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HISTORIA UNIVERSAL DE ESPAÑA

 

MAURICIO CARLAVILLA

EL REY , RADIOGRAFIA DEL REINADO DE ALFONSO XIII

 

CAPÍTULO CUARTO.

ALFONSO XII (1857-1885)

 

Alfonso XII ,nació en el Palacio Real de Madrid el 28 de noviembre de 1857. En Madrid y en la corte circuló el rumor, también durante el embarazo, de que su verdadero padre no era el rey consorte, Francisco de Asís de Borbón, sino el entonces amante de la reina, el capitán de ingenieros Enrique Puigmoltó y Mayans, III conde de Torrefiel y I vizconde de Miranda, de ahí que en algunos medios populares se le llamara al recién nacido el Puigmoltejo.

Alfonso, que recibió el título de príncipe de Asturias tras su nacimiento, tenía cuatro hermanas: la infanta Isabel, condesa de Girgenti (1851-1931), la infanta María del Pilar (1861-1879), la infanta María de la Paz, princesa de Baviera (1862-1946) y la infanta María Eulalia, duquesa de Galliera (1864-1958). Fue bautizado el 7 de diciembre de 1857 en la capilla del Palacio Real de Madrid por el patriarca de las Indias, siendo su padrino el papa Pío IX representado por el nuncio, Lorenzo Barili.

Entre los preceptores del joven príncipe Alfonso se hallaban el duque de Sesto y el arzobispo de Burgos, este último elegido por la propia reina Isabel tras consultar con Pío IX.

Exilio (1868-1874)

El príncipe de Asturias Alfonso, a punto de cumplir los once años de edad, tuvo que abandonar España cuando la Revolución Gloriosa de septiembre de 1868 puso fin al reinado de su madre y dio inicio al Sexenio Democrático. La exreina se puso bajo la protección del emperador francés Napoleón III y junto a sus hijos estableció su residencia en París en el «hermoso» Palacio Basilewsky, que Isabel II compró con el dinero que había depositado durante su reinado en la Casa Rothschild de París y con un préstamo de la misma entidad por el valor de las joyas que se había llevado consigo, y que rebautizó con el castizo nombre de Palacio de Castilla, mientras que el rey consorte Francisco de Asís de Borbón se iba a vivir a un palacete en las afueras de la capital francesa tras haber formalizado su separación de la destronada reina. El príncipe Alfonso fue matriculado en el elitista y privado colegio Stanislas y su formación política corrió a cargo de su preceptor Guillermo Morphy.

A fines de febrero de 1870 el príncipe viajó a Roma para recibir la primera comunión de Pío IX, pero sin lograr, como pretendía la exreina, que el papa reconociese públicamente a la dinastía Borbón como la legítima depositaria de los derechos al trono español y que condenara el «régimen revolucionario» establecido en España. Lo que sí se consiguió fue que de los cuarenta y tres miembros del episcopado español que se hallaban en Roma con motivo de la celebración del Concilio Vaticano I, treinta y nueve visitaran al príncipe, y que uno de ellos, el prestigioso arzobispo de Valladolid, el cardenal Juan Ignacio Moreno y Maisonave, le preparara para recibir la eucaristía.

Al mismo tiempo entre los partidarios de los Borbones, tanto dentro como fuera de España, se fue extendiendo la idea de que la restauración de la dinastía sólo sería posible si Isabel II abdicaba en el príncipe de Asturias. Isabel II tardó un año en decidirse pero el 20 de junio de 1870 abdicó la Corona en favor de su hijo.

La guerra franco-prusiana motivó que la familia real española se trasladase transitoriamente a Ginebra, donde además de recibir clases particulares, Alfonso acudió a la Academia Pública de la ciudad cantonal. Como continuación de su educación se eligió la Real e Imperial Academia Teresiana de Viena (Collegium Theresianum). Durante su estancia en el Theresianum, desde febrero de 1872 hasta la finalización de sus estudios en junio de 1874, Morphy desempeñó un papel crucial en la formación del carácter e inteligencia del príncipe Alfonso. Ideó un programa de enseñanza en el que se prestaba especial atención a su formación humanística, a los ejercicios corporales y a las visitas a museos, fábricas y otros establecimientos y lugares de interés, además de instruirle en el derecho constitucional.

Tras ser nombrado en agosto de 1873 por Isabel II jefe de la causa dinástica alfonsina, Antonio Cánovas del Castillo decidió que era el momento de que el príncipe comenzara su formación militar, y «dejara de ser colegial», con el objetivo de convertirlo en un «Rey-soldado» porque como le dijo en una carta a la ex reina Isabel «hay que darles a todos los militares honrados la esperanza de que en adelante y tan pronto como don Alfonso esté en España, tendrá en él un verdadero jefe y que bajo él servirá a la Patria…». Aunque tardó un año en conseguir su objetivo a causa de la oposición que encontró en el preceptor del príncipe Guillermo Morphy que quería que estuviera un curso más en el Theresianum de Viena para que acabara de formarse «moral y físicamente», en octubre de 1874 Cánovas envió al príncipe, con el acuerdo de éste aunque Alfonso hubiera preferido ir a una universidad para tener un mejor conocimiento de los asuntos de gobierno como futuro rey constitucional y de su madre, a la británica Real Academia Militar de Sandhurst porque, como explicó en una carta, «ha estado ya D. Alfonso demasiado tiempo en Austria para que no convenga cuanto antes… trasladarlo a un país… donde haya más tradiciones constitucionales».

Cánovas de Castillo estuvo muy atento a la educación del príncipe supervisada por un partidario suyo, el duque de Sesto. Según Ramón Villares, gracias al recorrido que hizo por diversos colegios extranjeros de París, Ginebra y Viena para acabar en la academia militar inglesa de Sandhurst, el príncipe Alfonso «adquirió dominio de lenguas y un regular conocimiento de la historia europea, así como de algunos de los teóricos políticos más apreciados en la época (Bejamin Constant, Walter Bagehot). Su curiosidad intelectual no llegaba a los niveles de algunos monarcas coetáneos, como el joven don Pedro V de Portugal, pero a juzgar por la impresión que causaba en los observadores extranjeros y por los libros que se hizo comprar nada más llegar al Palacio de Oriente, su formación lo avecinaba a un monarca liberal europeo más que a sus inmediatos antepasados españoles, tan castizos como poco cultivados. A fin de cuentas, lo más novedoso fue justamente su condición de haber sido el primer monarca de la España moderna que había sido educado casi enteramente en el exilio, sin pompa ni etiqueta».

El 1 de diciembre de 1874, tres días después de que el príncipe Alfonso hubiera cumplido los diecisiete años, Cánovas del Castillo tomó la iniciativa con la publicación del que sería conocido como el Manifiesto de Sandhurst, redactado cuidadosamente por él y firmado por el príncipe. En el Manifiesto Alfonso ofrecía la restauración de la «monarquía hereditaria y representativa» en su persona («único representante yo del derecho monárquico en España») como «lo único que inspira ya confianza en España» al estar «huérfana la nación ahora de todo derecho público e indefinidamente privada de sus libertades». El Manifiesto concluía: «Sea lo que quiera mi propia suerte, ni dejaré de ser buen español, ni, como todos mis antepasados, buen católico, ni, como hombre del siglo, verdaderamente liberal».

Reinado (1874-1885)

El 29 de diciembre de 1874 se produjo la restauración de la monarquía al pronunciarse el general Martínez-Campos en la localidad valenciana de Sagunto a favor del acceso al trono del príncipe Alfonso. En aquel momento, el jefe del Estado era el general Serrano y el jefe del Gobierno era Sagasta. En enero de 1875 llegó a España y fue proclamado rey ante las Cortes Españolas. Alfonso XII nombró al conde de Morphy su secretario particular. Desde este cargo, se convirtió en un gran protector de los artistas de su tiempo, intercediendo en la concesión de pensiones por parte de la Casa Real y tuvo una fuerte presencia en las instituciones culturales del Madrid de la Restauración.

