Al conferenciar conmigo el señor Moret quedó establecido entre nosotros, si no una conjunción, un contacto, al menos, en varios puntos de vista. Yo consideraba y considero necesario un resurgimiento de la España liberal contra la ola negra del clericalismo”.

Nos permitirán los lectores una ligera referencia un poco más amplia de un mitin celebrado en Cuenca por el “Bloque”, y en el cual fue “estrella” el inolvidable don Álvaro Figueroa Torres. Ya diremos por qué.

Hablaron de teloneros oradores locales, Lumbreras, Redondo, Vidal, Buendía; González y Garido, republicanos indígenas también, y un periodista madrileño, Miguel del Val; Romero Girón y el dramaturgo Dicenta, republicano exaltado; Vincenti, Director, de El Liberal; Pórtela Valladares, traicionando a García Prieto; el Senador Pulido, el judeófilo, y, por fin, Romanones.

He aquí unos párrafos característicos del aristócrata millonario, un día “puntal” quebrado de la Monarquía, por sí leyéndolos algo se explica:

“Oposición resuelta de las fuerzas liberales frente a la alianza tácita de los que en la derecha de la política española quieren una victoria sin tiros, de aquella causa que cayó vencida por los gloriosos esfuerzos del Ejército de España. El bloque es esto y sólo esto.

Cuantos con tesón cada vez más firme mantenemos la fe monárquica, con evidente provecho para la causa liberal, contamos con el concurso moral de las fuerzas republicanas, que nos secundan en esta Obra de salvación para la izquierda. Es loable la conducta de estos republicanos que noble, leal y desinteresadamente nos brindan su concurso, que se debe agradecer, como la causa lo exige, siendo fieles a los principios democráticos, manteniéndolos con firmeza y dado a la Monarquía española aquel esplendor que en Inglaterra e Italia no sólo hace compatibles con las instituciones tradicionales los progresos políticos, sino que les da mayor eficacia en cuanto las hace duraderas y firmes.”

Y terminó con este trémolo:

“¡Veinte años!..., ¡veinte años de mortal decaimiento, en que nos hemos dejado mandar por el clericalismo!... ¡Ni uno más!...”

El autor, un rapazuelo, sin saber lo que era aquello, se coló en el Teatro Liceo, y pudo escuchar aquel apóstrofe final chillado por un hombre, quebrado como un cuatro, desde las candilejas del escenario.

Y el autor quedó perplejo... ¡con que su tío, párroco rural, con sus ochos duros mensuales, mandaba en todos aquellos señoritones!, ¡jamás lo había podido sospechar!

Como vemos, el “anticlericalismo” era el único problema español para las Izquierdas.

¿Y para las derechas dirigidas por Maura?

Esta decisiva cuestión: La Ley de Administración Local.

Al parecer, esta Ley era la panacea universal para todo mal nacional. Así lo creyeron a ciegas las derechas conservadoras, hasta donde ellas eran capaces de creer; y digo “creyeron” porque, salvo los iniciados, lo ignoraron en absoluto. Según se oyó en los discursos gubernamentales, la Ley de Administración Local era la panacea para purificar el sufragio universal, base mágica del Sistema. Esto se hallaba muy de acuerdo con el doctrinarismo de Maura, sincero en sus errores hasta el extremo. Ignoraba Maura lo dicho por su antecesor, Cánovas, o lo quería ignorar; para el caso igual: “El sufragio universal trae el comunismo”, por lo tanto, era un mal, un mal trascendental. Y el mal, como el veneno, cuanto más impuro, cuanto menos perfecto, es un mal menor. La experiencia lo demostraba ya entonces; las dos democracias prosperas, florecientes y estables, las de Inglaterra y Estados Unidos, tenían el sufragio más adulterado del mundo, tanto en las bases como las alturas. El sistema bipartidista, el reinante en ambas democracias, es en esencia antisufragista; su sistema monárquico y, más aún, el presidencialista son ambos una corrección o aminoración del mal innato del sufragio universal.

En España, por paradoja, por honrada estupidez, fueron las derechas las más sinceras enamoradas del sufragio universal; naturalmente, las derechas “conservadoras” de la Restauración y no las auténticas, las de la tradición. Sólo un hombre, acaso, por venir de la izquierda, por venir de la Masonería, comprendió todo el mal del sufragio universal: Cánovas, que, como dijera con patriótico cinismo del sufragio, “ya que no puedo evitarlo, debo falsificarlo...”, y así lo hizo.

Ahora bien, con todas sus “perfecciones” administrativas, la Ley de Administración Local debía llevar algo en sí misma de perverso. Para nosotros sería prueba en contrario la oposición hecha a tal Ley por las izquierdas, de liberales a republicanos. Pero hay otro elemento de juicio para creer en su maldad, si no intrínseca, objetiva, y es el hecho de que fuera defendida por los separatistas y cripto-separatistas, formando bloque con los conservadores.

Así se produjo aquella contradicción flagrante, verdadera inversión de frente: los republicanos en su mayoría, los que con su República darían todo al separatismo, se convertían entonces frente a Maura en los denodados defensores “patriotas” de la Unidad nacional; en tanto que los conservadores, con Maura en la cabeza, eran los que atentaban contra ella, mostrándose unidos, codo con codo, a los separatistas de las bases de Manresa, a los del “muera España” de las Ramblas catalanas.

Por opuestos caminos, por principios distintos, por situaciones paradójicas, los monárquicos, tanto liberales como conservadores, coincidían en poner en manos del republicanismo masónico la bandera española en Cataluña, convirtiéndose en los paladines de la Unidad nacional.

Refinada perversidad. Al catalán antirrevolucionario, el catalán cristiano, hasta el catalán españolista —el tradicionalista—, ¿qué camino le abrían cuando identificaban la unidad española con la Revolución atracadora y anarquista, con los partidos y hombres más ateos y con las bandas de asesinos sacrílegos? Uno; el que creyeron mal menor, el “Regionalismo”, creado por Cambó; en apariencia, garantía de orden e intereses materiales; agnóstico en Religión; pero dando margen legal a la práctica y al proselitismo religiosos y proclamando en sus declaraciones oficiales que jamás atentaría en lo esencial a la Unidad nacional. Esta la fachada, tal el banderín de enganche para las derechas catalanas, como todas, nada inteligentes para desentrañar sutilezas y perfidias. La realidad del regionalismo, la creación y el fomento del artificial “hecho diferencial...” que por sí sólo y con el tiempo era capaz de corromper en la inmensa mayoría catalana el sentimiento nacional español. Pero más, mucho más aún; el “Regionalismo” fue tras la cortina de su “moderación” la incubadora del separatismo impaciente y extremista, como se viera el 14 de abril. Y, por último, gracias a su “moderación”, pudo ser factor permanente y poderoso dentro del Estado español, tanto en Cortes como en Gobiernos.

Fracasado en agosto de 1917 el golpe revolucionario, del que fuera motor el “Regionalismo” y Cambó cerebro, formando el frente masónico con republicanos, marxistas y anarquistas, con aquellos “sinceros” defensores de la Unidad nacional, salta la Liga al Poder, nada menos que utilizando el trampolín de un “Gobierno nacional...”

Estupenda paradoja esta de pasar Cambó del antro conspirador a la Cámara regia, no nueva cuando la Revolución fue derrotada...

Claro es, que el secreto paradojal está en el factor internacional, que la Revolución se hace cuando aún hay guerra mundial y cuando ha sido ya destronado el Zar, primer Monarca sacrificado por la ola republicana-marxista que la guerra desata; quede así, sólo esbozada, la cuestión para cuando cronológicamente corresponda tratarla.

Volvamos a la Ley de Administración Local y a la explosión de “patriotismo” masónico-republicano provocado por ella.

Escuchemos al republicano catalán Sol y Ortega; él habla la verdad; no será refutado por nadie. Un español creerá escuchar al patriota perfecto, pero a siete meses fecha, lo verá en Barcelona atizando los incendios sacrílegos y ayudando con la revolución al rifeño que mataba en los riscos del Gurugú a los soldados españoles.

Escuchemos cómo habló en la sesión del senado el día 27 de enero de 1909:

“Esta cuestión de la Administración —dijo— es el problema de mayor trascendencia que se ha sometido al estudio de las Cortes desde que existe régimen parlamentario. Sometido este proyecto al Congreso, el señor Maura cree que está legislando para el Estado español; pero, ¡fenómeno raro!, le salieron al señor Maura unos colaboradores que trabajaron con celo y entusiasmo, creyendo que legislaban para un conjunto de nacionalidades españolas, de varios Estados. ¿Cómo se explica que postulado de tan opuestos principios haya llegado a esto? Se explica porque el señor Maura cree que esta obra es definitiva, y sus colaboradores creen que no es definitiva, sino que es un instrumento para llegar a lo que ellos quieren: a la pluralidad de Estados españoles. (Muy bien.) El señor Maura cree que con esta Ley está resuelta la cuestión catalana y la bizcaitarra, y los colaboradores saben que esto no se resolverá, sino que seguirá la lucha de separación. (Muy bien.)

Hay en Cataluña una agrupación de muchísima importancia, que se llama, en primer término, catalanista, y en segundo, regionalista; pero que son nacionalistas, que son estatistas en el sentido de que España ha de ser un conjunto de naciones. Digo más, todos los catalanistas creen que Cataluña es una nación y como tal nación, estado.”

