ALFONSO
XIII «EL AFRICANO»
Con el
sobrenombre de el Africano auguró un escritor monárquico que pasaría a la
Historia de España su último Rey. Los reveses, la duración y el desastre de las
campañas africanas convirtieron el sobrenombre laudatorio, al pasar a las bocas
y plumas masónicas, en sinónimo de megalomanía regia, preñada de responsabilidad.
Encabezamos
el capitulo dando a Don Alfonso el sobrenombre de el Africano, asignándole
significado magnificador
El ser
acusado de africano por los autores de la permanente traición debe indicar a
todo lector patriota que en nuestro último Rey alentó hasta donde le permitió
el Régimen del cual fuera él simbólica coronación y auténtica víctima un gran
ideal español, en línea con el de sus más grandes antepasados.
Que, como
todos los Reyes españoles, desde la conquista de la Unidad, de Isabel la
Católica hasta Isabel, a su abuela, viera con meridiana claridad que la más
vital arteria estratégica mundial debía pasar siempre bajo la bóveda de acero
de las baterías españolas, si España pretendía ser algo en el Planeta, es algo
tan honroso para Don Alfonso de Borbón que, sólo por eso, merece respeto y
gratitud de todo español patriota; en grado tan alto, por lo menos, como fuera
él odiado por los traidores a causa de haber querido pasar a la Historia como
el Africano.
Honor es del
Rey, y honores le debemos tributar, por haber merecido hasta donde le fue
posible ese honroso y radiante sobrenombre. Conste así; que no escatimará el
autor tributarle cuantos en justicia mereciera nuestro último Rey, por ser
tanto de ley como de caballerosidad, cobrando así a la vez autoridad para
señalar cuantos errores pudiera cometer y cuantas flaquezas pudiera padecer.
EL GRAN
MILAGRO
Marruecos
fue la única gran empresa nacional del Reinado; pero en manos de los que
gobernaban a España fue su maldición, hasta que el Ejército español toma el
Poder el 13 de septiembre de 1923, a las órdenes del General Primo de Rivera.
Decimos que
Marruecos fue una gran empresa nacional y, a la vez, una maldición. Cierto;
pero, adviértase, decimos maldición para casi todo el reinado de Alfonso XIII,
no decimos maldición para España ni tampoco para Marruecos, aunque la Masonería
y las naciones, sus aliadas, lo pretendieran y maquinaran durante quinquenios
para que también fuera común maldición para la nación protectora y protegida.
No habrá
quien pueda escribir Historia, y, sobre todo, la de nuestra Patria, si no es
capaz de leer en los hechos decisivos el texto de la Metahistoria,
escrita por el índice Divino.
En frase
vulgar, pero vigorosa, se dice que Dios escribe derecho sobre pauta
torcida... así ocurrió a España en Marruecos.
La estrecha
faja de nuestro Protectorado marroquí, costa norte del Imperio, margen del
Estrecho, clave del Imperio Británico, teñía y tiene un valor estratégico; un
valor revelado en todas las guerras del pasado en que se decidía la suerte de
Europa, y que, si Dios no lo remedia, se revelará de un valor estratégico impar
en la próxima guerra mundial.
Pues bien,
el asignar a España el pequeño Protectorado marroquí, con todo su estratégico
valor, que completaba y reforzaba el propiamente español, se debió a la
debilidad de nuestra Patria cuando se le atribuye. Inglaterra no quiere de
ninguna manera la presencia en el Estrecho de cualquier “primera potencia”;
entiéndase bien, ninguna “primera potencia”, ni enemiga ni amiga, ni adversaria
ni aliada. Es la “constante” más sagrada de toda su política bélica y
diplomática.
Véase cómo
del mal —nuestra debilidad— extrae la Providencia un principio de bien, la
concesión del Protectorado, que es un aumento de nuestra potencia estratégica.
Pero ese
bien a obtener debía ser neutralizado; mejor aún, compensado con un mayor mal
provocado. Si el Marruecos de nuestro Protectorado en sí aumenta la potencia
estratégica española, es a condición de que sea totalmente ocupado y
pacificado, por lo tanto, según pretenderá la Masonería y sus aliadas, no
deberá nunca ocuparlo España totalmente ni deberá cesar jamás la guerra entre
moros y españoles. Porque si se le dio a España esa pequeña faja de terreno fue
para alejar a cualquier otra potencia más poderosa, y no cometería Inglaterra
el desatino de consentir que España se transformarse a causa de la ocupación en
esa “indeseable gran potencia”. Tal es el teorema de la política
británico-masónica.
La historia
de nuestro Protectorado marroquí, especialmente desde 1909 hasta Primo de
Rivera, parece dirigida por un incógnito y genial estratega cuyo dictado es que
se derrame a torrentes la sangre española y se queme nuestra riqueza... Ahí
están esos lustros de ignominia en la guerra marroquí, durante los cuales se
diría que a nuestro Ejército lo dirigía un estratega enemigo desde Londres o
París, por medio de órdenes traducidas y firmadas en Madrid.
La realidad
sangrienta de quince años fue que de nada sirvió a nuestro heroico Ejército,
privado de hombres y armas para la empresa, el tomar posiciones y territorios,
hasta llegar varias veces a punto de acabar aquella guerra. Pues,
infaliblemente, cuando esas ocasiones llegan, con precisión cronométrica,
Madrid ordena la inmovilidad, aminora los abastecimientos y repatria tropas,
dejando menos de las necesarias para la seguridad de los territorios ocupados.
Y, como se
vio al fin, la guerra de Marruecos no terminó tomando posiciones, montañas ni
territorios regados por generosa sangre del soldado español. Acabó cuando el
Ejército tomó Madrid aquel 13 de septiembre de 1923.
Tremenda
lección histórica. No sueñen jamás los patriotas de nación alguna en el
engrandecimiento de su patria si no son antes dueños de la capital de su
nación.
Aun tomado
Madrid por los españoles auténticos cuando el adversario marroquí está en el
apogeo de su fuerza, de victoria en victoria, la guerra acabará para siempre
con una rápida campaña. Y ante la evidencia, debemos preguntarnos:
¿Dónde se
hallaba el auténtico e invencible enemigo? El enemigo invencible y
auténtico estaba y era dueño de la capital del Reino.
Lo
demostraremos “técnicamente”, aun cuando la prueba nacional fue cosa del
General Primo de Rivera y del Ejército español.
Pero antes
debemos terminar la empezada lección.
Si nuestros
enemigos nos dieron el Protectorado marroquí en virtud de nuestra debilidad
militar, y a fuerza de traiciones y desastres lograron debilitar a España aún
más, mucho más, anulando así copiosamente aquel aumento virtual de nuestra
potencia estratégica... la Providencia quiso y supo extraer de ese mal un bien
de trascendencia máxima para España.
A golpes de
traiciones y abandonos, de befa y escarnio al heroísmo y de sacrilegio con la
sangre derramada, se forjó en el yunque de la campaña marroquí el milagro del
espíritu militar y patriota de una oficialidad sin par, gracias a cuyo espíritu
militar, heroico y patriótico fue salvada la Patria en trance de ser asesinada
por el Frente masónico-marxista, llamado Popular.
En aquel
yunque marroquí se templó a golpes de adversidad, en la llama del heroísmo y en
los torrentes de sangre derramada ese acero que fue aquella legión sagrada del
17 de julio...
Sería
nuestro deber llenar páginas con nombres y más nombres inmortales para estampar
los de miles de Generales, Jefes y Oficiales del Ejército nacional. Pero no es
necesario correr el peligro de un fallo de nuestra memoria, que sus nombres,
sin faltar el de ninguno, escritos están en el Libro de Oro de la Historia, y
ninguna gloria ni honor puede añadirles nuestra modesta pluma en estas pobres
páginas.
Planeada por
el enemigo secular de nuestra Patria para su permanente sacrificio y derrota la
campaña marroquí, Dios quiere y sabe realizar el milagro de forjar allí el
espíritu de redención, del heroísmo, de la victoria y de ansias de martirio y
de morir..., ¡el milagro de la salvación de España!
Y un milagro
mayor aún, con el cual no pudo contar en sus planes materialistas y matemáticos
el ateo estratega que dirigía el asalto asesino contra España, el milagro sin
par ni antecedente histórico en la Era: el del Islam marroquí viniendo a España
para luchar y morir en defensa de la Cristiandad española y de la universal
amenazada por el feroz ataque de cristianos renegados y apóstatas.
Nuestra
generación ha presenciado ese doble milagro que atónito dejó al Enemigo, pero
tal es su dimensión prodigiosa histórica y tal es su inmensidad cósmica metahistórica, que nosotros, los testigos, los
beneficiados, los que al milagro debemos vida, honor y libertad, carecemos de
capacidad intelectual y visual para poder apreciarlo en su metafísica y humana
dimensión. Nuestra debilidad e incapacidad mental necesita de una perspectiva
mayor, mucho más larga que nuestra propia vida, para poder abarcar la
inmensidad del prodigio providencial. Será necesario un siglo, acaso más, para
que una mente humana pueda medir y comprender.
Y entonces,
¡ah, entonces!, ese milagro será de asombro para toda la Historia Universal.
PRIMERA
TRAICION: EL TRATADO DE 1902, LA OPORTUNIDAD PERDIDA
Cual si la
Historia quisiera darle a España una oportunidad singular de compensar en parte
la pérdida de los últimos restos del Imperio y la que suponía la destrucción de
nuestras Escuadras en Santiago y Cavite, aquel mismo año de 1898, acaece, allá
en el tan lejano meridiano de Fachoda, un acontecimiento cuya trascendencia
brindó a España la oportunidad de obtener un nuevo Imperio y recuperar, si no
la potencia militar que yacía en el fondo de los Océanos, una potencia
geográfica y demográfica con la cual pudiera compensar con ventaja la terrestre
y naval perdida.
Aquel año
nefasto de 1898 ocurrió el encuentro entre Kitchener y Marchand, allá en
Fachoda; que, aun cuando incruento, colocó a Francia e Inglaterra en la
oposición más violenta. Esa oposición entre nuestras dos enemigas hacía
desaparecer su respectiva peligrosidad para España, porque, al dividirlas, las
neutralizaba.
Algo tan
evidente no pudo pasar desapercibido; y no pasó. No en vano aún reinaba en el
Palacio de Oriente aquel privilegiado cerebro de la Reina María Cristina, cuya
inteligencia rimaba con su gran virtud y patriotismo. Las instancias de la
Reina debieron ser tan apremiantes que su Presidente del Consejo, el Gran
Maestre, señor Mateo Sagasta, se vio en la precisión de sacudir su catalepsia y
de realizar algún movimiento.
El muy
anglófilo Duque de Almodóvar del Río, Ministro de Estado, entabló
conversaciones con el Embajador en Madrid de Su Graciosa Majestad Sir Eric
Drummond Wolf.
Debemos
advertirlo, este Wolf, es el primer Embajador judío que acredita un Estado ante
Su Católica Majestad. Sin duda, es una coincidencia muy digna de ser subrayada
la presencia de este hombre en la Corte cuando se organiza la derrota de
nuestra Escuadra en Madrid y perdemos las últimas tierras de nuestro Imperio.
Su perfil debía rimar perfectamente con el del Presidente del Consejo de
Ministros, señor Mateo Sagasta.
Teniendo en
cuenta el antecedente, no extrañará la “magnífica acogida” dispensada por él a
la gestión del Gobierno español.
“A cambio de
una entrada más descarada en la órbita de su poderío —y acaso de una promesa
marroquí— Inglaterra nos imponía la indefensión de Sierra Carbonera (la que
domina Gibraltar) la eventual ocupación de toda la bahía de Algeciras y la
entrega de bases en Baleares y Canarias. En la contrapartida inglesa no se incluía
tampoco el respeto a la posesión española de Ceuta”.
No se
atrevieron Sagasta y el Duque a comprometerse a tanto; pero, sin contrapartida,
se comprometieron a lo más esencial. Verbalmente —o en Tratado secreto—
comprometieron a España a no fortificar ni artillar Sierra Carbonera ni
cualquier otra posición española que pudiese dominar al Peñón ni al Estrecho;
es decir, se comprometieron a que Inglaterra siguiera dominando el punto más
vital de la estrategia mundial.
Compromiso y
vasallaje, que cumplieron y sufrieron todos los Gobiernos de la Restauración y
la República.
Los
patriotas recordarán la denuncia de tamaña vileza, hecha por Vázquez de Mella
en la Zarzuela, que nadie se atrevió a negar. Pero si alguien creyera las
palabras del gran tribuno y patriota dictadas por la demagogia, de lo contrario
convencerá este texto de uno de los que acataron y sufrieron la vileza, de
Antonio Maura:
“¿Y qué
pasa? Pues pasa que en el Estrecho de Gibraltar, que para España representa el
comienzo y el fin del problema de su independencia (para lo cual no hay sino
dirigir hacia atrás una ojeada a la Historia o una ojeada ligerísima sobre el
mapa); en el Estrecho de Gibraltar, cuando revisamos los cimientos de la
independencia española, hallamos no sólo la plaza de Gibraltar, sino la
mediatización, la coacción de la soberanía española, fuera de Gibraltar, por la
prepotencia de Inglaterra que no nos deja ser soberanos de nuestras costas y de
las aguas litorales”.
Queda
apuntada la vileza en el “Haber” de traiciones del Gran Maestre, Práxedes
Mateo.
Pero, como
hemos dicho, una oportunidad se presenta, y la Reina impone que sea aprovechada
por España.