Al frente de la monarquía llegaba un joven monarca en contacto con la Europa moderna, dispuesto a aunar todos los esfuerzos para la modernización de España. Los propósitos regeneradores de Alfonso XII eran explicados por el propio Morphy a Julio Nombela en una «larga y sustanciosa conferencia», poco antes del pronunciamiento de Sagunto:

“... el principal propósito del joven monarca era cambiar completa y radicalmente el espíritu del país. Iría poco a poco quitando importancia a lo que hasta entonces se había calificado de política, dándoselas a la educación e instrucción de todas las clases sociales, a la cultura, a la industria, al comercio, a las ciencias, las letras y las artes. El bello ideal del monarca era transformar España, hacer que entrase de lleno en el concierto europeo, asemejarse más a Carlos III que a los demás reyes de la dinastía que representaba, y lograr de este modo que el progreso intelectual y moral reemplazase a las intrigas políticas y financieras, a las discordias civiles; en una palabra, al lamentable atraso en que después de la gloriosa guerra de la Independencia había vivido España”.

Su reinado consistió principalmente en consolidar la monarquía y la estabilidad institucional, reparando los daños que las luchas internas de los años del llamado Sexenio Revolucionario habían dejado tras de sí, ganándose el apodo de «el Pacificador». Se aprobó la nueva Constitución de 1876 y durante ese mismo año finalizó la guerra carlista, dirigida por el pretendiente Carlos VII (el propio monarca acudió al campo de batalla para presenciar su final). Los fueros vascos fueron abolidos mediante la Ley de 21 de julio de 1876 y se logró que cesaran, de forma transitoria, las hostilidades en Cuba con la firma de la Paz de Zanjón. En 1878 y 1879 fue víctima de dos atentados perpetrados por anarquistas de los que salió ileso.

Alfonso XII realizó en el año 1883 una visita oficial a Bélgica, Austria, Alemania y Francia. En Alemania aceptó el nombramiento como coronel honorario de un regimiento de la guarnición de Alsacia, territorio conquistado por los alemanes y cuya soberanía reclamaba Francia. Este hecho dio lugar a un serio incidente diplomático entre España y Francia. Alfonso XII fue objeto de un recibimiento hostil por parte del pueblo de París durante su visita oficial a la capital francesa.

A pesar de su precario estado de salud ―en el otoño de 1883 había padecido unas «fiebres intermitentes» que se habían vuelto a reproducir doce meses después― en enero de 1885 Alfonso XII visitó Andalucía donde en Navidad se había producido un terremoto con epicentro en Granada que había causado centenares de muertos y había dejado sin casa a miles de personas, todo ello agravado por una intensa ola de frío y de lluvias y nieve. Por las cartas que escribió a su hermana Paz se conocen las duras condiciones de su estancia allí. En una fechada el 20 de enero le decía que le escribía «desde una barraca en que hemos pasado noches de estar el termómetro bajo cero, y algo molido el cuerpo de andar quince días por estas tierras en que no existen caminos, a pie y a caballo… Casi siempre me ha nevado, y me ha hecho un tiempo infernal, y con eso hemos hecho jornadas de doce horas a caballo en plena sierra, a veces sin ver una casa, y luego, para descansar, un temblor de tierra o, como aquí una barraca…». Tras su vuelta a Madrid desde Málaga el 22 de enero Alfonso XII comentó: «la administración de aquellas regiones es todavía peor que los terremotos».

Meses después, Alemania trató de ocupar las islas Carolinas, en aquel momento bajo dominio español, provocando un incidente entre los dos países que se saldó a favor de España con la firma de un acuerdo hispano-alemán en 1885, aunque implicó la pérdida de las islas Marshall en favor de los germanos, así como el derecho de establecer una base naval alemana en las Carolinas.

Según Ramón Villares, «fue un monarca popular, gracias a su breve matrimonio con su prima María de las Mercedes y a gestos como su temprana visita al ejército del Norte, o a su presencia, no siempre aprobada por el gobierno, en lugares abatidos por alguna tragedia (inundaciones, epidemias de cólera…). Popularidad que, de forma más programada, se quiso lograr con la realización de viajes a distintos lugares del reino. Era un modo complementario de legitimar la monarquía. (…) “Al rey se le quiere más cuando a más de serlo se le ve”, le advierte Durán y Bas a Cánovas en 1877, en solicitud de una visita regia a las provincias catalanas que no sea de “paso”... El calendario de los viajes interiores del rey fue, pese a su mala salud, muy intenso. De hecho acabó visitando personalmente gran parte de las regiones españolas, así como sus principales instituciones».

En 1885 se desató una epidemia de cólera que se fue extendiendo hacia el interior del país. Cuando la enfermedad llegó a Aranjuez, el monarca expresó su deseo de visitar a los afectados, a lo que el Gobierno de Cánovas del Castillo se negó por el peligro que ello entrañaba. El rey partió entonces sin previo aviso hacia la ciudad y ordenó que se abriera el Palacio Real de Aranjuez para alojar a las tropas de la guarnición. Una vez allí, consoló a los enfermos y les repartió ayudas. Cuando el Gobierno conoció el viaje del soberano, envió al ministro de Gracia y Justicia, al capitán general y al gobernador civil para que le llevasen de vuelta a Madrid. Cuando llegó, el pueblo, enterado del gesto del rey, le recibió con vítores y, retirando a los caballos, condujo al carruaje hasta el Palacio Real de Madrid.

Muerte

A partir de agosto de 1885 la salud del rey fue un tema recurrente de las conversaciones en todos los círculos de la capital. Alfonso XII padecía tuberculosis ―«con foco de infección en su infancia, con manifestaciones efímeras y en estado latente hasta su juventud», que no se manifestaría claramente hasta finales de 1883―y se encontraba cada vez más débil. Su ajetreada vida nocturna unida al intenso trabajo diurno habían agravado su enfermedad.

El 28 de septiembre de 1885 Laureano García Camisón, médico de cabecera del monarca, le comunicó al presidente del gobierno Cánovas del Castillo que al rey le quedaban pocas semanas de vida y que aconsejaba que se trasladara al Palacio de El Pardo con la esperanza de que allí mejorara. Sin embargo, el rey siguió cumpliendo con sus obligaciones y no se marchó a El Pardo hasta el 31 de octubre. El 23 de noviembre allí le visitó el embajador alemán que lo encontró con la cara «completamente blanca y sin sangre, sus labios azules, la boca a medio cerrar y sus ojos sin ninguna vida, lo mismo que su voz y toda su apariencia». El rey le dijo: «Pensaba que era físicamente muy fuerte… He quemado la vela por los dos extremos. He descubierto demasiado tarde que no es posible trabajar durante todo el día y divertirse toda la noche. No lo volveré a hacer en el futuro».

Ese mismo día tuvo un ataque de disnea. Al día siguiente, 24 de noviembre, los doctores le diagnosticaron que padecía «una tuberculosis aguda, que pone al augusto enfermo en grave peligro». A las nueve menos cuarto de la mañana del 25 de noviembre fallecía. Estaban junto a él la reina María Cristina, la ex reina Isabel II, que había viajado desde París nada más conocer la gravedad de la enfermedad de su hijo, y sus hermanas Isabel y Eulalia.​​ El doctor García Camisón precisó la causa inmediata de la muerte en un artículo publicado en El Liberal: don Alfonso «murió de una bronquitis capilar aguda, desarrollada en el curso de una tuberculosis lenta; el rey no ha muerto, por consiguiente, de tuberculosis; esta se desarrollaba lentamente y hubiera podido prolongarse la vida del monarca todavía muchos meses, y tal vez años».

La muerte del rey Alfonso XII provocó una honda conmoción en el país. «Las calles de Madrid estaban intransitables… Miles de carruajes cruzaban en todas direcciones tomando el camino de El Pardo», relató una crónica contemporánea. El féretro fue trasladado al Palacio Real donde se instaló la capilla ardiente que fue visitada por miles de personas. El día 29 fue llevado al Monasterio de El Escorial, «nuevamente en medio de un gran gentío», donde fue enterrado.