El señor Cambó, Presidente interino de la Liga, por enfermedad del señor Rusiñol, dio el día 4 de abril de 1907, vísperas de las elecciones, una conferencia en la que decía:

“La Solidaridad Catalana publicará bien pronto la plataforma de su programa; pero yo os digo que si la acción parlamentaria se ciñese a estos casos concretos, nos consideraríamos fracasados. Haremos más, batallaremos por lograr nuestra aspiración suprema: la reivindicación de la personalidad de Cataluña.”

La solución que da la Solidaridad Catalana es el primer peldaño de una escalera y su representación demostrará con toda entereza en el Parlamento la bancarrota de una unidad artificial y ficticia.”

Leyó otros párrafos de la conferencia, en los que se hablaba de conseguir la nacionalidad y se censuraba la hegemonía ejercida sobré Cataluña por un pueblo diferente al catalán.

Y terminaba la conferencia:

“Yo no sé sí la Federación de nacionalidades españolas, que forzosamente ha de venir, será definitiva; creo que no, creo que tendrá la lucha por la hegemonía, y quién sabe si la futura unidad de Es­paña se formará alrededor de la personalidad de Cataluña... (Grandes rumorea en toda la Cámara.)

Creo —dijo el señor Sol y Ortega— que está bien claramente demostrado el nacionalismo de la Liga.

Pero tengo más textos. Aquí está el prólogo que el señor Prat de la Rita puso al libro del señor Durán y Ventosa “Regionalismo y federación”, en el que se dice: “Hoy hay que leer debajo de la palabra regionalismo otra palabra: nacionalismo.”

De modo que los colaboradores del señor Maura son nacionalistas, son estatistas; creen que la unidad de España, de realizarse algún día, se formará alrededor de la hegemonía de Cataluña.”

Estudió los propósitos de la solidaridad, y dijo:

“Prosperó el equívoco, y la solidaridad creció, desarrollando el nacionalismo catalán, y en Cataluña se creía que los solidarios eran más fuertes que el Presidente del Consejo de Ministros.

Vinieron las elecciones del 14 de diciembre, y nosotros fuimos contra los solidarios y contra el Gobierno.

Por aquel triunfo, si no quedó destruida la solidaridad, quedó muy desvencijada.

Y en el nacionalismo desembocaron todos los elementos integrantes de la solidaridad. Los republicanos no eran nacionalistas; pero se hicieron, después de la derrota.

Ya ve el señor Maura lo que consiguió con proteger a la solidaridad: robustecer al nacionalismo.

Y esto es pálido si se compara con lo que pasó durante la visita de Su Majestad a Barcelona, adonde le llevó el señor Maura fiándose de sus nacionalistas y de sus solidarios.

El señor Maura se prestó a todos los antojos de los nacionalistas, y Su Majestad tuvo que sufrir el ser recibido en el Ayuntamiento en una sala particular, como un turista cualquiera, y después pasó lo de la Diputación, lo del palacio de la Música catalana, y yo protesto de esto, porque Don Alfonso XIII es la Majestad Augusta que encarna la gran Patria española.” (Muy bien, muy bien.) ¿Hay o no paradoja?... ¡La paradoja es de espanto!... Sol y Ortega, un republicano petrolero, acusando a Maura, y con razón, de no haber hecho respetar al Rey como “la Majestad Augusta que encama la gran Patria española”.

Farsa y todo, hasta en labios de aquel malvado, la frase tiene grandeza patética.

Terminó así el discurso:

“¿Y aún sigue el señor Maura dispensando su protección a los solidarios? ¿No sabe su señoría que si le ayudan no es por el amor al Régimen, sino por conseguir lo que ellos quieren, el reconocimiento del Estado catalán?

Que esto es verdad lo prueba lo que dice la La Veu, lo que los periódicos de hoy dicen de una conferencia dada en un Centro solidario, en donde se dijo que las mancomunidades eran el medio de llegar a la unión de Cataluña y Aragón.

Si se llega a aprobar este proyecto, tendremos que acudir a los Poderes públicos para que lo dejen sin efecto, pues sería el desastre más colosal. Si esto sucediese, no vendrá la revolución, ni desde arriba ni desde abajo, sino que vendría la Anarquía más completa en todas las manifestaciones.” (Grandes rumores de aprobación.)

El día 30 de enero interviene en el debate el Senador De Buen, perteneciente a Solidaridad Catalana, para defender el proyecto de Maura, secundando a sus aliados “solidarios”, tantos de ellos plutócratas. Tan amplio es el frente antiunitario; porque, ¿quién es este Odón de Buen? Es un Profesor de la universidad de Barcelona, masón, republicano extremista exteriormente; realmente, un anarquista, Profesor en la Escuela Moderna de Ferrer cuando el regicidio de Morral. Y he ahí a Maura, en lo de Administración Local, aliado a Ferrer, por el vínculo del masón De Buen. ¡Otra paradoja maurista!

Leamos algunos párrafos de la rectificación de Sol y Ortega, pronunciada en cuanto se calla De Buen:

“Su señoría, señor Maura, se ha entregado en brazos de la solidaridad al día siguiente del triunfo, y yo siento desde aquí lo que en Cataluña dirán del señor Maura al ver que niega su inteligencia con los solidarios, que tan notoria es en toda Cataluña. Formarán muy mal concepto de la formalidad de su señoría y lo conceptuarán como un político más, funesto y desgraciado, pues que su señoría se entiende con ellos lo saben hasta las ratas de las cuadras.” (Grandes rumores y risas.)

Contó, para probarlo, lo que sucedió cuando el señor Maura llegó al Poder hace dos años:

‘‘Entonces recibió su señoría en su casa al señor Salmerón y a varios solidarlos, que iban a ponerse de acuerdo con su señoría acerca de la marcha política de Cataluña; su señoría les contestó que se entendieran con el señor Ossorio y Gallardo. El señor Maura: “Fue para organizar la Policía.” (Rumores.) Por la tarde, el señor Ossorio se trasladó a casa del señor Salmerón. Cosa inaudita: el Gobernador monárquico pactando con un republicano. De modo que, ya de acuerdo, el señor Ossorio a Barcelona, dirigido por los solidarios. No quiero decir facturado. (Grandes risas.) Mientras exista el nacionalismo, no votaré ninguna ley de sentido autonomista, porque a mis ideas antepongo mi amor a la Patria.” (Grandes rumores de aprobación. Aplausos en distintos lados de la Cámara.)”

El Imparcial del día 3 de febrero recogía estas declaraciones de Diputados “solidarios”:

Cruells: “La autonomía no la dará el Gobierno; la tomaremos nosotros mismos.”

Torres Sampol: “Somos diferentes y superiores, y por eso pedimos el reconocimiento de la nacionalidad. Si la autonomía no se logra por las buenas, se alcanzará por las malas.”

Carner (el luego Ministro de Hacienda de Azaña y Prieto): “El día en que todos los Municipios sean autonómicos, tendremos de hecho conseguida la liberación de Cataluña, y afirmarla de derecho será cosa de una hora.”

Y terminaba el diario copiando estas líneas de La Veu de Catalunya : 

“Sería indisculpable deslealtad y significaría un repugnante convencionalismo callar nuestra íntima satisfacción ante el discurso del señor Maura. Maura se ha negado a cantar el viejo himno del patriotismo, cuyos resultados todos conocen y lamentan; es más, se ha resistido valientemente a escuchar la baja denuncia de Sol y Ortega contra nuestro nacionalismo y a condenarlo desde lo alto de la tribuna parlamentaria con toda pompa y solemnidad. Más aún: Maura se ha atrevido a defender nuestra actitud de políticos evolutivos...”

MARRUECOS, HACIA EL PRIMER DESASTRE

Lamentándolo, no podemos ampliar el panorama político de 1909, cuando en su Cielo se hace perceptible la tragedia marroquí. Sinceramente, no cabe mayor inconsciencia Política, tanto en él Gobierno como en las oposiciones, fueran dinásticas o contrarias al Régimen.

Villanueva, un liberal-monárquico, luego Ministro del Rey, a pesar de ello, diría en pleno Congreso que entre el humo de los cigarrillos de dos Soberanos se decretó en Vigo la terminación de España como Potencia africana. (Se refirió a la entrevista de Don Alfonso con Guillermo II.)

El día 26 de marzo le respondió Gabriel Maura negándolo, el cual dijo:

“Precisamente es en octubre de 1904 cuando España comenzó una nueva etapa de influencia en Marruecos como Potencia africana.”

Dejamos a un lado aquella facilidad con la cual se permitían atacar los “monárquicos” al Rey, ellos tan “constitucionalistas”. Villanueva lo sería en 1930 por antonomasia, pero no sin advertir que cuantos le atacaron hicieron “carrera política”. pues en las más próximas crisis lograban cartera.... ¿seria cosa fortuita?

Si arrancamos de ahí, es para extraer en la declaración de Gabriel Maura, hijo del Presidente del Consejo, entonces “esperanza” política y “especialista” en “africanismo” una responsabilidad mayúscula para los gobernantes del Rey; claro es, incluido su propio padre.

Si desde 1904 empieza la “nueva etapa” de política africana, si como ya se sabe, una intervención en Marruecos, grande o chica, se nos imponía, intervención realizada en 1909, preguntamos:

¿No fue suficiente un quinquenio para prepararla política y militarmente logrando evitar el primer desastre?.

