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HISTORIA UNIVERSAL DE ESPAÑA |
MAURICIO
CARLAVILLA
EL
REY
|
Alfonso
XII ,nació en el Palacio
Real de Madrid el 28 de
noviembre de 1857. En Madrid y en la corte circuló el
rumor, también durante el embarazo, de que
su verdadero padre no era el rey consorte, Francisco
de Asís de Borbón, sino
el entonces amante de la reina, el capitán de
ingenieros Enrique Puigmoltó y Mayans, III conde de
Torrefiel y I vizconde de Miranda, de ahí que en algunos medios populares se le
llamara al recién nacido
el Puigmoltejo.
Alfonso,
que recibió el título de príncipe de Asturias tras su nacimiento,
tenía cuatro hermanas: la infanta Isabel, condesa de Girgenti (1851-1931),
la infanta María del Pilar (1861-1879), la infanta María de la
Paz, princesa de Baviera (1862-1946) y la infanta María Eulalia,
duquesa de Galliera (1864-1958). Fue bautizado
el 7 de diciembre de 1857 en la capilla del Palacio Real de
Madrid por el patriarca de las Indias, siendo su padrino el papa Pío
IX representado por el nuncio, Lorenzo Barili.
Entre los
preceptores del joven príncipe Alfonso se hallaban el duque de
Sesto y el arzobispo de Burgos, este último elegido por la propia
reina Isabel tras consultar con Pío IX.
Exilio
(1868-1874)
El
príncipe de Asturias Alfonso, a punto de cumplir los once años de edad, tuvo
que abandonar España cuando la Revolución Gloriosa de septiembre de
1868 puso fin al reinado de su madre y dio inicio
al Sexenio Democrático. La exreina se puso bajo la protección del emperador francés Napoleón III y junto a
sus hijos estableció su
residencia en París en el «hermoso» Palacio Basilewsky, que Isabel II compró con el dinero que había depositado durante su reinado en la Casa Rothschild de París y con un préstamo de
la misma entidad por el valor de las joyas que se había llevado consigo, y que
rebautizó con el castizo nombre de Palacio de Castilla, mientras que el
rey consorte Francisco de Asís de Borbón se iba a vivir a un palacete
en las afueras de la capital francesa tras haber formalizado su separación de
la destronada reina. El príncipe Alfonso fue matriculado en el elitista
y privado colegio Stanislas y su formación política
corrió a cargo de su preceptor Guillermo Morphy.
A fines
de febrero de 1870 el príncipe viajó a Roma para recibir la primera
comunión de Pío IX, pero sin lograr, como pretendía la exreina, que
el papa reconociese públicamente a la dinastía Borbón como la
legítima depositaria de los derechos al trono español y que condenara el
«régimen revolucionario» establecido en España. Lo que sí se consiguió fue que
de los cuarenta y tres miembros del episcopado español que se hallaban en Roma con motivo de la
celebración del Concilio Vaticano I, treinta y
nueve visitaran al príncipe, y que uno de ellos, el prestigioso arzobispo de
Valladolid, el cardenal Juan Ignacio Moreno y Maisonave,
le preparara para recibir la eucaristía.
Al mismo
tiempo entre los partidarios de los Borbones, tanto dentro como fuera de
España, se fue extendiendo la idea de que la restauración de la dinastía sólo
sería posible si Isabel II abdicaba en el príncipe de Asturias. Isabel II tardó
un año en decidirse pero el 20 de junio de 1870 abdicó la Corona en favor de su
hijo.
La guerra
franco-prusiana motivó que la familia real española se trasladase
transitoriamente a Ginebra, donde además de recibir clases particulares,
Alfonso acudió a la Academia Pública de la ciudad cantonal. Como continuación
de su educación se eligió la Real e Imperial Academia Teresiana de
Viena (Collegium Theresianum).
Durante su estancia en el Theresianum, desde
febrero de 1872 hasta la finalización de sus estudios en junio de 1874, Morphy
desempeñó un papel crucial en la formación del carácter e inteligencia del
príncipe Alfonso. Ideó un programa de enseñanza en el que se prestaba especial
atención a su formación humanística, a los ejercicios corporales y a las
visitas a museos, fábricas y otros establecimientos y lugares de interés,
además de instruirle en el derecho constitucional.
Tras ser
nombrado en agosto de 1873 por Isabel II jefe de la causa dinástica
alfonsina, Antonio Cánovas del Castillo decidió que era el momento de
que el príncipe comenzara su formación militar, y «dejara de ser colegial», con el
objetivo de convertirlo en un «Rey-soldado» porque como le dijo en una carta a la ex
reina Isabel «hay que darles a todos los
militares honrados la esperanza de que en adelante y tan pronto como don
Alfonso esté en España, tendrá en él un verdadero jefe y que bajo él servirá a la
Patria…». Aunque tardó un año en
conseguir su objetivo a causa de la oposición que
encontró en el preceptor del príncipe Guillermo
Morphy que quería que estuviera un curso más en el Theresianum de Viena para que acabara de
formarse «moral y físicamente», en
octubre de 1874 Cánovas
envió al príncipe,
con el acuerdo de éste ―aunque Alfonso hubiera preferido
ir a una universidad para tener un mejor conocimiento de los asuntos de
gobierno como futuro rey constitucional― y de su
madre, a la británica Real Academia Militar de
Sandhurst porque, como explicó en una carta, «ha estado ya D. Alfonso
demasiado tiempo en Austria para que no convenga cuanto antes… trasladarlo a un
país… donde haya más tradiciones constitucionales».
Cánovas
de Castillo estuvo muy atento a la educación del príncipe supervisada por un
partidario suyo, el duque de Sesto. Según Ramón Villares, gracias al
recorrido que hizo por diversos colegios extranjeros de París, Ginebra y Viena
para acabar en la academia militar inglesa de Sandhurst, el príncipe Alfonso
«adquirió dominio de lenguas y un regular conocimiento de la historia europea,
así como de algunos de los teóricos políticos más apreciados en la época (Bejamin Constant, Walter Bagehot). Su curiosidad intelectual
no llegaba a los niveles de algunos monarcas coetáneos, como el joven
don Pedro V de Portugal, pero a juzgar por la impresión que causaba en los
observadores extranjeros y por los libros que se hizo comprar nada más llegar
al Palacio de Oriente, su formación lo avecinaba a un monarca liberal
europeo más que a sus inmediatos antepasados españoles, tan castizos como poco
cultivados. A fin de cuentas, lo más novedoso fue justamente su condición de
haber sido el primer monarca de la España moderna que había sido educado casi
enteramente en el exilio, sin pompa ni etiqueta».
El 1 de
diciembre de 1874, tres días después de que el príncipe Alfonso hubiera
cumplido los diecisiete años, Cánovas del Castillo tomó la iniciativa con la
publicación del que sería conocido como el Manifiesto de Sandhurst,
redactado cuidadosamente por él y firmado por el príncipe. En el
Manifiesto Alfonso ofrecía la
restauración de la «monarquía
hereditaria y representativa» en su
persona («único representante yo del
derecho monárquico en España») como «lo único que
inspira ya confianza en España» al estar «huérfana la nación ahora de todo
derecho público e indefinidamente privada de sus libertades». El Manifiesto
concluía: «Sea lo que quiera mi propia suerte, ni dejaré de ser buen español,
ni, como todos mis antepasados, buen católico, ni, como hombre del siglo,
verdaderamente liberal».
Reinado
(1874-1885)
El 29 de
diciembre de 1874 se produjo la restauración de la
monarquía al pronunciarse el general Martínez-Campos en la localidad
valenciana de Sagunto a favor del acceso al trono del príncipe Alfonso. En
aquel momento, el jefe del Estado era el general Serrano y el jefe
del Gobierno era Sagasta. En enero de 1875 llegó a España y fue proclamado
rey ante las Cortes Españolas. Alfonso XII nombró al conde de Morphy su
secretario particular. Desde este cargo, se convirtió en un gran protector de
los artistas de su tiempo, intercediendo en la concesión de pensiones por parte
de la Casa Real y tuvo una fuerte presencia en las instituciones culturales del
Madrid de la Restauración.
Al frente
de la monarquía llegaba un joven monarca en contacto con la Europa moderna,
dispuesto a aunar todos los esfuerzos para la modernización de España. Los propósitos regeneradores de Alfonso XII eran
explicados por el propio Morphy a Julio
Nombela en una «larga y sustanciosa conferencia», poco antes del pronunciamiento de Sagunto:
“... el
principal propósito del joven monarca era cambiar completa y radicalmente el
espíritu del país. Iría poco a poco quitando importancia a lo que hasta
entonces se había calificado de política, dándoselas a la educación e
instrucción de todas las clases sociales, a la cultura, a la industria, al
comercio, a las ciencias, las letras y las artes. El bello ideal del monarca
era transformar España, hacer que entrase de lleno en el concierto europeo,
asemejarse más a Carlos III que a los demás reyes de la dinastía que
representaba, y lograr de este modo que el progreso intelectual y moral
reemplazase a las intrigas políticas y financieras, a las discordias civiles;
en una palabra, al lamentable atraso en que después de la gloriosa guerra de la
Independencia había vivido España”.
Su
reinado consistió principalmente en consolidar la monarquía y
la estabilidad institucional, reparando los daños que las luchas internas
de los años del llamado Sexenio Revolucionario habían dejado tras de
sí, ganándose el apodo de «el Pacificador». Se aprobó la
nueva Constitución de 1876 y durante ese mismo año finalizó
la guerra carlista, dirigida por el pretendiente Carlos VII (el
propio monarca acudió al campo de batalla para presenciar su final). Los fueros
vascos fueron abolidos mediante la Ley de 21 de julio de 1876 y
se logró que cesaran, de forma transitoria, las hostilidades en
Cuba con la firma de la Paz de Zanjón. En 1878 y 1879 fue víctima
de dos atentados perpetrados por anarquistas de los que salió ileso.
Alfonso
XII realizó en el año 1883 una visita oficial a Bélgica, Austria, Alemania y
Francia. En Alemania aceptó el nombramiento como coronel honorario de un
regimiento de la guarnición de Alsacia, territorio conquistado por los
alemanes y cuya soberanía reclamaba Francia. Este hecho dio lugar a un
serio incidente diplomático entre España y Francia. Alfonso XII fue objeto
de un recibimiento hostil por parte del pueblo de París durante su visita
oficial a la capital francesa.
A pesar
de su precario estado de salud ―en el otoño de 1883 había padecido unas
«fiebres intermitentes» que se habían vuelto a reproducir doce meses
después― en enero de 1885 Alfonso XII visitó Andalucía donde en Navidad
se había producido un terremoto con epicentro en Granada que había
causado centenares de muertos y había dejado sin casa a miles de personas, todo
ello agravado por una intensa ola de frío y de lluvias y nieve. Por las cartas
que escribió a su hermana Paz se conocen las duras condiciones de su
estancia allí. En una fechada el 20 de enero le decía que le escribía «desde
una barraca en que hemos pasado noches de estar el termómetro bajo cero, y algo
molido el cuerpo de andar quince días por estas tierras en que no existen
caminos, a pie y a caballo… Casi siempre me ha nevado, y me ha hecho un tiempo
infernal, y con eso hemos hecho jornadas de doce horas a caballo en plena
sierra, a veces sin ver una casa, y luego, para descansar, un temblor de tierra
o, como aquí una barraca…». Tras su vuelta a Madrid
desde Málaga el 22 de enero Alfonso XII comentó: «la administración de aquellas
regiones es todavía peor que los terremotos».
Meses
después, Alemania trató de ocupar las islas Carolinas, en aquel momento
bajo dominio español, provocando un incidente entre los dos países que se saldó
a favor de España con la firma de un acuerdo hispano-alemán en 1885, aunque
implicó la pérdida de las islas Marshall en favor de los germanos,
así como el derecho de establecer una base naval alemana en las Carolinas.
Según Ramón
Villares, «fue un monarca popular, gracias a su breve matrimonio con su
prima María de las Mercedes y a gestos como su temprana visita
al ejército del Norte, o a su presencia, no siempre aprobada por el
gobierno, en lugares abatidos por alguna tragedia (inundaciones, epidemias
de cólera…). Popularidad que, de forma más programada, se quiso lograr con
la realización de viajes a distintos lugares del reino. Era un modo
complementario de legitimar la monarquía. (…) “Al rey se le quiere más cuando a
más de serlo se le ve”, le advierte Durán y Bas a Cánovas en 1877, en
solicitud de una visita regia a las provincias catalanas que no sea de
“paso”... El calendario de los viajes interiores del rey fue, pese a su mala
salud, muy intenso. De hecho acabó visitando personalmente gran parte de las
regiones españolas, así como sus principales instituciones».
En 1885
se desató una epidemia de cólera que se fue extendiendo hacia el
interior del país. Cuando la enfermedad llegó a Aranjuez, el monarca
expresó su deseo de visitar a los afectados, a lo que el Gobierno
de Cánovas del Castillo se negó por el peligro que ello entrañaba. El
rey partió entonces sin previo aviso hacia la ciudad y ordenó que se abriera
el Palacio Real de Aranjuez para alojar a las tropas de la
guarnición. Una vez allí, consoló a los enfermos y les repartió ayudas. Cuando
el Gobierno conoció el viaje del soberano, envió al ministro de Gracia y
Justicia, al capitán general y al gobernador civil para que le llevasen de
vuelta a Madrid. Cuando llegó, el pueblo, enterado del gesto del rey, le
recibió con vítores y, retirando a los caballos, condujo al carruaje hasta
el Palacio Real de Madrid.
Muerte
A partir
de agosto de 1885 la salud del rey fue un tema recurrente de las conversaciones
en todos los círculos de la capital. Alfonso XII padecía tuberculosis
―«con foco de infección en su infancia, con manifestaciones efímeras y en
estado latente hasta su juventud», que no se manifestaría claramente hasta
finales de 1883―y se encontraba cada vez más débil. Su ajetreada vida nocturna ―unida al intenso trabajo diurno― habían agravado su enfermedad.
El 28 de
septiembre de 1885 Laureano García Camisón, médico de cabecera del
monarca, le comunicó al presidente del gobierno Cánovas del Castillo que al rey
le quedaban pocas semanas de vida y que aconsejaba que se trasladara
al Palacio de El Pardo con la esperanza de que allí mejorara. Sin
embargo, el rey siguió cumpliendo con sus obligaciones y no se marchó a El
Pardo hasta el 31 de octubre. El 23 de noviembre allí le visitó el embajador
alemán que lo encontró con la cara «completamente blanca y sin sangre, sus
labios azules, la boca a medio cerrar y sus ojos sin ninguna vida, lo mismo que
su voz y toda su apariencia». El rey le dijo: «Pensaba que era físicamente muy
fuerte… He quemado la vela por los dos extremos. He descubierto demasiado tarde
que no es posible trabajar durante todo el día y divertirse toda la noche. No
lo volveré a hacer en el futuro».
Ese mismo
día tuvo un ataque de disnea. Al día siguiente, 24 de noviembre, los
doctores le diagnosticaron que padecía «una tuberculosis aguda, que
pone al augusto enfermo en grave peligro». A las nueve menos cuarto de la
mañana del 25 de noviembre fallecía. Estaban junto a él la reina María
Cristina, la ex reina Isabel II, que había viajado desde París nada más conocer
la gravedad de la enfermedad de su hijo, y sus
hermanas Isabel y Eulalia. El
doctor García Camisón precisó la causa
inmediata de la muerte en un artículo publicado en El Liberal: don Alfonso
«murió de una bronquitis capilar aguda, desarrollada en el curso de una
tuberculosis lenta; el rey no ha muerto, por consiguiente, de tuberculosis;
esta se desarrollaba lentamente y hubiera podido prolongarse la vida del
monarca todavía muchos meses, y tal vez años».
La muerte
del rey Alfonso XII provocó una honda conmoción en el país. «Las calles de
Madrid estaban intransitables… Miles de carruajes cruzaban en todas direcciones
tomando el camino de El Pardo», relató una crónica contemporánea. El féretro
fue trasladado al Palacio Real donde se instaló la capilla ardiente que fue
visitada por miles de personas. El día 29 fue llevado al Monasterio de El
Escorial, «nuevamente en medio de un gran gentío», donde fue enterrado.
Al llegar
al trono a una edad tan temprana, Alfonso no había hecho ningún aprendizaje en
el arte de gobernar. De carácter benévolo y comprensivo, se ganó el cariño de
su pueblo visitando sin miedo los barrios asolados por el cólera o
devastados por el terremoto de Andalucía de 1884. Su capacidad para tratar
con los hombres era considerable, y nunca se permitió convertirse en
instrumento de ningún partido en particular. Durante su breve reinado, se
estableció la paz tanto en el interior como en el extranjero, las finanzas
estaban bien reguladas y los diversos servicios administrativos se colocaron
sobre una base que luego permitió a España atravesar la desastrosa guerra
contra los Estados Unidos de 1898 sin la amenaza de una revolución. La
muerte del rey significó el
inicio del pacto político
entre Cánovas y Sagasta, la denominada “política del
pacto” o “política del turno”, además de otros pactos, como el militar y el
religioso.
Matrimonios
(y amantes)
Alfonso
XII se casó con su prima María de las Mercedes de Orleans, hija de
los duques de Montpensier, el 23 de enero de 1878; sin embargo, la reina
murió poco después. Los médicos le diagnosticaron «fiebre tóxica esencial» para
no utilizar la palabra «tifus». Falleció el 26 de junio de 1878, dos días
después de haber cumplido los 18 años. El
impacto de su muerte fue enorme. El presidente del Congreso de los Diputados Adelardo López de Ayala en la
oración fúnebre que
pronunció dijo: «Ayer
celebramos sus bodas. Hoy lloramos su muerte» ―su matrimonio sólo había
durado cinco meses y tres días―. Miles de
personas pasaron por capilla
ardiente instalada en el Palacio de Oriente y pronto se hizo popular una
copla que cantaban las niñas cuando
jugaban al corro:
¿Dónde
vas Alfonso XII?
¿Dónde
vas triste de ti?
Voy en
busca de Mercedes,
que ayer
tarde no la vi.
Merceditas
ya está muerta.
Muerta
está que yo la vi.
Cuatro
duques la llevaban
por las
calles de Madrid.
El rey
Alfonso XII quedó conmocionado por la muerte de su esposa, con la que se había
casado por amor, y no por razones políticas o dinásticas, como le confesó al
embajador francés: «Me casé con la mujer que quería, no sin vencer
considerables resistencias» ―entre otras, la de su madre que se negó a
dar su consentimiento y no asistió a la boda―.En su cuaderno de caza
Alfonso XII escribió: «En este día en que muerta Mercedes me he quedado como un
cuerpo sin alma, nada me interesa, a nadie veo, paso el tiempo solo, leyendo,
despachando los urgentes negocios de Estado… El único descanso moral es
contemplar estas sierras tan ásperas o recorrer por este monasterio de San
Lorenzo los sombríos recuerdos de aquel Rey que, al menos, tenía
la suerte de ser creyente. Él hubiera creído que yo volvería a encontrar a
Mercedes en el cielo». El presidente del Gobierno Antonio Cánovas del Castillo logró convencerle para que abandonara su retiro en
el Monasterio de El Escorial y
emprendiera un viaje de Estado por varias provincias españolas. A su vuelta a Madrid, el 23 de octubre,
sufrió un atentado
a su paso a caballo por la calle Mayor, del que resultó ileso. Su autor, Juan Oliva Moncusí, sería ejecutado a garrote
vil el 4 de enero de 1879.