El Gran
Maestre, señor Mateo, ha de obedecer; no en vano, toda su autoridad “legal”
está en manos de la Reina, que puede dar el Poder a quien quiera, pues el Poder
es el Decreto de disolución de las Cortes, y el Ministro de Gobernación ya
fabricará una mayoría a la medida. Se resigna el señor Mateo y su Ministro de
Estado, el Duque, y son empezadas las negociaciones con Francia.
Se trata de
“hacer que hacen”, de ganar tiempo y de no llegar a nada concreto; pero no
cuentan con Delcassé, aquel Ministro, feroz colonialista
francés, que tiene sangrando la herida de la ofensa inferida a Francia en
Fachoda.
En el verano
de 1902 está redactado el Tratado hispano-francés sobre Marruecos. Francia se
ha conformado con una faja de terreno que une Argelia con el Atlántico; es
decir, sólo el antiguo reino de Marrakech. A España se le asignan las dos
terceras partes del Imperio marroquí: todo el reino de Fez, incluida la
capital, Taza, la cuenca del Sebú, hasta Rabat,
Tánger y, naturalmente, toda nuestra zona actual. Además, al sur de la zona
francesa, más abajo de Marrakech, otra zona, limitada al Norte por el Atlas,
que comprendía la región del Sus, Agadir, Uad, Num, Tekna, hasta unirse con el
actual Sáhara español.
Tal era el
Tratado convenido y redactado en 1902, que sólo esperaba para la firma que León
y Castillo recibiera un telegrama conteniendo simplemente la palabra
“Guadalajara”.
Pero pasan
los meses de septiembre, octubre y noviembre sin que el Embajador de España
reciba el deseado telegrama.
Delcassé apremia.
Sagasta
dimite sin haber enviado el telegrama.
EL ANGLOMANO
Y ALGO MÁS, ABARZUZA
Forma
Gobierno Silvela; y a Estado va un tal Abarzuza Ferrer; Leamos unas palabras
del Embajador de España en París, León y Castillo:
“El carro de
nuestros destinos tropezó con un obstáculo imprevisto y volcó en el momento
mismo de llegar a la meta. Abarzuza fue «el obstáculo, a su actitud debe
Francia el Protectorado de Marruecos, que le reconoció Inglaterra en abril de
1904”.
No, señor
Marqués del Muni. No valen metáforas de carretera. Para escribir así la
Historia vale más callarse. Lo que hace León y Castillo al relatar así el hecho
es tanto como si al asistir a un banquete en el Quai d’Orsay nos contase que quien le había dado la comida había
sido el “maitre” Duval. Sí, Abarzuza debía firmar el
Tratado, como el “maitre” debería servir la comida,
pero, desde luego, lo importante es saber en el segundo caso quién era el
“anfitrión” y, en el primero, quién ordenó abstenerse al Abarzuza..., ¿no?
“Quien”
impidió firmar se sabía demasiado bien cuando escribía el Marqués del Muñí:
Habla el
Presidente del Consejo, Silvela, al Embajador francés:
“En el
proyecto de acuerdo, Francia no promete sino apoyo diplomático. Ahora bien,
ustedes los franceses no deben olvidar que, en caso de dificultades con Gran
Bretaña, España estaría considerablemente más expuesta a la venganza que
Francia. En este momento el Ministro de la Guerra inglés se halla visitando con
detenimiento la Plaza de Gibraltar; Inglaterra se da perfecta cuenta de la
debilidad de aquel puerto y Algeciras le preocupa y probablemente le tienta...
Llegar a un acuerdo sin prevenir a Inglaterra es una imprudencia, pues España
no puede exponerse a los golpes británicos o, por lo menos, a medidas de
represalia, si cuenta únicamente con él “apoyo diplomático” del lado
francés...”.
Otra prueba:
“...el
Gobierno de Madrid parece en la actualidad abrigar temores de que Inglaterra se
disguste si el acuerdo se lleva a cabo y creyendo expuestas las Canarias,
Baleares y Algeciras a una tentativa inglesa que no se siente España con
fuerzas para rechazar; busca en cambio la “entente” con la Gran Bretaña”
Otro
documento:
“La Gran
Bretaña maneja con toda perseverancia las amenazas y las promesas a fin de
dominar a España”.
Un
testimonio de Maura:
“De haber
puesto mi firma en aquel Tratado el Gobierno de que formaba parte, no hubiera
podido conciliar el sueño en el resto de mis días”.
Después de
“documentar” debidamente que fue Inglaterra quien impidió la firma del Tratado
de 1902, quitando a España el Protectorado de las dos terceras partes de
Marruecos, ya es el momento de tratar de aquel Ministro de Estado, llamado
Buenaventura Abarzuza y Ferrer, que, como nuestro lector ha de ver, no es
ningún “pedrusco” atravesado por un acaso en la carretera por donde había de
pasar el “carro” del tratado hispano-francés, según parece, por la
desafortunada metáfora del Marqués del Muni.
Buenaventura
Abarzuza y Ferrer nació en La Habana en 1841. Su padre era un rico naviero
gaditano, que envió a su hijo Buenaventura a Londres para su educación y
estudios. Imberbe aún, es uno de los primeros y contados republicanos españoles
en aquellas fechas. Quiere ser autor dramático y estrena “Una historia de
amor”, que fracasa. Escribe asiduamente en La Democracia, el periódico de
Castelar, de quien será un amigo toda la vida. Toma parte muy activa en las
conspiraciones antimonárquicas, contribuyendo con su acción y su dinero al
triunfo de la Revolución de septiembre. Cuando toma parte en el destronamiento
de Isabel II, Abarzuza tiene sólo veintiocho años, pero sus méritos hacen que
sea encasillado y es Diputado a Cortes por Alcoy; en las Constituyentes lo es
por Reus.
Al ser
nombrado Castelar Presidente en 1873, cuando Abarzuza tiene sólo treinta y dos
años, su amigo lo nombra Embajador en París. Seguramente debe ser el hombre más
joven que ha representado a España en la Embajada de Francia.
Al
realizarse la Restauración, Abarzuza sigue fiel a su Jefe, Castelar. Forma
parte de su partido, el “Posibilista” y, cuando lo disuelve el Jefe, para que
ingresen y “posibiliten” la Revolución dentro de la Monarquía, Abarzuza se
encarga de la jefatura oficial de aquellos monárquicos nuevos, y en 1894 es
nombrado por el Gran Maestre, señor Mateo Sagasta, Ministro de Ultramar; sin
duda, por haber nacido en La Habana... Tiene cincuenta y tres años. ¡Buena
carrera se hace en la Monarquía, si se es republicano!...
Después,
para seguir “posibilitando la Revolución” más eficazmente, ingresa en el
Partido Conservador
Firmará con
Montero Ríos este Abarzuza y Ferrer (¿no suena bien esto de Ríos y Ferrer?...)
el Tratado de París, consagrando su firma la total pérdida del Imperio de
Isabel...
¡Cómo
sonreían de placer todos los Ríos y Ferrer que aún andan por esos “ghettos” europeos!...
Sólo falta
un detalle: Abarzuza y Ferrer era un anglómano tremendo, y es una lástima que,
muriendo en 1910, después de haber sido Ministro de Estado con Maura en 1909,
esta circunstancia le impidiera al Gran Maestre Morayta colocarlo en su copioso “santoral” masónico, Dara no escandalizar a sus h., o,
acaso, porque perteneciera él a la Gran Logia de Inglaterra desde que estuvo en
Londres siendo joven, y el Gran Maestre del Oriente Español no estaba
autorizado para dar su nombre, y debió callárselo, como calló el de tantos en
el mismo caso.
Pero, veáse, si tiene derecho a figurar en el “santoral” de la
traición a España:
“Buenaventura
Abarzuza obró desde el primer instante por cuenta propia al frente del
Departamento, hasta el punto de que, sospechándolo, Silvela recomendase al
Embajador de Francia que no dijese nada al Ministro de Estado de ciertas
conversaciones sostenidas precisamente sobre Marruecos.
“...la
devoción britanófila llevó a Abarzuza a extremos de
esta índole: En el momento en que Silvela, a comienzos del año 1903, buscaba el
respaldo militar de Francia y de Rusia para hacer frente a las amenazas del Foreign Office, Abarzuza llamó al Embajador de Inglaterra,
sir Mortimer Durand, con objeto de asegurarle que la alianza inglesa era
absolutamente indispensable para España y que la hipótesis de una alianza
franco-española había de desecharla rotundamente, pues mientras él estuviese en
el Ministerio de Estado lo impediría de cualquier forma”.
Revelar a
una potencia extranjera la existencia de un Tratado
Díganlo si
quieren los juristas.
A nuestro
sencillo entender, se trata de un delito de traición flagrante.
Si se
cometió por voluntad criminal o por estupidez, es cuestión aparte, puramente
accidental; el efecto y daño resulta ser el mismo.
Ya sabemos
que no hay aún jurisprudencia española sobre el delito de traición cometido por
estupidez... que recordemos, tampoco existe jurisprudencia sobre la cometida a
ciencia y conciencia de Jefe Superior de Administración para arriba en toda la
época de “Gobiernos responsables”.
Pero, en
cualquier nación civilizada, el hecho denunciado por los documentos ingleses,
¿sería juzgado como traición o no?
En el mejor
de los casos, probada la estupidez, probado que no había reincidencia, el autor
no se salvaría de la cárcel o del paredón
Pero, ¡por
Dios!, si se salvaba, ¿podría después ser otra vez Ministro de Relaciones
Exteriores en un Gobierno “conservador”?
Diga; diga,
lector.
Sólo una
reflexión:
¡Cuántos Abarzuzas han sido necesarios en la Historia de España para
lograr esa permanente infalibilidad para el error, para sus errores contra
España, pues ni una vez se equivocan en su favor, para que nuestra Patria
llegase, de derrota en derrota, de desastre en desastre, de ser aquel Imperio
donde no se ponía el sol, a la España roja y rota en 1936!
EL
REY - MAURA: 1909
En ocasión
anterior, con motivo de juzgar la posición de Maura en el debate habido en el
Congreso los días 10 y 12 de junio de 1899 para desposeer del acta por traidor
a Miguel. Morayta, Gran Maestre de la Masonería, a lo
cual se opuso, alegando un doctrinarismo democrático, hemos estudiado políticamente
al famoso Jefe del Partido Conservador.
Para cuantos
lectores no hayan leído nuestro juicio, lo reproducimos, pues no es demasiado
largo:
“He aquí al
Maura de fines del siglo último, cuando acaba de salir del Partido Liberal y de
la tertulia del Gran Maestre, señor Mateo Sagasta, manteniéndose en equilibrio
inestable entre conservadores y liberales.
Pero sobre
tales situaciones, tan esenciales en política, pero para él accidentales, el
doctrinario dogmático, el doctrinario el liberalismo, domina; naturalmente, es
lo que de Maura hizo aquella contradicción permanente: un creyente y apasionado
defensor de las premisas de la revolución y denodado defensor del Orden contra
sus consecuencias, los asaltos revolucionarios y anárquicos...; contradicción,
fatal para España y para él; tanto más fatal y funesta cuanto que Maura
militaba en ella honradamente y de buena fe —no picara y escépticamente, como
Cánovas—, y, por lo tanto, sin conciencia posible de su error, llegando así a
morir sin rectificar,; sin superarla ni salirse de ella.
Su fanatismo
doctrinarlo, en este caso como en todos, hizo que refiriera la cuestión Morayta —cuestión de honor— al dogma del sufragio
universal; para Maura, roussoniano puro, expresión
mayestática de la “soberanía popular’’; a la que, dada su “infalibilidad”, se
debían prosternar honor, patriotismo, lealtad, si no encajaban en las normas
jurídicas predeterminadas, aun cuando así quedara impune el delito de lesa
Patria.
Así vemos
levantarse a Maura cual Sumo Sacerdote de la Religión liberal-democrática,
oponiéndose a quienes a impulsos de su honor —patrimonio de Dios— estima él que
mancillan el dogma del sufragio universal, piedra —petrus—
sobre la cual está edificada su Iglesia democrática.
Si Morayta es traidor, si ha delinquido contra la Patria,
respétese el sufragio universal, respétese el “dogma del sufragio”, que está
sobre todo, sobre el bien y el mal; sea él Diputado, venga la acusación con
pruebas curiales, concédase el suplicatorio y sea Morayta entregado a los Tribunales.
Tal es la
tesis de Maura el año 1899, a los pocos meses de que, por la traición
consumada, los territorios donde cometió el delito Morayta,
donde su traición causó los efectos, la secesión, están ya fuera de la
jurisdicción de España y ondea en ellos el pabellón del Ejército extranjero que
se benefició de la masónica traición del Gran Maestre para vencer a las armas
españolas. ¡Y en tal momento y situación pide Maura suplicatorios y
procesamientos a base de pruebas leguleyas! ¿Cuáles, señor Maura? Documentales
y testificales, ¿no? ¿Y si no las dejó el autor?, ¿y si los testigos murieron o
están prisioneros? ¿Y si los únicos existentes son ellos coautores o
beneficiados del delito de lesa Patria?
Y si así
era, si la prueba jurídica era imposible, dada la naturaleza y lugar del
delito, ¿qué, señor Maura? No existe criminal, ¿verdad? Tal sería la conclusión
jurídica y práctica de la tesis dogmática sostenida por el Sumo Sacerdote de la
“Iglesia democrática”, del mismo que acabarla hecho cadáver político y casi
físico a manos de la Inquisición de tal “Iglesia”, la Masonería internacional,
regida en España, para mayor sarcasmo, por su defendido, ese mismo traidor
reincidente en 1909, el Gran Maestre Morayta.