De que la intervención jamás fue preparada no hay duda. No es testimonio de ninguno de los muchos que después de oponerse por todos los medios a facilitar los necesarios recursos, cuando llegaban los desastres, atacaban furiosos a los Gobiernos. No: el cargo de impreparación lo hace un hijo del Presidente del Consejo que más tiempo ha gobernado durante el quinquenio 1904-1909; de Gabriel Maura:

“Tampoco nuestro Ejército estaba por entonces adiestrado para luchar en anfractuosidades montañosas con harcas rifeñas. Faltaba a Generales y Jefes hasta el rudimentario conocimiento de las modalidades de esa guerra particularísima, que no habían ellos podido adquirir en Cuba ni en Filipinas, frente a enemigo tan diferente del bereber como el mambís y el tagalo. Ellos y sus Oficiales adolecieron de exceso de arrojo, que faltó en absoluto a los soldados bisoños, y todavía más, a los reservistas incorporados con estimación deplorable a causa de que la aversión del país al servicio en filas no había permitido aún modificar en ese respecto la vigente Ley de Reclutamiento y Reemplazo del Ejército.

Menudearon durante aquella breve campaña inicial las sorpresas o emboscadas que preparó el enemigo; los avances inconsiderados por iniciativa individual y las todavía más costosas retiradas de nuestras tropas.”

Esta forma de hablar es típica en todos los políticos, incluidos los más “conservadores”. La falta de preparación bélica está declarada en el párrafo, pero, ¿a quién la atribuye? Naturalmente, sólo a los militares profesionales. El haber tenido que movilizar a los reservistas desde el primer día para enviar un exiguo contingente, también es culpa de los militares. Verse obligados los mandos a enviar a la línea de fuego, desde el muelle, a soldados mareados y sin comer bocado, que no habían disparado un fusil en su vida, también fue culpa de los militares. Llevarlos a servir de blanco vestidos de ídem, también culpa de los militares. Que los cañones fueron pocos, viejos y averiables —los de tiro rápido fueron adquiridos, muy pocos, después del primer desastre—, también culpa de los militares.

Volveremos sobre el tema. Volvamos al orden cronológico.

El 31 de marzo se celebran conferencias entre Eduardo VII y Alfonso XIII en San Sebastián y Biarritz. Misterio, con extrañeza de todo el mundo. ¿No tratarían de Marruecos?

Pero a nadie le importó. Lo único de monta era la furiosa campaña anticlerical, cuyas manifestaciones, mítines y discursos llenaban y atronaban toda España.

Es digno de anotar algo no dicho en debido lugar. El Bloque izquierdista liberal-republicano-socialista-anarquista, tenia por Jefe de acción a aquel gran masón que se llamó Miguel Moya, ¿no os suena, lectores, su nombre? Por ahí lo tenéis en lápida en una esquina de la Gran Vía madrileña.

El día 11 de mayo se entera España del fracaso de unas negociaciones que sostenía una Embajada española con el Sultán en Fez. ¿Se podía y se debía prever la intervención desde antes de mayo?

La cuestión de Marruecos toma actualidad. El 12, Maura, en el Senado, asume la responsabilidad de las determinaciones y dice que pondrá toda su voluntad para defender nuestros intereses en Marruecos.

Como prólogo de la declaración de Maura, el 8 de marzo, dos meses antes, el Rey había visitado Ceuta. El significado de la presencia regia en su vieja posesión africana era perfectamente claro en lenguaje diplomático: la defensa de nuestros derechos estratégicos y la oposición a la presencia de cualquier potencia en la margen africana del Estrecho quedaba refrendada, nada menos, que con la presencia física del Monarca, encarnación de la Patria.

Y, a efectos polémicos, ¿tuvieron tiempo los políticos para preparar la intervención desde que la decidieron hasta que la realizaron? Fechas cantan. 

Más aún. El discurso de Maura no es espontáneo; habla por haber trascendido a políticos y Prensa la cuestión marroquí. Villanueva, el día precedente, vuelve a insistir en el Congreso, precisamente para defender “patrióticamente” la posición del Sultán y para deslizar que otras naciones podían tener interés en fomentar la anarquía en el Imperio marroquí, buena coartada la brindada por el diputado liberal a los agresores.

Las noticias del día daban como cosa decidida la celebración de grandes maniobras militares en el contorno de nuestras plazas de Soberanía.

EL 13, Muley Halid hace unas declaraciones a The Times, reivindicando su Soberanía total y el aplazamiento decidido por él de la aplicación del artículo 60 del Acta de Algeciras, referente a la autorización para que los europeos puedan adquirir terrenos próximos a las costas. Es la respuesta del Sultán a los propósitos de intervención.

El 19 de mayo. El Profesor de la Escuela Moderna Odón de Buen, el íntimo del que sería inspirador y Jefe de la Semana Trágica, explana una interpelación en el Congreso, ¿para oponerse? No; en absoluto, no; para propugnar la intervención:

Zelúan debe ser ocupado por gente afecta a España. Hay que seguir, como Francia, una política mixta, militar y comercial, h­ciendo que nuestros Oficiales sean verdaderos agentes comerciales.”

El Ministro de Estado responde a De Buen, y declara:

"El Gobierno español no se ha de separar nunca de una política que tiene por base compromisos contraídos con otras potencias.”

Esto está bien claro.

Lo que no lo está de ningún modo es la posición del anarco-masón De Buen, propugnando la intervención en Marruecos. Ignoramos si es atribuir demasiado sutileza a la maniobra masónica el ver en la declaración del portavoz masónico una incitación al Gobierno para que lleve a cabo la intervención, constándole a la Masonería que es la guerra, guerra que le servirá de pretexto para incendiar a España con la revolución. Es la única explicación posible para esa flagrante contradicción del portavoz masónico, dado que la Masonería y sus partidos políticos eran opuestos a las que llamaban aventuras guerreras y que, por “aventurero”, atacaron siempre al Rey.

Que sepamos, nadie se ha detenido a examinar esta extraña y paradójica intervención del anarco-masón De Buen, que, sin duda, significaría para Maura que hasta la extrema izquierda secundaba “patrióticamente” su empresa marroquí. Tal creencia, sugerida por la interpelación del masón De Buen, podría explicar toda la imprevisión gubernamental que posibilitó la revolución barcelonesa.

Complacidos, registramos una excepción; la del Diputado señor Gullón —que no llegaría jamás a Ministro—, cuando a continuación dijo:

“Sin que la situación sea grave —añadió—, es preciso que el país se percate de que hace falta tener buenos elementos de seguridad, y que no se debe regatear nada en tal sentido, pues hay que estar preparados, y bien preparados, para muchas eventualidades. Hace falta mucho Ejército, mucha Marina y mucha previsión, aun­que sólo sea como preparación para lo que en el porvenir pueda ocurrir.”

Esto era patriotismo y poner el dedo en la llaga; claro es, sin éxito alguno, aun cuando los próximos desastres le dieran totalmente la razón.

Secunda la posición de Gullón el Diputado Moréu.

El 24, nueva respuesta de Allendesalazar, Ministro de Estado, asegurando que “no hay motivo de alarma”. Esto lo decía a cuarenta y cinco días de producirse la agresión.

El debate sobre Marruecos se prolonga, interviniendo varios oradores.

La, Correspondencia de España denuncia “patrióticamente” lo que se prepara en Marruecos, cuando en todas partes ello es el rumor corriente.

Juan de Aragón, seudónimo del Director del periódico, escribe un artículo, del cual son estos párrafos:

“Creíamos, creemos y creeremos que para Marruecos no debemos gastar ni una peseta, ni aventurar un hombre, porque en Marruecos, ni aun gastando muchos millones, ni aun regándolo con arroyos de sangre, podremos encontrar beneficio alguno para España, y, en cambio, podríamos encontrar nuestra ruina. Francia, con ser Francia, ha gastado una enormidad de millones en la campaña de Casablanca, y ¿para qué? Pues para que Muley Hafid haya hecho con M. Regnault poco más o menos lo que hizo con Merry del Val. Antes lo decía, y lo repito. Antes iremos a predicar la sedición que a participar de la complicidad, si algún iluso pretendiese meter a España en aventuras donde nada se puede ganar y mucho se puede perder.”

Al día siguiente, el 9, se reúne Consejo de Estado y aprueba un crédito extraordinario de 3.281.408 pesetas para gastos militares. Todos saben que se trata de un crédito para la acción militar en Marruecos.

Asistieron al Consejo: Maura, marqués de Pidal, Canalejas, Dato, Sánchez de Toca. Sánchez Román, Gasset, Polavieja, Salvador (Amós), García Alix, Aguilera, Santos Guzmán y Domínguez Pascal, las planas mayores de los partidos liberal y conservador.

Los liberales, “patrióticamente”, votan contra la concesión del crédito. Los liberales votantes fueron: Canalejas, Salvador (Amós), Gasset, Aguilera y Sánchez Román. (¿Hay alguno que no fuera masón? Creemos que no. Esto debió de abrir los ojos a Maura y hacerle ver que la masonería “tomaba posiciones” para explotarlas en el futuro.)

Este crédito, aun siendo tan modesto, alarmó a la opinión, gracias a haber sido explotado políticamente.