El
atentado activó los planes de Cánovas para que el rey se casara de nuevo y
asegurar así la continuidad de la dinastía. «Don Alfonso aceptó resignado su
obligación: le dijo a Cánovas que eligiera él». La
escogida sería la archiduquesa austríaca María Cristina de Habsburgo-Lorena, de veintiún años de
edad, católica y sobrina del
emperador Francisco
José I de Austria, aunque para formalizar el
compromiso habría que
esperar «a que acabe el año de luto», como le
dijo el rey al embajador español en
Viena Augusto Conte Lerdo de Tejada,
que fue el encargado de comunicar la propuesta a la archiduquesa María Cristina
y a su madre, la también archiduquesa Isabel Francisca de Austria. Entre
tanto el rey inició en la primavera de 1879 una relación con la cantante de
ópera valenciana Elena Sanz, con la que tendría dos hijos, Alfonso (nacido
en 1880) y Fernando (nacido en 1881), que no reconoció por lo que
llevaron los apellidos de la madre. El rey la retiró de los escenarios, le puso
un piso cerca de Palacio y le pasó una asignación mensual de algo más de 5000
pesetas, «una cantidad considerable para la época, pero menor de la que ella
ganaba en el teatro». La reina madre Isabel II, exiliada en París, sentía
un gran afecto por Elena Sanz y la llamaba «mi nuera ante Dios». La relación
con el rey duró hasta la muerte del monarca.
La
tramitación y organización de las bodas reales corrió a cargo del nuevo
gobierno presidido por el general Martínez Campos. Tras la
petición oficial de la mano de la archiduquesa al
emperador Francisco José I, María Cristina de Habsburgo-Lorena, acompañada de su madre y de un selecto séquito, abandonó Viena el
17 de noviembre. Pasó por París, donde fue recibida por la ex reina Isabel
II en su Palacio de Castilla ―esta vez el enlace contaba con su
aprobación, a diferencia del anterior―, y cuando finalmente llegó a
Madrid se alojó en el Palacio de El Pardo donde residiría hasta el 29
de noviembre, día en que se celebró la boda en la basílica de
Atocha y a la que asistió la ex reina Isabel II, desplazada expresamente
desde París. Un mes después ―el 30 de
diciembre― el rey,
esta vez acompañado de la
reina, sufrió un segundo atentado, del que ambos
resultaron ilesos.8 Poco después se hizo
público que la reina estaba embarazada. Era una
niña, que nacería el 11
de septiembre de 1880.
Nada más
formar gobierno en enero de 1884, Cánovas tuvo que ocuparse de un asunto
delicado que afectaba al monarca. Este tenía una nueva amante, la cantante
Adela Borghi, pero a diferencia de la relativa
discreción con que llevaba su relación con la también cantante de
ópera Elena Sanz, se exhibía con ella en público paseando en coche por el
Retiro. La reina María Cristina, que ya se había sentido dolida cuando se enteró
de que el rey había tenido dos hijos con Elena Sanz, llamó a Palacio a Cánovas
exigiéndole que interviniera. Le dijo: «¡Estoy harta de ser humillada por el
Rey! Hasta ahora he soportado con paciencia todos sus devaneos, pues aunque
eran del dominio público, él procuraba entrevistarse con sus amantes en lugares
apartados… Comprendo que se alegren [los cortesanos] de tener un Rey tan
“castizo”, y que les regocije la idea de que la víctima de tales hechos es una
extranjera, “¡la austríaca!”. No obstante, hoy se ha colmado la medida: acabo
de saber que hace dos días se paseó con ella por el Retiro. Le doy de plazo una
semana para que Adela Borghi abandone España».
Cánovas cumplió inmediatamente el encargo y veinticuatro horas después Adela Borghi ya había sido conducida a la frontera francesa.
La viuda
de Alfonso XII, María Cristina, fue regente de España hasta la mayoría de
edad de su hijo Alfonso XIII, en 1902.
María Cristina de Habsburgo-Lorena o de Austria, hija del archiduque Carlos Fernando de
Austria y de la archiduquesa Isabel Francisca de Austria, era prima
segunda de los emperadores de Austria y
de México: Francisco José y Maximiliano I. Pertenecía a la
rama Teschen de la casa de Habsburgo-Lorena. Fue bautizada el 3 de agosto
de 1858 por el obispo de Brünn (actualmente Brno),
en la capilla del palacio de Seelowitz. Fueron sus
padrinos el matrimonio formado por los
archiduques Raniero y María Carolina de Austria. Era llamada
familiarmente Christa.
En su infancia se la
consideró estudiosa y discreta, lo que contradiría la falta de luces de la que
la tacharían sus detractores en España. A la edad de dieciocho años, el
emperador Francisco José I la nombró abadesa de la Institución
de Damas Nobles del Castillo de Praga.
La muerte del Rey Alfonso
XII dejó a España en una incertidumbre sobre cuál sería el futuro de la joven
monarquía restablecida hacía apenas diez años. La Reina María Cristina se
encontraba embarazada de tres meses cuando falleció Alfonso XII, por lo que Cánovas
creyó conveniente esperar a que naciera el futuro Alfonso XIII antes
de proclamar reina a la Princesa Mercedes.
El principal apoyo durante
su regencia fue la Iglesia y el ejército. Sabedora de los problemas del reinado
de su antecesora Isabel II, se mantuvo dentro de su papel de moderador que le
otorgaba la Constitución de 1876. El segundo apoyo, el de la Iglesia
Católica, fue gracias a la piedad que profesaba María Cristina lo que
contribuyó a reanudar las relaciones entre la Santa Sede y el gobierno de
España, haciendo de esta manera disipar a los carlistas. Por esta causa sus
enemigos políticos le pusieron el mote de «Doña Virtudes».
En sus últimos años de
regencia se agravó el problema marroquí y se agudizó la conflictividad social.
De esta época datan también los inicios del catalanismo político. Además, la
pérdida de las dos últimas colonias hispanoamericanas (Cuba y Puerto Rico) y
las islas Filipinas en 1898 y el comienzo de la descomposición de los
dos partidos del turno al
desaparecer Cánovas y Sagasta pocos años después, sumieron
al país en una grave crisis, que evidenció de manera clara la inoperancia que
adquirió, coincidiendo con el cambio de siglo, el régimen de la Restauración
En 1887 había
inaugurado el Casino de San Sebastián, actual sede del Ayuntamiento.
También ordenó la construcción del Palacio de Miramar en 1888.
Le gustó tanto la ciudad que no dudó en visitarla todos los veranos. En su
memoria se dio nombre a un puente y al principal hotel de
la ciudad, que además la nombró Alcaldesa Honoraria en 1926.
El 5 de febrero
de 1929 asistió por última vez al Teatro de la Zarzuela con
la reina Victoria Eugenia y sus hijas. La familia real cenó como de costumbre
en el Palacio Real de Madrid, a las nueve de la noche, mostrándose la
reina María Cristina muy contenta durante la cena, sin que nada hiciera
presumir anormalidad alguna en su salud. A continuación de la comida, la
familia real se trasladó al salón, donde todas las noches se celebraba una
sesión de cine. La función terminó a las 12.30 de la noche, ya día 6 de
febrero, y los Reyes, sus hijos y la reina María Cristina se despidieron del
conde del Vados y demás personas de séquito, retirándose a sus habitaciones
particulares. La reina doña María Cristina, al pasar por la galería, explicó a
la reina doña Victoria un tapiz que estaba en la parte que da al camón, y allí
se separaron. Tras llegar a su habitación y meterse en la cama, experimentó un
fuerte dolor en el pecho, que casi le impedía respirar. Su doncella, al ver la
angustia, le preguntó si deseaba llamar a Su Majestad Alfonso XIII, y la Reina
Madre respondió que no. Al poco rato, la Reina sufrió otro fortísimo dolor, que
la dejó privada de sentido y se desplomó pesadamente en la almohada,
falleciendo poco después. Su funeral tuvo lugar el 8 de febrero en Madrid,
dominado por una multitud que se arremolinó en torno al Palacio. El día
anterior, más de 30.000 españoles visitaron la capilla ardiente. Fue enterrada
en el Monasterio de El Escorial.
|
Se afirmó
que Don Alfonso XII había dicho antes de morir:
—¡Qué
conflicto! ¡Qué conflicto!
Estas frases
del Monarca no son ciertas. Aun así responde a una perfecta visión del estado
de anormalidad que en España había de crearse con su muerte.
La
descendencia del Rey se limitaba a dos niñas de corta edad, y necesariamente había
de gravitar todo el peso del Gobierno en las manos de una dama, en la que no
era natural suponer gran conocimiento de la política ni del país.
Por
añadidura, la situación política de la Patria era muy grave.
El partido
conservador que ocupaba en aquellos instantes el Poder, buscaba violentas
soluciones frente al partido republicano zorrillista,
que pretendía por la fuerza derribar las instituciones.
•••
La
patriótica inquietud que devoraba a los españoles, cesó el 17 de Mayo de 1886,
tras breves horas de alumbramiento felicísimo de la Reina Cristina.
Había
amanecido un día espléndido. Un sol alegre, madrileño, intenso, caía en haces
de oro sobre la villa y corte.
A las once
de la mañana se encontraba en la Real Cámara todo el Gobierno.
A esta hora
comenzaron también a llegar a Palacio las personas que debían asistir a la
presentación.
A las doce y
media circuló entre todos los congregados en la Real Cámara una noticia que les
llenó de júbilo. La Reina acababa de dar a luz con toda felicidad un varón.
El marqués
de Santa Cruz, jefe superior de Palacio, confirmó estas noticias, y poco después
el señor Sagasta. que con sus ministros había permanecido en la antecámara
durante el alumbramiento, salió a la Cámara, donde se hallaban las comisiones y
dio un ¡viva el Rey! que fue contestado por todos.
Después
pasaron a la antecámara y allí se hizo la presentación, llevando el señor Sagasta
en brazos, sobre una rica bandeja de plata, con blando cojín guateado de terciopelo
carmesí, al Rey recién nacido. Cubríale un fino
pañuelo de riquísimo encaje, que levantó en parte, según ordena el ceremonial,
el presidente del Consejo de ministros.
En los
ángulos del Alcázar se izó la bandera nacional, y a las doce y treinta y cinco
minutos sonaron las salvas.
El
nacimiento del nuevo Rey había venido a conjurar todos los conflictos
nacionales y a contener las perturbaciones que amenazaban estallar.
•••
Todo el
esplendor de la corte brilló intensísimo el 22 de Mayo de 1886, fecha en que se
verificó el bautizo del Rey de España.
Muy
temprano, a las siete de la mañana, la gente comenzó a agruparse en la escalera
de damas. A las once, los celadores y el cordón de soldados de la guardia exterior
resultaban impotentes para contener a las personas que, en número de cuatro
mil, pugnaban por entrar.
El Rey iba.
en brazos de su aya la duquesa de Medina de las
Torres. A su derecha el Nuncio apostólico, representando a Su Santidad, augusto
padrino, y a la izquierda, la Infanta Isabel, como madrina.
El cardenal
Paya cambió los ornamentos que vestía por los del terno de perlas, que regaló a
la capilla el Rey Don Fernando VII, y prosiguió la ceremonia.
Tomando agua
del Jordán, mezclada con la que se había consagrado el Sábado Santo, administró
el Sacramento al Rey, con los nombres de ALFONSO, León, Fernando, Santiago,
María, Isidro, Pascual, Antón, éste último por ser uno de los santos del día.
Eran las dos
menos diez.
Don Alfonso
XII tenía acordado que su primer hijo llevase el nombre de Fernando VIII, pero
la Reina Cristina, muerto ya su augusto marido, y deseosa de que en la dinastía
española perdurase el nombre de su esposo, dispuso que el nuevo Rey llevase el
nombre de Alfonso XIII.
•••
El día 24 de
Junio de 1886, fue testigo Madrid de un brillantísimo desfile de la corte.
La Reina
Regente, acompañada de la Real Familia, salió de Palacio para visitar la basílica
de Atocha y dar gracias a la Virgen por haber dado a luz con toda felicidad al
heredero del Trono de España.
Eran las
cinco de la tarde cuando aparecía en la puerta principal del Regio Alcázar la
brillante comitiva, con toda la pompa que la corte despliega en tales casos.
La placidez
del día prestó al desfile animación extraordinaria.
En la Puerta
del Sol especialmente, el espectáculo era soberbio.
La multitud,
gozosa y apiñada, saludaba a la Reina con entusiasmo indescriptible y vitoreaba
al Rey niño que, envuelto en rico faldón de encaje, aparecía en brazos de su
augusta madre.
En el
Congreso, invadían el pórtico los senadores y diputados. Se dieron muchos vivas,
y contestando a ellos levantó la Reina Cristina en sus brazos al tierno Rey
para que pudiera ser visto por los representantes de la Nación.
En la
Basílica de Atocha estaban adornadas las paredes con paños de terciopelo rojo,
galoneados de oro. Iluminaban el templo doce arañas y seis lámparas de plata.
La imagen de
Nuestra Señora lucía el manto hecho con el vestido de boda de S. M. la Reina.
La Reina, que llevaba en los brazos al Rey, fue recibida en el pórtico por el
cardenal Paya.
Después se
arrodilló frente al altar mayor y oró breve rato. Acto seguido pasó al estrado,
donde tomaron asiento las reales personas .
Desde la
tribuna alta presenció la ceremonia la archiduquesa Isabel con sus damas.
En los
huecos de las capillas había muchas elegantes damas.
Terminada la
ceremonia, al subir a la carroza la Reina, el señor Sagasta dio un «¡Viva el
Rey!» y otro a la Reina, que fueron contestados con entusiasmo por todos.
La comitiva,
que pasó a la ida por la calle Mayor, Puerta del Sol, Carrera, de San Jerónimo
y paseo del Botánico, regresó por el Prado y calle de Alcalá.
La
solemnidad resultó brillantísima.
La gente del
pueblo regresó a sus casas entusiasmada por haber visto al nuevo Rey.
LA INFANCIA
DEL REY
«Mi
chiquitín». — «Mamá, dime bubi». — ¡Soy el Rey! — Las primeras letras.
Restablecida
del parto la Reina Regente, se consagró en el acto al cuidado de su hijo con un
amor y una constancia incomparables.
Muerto su
esposo, lo que más apasionadamente adoraba, era su hijo. Y de ahí los
cuidados que desde el primer instante dedicó a Don Alfonso.
Le llamaba
cariñosamente «el niño». Cuando alguien preguntaba a Doña Cristina por el
estado del «Rey», ella exclamaba, mostrando en sus ojos una expresión de amor
intensísimo :
—¿El niño...
?
El Rey fué puesto en ama desde el primer instante.
Esta
nodriza, mujer norteña, se llamaba Raimunda. Era delgada, morena, de pelo y
ojos muy negros. Tenía un conjunto agradable y simpático. Vestía traje de
terciopelo grana con galones de oro y cuerpo negro. Llevaba un collar de
gruesos corales, pendientes de oro, formados por monedas de 25 pesetas,
Desde su
llegada a Palacio se encontró allí como en su casa. No parecía extrañarse de
nada. Lejos de ello, solía a veces olvidarse de la elevada situación en que la
suerte la había colocado, no quedando en ella más que la nodriza de un rollizo
pequeñuelo.
Cuéntase que un día fué llamada por la Reina Regente para que viera al Monarca
un diplomático extranjero.
—¿Me llevo
al chiquitín?
Y entonces
la Reina, con una benévola sonrisa, le entregó a Su Majestad.
Desde los
primeros días se establecieron los departamentos del Rey y sus servicios
particulares, al lado de la habitación de Doña María Cristina.
Dormía el
Soberano en una preciosa cuna, junto a la cama de la nodriza. Esta no hacía
otro servicio que criar al Rey. Todos los demás cuidados, limpiarle y
vestirle, correspondían a varias damas, dirigidas por el aya de Don Alfonso, la señora de Tarancón.
También la
Infanta Isabel, en la que siempre ha encontrado Don Alfonso una segúnda madre, se
ocupaba del cuidado del Rey niño con ternura indecible.
Los días de
sol espléndido y de temperatura agradable, solía salir el Rey a paseo en
carruaje, acompañado de su aya y nodriza.
Los
madrileños que le veían pasar, parábanse a
contemplarle encantados.
—Ahí va el
Rey niño—se oía decir, que así era como le llamaban todos los españoles.
Gozaba
también de otros nombres, impuestos unas veces por el cariño y otras por el
lenguaje oficial.
La Reina,
como ya hemos dicho, llamábale «el niño»; su padrino,
el Papa León XIII, «mi muy amado hijo»; los Reyes y emperadores, «mi
hermano:»; los Grandes de España tenían derecho a llamarle «mi primo:»; las
servidumbres de Palacio, «el Rey» o «Su Majestad»; y la nodriza Raimunda, en
algunos instantes de cariñosa y atrevida ingenuidad, «mi chiquitín».
Más tarde,
cuando ya hablaba y corría por los salones del regio Alcázar, prefirió a todos
esos nombres otro muy dulce, que los labios amorosos de su augusta madre
pronunciaban, llenándole de alegría.
•••
Cuando el
Monarca cumplió los tres años, se había apoderado ya de las simpatías de
La vida del
Soberano sufrió, al llegar a la edad citada, algunas transformaciones.
Se levantaba
a las siete. La señora de Tacón, su nueva aya la
condesa de Peralta, y la nodriza Raimunda, que aun cuando ya no cumplía sus
funciones de ama, continuaba en Palacio, le vestían y aseaban.
La Reina
Regente, que fué siempre madrugadora, subía en
aquellos instantes al cuarto de su hijo y, sentándole en sus rodillas, lo
llenaba de besos.
Después, un
ujier, portador del chocolate, penetraba en la estancia.
A las doce
almorzaba; y comía a las siete. La Reina elegía las comidas, sometiéndolas a
la aprobación de un médico. Eran abundantes, pero el Rey sólo tomaba de dos de
los platos servidos, un entremés y el postre.
Entre ocho y
media y nueve, el aya, la institutriz y la nodriza
acostaban al Rey niño.
Rezaba unas
cuantas oraciones y permanecía unos momentos sin dormirse, esperando la
visita de su augusta madre.
Era
imposible hacerle conciliar el sueño, sin que la Reina subiese a darle las
buenas noches, a besarlo con amor indecible.
Sentábase Doña Cristina a su lado,
y de allí no se apartaba hasta que el Monarca quedábase dormido. Luego abandonaba el cuarto, después de recomendar a las damas que
cuidasen del niño.
Esa era la
vida del Rey de España a los tres años.
Entre todos
los nombres con que designaban al Soberano, había uno que llenaba de encanto
al Rey niño, cuando se lo oía pronunciar a su augusta madre.
No le
gustaba que la Reina le llamase Majestad. Prefería que le llamara «niño» en
español, «baby» en inglés o «bubi» en alemán.
Sobre todo el nombre de «bubi» le encantaba.
Pero Doña
Cristina le reservaba ese nombre para los momentos oportunos, y cuando el Rey no obedecía o se enfadaba, la augusta señora le decía cariñosamente:
Vamos,
«bubi»; haz lo que te mando.
Y el resultado
era siempre satisfactorio.
Cuéntase que un día le llamó
«bubi», con todo respeto y cariño, un personaje palatino y que el Rey le contestó en el acto:
—Para mamá
soy «bubi». Para tí soy el Rey.
Estas
frases, en boca de aquel niño de tres años, revelaron la conciencia que ya
tenía en tan tierna edad de su alta posición en la Patria, de la transcendental
misión que al mundo había traído, de la seriedad y de la firmeza con que se
había de mantener en el Trono. Y al lado de esa clara visión que tenía de la
altura en que había de desenvolver sus actividades, contrastaba la ternura
con que decía a su augusta madre, cuando la Reina le mecía en su regazo:
—Mamá, dime
«bubi»; llámame «bubi».
Siguió
creciendo y desarrollándose el Rey niño, sano, robusto y alegre.
Hasta
cumplir los siete años y medio, su vida fue la que queda relatada.
En Noviembre
1893 se procedió de una manera decidida y constante a la instrucción del
Soberano.
El 22 de
Mayo de 1894 se constituyó el verdadero cuarto de estudios de S. M., bajo la
dirección del general Sanehiz.