La ceguera
doctrinal y dogmática de Maura negaba el supremo derecho del honor, superior a
Patria y Rey, de los Diputados a rechazar del seno de las Cortes al que, por
convicción, creía un traidor a Dios y Patria.
¿Acaso el
delito de traición era para Maura de menor cuantía que una malversación, una
cobardía o la sodomía, y no merecía ser juzgado por un Tribunal de honor? O
bien, ¿para él tenían honor los militares y otros cuerpos y clases del Estado y
sociales, pero los legisladores “sacrosantos” carecían de él y estaban
incapacitados para juzgar al Gran Maestre constituidos en Tribunal de honor?
A. tal
dilema lleva el dogma democrático —la “divinidad” del sufragio—, sustentado por
Maura, en favor del traidor a España, que a la cabeza de la Masonería,
diezmados después acabaría con él como gobernante y, si la Providencia no le
hubiera sido propicia, también con su vida.
¡Qué lástima
de hombre este don Antonio Maura!
Emitido el
juicio precedente, pasamos al Maura del año 1909.
PRELUDIOS
FATIDICOS
Hemos
observado que cuantos han historiado los acontecimientos de 1909 arrancan de
aquella agresión de un grupo de rifeños que los provocó. Se diría algo
imprevisto, como un rayo de tormenta invisible descargado sobre la “santa
bárbara” española y provocando su tremenda explosión.
Lo estimamos
una ligereza imperdonable; para comprender y juzgar a los responsables,
Gobierno y revolucionarios, por lo menos, debemos remontarnos a primeros de
año.
Maura estaba
en el Poder, y lo ejerce ya durante demasiado tiempo, si tenemos en cuenta la
vida media de los Gobierno por entonces.
Los
liberales, ya con hambre canina de Poder, divididos como siempre, a impulsos de
su apetito indominable, se agrupan para el asalto. Hacen más; Moret, Jefe del
más importante grupo liberal, inspirado por el joven y ambicioso Santiago Alba,
lanzó en Valladolid la idea de un “Bloque”, al cual deberían unirse hasta
republicanos y socialistas, con el programa negativo común de hacer lo
imposible para derribar a Maura. Esto era lo único importante y necesario para
España.
De la
vacuidad, del desprecio a cuanto España tenia planteado, dará idea la
declaración “doctrinal” de uno de los más conspicuos y batalladores portavoces
del Bloque, Luis Armiñán, ex Subsecretario de Gobernación, canalejista;
es decir, entonces de la extrema izquierda monárquica, rayando con la
República:
“Dos siglos
de retraso y tres guerras civiles nos ha costado el sentido intolerante y
fanático, que aquí se empeñan muchos que sea norma de la política en las
alturas. Contra ese sentido se ha creado el bloque, conjunción o alianza liberal,
que se propone revivir la política de Carlos ni, cuya síntesis hizo Macanaz cuando, dirigiéndose al Rey, le dijo que estando la
religión en donde debe, estará, gobernada la Monarquía como merece”
La
diferencia del “monárquico” Armiñán con Melquíades Álvarez, fogoso republicano
entonces, puede apreciarse:
“El
ciudadano español, ante todo, es súbdito de España, no de Roma, a la que
entrega su vida espiritual merced a los cánones de la Iglesia. Sepa el Rey que
sólo es mandatario de la opinión, que si no la atiende y si entrega el Gobierno
a gente insidiosa, vosotros agitaréis la plaza pública, nosotros el Parlamento
y no habrá un momento de tranquilidad para los que busquen el Poder a la
sombra.” (Aplausos.)
Y terminó
con estas palabras: “Decid al Rey que si no se reconocen las legítimas
aspiraciones de los ciudadanos conscientes, de los patriotas sinceros, puede
desatarse el desbordado torrente revolucionario para dominar, vencer y destruir
todo género de obstáculos que se opongan a esta campaña redentora” (grandes
y repetidos aplausos).
Un
monárquico “ferviente y moderado”, el General López Domínguez, ex Presidente
del Consejo y sobrino heredero del “General Bonito”, Serrano, Duque de la
Torre:
“Para nadie
es un misterio que yo exprese mis simpatías al señor Moret por el programa que
expuso en su discurso de Zaragoza. Al conferenciar conmigo el señor Moret quedó
establecido entre nosotros, si no una conjunción, un contacto, al menos, en
varios puntos de vista. Yo consideraba y considero necesario un resurgimiento
de la España liberal contra la ola negra del clericalismo”.
Nos
permitirán los lectores una ligera referencia un poco más amplia de un mitin
celebrado en Cuenca por el “Bloque”, y en el cual fue “estrella” el inolvidable
don Álvaro Figueroa Torres. Ya diremos por qué.
Hablaron de
teloneros oradores locales, Lumbreras, Redondo, Vidal, Buendía; González y Garido, republicanos indígenas también, y un periodista
madrileño, Miguel del Val; Romero Girón y el dramaturgo Dicenta,
republicano exaltado; Vincenti, Director, de El Liberal; Pórtela
Valladares, traicionando a García Prieto; el Senador Pulido, el judeófilo, y, por fin, Romanones.
He aquí unos
párrafos característicos del aristócrata millonario, un día “puntal” quebrado
de la Monarquía, por sí leyéndolos algo se explica:
“Oposición
resuelta de las fuerzas liberales frente a la alianza tácita de los que en la
derecha de la política española quieren una victoria sin tiros, de aquella
causa que cayó vencida por los gloriosos esfuerzos del Ejército de España. El
bloque es esto y sólo esto.
Cuantos con
tesón cada vez más firme mantenemos la fe monárquica, con evidente provecho
para la causa liberal, contamos con el concurso moral de las fuerzas
republicanas, que nos secundan en esta Obra de salvación para la izquierda. Es
loable la conducta de estos republicanos que noble, leal y desinteresadamente
nos brindan su concurso, que se debe agradecer, como la causa lo exige, siendo
fieles a los principios democráticos, manteniéndolos con firmeza y dado a la
Monarquía española aquel esplendor que en Inglaterra e Italia no sólo hace
compatibles con las instituciones tradicionales los progresos políticos, sino
que les da mayor eficacia en cuanto las hace duraderas y firmes.”
Y terminó
con este trémolo:
“¡Veinte
años!..., ¡veinte años de mortal decaimiento, en que nos hemos dejado mandar
por el clericalismo!... ¡Ni uno más!...”
El autor, un
rapazuelo, sin saber lo que era aquello, se coló en el Teatro Liceo, y pudo
escuchar aquel apóstrofe final chillado por un hombre, quebrado como un cuatro,
desde las candilejas del escenario.
Y el
autor quedó perplejo... ¡con que su tío, párroco rural, con sus ochos duros
mensuales, mandaba en todos aquellos señoritones!,
¡jamás lo había podido sospechar!
Como vemos,
el “anticlericalismo” era el único problema español para las Izquierdas.
¿Y para las
derechas dirigidas por Maura?
Esta
decisiva cuestión: La Ley de Administración Local.
Al parecer,
esta Ley era la panacea universal para todo mal nacional. Así lo creyeron a
ciegas las derechas conservadoras, hasta donde ellas eran capaces de creer; y
digo “creyeron” porque, salvo los iniciados, lo ignoraron en absoluto. Según se
oyó en los discursos gubernamentales, la Ley de Administración Local era la
panacea para purificar el sufragio universal, base mágica del Sistema. Esto se
hallaba muy de acuerdo con el doctrinarismo de Maura, sincero en sus errores
hasta el extremo. Ignoraba Maura lo dicho por su antecesor, Cánovas, o lo
quería ignorar; para el caso igual: “El sufragio universal trae el comunismo”,
por lo tanto, era un mal, un mal trascendental. Y el mal, como el veneno,
cuanto más impuro, cuanto menos perfecto, es un mal menor. La experiencia lo
demostraba ya entonces; las dos democracias prosperas, florecientes y estables,
las de Inglaterra y Estados Unidos, tenían el sufragio más adulterado del mundo,
tanto en las bases como las alturas. El sistema bipartidista, el reinante en
ambas democracias, es en esencia antisufragista; su
sistema monárquico y, más aún, el presidencialista son ambos una corrección o
aminoración del mal innato del sufragio universal.
En España,
por paradoja, por honrada estupidez, fueron las derechas las más sinceras
enamoradas del sufragio universal; naturalmente, las derechas “conservadoras”
de la Restauración y no las auténticas, las de la tradición. Sólo un hombre,
acaso, por venir de la izquierda, por venir de la Masonería, comprendió todo el
mal del sufragio universal: Cánovas, que, como dijera con patriótico cinismo
del sufragio, “ya que no puedo evitarlo, debo falsificarlo...”, y así lo hizo.
Ahora bien,
con todas sus “perfecciones” administrativas, la Ley de Administración Local
debía llevar algo en sí misma de perverso. Para nosotros sería prueba en
contrario la oposición hecha a tal Ley por las izquierdas, de liberales a
republicanos. Pero hay otro elemento de juicio para creer en su maldad, si no
intrínseca, objetiva, y es el hecho de que fuera defendida por los separatistas
y cripto-separatistas, formando bloque con los conservadores.
Así se
produjo aquella contradicción flagrante, verdadera inversión de frente: los
republicanos en su mayoría, los que con su República darían todo al
separatismo, se convertían entonces frente a Maura en los denodados defensores
“patriotas” de la Unidad nacional; en tanto que los conservadores, con Maura en
la cabeza, eran los que atentaban contra ella, mostrándose unidos, codo con
codo, a los separatistas de las bases de Manresa, a los del “muera España” de
las Ramblas catalanas.
Por opuestos
caminos, por principios distintos, por situaciones paradójicas, los
monárquicos, tanto liberales como conservadores, coincidían en poner en manos
del republicanismo masónico la bandera española en Cataluña, convirtiéndose en
los paladines de la Unidad nacional.
Refinada
perversidad. Al catalán antirrevolucionario, el catalán cristiano, hasta el
catalán españolista —el tradicionalista—, ¿qué camino le abrían cuando
identificaban la unidad española con la Revolución atracadora y anarquista, con
los partidos y hombres más ateos y con las bandas de asesinos sacrílegos? Uno;
el que creyeron mal menor, el “Regionalismo”, creado por Cambó; en apariencia,
garantía de orden e intereses materiales; agnóstico en Religión; pero dando
margen legal a la práctica y al proselitismo religiosos y proclamando en sus
declaraciones oficiales que jamás atentaría en lo esencial a la Unidad
nacional. Esta la fachada, tal el banderín de enganche para las derechas
catalanas, como todas, nada inteligentes para desentrañar sutilezas y
perfidias. La realidad del regionalismo, la creación y el fomento del
artificial “hecho diferencial...” que por sí sólo y con el tiempo era capaz de
corromper en la inmensa mayoría catalana el sentimiento nacional español. Pero
más, mucho más aún; el “Regionalismo” fue tras la cortina de su “moderación” la
incubadora del separatismo impaciente y extremista, como se viera el 14 de
abril. Y, por último, gracias a su “moderación”, pudo ser factor permanente y
poderoso dentro del Estado español, tanto en Cortes como en Gobiernos.
Fracasado en
agosto de 1917 el golpe revolucionario, del que fuera motor el “Regionalismo” y
Cambó cerebro, formando el frente masónico con republicanos, marxistas y
anarquistas, con aquellos “sinceros” defensores de la Unidad nacional, salta la
Liga al Poder, nada menos que utilizando el trampolín de un “Gobierno
nacional...”
Estupenda
paradoja esta de pasar Cambó del antro conspirador a la Cámara regia, no nueva
cuando la Revolución fue derrotada...
Claro es,
que el secreto paradojal está en el factor internacional, que la Revolución se
hace cuando aún hay guerra mundial y cuando ha sido ya destronado el Zar,
primer Monarca sacrificado por la ola republicana-marxista que la guerra desata;
quede así, sólo esbozada, la cuestión para cuando cronológicamente corresponda
tratarla.
Volvamos a
la Ley de Administración Local y a la explosión de “patriotismo”
masónico-republicano provocado por ella.
Escuchemos
al republicano catalán Sol y Ortega; él habla la verdad; no será refutado por
nadie. Un español creerá escuchar al patriota perfecto, pero a siete meses
fecha, lo verá en Barcelona atizando los incendios sacrílegos y ayudando con la
revolución al rifeño que mataba en los riscos del Gurugú a los soldados
españoles.
Escuchemos
cómo habló en la sesión del senado el día 27 de enero de 1909:
“Esta
cuestión de la Administración —dijo— es el problema de mayor trascendencia que
se ha sometido al estudio de las Cortes desde que existe régimen parlamentario.
Sometido este proyecto al Congreso, el señor Maura cree que está legislando
para el Estado español; pero, ¡fenómeno raro!, le salieron al señor Maura unos
colaboradores que trabajaron con celo y entusiasmo, creyendo que legislaban
para un conjunto de nacionalidades españolas, de varios Estados. ¿Cómo se
explica que postulado de tan opuestos principios haya llegado a esto? Se
explica porque el señor Maura cree que esta obra es definitiva, y sus
colaboradores creen que no es definitiva, sino que es un instrumento para
llegar a lo que ellos quieren: a la pluralidad de Estados españoles. (Muy
bien.) El señor Maura cree que con esta Ley está resuelta la cuestión
catalana y la bizcaitarra, y los colaboradores saben que esto no se resolverá,
sino que seguirá la lucha de separación. (Muy bien.)