Moret, el h. Cóbden, fue el primero, y aquel mismo día, después de aprobar el voto desfavorable de los ex ministros liberales, añadió:

“El Gobierno, en efecto, parece que se propone reforzar ampliamente las guarniciones españolas de Ceuta y Melilla, con objeto, sin duda, de dar a los moros una idea más elevadas y completa de nuestro poder militar que la que puedan tener en la actualidad, adquirida en los sucesos y en los combates de Casablanca. Pero eso tiene un gravísimo peligro. Lo que no se hizo entonces quiere hacerse ahora, seguramente en mucho peores condiciones. Nosotros ocupamos unos terrenos, chicos o grandes, pero en realidad de noca importancia, cuya evacuación pide, con arreglo al Tratado de Algeciras, el sultán de Marruecos. En lugar de haber contestado a esta indicación con habilidad diplomática, con excepción dilatoria, se ha replicado con altanería y malas formas, diciendo el enviado español que de eso no había nada que tratar, porqué no tenía instrucciones. Pues las consecuencias de esta conducta pueden ser peligrosas. Nosotros, para dar idea de nuestra fuerza, para hacer ver que estamos preparados a todo evento, aumentamos nuestras fuerzas en Marruecos.

El sultán pedirá la evacuación de los territorios que allí ocupamos, y si no accedemos a sus peticiones, los moros tirotearán a nuestros soldados, y como no hay fuerza militar que se deje agredir impunemente, a los fusiles moros contestarán los mausers españoles, y esto es la guerra, una guerra difícil, costosa y sin gloria, que nos llevará al Riff, donde los soldados no tendrán ni agua para beber. No —añadió con patriótico acento el señor Moret—; eso no puede ser; esa política me parece una locura altamente censurable; el partido liberal la condena, y protestando de ella, quedará siempre en disposición, si el Gobierno, en su ceguedad, nos Conduce a tal aven­tura, de remediarla con una paz honrosa para España.”

Después censuró también el procedimiento del Gobierno de pedir el crédito al Consejo de Estado cuando acababan de cerrarse las Cortes, y terminó diciendo:

“De todo lo cual se deduce que la posición del señor Maura es menos segura de lo que generalmente se cree, y que en octubre, cuando las Cortes se reúnan, habrá que exigirle grandes y profundas responsabilidades.”

Aquel nefasto masón que fue Moret, loro irresponsable de la masonería y su pelele siempre, da una preciosa muestra de “patriotismo”. Bien que se oponga, si supone tener motivos y razones, a la intervención; pero, si no la puede impedir —que no puede ni quiere, como luego se vio—, su deber, como jefe de la oposición monárquica, es el procurar la máxima preparación para la intervención, a fin de tratar de evitar el desastre. Pero no; su preocupación única es colocarse en la mejor posición posible para extraer en beneficio suyo y de su partido las consecuencias políticas. No es una vana deducción; es una realidad confirmada por su actitud en el debate parlamentario que acaba políticamente para siempre con Maura.

Otra confirmación inmediata. La Correspondencia de España, periódico liberal y “monárquico”, es eco aquel mismo día de Moret.

En los párrafos siguientes verán los lectores quiénes dieron argumentos y pretextos a los republicanos, socialistas , y anarquistas para lanzarse a derramar sangre:

“¿A qué vamos a Marruecos? ¿A defender intereses comerciales? Pues si eso se dice, eso es mentira. Y es mentira porque nosotros no tenemos comercio en el sentido de expansión. Contra un país es imposible luchar. Y España no quiere oir hablar de Marruecos. A excepción de media docena de caballeros políticos, de unos cuantos bolsistas de sube y baja y de otros cuantos pescadores de a río revuelto, nadie desea ni aventuras, ni provocaciones, ni ocupaciones innecesarias, ni expediciones fuera de tiempo y de lugar. Por las trazas, se está haciendo todo lo posible para que nos agravien, para luego sacar el argumento del honor nacional y decirle al país que no hubo más remedio que defenderse. Y esto es necesario destruirlo porque es mentira. Así, en redondo: mentira; porque ni los rifeños ni el sultán quieren guerra con España. Lo que sucede es que se está buscando el pretexto y que no se encuentra. No lo olviden los Gobiernos que gobiernan y los Reyes que reinan. Mil veces más peligroso que no ir a Marruecos será el ir. Maura dijo un día que el proyecto de Asociaciones era la guerra civil. Yo le digo que el ir a Marruecos es la revolución. Y al decírselo sirvo a la Patria mucho mejor que haciendo creer al Rey y a la Patria que el ir a Marruecos conviene a la Nación y a la Monarquía.”

¿Quién dio argumentos y pretextos a Ferrer, al anarquista dinamitero, sino los “patriotas” y “monárquicos” llamados “liberales”, dueños “turnantes” del Estado monárquico..., y nos preguntamos: ¿Cómo con tales hombres dentro del Estado no perdió don Alfonso mucho antes la Corona?

El Gobierno de Maura se ve obligado a dar una nota. En su altura “mayestática”, cuando ya se hace apelación al pueblo y a la Revolución, sólo se le ocurre formular una nota para “diplomáticos”; nada de dirigirse al corazón popular, al patriotismo vivo del español, hablándole de lo que en Marruecos se jugaba España dentro de la maraña de los imperialismos europeos: su potencia estratégica, su independencia nacional, en consecuencia. Algo tan sagrado y decisivo que, si la bandera del Sultán se arriaba, sólo la española debía ondear..., so pena de ser “emparedados” en Norte y Sur por Francia, convirtiéndonos en el feudo que fue incapaz Napoleón de hacer de nuestra Patria.

Maura, relapso siempre en el pecado de “distancia” con el pueblo, no apeló al patriotismo nacional, y de su pecado fue castigo su muerte política.

Su “nota” no dijo al espíritu español nada, en absoluto nada; y frente a la empresa marroquí nuestro pueblo quedó a merced de la demagogia masónico-anárquica. La sangrienta consecuencia bien pronto la sufrió España.

La mayoría de los políticos, abundando en argumentos materiales, industriales y económicos, y ninguno en los altos intereses patrióticos en juego, se mostraron contrarios a la acción en Marruecos.

Y su eco, la prensa popular y populachera, tomó la misma posición. 

La Juventud Socialista Madrileña lanza un manifiesto contra la guerra. Sus argumentos son un calco de lo dicho por la “monárquica” y “liberal” Correspondencia de España.

Sin aquel pretexto de la guerra de Marruecos y sin el motivo del desastre militar por impreparación gubernamental, véase de lo que eran capaces los anarquistas indígenas. He aquí la estadística de dos  años de terrorismo dinamitero en Barcelona. 

Desde marzo de 1907 hasta 1909 habían estallado en Barcelona todas estas bombas:

Marzo, 10 (1907).—Puerta Ferrisa: una; encontrada.

Plaza Buen Suceso: una; estalló.

Calle Canuda: una; estalló (un herido).

Abril, 7.—Salón de San Juan: una; estalló.

Abril, 8.—Salón de San Juan: una; estalló.

Calle de la Boquería, número 26: una; estalló (cuatro heridos, dos graves).

Noviembre, 11.—Acequia Condal: diez; hallazgo de diez bombas Orsini, nuevas.

Diciembre, 23.—Boquería, número 21: una (cinco heridos); estalló en el cuartelillo de San Felipe Neri.

Calle del Hospital, número 63: una; estalló (un herido).

Calle de San Pablo, número 40: una; estalló (dos muertos y un herido).

Febrero, 17 (1908).—Calle San Ramón, número 2: una; estalló.

Peu de la Creu, número 9: una (un muerto).

Febrero, 24.—Calle Corders, número 3: una; estalló.

Marzo, 11.—Muelle de Barcelona: dos; estallaron.

Mayo, 12.—Muelle de la Paz: una; estalló en el carro blindado.

Marzo, 15.—Plaza de la Boquería: dos; una estalló (un muerto y cinco heridos).

Abril, 12.—Rambla de Santa Mónica: una; encontrada y arrojada al mar.

Abril, 28.—Vista Alegre: una; petardo que hirió a tres niños.

Junio, 27.—Plaza de la Boquería: una; estalló.

Urinario de la Rambla de las Flores: una (un muerto). .

Agosto, 8.—Vapor “Golondrina”: una (tres heridos).

Octubre, 25.—Una; estalló en las inmediaciones de la plaza de Toros.

Octubre, 28.—Calle del Coll: una; era de artillería, y el pepinillo subió por encima de las casas y cayó en la calle de Fernando.

En diciembre, no recordamos la fecha, otra en el Paralelo, en un banco. Era de inversión, y no causó víctimas.

Abril, 7 (1909).—Calle de la Boquería: una (causó cuatro heridos).

Abril, 8.—Calle de San Pablo (parte Rita): una (sin desgracias).

Abril, 11.—Calle de Aldana: una (sin desgracias).

Abril, 12.—Calle de San Pablo: una (sin desgracias).

Junio, 28.—Teatros Principal y Soriano: dos.

Total, 31 aparatos explosivos; número que se eleva a 41 si contamos las 10 bombas Orsini encontradas el día 11 de noviembre en la Acequia Condal.

Estos aparatos destructores causaron cinco muertos y veintisiete heridos.

Después del terrorífico inciso, volvamos a la cuestión de Marruecos.

Dos días antes de la agresión llegan estas noticias de Melilla:

“Sigue siendo tirante la situación. En una Junta magna celebrada en Nador, aparecieron divididas las opiniones, como siempre. Los intransigentes escribieron muchas cartas pidiendo contingentes a las cabilas. Para conseguir su objeto tropiezan con diferentes clases de resistencia, que oponen quienes no desean nuevas luchas. Vienen observándose síntomas alarmantes y hasta en los rifeños que trabajan en las obras de las minas y ganan jornal en ellas.