Al llegar al trono a una edad tan temprana, Alfonso no había hecho ningún aprendizaje en el arte de gobernar. De carácter benévolo y comprensivo, se ganó el cariño de su pueblo visitando sin miedo los barrios asolados por el cólera o devastados por el terremoto de Andalucía de 1884. Su capacidad para tratar con los hombres era considerable, y nunca se permitió convertirse en instrumento de ningún partido en particular. Durante su breve reinado, se estableció la paz tanto en el interior como en el extranjero, las finanzas estaban bien reguladas y los diversos servicios administrativos se colocaron sobre una base que luego permitió a España atravesar la desastrosa guerra contra los Estados Unidos de 1898 sin la amenaza de una revolución. La muerte del rey significó el inicio del pacto político entre Cánovas y Sagasta, la denominada política del pacto o política del turno, además de otros pactos, como el militar y el religioso.

Matrimonios (y amantes)

Alfonso XII se casó con su prima María de las Mercedes de Orleans, hija de los duques de Montpensier, el 23 de enero de 1878; sin embargo, la reina murió poco después. Los médicos le diagnosticaron «fiebre tóxica esencial» para no utilizar la palabra «tifus». Falleció el 26 de junio de 1878, dos días después de haber cumplido los 18 años. El impacto de su muerte fue enorme. El presidente del Congreso de los Diputados Adelardo López de Ayala en la oración fúnebre que pronunció dijo: «Ayer celebramos sus bodas. Hoy lloramos su muerte» ―su matrimonio sólo había durado cinco meses y tres días―. Miles de personas pasaron por capilla ardiente instalada en el Palacio de Oriente y pronto se hizo popular una copla que cantaban las niñas cuando jugaban al corro:

 

¿Dónde vas Alfonso XII?

¿Dónde vas triste de ti?

Voy en busca de Mercedes,

que ayer tarde no la vi.

Merceditas ya está muerta.

Muerta está que yo la vi.

Cuatro duques la llevaban

por las calles de Madrid.

 

El rey Alfonso XII quedó conmocionado por la muerte de su esposa, con la que se había casado por amor, y no por razones políticas o dinásticas, como le confesó al embajador francés: «Me casé con la mujer que quería, no sin vencer considerables resistencias» ―entre otras, la de su madre que se negó a dar su consentimiento y no asistió a la boda―.En su cuaderno de caza Alfonso XII escribió: «En este día en que muerta Mercedes me he quedado como un cuerpo sin alma, nada me interesa, a nadie veo, paso el tiempo solo, leyendo, despachando los urgentes negocios de Estado… El único descanso moral es contemplar estas sierras tan ásperas o recorrer por este monasterio de San Lorenzo los sombríos recuerdos de aquel Rey que, al menos, tenía la suerte de ser creyente. Él hubiera creído que yo volvería a encontrar a Mercedes en el cielo». El presidente del Gobierno Antonio Cánovas del Castillo logró convencerle para que abandonara su retiro en el Monasterio de El Escorial y emprendiera un viaje de Estado por varias provincias españolas. A su vuelta a Madrid, el 23 de octubre, sufrió un atentado a su paso a caballo por la calle Mayor, del que resultó ileso. Su autor, Juan Oliva Moncusí, sería ejecutado a garrote vil el 4 de enero de 1879.

El atentado activó los planes de Cánovas para que el rey se casara de nuevo y asegurar así la continuidad de la dinastía. «Don Alfonso aceptó resignado su obligación: le dijo a Cánovas que eligiera él». La escogida sería la archiduquesa austríaca María Cristina de Habsburgo-Lorena, de veintiún años de edad, católica y sobrina del emperador Francisco José I de Austria, aunque para formalizar el compromiso habría que esperar «a que acabe el año de luto», como le dijo el rey al embajador español en Viena Augusto Conte Lerdo de Tejada, que fue el encargado de comunicar la propuesta a la archiduquesa María Cristina y a su madre, la también archiduquesa Isabel Francisca de Austria. Entre tanto el rey inició en la primavera de 1879 una relación con la cantante de ópera valenciana Elena Sanz, con la que tendría dos hijos, Alfonso (nacido en 1880) y Fernando (nacido en 1881), que no reconoció por lo que llevaron los apellidos de la madre. El rey la retiró de los escenarios, le puso un piso cerca de Palacio y le pasó una asignación mensual de algo más de 5000 pesetas, «una cantidad considerable para la época, pero menor de la que ella ganaba en el teatro». La reina madre Isabel II, exiliada en París, sentía un gran afecto por Elena Sanz y la llamaba «mi nuera ante Dios». La relación con el rey duró hasta la muerte del monarca.

La tramitación y organización de las bodas reales corrió a cargo del nuevo gobierno presidido por el general Martínez Campos. Tras la petición oficial de la mano de la archiduquesa al emperador Francisco José I, María Cristina de Habsburgo-Lorena, acompañada de su madre y de un selecto séquito, abandonó Viena el 17 de noviembre. Pasó por París, donde fue recibida por la ex reina Isabel II en su Palacio de Castilla ―esta vez el enlace contaba con su aprobación, a diferencia del anterior, y cuando finalmente llegó a Madrid se alojó en el Palacio de El Pardo donde residiría hasta el 29 de noviembre, día en que se celebró la boda en la basílica de Atocha y a la que asistió la ex reina Isabel II, desplazada expresamente desde París. Un mes después el 30 de diciembre el rey, esta vez acompañado de la reina, sufrió un segundo atentado, del que ambos resultaron ilesos.8 Poco después se hizo público que la reina estaba embarazada. Era una niña, que nacería el 11 de septiembre de 1880.

Nada más formar gobierno en enero de 1884, Cánovas tuvo que ocuparse de un asunto delicado que afectaba al monarca. Este tenía una nueva amante, la cantante Adela Borghi, pero a diferencia de la relativa discreción con que llevaba su relación con la también cantante de ópera Elena Sanz, se exhibía con ella en público paseando en coche por el Retiro. La reina María Cristina, que ya se había sentido dolida cuando se enteró de que el rey había tenido dos hijos con Elena Sanz, llamó a Palacio a Cánovas exigiéndole que interviniera. Le dijo: «¡Estoy harta de ser humillada por el Rey! Hasta ahora he soportado con paciencia todos sus devaneos, pues aunque eran del dominio público, él procuraba entrevistarse con sus amantes en lugares apartados… Comprendo que se alegren [los cortesanos] de tener un Rey tan “castizo”, y que les regocije la idea de que la víctima de tales hechos es una extranjera, “¡la austríaca!”. No obstante, hoy se ha colmado la medida: acabo de saber que hace dos días se paseó con ella por el Retiro. Le doy de plazo una semana para que Adela Borghi abandone España». Cánovas cumplió inmediatamente el encargo y veinticuatro horas después Adela Borghi ya había sido conducida a la frontera francesa.

La viuda de Alfonso XII, María Cristina, fue regente de España hasta la mayoría de edad de su hijo Alfonso XIII, en 1902.

 

REGENCIA DE DOÑA MARIA CRISTINA

María Cristina de Habsburgo-Lorena o de Austria, hija del archiduque Carlos Fernando de Austria y de la archiduquesa Isabel Francisca de Austria, era prima segunda de los emperadores de Austria y de México: Francisco José y Maximiliano I. Pertenecía a la rama Teschen de la casa de Habsburgo-Lorena. Fue bautizada el 3 de agosto de 1858 por el obispo de Brünn (actualmente Brno), en la capilla del palacio de Seelowitz. Fueron sus padrinos el matrimonio formado por los archiduques Raniero y María Carolina de Austria. Era llamada familiarmente Christa.

En su infancia se la consideró estudiosa y discreta, lo que contradiría la falta de luces de la que la tacharían sus detractores en España. A la edad de dieciocho años, el emperador Francisco José I la nombró abadesa de la Institución de Damas Nobles del Castillo de Praga. Se casó con el rey Alfonso XII de España el 29 de noviembre de 1879 en la madrileña basílica de Atocha, convirtiéndose en su segunda esposa, tras enviudar este de María de las Mercedes de Orleans y por razones de estado.8 No congenió muy bien con el extrovertido monarca a causa de su carácter tímido y tranquilo, aunque terminó sintiendo su pérdida. María Cristina se mantuvo alejada de la política en vida de Alfonso XII. Durante sus primeros años en la corte, soportó las continuas infidelidades de Alfonso XII, que desde la muerte de su anterior y amada esposa se había entregado a un frenesí sexual continuado, una de sus amantes era la cantante de ópera italiana Adela Borghi, pero más famosa fue su relación con la cantante de ópera española Elena Sanz, con quien tuvo dos hijos, Alfonso y Fernando. Solo cuando la situación se había tornado insoportable, se recogen escenas de la reina María Cristina recriminando su conducta al esposo. Con mucho autocontrol dominó sus celos. Una vez, sin embargo, se le resbaló la mano cuando un sirviente quiso presentarle a su amo a una hermosa joven cantante. María Cristina lograría que Elena se exiliara en París. Parece ser que solo en sus últimos años de convivencia, la pareja real vivió sus momentos de mayor acercamiento.