Durante este
tiempo siguió S. M. en sus habitaciones de niño, encima de las de Su Majestad
la Reina Cristina.
A las nueve
de la mañana bajaba el Soberano a las clases, que eran las que constituyen
hoy sus habitaciones privadas. Se hacían cargo de él los preceptores, y a las
diez de la noche lo entregaba a miss Davenport y retirábase a descansar.
EL REY
ESTUDIANTE
Los estudios
superiores. — Vida escolar. — Volteando caballos. — Otros deportes. — La
instrucción militar.
En 1896 se
constituyó el cuarto definitivo de estudios de Su Majestad.
La vida de
estudiante de Don Alfonso XIII era tan sencilla como convenía a su edad.
Ajeno a las
suntuosidades de la corte y a las molestias palatinas, nunca estorbó la
etiqueta ceremoniosa su desarrollo físico ni su bienestar espiritual.
Se levantaba
a las siete de la mañana en
Después del
almuerzo, tenía el Rey un descanso.
A las dos de
la tarde, en inviorno, salía de paseo, generalmente a
El Pardo. En este Real Sitio permanecía hasta el anochecer, y allí daba algunas
clases con los preceptores, especialmente Matemáticas. Geografía general y
militar, Física, Química y Estudios militares.
Do regreso
en Madrid, reanudaba sus tareas estudiantiles entre cinco y media y seis de la
tarde.
Santamaría
de Paredes le explicaba Derecho Político y Administrativo; don Alfonso Merry
del Val, el idioma inglés; don Francisco de Paula Arrillaga, Ciencias natuerales; el conde de Retamoso, Agricultura, don
Fernando Brieva y Salvatierra, Historia Universal e
Historia general de España.
Cuando
estuvo en condiciones de ello, comenzó en Madrid a aprender equitación.
También
aprendió a montar en bicicleta. Por cierto que le costó algunos porrazos su
afán de dominarla antes de tiempo.
Bogaba
también en San Sebastián como un marinero y era un nadador consumado.
La
instrucción militar aprendióla a los doce años, como
si fuese un quinto.
Eran sus
instructores en las prácticas militares y en el manejo del arma, don Juan
Loriga y el capitán de Infantería don Enrique Ruiz Fornells,
a quien se nombró profesor ayudante para tales fines.
Con objeto
de formar un pequeño batallón
Llevaban
para marcar el paso un tambor de Alabarderos, y usaban como armamento el fusil mauser, tamaño casi reglamentario, construido expresamente
en la fábrica de Oviedo.
Vestía
ordinariamente de marinero, y a veces, sobre todo en alguna solemnidad de p alacio, poníase el uniforme de
alumno de Infantería, sin ostentar otra condecoración hue un pequeño Toisón de Oro, pendiente de una cinta.
Sn memoria era extraord¡naia. No necesitaba ver a una
persona más que una vez pera reconocerla en cualquier sitio, al paso veloz de
un carruaje.
En su rostro
tenía señaladamente fijos los rasgos de un Austria. Advertíasele algún parecido con Felipe IV, niño.
COMO SE
FORMA UN CORAZON
Un
cigarrillo de Loriga. — El pan del obrero. — Las huchas reales. — Sublime
pedagogía.
El buen
preceptor, soldado y erudito, ya un poco viejo, está delante del Rey. Hace
quince días que vive junto al Monarca, vigilando sus ocios, sus estudios,
hasta su mismo sueño.
Lo tremendo de su responsabilidad, la colosal importancia de su noble misión, le tienen lleno de júbilo. Sí, vivirá junto al niño augusto llamado a reinar sobre los pueblos, cuidándolo como se mima el rosal más exquisito del jardín más regalado. Sí, vivirá para él, consagrado a él... Toda su inteligencia, todo su celo, toda la abnegación de su alma, las consagrará en esta obra suprema. Coger el alma inocente de un Rey y fundirla en un egregio crisol, para ofrecerle a su raza un Soberano..
Don Juan
Loriga, aún así, no es completamente dichoso. Una frivolidad le conturba. Don Juan Loriga, veterano y hombruno,
torturado por un pequeño vicio que obsesiona su
ánimo, gran fumador, no puede fumar. La etiqueta, una rancia y medioeval
etiqueta, le impide fumar ante el Rey.
Han ido
pasando los días. Su Majestad es un pequeñuelo de ocho, de nueve o de diez
años. Es listo y nervioso. Tiene una bondadosa inclinación, pero no está ni
aun empezado a formar. Puede ser un espíritu noble, o un espíritu avieso.
Puede ser un alma fraterna y piadosa, y puede ser un alma cruel. Su
temperamento es digno, recto y juicioso. Aún así, la responsabilidad de quien
ha de educarlo, es enorme, sin límites.
Don Juan
Loriga no puede fumar. Un día, sin
embargo, aprovecha el preceptor una coyuntura para dar fina y proba lección,
para inclinar hacia el benévolo camino aquel espíritu inquieto y amable.
Al Rey niño
le han traído un juguete de Inglaterra. Es un muñequito precioso, muy lindo,
que fuma. ¡Que fuma, oh sarcasmo! i Que fuma, mientras el preceptor, un buen
artillero, de bigote canoso, ha de soportar sus invencibles y ya torturantes
deseos!
Ustá fumando el muñequito. El
Rey se diivierte mucho con aquella insolencia. Sus
manecitas palmetean jubilosas. Su aire tiene un
arrobo y un regocijo infantiles. De pronto, sin embargo, ved cómo se detiene
perplejo, y ved cómo atisba a su preceptor, y ved
Hay una
pausa y un silencio histórico. Luis XIV asoma sus bucles un tanto despóticos,
tras del portier.
—¡Delante
del Rey no se fuma! — ha dicho el Soberano de nueve primaveras, co- razoncito inocente...
Y entonces,
el preceptor, da su lección maravillosa:
—Señor, — le
dice — son esas, costumbres arcaicas y anticuadas de un formulismo remoto.
Los Reyes de hoy deben ser Reyes llanos, demócratas, amigos de todos los
súbditos, cordiales y sencillos como fue el padre de V. M. La vida es otra
que ayer. Antiguamente hubo en el mundo unos Monarcas llamados absolutos, que
eran dueños de haciendas y de vidas, y que existían como dioses. Hoy ya se
tiene acerca de la realeza otro concepto. Hoy, es el Rey más que fue antaño,
porque lia perdido sus derechos feudales,
arbitrarios, absurdos, y ha ganado en el amor y en el vivo y consciente
respeto de sus leales. Hoy es el Rey un hermano mayor que colabora con el
pueblo. Hoy no es el Rey un ser aparte, sobrenatural ...
Don Alfonso
XIII oía seducido aquellas nobles, inteligentes palabras. Abríase su alma
finísima, agudísima, al portento de aquella suprema lección. En sus nueve
años, todo un orbe de pensamientos vibraban. Y el concepto de las cosas y de
la realidad, surgía en la iniciación de aquel gran espíritu.
—V. M., no a
mí, que soy un viejo y un soldado, sino al más humilde, debe permitirle que
fume. Es más, así que V. M. sea mayorcito y fume también, debe ofrecerle un
cigarrillo a quien acuda a visitarlo. Los Reyes que merecieron su corona,
fueron siempre blandos y bueno. Los de hoy tienen aún obligaciones más
estrechas. Yo me libraría muy bien de fumar ante V. M. en público. En privado,
si me autoriza V. M...
Estaban
abiertos, muy abiertos los ojos del Rey. Sonreía su boca. Aquella suave y noble
lección de llaneza, de simpatía, de cordialidad y de puro y excelso democrati-cismo, había sido recibida por un corazón
magnánimo.
—¿Me deja Y.
M. acabar este cigarrillo?
Y el Rey
dando un brinco jubiloso y echándose a reir con toda
su alma, exclamó:
—¡Fuma! Y..
mira. Cuando sea hombre, yo mismo te ofreceré mis cigarros.
•••
Almuerza S.
M. el Rey. Tiene ahora once años. Almuerzan cuatro personas: Don
Están en el
segundo plato. La conversación es animada. El Rey ha dado muy bien sus
lecciones, y está contento, gozoso, felicísimo. Una pregunta le deja perplejo,
sin embargo, inopinadamente:
—¿Se ha
fijado V. M. alguna vez en lo que cuesta la comida? — interroga, súbito, el preceptor. — ¿ Ignora V. M. lo que valen estos
cubiertos servidos en su mesa?
El Rey se
queda mirando al preceptor, estupefacto, y a su vez pregunta:
—¿Cuánto
valen?
—Cada
cubierto, señor, — añade el maestro — (acabo de enterarme en la Intendencia),
cuesta cuatro duros. Sumados, pues, los de quienes comemos aquí en este
instante, arrojan un total de dieciséis duros. ¡Dieciséis duros empleados en
la insignificancia de un almuerzo!
Oía el
augusto niño con verdadero asombro . Después, el señor Loriga terminó:
—¿Sabe V. M.
lo que gana un obrero inteligente, apto, que cumple una verdadera función
social, que se pasa las horas en un andamio al sol, a la intemperie ? Ese
obrero gana cuatro pesetas al día. Necesita cerca de un mes para reunir esos diesiséis duros, que nosotros acabamos de gastar en un
El Rey se
había quedado pensativo. Sus grandes ojos inteligentes parecía como si
hubieran asomado su perceptibilidad a un panorama nuevo. Su corazoncito debía
temblar en este instante, acelerado por un sentimiento de piedad y de amor.
La visión del problema social, tremendo, formidable, había llegado hasta su
espíritu. Permanecía sin comer. Su manita púdica, santa, alejó los otros
yantares que le fueron servidos. El instante había sido insólito, de una
emoción soberanamente hermosa. Todos habían visto caer la semilla, la noble, la
fecunda semilla, en aquel alma virgen, ávida de generosas doctrinas. El Rey ya
no quiso probar bocado.
•••
Salió por la
tarde a pasear en coche. Iba con el Rey aquella
muchachita ingenua y adorable que se llamó la Infanta Doña María Teresa. De
pronto, al cruzar una calle, se ‘cercó un mendigo. Era cojo, vestía mugrientamente, pintados en el
semblante todos los horrores de la miseria.
—¡Para, para ! — gritóle S. M. al cochero.
Después,
encarándose con el mendigo, le
—¿Qué te
pasa?
Y contó el
mendigo una larga y tremenda historia de penas.
Los augustos
niños cambiaron una expresiva mirada, llegando al fondo de sus corazones. La
determinación, la magnífica determinación, estaba ya tomada. ¿Comprendéis?
Don Alfonso y Doña Teresa poseían un fabuloso caudal. Cuantas monedas de oro o
de plata les había ido entregando la mano de la Reina Cristina, habían ido a
parar a sendas huchas, que constituían la gloria y el encanto de los augustos
niños. ¿Tendrían ... ? ¡ Quién sabe lo que tendrían! Mucho dinero, el
dinerito ahorrado, toda una suma fantástica para dulces y juguetes, y en la que
acaso pensaban todas las noches antes de dormirse. ¿Comprendéis?
—Vete esta
noche a Palacio — le dijo S. M. al pordiosero — y pregunta por mí. Di que
conoces al Rey, y que el Rey te ha mandado que fueras.
Siguió el
paseo. Aquella noche, las dos huchas enteras pasaron a manos del mendigo. Ni
dulces, ni juguetes. ¡Bah! ¡Tenían que comer los hijos de aquel hombre!
•••
Hoy S. M. el
Rey es llano, acogedor, sencillo. Recibe a todos con una sonrisa y un
Hoy S. M. el
Rey es magnánimo. Conoce las miserias sociales y procura remediarlas, oo sólo con su limosna frecuente y magnífica, sino con la
tutela de sus iniciativas poderosas en favor del pobre.
Ante sus
ojos está presente aquel primer cigarrillo de Loriga, y aquella vez, en que
según humeaba la sopa, una voz, una noble
voz dijo ante sus nueve años inocentes:
Señor, un
obrero...
Se completa
la educación del Monarca. —
Cuando Don
Alfonso XIII cumplió los catorce años, tenía una cultura sólida, una
eduación esmeradísima, un claro concepto de la misión transcendental que
estaba llamado a desenvolver en la Patria, y una conciencia exacta del
cumplimiento del deber, de la equidad y de la justicia.
La educación
constitucional del Monarca era ya perfectísima, cuando cumplió los quince
años.
Empezóse por inculcarle el
verdadero concepto de lo que la monarquía constitucional representa y supone,
llevando a su espíritu un gran amor a la libertad y a la democracia.
No fué solamente instruido Don Alfonso en esos estudios que
vienen a ser como la preparación de la profesión particular a que uno ha de
dedicarse.
La educación
del Monarca tuvo en la mayor parte de los conocimientos morales, jurídicos,
históricos y sociales, un alcance mucho más
extenso y de aplicaciones más elevadas que la que en los mismos ramos reciben
los alumnos en las Universidades.
Tenía su
instrucción principalmente por base, tres géneros de conocimientos, cuya
profundidad sale de los límites de los programas de escuela: las artes
militares, la enciclopedia jurídica y la enciclopedia económica, en las
cuales se contienen todos los demás ramos de
la alta ciencia política.
En 1º de
Abril de 1900 se dijo que una de las cuestiones tratadas en el último Consejo
de ministros había sido la de que Su Majestad el Rey, como complemento a su
educación, se impusiese en las prácticas constitucionales, concurriendo a
estos fines, a los Consejos y a los despachos de los ministros on la Reina Regente.
Así sucedió,
en efecto; pero tan oportuna previsión no fue debida a los consejeros
responsables, sino a la iniciativa de la Reina, que buscaba que su augusto hijo se familiazase con la manera de tratar las
altas cuestiones que constituyen la más continua de lasPrerrogativas de la
Corona.
En el mes de Agosto de
1900, acompañado de su augusta madre, hizo un viaje de
instrucción por las costas del Norte y Noroeste de la
Península.
Ya adolescenteel Rey Don Alfonso, desarrollado en lo físico como en lo intetectual,
Era esta la
primera expedición marítima que Don Alfonso realizaba. Necesitaba, además,
antes de que el día de su coronación llegase, conocer a algunos de sus súbditos
peninsulares, ponerse en contacto con las diversas familias étnicas, tan
diferentes entre sí, y estudiar y apreciar sus aspiraciones y necesidades.
El 16 de
Agosto, a las nueve y treinta y cinco minutos de la mañana, embarcaron en San
Sebastián, en el yate «Giralda», el Rey, la Reina, la Princesa de Asturias y la
Infanta María Teresa, que se dirigían a Bilbao.
Con la Real
Familia embarcaron el presidente del Consejo, el ministro de la Gobernación,
el mayordomo de Palacio, la camarera mayor, condesa, de Sástago,
el profesor del Rey, señor Loriga, y otras personas de la alta servidumbre.
•••
Iba a
cumplir Su Majestad el Rey los diez y seis años. Había terminado la educación
intelectual del Monarca. La Reina-madre había
cumplido con su deber. Alboreaba un reinado .
El día 16 de
Mayo, víspera de la Coronación del Rey, presentaba ya Madrid aspecto
bellísimo. Todos los adornos de las calles estaban terminados y la animación
era inusitada.
En el Regio
Alcázar se celebró con toda solemnidad, a las once de la mañana, la ceremonia
de la imposición a Don Alfonso XIII de la orden de la Jarretera.
También el
día 16 por la tarde le hizo entrega al Rey el Príncipe Alberto de Prusia, del
diploma nombrándole coronel honorario de uno de los regimientos de Infantería
de Alemania.
A última
hora de la tarde del 16 de Mayo, dirigió Doña María Cristina al Presidente
del Consejo de ministros la siguiente carta. F ue más
bien era una alocución de despedida a los españoles:
«Señor
Presidente del Consejo de ministros :
Al
terminar hoy la Regencia a que fui llam ada por la
Constitución en momentos profunda tristeza y de viudez inesperada, siento en lo
íntimo de mi alma la necesidad de ex presar al pueblo español la inmensa e
inalterable
Si entonces
presentí que sin la lealtad y la eonfianza del pueblo
no me sería dado
Por eso, al
entregar al Rey Don Alfonso XIII los poderes que en
su nombre he ejercido, confío en que los españoles todos, agrupándose en torno
suyo, le inspirarán la confianza y la fortaleza necesarias para realizar las
esperanzas que en él se cifran.
Esa sería
la recompensa más completa de una madre que, habiendo consagrado su vida al
cumplimiento de sus deberes, pide a Dios proteja a su hijo para que, imitando
las glorias de sus antepasados, logre dar la paz y la prosperidad al noble
pueblo que mañana empezará a regir.
Ruego a
usted, señor Presidente, haga llegar a todos los españoles esta sincera
expresión de mi profundo agradecimiento y de los fervientes votos que hago por
la felicidad de nuestra amada Patria.
María
Cristina.»
Por la noche
se celebró en Palacio el banquete en honor de los embajadores y enviados
extraordinarios. El Rey y la Reina ocuparon los dos centros de la mesa.
La fiesta
resultó brillantísima.
La víspera
también de la Coronación, redactó Don Alfonso XIII el siguiente documento que
la «Gaceta de Madrid» publicó al día siguiente:
«A LA NACION
Al recibir
de manos de mi augusta y amada madre los poderes constitucionales, envío desde
el fondo de mi alma un saludo de cordial afecto al pueblo español.
La educación
que he recibido me hace ver que desde este primer
momento pesan sobre mí deberes que acepto sin vacilar, como sm vacilación alguna he jurado la Cons- titueión y las leyes. consciente de cuanto encierra el compromiso solemnemente contraído ante Dios y ante la Nación.
Ciertamentefáltanme para la grave
misión que me está confiada las lecciones de
la
experienci
Aunque la
Constitución señale los límites dentro de los cuales ha de ejercitarse el
Poder Real, no los pone a los deberes del Monarca, ni aunque aquéllos
pudieran excusarse, no lo permitiría mi deseo de conocer las necesidades de
todas las clases de la sociedad y de aplicar por entero mis facultades al
bien de aquéllos cuya defensa y cuyo bienestar me están encomendados por la
Providencia.
Si ésta me
ayuda, si el pueblo español mantiene la adhesión que ha acompañado a mi augusta
madre durante la Regencia, abrigo la confianza de mostrar a todos los españoles que más que el primero en la jerarquía he de serlo en
la devoción a la Patria y en la incansable atención a cuanto pueda contribuir
a la paa, a la grandeza y a la felicidad de la Nación
española.
17 de Mayo
de 1902.
Alfonso.»
LA JURA DEL
REY
Día
memorable. — Los primaros actos oficiales de Don
Alfonso XIII. — Decálogo del Rey Constitucional.
El 17 de
Mayo de 1902 juró Don Alfonso XIII la Constitución del Estado.
La
coronación fuá brillantísima.
Colocados
todos en sus pnestos y en pie los concurrentes,
excepto las personas de la real familia, el señor
Presidente de la Cámara dijo, dirigiéndose al Soberano, y con visible emoción:
«Señor: Las
Cortes convocadas por vuestra
augusta madre están reunidas para recibir de V. M. el juramento que con
arreglo alart. 45 de la Constitución del Estado, ha de Prestar de guardar la Constitución y las leyes.
Puestas en pie las personas de la
Real familia y ej marqués de
la Vega de Armijo acercóse a Don Alfonso XIII con el
libro de los Evangelios abierto.
Hubo un
momento de solemne silencio, y S. M. el Rey, en pie, dijo con voz clara, firme
y serena, que resonó en todos los ámbitos de la Cámara, al mismo tiempo que
colocaba la diestra mano sobre el libro sagrado :
—Juro por
Dios, sobre los Santos Evangelios, guardar la Constitución y las leyes. Si así
lo hiciere. Dios me lo premie, y si no, me lo demande.
El
Presidente de la Cámara dijo:
—Las Cortes
acaban de recibir el juramento que V. M. ha prestado de guardar la
Constitución y las leyes.
Después se
dirigió el rey con la comitiva a San Francisco el Grande.