Los que dirigen los trabajos de reconstrucción de las líneas férreas mineras tienen que pagar diariamente sus jornales a los moros que trabajan. Estos quieren así estar seguros de poder, sin daño para su ganancia, interrumpir su labor cuando les parezca. Estos obreros rifeños dicen que no podrán seguir trabajando si no se ocupa militarmente por las tropas españolas los montes Atalayón y Nador. Entretanto se aprovechan de las circunstancias y quebrantan la disciplina propia del trabajo. Apenas un capataz les reprende, le increpan y le amenazan. La situación es, por lo tanto, muy crítica y difícil.”

LA AGRESION

Los presagios y síntomas tuvieron realidad a las ocho de la mañana del día 9 de julio de 1909.

Acababan de llegar a su tajo los indefensos obreros españoles, para reparar la vía del ferrocarril minero, cuando de repente fueron agredidos por una gran masa de moros que los esperaban emboscados.

El General Marina, Comandante Militar de Melilla, salió al frente de una pequeña columna, chocando inmediatamente con gran cantidad de moros que hacían fuego pegados al terreno y parapetados tras las rocas y rugosidades de aquel terreno tan propicio a ello. Las fuerzas, muy escasas en verdad, sufriendo un intenso fuego del enemigo invisible; pero pudieron tomar algunas posiciones, quedando en posesión de ellas.

Pérdidas: cuatro obreros muertos y uno herido; militares, un Oficial muerto y cuatro heridos; cuatro muertos y 22 heridos de tropa. Datos del parte oficial; luego se diría que las bajas fueron muchas más.

La “previsión” de Maura para la prevista, decidida y conocida Intervención fue dotar a Melilla y su perímetro de 6.451 hombres de todas las armas. Un técnico militar, conocedor de la plaza y de la organización normal de las fuerzas, deducirá inmediatamente cuál podía ser el número de hombres que se podían destinar a operar. Si descontamos los servicios auxiliares, Intendencia, oficinas y guarniciones de los fuertes, enfermos y permisos, no serían muchos más de 3.000 hombres los que podrían ser lanzados al campo en acción ofensiva.

El plan debía estar diseñado hacía tiempo, pues la guarnición había sido reforzada con bastante anticipación. Debía conocerlo el Gobierno y hubo de aprobarlo. Nos parece una insigne torpeza y una temeridad que aprobase la salida de tan ínfimas fuerzas para realizar un movimiento de ofensiva. Las fuerzas del campo de Melilla, por su número y potencia de armamento, sólo eran estrictamente suficientes para guarnecer y defender el perímetro jalonado por los fuertes.

Así se confirmó cuando ya era tarde; cuando las fuerzas moras se “comían” las posiciones establecidas el primer día, que se sostenían por prodigios de Valor de sus exiguas guarniciones.

Aquel mismo día 9 se cursó la orden a la guarnición de Barcelona para el embarque de una brigada mixta, de todas las armas.

El error de hacer salir estas fuerzas de Barcelona, algo no necesario en la ocasión, ya veremos lo que costó.

El día 11 se publica un Decreto autorizando al Ministro de la Guerra para movilizar los reservistas que considerase precisos.

Los lectores con ciertos conocimientos miliares habrán de preguntarse con razón: ¿Era preciso apelar a las reservas, con su nefasta consecuencia revolucionaria, para enviar a Melilla unos contingentes limitados? A las reservas debe apelarse cuando es previsible que no han de bastar las tropas en activo sobre las armas en el frente, y, en todo caso, las tropas de la reserva movilizadas deben cubrir los huecos en las guarniciones; jamás deben ser enviadas a combatir cuando existen gran cantidad de unidades de activo sin luchar y, menos aún, han de ser lanzadas al combate “a medio vestir”, como hizo el Gobierno de Maura en julio de 1909.

La razón de aquel enorme desatino fue meramente burocrática. El Gobierno ni debió y, menos aún, supo medir sus consecuencias.

La revolución, seamos exactos, estalló y alcanzó tanto apogeo no sólo por la potencia de sus fuerzas específicas ni por el coraje de sus dirigentes, sino por haberle facilitado el Gobierno auténticos motivos populares y haber convertido en revolucionarios á millares y millares de familias con aquella injusta y nefasta movilización de reservistas.

Además, como se ha visto, la torpeza bate su récord eligiendo a Barcelona para que mande a Melilla los primeros reservistas. Así, el Gobierno de Maura provocaba el estallido revolucionario en el sitio donde clásicamente poseía más tensión y, a la vez, con crasa estupidez, enviando unidades de la guarnición barcelonesa, debilitaba las fuerzas miliares llamadas a enfrentarse con la rebelión. Si Ferrer hubiera sido llamado para dar consejo a Maura, no hubiera podido aconsejar nada más favorable para el triunfo de su plan revolucionario.

Nos detenemos algo más en esta culpabilidad de Maura, porque nadie lo atacó cual merecía en este terreno, donde patrióticamente era atacable únicamente.

Y terminamos con estas interrogaciones:

¿Existió alguna razón para movilizar el primer día reservistas? ¿Hubo algún motivo para enviar las primeras unidades de la guarnición de Barcelona?

Respondamos a la primera pregunta. El sistema de movilización vigente, anticuado y, desde luego, inadecuada para una expedición de tipo colonial, prescribía que toda unidad movilizada, para alcanzar sus efectivos de campaña, llamaría la necesaria cantidad de reservistas afectos a la misma, que eran cuantos habían prestado servicio activo en tal unidad. Así, debían ser enviados a Melilla reservistas licenciados hacía cinco años, casados y con la escasa instrucción recibida olvidada, en tanto que continuaba en los cuarteles y en sus casas un millón dé hombres más jóvenes, solteros y con instrucción militar más reciente.

No hablamos de memoria; podemos citar un ejemplo bien elocuente: El Batallón de Cazadores de Madrid debió completar su efectivo al ser destinado a Melilla; el propio era de 850 hombres.

Pero, al ser designado, sólo tenía en filas 250 hombres (¡qué previsión gubernamental!), procedentes 150 del reemplazo de 1908 y 75 del de 1907; por lo tanto, debió llamar a 625 hombres más, y para reunirlos tuvo que hacerles presentarse; Primero, a 180 con licencia ilimitada; segundo, 200 del reemplazo de 1905; tercero, 195 del de 1904, y cuarto, 48 del de 1903.

No busquen los lectores disculpa legal para el Gobierno de Maura basándose en el plan de movilización vigente, porque lo modificable por potestad gubernamental no es nunca eximente de culpabilidad.

Pero, además, aun incurriendo en el absurdo de considerar “sagrado” el plan de movilización aquel Gobierno, él no tenía necesidad de apelar a los reservistas ni de embarcar unidades de la guarnición de Barcelona.

Antes que el General Linares, fue Ministro de la Guerra el primer Marqués de Estella. Y he aquí lo declarado por él al periodista francés M. Masziéres, de Le Journal, que nadie ha rectificado hasta la fecha:

“La expedición (en previsión de los sucesos de Melilla) fue preparada; pero yo, por motivos políticos, hube de separarme, entonces del Gabinete Maura. Mi sucesor en el Ministerio de la Guerra fue el General Linares. Lo que yo había previsto llegó. El General Marina, necesitado de ellos, pidió refuerzos. Sabía el General Linares que los Cazadores de Gibraltar y la División Orozco, haciendo un efectivo total de 16.000 hombres, esperaban sólo la orden de embarque, para, en veinticuatro horas, poder estar en Melilla.

Rehusó emplear los 16.000 hombres que estaban preparados, y fue, en cambio, a buscar lejos contingentes mal dispuestos. Pidió a Cataluña tropas para enviarlas a Marruecos, decisión en extremo desgraciada por dos razones: por la imprudencia de disminuir la guarnición de una provincia que es el centro de la anarquía española y porque las tropas de Cataluña, no teniendo sus efectivos completos, a causa del licenciamiento anticipado, necesitaban, antes de ser transportadas al terreno de la guerra, completar el efectivo bajo sus banderas con gentes que podían creerse libres de toda obligación militar, y cuya mayoría habían contraído matrimonio.

¡Cuántas desventuras hubiéranse evitado utilizando en seguida este pequeño ejército, en vez de llamar a los contingentes de Cataluña.”

La responsabilidad del Ministro de Maura es abrumadora.

Reconocemos la necesidad patriótica de la intervención en Marruecos decidida por Maura, dada la situación internacional en torno al problema. Su designio fue patriótico y una vil traición la de cuantos a ello se opusieron.

Ahora bien, reconocido algo tan importante y honroso para Maura, sus groseros errores de ejecución lo descalifican como estadista y como talento político en el arte de gobernar. El gobernar no es hablar con oratoria deslumbrante, no es tan sólo valor, sinceridad y honradez —todo eso, nada menos, reconocemos en Maura—, el gobernar es un arte, y Maura careció siempre de él. Falló en el arte de gobernar en cuanto se vio frente al primer problema práctico, real, insoluble por medios oratorios o gallardías personales y falló frente a la revolución, tampoco aplacable con tropos verbales, y no sólo fracasó por imprevisión en la guerra y la revolución, sino que, al deber hacerles frente, objetivamente, prestó motivos y fuerzas de que el enemigo carecía. Y ni siquiera supo —y culpa fue su despectivo distanciamiento de las masas—movilizar contra la traición interior e internacional el patriotismo español, al cual, por tan auténtico motivo, jamás apeló en vano ningún estadista español.