Hay en
Cataluña una agrupación de muchísima importancia, que se llama, en primer
término, catalanista, y en segundo, regionalista; pero que son nacionalistas,
que son estatistas en el sentido de que España ha de ser un conjunto de
naciones. Digo más, todos los catalanistas creen que Cataluña es una nación y
como tal nación, estado.”
El señor
Cambó, Presidente interino de la Liga, por enfermedad del señor Rusiñol, dio el
día 4 de abril de 1907, vísperas de las elecciones, una conferencia en la que
decía:
“La
Solidaridad Catalana publicará bien pronto la plataforma de su programa; pero
yo os digo que si la acción parlamentaria se ciñese a estos casos concretos,
nos consideraríamos fracasados. Haremos más, batallaremos por lograr nuestra
aspiración suprema: la reivindicación de la personalidad de Cataluña.”
La solución
que da la Solidaridad Catalana es el primer peldaño de una escalera y su
representación demostrará con toda entereza en el Parlamento la bancarrota de
una unidad artificial y ficticia.”
Leyó otros
párrafos de la conferencia, en los que se hablaba de conseguir la nacionalidad
y se censuraba la hegemonía ejercida sobré Cataluña por un pueblo diferente al
catalán.
Y terminaba
la conferencia:
“Yo no sé sí
la Federación de nacionalidades españolas, que forzosamente ha de venir, será
definitiva; creo que no, creo que tendrá la lucha por la hegemonía, y quién
sabe si la futura unidad de España se formará alrededor de la personalidad de
Cataluña... (Grandes rumorea en toda la Cámara.)
Creo —dijo
el señor Sol y Ortega— que está bien claramente demostrado el nacionalismo de
la Liga.
Pero tengo
más textos. Aquí está el prólogo que el señor Prat de la Rita puso al libro del
señor Durán y Ventosa “Regionalismo y federación”, en el que se dice: “Hoy hay
que leer debajo de la palabra regionalismo otra palabra: nacionalismo.”
De modo que
los colaboradores del señor Maura son nacionalistas, son estatistas; creen que
la unidad de España, de realizarse algún día, se formará alrededor de la
hegemonía de Cataluña.”
Estudió los
propósitos de la solidaridad, y dijo:
“Prosperó el
equívoco, y la solidaridad creció, desarrollando el nacionalismo catalán, y en
Cataluña se creía que los solidarios eran más fuertes que el Presidente del
Consejo de Ministros.
Vinieron las
elecciones del 14 de diciembre, y nosotros fuimos contra los solidarios y
contra el Gobierno.
Por aquel
triunfo, si no quedó destruida la solidaridad, quedó muy desvencijada.
Y en el
nacionalismo desembocaron todos los elementos integrantes de la solidaridad.
Los republicanos no eran nacionalistas; pero se hicieron, después de la
derrota.
Ya ve el
señor Maura lo que consiguió con proteger a la solidaridad: robustecer al
nacionalismo.
Y esto
es pálido si se compara con lo que pasó durante la visita de Su Majestad a
Barcelona, adonde le llevó el señor Maura fiándose de sus nacionalistas y de
sus solidarios.
El señor
Maura se prestó a todos los antojos de los nacionalistas, y Su Majestad tuvo
que sufrir el ser recibido en el Ayuntamiento en una sala particular, como un
turista cualquiera, y después pasó lo de la Diputación, lo del palacio de la
Música catalana, y yo protesto de esto, porque Don Alfonso XIII es la Majestad
Augusta que encarna la gran Patria española.” (Muy bien, muy bien.) ¿Hay
o no paradoja?... ¡La paradoja es de espanto!... Sol y Ortega, un republicano
petrolero, acusando a Maura, y con razón, de no haber hecho respetar al Rey
como “la Majestad Augusta que encama la gran Patria española”.
Farsa y
todo, hasta en labios de aquel malvado, la frase tiene grandeza patética.
Terminó así
el discurso:
“¿Y aún
sigue el señor Maura dispensando su protección a los solidarios? ¿No sabe su
señoría que si le ayudan no es por el amor al Régimen, sino por conseguir lo
que ellos quieren, el reconocimiento del Estado catalán?
Que esto es
verdad lo prueba lo que dice la La Veu, lo que los periódicos de hoy dicen de una
conferencia dada en un Centro solidario, en donde se dijo que las
mancomunidades eran el medio de llegar a la unión de Cataluña y Aragón.
Si se llega
a aprobar este proyecto, tendremos que acudir a los Poderes públicos para que
lo dejen sin efecto, pues sería el desastre más colosal. Si esto sucediese, no
vendrá la revolución, ni desde arriba ni desde abajo, sino que vendría la
Anarquía más completa en todas las manifestaciones.” (Grandes rumores de
aprobación.)
El día 30 de
enero interviene en el debate el Senador De Buen, perteneciente a Solidaridad
Catalana, para defender el proyecto de Maura, secundando a sus aliados
“solidarios”, tantos de ellos plutócratas. Tan amplio es el frente antiunitario; porque, ¿quién es este Odón de Buen? Es un
Profesor de la universidad de Barcelona, masón, republicano extremista
exteriormente; realmente, un anarquista, Profesor en la Escuela Moderna de
Ferrer cuando el regicidio de Morral. Y he ahí a Maura, en lo de Administración
Local, aliado a Ferrer, por el vínculo del masón De Buen. ¡Otra paradoja maurista!
Leamos
algunos párrafos de la rectificación de Sol y Ortega, pronunciada en cuanto se
calla De Buen:
“Su señoría,
señor Maura, se ha entregado en brazos de la solidaridad al día siguiente del
triunfo, y yo siento desde aquí lo que en Cataluña dirán del señor Maura al ver
que niega su inteligencia con los solidarios, que tan notoria es en toda
Cataluña. Formarán muy mal concepto de la formalidad de su señoría y lo
conceptuarán como un político más, funesto y desgraciado, pues que su señoría
se entiende con ellos lo saben hasta las ratas de las cuadras.” (Grandes
rumores y risas.)
Contó, para
probarlo, lo que sucedió cuando el señor Maura llegó al Poder hace dos años:
‘‘Entonces
recibió su señoría en su casa al señor Salmerón y a varios solidarlos, que iban
a ponerse de acuerdo con su señoría acerca de la marcha política de Cataluña;
su señoría les contestó que se entendieran con el señor Ossorio y Gallardo. El
señor Maura: “Fue para organizar la Policía.” (Rumores.) Por la tarde,
el señor Ossorio se trasladó a casa del señor Salmerón. Cosa inaudita: el
Gobernador monárquico pactando con un republicano. De modo que, ya de acuerdo,
el señor Ossorio a Barcelona, dirigido por los solidarios. No quiero decir
facturado. (Grandes risas.) Mientras exista el nacionalismo, no votaré
ninguna ley de sentido autonomista, porque a mis ideas antepongo mi amor a la
Patria.” (Grandes rumores de aprobación. Aplausos en distintos lados de la
Cámara.)”
El Imparcial
del día 3 de febrero recogía estas declaraciones de Diputados “solidarios”:
Cruells: “La autonomía no la dará
el Gobierno; la tomaremos nosotros mismos.”
Torres Sampol: “Somos diferentes y superiores, y por eso pedimos el
reconocimiento de la nacionalidad. Si la autonomía no se logra por las buenas,
se alcanzará por las malas.”
Carner (el luego Ministro de
Hacienda de Azaña y Prieto): “El día en que todos los Municipios sean
autonómicos, tendremos de hecho conseguida la liberación de Cataluña, y
afirmarla de derecho será cosa de una hora.”
Y terminaba
el diario copiando estas líneas de La Veu de
Catalunya :
“Sería
indisculpable deslealtad y significaría un repugnante convencionalismo callar
nuestra íntima satisfacción ante el discurso del señor Maura. Maura se ha
negado a cantar el viejo himno del patriotismo, cuyos resultados todos conocen
y lamentan; es más, se ha resistido valientemente a escuchar la baja denuncia
de Sol y Ortega contra nuestro nacionalismo y a condenarlo desde lo alto de la
tribuna parlamentaria con toda pompa y solemnidad. Más aún: Maura se ha
atrevido a defender nuestra actitud de políticos evolutivos...”
MARRUECOS,
HACIA EL PRIMER DESASTRE
Lamentándolo,
no podemos ampliar el panorama político de 1909, cuando en su Cielo se hace
perceptible la tragedia marroquí. Sinceramente, no cabe mayor inconsciencia Política,
tanto en él Gobierno como en las oposiciones, fueran dinásticas o contrarias al
Régimen.
Villanueva,
un liberal-monárquico, luego Ministro del Rey, a pesar de ello, diría en pleno
Congreso que entre el humo de los cigarrillos de dos Soberanos se decretó en
Vigo la terminación de España como Potencia africana. (Se refirió a la
entrevista de Don Alfonso con Guillermo II.)
El día 26 de
marzo le respondió Gabriel Maura negándolo, el cual dijo:
“Precisamente
es en octubre de 1904 cuando España comenzó una nueva etapa de influencia en
Marruecos como Potencia africana.”
Dejamos a un
lado aquella facilidad con la cual se permitían atacar los “monárquicos” al
Rey, ellos tan “constitucionalistas”. Villanueva lo sería en 1930 por
antonomasia, pero no sin advertir que cuantos le atacaron hicieron “carrera política”.
pues en las más próximas crisis lograban cartera.... ¿seria cosa fortuita?
Si
arrancamos de ahí, es para extraer en la declaración de Gabriel Maura, hijo del
Presidente del Consejo, entonces “esperanza” política y “especialista” en “africanismo”
una responsabilidad mayúscula para los gobernantes del Rey; claro es, incluido
su propio padre.
Si desde
1904 empieza la “nueva etapa” de política africana, si como ya se sabe, una
intervención en Marruecos, grande o chica, se nos imponía, intervención
realizada en 1909, preguntamos:
¿No fue
suficiente un quinquenio para prepararla
política y militarmente logrando evitar el primer desastre?.
De que la
intervención jamás fue preparada no hay duda. No es testimonio de ninguno de
los muchos que después de oponerse por todos los medios a facilitar los
necesarios recursos, cuando llegaban los desastres, atacaban furiosos a los
Gobiernos. No: el cargo de impreparación lo hace un hijo del Presidente del
Consejo que más tiempo ha gobernado durante el quinquenio 1904-1909; de Gabriel
Maura:
“Tampoco
nuestro Ejército estaba por entonces adiestrado para luchar en anfractuosidades
montañosas con harcas rifeñas. Faltaba a Generales y Jefes hasta el
rudimentario conocimiento de las modalidades de esa guerra particularísima, que
no habían ellos podido adquirir en Cuba ni en Filipinas, frente a enemigo tan
diferente del bereber como el mambís y el tagalo. Ellos y sus Oficiales
adolecieron de exceso de arrojo, que faltó en absoluto a los soldados bisoños,
y todavía más, a los reservistas incorporados con estimación deplorable a causa
de que la aversión del país al servicio en filas no había permitido aún
modificar en ese respecto la vigente Ley de Reclutamiento y Reemplazo del
Ejército.
Menudearon
durante aquella breve campaña inicial las sorpresas o emboscadas que preparó el
enemigo; los avances inconsiderados por iniciativa individual y las todavía más
costosas retiradas de nuestras tropas.”
Esta forma
de hablar es típica en todos los políticos, incluidos los más “conservadores”.
La falta de preparación bélica está declarada en el párrafo, pero, ¿a quién la
atribuye? Naturalmente, sólo a los militares profesionales. El haber tenido que
movilizar a los reservistas desde el primer día para enviar un exiguo
contingente, también es culpa de los militares. Verse obligados los mandos a
enviar a la línea de fuego, desde el muelle, a soldados mareados y sin comer bocado,
que no habían disparado un fusil en su vida, también fue culpa de los
militares. Llevarlos a servir de blanco vestidos de ídem, también culpa de los
militares. Que los cañones fueron pocos, viejos y averiables —los de tiro rápido fueron adquiridos, muy pocos, después del primer desastre—,
también culpa de los militares.
Volveremos
sobre el tema. Volvamos al orden cronológico.
El 31 de
marzo se celebran conferencias entre Eduardo VII y Alfonso XIII en San
Sebastián y Biarritz. Misterio, con extrañeza de todo el mundo. ¿No tratarían
de Marruecos?
Pero a nadie
le importó. Lo único de monta era la furiosa campaña anticlerical, cuyas
manifestaciones, mítines y discursos llenaban y atronaban toda España.
Es digno de
anotar algo no dicho en debido lugar. El Bloque izquierdista
liberal-republicano-socialista-anarquista, tenia por Jefe de acción a aquel
gran masón que se llamó Miguel Moya, ¿no os suena, lectores, su nombre? Por ahí
lo tenéis en lápida en una esquina de la Gran Vía madrileña.
El día 11 de
mayo se entera España del fracaso de unas negociaciones que sostenía una
Embajada española con el Sultán en Fez. ¿Se podía y se debía prever la
intervención desde antes de mayo?
La cuestión
de Marruecos toma actualidad. El 12, Maura, en el Senado, asume la
responsabilidad de las determinaciones y dice que pondrá toda su voluntad para
defender nuestros intereses en Marruecos.
Como prólogo
de la declaración de Maura, el 8 de marzo, dos meses antes, el Rey había
visitado Ceuta. El significado de la presencia regia en su vieja posesión
africana era perfectamente claro en lenguaje diplomático: la defensa de
nuestros derechos estratégicos y la oposición a la presencia de cualquier
potencia en la margen africana del Estrecho quedaba refrendada, nada menos, que
con la presencia física del Monarca, encarnación de la Patria.