•••
Terminado el
Te-Deum en San Francisco el Grande el día de la Jura,
los ministros se dirigieron a Palacio. Esperaron en la Cámara a que S. M.
acabase de presenciar el desfile de las tropas.
Concluyó el
desfile y penetró el Rey en la Cámara. El Presidente del Consejo al verle
entrar, se adelantó y le dijo:
—Señor:
Habiendo cesado vuestra augusta madre en la regencia, de la cual recibió el
Gobierno sus poderes, cumplo un precepto constitucional, ofreciendo a V. M. la
dimisión de todos los ministros y la de su
El Rey
contestó que como el Gobierno contaba con la confianza de su augusta madre, se
complacía en reconocérsela, rogando al Presidente y a los ministros que
continuaran en sus puestos.
Inmediatamente
el Presidente y los ministros prestaron juramento, retirándose a un salón
mientras los Reyes celebraban la recepción de despedida.
Cuando ésta
hubo terminado, el Gobierno celebró Consejo, presidido por el Rey.
Don Alfonso
manifestó a los consejeros su propósito de recibir a los ministros y celebrar
Consejo en la misma forma y días que lo había venido haciendo su augusta madre.
Se mostró también muy complacido de las calurosas muestras de afecto que le
habían hecho las Cortes y el pueblo, expresándose en términos de profundo
reconocimiento.
Sagasta le
contestó que en los muchos años de su vida pública, no recordaba haber presenciado espectáculo tan hermoso como el dado por las
Cortes y el pueblo el día de la Jura.
•••
La popular
revista «Blanco y Negro publicó en aquellos días de la Coronación, el siguíente e interesantísimo
decálogo del Rey Constitucional:
I.
II.
III.
V.
VI.
VII.
VIII.
IX.
X.
NUEVO
REGIMEN DE VIDA
La elevación
al Trono de Don Alfonso XIII inauguró una etapa completamente nueva en la vida
del Monarca.
Su despacho
comenzaba de diez y media a once.
Recibía al
comandante de alabarderos para darle el santo, al mayordomo mayor señor duque
de Sotomayor, al intendente señor marqués de Borja y a algunos otros jefes
superiores de Palacio, a los que tenía que dar órdenes especiales.
Después
recibía a los dos ministros que cada día iban a Palacio, excepto los sábados,
en que concedía audiencia, y los jueves, en que despachaba con el Consejo en
pleno.
Los sábados
asistían a la audiencia del Rey, además de las personas que solicitaban esta
gracia, gran número de las que por su condición tienen entrada en el Real
Palacio, como políticos, gentiles hombres, generales, caballeros del Toisón,
etc.
A la una
almorzaba, acompañado de la real familia. Solían estar invitados a la real
mesa, el jefe del cuarto militar, el ayudante de guardia y algún otro
funcionario palatino.
Después del
almuerzo, invariablemente consagraba una o dos horas al ejercicio y al paseo.
Acompañado del ayudante de guardia, el jefe del Cuarto militar y alguno de los
que fueron sus profesores, a caballo o en carruaje, dirigíase a la Casa de Campo o a El Pardo.
Como la
equitación y la caza constituían sus dos recreos favoritos, o salía
pertrechado con armas y bagajes, para cobrar unas cuantas piezas en los montes
de El Pardo, o jinete en uno de sus caballos favoritos para correr y saltar a
su antojo. Cuando iba
Si el tiempo
estaba muy malo y no podía salir, jugaba una partida de billar después del
almuerzo, generalmente con el ayudante de guardia o el jefe del Cuarto militar.
Después del paseo o de la partida, despachaba los asuntos urgentes, caso de haber
alguno que no debiera aguardar al despacho ordinario de la mañana. Luego
consagraba un rato al ejercicio de la esgrima con los jóvenes aristócratas con
quienes en su niñez hacía ejercicios militares en el Campo del Moro.
Hasta la
hora de comer invertía la hora u hora y media que le quedaba libre, en leer
periódicos y revistas ilustradas, nacionales y extranjeras, o en análogas
distracciones.
Aun cuando
un negociado especial tenía la misión de coleccionar diariamente cuanto de los
periódicos podía interesar al soberano Alfonso XIII no se conformaba con estos
extractos de la Prensa, y solía leer por sí mismo los periódicos políticos y
literarios, concediendo gran atención a esto deber, mediante el cual adquiría
un exacto conocimiento de la marcha de los asuntos públicos, de las
necesidades y aspiraciones del país y de las demandas de la opinión; y pudiendo formar el claro juicio que su viva inteligencia le permite, hacía
indicaciones a su Gobierno en el sentido que creía más justo.
Comía de
siete a ocho y sentaba a su mesa al jefe del Cuarto militar, jefes de parada
y de la Escolta, comandante de Alabarderos, grandes de España, gentilhombre de
guardia y algún alto empleado de Palacio .
A la comida
solían asistir los Príncipes de Asturias y la Infanta Isabel.
Después de
jugar una partida de billar o ajedrez con el Príncipe o con uno de los
invitados, retirábase a sus habitaciones de diez a
once, para descansar, excepto los días que asistía a la función de algún
teatro, lo que hacía con escasa frecuencia.
Esta fue la
vida que inauguró Don Alfonso XIII a raíz de su elevación al Trono.
LOS AMORES
REGIOS
Cómo empezó
el idilio. — La Princesa Ena de Battenberg.
— Entrevista en la villa Mouriscot. — Los arbolitos
del amor. — La novia pisa tierra española. — La profecía del padre.
A poco de
haber regresado Don Alfonso de sus viajes del extranjero, comenzóse a asegurar que las excursiones del Monarca a Alemania y a Austria tendrían un
epílogo interesante. Y estos rumores fueron acogidos por la Prensa.
Un personaje
que frecuentaba las Cortes de Europa dijo a un periodista:
—Los que
estuvimos en Londres cuando Don Alfonso XIII visitó aquella capital; los que
asistimos a las fiestas de Palacio, vimos pronto que el Rey de España había
fijado sus ojos en la Princesa Ena de Battenberg, y que ésta miraba con mal disimulado interés al
joven Monarca.
Después, Don
Alfonso XIII escribió desde Madrid a Londres, y desde Londres fueron cartas
al Palacio Real de Madrid. Los amores regios comenzaban espontáneos, y el intuido
diplomático se enteraría de ellos, cuando dos corazones estuvieran ya
completamente unidos.
España no
perdería nada con tener una Reina de raza anglosajoña.
En este caso, por venturosa coincidencia, la Princesa Ena representaba las simpatías de dos grandes pueblos, por ser hija de un Príncipe
alemán, el Príncipe Enrique, y de una Princesa inglesa, la Princesa Beatriz.
El día 24 de Enero de 1906 por la mañana, marchó a San Sebastián Don Alfonso, acompañado del marqués de Pacheco, del conde del Grove y del marqués de Viana.
El 25 llegó
a la capital donostiarra. No concedió audiencia ni celebróse ningún acto oficial.
Partió en
seguida para Biarritz, con objeto de visitar a la Princesa Ena en la villa Mou riscot.
Cerca de las
diez y media llegó el augusto viajero a la villa Mouriscot,
y su automóvil penetró en el jardín, deteniéndose junto a la escalinata.
En ésta
aguardaba al Soberano el Príncipe Hannover.
En la «serre» le recibieron el Príncipe Alejandro de Battenberg y la alta servidumbre de la Casa de los
Príncipes.
En un salón
del Palacio se hallaban las Princesas de Hannover v de Battenberg.
Al entrar
Don Alfonso, y después de los saludos y presentaciones, el joven Soberano
entabló conversación con las tres damas, abandonando la estancia las demás
personas, en la que, por último, quedaron las Princesas Beatriz y Ena y Don Alfonso.
La
conferencia duró largo rato.
Durante esta
entrevista, el Rey pidió verbalmente, y sin otra ceremonia, la mano de su
prometida a la Princesa Beatriz, y ésta se la concedió en el acto, expresando
que lo hacía como madre y con autorización del Rey Eduardo, jefe de la Casa
Real de Inglaterra.
Después fué invitado el Monarca a almorzar, en compañía de los
Príncipes.
Unicamente el Soberano se sentó a la
mesa de la familia.
Visita
igual, la repitió el Rey los días 26 y 27. Este último día antes de sentarse a
la mesa, Don Alfonso y la Princesa Ena rindieron
tributo a una delicada costumbre inglesa, que consiste en que los novios
planten dos arbolitos, que recuerden sus primeras entrevistas.
El acto
revistió carácter de intimidad encantadora .
En hoyos
abiertos en el jardín de la villa, fueron plantados por el Rey y la Princesa
los arbolitos que harán mañana perdurable
Todos los
presentes, al terminar la ceremonia, hicieron votos por que la conmemoración
que se celebraba, fuese anuncio de dichas futuras.
Antes de la
plantación, el Rey ofreció a su augusta prometida un precioso regalo: una
cadena de oro con perlas, para el cuello, y pendiente de la cadena un corazón
de brillantes.
El día 28 de
Enero de 1906, San Sebastián se vistió de gala, para recibir la visita de la
Princesa Ena, prometida de Don Alfonso XIII. La
curiosidad del público por conocerla era extraordinaria. La fama de su belleza
había llegado a todas partes, y merecía esta espectación.
Esta
excursión de las Princesas a San Sebastián, se debió a una invitación especial
de la Reina, deseosa, de corresponder a las atenciones de que era objeto el Rey
en Mou- riseot. La familia invitada contestó que se
complacía y que se honraba mucho aceptándola.
Aquella
misma noche regresó Don Alfonso a San Sebastián, después de haber dejado a las
Princesas en Mouriscot.
La profecía
del Príncipe de Battenberg, padre de la Princesa,
tenía exactísima confirmación. ¿No conoces, lector, esa
profecía?
Te la
contaremos, para final de este capítulo.
El Príncipe
Enrique, aprovechando la escala en un puerto de España de un barco de guerra
que mandaba, hizo una excursión a Sevilla, en 1885.
Allí halló,
entre otros pliegos, uno que contenía algo que quería ser carta, y que, desde
luego, con sus trazos inseguros y su redacción candorosa, era un pedacito del
corazón de su hija Ena, palpitante de inocencia, y
de amor filial. Y entonces, el infortunado padre, ignorante de que hablaba por
última vez con su niñita rubia, forjó un proyecto, acarició una idea y escribió
a su hija en un momento de exactísima visión del porvenir:
«Sé buena y
quiere a tu madre. Si lo haces así siempre, cuando seas mayorcita viajarás.
Vendrás a este precioso país de España. ¡Ya verás cómo te gusta y cuán feliz
serás aquí!».
Un mes
después, el Príncipe Enrique enfermo de fiebres, fallecía en alta mar, a
bordo del «Blonde».
El día 11 de
Marzo, víspera del regreso de los Reyes a la corte, procedentes de San
Sebastián, se reunió en Madrid el Consejo de ministros y el presidente, señor
Moret,
Se acordó cumplir al día
siguiente los deseos del Rey.
En la misma
sesión leyó el ministro de Hacienda, don Amos Salvador, el proyecto de ley
concediendo la asignación anual de 450.000 pesetas a la futura Reina.
LA BODA
REGIA
El 31 de
Mayo de 1906. — En la iglesia de los Jerónimos. — La bomba de Morral. — Los
Reyes ilesos.
Entre auras
de popularidad, pocas veces igualada, se celebró el 31 de Mayo de 1906 el
matrimonio del Rey Don Alfonso XIII con la Princesa Victoria Eugenia de Battenberg.
Un sol
espléndido abrillantaba la hermosura del espectáculo, y una alegría inmensa
palpitaba en todas partes.
Las reales
personas no cesaron de escuchar ovaciones durante todo el trayecto.
La comitiva
de la Princesa llegó algo más tarde a la iglesia de los Jerónimos, que la de S.
M. el Rey.
Una vez
situados en sus respectivos reclinatorios los augustos contrayentes y sus
padrinos la Reina madre y el infante don Carlos, el cardenal arzobispo de
Toledo, revestido de pontifical, dió principio al
acto, haciendo los requerimientos de ritual.
Terminados los actos religiosos los Reyes y su brillante séquito abandonaron el templo.
La brillante
comitiva regia avanzaba por la calle Mayor en dirección a Palacio.
La multitud,
entusiasmada, redoblaba sus aclamaciones a los Reyes.
A las dos y
veinte minutos pasaba la carroza regia por delante de la casa señalada con el
número 88, y en aquel instante, estando el tiro de caballos delantero a la
altura de la embajada de Italia, cayó de un balcón del cuarto piso de la
citada casa, del balcón más próximo a la esquina de la calle Factor, un ramo de
flores que vieron venir por el aire gran número de personas de las que
ocupaban la tribuna quie había delante de la iglesia del Sacramento y de las
que se hallaban en los balcones de las casas más inmediatas.
Chocó el
ramo con las piedras de la calle, próximamente a la altura del juego delantero de la carroza regia por el lado que ocupaba la Reina
Victoria, y en el acto se produjo una detonación enorme y se escuchó un grito
general de angustia.
Terribles
fueron estos instantes para todos los que ocupaban aquel trozo de la popular
vía, y especialmente para los que se encontraban próximos a la carroza que
ocupaban los Reyes.
Estos
estaban ilesos.
NACE EL
HEREDERO DE LA CORONA
Sucesión
masculina. — Júbilo popular. —
El fausto
suceso que esperaba con ansiedad España entera, se realizó el día 10 de Mayo
de 1907, en la forma más venturosa. Su Majestad la Reina Doña Victoria, dió a luz un Príncipe, y al júbilo del natalicio se unió el
de la sucesión masculina, que colmó las aspiraciones públicas.
A la una,
poco más o menos, izóse el pabellón nacional.
De la
multitud salieron exclamaciones y aplausos.
—¡Niño!
¡Niño! ¡Un Príncipe! ¡Viva el Príncipe de Asturias!
A la una y
cuarenta minutos se verificó la ceremonia oficial de la presentación, con
verdadera solemnidad.
Su Majestad
el Rey vistiendo uniforme del regimiento de Infantería del Rey número 1, de
capitán general, con la insignia del Toisón y la banda de Carlos III, salió de
la alcoba Regia, llevando en sus brazos una
El rostro
del Monarca estaba radiante.
El
Presidente del Consejo levantó el rico paño que cubría el débil cuerpo del
recién nacido.
El bautizo
del Príncipe se celebró el 18 de aquel mismo mes de Mayo, y se impuso al
heredero de la corona el nombre de Alfonso.
Esta
ceremonia fué muy solemne. Asistieron a ella varios
Príncipes extranjeros en representación de sus Soberanos.
También
fueron muy solemnes la ceremonia de la imposición de la Cruz de la Victoria
al nuevo Príncipe y la entrega de mil doblas del Principado de Asturias.
Su Majestad
la Reina, desde que se sintió en estado interesante, expresó su ardiente deseo
de amamantar a su hijo, y ese deseo se realizó, en efecto.
Las madres
españolas aplaudieron este hermoso rasgo de la Reina.
LO QUE
TRABAJA SU MAJESTAD
De nueve a
dos y media. — Las audiencias de S. M. — Cartas y libros.
Su Majestad
el Rey de España trabaja incesantemente . Para demostrarlo, vamos a dar cuenta
aquí de lo hecho por el Rey en un día tomado al azar.teniendo en cuenta que
ese día ha sido uno de los menos atareados del Monarca.
Estamos a 30
de Enero de 1912.
Se levantó
S. M. a las ocho de la mañana, se bañó, tomó su desayuno. estuvo unos
instantes con sus augustos hijos, y recibió al Presidente del Consejo, es
decir, empezó su hora de oficina. (Esta costumbre de cambiar impresiones a
diario con el Rey fue costumbre establecida por el señor Maura).
La
conversación con el Presidente del Consejo duró hasta las diez.
A las diez
despachó con los ministros de Gobernación y de Hacienda, hasta las once; es
decir, trabajó en la confección de Reales decretos, estudió estas
disposiciones, estampó en ellas su firma.
A las once
comenzó la más compleja, la
¿Alcanzáis
el inmenso trabajo que esto supone? Estar hablando, hablando con una serie
interminable de individuos que no traen banalidades ni zonzadas,
sino cosas graves, o al menos de algún interés; enterarse de todo, opinar, dar
un consejo, ofrecer un apoyo. sonreír, estar amable, bondadoso, no sentir
cansancio; ser el misino siempre, es decir, la bondad, la indulgencia.
¿Queréis
saber a quiénes recibió ese día Su Majestad?
Pues recibió
a las siguientes personas: Al señor Díaz Moren, a la Comisión de Alicante que
vino a Madrid para invitarle a las fiestas de aquella simpática población, a
don Daniel López, a don José Lastra, a don Justo García San Miguel, a don José
Tejero, a don Angel Aznar, al conde de Valdelagrana, a don Tomás Santín de Quesada, al vicealmirante señor Morgado, a Monsieur Martín, consejero de la embajada francesa; a don
Eugenio Montero Ríos, al duque de Alba, al duque de San Pedro de Galatino, a don Javier Ugarte, al marqués de Bayamo, al marqués de Bondad Real y al señor Soto, cónsul
de España en Zurich, y, por último, despachó con los jefes de Palacio.
A las dos y
media terminó la hora de oficina para este funcionario modelo.
¡Y qué
oficina! Despachar con el jefe del Gobierno, con los ministros y después
ocuparse de asuntos tan complejos como le traerían esos militares, marinos,
diplomáticos, periodistas, aristócratas, políticos que acudieron a verle y que
de seguro no llegaron hasta su augusta presencia para tratar de cosas
pueriles.
No terminó
aquí la labor de ese día.
Almorzó el
Rey, como dijimos, a las dos y media. Después se distrajo algún tiempo en la
Casa de Campo. A las seis ya estaba de vuelta. Estuvo en familia tomando el té.
A las seis y media recibía a Alejandro Pérez Lugín,
redactor de La Tribuna con el cual habló largo rato, y de cuya entrevista
hizo el señor Lugín un precioso artículo inaugural
del popular diario.
Más tarde
despachó el Rey con el señor Torres sus asuntos de secretaría, ocupándose de
cosas particulares y de otras muchísimas relativas al bien público. Comió
apresuradamente y acudió a un teatro.
Antes de
acostarse, leyó y estudió un rato.
Hay días en
que S. M. ha ido a almorzar a las cuatro y aun a
las cuatro y media de la tarde.
Y hay días
también en que este Soberano se acuesta de madrugada estudiando algún difícil
pleito nacional, sin que por ello le falte ocasión de buscar en un libro,
antes de reposar, conceptos útiles, experiencias amables, talento que llevar a
su vida.
EL SASTRE DE
SU MAJESTAD
En casa de Ranz. — Los trajes de Alfonso XIII. — Sus gustos. — Las
medidas de un insigne cliente. — Otros detalles.
En la calle
del Arenal, 11, hay una sastrería. Allí se hacen los uniformes del Rey. Su
dueño se llama don Alberto Ranz.
—¡El señor Ranz? — preguntamos así que abrimos la mampara, y entramos
en pleno establecimiento.
- ¿Qué
desean ustedes? — interroga también, afablemente, un empleado.
—Ver al
señor Ranz. Dígale usted que somos dos periodistas y
que deseamos hablarle de un asunto.
A poco
surge, amabilísimo, un hombre de aire decidido y simpático, dueño de la
sastrería y confeccionador maravilloso de los reales uniformes; le exponemos
nuestro propósito; y nos hace pasar al camarín de pruebas, donde tiene lugar
el siguiente diálogo:
—¿Hace mucho
tiempo que viste usted al Rey?
—Desde que
dejó la nodriza. El primer trajeeito que le hice fué uno compuesto de una faldita plegada, yde una blusa
marinera. Luego le hice varios trajes de montar cuando tenía cinco y seis
años. A los ocho, hice el primer uniforme.
—Uniforme,
¿de qué!