La muerte del Rey Alfonso XII dejó a España en una incertidumbre sobre cuál sería el futuro de la joven monarquía restablecida hacía apenas diez años. La Reina María Cristina se encontraba embarazada de tres meses cuando falleció Alfonso XII, por lo que Cánovas creyó conveniente esperar a que naciera el futuro Alfonso XIII antes de proclamar reina a la Princesa Mercedes. María Cristina, inexperta en temas de política, se dejó aconsejar por las dos figuras políticas más influyentes de la épocaː Cánovas y Sagasta.9 Con el objetivo de evitar los errores que dieron lugar a la crisis del reinado de Isabel II, se llegó al Pacto de El Pardo, mediante el cual se instituyó el sistema de turnos pacíficos en el ejercicio del poder entre liberales y conservadores y consolidó la Restauración hasta finales del siglo XIX y principios del XX.

El principal apoyo durante su regencia fue la Iglesia y el ejército. Sabedora de los problemas del reinado de su antecesora Isabel II, se mantuvo dentro de su papel de moderador que le otorgaba la Constitución de 1876. El segundo apoyo, el de la Iglesia Católica, fue gracias a la piedad que profesaba María Cristina lo que contribuyó a reanudar las relaciones entre la Santa Sede y el gobierno de España, haciendo de esta manera disipar a los carlistas. Por esta causa sus enemigos políticos le pusieron el mote de «Doña Virtudes». Durante el periodo de regencia, María Cristina afianzó la figura de la corona española con diversos actos que hacían que la Corona fuese más cercana al pueblo. Comenzó con el traslado a las Cortes para la apertura de las legislaturas que se fueron sucediendo, así como los diversos viajes por todo el país. María Cristina fundó el ideal de monarca que aún perdura en la actualidad. El papel de María Cristina en el sistema de gobierno fue representativo, ya que no participó en los enfrentamientos entre los partidos dinásticos, respetando el turno a la hora de llamar a los candidatos a formar gobierno, aunque se sintió más cercana a Sagasta y no puso dificultades al mantenimiento de largos períodos de gobierno del partido liberal. Se promulgaron, entre otras, la Ley de Sufragio Universal y la Ley de Asociaciones.

En sus últimos años de regencia se agravó el problema marroquí y se agudizó la conflictividad social. De esta época datan también los inicios del catalanismo político. Además, la pérdida de las dos últimas colonias hispanoamericanas (Cuba y Puerto Rico) y las islas Filipinas en 1898 y el comienzo de la descomposición de los dos partidos del turno al desaparecer Cánovas y Sagasta pocos años después, sumieron al país en una grave crisis, que evidenció de manera clara la inoperancia que adquirió, coincidiendo con el cambio de siglo, el régimen de la Restauración Su más ferviente deseo era traspasar la Corona a su hijo, deseo que vio cumplido en 1902, cuando Alfonso XIII alcanzó la mayoría de edad y fue proclamado rey de España. Desde ese momento se consagró a las obras de caridad y a su vida familiar y, a partir de 1906, al contraer matrimonio su hijo Alfonso con Victoria Eugenia de Battenberg, utilizó el título de «Reina Madre».

En 1887 había inaugurado el Casino de San Sebastián, actual sede del Ayuntamiento. También ordenó la construcción del Palacio de Miramar en 1888. Le gustó tanto la ciudad que no dudó en visitarla todos los veranos. En su memoria se dio nombre a un puente y al principal hotel de la ciudad, que además la nombró Alcaldesa Honoraria en 1926.

El 5 de febrero de 1929 asistió por última vez al Teatro de la Zarzuela con la reina Victoria Eugenia y sus hijas. La familia real cenó como de costumbre en el Palacio Real de Madrid, a las nueve de la noche, mostrándose la reina María Cristina muy contenta durante la cena, sin que nada hiciera presumir anormalidad alguna en su salud. A continuación de la comida, la familia real se trasladó al salón, donde todas las noches se celebraba una sesión de cine. La función terminó a las 12.30 de la noche, ya día 6 de febrero, y los Reyes, sus hijos y la reina María Cristina se despidieron del conde del Vados y demás personas de séquito, retirándose a sus habitaciones particulares. La reina doña María Cristina, al pasar por la galería, explicó a la reina doña Victoria un tapiz que estaba en la parte que da al camón, y allí se separaron. Tras llegar a su habitación y meterse en la cama, experimentó un fuerte dolor en el pecho, que casi le impedía respirar. Su doncella, al ver la angustia, le preguntó si deseaba llamar a Su Majestad Alfonso XIII, y la Reina Madre respondió que no. Al poco rato, la Reina sufrió otro fortísimo dolor, que la dejó privada de sentido y se desplomó pesadamente en la almohada, falleciendo poco después. Su funeral tuvo lugar el 8 de febrero en Madrid, dominado por una multitud que se arremolinó en torno al Palacio. El día anterior, más de 30.000 españoles visitaron la capilla ardiente. Fue enterrada en el Monasterio de El Escorial.

 

Se afirmó que Don Alfonso XII había dicho antes de morir:

—¡Qué conflicto! ¡Qué conflicto!

Estas frases del Monarca no son ciertas. Aun así responde a una perfecta visión del estado de anormalidad que en España había de crearse con su muerte.

La descendencia del Rey se limitaba a dos niñas de corta edad, y necesariamente había de gravitar todo el peso del Gobierno en las manos de una dama, en la que no era natural suponer gran conocimiento de la política ni del país.

Por añadidura, la situación política de la Patria era muy grave.

El partido conservador que ocupaba en aquellos instantes el Poder, buscaba violentas soluciones frente al partido republicano zorrillista, que pretendía por la fuerza derribar las instituciones. Temiéronse motines, pronunciamientos, algaradas. Creyóse que todos los republicanos se unirían para imponer la forma de Gobierno; pero nada de esto ocurrió. Cánovas dejó el Poder a Sagasta, y ni republicanos ni carlistas hicieron manifestación alguna de hostilidad. El Gobierno acentuó su significación liberal, permitiendo a los republicanos celebrar el aniversario de la República con toda libertad.

•••

La patriótica inquietud que devoraba a los españoles, cesó el 17 de Mayo de 1886, tras breves horas de alumbramiento felicísimo de la Reina Cristina.

Había amanecido un día espléndido. Un sol alegre, madrileño, intenso, caía en haces de oro sobre la villa y corte.

A las once de la mañana se encontraba en la Real Cámara todo el Gobierno.

A esta hora comenzaron también a llegar a Palacio las personas que debían asistir a la presentación.

A las doce y media circuló entre todos los congregados en la Real Cámara una noticia que les llenó de júbilo. La Reina acababa de dar a luz con toda felicidad un varón.

El marqués de Santa Cruz, jefe superior de Palacio, confirmó estas noticias, y poco después el señor Sagasta. que con sus ministros había permanecido en la antecámara durante el alumbramiento, salió a la Cámara, donde se hallaban las comisiones y dio un ¡viva el Rey! que fue contestado por todos.

Después pasaron a la antecámara y allí se hizo la presentación, llevando el señor Sagasta en brazos, sobre una rica bandeja de plata, con blando cojín guateado de terciopelo carmesí, al Rey recién nacido. Cubríale un fino pañuelo de riquísimo encaje, que levantó en parte, según ordena el ceremonial, el presidente del Consejo de ministros.

En los ángulos del Alcázar se izó la bandera nacional, y a las doce y treinta y cinco minutos sonaron las salvas.

El nacimiento del nuevo Rey había venido a conjurar todos los conflictos nacionales y a contener las perturbaciones que amenazaban estallar.