Es de nuestro último Rey de quien esta obra se ocupa esencialmente, y, por ello, no podemos impedir que salte a la página esta reflexión :

Si el mejor gobernante del Monarca fue Maura —el autor así lo cree—y padecía de tan tremendos defectos, ¿cómo pudo Alfonso XIII permanecer en el Trono durante tantos años? Parece milagro. 

 SEMANA TRAGICA

En el principio está la idea; esa idea hija del pensamiento que no delinque, según doctrina “sacrosanta” de Maura. La idea que germina en los cerebros terroristas de la Semana trágica no ha nacido en ignorados cubiles anárquicos, ni siquiera en los republicanos. Nace en los cerebros de los dirigentes liberales y es su Prensa quien la siembra.

Ya hemos traído a estas páginas algo del anticlericalismo del Bloque liberal-republicano-socialista; y como chispas arrojadas en la pólvora terrorista de la Semana trágica serán lanzadas las ideas anticlericales en los mítines por los Jefes liberales y monárquicos.

“La reacción ha establecido su campamento en el Gobierno y ha penetrado en el santuario de la conciencia”, decía en Pamplona, el 29 de noviembre de 1908, el señor Rodríguez de la Borbolla. “Hoy nos invade la hueste negra por todas partes: antes había una mano muerta, española y castiza, que bendecía y socorría; ahora existe una mano muerta extranjera, altiva, que quiere transformarnos en una colonia de explotados”, decía el señor Canalejas en Logroño el 6 de diciembre. “La sobreproducción más endeble se titula en Francia artículos para España y Marruecos; la de frailes ni siquiera ha podido colocarse en Marruecos, ha sido colocada toda en España, que parece la zona neutral entre África y Europa”, decía el señor Gasset en Huelva el 20 de diciembre. “España es un remedo del Paraguay, un Estado pontificio, una colonia religiosa de El Vaticano, una vergüenza del mundo”, decía el señor Alba en Granada, también en 20 de diciembre. 

Pasemos a la campaña para oponerse a la acción en Marruecos: El Diario Universal, órgano de Romanones, el que tiene sus intereses mineros en el Riff, tiene el impudor de decir lo siguiente:

"¿Vamos a echar por tierra y a destruir en un momento la obra de consolidación del crédito nacional, que a tanta costa hemos elaborado? Ya lo decía ayer el ilustre Jefe del Partido Liberal, señor Moret, expresando su disconformidad con la política, que juzga peligrosa, de llevar a España a una acción militar cuando no ocurre nada que la justifique.

Hay, pues, que meditar hondamente antes de comprometernos en aventuras que tienen luego difícil solución; piénsese en los gastos de las guerras desarrolladas en África, y manténgase con energía la posición política que conviene a España para no perder la paz, que tanto necesita. .

Si ocurriera algo —dijo el Jefe de los liberales— que exigiera una acción militar, ningún español negaría al Gobierno los medios de ejecutar lo que en tal caso sería obligación fatal e inaplazable. Pero nada ocurre que permita establecer aquella suposición, y a nosotros nos importa que conste nuestra disconformidad con una política que juzgamos peligrosa.” ¡Coartada!

Canalejas, en El Heraldo del 8 de julio, dijo:

“Las medidas adoptadas por Maura son un verdadero e inexplicable exceso de previsión.”

El Liberal del 12 de julio:

“Tal se encuentra la opinión, aleccionada por las cosas de mar y tierra, agenciadas en los últimos tiempos, qué cuanto se haga prematuramente le parecerá cuestión de contratas, en vez de parecerle cuestión de patriotismo.”

Otro “prestigio” liberal-monárquico, Jenaro Alas, reforzaba los tiros así:

“En resumen, el buen sentido confía en que no habrá expedición en regla a Melilla y Ceuta; en que el Gobierno no pedirá más crédito que el de los tres millones y medio que ha obtenido y gastado. Si esto no se realiza, el buen sentido tendrá que reconocer que el Gobierno no obra libremente; y como es absurda la hipótesis de que los armamentos innecesarios, y aun peligrosos, nos los imponga Francia, queda la sospecha lamentable de que dentro de casa haya elementos tan poco patrióticos que impongan al país gastos y peligros.”

El Liberal del 10, al día siguiente de la agresión:

“Ahora solamente ha causado un gran dolor la pérdida de esos pobres millares y paisanos que, no en aras de la Patria, sino en defensa de equívocos intereses industriales, han sacrificado la vida. Lo único que está en pleito es el lucro de algunas compañías medio Francesas y medio españolas que piden vara su laboreo la protección de nuestras armas. Compañías de las cuales bien se puede decir que, en la parte que nos toca, juegan de palabra, pues el capital mayor que han invertido consiste en algunos nombres retumbantes, cuyos dueños gustan poco de aportar valeres efectivos, y en la esperanza de que las auxilie con pingües subvenciones el Gobierno.”

Y después de tales premisas, pedía un nuevo bloque de la izquierdas para oponerse a la guerra, continuando así:

“En cambio, la nación sabe cuál es su voluntad, y la ejercerá sin vacilación alguna, a fin de impedir la guerra.

A la primera llamada de los partidos democráticos y de las agrupaciones socialistas, ciudades, villas y aldeas se levantarán a una a protestar contra los intentos bélicos.

Esa protesta será secundada por las clases mercantiles, por las clases neutras y hasta por las clases conservadoras.

¿Lo duda alguien? Pues a la prueba, que se hará inmediatamente, nos remitimos.

Sépalo el Gobierno y sépanlo todos. Para lanzarse a una guerra no bastan Ejércitos disciplinados, aguerridos y suficientemente provistos de municiones, bastimentos y pertrechos de campaña. Se necesita que haya detrás un pueblo que los anime, que los confort, que los empuje. Ahora no lo hay.”

El Imparcial y El Heraldo adoptan otra táctica, la de alarmar a las gentes, exagerando las pérdidas y peligros de la empresa marroquí.

Como hemos visto, el motivar la campaña en sucios intereses económicos es un argumento usado por la Prensa del Partido Liberal, cuyo argumento, ensamblado con la calumnia de ligar a los negocios marroquíes a personalidades católicas y órdenes religiosas ha de ser lo más decisivo para poner en manos de las masas las sacrílegas teas incendiarias.

Antes de pasar más adelante, veamos lo que de cierto hay en la odiosa campaña:

Salvador Canals, político, monárquico, patriota y serio, nos dirá:

“El Roghi vendió las minas de hierro de la provincia de Guelaya al Sindicato Español de Minas del Riff y a una compañía francesa, titulada Norte-Africana, y domiciliada en España, las de plomo, llamadas del Afra. Componían el Sindicato Español la Casa Figueroa, de Madrid; la Casa Güell, de Barcelona, un grupo de Capitalistas madrileños, llamado de “Clemente Fernández”, y un agente de negocios de Cádiz, muy conocido, el señor Macpherson, y que fue el principal gestor del negocio. El señor Villanueva, ex Ministro liberal, presidía el Consejo de Administración de esa compañía. La Norte-Africana, formada con capital francés, tenía un Consejo de Administración, presidido por el ex Ministro conservador señor García Alix”.

Y el propio escritor añade:

“He aquí cómo ha referido el señor Conde de Romanones, de la Casa Figueroa, la formación de la compañía española:

“Hace algún tiempo se me presentó un ingeniero francés pidiéndome una carta de presentación para el General Marina. Era este favor insignificante y lo concedí gustoso. Marchó a Melilla, y a poco me escribían de allí noticiándome haberse presentado como mensajero mío y encargado de mis negocios. Supe también que iba para ciertos negocios mineros, y entonces se me ocurrió que era empeño patriótico no dejar en manos extranjeras lo que para España podía ser imponderable elemento de riqueza.

Envié a Melilla, Tetuán, Ceuta y sus aledaños a dos ingenieros amigos míos. Fruto de su viaje fue una Memoria, donde se puntualizaba la esplendidez de los colosales tesoros mineros de aquellas comarcas, y muy singularmente de las de Benibulfrur. Calcule usted. Montañas enormes de mineral riquísimo, tanto, que da un rendimiento de 75 por 100 del peso bruto, cuando el del Bilbao no llega al 50. Tierras de aluvión al pie de esas montañas, donde la labor de siglos ha ido llevando mineral hasta el punto de dar un rendimiento de 45 por 100. Y todo ello a las puertas de Melilla, costando una peseta el acarreo de la tonelada de mineral, en tanto que cuesta el transporte del de Calasparra y otros puntos a la costa nueve pesetas.

Mi sangre de minero —toda mi familia se ha dedicado a la minería; yo soy el único político de ella— se inflamó ante aquel inmenso tesoro. Pensé en los beneficios que reportaría a mí Patria la explotación de las minas, y como entonces se hablaba mucho de “penetración”, pensé en hacerla. Unido a Güell, Macpherson y Clemente Fernández, constituimos nuestra sociedad con un capital efectivo de dos millones”.