—De la
Academia de Infantería. Como ustedes saben llevó esa
indumentaria hasta que fué coronado.
—Y ahora,
¿qué trajes le hace usted?
—Algunos de
deporte, y todos, absolutamente todos los uniformes militares.
—¿Quién le
hace los de paisano?
—Algunos,
Peñalver.
—Y, diga
usted, — interrogamos — ¿podemos saber con todos sus perfiles cómo se le hace
un traje al Monarca?
Don Alberto Ranz, cada vez más amable, nos hizo una relación minuciosa:
—Cuando el
Rey necesita que le hagan algún uniforme, recibo la visita de su ayuda de
cámara, el cual así me lo manifiesta, indicándome de qué Arma y Cuerpo debo
confeccionar la indumentaria.
—¿ Quién es
el camarero de S. M. ?
—El señor Ilíjar, hombre viejo y fidelísimo. Un gran aragonés,
nacido en Huesca. y antiguo servidor de la Real Casa... Recibo su visita, y
con las medidas que ya
—Y ahora,
señor Ranz, vaya usted contándonos todo el proceso
de un traje real.
—Muy
sencillo. Cuando lo tengo de prueba voy a Palacio y pido venia para hacer esa
operación. Generalmente llego a las nueve de la mañana y cuando Su Majestad
acaba de salir del baño.
—¿En qué
habitación se realiza la prueba?
—En el
propio cuarto de baño. Es una estancia espléndida y confortable, cerca de la
alcoba.
—Y ¿lo
recibe a usted siempre Don Alfonso ?
—Generalmente,
sí. Algunas veces me hace volver a las seis de la tarde, a la hora del té.
Entonces, paso al cuarto de vestir donde Moreno, otro ayuda de cámara del Rey,
me espera.
—¿Quién es
Moreno?
—Moreno fué escopetero del Rey, un hombre ágil, vivo. El Monarca,
nervioso y resuelto, gustó mucho de aquel mozo avispado y lo hizo su criado
familiar. Pero les seguiré contando... El Rey está siempre de buen humor. Hola, Ranz» — me dice
afablemente. «¿Mucho trabajo?» «¿Ha hecho usted el uniforme de Fulano de Tal?»
«¿Y el de Mengano ?» Es comunicativo y muy
—¿Es,
paciente S. M. para la prueba?
—No. A lo
sumo tolera dos. Una cuando está cortado el uniforme, y otra cuando está
concluido.
—¿Tiene
muchos uniformes el Rey?
—Una
enormidad. Los tiene de todas las Armas y de todos los Cuerpos.
—¿Trabaja
usted sólo para el Rey? ¿Hace usted los uniformes de otros personajes de la
Real Familia?
—Los de casi
todos. A S. A. el Príncipe de Asturias le llevo confeccionado ya tres
uniformes: los tres de soldado de Infantería. Al infantito Don Jaime ya le he
hecho dos de artillería.
Había
terminado la conferencia.
EL REY Y SUS
MINISTROS
Una
entrevista con Romanones. — Los niños, no. — Un Rey atento y ejemplar. — Un
rasgo.
Le habíamos
escrito una carta al conde Romanones. «¿Me puede usted conceder unos minutos?»
Vino pronta y amable la contestación : «El jueves a las doce en la
Presidencia del Consejo».
Recibidos
cordial mente e invitados a exponer nuestro deseo, dijimos:
—Señor
Presidente, queremos saber algo del Rey.
Estaba más
afable aún que de costumbre el jefe del Gobierno. Positivamente don Alvaro de Figueroa es un hombre seductor.
—Tengo dos
rasgos del Monarca, muy representativos y de gran interés...
Miró hacia
el techo como para recapitular, y dijo:
—Uno, se
refiere al concepto que tiene de su rango. Yo, que pertenecí a su primer
Gobierno, al de la coronación, pude observar la transición que se operó en el
ánimo real así que hubo jurado. Cuando fuimos
-¡Hermosa
contestación en un mozo de dieciséis años! «¡Lo que decido!» ¡Era el Rey!
Asintió el
Presidente con un gesto, y añadió :
Ratificaba
poco después su confianza al Gobierno, jurábamos, y el Rey mismo nos indicó la
conveniencia de celebrar Consejo. Y ¡ vaya si fue un Consejo cabal! Para todos
los ministros tuvo su frase, sus preguntas oportunísimas, su investigación
acertada, su afán, noble afán de enterarse, de discutir,
—¡Magnífico
concepto de sus obligaciones, más estimable aún en un joven de tan corta edad!
— dijimos admirados. — Pero vamos al segundo rasgo advertido por usted en el
ánimo real.
Recapacitó
un momento el Presidente, y buscando, seleccionando sus palabras, cuidadoso de no
deslizarse con exceso, respondió:
—¡La
orientación amplia de su espíritu! ¿No le admira a usted? Nació Monarca. No pudo, como otros Príncipes, asomarse al mundo,
vivir la inquietud como su egregio padre, aprender en el destierro lecciones de
mundo. Ha sido educado en un Alcázar. Y, sin embargo, conoce al país, y está
enterado de todo, y no adivina, por que sabe. A veces sorprenden sus
observaciones. Dirírase que ha recorrido las calles
disparado, que estuvo en la tribuna pública del Congreso, que ha ido a un
casino, que buscó en los hogares pobres el alma de las muchedumbres tristes.
Conoce, conoce muy bien a España — añadió el presidente. — Luego, permaneció
pensativo, descubrió una frase y la formuló. — El gran ambiente de su nación ha
ganado con su
espíritu al ambiente, más pequeño aunque más exquisito, que le rodea.
—Y ahora,
díganos, ¿cómo despacha S. M. con los ministros?
—Se lo diré
con toda clase de perfiles. A las diez de la mañana va, invariable, a Palacio,
el Presidente del Consejo; se detiene en la antecámara del regio despacho, y
allí aguarda a que salgan los niños...
Pero al
decir «niños», el Presidente se mordió la lengua y dió un puñetazo en el brazo de su butaca:
—¡Niños! ¡Si
no se les puede ni debe llamar niños! ¡Maldita costumbre! Y es claro, ¡son tan
bonitos y tan simpáticos, que llamándoles niños parece decírseles algo tierno
y grato...! Pero, no, no, no... El otro día, ¡zas!, delante del mismo Rey se me
escapó la dichosa palabrita, y hube de estar media hora repitiendo: «S. A. el
Príncipe de Asturias. S. A. el Infante Don Jaime. S. A. la Infanta doña
Beatriz». Pero, ¡en qué íbamos? »
—Ibamos en que salían los Infantes del regio despacho...
—Sí, cuando
salen, el Presidente besa sus manecitas, y aciide u
la Cámara real. El Monarca suele, deferente, aguardarle en la puerta.
—iCómo es el despacho?
—Amplio y
severo. Hay una mesa y una silla para el Rey, y otra, a su derecha, para el
Presidente. Hay también una larga mesa donde se celebran los Consejos de
ministros.
—Bueno,
señor Presidente, ¿cómo se realiza el despacho diario con el Rey ?
—Muy sencillo. El Monarca
toma asiento en su butaca, tras de la mesa, mientras fuma incansablemente.
—¿ Y los
Consejeros?
—No deben
fumar ante S. M. Es irrespetuoso. Aunque esto no reza conmigo porque yo no
fumo en parte alguna. Pero, le seguiré explicando... El Presidente se acomoda
a la derecha del Rey y entonces empieza la conversación.
—Conversación
que será interesantísima...
—¡Oh,
figúrese usted! El Presidente le hace un resumen de todos los acontecimientos
mundiales de interés que han ocurrido duante el día, los comenta, propone
ideas que se aeptan o que se rechazan.
—¿Rechaza el
Rey alguna proposición?
—Rara vez.
Es constitucional y un modelo. Pero cuando, por espíritu patriótico, no le
agrada cualquier insinuación, dice: Lo pensaré. Lo meditaré. Si no vuelve
a hablar del asunto, un presidente discreto lo imita.
—Y diga
usted, ¿propone el Rey alguna orientación personal?
—Orientaciones,
no. Insinuaciones, sí. El Rey estudia mucho, se preocupa mucho, ama
idolátricamente a su nación, y vela por su bien. Está, además, enterado de
todo. Antes de recibir al Presidente ha leído toda la Prensa importante de
España, y parte de la extranjera, especialmente la francesa, la inglesa y la
alemana.
—¿Lee toda
la Prensa, incluso la enemiga del régimen!
—Sí. El Rey
quiere compulsar todos los latidos, asomarse a todas las opiniones.
—¿Dura mucho
la conversación!
—Tina hora
generalmente. A las once entran los dos ministros de turno...
—¿Dos! No
despacha uno sólo jamás!
—Por regla
general, no. Solo no despacha más que el Presidente. Y mire usted..., es una
buena costumbre. Así tiene siempre la intriga de algún cortesano, testigo...
—Muy
constitucional y muy inteligente, usted sus interesantes manifestaciones. Dimos
con entusiasmo. Díganos, ¿en qué orden despachan los ministros!
—Verá usted. El de Estado y el de Gracia y Justicia, los
lunes: el de Hacienda, y el de Gobernación, los martes; el de Guerra, y el de
Marina, los miércoles; el de Fomento y el de Instrucción Pública, los viernes.
—¿Y los
jueves?
—Hay Cousejo de Ministros.
—¿ Y los
sábados ?
—Sólo
despacha con el presidente.
—Y diga usted, ¿se entera escrupulosamente de los decretos sometidos a su firma?
——Los lee
despacio, meditándolos a conciencia. Los ministros debutantes se suelen
asustar de tanto celo.
—¿Y los
devuelve sin firmar alguna vez?
—No. Antes
de llevarle un decreto a la firma, ya el Presidente, en su diario despacho,
explora el ánimo real.
—¿Hace
objeciones alguna vez?
—Con mucha
frecuencia. El Rey, repito, está enterado de todo. Hablan con él sus
cortesanos, los gentileshombres, sus íntimos. Recibe, además, en audiencia, a
infinitas personas. Y así, investigando, compulsando, no ignora nada...
—¿Habla con
personajes políticos de afuera del Gobierno?
—Con mucha
frecuencia también. Pero no se calla los motivos de conversación, sino que se
los expone al Presidente del Consejo. Cuando le visita Maura al día siguiente
el Rey tiene la deferencia de referirme el resultado de la entrevista. Es una
práctica eminentemente constitucional que S. M. sigue con verdadero escrúpulo.
—Hablemos
ahora de los Consejos de ministros.
—Se celebran
los jueves, aparte de los extraordinarios, y en la mesa larga de que antes
hablé. Preside S. M. A la derecha está la cartera del Presidente, y a la
izquierda la del ministro de Estado. Cuando se sienta el Rey, que suele hacerlo
tras de charlar con todos afablemente, lo imitamos. Entonces el Presidente del
Consejo pronuncia un discurso de carácter general, abordando todas las
cuestiones palpitantes. Canalejas era extenso y florido. Según Gimeno, sus
discursos ante el Rey han sido los mejores que pronunció en su vida. Yo soy
pareo. Generalmente no duran mis discursos más de media hora. Después, si
tienen algo que oponer, hablan los ministros.
—¿Interroga
alguna vez el Monarca!
—Sí. Con
frecuentes observaciones, sobre todo, acerca de política internacional y de
organización militar, de cuyas cuestiones está enteradísimo.
Para
terminar, nos dijo:
—¿Quiere
usted una anécdota del Rey cuando era niño!
—¡No la
hemos de querer!
—Estaba S.
M., que tendría entonces nuee o diez años, en clase de gimnasia de la que era
sil profesor un vallisoletano. Don Marcos Ordás. Hallábase también presente
LOS
GOBIERNOS DE ALFONSO XIII
Relación de
los Gobiernos y numeración de los Ministros que ha tenido hasta ahora Don
Alfonso XHI.—Cifras aterradoras.
Antes de
jurar Don Alfonso XIII la Constitución de la monarquía española, estaban los
liberales en el Poder y formaban el Gobierno siguiente:
Presidencia,
Sagasta: Estado, duque de Almodóvar; Gracia y Justicia. Don Juan Montilla:
Guerra, Weyler: Marina, duque de Veragua; Hacienda. Rodrigáñez;
Gobernación. Moret; Instrucción Pública, Romanones;
Agricultura, Canalejas.
Una vez
posesionado el Monarca otorgóle su confianza al
Gobierno, pero éste corroído por luchas intestinas, y tras la disidencia de
Canalejas al que sustituyó Don Félix Suárez Inclán, y tras de una crisis parcial ocurrida el 10 de Noviembre de 1902 en la que salieron
Montilla, Rodrigáñez y Suárez Inclán sustituyéndoles López Puigcerver, Eguilior y Don Amós Salvador, hizo crisis
total el Gabinete en 6 de Diciembre, siendo llamado por el Rey el partido
conservador.
La segunda
Presidencia bajo Don Alfonso XIII la ocupó Silvela quien nombró el famoso
Gobierno de altura en la siguiente forma:
Presidencia,
Silvela; Estado, Abarzuza; Gracia y Justicia, Dato; Guerra, Linares
Marina, Sánchez Toca; Hacienda, Villaverde;
Gobernación, Maura; Instrucción Pública, Allendesatazar;
Agricultura, marqués del Vadillo.
El Gabinete
presentó la dimisión en 18 de Julio por desacuerdo sobre la oportunidad de
llevar el proyecto de creación de escuadra a las Cortes.
Aceptada la
dimisión por el Rey nombró Presidente del Consejo a Villaverde, quien tomó
posesión el día 20 de Julio, formando el Gobierno siguiente:
Presidencia,
Villaverde; Estado, Conde de San Bernardo; Gracia y Justicia, el Sr. Santos
Guzmán; Guerra, Don Vicente Martitegui; Marina, Cobián; Hacienda, Besada; Gobernación, García
Alix; instrucción Pública, Bugallal; Agricultura,
Gasset.
Se retiró
durante esta etapa Silvela a la vida privada.
Como
resultado de una viva campaña republicana en el Congreso contra Villaverde, y
de la actitud de gran parte de la mayoría que se unió a Don Antonio Maura,
presentó la dimisión el Gobierno el 5 de Diciembre,
Este fue el
cuarto Gabinete, constituido así:
Presidencia,
Maura; Estado. Rodríguez San Pedro; Gracia y Justicia, Sánchez Toca; Guerra,
Linares; Marina, general Ferrándiz; Hacienda, Osma; Gobernación. Sánchez
Guerra; Instrucción Pública. Domínguez Pascual; Agricultura. Allendesalazar.
El Gobierno
del señor Maura dimitió por estar en desacuerdo con el Monarca acerca del
nombramiento de jefe del Estado Mayor Central. Cayó del Poder el día 16 de
Diciembre de 1904.
Formó el
quinto Gobierno Don Marcelo de Azcárraga con el siguiente personal:
Presidencia.
Azcárraga; Estado, Aguilar de Campoó; Gracia y
Justicia, Ugarte; Guerra, Villar y Villate: Marina. Cobián; Hacienda, Don
Tomás Castellano; Gobernación, Vadillo; Instrucción pública. La Cierva;
Agricultura, Don José de Cárdenas.
El general
presentó la dimisión por disensiones habidas entre la mayoría conservadora.
Formó el sexto Gobierno Villaverde el día 26 de Enero de 1905 de la siguiente manera: Presidencia.
Villaverde; Estado, Villarrutia;
Gracia y Justicia, Ugarte; Guerra. Martitegui;
Marina, Cobián; Gobernación, Besada; Instrucción pública, La
Cierva; Agricultura, Vadillo.
El Gobierno fué derrotado al solicitar en el Congreso un voto de
confianza, presentando la dimisión en 20 de Junio.
Llamados al
Poder los liberales formó Don Eugenio Montero Ríos, en 23 de Junio, el séptimo
Gobierno siguiente:
Presidencia:
Montero; Estado, Sánchez Román; Gracia y Justicia, González de la Peña; Guerra,
Weyler; Marina, Villanueva; Hacienda, Urzáiz;
Gobernación, García Prieto; Instrucción pública, Don Andrés Mellado;
Fomento, Romanones.
Como
resultado de unos alborotos militares en Barcelona dimitió éste siendo
nombrado Presidente del Consejo Don Segismundo Moret.
He aquí el
octavo Gobierno que formó el 1º de Diciembre de 1905:
Presidencia,
Moret; Estado, Almodóvar del Río; Gracia y Justicia, García Prieto; Guerra,
Laque; Marina, Concas; Hacienda, Amos Salvador; Gobernación, Romanones;
Fomento, Gasset; Instrucción pública, Santa María de Paredes.
No puestos
de acuerdo los liberales acerca de la fecha en que se debíain convocar las Cortes, dimitió Moret el día 8 de Julio de 1906, siendo nombrado
presidente el general López Domínguez.
Noveno
Gobierno: Presidencia. López Domínguez; Estado, Gullón; Gracia y Justicia,
Romanones; Guerra, Luque; Marina, Alvarado;
Hacienda. Navarro Reverter; Gobernación, Dávila; Fomento. García Prieto;
Instrucción pública, Gimeno.
«El
papelito» de Moret, llevado por Alba a la Cámara regia, derribó al Gobierno en
30 de Noviembre.
Décimo
Gobierno:
Presidencia,
Moret; Estado, Pérez Caballero; Gracia y Justicia, Barroso; Guerra,
Luque; Marina, Alba; Hacienda, Don Eleuterio Delgado; Gobernación. Quiroga; Fomento, Gasset;
Instrucción pública. Borbolla.
Este
Gobierno vivió sólo unos días.
Undécimo
Gobierno constituido en 4 de Diciembre:
Presidencia, Vega Armijo; Estado, Pérez Caballero; Gracia y Justicia. Barroso; Guerra, Weyler; Marina, marqués del Real Tesoro; Hacienda. Navarro Reverter; Gobernación, Romanones; Fomento, Don Francisco Federico; Instrucción pública. Gimeno.
Deshecho el partido liberal, son llamados en 25 de
Enero de 1907 los conservadores.
Duodécimo
Gobierno:
Presideneia, Maura: Estado, Allendesalazar; Graeia y
Justicia, Figueroa; Guerra, general Loño; Marina. Ferrándiz; Hacienda,
Este
Gobierno fuó derribado por «el bloque de las
izquierdas» en 21 de Octubre de 1909.
Gobierno décimotercero:
Presidencia, Moret; Estado, Pérez Caballero; Gracia y Justicia,
Martínez del Campo; Guerra, Luque; Marina, Concas; Hacienda, Alvarado; Gobernación, el propio Moret; Fomento, Gasset;
Instrucción pública, Barroso.
Luchas
interiores de partido dieron al traste con el Gabinete en 9 de Febrero de
1910, siendo nombrado Presidente Don José Canalejas.
Gobierno décimocuarto:
Presidencia, Canaljeas; Estado, García Prieto; Gracia y Justicia,
Ruiz Valarino; Guerra, Aznar; Marina, Arias de
Miranda; Hacienda, Cóbián; Gobernación, Merino;
Fomento, Calbetón; Instrucción pública, Romanones
.
Asesinado
Canalejas en 12 de Noviembre de 1912, y tras de una presidencia interina de
García Prieto, fué nombrado jefe del Gobierno el
conde de Romanones, quien juró el día 14.
Gobierno
décimoquinto:
Presidencia,
Romanones; Estado, García Prieto; Gracia y Justicia. Arias de Miranda; Guerra,
Luque; Marina, Pidal; Hacienda, Navarro Reverter; Gobernación, Barroso; Fomento, Villanueva;
Instrucción pública, Alba.
Aniquilado
el partido liberal a fines de Noviembre de 1913, llamó el Rey a los
conservadores, y por no aceptar Maura el poder, fue nombrado el Señor Dato Presidente del Consejo, quien juró con el Gobierno
siguiente: Presidencia, Dato; Estado, Lema; Gracia y Justicia, Vadillo;
Hacienda, Bugallal; Gobernación, Sánchez Guerra;
Guerra, Echagüe; Marina, Miranda; Fomento, Ugarte,
e Instrucción pública, Bergantín.