Y, a efectos
polémicos, ¿tuvieron tiempo los políticos para preparar la intervención desde
que la decidieron hasta que la realizaron? Fechas cantan.
Más aún. El
discurso de Maura no es espontáneo; habla por haber trascendido a políticos y
Prensa la cuestión marroquí. Villanueva, el día precedente, vuelve a insistir
en el Congreso, precisamente para defender “patrióticamente” la posición del
Sultán y para deslizar que otras naciones podían tener interés en fomentar la
anarquía en el Imperio marroquí, buena coartada la brindada por el diputado liberal
a los agresores.
Las noticias
del día daban como cosa decidida la celebración de grandes maniobras militares
en el contorno de nuestras plazas de Soberanía.
EL 13, Muley Halid hace unas declaraciones a The Times, reivindicando su Soberanía total y el aplazamiento decidido por él
de la aplicación del artículo 60 del Acta de Algeciras, referente a la autorización
para que los europeos puedan adquirir terrenos próximos a las costas. Es la
respuesta del Sultán a los propósitos de intervención.
El 19 de
mayo. El Profesor de la Escuela Moderna Odón de Buen, el íntimo del que sería
inspirador y Jefe de la Semana Trágica, explana una interpelación en el
Congreso, ¿para oponerse? No; en absoluto, no; para propugnar la intervención:
“Zelúan debe ser ocupado por gente afecta a España. Hay que
seguir, como Francia, una política mixta, militar y comercial, hciendo que nuestros Oficiales sean verdaderos agentes
comerciales.”
El Ministro
de Estado responde a De Buen, y declara:
"El
Gobierno español no se ha de separar nunca de una política que tiene por base
compromisos contraídos con otras potencias.”
Esto está
bien claro.
Lo que no lo
está de ningún modo es la posición del anarco-masón De Buen, propugnando la
intervención en Marruecos. Ignoramos si es atribuir demasiado sutileza a la
maniobra masónica el ver en la declaración del portavoz masónico una incitación
al Gobierno para que lleve a cabo la intervención, constándole a la Masonería
que es la guerra, guerra que le servirá de pretexto para incendiar a España con
la revolución. Es la única explicación posible para esa flagrante contradicción
del portavoz masónico, dado que la Masonería y sus partidos políticos eran
opuestos a las que llamaban aventuras guerreras y que, por “aventurero”,
atacaron siempre al Rey.
Que sepamos,
nadie se ha detenido a examinar esta extraña y paradójica intervención del
anarco-masón De Buen, que, sin duda, significaría para Maura que hasta la
extrema izquierda secundaba “patrióticamente” su empresa marroquí. Tal
creencia, sugerida por la interpelación del masón De Buen, podría explicar toda
la imprevisión gubernamental que posibilitó la revolución barcelonesa.
Complacidos,
registramos una excepción; la del Diputado señor Gullón —que no llegaría jamás
a Ministro—, cuando a continuación dijo:
“Sin que la
situación sea grave —añadió—, es preciso que el país se percate de que hace
falta tener buenos elementos de seguridad, y que no se debe regatear nada en
tal sentido, pues hay que estar preparados, y bien preparados, para muchas
eventualidades. Hace falta mucho Ejército, mucha Marina y mucha previsión,
aunque sólo sea como preparación para lo que en el porvenir pueda ocurrir.”
Esto era
patriotismo y poner el dedo en la llaga; claro es, sin éxito alguno, aun cuando
los próximos desastres le dieran totalmente la razón.
Secunda la
posición de Gullón el Diputado Moréu.
El 24, nueva
respuesta de Allendesalazar, Ministro de Estado, asegurando
que “no hay motivo de alarma”. Esto lo decía a cuarenta y cinco días de
producirse la agresión.
El debate
sobre Marruecos se prolonga, interviniendo varios oradores.
La,
Correspondencia de España denuncia “patrióticamente” lo que se prepara en
Marruecos, cuando en todas partes ello es el rumor corriente.
Juan de
Aragón, seudónimo del Director del periódico, escribe un artículo, del cual son
estos párrafos:
“Creíamos,
creemos y creeremos que para Marruecos no debemos gastar ni una peseta, ni
aventurar un hombre, porque en Marruecos, ni aun gastando muchos millones, ni
aun regándolo con arroyos de sangre, podremos encontrar beneficio alguno para
España, y, en cambio, podríamos encontrar nuestra ruina. Francia, con ser
Francia, ha gastado una enormidad de millones en la campaña de Casablanca, y
¿para qué? Pues para que Muley Hafid haya hecho con M. Regnault poco más o
menos lo que hizo con Merry del Val. Antes lo decía, y lo repito. Antes iremos
a predicar la sedición que a participar de la complicidad, si algún iluso
pretendiese meter a España en aventuras donde nada se puede ganar y mucho se
puede perder.”
Al día
siguiente, el 9, se reúne Consejo de Estado y aprueba un crédito extraordinario
de 3.281.408 pesetas para gastos militares. Todos saben que se trata de un
crédito para la acción militar en Marruecos.
Asistieron
al Consejo: Maura, marqués de Pidal, Canalejas, Dato, Sánchez de Toca. Sánchez
Román, Gasset, Polavieja, Salvador (Amós), García Alix, Aguilera, Santos Guzmán
y Domínguez Pascal, las planas mayores de los partidos liberal y conservador.
Los
liberales, “patrióticamente”, votan contra la concesión del crédito. Los
liberales votantes fueron: Canalejas, Salvador (Amós), Gasset, Aguilera y
Sánchez Román. (¿Hay alguno que no fuera masón? Creemos que no. Esto debió de
abrir los ojos a Maura y hacerle ver que la masonería “tomaba posiciones” para
explotarlas en el futuro.)
Este
crédito, aun siendo tan modesto, alarmó a la opinión, gracias a haber sido
explotado políticamente.
Moret, el h. Cóbden, fue el primero, y aquel mismo día, después de
aprobar el voto desfavorable de los ex ministros liberales, añadió:
“El
Gobierno, en efecto, parece que se propone reforzar ampliamente las
guarniciones españolas de Ceuta y Melilla, con objeto, sin duda, de dar a los
moros una idea más elevadas y completa de nuestro poder militar que la que
puedan tener en la actualidad, adquirida en los sucesos y en los combates de
Casablanca. Pero eso tiene un gravísimo peligro. Lo que no se hizo entonces
quiere hacerse ahora, seguramente en mucho peores condiciones. Nosotros
ocupamos unos terrenos, chicos o grandes, pero en realidad de noca importancia,
cuya evacuación pide, con arreglo al Tratado de Algeciras, el sultán de
Marruecos. En lugar de haber contestado a esta indicación con habilidad diplomática,
con excepción dilatoria, se ha replicado con altanería y malas formas, diciendo
el enviado español que de eso no había nada que tratar, porqué no tenía
instrucciones. Pues las consecuencias de esta conducta pueden ser peligrosas.
Nosotros, para dar idea de nuestra fuerza, para hacer ver que estamos
preparados a todo evento, aumentamos nuestras fuerzas en Marruecos.
El sultán
pedirá la evacuación de los territorios que allí ocupamos, y si no accedemos a
sus peticiones, los moros tirotearán a nuestros soldados, y como no hay fuerza
militar que se deje agredir impunemente, a los fusiles moros contestarán los mausers españoles, y esto es la guerra, una guerra difícil,
costosa y sin gloria, que nos llevará al Riff, donde los soldados no tendrán ni
agua para beber. No —añadió con patriótico acento el señor Moret—; eso no puede
ser; esa política me parece una locura altamente censurable; el partido liberal
la condena, y protestando de ella, quedará siempre en disposición, si el
Gobierno, en su ceguedad, nos Conduce a tal aventura, de remediarla con una
paz honrosa para España.”
Después
censuró también el procedimiento del Gobierno de pedir el crédito al Consejo de
Estado cuando acababan de cerrarse las Cortes, y terminó diciendo:
“De todo lo
cual se deduce que la posición del señor Maura es menos segura de lo que
generalmente se cree, y que en octubre, cuando las Cortes se reúnan, habrá que
exigirle grandes y profundas responsabilidades.”
Aquel
nefasto masón que fue Moret, loro irresponsable de la masonería y su pelele
siempre, da una preciosa muestra de “patriotismo”. Bien que se oponga, si
supone tener motivos y razones, a la intervención; pero, si no la puede impedir
—que no puede ni quiere, como luego se vio—, su deber, como jefe de la
oposición monárquica, es el procurar la máxima preparación para la
intervención, a fin de tratar de evitar el desastre. Pero no; su preocupación
única es colocarse en la mejor posición posible para extraer en beneficio suyo
y de su partido las consecuencias políticas. No es una vana deducción; es una
realidad confirmada por su actitud en el debate parlamentario que acaba
políticamente para siempre con Maura.
Otra
confirmación inmediata. La Correspondencia de España, periódico liberal y
“monárquico”, es eco aquel mismo día de Moret.
En los
párrafos siguientes verán los lectores quiénes dieron argumentos y pretextos a
los republicanos, socialistas , y anarquistas para lanzarse a derramar sangre:
“¿A qué
vamos a Marruecos? ¿A defender intereses comerciales? Pues si eso se dice, eso
es mentira. Y es mentira porque nosotros no tenemos comercio en el sentido de
expansión. Contra un país es imposible luchar. Y España no quiere oir hablar de Marruecos. A excepción de media docena de
caballeros políticos, de unos cuantos bolsistas de sube y baja y de otros
cuantos pescadores de a río revuelto, nadie desea ni aventuras, ni provocaciones,
ni ocupaciones innecesarias, ni expediciones fuera de tiempo y de lugar. Por
las trazas, se está haciendo todo lo posible para que nos agravien, para luego
sacar el argumento del honor nacional y decirle al país que no hubo más remedio
que defenderse. Y esto es necesario destruirlo porque es mentira. Así, en
redondo: mentira; porque ni los rifeños ni el sultán quieren guerra con España.
Lo que sucede es que se está buscando el pretexto y que no se encuentra. No lo
olviden los Gobiernos que gobiernan y los Reyes que reinan. Mil veces más
peligroso que no ir a Marruecos será el ir. Maura dijo un día que el proyecto
de Asociaciones era la guerra civil. Yo le digo que el ir a Marruecos es la
revolución. Y al decírselo sirvo a la Patria mucho mejor que haciendo creer al
Rey y a la Patria que el ir a Marruecos conviene a la Nación y a la Monarquía.”
¿Quién dio
argumentos y pretextos a Ferrer, al anarquista dinamitero, sino los “patriotas”
y “monárquicos” llamados “liberales”, dueños “turnantes”
del Estado monárquico..., y nos preguntamos: ¿Cómo con tales hombres dentro del
Estado no perdió don Alfonso mucho antes la Corona?
El Gobierno
de Maura se ve obligado a dar una nota. En su altura “mayestática”, cuando ya
se hace apelación al pueblo y a la Revolución, sólo se le ocurre formular una
nota para “diplomáticos”; nada de dirigirse al corazón popular, al patriotismo
vivo del español, hablándole de lo que en Marruecos se jugaba España dentro de
la maraña de los imperialismos europeos: su potencia estratégica, su
independencia nacional, en consecuencia. Algo tan sagrado y decisivo que, si la
bandera del Sultán se arriaba, sólo la española debía ondear..., so pena de ser
“emparedados” en Norte y Sur por Francia, convirtiéndonos en el feudo que fue
incapaz Napoleón de hacer de nuestra Patria.
Maura,
relapso siempre en el pecado de “distancia” con el pueblo, no apeló al
patriotismo nacional, y de su pecado fue castigo su muerte política.
Su “nota” no
dijo al espíritu español nada, en absoluto nada; y frente a la empresa marroquí
nuestro pueblo quedó a merced de la demagogia masónico-anárquica. La sangrienta
consecuencia bien pronto la sufrió España.
La mayoría
de los políticos, abundando en argumentos materiales, industriales y
económicos, y ninguno en los altos intereses patrióticos en juego, se mostraron
contrarios a la acción en Marruecos.
Y su eco, la
prensa popular y populachera, tomó la misma posición.
La Juventud
Socialista Madrileña lanza un manifiesto contra la guerra. Sus argumentos son
un calco de lo dicho por la “monárquica” y “liberal” Correspondencia de España.
Sin aquel
pretexto de la guerra de Marruecos y sin el motivo del desastre militar por
impreparación gubernamental, véase de lo que eran capaces los anarquistas
indígenas. He aquí la estadística de dos años de terrorismo dinamitero en
Barcelona.
Desde marzo
de 1907 hasta 1909 habían estallado en Barcelona todas estas bombas:
Marzo, 10
(1907).—Puerta Ferrisa: una; encontrada.
Plaza Buen
Suceso: una; estalló.
Calle
Canuda: una; estalló (un herido).
Abril,
7.—Salón de San Juan: una; estalló.
Abril,
8.—Salón de San Juan: una; estalló.
Calle de la Boquería, número 26: una; estalló (cuatro heridos, dos
graves).
Noviembre,
11.—Acequia Condal: diez; hallazgo de diez bombas Orsini,
nuevas.
Diciembre,
23.—Boquería, número 21: una (cinco heridos); estalló
en el cuartelillo de San Felipe Neri.
Calle del
Hospital, número 63: una; estalló (un herido).
Calle de San
Pablo, número 40: una; estalló (dos muertos y un herido).