•••

Todo el esplendor de la corte brilló intensísimo el 22 de Mayo de 1886, fecha en que se verificó el bautizo del Rey de España.

Muy temprano, a las siete de la mañana, la gente comenzó a agruparse en la escalera de damas. A las once, los celadores y el cordón de soldados de la guardia exterior resultaban impotentes para contener a las personas que, en número de cuatro mil, pugnaban por entrar.

El Rey iba. en brazos de su aya la duquesa de Medina de las Torres. A su derecha el Nuncio apostólico, representando a Su Santidad, augusto padrino, y a la izquierda, la Infanta Isabel, como madrina.

El cardenal Paya cambió los ornamentos que vestía por los del terno de perlas, que regaló a la capilla el Rey Don Fernando VII, y prosiguió la ceremonia.

Tomando agua del Jordán, mezclada con la que se había consagrado el Sábado Santo, administró el Sacramento al Rey, con los nombres de ALFONSO, León, Fernando, Santiago, María, Isidro, Pascual, Antón, éste último por ser uno de los santos del día.

Eran las dos menos diez.

Don Alfonso XII tenía acordado que su primer hijo llevase el nombre de Fernando VIII, pero la Reina Cristina, muerto ya su augusto marido, y deseosa de que en la dinastía española perdurase el nombre de su esposo, dispuso que el nuevo Rey llevase el nombre de Alfonso XIII.

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El día 24 de Junio de 1886, fue testigo Madrid de un brillantísimo desfile de la corte.

La Reina Regente, acompañada de la Real Familia, salió de Palacio para visitar la basílica de Atocha y dar gracias a la Virgen por haber dado a luz con toda felicidad al heredero del Trono de España.

Eran las cinco de la tarde cuando aparecía en la puerta principal del Regio Alcázar la brillante comitiva, con toda la pompa que la corte despliega en tales casos.

La placidez del día prestó al desfile animación extraordinaria.

En la Puerta del Sol especialmente, el espectáculo era soberbio.

La multitud, gozosa y apiñada, saludaba a la Reina con entusiasmo indescriptible y vitoreaba al Rey niño que, envuelto en rico faldón de encaje, aparecía en brazos de su augusta madre.

En el Congreso, invadían el pórtico los senadores y diputados. Se dieron muchos vivas, y contestando a ellos levantó la Reina Cristina en sus brazos al tierno Rey para que pudiera ser visto por los representantes de la Nación.

En la Basílica de Atocha estaban adornadas las paredes con paños de terciopelo rojo, galoneados de oro. Iluminaban el templo doce arañas y seis lámparas de plata.

La imagen de Nuestra Señora lucía el manto hecho con el vestido de boda de S. M. la Reina. La Reina, que llevaba en los brazos al Rey, fue recibida en el pórtico por el cardenal Paya.

Después se arrodilló frente al altar mayor y oró breve rato. Acto seguido pasó al estrado, donde tomaron asiento las reales personas .

Desde la tribuna alta presenció la ceremonia la archiduquesa Isabel con sus damas.

En los huecos de las capillas había muchas elegantes damas.

Terminada la ceremonia, al subir a la carroza la Reina, el señor Sagasta dio un «¡Viva el Rey!» y otro a la Reina, que fueron contestados con entusiasmo por todos.

La comitiva, que pasó a la ida por la calle Mayor, Puerta del Sol, Carrera, de San Jerónimo y paseo del Botánico, regresó por el Prado y calle de Alcalá.

La solemnidad resultó brillantísima.

La gente del pueblo regresó a sus casas entusiasmada por haber visto al nuevo Rey.

 

LA INFANCIA DEL REY

«Mi chiquitín». — «Mamá, dime bubi». — ¡Soy el Rey! — Las primeras letras.

 

Restablecida del parto la Reina Regente, se consagró en el acto al cuidado de su hijo con un amor y una constancia incomparables.

Muerto su esposo, lo que más apasionadamente adoraba, era su hijo. Y de ahí los cuidados que desde el primer instante dedicó a Don Alfonso.

Le llamaba cariñosamente «el niño». Cuando alguien preguntaba a Doña Cristina por el estado del «Rey», ella exclamaba, mostrando en sus ojos una expresión de amor intensísimo :

—¿El niño... ?

El Rey fué puesto en ama desde el primer instante.

Esta nodriza, mujer norteña, se llamaba Raimunda. Era delgada, morena, de pelo y ojos muy negros. Tenía un conjunto agradable y simpático. Vestía traje de terciopelo grana con galones de oro y cuerpo negro. Llevaba un collar de gruesos corales, pendientes de oro, formados por monedas de 25 pesetas, y en la cabeza un gran lazo de seda roja galoneado de oro.

Desde su llegada a Palacio se encontró allí como en su casa. No parecía extrañarse de nada. Lejos de ello, solía a veces olvidarse de la elevada situación en que la suerte la había colocado, no quedando en ella más que la nodriza de un rollizo pequeñuelo.

Cuéntase que un día fué llamada por la Reina Regente para que viera al Monarca un diplomático extranjero. Pasaron algunos momentos, y como Rai-munda observara que aún iban a tardar algo en darle orden de retirarse, preguntó con desenfado :

—¿Me llevo al chiquitín?

Y entonces la Reina, con una benévola sonrisa, le entregó a Su Majestad.

Desde los primeros días se establecieron los departamentos del Rey y sus servicios particulares, al lado de la habitación de Doña María Cristina.

Dormía el Soberano en una preciosa cuna, junto a la cama de la nodriza. Esta no hacía otro servicio que criar al Rey. Todos los demás cuidados, limpiarle y vestirle, correspondían a varias damas, dirigidas por el aya de Don Alfonso, la señora de Tarancón.

También la Infanta Isabel, en la que siempre ha encontrado Don Alfonso una segúnda madre, se ocupaba del cuidado del Rey niño con ternura indecible.

Los días de sol espléndido y de temperatura agradable, solía salir el Rey a paseo en carruaje, acompañado de su aya y nodriza.

Los madrileños que le veían pasar, parábanse a contemplarle encantados.

—Ahí va el Rey niño—se oía decir, que así era como le llamaban todos los españoles.

Gozaba también de otros nombres, impuestos unas veces por el cariño y otras por el lenguaje oficial.

La Reina, como ya hemos dicho, llamábale «el niño»; su padrino, el Papa León XIII, «mi muy amado hijo»; los Reyes y emperadores, «mi hermano:»; los Grandes de España tenían derecho a llamarle «mi primo:»; las servidumbres de Palacio, «el Rey» o «Su Majestad»; y la nodriza Raimunda, en algunos instantes de cariñosa y atrevida ingenuidad, «mi chiquitín».

Más tarde, cuando ya hablaba y corría por los salones del regio Alcázar, prefirió a todos esos nombres otro muy dulce, que los labios amorosos de su augusta madre pronunciaban, llenándole de alegría.

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Cuando el Monarca cumplió los tres años, se había apoderado ya de las simpatías de todos. Era risueño, alegre, encantador. Una rizada cabellera rubia le caía graciosamente sobre los hombros. Sus ojos, eran hermosos y expresivos. Su frente espaciosa, prometía ser, como dijo el insigne Rubén Darío, un buen cofre para ideas grandes. Era su char­la jubilosa, su inteligencia despierta, su temperamento juguetón y decidido.

La vida del Soberano sufrió, al llegar a la edad citada, algunas transformaciones.

Se levantaba a las siete. La señora de Tacón, su nueva aya la condesa de Peralta, y la nodriza Raimunda, que aun cuando ya no cumplía sus funciones de ama, continuaba en Palacio, le vestían y aseaban.

La Reina Regente, que fué siempre madrugadora, subía en aquellos instantes al cuarto de su hijo y, sentándole en sus rodillas, lo llenaba de besos.

Después, un ujier, portador del chocolate, penetraba en la estancia.

A las doce almorzaba; y comía a las siete. La Reina elegía las comidas, sometiéndolas a la aprobación de un médico. Eran abundantes, pero el Rey sólo tomaba de dos de los platos servidos, un entremés y el postre.

Entre ocho y media y nueve, el aya, la institutriz y la nodriza acostaban al Rey niño.