Cayó Dato en
una discusión sobre un proyecto de ley modificando el Estado Mayor Central y
subió Romanones con este ministerio :
Presidencia, Conde de Romanones; Estado, Villanueva; Gracia y Justicia,
Barroso; Guerra, Luque; Marina. Miranda; Ha-cienda, Urzáiz; Gobernación, Alba; Instrucción Pública, Burell; Fomento, Amos Salvador.
Ha tenido,
pues, S. M. el Rey Don Alfonso, hasta ahora en que trazamos estos sucintos d atos biográficos, los siguientes ministros, contando las crisis parciales:
Presidentes conservadores:
Silvela, Villaverde, Maura, Azeárraga, Villaverde
(segunda vez), Maura (segunda vez), Dato. Total cinco.
Presidentes liberales:
Sagasta, Montero Ríos, Moret, López Domínguez, Moret
(segunda vez), Vega Armi- jo, Moret (tercera vez), Canalejas y Roma-nones.
Total siete.
Ministros conservadores:
Abarzuza, Dato, Linares, Sánchez Toca, Rodríguez San
Pedro, Allendesalazar, Vadillo, San Bernardo, Santos Guzmán, Martitegui,
Cobián, Besada, García Alix. Bugallal, Gasset, Ferrándiz, Osma, Sánchez Guerra,
Domínguez Pascual, Figueroa, Aguilar de Campoó, Ugarte, Villar y Villate,
Castellano, La Cierva, Cárdenas, Villaurrutia, Cortozo, Lorio, Primo de Rivera,
Sánchez Bastillo, Lema y Bergamín. Total 33.
Ministros liberales:
Almodovar del Río, Montilla. López Puigcerver, Weyler,
Veragua, Rodrigáñez, Eguilior, Moret, Romanones, Canalejas, Suárez Inelán,
Salvador, Sánchez Román, Gnilón, González de la Peña, Urzáiz, Eehegaray, García
Prieto, Mellado, Pérez Caballero, Celleruelo, Concas, Quiroga, Gasset (hecho
liberal), Santa María de Paredes, San Martin, Alvarado, Navarro Reverter, Dávila, Jimeno, Barroso,
Alba, Delgado, Borbolla, Real Tesoro, de Federico, Martínez del Campo,
Valarino, Arias de Miranda, Aznar, Pidal, Cobián (hecho liberal). Merino, Alonso Castrillo, Calbetón, Villanueva, Burell,
López Muñoz y Ruiz Jiménez. Total 49.
¡ Triste
país en el que se suceden en su gobernación tantos hombres!
LO QUE SE
GASTA EN PALACIO
La lista
civil. — Gastos de la Real casa. — ¡16.000 personas!
La familia
real cobra del Presupuesto general del Estado la cantidad anual de pesetas
8.250.000.
He aquí
algunos de sus gastos.
Obras de
reparación y de mejora en los edificios y jardines del Patrimonio (promedio de
lo gastado en los diez últimos años),
Gastos de
las Administraciones Patrimoniales (incluidas las obras), 1.294.000 pesetas.
Personal de
la Real casa, 1.620.000 pesetas.
Gastos de la Inspección general de los Reales Palacios, 1.284.000.
Reales
Caballerizas (incluidos los gastos de personal), 993.000 pesetas.
Viajes y
jornadas, 700.000 pesetas.
Beneficencia,
845.000 pesetas.
Además de
los gastos mencionados hay otros muchos que, aunque importantes, son de menor
cuantía en comparación con los relacionados, tales como la
compra y reparación de mobiliario, adquisición de material de todas clases
y otros análogos.
He aquí,
ahora, la relación de las personas que viven a costa de la Familia Real. ¡Todo
un pueblo!
Hay los
siguientes individuos:
En Madrid
....
En Aranjuez ...
En la Casa
de Campo ...
En el Pardo
...
En San
Ildefonso ....
En San
Lorenzo
En Sevilla
....
Reales
Obras.—Vienen a
Se abonan, además, miles de jornales, con motivo de las labores de siembra, cultivo, recolección, etc., que pueden calcularse en 200 diarios
Resulta, por
tanto, que de la consignación deSu Majestad viven 3.200 familias que, a
cinco individuos por familia, dan un total de 16.000
personas, esto sin tener en
Las 256
familias que dependen de las Reales Caballerizas, disfrutan el emolumento de
casa, abonándose, a los que no tienen cabida en el edificio, una cantidad
mensual para pago de alquileres.
Todos los
empleados de la Real Casa gozan también del emolumento de médico y botica.
En La Granja
se ha rescatado casi todo el Patrimonio, habiéndose tenido que anular las
ventas hechas por la Revolución y que han costado millones de pesetas. El pinar
de Balsain, hubiera perecido a manos de amortizadores, si no hubiera sido rescatado a tiempo. Las
talas se hacían sin orden, sin amor al árbol, amenguando aquella riqueza y
aquella hermosura.
Ha realizado también el
Patrimonio las siguientes mejoras: Construcción de casetones en la pradera de Balsain; taller de aserrín mecánico; camino de la Cruz de
la Gallega; camino de la Cueva del Monje; alumbrado eléctrico; enormes y
costosísimas obras en Palacio; protección para el resurgimient de la fábrica de
cristales (esto se debe a la personal iniciativa del Rey ; transformación de
los jardines, habiéndose hecho el bosque franqueable para el público.
En el
Escorial no ha realizado menos importantes mejoras el Real Patrimonio. Se han
restaurado los claustros bajos, que antes estaban llenos de letreros y que
fueron deteriorados por las tropas de Napoleón; se ha restaurado también el
techo de la Biblioteca que estaba comido por el salitre; se ha dotado de
puertas al Palacio y de órganos al templo.
En 1885 se
creó, con la cooperación de los Agustinos, el Colegio de Alfonso XII, y luego
la Universidad, llamada Colegio de estudios superiores de María Cristina. Como
de todos es sabido, el Colegio es uno de los centros docentes más cultos y
modernos de España, y está costeado por la Intendencia Real. Hace algunos años
se quemó parte del Colegio, habiendo costado
50.000 duros reponer los perjuicios. También costó, no poco dinero repoblar un bosque que fue incendiado por los
rayos. Un ministro de entonces (y en esto se ha
adelantado muy poco en España) achacó a Felipe II la causa de aquella hecatombe, «por no haber tenido la previsión de colocar pararrayos en el Real
Patrimonio».
Tambien se
han construido múltiples caminos, y se ha ensanchado el
vaso de la presa.
Las
habitaciones de Felipe II están siendo completamente restauradas y vueltas a su
primitivo estado, gracias a unos planos de Juan de Herrera dados a conocer por
Jehan Lkermite, criado flamenco del gran Austria.
Estas habitaciones constituirán un divino museo y será una de las joyas
arqueológicas de nuestra nación.
En Aranjuez
se ha restaurado la casita del Labrador que se la llevaba el río, y que ha
costado una suma fabulosa; se han construido nuevos techos en Palacio: se han
arreglado los jardines, especialmente el de la Isla; se han metido en cultivo
infinitos sotos, proporcionándoles abundantes riegos. Merced a la iniciativa
Real, hay en Aranjuez doce larguísimas calles arboladas.
Y así todo. Vése la mano generosa de una Casa magnífica, que gasta sus
rentas en mejorar lo que constituye el recreo y el orgullo de España.
EL REY
INTIMO
Lo que come
el Rey. — Lo que fuma el Rey.
Se dice del
Rey que come exageradamente. Nosotros hemos leído en un libro francés «La
longevidad a través de los siglos» una relación
bastante exagerada acerca de la comida real.
El Rey,
hombre de 30 años, que trabaja largo, que hace una vida activísima y que goza
de excelente salud, come bastante, pero tampoco de una manera excesiva.
Por la
mañana desayuna café con leche y pan tostado con manteca. Alguna vez, muy rara,
toma a las once algún emparedado y una copa de Jerez. A las dos almuerza varios platos. A las seis merienda y toma el té. Come de
noche con menos apetito que al mediodía.Como particularidades en su gusto puede afirmarse que prefiere la comida
españolaa todos los platos extranjeros, y que no
repara demasiado en el condimento. Ja- mas encuentra
sosa, salada, amarga, dulce, una vianda. Yanta
hombruno, juvenil, para reparar sus
fuerzas prodigadas en el ejercicio físico y en el intelectual.
Le gusta
mucho comer entre militares y guisos cuarteleros. En alguna ocasión, con motivo
de ser el Príncipe de Asturias soldado del Regimiento de Infantería del Rey,
le ha dicho repentinamente a algún ayudante:
—Vámonos a
almorzar al Regimiento. Pero que no se le avise al coronel. Deseo almorzar lo
que haya.
Las paellas
hechas en el campo son una de las cosas por las que siente predilección
verdadera.
El cocinero
de S. M. se llama Marechal. Es francés y ha estado al servicio del. duque de
Alba.
La cocina,
teniendo cu cuenta no sólo la mesa real, sino el
sinnúmero de personas, entre cortesanos y servidores que comen en palacio,
cuesta de 60.000 a 70.000 pesetas mensuales. La cocina arde constantemente
desde las siete de la mañana hasta la una de la noche.
El «chauffeur» de confianza de S. M. llámase Antonín. Tiene
varios ayudas de cámara, que ganan 3.000 pesetas y propinas, y agasajos
frecuentes. Estos ayudas de cámara, que se llaman Jorge, Moreno, Palomar,
arreglan las habitaciones íntimas del Soberano y preparan su ropa. El Rey,
sin embargo, se viste solo, no gustándole que le pongan una sola prenda. En
vestirse tarda minutos S. M. Nervioso, vivacísimo, no tiene paciencia, idiosincracia de hombre afectado. Es limpio y ágil,
fragante y masculino.
El Rey fuma
incansablemente cigarrillos emboquillados, de tabaco español. También fuma
cigarrillos turcos. Cigarros puros no los fuma sino muy rara vez.
S. M. duerme
poco, pero duerme muy bien, apaciblemente, sin despertar jamás. En el tren
duerme con facilidad suma, por lo cual prefiere hacer de noche sus viajes. No
extraña la cama. Duro, juvenil, con piel de soldado, coge el sueño en cuanto
se lo propone y donde sea. Durante sus cacerías ha dormido alguna vez sobre
unas mantas.
Don Alfonso tiene un gran sentido estético y una enorme cultura artística. A la música no es muy aficionado. Dice que no tiene oído m ás que para las marchas militares.
El Rey es
elegante, sin afectación en su indumentaria. Tiene una traza inconfundible de
un aristoeracismo supremo. Vestido de uniforrne es todo un Monarca. La levita y el frac los lleva
con sobria distinción. No es d ado a los
perfumes. Su pañuelo huele muy ligeramente.
En la
iglesia es S. M. modelo de austera devoción. A todo el que lo ha
contemplado, admiró por su exacto conocimiento de la liturgia católica, y por la
compostura respetuosa que guarda ante los oficios divinos.
Es risueño y
cordialísimo. En la mesa lleva casi siempre la palabra, encantando a los
circunstantes con el ingenio y la profundidad de sus palabras.
Cuando le
dan una queja, por insignificante y aun pueril que sea, la atiende y procura
complacer al justamente quejoso.
El papel en
que escribe S. M. sus cartas particulares es de una elegancia inaudita. Las
cruces de las cuatro órdenes militares como membrete, sin otro adorno ni otro
símbolo. Es un papel que ha sido elogiado mucho en el extranjero por
su noble seriedad. El papel de escribir y las tarjetas se las hace el señor Mira, el de la calle de
Carretas. Su zapatero es el Señor Bruñete.
Juega alguna
vez al billar, en Miramar sobre todo. Juega bien, mucho mejor que su abuelo
Fernando VII, y no le ponen carambolas fáciles como a éste, pues muchas veces
le ganan sus contrincantes la partida.
¿Qué
tratamiento da el Rey a las demás personas?
A. las
pertenecientes a la Real Familia les habla de tú en la intimidad, pero en
documentos oficiales dales el tratamiento que les pertenece por su categoría.
De usted habla a sus antiguos profesores, a los generales, a los políticos
eminentes como a Maura, por ejemplo, y
en general a toda persona de relevante posición social o de no suficiente
confianza.
Concede el
tuteo a quienes muestra particular simpatía. A los militares les habla
generalmente de tú. Pero esto es sumamente complejo y no obedece a una ley
general, sino a mil sutilezas de temperamento de individuo. A Romanones y al
general Echagüe les habla de tú. Del tratamiento de Majestad que tiene por
derechos de Rey, fuera de su augusta familia, no hace dejación nunca.
•••
He aquí
algunas anécdotas del Rey, que e nos vienen a la punta de la pluma:
Son
infinitas las que pudiéramos referir. Para deleite de los lectores contaremos
algunas, de
las más curiosas.
Hallándose
una vez S. M. en Oviedo, mostróle el Rector de
aquella Universidad. Señor Panella, un rudimentario aparato de telegrafía, de
los que se usaron durante el siglo XIX. El Rey lo vió,
y llamando a los periodistas que le acompañaban en su viaje, les dijo:
—Ya lo ven
ustedes. Hace un siglo se sabían noticias en una
hora. Hoy, con todos los aparatos modernos, se
tardan veinticuatro.
Inútil será
decir que sabida la frase, los
•••
Acababa de
celebrarse una fiesta en la Capitanía general de la Coruña, y el Rey, que
llevaba cuatro días en la hermosa población gallega, por lo que corría el rumor
de que estaba enfermo, se detuvo unos instantes en la puerta.
El público
como es natural se había arremolinado curioso. Entre la muchedumbre, un
hombretón miraba fijamente hacia S. M.
—¿ Qué
quiere usted? Por qué observa usted al Rey tan fijamente?—parece que le
dijo un policía.
Y entonces,
aquel hombre, a quien preocupaba sin duda la supuesta enfermedad real, replicóse, como si hablara consigo mismo:
—¡ Bah,
bah... ! O que ten, es fame...
Llebaga el Rey a León en uno de
sus famosos viajes realizados a poco de jurar la Constitución española, y se
le preparaba alojamiento. Horas antes de llegar S. M., recibió el gobernador
un telegrama cifrado que depía : «El Rey no duerme solo.» Figuraos los apuros del gobernador, loco en la tarea
de descifrar aquel despacho...
De lo que se
trataba, era de que S. M. tenía la
costumbre de dormir cerca de su ilustre preceptor, señor conde del Grove.
Hasta que lo
supo, el gobernador no sabía qué hacerse.
•••
De niño, y
hoy y siempre, que el carácter no se pierde jamás, fue Don Alfonso gran amigo de la gente popular. En Santander trabó conocimiento
con un «golfo» llamado Juan Antonio, que iba frecuentemente en la trasera del coche real, y a quien el Soberano daba cigarrillos.
•••
El periódico
parisién «Revista Gráfica», editado en español, contó en su primer número
algunas anécdotas del Rey, que por su Maravilloso interés reproducimos:
«Una tarde
sorprendió a Don Alfonso una panne. Fué en una de esas carreteras toledanas. ilustres porque
sobre ellas ha rodado toda la literatura picaresca española, en las
llamadas carreteras de la muerte, y por donde han desfilado los bravos de los tercios y lugareñas de la Sagra que
avanzan arrebujadas en sus faldas, vuelta sobre las greñas a modo de capucha, la pareja de la Guadia
Civil, una caravana gitanos.
El rey y uno de
sus palaciegos volaba por la carretera bajo la lluvia. De pronto, el estallido caracteristico y el involuntario patinar de la formidable máquina. Se apearon
S. M. y su
acompañante. Mientras el mecánico resolvía el problema que acababa de
presentarse, los viajeros entraron a descansar en un ventorro que había allí
cerca. Imagináos un
interior lóbrego y que apesta a vino. Cierran el fondo unos toneles y hay por
las paredes varias estampas religiosas. Un perro, de esos galgos color de
pizarra que tanto seducen al pincel zuloaguesco,
acude a olfatear las extrañas vestimentas de los desconocidos. En torno a una
mesa que preside un jarro con el mosto que ya deseaba Berceo, se agrupan
algunos obreros del campo, andrajosos, enjutos, muy graves, como hidalgos a
quienes sobrase la riqueza. Nadie reconoce al Monarca. Por el contrario, al ver
a los automovilistas detenidos en mitad de su carrera, dedícanse a maldecir del servicio público, y de juramento en juramento, en su
inconsciencia, acaban por renegar del propio Rey, el cual, según dice el
improvisado comité revolucionario, sólo cuida de que se mantengan las rutas de
Segovia, las más frecuentadas por el coche real.
El Monarca
escucha en silencio, y hasta convida, en estilo campestre, a una ronda. Aparece
en esto el «chauffeur», se oye cómo trepida el motor, reanúdase la repentinamente rota velocidad. Los
borrachos, los velazqueños borrachos le despiden en
la puerta, bajo el ramo de pinocha simbólico.
Pocos días
después, una muchedumbre de peones invade los desiertos lugares y comienza la
reparación del camino. Es así cómo administraba y atendía su reino el antiguo
califa, célebre por su prudencia.
Otra
anécdota existe digna de la ternura c asi doméstica del «Amigo Fritz». Ocurrió en Francia, en el Sur. El Rey y otro
cortesano, como el de la excursión por tierras de Toledo, se detienen a
merendar en una hostería que luce en la puerta un gallo de metal. La apacible
vieja y señora del castillo encantado suspende su labor de calceta, mira por
encima de las gafas a los intrusos. Aquí no surge un galgo, sino un felino zalamero y runruneante, un gato de ojos de esmeralda. ¡ Ay, la pobre
madama no aguardaba visita alguna, y en la despensa sólo se archivan unos huevos duros! El Rey los
come, y pide más. La honorable anciana rebaña todossus armarios. Retorna con una latita de foiegras. El
Rey la come. Igual que en el oso cuento de
Daudet, el gato y la vieja piensan: ¡Qué tragón es este señor!... Y al cabo del tiempo Alfonso pasa de nuevo
Otra vez la madama interrumpe
su calceta y escucha el tumulto. El Rey la
saluda desde lejos
con la mano, y la pobre mujer palidece. Desde entonces siempre que, en uno de
sus frecuentes viajes a Burdeos, pasa Don Alfonso por aquellos parajes, se
asoma a la ventanilla y sonríe a la abuela, a quien ya avisaron de la llegada
del tren y aguarda con su cofia y su paraguas rojo. El gato expresa su
voluptuosidad frotándose contra las medias blancas de su ama.
Un día,
distraído en un sendero de un bosque donde cazaba, sin oir las trompas que suenan a lo lejos, confundidas con el aullar de la jauría, se
le aparece por detrás de unos madroños, una viejuca encorvada al peso de un haz
de leña, como en un cuento de hadas, y como en otro cuento de hadas, el Rey
ayuda a la anciana a transportar su carga bien- oliente hasta el chozo que
humea en un collado. Y recibe sonriendo el premio de unos frutos que maduró
el otoño. Quizás entonces, la reina visita enfermos pobres, según suele, y
reparte sonrisas y billetes de banco, y recibe ruegos como las santas. Los
Reyes jóvenes, victoriosos de la fatalidad, orgullo de su pueblo!
•••
El Rey varía
de humor con facilidad. Sin embargo, su nota característica es la jovialidad,
el regocijo. Tiene el don admirable de no hablar con su interlocutor más que de
lo grato y conveniente. En Palacio no se platica
S. M. lee
mucho. En libros gasta un dineral, estando como ya hemos dicho, al corriente
de cuanto se publica interesante en el mundo. «A B C». «La Epoca»
y «El Imparcial» los lee íntegros. De los demás periódicos se entera por un
extracto que le hacen en su secretaría particular, y cuyos recortes le entregan
en unas grandes hojas. Es curioso consignar que el Rey lo lee todo, incluso
los diarios republicanos, cuyos artículos le afectan si
se refieren a asuntos de gran importancia política. Ve también las
caricaturas que le hacen, y cuando son ingeniosas,
las ríe.