Febrero, 17
(1908).—Calle San Ramón, número 2: una; estalló.
Peu de la Creu, número 9: una
(un muerto).
Febrero,
24.—Calle Corders, número 3: una; estalló.
Marzo,
11.—Muelle de Barcelona: dos; estallaron.
Mayo,
12.—Muelle de la Paz: una; estalló en el carro blindado.
Marzo,
15.—Plaza de la Boquería: dos; una estalló (un muerto
y cinco heridos).
Abril,
12.—Rambla de Santa Mónica: una; encontrada y arrojada al mar.
Abril,
28.—Vista Alegre: una; petardo que hirió a tres niños.
Junio,
27.—Plaza de la Boquería: una; estalló.
Urinario de
la Rambla de las Flores: una (un muerto). .
Agosto,
8.—Vapor “Golondrina”: una (tres heridos).
Octubre,
25.—Una; estalló en las inmediaciones de la plaza de Toros.
Octubre,
28.—Calle del Coll: una; era de artillería, y el pepinillo subió por encima de
las casas y cayó en la calle de Fernando.
En
diciembre, no recordamos la fecha, otra en el Paralelo, en un banco. Era de
inversión, y no causó víctimas.
Abril, 7
(1909).—Calle de la Boquería: una (causó cuatro
heridos).
Abril,
8.—Calle de San Pablo (parte Rita): una (sin desgracias).
Abril,
11.—Calle de Aldana: una (sin desgracias).
Abril,
12.—Calle de San Pablo: una (sin desgracias).
Junio,
28.—Teatros Principal y Soriano: dos.
Total, 31
aparatos explosivos; número que se eleva a 41 si contamos las 10 bombas Orsini encontradas el día 11 de noviembre en la Acequia
Condal.
Estos
aparatos destructores causaron cinco muertos y veintisiete heridos.
Después del
terrorífico inciso, volvamos a la cuestión de Marruecos.
Dos días
antes de la agresión llegan estas noticias de Melilla:
“Sigue
siendo tirante la situación. En una Junta magna celebrada en Nador, aparecieron divididas las opiniones, como siempre. Los
intransigentes escribieron muchas cartas pidiendo contingentes a las cabilas.
Para conseguir su objeto tropiezan con diferentes clases de resistencia, que
oponen quienes no desean nuevas luchas. Vienen observándose síntomas alarmantes
y hasta en los rifeños que trabajan en las obras de las minas y ganan jornal en
ellas.
Los que
dirigen los trabajos de reconstrucción de las líneas férreas mineras tienen que
pagar diariamente sus jornales a los moros que trabajan. Estos quieren así
estar seguros de poder, sin daño para su ganancia, interrumpir su labor cuando
les parezca. Estos obreros rifeños dicen que no podrán seguir trabajando si no
se ocupa militarmente por las tropas españolas los montes Atalayón y Nador. Entretanto se aprovechan de las
circunstancias y quebrantan la disciplina propia del trabajo. Apenas un capataz
les reprende, le increpan y le amenazan. La situación es, por lo tanto, muy
crítica y difícil.”
LA
AGRESION
Los
presagios y síntomas tuvieron realidad a las ocho de la mañana del día 9 de
julio de 1909.
Acababan de
llegar a su tajo los indefensos obreros españoles, para reparar la vía del
ferrocarril minero, cuando de repente fueron agredidos por una gran masa de
moros que los esperaban emboscados.
El General
Marina, Comandante Militar de Melilla, salió al frente de una pequeña columna,
chocando inmediatamente con gran cantidad de moros que hacían fuego pegados al
terreno y parapetados tras las rocas y rugosidades de aquel terreno tan
propicio a ello. Las fuerzas, muy escasas en verdad, sufriendo un intenso fuego
del enemigo invisible; pero pudieron tomar algunas posiciones, quedando en
posesión de ellas.
Pérdidas:
cuatro obreros muertos y uno herido; militares, un Oficial muerto y cuatro
heridos; cuatro muertos y 22 heridos de tropa. Datos del parte oficial; luego
se diría que las bajas fueron muchas más.
La
“previsión” de Maura para la prevista, decidida y conocida Intervención fue
dotar a Melilla y su perímetro de 6.451 hombres de todas las armas. Un técnico
militar, conocedor de la plaza y de la organización normal de las fuerzas,
deducirá inmediatamente cuál podía ser el número de hombres que se podían
destinar a operar. Si descontamos los servicios auxiliares, Intendencia,
oficinas y guarniciones de los fuertes, enfermos y permisos, no serían muchos
más de 3.000 hombres los que podrían ser lanzados al campo en acción ofensiva.
El plan
debía estar diseñado hacía tiempo, pues la guarnición había sido reforzada con
bastante anticipación. Debía conocerlo el Gobierno y hubo de aprobarlo. Nos
parece una insigne torpeza y una temeridad que aprobase la salida de tan
ínfimas fuerzas para realizar un movimiento de ofensiva. Las fuerzas del campo
de Melilla, por su número y potencia de armamento, sólo eran estrictamente
suficientes para guarnecer y defender el perímetro jalonado por los fuertes.
Así se
confirmó cuando ya era tarde; cuando las fuerzas moras se “comían” las
posiciones establecidas el primer día, que se sostenían por prodigios de Valor
de sus exiguas guarniciones.
Aquel mismo
día 9 se cursó la orden a la guarnición de Barcelona para el embarque de una
brigada mixta, de todas las armas.
El error de
hacer salir estas fuerzas de Barcelona, algo no necesario en la ocasión, ya
veremos lo que costó.
El día 11 se
publica un Decreto autorizando al Ministro de la Guerra para movilizar los
reservistas que considerase precisos.
Los lectores
con ciertos conocimientos miliares habrán de preguntarse con razón: ¿Era
preciso apelar a las reservas, con su nefasta consecuencia revolucionaria, para
enviar a Melilla unos contingentes limitados? A las reservas debe apelarse
cuando es previsible que no han de bastar las tropas en activo sobre las armas
en el frente, y, en todo caso, las tropas de la reserva movilizadas deben
cubrir los huecos en las guarniciones; jamás deben ser enviadas a combatir
cuando existen gran cantidad de unidades de activo sin luchar y, menos aún, han
de ser lanzadas al combate “a medio vestir”, como hizo el Gobierno de Maura en
julio de 1909.
La razón de
aquel enorme desatino fue meramente burocrática. El Gobierno ni debió y, menos
aún, supo medir sus consecuencias.
La
revolución, seamos exactos, estalló y alcanzó tanto apogeo no sólo por la
potencia de sus fuerzas específicas ni por el coraje de sus dirigentes, sino
por haberle facilitado el Gobierno auténticos motivos populares y haber
convertido en revolucionarios á millares y millares de familias con aquella
injusta y nefasta movilización de reservistas.
Además, como
se ha visto, la torpeza bate su récord eligiendo a Barcelona para que mande a
Melilla los primeros reservistas. Así, el Gobierno de Maura provocaba el
estallido revolucionario en el sitio donde clásicamente poseía más tensión y, a
la vez, con crasa estupidez, enviando unidades de la guarnición barcelonesa,
debilitaba las fuerzas miliares llamadas a enfrentarse con la rebelión. Si
Ferrer hubiera sido llamado para dar consejo a Maura, no hubiera podido
aconsejar nada más favorable para el triunfo de su plan revolucionario.
Nos
detenemos algo más en esta culpabilidad de Maura, porque nadie lo atacó cual
merecía en este terreno, donde patrióticamente era atacable únicamente.
Y terminamos
con estas interrogaciones:
¿Existió
alguna razón para movilizar el primer día reservistas? ¿Hubo algún motivo para
enviar las primeras unidades de la guarnición de Barcelona?
Respondamos
a la primera pregunta. El sistema de movilización vigente, anticuado y, desde
luego, inadecuada para una expedición de tipo colonial, prescribía que toda
unidad movilizada, para alcanzar sus efectivos de campaña, llamaría la
necesaria cantidad de reservistas afectos a la misma, que eran cuantos habían
prestado servicio activo en tal unidad. Así, debían ser enviados a Melilla
reservistas licenciados hacía cinco años, casados y con la escasa instrucción
recibida olvidada, en tanto que continuaba en los cuarteles y en sus casas un
millón dé hombres más jóvenes, solteros y con instrucción militar más reciente.
No hablamos
de memoria; podemos citar un ejemplo bien elocuente: El Batallón de Cazadores
de Madrid debió completar su efectivo al ser destinado a Melilla; el propio era
de 850 hombres.
Pero, al ser
designado, sólo tenía en filas 250 hombres (¡qué previsión gubernamental!),
procedentes 150 del reemplazo de 1908 y 75 del de 1907; por lo tanto, debió
llamar a 625 hombres más, y para reunirlos tuvo que hacerles presentarse;
Primero, a 180 con licencia ilimitada; segundo, 200 del reemplazo de 1905;
tercero, 195 del de 1904, y cuarto, 48 del de 1903.
No busquen
los lectores disculpa legal para el Gobierno de Maura basándose en el plan de
movilización vigente, porque lo modificable por potestad gubernamental no es
nunca eximente de culpabilidad.
Pero,
además, aun incurriendo en el absurdo de considerar “sagrado” el plan de
movilización aquel Gobierno, él no tenía necesidad de apelar a los reservistas
ni de embarcar unidades de la guarnición de Barcelona.
Antes que el
General Linares, fue Ministro de la Guerra el primer Marqués de Estella. Y he
aquí lo declarado por él al periodista francés M. Masziéres,
de Le Journal, que nadie ha rectificado hasta
la fecha:
“La
expedición (en previsión de los sucesos de Melilla) fue preparada; pero yo, por
motivos políticos, hube de separarme, entonces del Gabinete Maura. Mi sucesor
en el Ministerio de la Guerra fue el General Linares. Lo que yo había previsto
llegó. El General Marina, necesitado de ellos, pidió refuerzos. Sabía el
General Linares que los Cazadores de Gibraltar y la División Orozco, haciendo
un efectivo total de 16.000 hombres, esperaban sólo la orden de embarque, para,
en veinticuatro horas, poder estar en Melilla.
Rehusó
emplear los 16.000 hombres que estaban preparados, y fue, en cambio, a buscar
lejos contingentes mal dispuestos. Pidió a Cataluña tropas para enviarlas a
Marruecos, decisión en extremo desgraciada por dos razones: por la imprudencia
de disminuir la guarnición de una provincia que es el centro de la anarquía
española y porque las tropas de Cataluña, no teniendo sus efectivos completos,
a causa del licenciamiento anticipado, necesitaban, antes de ser transportadas
al terreno de la guerra, completar el efectivo bajo sus banderas con gentes que
podían creerse libres de toda obligación militar, y cuya mayoría habían
contraído matrimonio.
¡Cuántas
desventuras hubiéranse evitado utilizando en seguida
este pequeño ejército, en vez de llamar a los contingentes de Cataluña.”
La
responsabilidad del Ministro de Maura es abrumadora.
Reconocemos
la necesidad patriótica de la intervención en Marruecos decidida por Maura,
dada la situación internacional en torno al problema. Su designio fue
patriótico y una vil traición la de cuantos a ello se opusieron.
Ahora bien,
reconocido algo tan importante y honroso para Maura, sus groseros errores de
ejecución lo descalifican como estadista y como talento político en el arte de
gobernar. El gobernar no es hablar con oratoria deslumbrante, no es tan sólo
valor, sinceridad y honradez —todo eso, nada menos, reconocemos en Maura—, el
gobernar es un arte, y Maura careció siempre de él. Falló en el arte de
gobernar en cuanto se vio frente al primer problema práctico, real, insoluble
por medios oratorios o gallardías personales y falló frente a la revolución,
tampoco aplacable con tropos verbales, y no sólo fracasó por imprevisión en la
guerra y la revolución, sino que, al deber hacerles frente, objetivamente,
prestó motivos y fuerzas de que el enemigo carecía. Y ni siquiera supo —y culpa
fue su despectivo distanciamiento de las masas—movilizar contra la traición interior
e internacional el patriotismo español, al cual, por tan auténtico motivo,
jamás apeló en vano ningún estadista español.
Es de
nuestro último Rey de quien esta obra se ocupa esencialmente, y, por ello, no
podemos impedir que salte a la página esta reflexión :
Si el mejor
gobernante del Monarca fue Maura —el autor así lo cree—y padecía de tan
tremendos defectos, ¿cómo pudo Alfonso XIII permanecer en el Trono durante
tantos años? Parece milagro.
SEMANA
TRAGICA
En el
principio está la idea; esa idea hija del pensamiento que no delinque, según
doctrina “sacrosanta” de Maura. La idea que germina en los cerebros terroristas
de la Semana trágica no ha nacido en ignorados cubiles anárquicos, ni siquiera
en los republicanos. Nace en los cerebros de los dirigentes liberales y es su
Prensa quien la siembra.
Ya hemos
traído a estas páginas algo del anticlericalismo del Bloque
liberal-republicano-socialista; y como chispas arrojadas en la pólvora
terrorista de la Semana trágica serán lanzadas las ideas anticlericales en los
mítines por los Jefes liberales y monárquicos.
“La reacción
ha establecido su campamento en el Gobierno y ha penetrado en el santuario de
la conciencia”, decía en Pamplona, el 29 de noviembre de 1908, el señor
Rodríguez de la Borbolla. “Hoy nos invade la hueste negra por todas partes:
antes había una mano muerta, española y castiza, que bendecía y socorría; ahora
existe una mano muerta extranjera, altiva, que quiere transformarnos en una
colonia de explotados”, decía el señor Canalejas en Logroño el 6 de diciembre.