Como vemos, el principal es Romanones; está implicado Villanueva, y los dos son Ministros liberales. Hay un “conservador” como Presidente del Consejo de Administración de la Norte-Africana (francesa por su capital), pero es García Alix, aquel célebre Vicepresidente del Congreso que en 1899 dio aquellos dos descarados “pucherazos” en las votaciones para que pudiera ser Diputado Miguel Morayta, Gran Maestre de la Masonería y traidor a España.

El cinismo de los liberales no tiene igual. Cuando, como veremos, los energúmenos calumnian a las órdenes religiosas y a personalidades católicas, mezclándolas en las empresas mineras marroquíes, Romanones, Villanueva y García Alix se callan... y, sin duda, tanto debe ser su poder, que no hay un solo diario capaz de dar a conocer la lista de los Consejos de Administración de las minas rifeñas y de sus principales accionistas.

La campaña se la dieron hecha a republicanos, socialista y anarquistas los liberales y su Prensa. Sin duda, un imperativo de conciencia les impulsó luego a la defensa de Ferrer y sus bandas de asesinos e incendiarios sacrílegos; porque les debía remorder el ver fusilados a los autores materiales, cuando ellos eran los cobardes autores morales...

Pasemos ahora a la campaña extremista: 

Nakens, el cómplice de Morral indultado por Maura, lanza en los últimos días de junio este llamamiento a toda la Prensa contra la campaña de Marruecos: 

“Bajo hemos caído —decía Nakens—, pero no tanto que hayamos quedado para polizontes de las potencias extranjeras. Es absurdo y criminal que fiara servir intereses industriales, que en su mayoría ni siquiera son nuestros, nos metamos de cabeza en el avispero marroquí a riesgo de que nos claven en el cuerpo y en el alma miles de envenenados aguijones.”

Y, pretendiendo comparar con lo hecho por Francia en Casablanca, añadía este aldabonazo en el corazón de la mujer:

“Pero nosotros somos pobres y además no contamos con tropas de ese jáez. En el Rif y en Andghera lucharían y morirían los hijos de las madres españolas. Y éstas han llorado ya bastante para que añadamos nuestras tribulaciones a las que sufrieron y abramos en sus corazones nuevas heridas, cuando aún no se curaron las de los años del desastre.”

El País, por su parte, daba, al adherirse, estas muestras elocuentes de “patriotismo”

“La Embalada marroquí será bien recibida en Madrid; no trae frailes ni vaticanistas: es una Embajada más decente que la nuestra. El peligro está en el Rif y depende no de los rifeños, sino de los mineros extranjeros y españoles que quieren convertir el honrado Ejército español en una guardia negra, en una gendarmería, en una especie de legión extranjera, en algo parecido a la tropa que tiene la Tabacalera y al Cuerpo de vigilantes de consumos.”

Dos Diputados republicanos, Nougues y Cervera, escribieron en España Nueva el 2 de julio:

“Yo tengo la franqueza de decir que no conozco Marruecos y que no sé si hay “problema marroquí”; creo que no. Que no es problema, sino una serie de axiomas los que deben determinar a los españoles, ya que no a su Gobierno, a obrar en este asunto. Es el primero el que todo español, según la Constitución, está obligado a defender a la Patria con las armas en la mano... y que por ahora no lo han hecho más que los que no han tenido 1.500 pesetas para redimirse del servicio activo, teniendo el honor de defender a España, hasta ahora, sólo los pobres. Consecuencia: Hasta que no tengan igual honor los ricos que los pobres y se obligue a aquéllos a ser tan españoles como a los primeros, no debemos meternos en aventuras guerreras, que lleven en sí tamaña desigualdad. Y, además, ¿qué vamos a buscar, nosotros en Marruecos? Territorios semisalvajes, sin fertilizar, en donde la inteligencia del hombre sabe convertirlos en productivos y fértiles vergeles. No salgamos de España para cumplir tal misión. No es en Marruecos en donde hemos de buscar porvenir, que nos presenta fácil esta rica Península Ibérica, sin más que dedicar a agricultura, obras públicas e instrucción lo que se llevan la Casa Real, el Clero, Comillas, la Escuadra, los monopolios y la plutocracia reinante."

El País, el día 9, a la misma hora que morían ya nuestros soldados en las faldas del Gurugú, decía: 

“La Embajada es oportuna y es interesante. Viene, además, obligada por la descortesía y la inepcia de nuestro malhadado representante. De este Embajador moro se ha dicho, sin razón, que era criado del personaje designado para la Embajada, muerto en Fez repentinamente. Del nuestro puede decirse que se ha portado como si fuera pinche de Embajada y diplomático de escalera abajo.

Si estos moros, Embajadores de Muley Hadif, traen deseos de paz, sepan que coinciden sus sentimientos con los del pueblo español, que es superior al Estado.

Los ceríferos, paniaguados y auxiliares de la compañía minera dirán que eso —organizarse ellos ejércitos para su defensa— resultará muy caro a los accionistas, y tendrán mucha razón, pero más cara para nosotros es la vida de un soldado español obligado a defender la causa de los verdugos del proletariado en Mieres, La Felguera, Bilbao, Puertollano, Almadén, El Terrible, Ríotinto. Somos partidarios de penetrar pacíficamente en Marruecos —lo hemos dicho mil veces— por medio del comercio, la moneda, la ciencia (pedagogía, medicina, ingenieros), la industria y la minería. El español que emplea su dinero o sus conocimientos en construir un ferrocarril, abrir o extender mercado, enseñar a ignorantes, curar enfermos, poner en explotación una mina, hace un bien a su nación y a la Humanidad, siempre que no saque de quicio la cuestión y convierta su negocio de Estado, haciendo con España un contrato leonino, mediante el cual la nación pondrá la vida de sus hijos predilectos en bien de las acciones de los que, a titulo de civilizados, llevan a Marruecos la guerra de clases, la explotación del hombre por el hombre, la sordidez, la ruindad y el feroz egoísmo de las minas peninsulares.

En último extremo, en suprema instancia, el Estado tiene el deber, que cumple muy mal por cierto, en la Península con los mineros explotados, robados y hasta asesinados por compañías nacionales y extranjeras, de garantizar la vida de los trabajadores en las minas del Rif. Pero entienda bien; si por esas minas surgiera una guerra, a ella irán, con, arreglo a la Ley de Reclutamiento, los hijos de los mineros trabajadores y los hijos de los contratistas, in­genieros y accionistas de, estas mismas minas.”

Y el mismo periódico, en el mismo día, podría excitar así a la rebelión:

“No estoy conforme, a fuerza de sufrir, injusticias y de verlas en tomo mío, con ninguna política de oposición que se base en la lucha dentro de la legalidad. Sobre que la Monarquía actual vino por la violencia, luchar dentro de las leyes actuales es lo mismo que pelear con un alfiler enfrente de un acorazado. Y eso, además del ridículo más grande, es la tontez más idiota.

¿Es honrado, es de hombres de corazón, es de hombres de valor, dejar las cosas así? ¿En qué nos diferenciamos, en cuánto a canallismo, de los que dirigen ahora? ¿Qué hacemos nosotros por evitar ese desorden, esa monstruosa injusticia legalizada? ¿Discursos, mítines, propaganda? ¿Propaganda de qué, si el 95 por 100 de los españoles están convencidos del desorden, por el hambre y por la incultura que padecen? No es serio, en la situación vergonzosa de España con relación a los demás países, esperar a que el monstruoso enemigo se convenza.

El no tiene corazón; es un monstruo repugnante, lleno del pus de los egoísmos. Echarle discursos, ponerle cifras o lágrimas por delante, es hablar a un sapo. Yo nunca me sumaré a ningún grupo que eche discursos a los sapos, mientras van pasando los siglos sangrientamente.

Eso es, para mi sentimentalidad, demasiado ridículo y demasiado trágico.”

El País continuó los días siguientes sin el menor obstáculo legal:

“Comillas es accionista de las minas del Rif, que necesitan de la acción miliar para que coticen bien sus acciones.”

Y el día 11, cuando apenas había comenzado la movilización, ya veía todo esto:

“Mas en lo presente, en lo que vemos y palpamos, sí vuelve el pasado. En Cádiz, en Barcelona, en Valencia, en Málaga, volverán a ver los trasatlánticos del Marqués de Comillas llenos de tropa. Buen negocio. Para esto no hay ayer, no hay hoy. Todo es oro y lo mismo; todo es ganancia. Ahora, como en 1893, y luego, desde 1895 a 1898, aparece en escena el reservista. Ya ha pasado por los andenes de las estaciones rodeado de la mujer joven que llora al ver interrumpida bruscamente la luna de miel. Ya han sorprendido los viajeros, asomados a la ventanilla de los trenes, el cuadro emocionante de “la otra vez”, el reservista trémulo, casi trágico, besando a sus chiquitines que lloran, le llaman, le abrazan y pugnan por retenerle con sus manitas.” 

Y el día 14 volvía a la carga:

“¿Y qué ganaremos’! ¿Que unos socios españoles exploten una mina y exporten mineral al extranjero, haciendo competencia a las minas españolas? Unos cuantos ricachos aumentarán su capital, los obreros trabajarán de mineros en el Rif, y a cambio de esto España no podrá atender a su cultura, a sus obras, a su industrialización, ni a fomentar su producción y reorganizar su hacienda, a fin de libertarse de la penetración pacífica del capital extranjero, dueños de minas, ferrocarriles, tranvías, industrias, saltos de agua, etc.”