La
correspondencia del Rey es profusa. En su nombre se reciben en Palacio de doscientass a trescientas cartas
diarias, y de las
•••
¿Quieres
saber. lector, algunas intimidades de Palacio? ¿Quiénes comen con S. M., por
ejemplo?
Pues verás. En el almuerzo se
reúnen las siguientes personas. SS. MM. las reinas Doña María Cristina y Doña Victoria, S. M. el Rey, el Ayudante de servicio, el Ayudante
secretario de turno, las damas particulares de las Reinas, quienes son: de la
Reina madre, la señora marquesa de Martorell, la de Moctezuma y la condesa de
Mirasol, y de la Reina Victoria, las señoritas Carmen Loygorri y Conchita Heredia, bellísimas ambas, el Sr.
Y ahora,
para terminar este capítulo, ¿qué se puede afirmar acerca de la manera cómo
vive el Rey?
El Rey vive
para el trabajo y para su nación.
siendo el Palacio de Madrid el más democrático de Europa.
Esto lo han
reconocido muchos extranjeros a quienes ha sorprendido el espectáculo de la Capilla pública, en la que como
en tiempos de Goya, se ve al menestral junto al magnate, a la dama encopetada
junto a la manola de buen trapío, al rico mezclado
con el pobre, y revueltas la alcurnia con lo plebeyo,
lo empaquetadamentc oficial con lo bizarramentey del arroyo.
Y es que esa enorme casa de la Plaza de Oriente, la casa ilustre de las viejas piedras, es el hogar de todos.
EL
PROGNATISMO DE ALFONSO XIII
Dice Don Florestán Aguilar. — El Rey fisiológicamente considerado
por un gran médico. — El absurdo de Gippe. — Juan II
el poeta fue prognato — Unos estudios interesantísimos.
—¿Don Florestán Aguilar?
Nos hacen
pasar a un salón puesto a la turca, suntuoso, nos acomodamos en un diván
propio de sultanes, donde la molicie tiene sus almohadas más finas, y
esperamos al eminente odontólogo. Cuando llega, exponemos nuestro deseo y
solicitamos media hora para hablar acerca del Monarca español.
—¿Visita
usted al Rey desde hace mucho tiempo ?
—Desde que
tenía nueve años. Un día fui a Palacio. El Rey niño venía sufriendo de los
dientes. No había dormido en dos noches. Lo curé.
—¿Y ha
vuelto usted a Palacio en otras ocasiones?
—-Sí,
bastantes.
—¿Luego S.
M. padece mucho ?
—No. Tiene
una dentadura magnífica, que
—¿Qué tiene
S. M. ?
—Una otitis
que se le agravó en Valencia por haber hecho explosión una traca cerca de su
oído.
—¿Pero reviste esa dolencia alguna importancia ?
—Ninguna. El
Rey es uno de los hombres mejor constituidos que conozco. Por lo demás ¿ a
quién no aqueja algún dolorcillo? Es un caso de salud inaudita. ¿Se ha fijado
usted en la vida que hace ? Vida de trabajo, de meditación, de responsabilidad.
—Y de gran
esfuerzo físico.
—Esfuerzo físico por el que siente cada vez mayor inclinación el Soberano. Se lo he oído muchas veces. «Cuando Grecia cultivó el ejercicio atlético surgieron el arte y la filosofía en toda su magnificencia. Hoy mismo, las naciones más adelantadas. Suecia, Inglaterra, Alemania misma, son las más aficcionadas al deporte. Conviene educar a nuetros hijos en el amor a la naturaleza, al ejercicio muscular, al peligro. al atrevimiento.
—Diga usted. ¿ha venido S. M. a
esta casa en alguna ocasión?
—Seis o
siete veces. Sí, he tenido ese honor y esa fortuna.
—Y ¿por qué
ha venido? ¿No es costumbre que vaya usted a Palacio?
—Es
costumbre, pero a veces no es posible. Aunque hay en Palacio un buen
instrumental dental, no puede ser tan perfecto
como el del que yo dispongo. Aquí ha venido algunas veces.
—¿Con aviso
previo? ¿No habrá tenido que aguardar el Soberano?
—Con aviso
previo, mas sin ceremonia. Ha venido acompañado de una sola persona, de Aybar,
de Quiñones de León...
—¿Es sufrido
el Monarca para las manipulaciones, a veces dolorosas?
—Mucho. Pero
tiene una costumbre. Antes de abandonarse a mis manos habla de infinitas
cosas, lleno de afabilidad y de ingenio, como si quisiera retardar el trance.
¡Ah, pero en cuanto empieza la operación, la soporta con estoicismo ejemplo!
El maestro
de la odontología española, eminencia consagrada, seguíanos hablando con aire sugestivo y con frase
inteligente y aguda. Luego, permaneciendo callado un instante, dijo:
—El Rey es
el español más español que se pudiera imaginar. Todo el que se le acerca para
exponerle una idea patriótica, halla en
—¿Podría
usted? ¡Vengan, vengan ahora mismo!
Y Don Florestán Aguilar habló así:
—Una de
ellas. Se le debe al Rey que haya en España enseñanza oficial de la
odontología. Se debe a su iniciativa, a su protección, a su generosidad.
Habló el
ilustre dentista. He aquí lo escuchado por nosotros:
En nuestra
Patria hasta hace muy pocos años creíamos, como en el Riff, que los dentistas
eran sacamuelas. Creíase que curar la dentadura era
menos importante, por ejemplo, que curar el estómago. No había enseñanza
oficial de la odontología en el país. Si algún muchacho sentía inclinación por
esos estudios, tenía que ir al extranjero. Florestán Aguilar se hizo dentista en los Estados Unidos después de hacerse
médico en España. Por lo demás
el oficio, ese oficio tan noble y tan científico, estaba explotado en nuestra
nación por ingleses, franceses, alemanes.
¡Como en Turquía!
¿No era esto una pequeña vergüenza nacional? Y así Florestán Aguilar , que no
es sólo un gran científico y un gran luchador sino
un gran
patriota, acometió, en unión de otros
dentistas españoles la fundación en España de la enseñanza odontológica.
¡Cuánto
pelear de ministro en ministro, de subsecretario en subsecretario, de Consejo
en Academia, de expediente en legajo y de consulta en ironía! ¡ Sí, hasta en
ironía! Porque esos políticos hidalgos, que se comen tranquilamente a la
nación, creían que el oficio de odontólogo no pasaba de sacar muelas.
En estas
luchas, la intervención del Monarca, de este egregio Monarca que vive para el
bien nacional, a quien tanto preocupa el adelanto, en todos los ramos y
matices, de su patria, dióle fin al calvario.
Tras de una
conversación tenida con Aguilar, Don Alfonso
exclamó:
—Bueno, eso
corre de mi cuenta. Mañana veré a Romanones.
Y Romanones,
que entonces era ministro de Instrucción pública, creó, asimilándola a la
Facultad de Medicina, una pequeña Facultad odontológica.
Pero no ha
sido esto sólo. Como no había cantidad presupuestada, el Rey mismo y la Reina
doña María Cristina dieron cuanto hizo falta, de su peculio, para que se
adquiriera el instrumental técnico idóneo. Y ha presidido los Congresos
nacionales de Odontología que se han celebrado en España, y les ha dado su
calor, y hoy...
Pero será
mejor oir al propio Señor Aguílar.
—Y hoy
tenemos una enseñanza tan buena como la del país más adelantado. Yo, en unión
de Laúdete, de Subirana y de Cuzzani,
explicamos con devoción nuestras asignaturas. Ya van saliendo generaciones de
dentistas nacionales. Y—oiga usted esto verdaderamente confortador—acuden de
las Repúblicas americanas estudiantes de odontología que llegan buscando
nuestra enseñanza.
iY esto se
ha logrado merced al entusiasmo real! Y hay más aún. Las visitas que Florestán Aguilar ha hecho,
como dentista de fama europea, a las familias reinantes de Paviera y de Austria, las ha hecho por mediación de Don Alfonso.
—¡ Si viera usted qué orgullo siente S. M.
cuando ve lucir a un español!
—Bueno, cuénteme ahora el otro rasgo...
—Sí. Verá usted. En mi reciente viaje a lo s países americanos, observé una triste cosa. Observé que se venden allí, con perjuicio de nuestrra producción, muchos periódicos y libros franceses editados en lengua española. Pensando yo en el por qué de tal anomalía, di pronto con la clave. Francia supo concertar con esos jóvenes países unas tarifas postales sumamente económicas y que le permiten invadir, más baratamente que nosotros, aquel espléndido mercado. Pues bien, hablando yo con Su Majestad acerca de esto, y lamentándome de la desigualdad comercial que suponía, me dijo:
—Es necesario que nuestros libreros, que nuestras empresas periodísticas y que
nuestros autores, se vean libres de tal competencia. Es necesario que se
rebajen también nuestras tarifas. Deme una nota. Yo se la daré también al Consejó de Ministros.
Nos
confortó, nos enorgulleció este miramiento real por la cultura patria; este
afán, esta generosa iniciativa.
Había pasado
una hora. Antes de abandonar la hospitalaria mansión, recogimos unas tan
bellas, tan interesantes notas, que constituyen la flor de este libro humilde.
—Voy a
facilitarle unos apuntes míos acerca del prognatismo real, que acaso le gusten.
Se trata de una monografía en proyecto cuyos rasgos salientes voy a
anticiparle.
Y sacó el
Sr. Aguilar, ante nuestra curiosidad creciente, un enorme legajo, y nos
instruyó en materia tan amena y tan importante que permanecimos todavía más
de una hora ocupados en aquella enseñanza provechosa.
—¡El prognatismo! ¿No ha oído usted afirmar alguna vez que el prognatismo resulta un estigma de degeneración?
—Algo he oído, pero no hice caso. Me
pareció siempre una tontería. Cristóbal Colón, ora prognato. Muchos
degenerados como el insigne almirante nos harían falta. Prognato fué Carlos I...
—Sí, es un
absurdo científico. Quien lo propaló fué Gippe... Otros autores, sin estudio personal, dando por
buena la teoría, se aferraron a ella. Pero es una puerilidad.
Quedóse un momento pensativo, y
afirmó después:
—Tres cosas
pruebo en mi monografía con toda evidencia. Que el prognatismo es achaque de casas reales. Que tiene origen español. Y, naturalmente, que no
implica degeneración alguna.
Y es cierto.
Docenas y docenas de fotografías nos fueron mostradas. Fotografías de Reyes, de
Príncipes, de Infantes. Y no soto de Reyes, Príncipes e Infantes de las Casas
españolas, sino de otras muchas. Los Valois, los Stuardos,
los Médicis, los Austrias, tienen en sus árboles genealógicos infinitos
prognatos.
—Bueno,
probando que es achaque de casas regias ¿cómo demostraría usted
el origen español del prognatismo ?
—Fácilmente. En primer término, la
raza ibera tiende a ser prognata. La mandíbula inferior del íbero neto,
es algo prominente.
—Lo
ignoraba.
—Pues vea
usted... ¡Ah, me ha sido muy difícil proveerme de documentaeión!
Hasta el siglo XVI, y aun hasta el XV abundan los retratos, pero de ahí en
adelante resulta una tarea muy dificultosa. Aun así, vea usted estas medallas
y estas monedas de Don Juan II. ¿No advierte usted marcado el prognatismo ?
Miramos e
hicimos afirmación rotunda. La mandíbula inferior de aquel Rey absolutamente
ibero, se adelanta en los grabados auténticos que nos muestra Don Florestán Aguilar.
—Pero, no es
sólo ese fidedigno testimonio. Vea usted lo que dice el cronista Diego Enriquez de Castilla, acerca del Rey Don Enrique IV.
Leimos. He aquí las palabras de
nuestro respetable compañero y antecesor en biografías reales.. «Tenía las quizadas luengas e tendidas a la parte de ayusto.»
—No cabe duda — sigue diciendo luego el señor Aguilar. — El prognatismo es marca ibera. Las Casas reales, en cuanto se cruzan con sangre española, ven aparecer en sus dinastías los prognatos. De Juan II va el prognatismo a Portugal. De Portugal, por su madre, a Maximiliano; de Maximiliano a los Austrias. Y así a los Valois, a los Stuardos, a los Médicis.
El tercer
extremo que desea probar nuestro eminente odontólogo no necesita
demostración. ¡ Estigma de degeneración el prognatismo ! ¡ Qué absurdo!
Nosotros
hemos contemplado los retratos de Reyes, de Princesas, de Infantas que tenían
esta anomalía insignificante, y que han sido ilustres, y que han pasado a la historia como insignes modelos de sabiduría, de valor, de ecuanimidad y de virtud. Pero ¿y
ese Don Juan II de quien parece arrancar el
Prognatismo de las dinastías? ¡El Rey, fino, suave,
munificente, el Rey de los poetas y de los troveros, el
Rey de Jorge Manrique del Marqués de Santillana! ¿Degenerado Carlos I, que no podía beber en sus últimos años
sino con el auxilio de un canuto de plata, y que fué un genio de la guerra y una tan resplandeciente figura? ¿Degenerado Don Juan de
Austria? ¿Degenerado el ibero Cristóbal Colón, el gran pontevedrés?
¿Degenerados todos esos Stuardos, Valois, Médicis y Borbones que recuerda
la Historia? Y, en fin, este nuestro ilustre Monarca tan serio, tan probo, ¿qué indica sino que el prognatismo es una condición superficial y casual, sin la menor transcendencia,
—¡Oh! — dccíamos con verdadero entusiasmo. — Es un estudio
éste, de vivo interés, sumamente original, llamado a constituir un gran
éxito.
El señor
Aguilar diónos las gracias. Después, imbuido en su
materia, exclamó:
-El
prognatismo es una cosa, hereditaria, como la miopía, pero en nada relacionada
con la degeneración. Puede nacer un prognato de pocos alcances, como dicen que fué Carlos II, y puede haber un prognato genial,
como Carlos I. Son cosas que coinciden o que se separan, y de ningún modo
unidas por afinidad fisiológica. Por lo demás, de un sordo, que fuera un gran músco, tenemos noticia.
—Y ¿ diga
usted ? — preguntamos aún, — ¿es muy marcado el prognatismo de Don Alfonso
XIII ?
—No. En vez
de encajar sus dientes inferiores en los superiores, chocan alguna vez.,
Carlos I tenía los superiores encerrados en los inferiores. Y ya ve usted si fué todo un Monarca...
Nos
despidió, cortés y arabilísimo, Don Florestán Aguilar.
LA SILUETA
DEL REY
Algunos
rasgos de su personalidad. — Recuerdos y detalles del momento. — Su amor a
España.
Alto,
enjuto, anguloso, la nariz aguileña, fija y luengo,
el rostro
penetrante la mirada, afable el gesto,
severa la expresión, el Rey de España, pese a sus apellidos
es, ante todo y sobre todo, un ibero. Don Alfonso de Borbón y Hapsburgo, de Francia y Austria>, es Don Alfonso
de España. Pero no esto rareza, sin embargo. Viene la Casa de Borbón de Enrique IV, Rey de Navarra antes de serlo de
Francia, hijo de madre vascona y , como
tal, Príncipe Ibero. He aquí el origen de la «nariz borbónica», como también la llaneza borbónica, cosas ambas
El tipo
vasco, continuación del tipo ibero, es el tipo aristocrático español. Hidalgo y
vasco son idéntico tipo, depuración y encarnación de la raza. No es, pues,
extraño, que este origen ibero dé al Rey de España silueta nacional. Silueta
física, pero moral también. En Don Alfonso de Navarra, que es como en rigor se
apellida el Rey de España, júntanse por modo ibero
aquel concepto elevado de st mismo, que da el rango,
con el respetuoso concepto por los otros, que en nuestra Patria dió la cortesanía, aquella mezcla de orgullo y de
sencillez, de altanería y gentileza, con que el hidalgo español sabía inspirar
a un propio tiempo estimación y cariño sin que jamás le hinchara la afectación
ni la vulgar familiaridad le envileciera. Es Don Alfonso, Monarca cuando calla
y es hombre cuando sonríe, con lo que gana la consideración callando y el
afecto sonriendo, juntando así a un tiempo mismo, con rara suerte, majestad y
simpatía. «Rey encantador» llamáronle los primeros
extranjeros que le vieron, maravillados de hallar en este Príncipe, no la
tiesura ni la vulgaridad, sino el agrado personal de su carácter con la
prestancia de su egregio nacimiento.
La caridad
del Rey es proverbial. Con las anécdotas a ella referentes, podríamos escribir
todo un libro.
Cuando
ocurrió la catástrofe de Navacerrada,
mandó conducir a la Casa de Canónigos al mecánico y a uno que le acompañaba;
a los heridos los instaló allí, los mandó dar
caldos, champagne, medicinas, todo loque fuera menester, y les puso a su servicio a varias Siervas de María, para que los atendieran y cuidaran.
Llegan a
cientos las familias que, por haber perdido su caudal, viven de regias
pensiones.
En una
ocasión — y esto lo sabemos por el interesado, — un individuo que gozaba en Madrid de excelente reputación, cometió u na ligereza perdurable.
—Señor — le dijo S. M., — he sido un ho,bre honrado durante toda mi vida. Se me tiene por digno y caballero. Ayer, sin embargo, en un momento de ceguera... Esto serámi perdición, la ruina de mi casa, el deshonor de mis hijos...l
—Bien, respondió el Soberano, piadoso y con la mas afectuosa de sus sonrisas. —
—Diez mil duros, Señor.
Los diez mil duros, aquellos diez mil duros que salvaron su
nombre, fueron entregados.
Un rasgo de
otra índole:
En uno de
sus paseos en automóvil por las carreteras del Guadarrama, halló a un hombre y
a una mujer, rendidos por la marcha y extenuados por el hambre. S. M. detuvo
el automóvil, y les preguntó:
—¿Quiénes sóis, a dónde vais?
—Somos
gallegos y venimos a Castilla buscando trabajo.
—¿Y venís a
pie desde tan lejos?
—A pie
venimos y sin comer desde hace muchas horas.
No hubo una
vacilación.
—¡Ca! —
gritó S. M. alegremente. — ¡ Subid!
Y los metió
en su automóvil, los trajo a Madrid, les llenó la panza hasta que los vio
hartos, les dió dinero, y empleó al marido.
Además de
las cantidades que el Rey haya dado por su propia mano y de otras que de hecho
son donativos, aunque no figuren con tal nombre, el promedio que resulta en los
diez últimos años de lo invertido en pensiones, limosnas y obras benéficas, es
el de 845.000 pesetas.
•••
Para dar
idea del valor sereno del Rey, valor cumbre, la más alta expresión del valor,
referiremos algunas de sus frases.
Cuando se
enteró de que habían sido asesinados en las calles de Lisboa el Rey dePortugal y
el Príncipe heredero, mostró pesar, un legítimo pesar ante aquella
irreparable desgracia. Pero después, sonriendo, exclamó:
—En fin...
Es lógico. Todos hemos de morir. El cólera, la tuberculosis, el cáncer...
¿quién escapa de la muerte? Los Reyes, ademas de
estos males, padecemos otra enfermedad, inevitable y también prevista: el atentado.
Cuando un
anarquista atentó contra él en París, volviéndose hacia M. Loubet, y en medio
de la impresión producida por la bomba, exclamó:
—No le
importe, Señor Presidente. Son Sajes del oficio.
Maravillosa es la frase que tuvo cuando
le
A la
Comisión del Ateneo de Madrtá que fue a felicitarle por haber salido ileso
de los disparos
—El atentado me servirá de nuevo acicate para seguir en mi lugar, dispuesto
a sacrificarme cuantas veces
sea necesario por el bien de España.
Para dar
idea del espíritu democrático del Rey diremos que, ganoso de fomentar el
ahorro postal en España, recibió, entre otros, en Palacio, al cartero de
Tudela de Ebro, Apolinar Martín, sosteniendo con este humildísimo funcionario
charlas animadísimas.