“La sobreproducción más endeble se titula en Francia artículos para España y
Marruecos; la de frailes ni siquiera ha podido colocarse en Marruecos, ha sido
colocada toda en España, que parece la zona neutral entre África y Europa”,
decía el señor Gasset en Huelva el 20 de diciembre. “España es un remedo del
Paraguay, un Estado pontificio, una colonia religiosa de El Vaticano, una
vergüenza del mundo”, decía el señor Alba en Granada, también en 20 de
diciembre.
Pasemos a la
campaña para oponerse a la acción en Marruecos: El Diario Universal,
órgano de Romanones, el que tiene sus intereses mineros en el Riff, tiene el
impudor de decir lo siguiente:
"¿Vamos
a echar por tierra y a destruir en un momento la obra de consolidación del
crédito nacional, que a tanta costa hemos elaborado? Ya lo decía ayer el
ilustre Jefe del Partido Liberal, señor Moret, expresando su disconformidad con
la política, que juzga peligrosa, de llevar a España a una acción militar
cuando no ocurre nada que la justifique.
Hay, pues,
que meditar hondamente antes de comprometernos en aventuras que tienen luego
difícil solución; piénsese en los gastos de las guerras desarrolladas en África,
y manténgase con energía la posición política que conviene a España para no
perder la paz, que tanto necesita. .
Si ocurriera
algo —dijo el Jefe de los liberales— que exigiera una acción militar, ningún
español negaría al Gobierno los medios de ejecutar lo que en tal caso sería
obligación fatal e inaplazable. Pero nada ocurre que permita establecer aquella
suposición, y a nosotros nos importa que conste nuestra disconformidad con una
política que juzgamos peligrosa.” ¡Coartada!
Canalejas,
en El Heraldo del 8 de julio, dijo:
“Las medidas
adoptadas por Maura son un verdadero e inexplicable exceso de previsión.”
El
Liberal del 12 de julio:
“Tal se
encuentra la opinión, aleccionada por las cosas de mar y tierra, agenciadas en
los últimos tiempos, qué cuanto se haga prematuramente le parecerá cuestión de
contratas, en vez de parecerle cuestión de patriotismo.”
Otro
“prestigio” liberal-monárquico, Jenaro Alas, reforzaba los tiros así:
“En resumen,
el buen sentido confía en que no habrá expedición en regla a Melilla y Ceuta;
en que el Gobierno no pedirá más crédito que el de los tres millones y medio que
ha obtenido y gastado. Si esto no se realiza, el buen sentido tendrá que
reconocer que el Gobierno no obra libremente; y como es absurda la hipótesis de
que los armamentos innecesarios, y aun peligrosos, nos los imponga Francia,
queda la sospecha lamentable de que dentro de casa haya elementos tan poco
patrióticos que impongan al país gastos y peligros.”
El
Liberal del 10, al día siguiente de la agresión:
“Ahora
solamente ha causado un gran dolor la pérdida de esos pobres millares y
paisanos que, no en aras de la Patria, sino en defensa de equívocos intereses
industriales, han sacrificado la vida. Lo único que está en pleito es el lucro
de algunas compañías medio Francesas y medio españolas que piden vara su
laboreo la protección de nuestras armas. Compañías de las cuales bien se puede
decir que, en la parte que nos toca, juegan de palabra, pues el capital mayor que
han invertido consiste en algunos nombres retumbantes, cuyos dueños gustan poco
de aportar valeres efectivos, y en la esperanza de que las auxilie con pingües
subvenciones el Gobierno.”
Y después de
tales premisas, pedía un nuevo bloque de la izquierdas para oponerse a la
guerra, continuando así:
“En cambio,
la nación sabe cuál es su voluntad, y la ejercerá sin vacilación alguna, a fin
de impedir la guerra.
A la primera
llamada de los partidos democráticos y de las agrupaciones socialistas,
ciudades, villas y aldeas se levantarán a una a protestar contra los intentos
bélicos.
Esa protesta
será secundada por las clases mercantiles, por las clases neutras y hasta por
las clases conservadoras.
¿Lo duda
alguien? Pues a la prueba, que se hará inmediatamente, nos remitimos.
Sépalo el
Gobierno y sépanlo todos. Para lanzarse a una guerra no bastan Ejércitos
disciplinados, aguerridos y suficientemente provistos de municiones,
bastimentos y pertrechos de campaña. Se necesita que haya detrás un pueblo que
los anime, que los confort, que los empuje. Ahora no lo hay.”
El
Imparcial y El Heraldo adoptan otra táctica, la de alarmar a las gentes,
exagerando las pérdidas y peligros de la empresa marroquí.
Como hemos
visto, el motivar la campaña en sucios intereses económicos es un argumento
usado por la Prensa del Partido Liberal, cuyo argumento, ensamblado con la
calumnia de ligar a los negocios marroquíes a personalidades católicas y
órdenes religiosas ha de ser lo más decisivo para poner en manos de las masas
las sacrílegas teas incendiarias.
Antes de
pasar más adelante, veamos lo que de cierto hay en la odiosa campaña:
Salvador
Canals, político, monárquico, patriota y serio, nos dirá:
“El Roghi vendió las minas de hierro de la provincia de Guelaya al Sindicato Español de Minas del Riff y a una
compañía francesa, titulada Norte-Africana, y domiciliada en España, las de
plomo, llamadas del Afra. Componían el Sindicato Español la Casa Figueroa, de
Madrid; la Casa Güell, de Barcelona, un grupo de Capitalistas madrileños,
llamado de “Clemente Fernández”, y un agente de negocios de Cádiz, muy
conocido, el señor Macpherson, y que fue el principal
gestor del negocio. El señor Villanueva, ex Ministro liberal, presidía el
Consejo de Administración de esa compañía. La Norte-Africana, formada con
capital francés, tenía un Consejo de Administración, presidido por el ex
Ministro conservador señor García Alix”.
Y el propio
escritor añade:
“He aquí
cómo ha referido el señor Conde de Romanones, de la Casa Figueroa, la formación
de la compañía española:
“Hace algún
tiempo se me presentó un ingeniero francés pidiéndome una carta de presentación
para el General Marina. Era este favor insignificante y lo concedí gustoso.
Marchó a Melilla, y a poco me escribían de allí noticiándome haberse presentado
como mensajero mío y encargado de mis negocios. Supe también que iba para
ciertos negocios mineros, y entonces se me ocurrió que era empeño patriótico no
dejar en manos extranjeras lo que para España podía ser imponderable elemento
de riqueza.
Envié a Melilla,
Tetuán, Ceuta y sus aledaños a dos ingenieros amigos míos. Fruto de su viaje fue
una Memoria, donde se puntualizaba la esplendidez de los colosales tesoros
mineros de aquellas comarcas, y muy singularmente de las de Benibulfrur.
Calcule usted. Montañas enormes de mineral riquísimo, tanto, que da un rendimiento
de 75 por 100 del peso bruto, cuando el del Bilbao no llega al 50. Tierras de
aluvión al pie de esas montañas, donde la labor de siglos ha ido llevando
mineral hasta el punto de dar un rendimiento de 45 por 100. Y todo ello a las
puertas de Melilla, costando una peseta el acarreo de la tonelada de mineral,
en tanto que cuesta el transporte del de Calasparra y otros puntos a la costa
nueve pesetas.
Mi sangre de
minero —toda mi familia se ha dedicado a la minería; yo soy el único político
de ella— se inflamó ante aquel inmenso tesoro. Pensé en los beneficios que
reportaría a mí Patria la explotación de las minas, y como entonces se hablaba
mucho de “penetración”, pensé en hacerla. Unido a Güell, Macpherson y Clemente Fernández, constituimos nuestra sociedad con un capital efectivo de
dos millones”.
Como vemos,
el principal es Romanones; está implicado Villanueva, y los dos son Ministros
liberales. Hay un “conservador” como Presidente del Consejo de Administración
de la Norte-Africana (francesa por su capital), pero es García Alix, aquel
célebre Vicepresidente del Congreso que en 1899 dio aquellos dos descarados “pucherazos”
en las votaciones para que pudiera ser Diputado Miguel Morayta,
Gran Maestre de la Masonería y traidor a España.
El cinismo
de los liberales no tiene igual. Cuando, como veremos, los energúmenos
calumnian a las órdenes religiosas y a personalidades católicas, mezclándolas
en las empresas mineras marroquíes, Romanones, Villanueva y García Alix se
callan... y, sin duda, tanto debe ser su poder, que no hay un solo diario capaz
de dar a conocer la lista de los Consejos de Administración de las minas
rifeñas y de sus principales accionistas.
La campaña
se la dieron hecha a republicanos, socialista y anarquistas los liberales y su
Prensa. Sin duda, un imperativo de conciencia les impulsó luego a la defensa de
Ferrer y sus bandas de asesinos e incendiarios sacrílegos; porque les debía
remorder el ver fusilados a los autores materiales, cuando ellos eran los
cobardes autores morales...
Pasemos
ahora a la campaña extremista:
Nakens, el cómplice de Morral
indultado por Maura, lanza en los últimos días de junio este llamamiento a toda
la Prensa contra la campaña de Marruecos:
“Bajo hemos
caído —decía Nakens—, pero no tanto que hayamos
quedado para polizontes de las potencias extranjeras. Es absurdo y criminal que
fiara servir intereses industriales, que en su mayoría ni siquiera son
nuestros, nos metamos de cabeza en el avispero marroquí a riesgo de que nos
claven en el cuerpo y en el alma miles de envenenados aguijones.”
Y,
pretendiendo comparar con lo hecho por Francia en Casablanca, añadía este
aldabonazo en el corazón de la mujer:
“Pero
nosotros somos pobres y además no contamos con tropas de ese jáez. En el Rif y en Andghera lucharían y morirían los hijos de las madres españolas. Y éstas han llorado ya
bastante para que añadamos nuestras tribulaciones a las que sufrieron y abramos
en sus corazones nuevas heridas, cuando aún no se curaron las de los años del
desastre.”
El País, por su parte, daba, al
adherirse, estas muestras elocuentes de “patriotismo”
“La Embalada
marroquí será bien recibida en Madrid; no trae frailes ni vaticanistas: es una
Embajada más decente que la nuestra. El peligro está en el Rif y depende no de
los rifeños, sino de los mineros extranjeros y españoles que quieren convertir
el honrado Ejército español en una guardia negra, en una gendarmería, en una
especie de legión extranjera, en algo parecido a la tropa que tiene la
Tabacalera y al Cuerpo de vigilantes de consumos.”
Dos
Diputados republicanos, Nougues y Cervera,
escribieron en España Nueva el 2 de julio:
“Yo tengo la
franqueza de decir que no conozco Marruecos y que no sé si hay “problema
marroquí”; creo que no. Que no es problema, sino una serie de axiomas los que
deben determinar a los españoles, ya que no a su Gobierno, a obrar en este
asunto. Es el primero el que todo español, según la Constitución, está obligado
a defender a la Patria con las armas en la mano... y que por ahora no lo han
hecho más que los que no han tenido 1.500 pesetas para redimirse del servicio
activo, teniendo el honor de defender a España, hasta ahora, sólo los pobres.
Consecuencia: Hasta que no tengan igual honor los ricos que los pobres y se
obligue a aquéllos a ser tan españoles como a los primeros, no debemos meternos
en aventuras guerreras, que lleven en sí tamaña desigualdad. Y, además, ¿qué
vamos a buscar, nosotros en Marruecos? Territorios semisalvajes, sin
fertilizar, en donde la inteligencia del hombre sabe convertirlos en
productivos y fértiles vergeles. No salgamos de España para cumplir tal misión.
No es en Marruecos en donde hemos de buscar porvenir, que nos presenta fácil
esta rica Península Ibérica, sin más que dedicar a agricultura, obras públicas
e instrucción lo que se llevan la Casa Real, el Clero, Comillas, la Escuadra,
los monopolios y la plutocracia reinante."
El País, el día 9, a la misma hora
que morían ya nuestros soldados en las faldas del Gurugú, decía:
“La Embajada
es oportuna y es interesante. Viene, además, obligada por la descortesía y la
inepcia de nuestro malhadado representante. De este Embajador moro se ha dicho,
sin razón, que era criado del personaje designado para la Embajada, muerto en
Fez repentinamente. Del nuestro puede decirse que se ha portado como si fuera
pinche de Embajada y diplomático de escalera abajo.
Si estos
moros, Embajadores de Muley Hadif, traen deseos de
paz, sepan que coinciden sus sentimientos con los del pueblo español, que es
superior al Estado.
Los
ceríferos, paniaguados y auxiliares de la compañía minera dirán que eso
—organizarse ellos ejércitos para su defensa— resultará muy caro a los
accionistas, y tendrán mucha razón, pero más cara para nosotros es la vida de
un soldado español obligado a defender la causa de los verdugos del
proletariado en Mieres, La Felguera, Bilbao, Puertollano, Almadén, El Terrible, Ríotinto. Somos partidarios de penetrar pacíficamente
en Marruecos —lo hemos dicho mil veces— por medio del comercio, la moneda, la
ciencia (pedagogía, medicina, ingenieros), la industria y la minería. El
español que emplea su dinero o sus conocimientos en construir un ferrocarril,
abrir o extender mercado, enseñar a ignorantes, curar enfermos, poner en
explotación una mina, hace un bien a su nación y a la Humanidad, siempre que no
saque de quicio la cuestión y convierta su negocio de Estado, haciendo con
España un contrato leonino, mediante el cual la nación pondrá la vida de sus
hijos predilectos en bien de las acciones de los que, a titulo de civilizados,
llevan a Marruecos la guerra de clases, la explotación del hombre por el
hombre, la sordidez, la ruindad y el feroz egoísmo de las minas peninsulares.