Rezaba unas cuantas oraciones y permanecía unos momentos sin dormirse, esperando la visita de su augusta madre.

Era imposible hacerle conciliar el sueño, sin que la Reina subiese a darle las buenas noches, a besarlo con amor indecible.

Sentábase Doña Cristina a su lado, y de allí no se apartaba hasta que el Monarca quedábase dormido. Luego abandonaba el cuarto, después de recomendar a las damas que cuidasen del niño.

Esa era la vida del Rey de España a los tres años.

Entre todos los nombres con que designaban al Soberano, había uno que llenaba de encanto al Rey niño, cuando se lo oía pronunciar a su augusta madre.

No le gustaba que la Reina le llamase Majestad. Prefería que le llamara «niño» en español, «baby» en inglés o «bubi» en alemán. Sobre todo el nombre de «bubi» le encantaba.

Pero Doña Cristina le reservaba ese nombre para los momentos oportunos, y cuando el Rey no obedecía o se enfadaba, la augusta señora le decía cariñosamente:

Vamos, «bubi»; haz lo que te mando.

Y el resultado era siempre satisfactorio.

Cuéntase que un día le llamó «bubi», con todo respeto y cariño, un personaje palatino y que el Rey le contestó en el acto:

—Para mamá soy «bubi». Para soy el Rey.

Estas frases, en boca de aquel niño de tres años, revelaron la conciencia que ya tenía en tan tierna edad de su alta posición en la Patria, de la transcendental misión que al mundo había traído, de la seriedad y de la firmeza con que se había de mantener en el Trono. Y al lado de esa clara visión que tenía de la altura en que había de desenvolver sus actividades, contrastaba la ternura con que decía a su augusta madre, cuando la Reina le mecía en su regazo:

—Mamá, dime «bubi»; llámame «bubi».

Siguió creciendo y desarrollándose el Rey niño, sano, robusto y alegre.

Hasta cumplir los siete años y medio, su vida fue la que queda relatada.

En Noviembre 1893 se procedió de una manera decidida y constante a la instrucción del Soberano. Fue nombrado director de los estudios del Rey niño el general don José Sanchiz, marqués viudo de Casa Saltillo, y profesor de primeras letras el presbítero don Regino Zaragoza . De la clase de alemán encargóse la institutriz de Sus Altezas, señorita Paula Crerny (austríaca), que fué también profesora del Monarca en las clases de caligrafía y música.

El 22 de Mayo de 1894 se constituyó el verdadero cuarto de estudios de S. M., bajo la dirección del general Sanehiz. Los profesores eran: El comandante de Artillería don Juan Loriga, actual conde de Grove, de Matemáticas. Geografía e Historia; el padre José F. Montaña, de Latín, Literatura, Religión e Historia Sagrada, y don Luis Alberto Gayán, de Francés. Los señores Sanehiz y Loriga eran a la vez preceptores.

Durante este tiempo siguió S. M. en sus habitaciones de niño, encima de las de Su Majestad la Reina Cristina.

A las nueve de la mañana bajaba el Soberano a las clases, que eran las que constituyen hoy sus habitaciones privadas. Se hacían cargo de él los preceptores, y a las diez de la noche lo entregaba a miss Davenport y retirábase a descansar.

 

EL REY ESTUDIANTE

Los estudios superiores. — Vida escolar. — Volteando caballos. — Otros deportes. — La instrucción militar.

 

En 1896 se constituyó el cuarto definitivo de estudios de Su Majestad. Entró a formar parte del profesorado, para alternar, como preceptor, con el señor Loriga, el comandante de Estado Mayor don Miguel González de Castejón, actual conde de Aybar. Fué nombrado también segundo jefe de estudios, a fin de que compartiese la tarea con don José Sanchiz, el general don Patricio Aguirre de Tejada.

La vida de estudiante de Don Alfonso XIII era tan sencilla como convenía a su edad. Y en el mismo régimen se mantuvo a manera que fué haciéndose hombre.

Ajeno a las suntuosidades de la corte y a las molestias palatinas, nunca estorbó la etiqueta ceremoniosa su desarrollo físico ni su bienestar espiritual.

Se levantaba a las siete de la mañana en todo tiempo. Entre ocho y media y nueve empezaban las clases y el estudio, durando hasta las doce, hora en que almorzaba. Con S. M. sentábanse a la mesa únicamente los generales Sanchiz y Aguirre de Tejada y un preceptor.

Después del almuerzo, tenía el Rey un descanso.

A las dos de la tarde, en inviorno, salía de paseo, generalmente a El Pardo. En este Real Sitio permanecía hasta el anochecer, y allí daba algunas clases con los preceptores, especialmente Matemáticas. Geografía general y militar, Física, Química y Estudios militares.

Do regreso en Madrid, reanudaba sus tareas estudiantiles entre cinco y media y seis de la tarde.

Santamaría de Paredes le explicaba Derecho Político y Administrativo; don Alfonso Merry del Val, el idioma inglés; don Francisco de Paula Arrillaga, Ciencias natuerales; el conde de Retamoso, Agricultura, don Fernando Brieva y Salvatierra, Historia Universal e Historia general de España. Esto régimen escolar variaba, aunque no mucho, según las estaciones, por que el regio alumno no descansaba ni aun en el verano .

Cuando estuvo en condiciones de ello, comenzó en Madrid a aprender equitación. Y la equitación fué siempre una de las aficiones favoritas del Monarca. Daba siempre la clase en el picadero de Palacio a las diez de la mañana. Hízose pronto un gran jinete, y no tardó en comenzar los ejercicios de volteo. Un caballo en pelo, con un ligero «cinchuelo», salía galopando a la pista, y el Rey, ágilmente, lo montaba y lo desmontaba. Realizaba, además, otras muchas prácticas de picadero, alternando con los mejores domadores y alumnos de caballerizas. Todos estos ejercicios hacíalos ya el Monarca cuando tenía solamente doce años.

También aprendió a montar en bicicleta. Por cierto que le costó algunos porrazos su afán de dominarla antes de tiempo.

Bogaba también en San Sebastián como un marinero y era un nadador consumado.

La instrucción militar aprendióla a los doce años, como si fuese un quinto.

Eran sus instructores en las prácticas militares y en el manejo del arma, don Juan Loriga y el capitán de Infantería don En­rique Ruiz Fornells, a quien se nombró profesor ayudante para tales fines.

Con objeto de formar un pequeño batallón y al mismo tiempo para que fueran compañeros de juego de Su Majestad, acudían por las tarde al Campo del Moro dos hijos del conde de Revillagigedo, Alvaro y Luis; dos del Villariezo, Fernando y Luis; uno del general Aguirre de Tejada, hoy teniente de Artillería; Pedro Rivera marqués de Some- ruelos, y Pedro Corzana, duque de Albuquerque, y en la actualidad teniente de Artillería .

Llevaban para marcar el paso un tambor de Alabarderos, y usaban como armamento el fusil mauser, tamaño casi reglamentario, construido expresamente en la fábrica de Oviedo. Formaban un verdadero batallón simulado con cuerdas, a cuyos extremos estaban el Rey y sus compañeros haciendo de oficiales.

Vestía ordinariamente de marinero, y a veces, sobre todo en alguna solemnidad de p alacio, poníase el uniforme de alumno de Infantería, sin ostentar otra condecoración hue un pequeño Toisón de Oro, pendiente de una cinta.

Sn memoria era extraord¡naia. No necesitaba ver a una persona más que una vez pera reconocerla en cualquier sitio, al paso veloz de un carruaje.

En su rostro tenía señaladamente fijos los rasgos de un Austria. Advertíasele algún parecido con Felipe IV, niño.

 

COMO SE FORMA UN CORAZON

Un cigarrillo de Loriga. — El pan del obrero. — Las huchas reales. — Sublime pedagogía.

 

El buen preceptor, soldado y erudito, ya un poco viejo, está delante del Rey. Hace quince días que vive junto al Monarca, vigilando sus ocios, sus estudios, hasta su mismo sueño.