•••
De la regia
cultura da idea este pequeño episodio.
Hallándose
una vez ante varios académicos ilustres, se deslizó la conversación por los
temas históricos, hablando el Rey largo y tendido acerca de viejos sucesos
españoles. Cuando salían de la regia Cámara aquellos doctísimos varones
afirmaban «que salían muy satisfechos, después de oirle a S. M. una verdadera lección de Historia.»
Está en
relación con muchos intelectuales extranjeros. El académico francés, Lavisse, le escribe con frecuencia.
Una de las
preocupaciones más intensas de S. M. el Rey, es la emigración, habiéndose
interesado siempre por el estado en que salen nuestros emigrantes, y cómo el
éxodo se efectúa. Siempre cme algún amigo suyo va a
despedirse de S. M. para América, ordénale que le tenga al corriente de sus
impresiones acerca de aquellas colonias españolas. El problema de la
emigración, que puede desangrar o enriquecer a España, según el
espíritu que anime a los gobiernos en su dirección y organización, lo domina
el Rey con celo exquisito.
También le
preocupan extraordinariamente nuestras relaciones con los países
iberoamericanos, relaciones que él procura fomentar en un noble acercamiento
de razas fraternas. Recientemente, lia costeado de
su individual peculio, una. lápida conmemorativa para el monumento que, en
California, se erige a la memoria del franciscano español Padre Serra, primer
fomentador de aquella comarca.
•••
¿Es el Rey
un hombre mundano?
Con las
damas es gentilísimo. Hallándose un día en casa de la señora marquesa de Monistrol, entró en una estancia donde sólo se hallaba una
señora, mimstra por cierto de una Potencia
extranjera, que estaba acompañada por un caballero.
La pareja, q ue platicaba sentada en un sofá, distraídamente, se puso en pie apenas fue
llegado el Monarca. Pero, al observar el Rey aquel acto de cortesía, rogó desde lejos a la señora que volviera a
sentarse.
—Yo se l0 ruego!
Desde la boda regia, es cuando pmide decirse
que ha frecuentado el Rey los salones.
Estuvo en
casa de la duquesa de Fernán Núñez con motivo de las bodas Reales, dándose
allí una gran fiesta mundana, a la que asistieron los regios esposos y cuarenta
Príncipes, además del elemento oficial y aristocrático.
El primer
salón al que asistió S. M. el Rey, después de la boda, fue al de la señora
duquesa viuda de Bailen, en su hermosísimo palacio de la calle de Alcalá,
llamado de Portugalete.
Ha estado en
las casas de la condesa de Casa Valencia, repetidas veces, gustándole
muchísimo las comedias que allí se han representado por aristocráticos
actores; en la de la marquesa de Esquilache, duque de
Montellano, duques de Alba, y en algunas Embajadas.
Baila valses
y rigodones y suele jugar al bridge. Atentísimo con todos, su conversación es
amenísima y encantadora.
En el último
baile que hace años dio la aristocrática sociedad Nuevo Club, estuvo y bailó
todo el cotillón.
•••
El Rey tiene
un ingenio pronto y espontáneo. Ya de niño lo demostraba así. Un día, en que
no supo bien su lección, el preceptor, para arredrarlo y llevarlo al buen
camino, díjole:
—¡ Qué dirá
la nación, si sabe que V. M. no conoce la lección de hoy!
El Rey se le
quedó mirando, y con una sonrisa; todo regocijo, exclamó:
—Pero, ¿
cómo ha de saberlo si tú no se lo cuentas?
De su amor a
los seres humildísimos, insignificantes y débiles, da idea la anécdota que
vamos a referir.
Sabido es
que cuando el Rey era pequeño se hallaba en el piso bajo del regio alcázar el
Ministerio de Estado. Lo que no sabía casi nadie es que había un gato
celador antirratonil,
Pues bien;
una de las preocupaciones del Augusto niño era aquel gato a quien hacía vidas frecuentes, y cuya seguridad nocturna (pues en el Ministerio no se quedaba nadie noche)
le obsesionaba verdaderamente. En al guna ocasión había preguntado el Monarca: ¿Duerme solo? ¿No le entra el miedo? Quién le da de comer?
En vano procuraron
tranquilizar su corazón diciéndole que los gatos no
tienen miedo a la oscuridady que tenía el Mícifuz su consignación en presupuesto para
cordilla y otros suculentos manjares. El Rey no se
daba a partido. Al fin un día vino a coger
al gato y se lo llevó a su
bondadosa tía la Infanta doña Isabel porque allí estaría mejor.
Otro detalle que demuestra el amor profundísimo que siente hacia su egregia madre. Un día en que se
hallaba malucho y en que le habían recetado cierta pócima
bastante desagradable de tomar, negóse terminantemente a beber aquel engendro de
farmacopea.
Sucedióse una lucha homérica. Pero
las persuasiones, las excitaciones, aun las respetuosas amenazas, no dieron
el menor resultado. Por fin, alguien tuvo una idea repentina y genial:
—Si no toma
V. M. la medicina, va a llorar la Reina.
Y entonces,
un poco pálido, cogió la copa, y sin pestañear, sin hacer un melindre,
heroicamente, consumó el sacrificio.
•••
Respecto de
su noble afición al deporte, podríamos trazar infinitas páginas.
Es un gran
jugador de Polo, monta muy bien a caballo y ataca la bola con valentía, Ha
sufrido algunos accidentes, sin importancia por fortuna, siendo el de más
cuidado la caída de caballo que tuvo hace algunos meses, de la que resultó con
el cuello resentido.
Caza muy
bien y es un cazador «veraz»; lo que mata cobra, sin «apuntarse» ni una pieza
del vecino, cosa algo difícil entre cazadores.
En el tiro
de pichón es formidable; es de las primeras escopetas que hoy tenemos; sin
embargo la suerte no le suele acompañar.
En el
«chalet» del tiro de la Casa de Campo su modo de ser encanta. Sencillo,
amable,
Almuerza
allí con frecuencia invitando siempre a algún tirador, y en la merienda
también sienta a su mesa a amigos suyos.
Hace tiradas
admirables. Tiene alguna superstición, como todo tirador. (Cuando ve pasar el
coche de su madre dice que yerra.)
Tiene
afición grande al mar, y en las regatas en que toma parte se conduce como el mejor de los balandristas. En un crucero que hace dos años
hubo de San Sebastián a Bia- rritz, llegó primero en
balandro con una mar verdaderamente comprometida. Iba completamente calado.
Practica la
esgrima con verdadero éxito.
También es
el Rey uno de los primeros automovilistas españoles. Ha tenido y tiene coches de todas las fuerzas, y en sus comienzos
manejar el volante, sus records eran notabilísimos,
hasta el punto que Maura hubo de llamarle la atención
sobre el exceso de velocidad.
Años antes
de casarse estuvo expuesto a un serio peligro en la Casa de Campo: entre los
arboles del camino que había de seguir, colocaron un alambre que rompió el para-brisas del coche.
Hoy ya no hace velocidades.
Protetor de la industria española, favorece notablemente a la Hispano-Suiza.
Uno de los
rasgos personales más característicos del Rey, es su manera de saludar. En
privado, saluda con un gesto militar de su mano, mientras junta los pies
rápidamente, haciendo que choquen los tacones con violencias, y produciendo retembleo de espuelas marciales. Pero su saludo más
personal, es el que hace en la calle. Contra la costumbre de quienes tienen
por su rango la necesidad de saludar a las muchedumbres aclamantes,
Don Alfonso XIII mira a las personas una por una, pudiéramos decir. No dirige
miradas vagas a los grupos. Los ojos buscan al individuo para sonreirle. Entonces el gesto de su mano, es todavía más
cordial y más expresivo. Tiene el don supremo de excitar el entusiasmo. Su
saludo a París la vez primera que lo vitorearon en la capital de Francia, aquel
saludo tan franco y tan noble y tan elegante al mismo tiempo, ha quedado como
un gran recuerdo de simpatía en la gran ciudad francesa.
El Rey es
llano, cortés, democrático, justo. Es también ecuánime. Tiene una ponderación
que sorprende. Es el Rey que os sonríe. No es jamás el hombre que ha olvidado
inolvidables rangos y preeminencias y que no tiene el concepto de su categoría.
Despiertísimo, de una inteligencia luminosa, vive la vida nacional con un conocimien- , to sutil de todos
sus problemas.
Y esto es su rasgo característico. El afán por España. Con ánimo de sacrificio, con amor sin límites, con verdadero apostolado, adora a su nación, y cree y espera en ella, en la sana, en la fuerte. Don Alfonso la ve palpitar ganosa de trabajo, de verdadero y noble progreso, de riqueza y de justicia, y asiste, como un español más, pero como un español eficacísimo, a este resurgir de grandes energías.
VICTORIA EUGENIA DE BATTENBERG
Eugenia de Battenberg (Victoria Eugenie Julia Ena of Battenberg; Aberdeenshire,
24 de octubre de 1887-Lausana, 15 de abril de 1969) fue reina de
España desde su matrimonio con el rey Alfonso XIII. Era hija
de Enrique de Battenberg y Beatriz
del Reino Unido. Nieta de la reina Victoria
del Reino Unido y Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha,
príncipe consorte del Reino Unido.
Victoria
Eugenia de Battenberg nació en el Castillo de
Balmoral en Escocia, el 24 de octubre de 1887. Era hija de Enrique de Battenberg y de su esposa, la princesa
Beatriz, hija menor de la reina Victoria del Reino Unido y del
príncipe Alberto. Su madre, como la hija menor de
la reina, se mantuvo "en casa" con la corte, que resultó estar en el Castillo
de Balmoral cuando
entró en trabajo de parto.
Fue
bautizada en el Drawing Room del Castillo de Balmoral. Sus padrinos fueron su abuela paterna
la princesa de Battenberg, sus tías maternas
la princesa heredera alemana y la princesa Cristián de
Schleswig-Holstein, su tío paterno el príncipe Luis de Battenberg,
su tío materno el duque de Edimburgo y la emperatriz Eugenia de
Francia.
Victoria
Eugenia creció en la residencia de la reina Victoria, ya que la monarca había
permitido a regañadientes el matrimonio de Beatriz con la condición de que
continuara siendo su dama de compañía y secretaria personal a tiempo
completo. Por tanto, pasó su infancia en el Castillo de Windsor,
en Balmoral y en el Castillo de Osborne en la isla de
Wight.
Cuando
tenía seis años, Victoria Eugenia sufrió una conmoción
cerebral severa al caer de un poni en el Castillo de Osborne y
golpearse la cabeza contra el suelo. Los médicos detectaron síntomas
peligrosos, signos evidentes de hipertensión intracraneal y
probablemente una hemorragia cerebral. Su tía Victoria escribió: “es tan
grave que (Victoria Eugenia) no puede darse cuenta ni abrir los ojos”.
Su padre
murió 5 de febrero de 1896 tras contraer unas fiebres en África, cuando viajaba
a Costa de Oro (actual Ghana), para sofocar una revuelta asante o ashanti, lo que
supuso un duro golpe para ella.
En 1905,
la princesa asistió en el actual hôtel du Palais de Biarritz a una fiesta organizada
por su tío, Eduardo VII, dada en honor de Alfonso XIII de España. El
monarca español empezó a cortejar a la joven a pesar de la oposición existente
ante un posible matrimonio.
La
reina María Cristina, madre de Alfonso XIII, no era partidaria de esta
unión, dados los orígenes de la línea Battenberg; la
abuela paterna de Victoria Eugenia, la condesa Julia de Hauke era hija de Hans Moritz von Hauke, un militar polaco con poco rango aristocrático
por lo cual Victoria Eugenia ostentaba únicamente el tratamiento
de alteza en el Reino Unido y alteza serenísima en el Gran
Ducado de Hesse-Darmstadt, que la reina María Cristina consideraba
inferior. Por otra parte, los antecedentes de hemofilia provenientes
de la rama de la familia de su abuela tampoco agradaban a la reina.
A pesar
de todo, la Casa Real de España anunció el 9 de marzo de 1906 el
compromiso matrimonial del rey Alfonso XIII y la princesa Victoria
Eugenia. La noticia preocupó a muchos españoles, ya que la novia
era anglicana y no tenía la categoría de consorte real.
La
princesa evitó el primer obstáculo al convertirse al catolicismo. El 7 de
marzo de 1906 se celebró la ceremonia de conversión por Robert Brindle, obispo de Nottingham, en el oratorio
del palacio de Miramar en la ciudad de San Sebastián. Su tío, el rey Eduardo VII, eliminó el segundo obstáculo al darle el tratamiento de Alteza Real
el 3 de abril de 1906. El tratado matrimonial se firmó por duplicado en Londres, el 7 de mayo de 1906.6 El
matrimonio tuvo lugar en la iglesia
de San Jerónimo de Madrid el 31 de mayo de 1906,
y la reina lució por primera vez la diadema de las lises.
La
princesa Victoria Eugenia contrajo matrimonio con el rey Alfonso XIII de
España el 31 de mayo de 1906 en la iglesia de san Jerónimo el
Real en Madrid. En la ceremonia estuvieron presentes su madre, hermanos y
primos.
Tras la
ceremonia, el cortejo real se dirigía de regreso al Palacio
Real cuando el anarquista Mateo Morral, atentó contra el rey al
lanzar una bomba desde un balcón cercano, que rebotó en la capota plegada del
carruaje, matando a gran cantidad de personas y a todo el tiro de caballerías.
Victoria Eugenia escapó sin heridas porque, en el momento exacto de la
explosión, volteó la cabeza para ver la iglesia de Santa María, que Alfonso le
mostraba. Tras el atentado, se presentó ante los invitados en el Palacio
Real con el vestido ensangrentado por las heridas de las víctimas del atentado.
Alfonso (1907-1938), príncipe de
Asturias nació hemofílico y renunció a sus derechos al trono en
1933, dos años después de la proclamación de la Segunda República
Española, para poder así contraer matrimonio con Edelmira Sampedro y Robato, cubana de origen español que no pertenecía a
ninguna familia real. Ostentó el título de conde de Covadonga desde
entonces y hasta su muerte prematura. Volvió a casarse una segunda vez,
con Marta Esther Rocafort y Altuzarra, aunque no tuvo descendencia de
ninguno de estos matrimonios. Falleció debido a las heridas producidas tras un
accidente de tránsito, como consecuencia de la hemofilia que padecía.
Jaime (1908-1975), infante de España, quedó sordo a
los cuatro años tras una intervención quirúrgica por una
doble mastoiditis; renunció bajo presión paterna a sus derechos al trono
en 1933, cuando recibió el título de duque de Segovia. Heredó de su padre
los derechos dinásticos al trono de Francia (1941-1975) y fue conocido como
el duque de Anjou para los monárquicos franceses. Contrajo matrimonio
en primeras nupcias con Emanuela de Dampierre.
Tuvo descendencia de este matrimonio. Tras su divorcio, volvió a casarse, con
Charlotte Luise Auguste Tiedemann. No tuvo hijos con
su segunda mujer. Abuelo de Luis Alfonso de Borbón.
Beatriz (1909-2002), infanta de España; se
convirtió en princesa de Civitella Cesi por su matrimonio con Alessandro Torlonia. Fue la abuela materna de Alessandro Lecquio y de Sibilla de
Luxemburgo.
María
Cristina (1911-1996), infanta de
España; contrajo matrimonio con el conde Enrico Eugenio Antonio Marone Cinzano (viudo de
Noemí Rosa de Alcorta y García-Mansilla, que aportó tres hijos de su anterior
matrimonio) y fueron padres de cuatro hijos.
Juan (1913-1993), infante de
España y conde de Barcelona, pretendiente al trono desde la muerte de
su padre en 1941 (teniendo en cuenta sendas renuncias dinásticas de sus
hermanos mayores) hasta 1977, cuando cedió sus derechos a su hijo Juan
Carlos (1975-2014), cuando éste ya era rey de
España. Contrajo matrimonio con su prima, la princesa María de las
Mercedes de Borbón y Orleans y fueron padres de cuatro hijos.
Gonzalo (1914-1934), infante de España,
nació hemofílico.
Sus años
en la corte de Madrid fueron complicados. A su carácter reservado, propio de la
rígida corte victoriana, se le unió su difícil relación con la reina
madre María Cristina de Habsburgo-Lorena, que siempre mantuvo su autoridad
sobre la familia real y su influencia sobre el rey. Cuando estalló
la Primera Guerra Mundial en 1914, las diferencias entre ambas se
exaltaron, ya que la reina madre mostró su claro sentimiento germanófilo,
mientras que la reina consorte mostró su apoyo hacia su primo, el rey Jorge
V del Reino Unido.
En
materia política siempre se mantuvo ajena a la lucha de los partidos, con una
vida pública volcada exclusivamente en la beneficencia. Años después, en el
exilio, comentó al escritor Augusto Assía el
disgusto que sufrió por el golpe de Estado del 13 de septiembre de 1923,
porque ella estaba educada en la tradición de la monarquía constitucional y se
había roto el pacto con el pueblo, no viendo la posibilidad de que se reparase.
En cuanto
a las relaciones personales con su esposo, Alfonso XIII siempre le recriminó la
transmisión de la hemofilia a sus hijos y herederos. Además la relación fue
enfriándose y las infidelidades del rey fueron convirtiéndose en cosa común en
palacio. Cada infidelidad se compensaba con una joya, por lo que la reina
Victoria Eugenia atesoró un gran número de joyas personales. Victoria
Eugenia comenzó un aislamiento personal.
La
familia real española partió hacia el exilio el 15 de abril de 1931, cuando en
las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 los partidos republicanos
ganaron en la mayoría de las grandes ciudades y el rey Alfonso
XIII suspendió deliberadamente el ejercicio del poder real, lo que dio
lugar a la proclamación de la Segunda República Española. La familia real
se trasladó a Francia y más tarde al Reino de Italia. La pareja real se
separó y Victoria Eugenia regresó a Londres, donde se instaló en el 34 de Porchester Terrace (actual
embajada del Perú), desde donde estuvo cerca de su madre. En 1939, tras el
inicio de la Segunda Guerra Mundial, la reina consorte fue invitada a
abandonar el Reino Unido y dejó de pertenecer a la familia real británica. Se
trasladó a Lausana, en Suiza, donde fijó su residencia definitiva en un
palacete llamado «Vieille Fontaine» (actualmente
propiedad de una entidad financiera suiza), donde acudían muchos de sus nietos
a visitarla.
En 1938
toda la familia se reunió en Roma para el bautizo del hijo varón
mayor de Juan de Borbón, Juan Carlos, futuro rey de España, a quien
amadrinó junto con el cardenal Pacelli, futuro papa Pío XII. El 15 de
enero de 1941, Alfonso XIII, presintiendo que su muerte estaba cerca,
transfirió los derechos sucesorios de la Corona española a su hijo Juan.
Alfonso XIII murió el 28 de febrero de 1941 en el Gran Hotel de Roma.
Victoria
Eugenia regresó momentáneamente a España en febrero de 1968, tras treinta y
siete años de exilio, para ejercer de madrina en el bautizo de su
bisnieto Felipe. Durante esos días se estableció en el Palacio de
Liria, residencia de la duquesa de Alba, su ahijada, con la que además
poseía una relación afectuosa.
Victoria
Eugenia murió en su residencia de Lausana el 15 de abril de 1969, a
consecuencia de una enfermedad hepática irreversible. Fue
enterrada en la capilla del Sacré Coeur de Lausana. El 25 de abril de
1985, la Casa Real trasladó sus restos y los de sus hijos Alfonso, Jaime
y Gonzalo a España, que
reposan en el Monasterio
de El Escorial. Después de
pasar el tiempo establecido en la Cripta
real, en octubre de 2011 fue ubicada en el Panteón de los
Reyes, compartiendo estancia con su esposo, Alfonso XIII.
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