Y el día 15 insistía:

“Esta campaña favorece a Comillas, vecino de Barcelona, a Güell, su pariente, prohombre catalán, y a algunos accionistas de minas. Basta con eso para que se olviden los solidarios de lo mucho, que han despotricado, no siempre sin razón, contra los periódicos de Madrid, contra la patriotería, la “Marcha de Cádiz” y el militarismo.”

Y el día 16 mostraba más a las Claras sus intenciones:

“Nos hemos apoderado de Cabo de Agua con el derecho de la fuerza; una compañía de traficantes ha comprado unas minas, sabe Alá, de qué chalanesco modo, a quienes no podían venderlas, y una agresión a la empresa y a los trabajadores nos sirve de pretexto para conquistar nuevas posiciones y proceder como invasores, apoderándonos de armas, bombardeando aduares, imponiendo nuestra voluntad. Está bien. Es la ley del más fuerte la que mantiene en poder de Inglaterra el Peñón de Gibraltar, robado a España, la que nos hizo firmar el tratado de París. ¿A quién engañamos con las paparruchas que defienden lo indefendible? Digamos la verdad, que él cañón sé impone en Marruecos como en España. Allí como aquí defiende al capitalismo, rey. de mundo civilizado, y seguirá imponiendo esas razones mientras el proletariado no se dignifique, no se limpie de su atávica propensión al servilismo, no se ilustre y se asocie, y con la asociación llegue a tener fuerza suficiente para discutir Con el cañón.”

Pablo Iglesias dijo en un mitin celebrado en el teatro Lux-Eden:

“No sería difícil ni extraordinario que algún reservista prefiriese apuñalar a un Ministro o a cualquier elevada personalidad, antes que ir a matar gentes que defienden a su patria con el mismo valor con que los españoles defendieron la suya en 1808. No son en este caso los moros, sino el Gobierno, los enemigos del pueblo español. Hay, pues, que combatir al Gobierno empleando todos los medios. En vez de tirar hacia abajo, los soldados deben tirar hacia arriba. Si es preciso, los obreros irán a la huelga general con todas sus consecuencias, sin acordarse de las represalias que el Gobierno podría emplear contra ellos.”

El 21 lanzaba esto El País a los soldados:

“Para que los accionistas logren dividendos a un capital nominal o efectivo, para que las acciones mineras lleguen a cotizarse con ventaja, se envía millares de proletarios al Rif, se arranca a los reservistas de sus tiernos hogares, se pone en peligro la vida de los niños, hasta la honra de las mujeres, se perturba y se disuelven familias, se castiga con la tristeza y la ansiedad a millares de madres, se arruina a la nación y se compromete el interés de la patria, porque una cuadrilla de capitalistas explote unas minas que no son del Estado, y que en estricta justicia y con arreglo al Convenio de Algeciras, no son tampoco de los que alegan propiedad sobre las mismas, compradas ilegalmente al Roghi.”

Y el 24, la antevíspera de los sucesos de Barcelona, ante el anuncio de nuevos trabajos contra la guerra, decía el mismo periódico:

·”Aplaudimos la iniciativa. En estos momentos críticos todos debemos iniciar, proponer, hacer. Nadie debe escudarse en la pasividad ajena para disculpar la propia. Acción, y audacia. Esas palabras deben considerarse como santo y seña. Mítines, manifestaciones, unión con el que piense lo mismo, aunque ayer estuviéramos separados, buen deseo, patriotismo, y ¡adelante! Nada de esperar consignas ni órdenes.”

Él diputado republicano Cervera:

“El país no se ha dado aún cuenta del desastre que se avecina con una guerra inicua, ruinosa, que puede ser el principio del fin de nuestra nacionalidad. Inicua, porque es injusta, porque no puede decir nadie qué razón legal la motiva. ¡Civilizar el Rif! ¡Pacificar aquel territorio! ¿Pero estamos nosotros europeizados?”

A Nougués, que se había dirigido a los diputados para pedir la convocatoria de las Cortes, respondieron, entre otros, los “solidarios” catalanes, “regionalistas” incluidos, así:

“Las operaciones militares que lleva a cabo el ejército español en el territorio del Rif constituyen de hecho una situación de guerra que no ha sido constitucionalmente declarada, y para la cual no ha votado recursos el Parlamento; lo que, unido a las condiciones en que se practica el reclutamiento de las tropas expedicionarias, ha conmovido hondamente el sentimiento popular, hasta el punto de que creemos que exigen la inmediata reunión de las Cortes, al objeto de que el Gobierno pueda dar al país las explicaciones debidas, y todas las representaciones parlamentarias, exponer su criterio ante tan graves acontecimientos.—Vallés y Ribot, Carner, Abadal, Corominas, Calvet, Rodes, Hurtado, Marial, Moles, Torres Sampol, Llari, Caballé, Salvatella, Miró, Maciá, Cruells, Odón de Buen, Bertrán y Serra, Ventosa, Sebastián, Torre Ríus, Jover, Fargell, Girona, Raventós.”

Pasemos a la preparación psicológica de Cataluña.

La inaugura un ex diputado, Roig y Bergadá, “monárquico”:

“¡El pueblo detendrá la guerra de Marruecos yendo a la revolución!”

Destaquemos algo de lo dicho por El Progreso en vísperas de la revolución.

Día 18:

“La única riqueza efectiva, real, no proveniente de diversidad de factores que la produzcan, son las minas ya en explotación por el “trust" que negocia con el Tesoro público, y cuya alma es el marqués de Comillas. Y este Tesoro y los que luego se descubran en el Rif ya se encargarán de hacerse, con ellos los plutócratas y agiotistas judíos y jesuitas en una pieza, que se sorben en subvenciones, concesiones y “trusts” el dinero que el Estado esquilma a los españoles.”

“Subsiste aún en nuestra alma el germen inquisitorial, y, desgraciadamente, no faltan frailes que se encargan de avivarlo, so pretexto del triunfo de la cruz sobre la media luna.”

“Maura, si fuera posible en estos tiempos, para ganar el. cielo, procedería, poco más o menos, como los Torquemada, Lerma, Juan de Rivera y demás acabadores de gente agarena.”

“No falta periódico que indique que el entusiasmo del pueblo saluda el embarque de las tropas y se inventan ovaciones que no han existido más que en la mente de serviles y cobardes.”

“LAS EX MADRES”

“Hemos recibido muchas cartas protestando de la conducta de algunas señoras que estos días se dedican en los muelles a repartir medallitas y escapularios a los soldados. Esta clase de protestas son inútiles. Los clericales no se resignan fácilmente a desperdiciar la ocasión de mostrarse crueles con la víctima. A la primera indicación hecha por la prensa deberían haber cesado. No lo han hecho. Les importa poco desafiar las iras de las madres que ven escarnecido su dolor por aquellas beatas. La alimaña clerical no abandona su presa ante ningún razonamiento. Siempre ha sido preciso apelar a medios extremos.”

“En el momento del embarque pasó por el paseo Nacional una mujer de regular edad accionando con ademanes descompuestos y gritando desaforadamente: ,

—“Ya podéis hacer meetings, que entre tanto se los llevan”.

Táctica de El Progreso era presentar a España entera ardiendo en indignación y a Melilla llena de cadáveres de soldados.

Véanse varios recortes de su número del 23: 

“Cada estación de embarque se convierte en un motín, y las vías férreas se yen alfombradas por cuerpos humanos, dispuestos a detener por tal medio lo que la plutocracia y el Gobierno han desencadenado.”

“Cunde por todas partes el descontento. En los hogares se maldice. En las calles se alzan los puños. En toda la nación se ha levantado indignado el espíritu nacional, que penosamente caminaba a su reconstitución reclamando imperiosamente su derecho a engrandecerse.” ’

“La censura es una torpe maniobra que excitará los ánimos al ver que se le dan por entregas las relaciones de muertos y heridos, cuyos nombres producirán en hogares españoles la consternación y el espanto desolador.”

“Como patriotas, lamentamos que se pongan tales trabas al pueblo. Como enemigos del régimen, cantamos albricias por tan insólita, inoportuna y anticonstitucional medida.” 

“Cierva no quiere que hablen los españoles, y nos van a oír los sordos.”

El día 25, comentando un artículo de El Ejército Español, de Madrid, El Progreso decía cosas como éstas:

“Por lo visto, para ellos ser español y patriota es entregarse con las manos atadas y los ojos vendados en manos del Gobierno de Maura, para ser llevados a esta torpe guerra de Marruecos y morir unos allí y tornar otros lisiados, para arrastrarse por las calles populosas pidiendo una limosna a los extranjeros que explotaron nuestro suelo mientras nosotros, como Quijotes de cartón, ganábamos un palmo más de arena para beneficio de Güell, Comillas y Compañía. Eso, por lo visto, debe de ser muy glorioso y muy patriota para estos expendedores de títulos nacionales.  Si en toda España —como cabe, felizmente, esperar— se produce un movimiento franco de rebeldía a esta guerra, nosotros no recularemos: donde estábamos, estamos; donde estamos, estaremos.”

“Tiene razón el diario madrileño. Mientras el pueblo está en los “meetings” y en las propagandas, la obra queda por hacer. Suprímanse les “meetings” y las propagandas, y ya verá El Ejército Español cómo en un solo día llegamos a la victoria, pero a la nuestra, se entiende”

 

 

CAPÍTULO CUARTO:

ALFONSO XII. REGENCIA DE DOÑA MARIA CRISTINA. VICTORIA EUGENIA DE BATTENBERG