En último
extremo, en suprema instancia, el Estado tiene el deber, que cumple muy mal por
cierto, en la Península con los mineros explotados, robados y hasta asesinados
por compañías nacionales y extranjeras, de garantizar la vida de los
trabajadores en las minas del Rif. Pero entienda bien; si por esas minas
surgiera una guerra, a ella irán, con, arreglo a la Ley de Reclutamiento, los
hijos de los mineros trabajadores y los hijos de los contratistas, ingenieros
y accionistas de, estas mismas minas.”
Y el
mismo periódico, en el mismo día, podría excitar así a la rebelión:
“No estoy
conforme, a fuerza de sufrir, injusticias y de verlas en tomo mío, con ninguna
política de oposición que se base en la lucha dentro de la legalidad. Sobre que
la Monarquía actual vino por la violencia, luchar dentro de las leyes actuales
es lo mismo que pelear con un alfiler enfrente de un acorazado. Y eso, además
del ridículo más grande, es la tontez más idiota.
¿Es honrado,
es de hombres de corazón, es de hombres de valor, dejar las cosas así? ¿En qué
nos diferenciamos, en cuánto a canallismo, de los que
dirigen ahora? ¿Qué hacemos nosotros por evitar ese desorden, esa monstruosa
injusticia legalizada? ¿Discursos, mítines, propaganda? ¿Propaganda de qué, si
el 95 por 100 de los españoles están convencidos del desorden, por el hambre y
por la incultura que padecen? No es serio, en la situación vergonzosa de España
con relación a los demás países, esperar a que el monstruoso enemigo se
convenza.
El no tiene
corazón; es un monstruo repugnante, lleno del pus de los egoísmos. Echarle
discursos, ponerle cifras o lágrimas por delante, es hablar a un sapo. Yo nunca
me sumaré a ningún grupo que eche discursos a los sapos, mientras van pasando
los siglos sangrientamente.
Eso es, para
mi sentimentalidad, demasiado ridículo y demasiado trágico.”
El País continuó los días
siguientes sin el menor obstáculo legal:
“Comillas es
accionista de las minas del Rif, que necesitan de la acción miliar para que
coticen bien sus acciones.”
Y el
día 11, cuando apenas había comenzado la movilización, ya veía todo esto:
“Mas en lo
presente, en lo que vemos y palpamos, sí vuelve el pasado. En Cádiz, en
Barcelona, en Valencia, en Málaga, volverán a ver los trasatlánticos del
Marqués de Comillas llenos de tropa. Buen negocio. Para esto no hay ayer, no
hay hoy. Todo es oro y lo mismo; todo es ganancia. Ahora, como en 1893, y
luego, desde 1895 a 1898, aparece en escena el reservista. Ya ha pasado por los
andenes de las estaciones rodeado de la mujer joven que llora al ver interrumpida
bruscamente la luna de miel. Ya han sorprendido los viajeros, asomados a la
ventanilla de los trenes, el cuadro emocionante de “la otra vez”, el reservista
trémulo, casi trágico, besando a sus chiquitines que lloran, le llaman, le
abrazan y pugnan por retenerle con sus manitas.”
Y el
día 14 volvía a la carga:
“¿Y qué
ganaremos’! ¿Que unos socios españoles exploten una mina y exporten mineral al
extranjero, haciendo competencia a las minas españolas? Unos cuantos ricachos
aumentarán su capital, los obreros trabajarán de mineros en el Rif, y a cambio
de esto España no podrá atender a su cultura, a sus obras, a su
industrialización, ni a fomentar su producción y reorganizar su hacienda, a fin
de libertarse de la penetración pacífica del capital extranjero, dueños de
minas, ferrocarriles, tranvías, industrias, saltos de agua, etc.”
Y el
día 15 insistía:
“Esta
campaña favorece a Comillas, vecino de Barcelona, a Güell, su pariente,
prohombre catalán, y a algunos accionistas de minas. Basta con eso para que se
olviden los solidarios de lo mucho, que han despotricado, no siempre sin razón,
contra los periódicos de Madrid, contra la patriotería, la “Marcha de Cádiz” y
el militarismo.”
Y el
día 16 mostraba más a las Claras sus intenciones:
“Nos hemos
apoderado de Cabo de Agua con el derecho de la fuerza; una compañía de
traficantes ha comprado unas minas, sabe Alá, de qué chalanesco modo, a quienes
no podían venderlas, y una agresión a la empresa y a los trabajadores nos sirve
de pretexto para conquistar nuevas posiciones y proceder como invasores, apoderándonos
de armas, bombardeando aduares, imponiendo nuestra voluntad. Está bien. Es la
ley del más fuerte la que mantiene en poder de Inglaterra el Peñón de
Gibraltar, robado a España, la que nos hizo firmar el tratado de París. ¿A
quién engañamos con las paparruchas que defienden lo indefendible? Digamos la
verdad, que él cañón sé impone en Marruecos como en España. Allí como aquí defiende
al capitalismo, rey. de mundo civilizado, y seguirá imponiendo esas razones
mientras el proletariado no se dignifique, no se limpie de su atávica
propensión al servilismo, no se ilustre y se asocie, y con la asociación llegue
a tener fuerza suficiente para discutir Con el cañón.”
Pablo
Iglesias dijo en un mitin celebrado en el teatro Lux-Eden:
“No sería
difícil ni extraordinario que algún reservista prefiriese apuñalar a un
Ministro o a cualquier elevada personalidad, antes que ir a matar gentes que
defienden a su patria con el mismo valor con que los españoles defendieron la
suya en 1808. No son en este caso los moros, sino el Gobierno, los enemigos del
pueblo español. Hay, pues, que combatir al Gobierno empleando todos los medios.
En vez de tirar hacia abajo, los soldados deben tirar hacia arriba. Si es
preciso, los obreros irán a la huelga general con todas sus consecuencias, sin
acordarse de las represalias que el Gobierno podría emplear contra ellos.”
El 21
lanzaba esto El País a los soldados:
“Para que
los accionistas logren dividendos a un capital nominal o efectivo, para que las
acciones mineras lleguen a cotizarse con ventaja, se envía millares de
proletarios al Rif, se arranca a los reservistas de sus tiernos hogares, se
pone en peligro la vida de los niños, hasta la honra de las mujeres, se
perturba y se disuelven familias, se castiga con la tristeza y la ansiedad a
millares de madres, se arruina a la nación y se compromete el interés de la
patria, porque una cuadrilla de capitalistas explote unas minas que no son del
Estado, y que en estricta justicia y con arreglo al Convenio de Algeciras, no
son tampoco de los que alegan propiedad sobre las mismas, compradas ilegalmente
al Roghi.”
Y el 24, la
antevíspera de los sucesos de Barcelona, ante el anuncio de nuevos trabajos
contra la guerra, decía el mismo periódico:
·”Aplaudimos
la iniciativa. En estos momentos críticos todos debemos iniciar, proponer,
hacer. Nadie debe escudarse en la pasividad ajena para disculpar la propia.
Acción, y audacia. Esas palabras deben considerarse como santo y seña. Mítines,
manifestaciones, unión con el que piense lo mismo, aunque ayer estuviéramos
separados, buen deseo, patriotismo, y ¡adelante! Nada de esperar consignas ni
órdenes.”
Él diputado
republicano Cervera:
“El país no
se ha dado aún cuenta del desastre que se avecina con una guerra inicua,
ruinosa, que puede ser el principio del fin de nuestra nacionalidad. Inicua, porque
es injusta, porque no puede decir nadie qué razón legal la motiva. ¡Civilizar
el Rif! ¡Pacificar aquel territorio! ¿Pero estamos nosotros europeizados?”
A Nougués, que se había dirigido a los diputados para pedir
la convocatoria de las Cortes, respondieron, entre otros, los “solidarios”
catalanes, “regionalistas” incluidos, así:
“Las
operaciones militares que lleva a cabo el ejército español en el territorio del
Rif constituyen de hecho una situación de guerra que no ha sido
constitucionalmente declarada, y para la cual no ha votado recursos el
Parlamento; lo que, unido a las condiciones en que se practica el reclutamiento
de las tropas expedicionarias, ha conmovido hondamente el sentimiento popular,
hasta el punto de que creemos que exigen la inmediata reunión de las Cortes, al
objeto de que el Gobierno pueda dar al país las explicaciones debidas, y todas
las representaciones parlamentarias, exponer su criterio ante tan graves
acontecimientos.—Vallés y Ribot, Carner, Abadal, Corominas,
Calvet, Rodes, Hurtado, Marial, Moles, Torres Sampol, Llari, Caballé, Salvatella, Miró, Maciá, Cruells, Odón de Buen, Bertrán y Serra, Ventosa,
Sebastián, Torre Ríus, Jover, Fargell,
Girona, Raventós.”
Pasemos a la
preparación psicológica de Cataluña.
La inaugura
un ex diputado, Roig y Bergadá, “monárquico”:
“¡El pueblo
detendrá la guerra de Marruecos yendo a la revolución!”
Destaquemos
algo de lo dicho por El Progreso en vísperas de la revolución.
Día 18:
“La única
riqueza efectiva, real, no proveniente de diversidad de factores que la
produzcan, son las minas ya en explotación por el “trust" que negocia con
el Tesoro público, y cuya alma es el marqués de Comillas. Y este Tesoro y los
que luego se descubran en el Rif ya se encargarán de hacerse, con ellos los
plutócratas y agiotistas judíos y jesuitas en una pieza, que se sorben en
subvenciones, concesiones y “trusts” el dinero que el
Estado esquilma a los españoles.”
“Subsiste
aún en nuestra alma el germen inquisitorial, y, desgraciadamente, no faltan
frailes que se encargan de avivarlo, so pretexto del triunfo de la cruz sobre
la media luna.”
“Maura, si
fuera posible en estos tiempos, para ganar el. cielo, procedería, poco más o
menos, como los Torquemada, Lerma, Juan de Rivera y demás acabadores de gente
agarena.”
“No falta
periódico que indique que el entusiasmo del pueblo saluda el embarque de las
tropas y se inventan ovaciones que no han existido más que en la mente de
serviles y cobardes.”
“LAS EX
MADRES”
“Hemos
recibido muchas cartas protestando de la conducta de algunas señoras que estos
días se dedican en los muelles a repartir medallitas y escapularios a los
soldados. Esta clase de protestas son inútiles. Los clericales no se resignan
fácilmente a desperdiciar la ocasión de mostrarse crueles con la víctima. A la
primera indicación hecha por la prensa deberían haber cesado. No lo han hecho.
Les importa poco desafiar las iras de las madres que ven escarnecido su dolor
por aquellas beatas. La alimaña clerical no abandona su presa ante ningún
razonamiento. Siempre ha sido preciso apelar a medios extremos.”
“En el
momento del embarque pasó por el paseo Nacional una mujer de regular edad
accionando con ademanes descompuestos y gritando desaforadamente: ,
—“Ya podéis
hacer meetings, que entre tanto se los llevan”.
Táctica de El
Progreso era presentar a España entera ardiendo en indignación y a Melilla
llena de cadáveres de soldados.
Véanse
varios recortes de su número del 23:
“Cada
estación de embarque se convierte en un motín, y las vías férreas se yen
alfombradas por cuerpos humanos, dispuestos a detener por tal medio lo que la
plutocracia y el Gobierno han desencadenado.”
“Cunde por
todas partes el descontento. En los hogares se maldice. En las calles se alzan
los puños. En toda la nación se ha levantado indignado el espíritu nacional,
que penosamente caminaba a su reconstitución reclamando imperiosamente su
derecho a engrandecerse.” ’
“La censura
es una torpe maniobra que excitará los ánimos al ver que se le dan por entregas
las relaciones de muertos y heridos, cuyos nombres producirán en hogares
españoles la consternación y el espanto desolador.”
“Como
patriotas, lamentamos que se pongan tales trabas al pueblo. Como enemigos del
régimen, cantamos albricias por tan insólita, inoportuna y anticonstitucional
medida.”
“Cierva no
quiere que hablen los españoles, y nos van a oír los sordos.”
El día 25,
comentando un artículo de El Ejército Español, de Madrid, El Progreso decía cosas como éstas:
“Por lo
visto, para ellos ser español y patriota es entregarse con las manos atadas y
los ojos vendados en manos del Gobierno de Maura, para ser llevados a esta
torpe guerra de Marruecos y morir unos allí y tornar otros lisiados, para
arrastrarse por las calles populosas pidiendo una limosna a los extranjeros que
explotaron nuestro suelo mientras nosotros, como Quijotes de cartón, ganábamos
un palmo más de arena para beneficio de Güell, Comillas y Compañía. Eso, por lo
visto, debe de ser muy glorioso y muy patriota para estos expendedores de
títulos nacionales. Si en toda España —como cabe, felizmente, esperar— se
produce un movimiento franco de rebeldía a esta guerra, nosotros no
recularemos: donde estábamos, estamos; donde estamos, estaremos.”
“Tiene razón
el diario madrileño. Mientras el pueblo está en los “meetings” y en las
propagandas, la obra queda por hacer. Suprímanse les “meetings” y las
propagandas, y ya verá El Ejército Español cómo en un solo día llegamos a la
victoria, pero a la nuestra, se entiende”