Lo tremendo de su responsabilidad, la colosal importancia de su noble misión, le tienen lleno de júbilo. Sí, vivirá junto al niño augusto llamado a reinar sobre los pueblos, cuidándolo como se mima el rosal más exquisito del jardín más regalado. Sí, vivirá para él, consagrado a él... Toda su inteligencia, todo su celo, toda la abnegación de su alma, las consagrará en esta obra suprema. Coger el alma inocente de un Rey y fundirla en un egregio crisol, para ofrecerle a su raza un Soberano..

Don Juan Loriga, aún así, no es completamente dichoso. Una frivolidad le conturba. Don Juan Loriga, veterano y hombruno, torturado por un pequeño vicio que obsesiona su ánimo, gran fumador, no puede fumar. La etiqueta, una rancia y medioeval etiqueta, le impide fumar ante el Rey.

Han ido pasando los días. Su Majestad es un pequeñuelo de ocho, de nueve o de diez años. Es listo y nervioso. Tiene una bondadosa inclinación, pero no está ni aun empezado a formar. Puede ser un espíritu noble, o un espíritu avieso. Puede ser un alma fraterna y piadosa, y puede ser un alma cruel. Su temperamento es digno, recto y juicioso. Aún así, la responsabilidad de quien ha de educarlo, es enorme, sin límites.

Don Juan Loriga no puede fumar. Un día, sin embargo, aprovecha el preceptor una coyuntura para dar fina y proba lección, para inclinar hacia el benévolo camino aquel espíritu inquieto y amable.

Al Rey niño le han traído un juguete de Inglaterra. Es un muñequito precioso, muy lindo, que fuma. ¡Que fuma, oh sarcasmo! i Que fuma, mientras el preceptor, un buen artillero, de bigote canoso, ha de soportar sus invencibles y ya torturantes deseos!

Ustá fumando el muñequito. El Rey se diivierte mucho con aquella insolencia. Sus manecitas palmetean jubilosas. Su aire tiene un arrobo y un regocijo infantiles. De pronto, sin embargo, ved cómo se detiene perplejo, y ved cómo atisba a su preceptor, y ved cómo se asombra, y ved cómo hasta parece consternarse. ¡El preceptor, oh crimen, está fumando como el muñeqnito!

Hay una pausa y un silencio histórico. Luis XIV asoma sus bucles un tanto despóticos, tras del portier.

—¡Delante del Rey no se fuma! — ha dicho el Soberano de nueve primaveras, co- razoncito inocente...

Y entonces, el preceptor, da su lección maravillosa:

—Señor, — le dice — son esas, costumbres arcaicas y anticuadas de un formulismo remoto. Los Reyes de hoy deben ser Reyes llanos, demócratas, amigos de todos los súbditos, cordiales y sencillos como fue el padre de V. M. La vida es otra que ayer. Antiguamente hubo en el mundo unos Monarcas llamados absolutos, que eran dueños de haciendas y de vidas, y que existían como dioses. Hoy ya se tiene acerca de la realeza otro concepto. Hoy, es el Rey más que fue antaño, porque lia perdido sus derechos feudales, arbitrarios, absurdos, y ha ganado en el amor y en el vivo y consciente respeto de sus leales. Hoy es el Rey un hermano mayor que colabora con el pueblo. Hoy no es el Rey un ser aparte, sobrenatural ...

Don Alfonso XIII oía seducido aquellas nobles, inteligentes palabras. Abríase su alma finísima, agudísima, al portento de aquella suprema lección. En sus nueve años, todo un orbe de pensamientos vibraban. Y el concepto de las cosas y de la realidad, surgía en la iniciación de aquel gran espíritu.

—V. M., no a mí, que soy un viejo y un soldado, sino al más humilde, debe permitirle que fume. Es más, así que V. M. sea mayorcito y fume también, debe ofrecerle un cigarrillo a quien acuda a visitarlo. Los Reyes que merecieron su corona, fueron siempre blandos y bueno. Los de hoy tienen aún obligaciones más estrechas. Yo me libraría muy bien de fumar ante V. M. en público. En privado, si me autoriza V. M...

Estaban abiertos, muy abiertos los ojos del Rey. Sonreía su boca. Aquella suave y noble lección de llaneza, de simpatía, de cordialidad y de puro y excelso democrati-cismo, había sido recibida por un corazón magnánimo.

—¿Me deja Y. M. acabar este cigarrillo?

Y el Rey dando un brinco jubiloso y echándose a reir con toda su alma, exclamó:

—¡Fuma! Y.. mira. Cuando sea hombre, yo mismo te ofreceré mis cigarros.

•••

Almuerza S. M. el Rey. Tiene ahora once años. Almuerzan cuatro personas: Don Alfonso, el general Sanchiz, el general Aguirre Tejada y el comandante don Juan Loriga.

Están en el segundo plato. La conversación es animada. El Rey ha dado muy bien sus lecciones, y está contento, gozoso, felicísimo. Una pregunta le deja perplejo, sin embargo, inopinadamente:

—¿Se ha fijado V. M. alguna vez en lo que cuesta la comida? — interroga, súbito, el preceptor. — ¿ Ignora V. M. lo que valen estos cubiertos servidos en su mesa?

El Rey se queda mirando al preceptor, estupefacto, y a su vez pregunta:

—¿Cuánto valen?

—Cada cubierto, señor, — añade el maestro — (acabo de enterarme en la Intendencia), cuesta cuatro duros. Sumados, pues, los de quienes comemos aquí en este instante, arrojan un total de dieciséis duros. ¡Dieciséis duros empleados en la insignificancia de un almuerzo!

Oía el augusto niño con verdadero asombro . Después, el señor Loriga terminó:

—¿Sabe V. M. lo que gana un obrero inteligente, apto, que cumple una verdadera función social, que se pasa las horas en un andamio al sol, a la intemperie ? Ese obrero gana cuatro pesetas al día. Necesita cerca de un mes para reunir esos diesiséis duros, que nosotros acabamos de gastar en un instante y sin concederles importancia. Y cuente V. M. que con ese dinero ha de mantener a una esposa, a varios hijos, cuando no, además, a su madre.

El Rey se había quedado pensativo. Sus grandes ojos inteligentes parecía como si hubieran asomado su perceptibilidad a un panorama nuevo. Su corazoncito debía temblar en este instante, acelerado por un sentimiento de piedad y de amor. La visión del problema social, tremendo, formidable, había llegado hasta su espíritu. Permanecía sin comer. Su manita púdica, santa, alejó los otros yantares que le fueron servidos. El instante había sido insólito, de una emoción soberanamente hermosa. Todos habían visto caer la semilla, la noble, la fecunda semilla, en aquel alma virgen, ávida de generosas doctrinas. El Rey ya no quiso probar bocado.

•••

Salió por la tarde a pasear en coche. Iba con el Rey aquella muchachita ingenua y adorable que se llamó la Infanta Doña María Teresa. De pronto, al cruzar una calle, se ‘cercó un mendigo. Era cojo, vestía mugrientamente, pintados en el semblante todos los horrores de la miseria.

—¡Para, para ! — gritóle S. M. al cochero.

Después, encarándose con el mendigo, le preguntó con su vocecita infantil, trémula por la emoción y por la curiosidad:

—¿Qué te pasa?

Y contó el mendigo una larga y tremenda historia de penas.

Los augustos niños cambiaron una expresiva mirada, llegando al fondo de sus corazones. La determinación, la magnífica determinación, estaba ya tomada. ¿Comprendéis? Don Alfonso y Doña Teresa poseían un fabuloso caudal. Cuantas monedas de oro o de plata les había ido entregando la mano de la Reina Cristina, habían ido a parar a sendas huchas, que constituían la gloria y el encanto de los augustos niños. ¿Tendrían ... ? ¡ Quién sabe lo que tendrían! Mucho dinero, el dinerito ahorrado, toda una suma fantástica para dulces y juguetes, y en la que acaso pensaban todas las noches antes de dormirse. ¿Comprendéis?

—Vete esta noche a Palacio — le dijo S. M. al pordiosero — y pregunta por mí. Di que conoces al Rey, y que el Rey te ha mandado que fueras.

Siguió el paseo. Aquella noche, las dos huchas enteras pasaron a manos del mendigo. Ni dulces, ni juguetes. ¡Bah! ¡Tenían que comer los hijos de aquel hombre!

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Hoy S. M. el Rey es llano, acogedor, sencillo. Recibe a todos con una sonrisa y un apretón de manos?. Os aguarda siempre en el peldaño más bajo de su trono, para daros la bienvenida y, a veces también, si sois fumadores, para brindaros un perfumado cigarrillo .

Hoy S. M. el Rey es magnánimo. Conoce las miserias sociales y procura remediarlas, oo sólo con su limosna frecuente y magnífica, sino con la tutela de sus iniciativas poderosas en favor del pobre.

Ante sus ojos está presente aquel primer cigarrillo de Loriga, y aquella vez, en que según humeaba la sopa, una voz, una noble voz dijo ante sus nueve años inocentes:

Señor, un obrero...

 

Se completa la educación del Monarca. — El final de la Regencia. — El 16 de Mayo.

Cuando Don Alfonso XIII cumplió los catorce años, tenía una cultura sólida, una edu­ación esmeradísima, un claro concepto de la misión transcendental que estaba llamado a desenvolver en la Patria, y una conciencia exacta del cumplimiento del deber, de la equidad y de la justicia.

La educación constitucional del Monarca era ya perfectísima, cuando cumplió los quince años.

Empezóse por inculcarle el verdadero concepto de lo que la monarquía constitucional representa y supone, llevando a su espíritu un gran amor a la libertad y a la democracia.

No fué solamente instruido Don Alfonso en esos estudios que vienen a ser como la preparación de la profesión particular a que uno ha de dedicarse.

La educación del Monarca tuvo en la mayor parte de los conocimientos morales, jurídicos, históricos y sociales, un alcance mucho más extenso y de aplicaciones más ele­vadas que la que en los mismos ramos reciben los alumnos en las Universidades.

Tenía su instrucción principalmente por base, tres géneros de conocimientos, cuya profundidad sale de los límites de los programas de escuela: las artes militares, la enciclopedia jurídica y la enciclopedia económica, en las cuales se contienen todos los demás ramos de la alta ciencia política.

En 1º de Abril de 1900 se dijo que una de las cuestiones tratadas en el último Consejo de ministros había sido la de que Su Majestad el Rey, como complemento a su educación, se impusiese en las prácticas constitucionales, concurriendo a estos fines, a los Consejos y a los despachos de los ministros on la Reina Regente.

Así sucedió, en efecto; pero tan oportuna previsión no fue debida a los consejeros responsables, sino a la iniciativa de la Reina, que buscaba que su augusto hijo se familiazase con la manera de tratar las altas cuestiones que constituyen la más continua de lasPrerrogativas de la Corona.

En el mes de Agosto de 1900, acompañado de su augusta madre, hizo un viaje de instrucción por las costas del Norte y Noroeste de la Península.

Ya adolescenteel Rey Don Alfonso, desarrollado en lo físico como en lo intetectual, con la instrucción militar adelantada, era necesario que adquiriera, por el sencillo procedimiento de la práctica, los conocimientos elementales de la navegación que los libros proporcionan de un modo lento e incompleto.

Era esta la primera expedición marítima que Don Alfonso realizaba. Necesitaba, además, antes de que el día de su coronación llegase, conocer a algunos de sus súbditos peninsulares, ponerse en contacto con las diversas familias étnicas, tan diferentes entre sí, y estudiar y apreciar sus aspiraciones y necesidades.

El 16 de Agosto, a las nueve y treinta y cinco minutos de la mañana, embarcaron en San Sebastián, en el yate «Giralda», el Rey, la Reina, la Princesa de Asturias y la Infanta María Teresa, que se dirigían a Bilbao.

Con la Real Familia embarcaron el presidente del Consejo, el ministro de la Gobernación, el mayordomo de Palacio, la camarera mayor, condesa, de Sástago, el profesor del Rey, señor Loriga, y otras personas de la alta servidumbre.

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Iba a cumplir Su Majestad el Rey los diez y seis años. Había terminado la educación intelectual del Monarca. La Reina-madre había cumplido con su deber. Alboreaba un reinado .

El día 16 de Mayo, víspera de la Coronación del Rey, presentaba ya Madrid aspecto bellísimo. Todos los adornos de las calles estaban terminados y la animación era inusitada.

En el Regio Alcázar se celebró con toda solemnidad, a las once de la mañana, la ceremonia de la imposición a Don Alfonso XIII de la orden de la Jarretera.

También el día 16 por la tarde le hizo entrega al Rey el Príncipe Alberto de Prusia, del diploma nombrándole coronel honorario de uno de los regimientos de Infantería de Alemania.

A última hora de la tarde del 16 de Mayo, dirigió Doña María Cristina al Presidente del Consejo de ministros la siguiente carta. F ue más bien era una alocución de despedida a los españoles:

«Señor Presidente del Consejo de ministros :

Al terminar hoy la Regencia a que fui llam ada por la Constitución en momentos profunda tristeza y de viudez inesperada, siento en lo íntimo de mi alma la necesidad de ex presar al pueblo español la inmensa e inalterable gratitud que en ella dejan las muestras de afecto y de adhesión que he recibido de todas las clases sociales.

Si entonces presentí que sin la lealtad y la eonfianza del pueblo no me sería dado cumplir mi difícil misión, ahora, al dirigir la vista a ese período, el más largo de todas las Regencias españolas, y al recordar las amargas pruebas que durante él nos ha deparado la Providencia, aprecio aquellas virtudes en toda su magnitud, afirmando que, gracias a ellas, la nación ha podido atravesar tan profunda crisis en condiciones que auguran para lo futuro una época de bienhechora tranquilidad.

Por eso, al entregar al Rey Don Alfonso XIII los poderes que en su nombre he ejercido, confío en que los españoles todos, agrupándose en torno suyo, le inspirarán la confianza y la fortaleza necesarias para realizar las esperanzas que en él se cifran.

Esa sería la recompensa más completa de una madre que, habiendo consagrado su vida al cumplimiento de sus deberes, pide a Dios proteja a su hijo para que, imitando las glorias de sus antepasados, logre dar la paz y la prosperidad al noble pueblo que mañana empezará a regir.

Ruego a usted, señor Presidente, haga llegar a todos los españoles esta sincera expresión de mi profundo agradecimiento y de los fervientes votos que hago por la felicidad de nuestra amada Patria.

María Cristina.»

Por la noche se celebró en Palacio el banquete en honor de los embajadores y enviados extraordinarios. El Rey y la Reina ocuparon los dos centros de la mesa.

La fiesta resultó brillantísima.

La víspera también de la Coronación, redactó Don Alfonso XIII el siguiente documento que la «Gaceta de Madrid» publicó al día siguiente:

«A LA NACION

Al recibir de manos de mi augusta y amada madre los poderes constitucionales, envío desde el fondo de mi alma un saludo de cordial afecto al pueblo español.

La educación que he recibido me hace ver que desde este primer momento pesan sobre mí deberes que acepto sin vacilar, como sm vacilación alguna he jurado la Cons- titueión y las leyes. consciente de cuanto encierra el compromiso solemnemente contraído ante Dios y ante la Nación.

Ciertamentefáltanme para la grave misión que me está confiada las lecciones de la experienci ; pero mi deseo de responder alas aspiraciones del país y mi propósito de vivir  en p erpetuo contacto con mi pueblo son tan grandes, que espero recibir de su inspiración lo que el tiempo habría de tardar en enseñarme.

  Pido pues a todos los españoles me otorguen su confianza: en cambio, yo les aseguro mi devoción completa a sus intereses y mi resolución inquebrantable de consagrar todos los momentos de mi vida al bien del país.

Aunque la Constitución señale los límites dentro de los cuales ha de ejercitarse el Poder Real, no los pone a los deberes del Monarca, ni aunque aquéllos pudieran excusarse, no lo permitiría mi deseo de conocer las necesidades de todas las clases de la sociedad y de aplicar por entero mis facultades al bien de aquéllos cuya defensa y cuyo bienestar me están encomendados por la Providencia.

Si ésta me ayuda, si el pueblo español mantiene la adhesión que ha acompañado a mi augusta madre durante la Regencia, abrigo la confianza de mostrar a todos los españoles que más que el primero en la jerarquía he de serlo en la devoción a la Patria y en la incansable atención a cuanto pueda contribuir a la paa, a la grandeza y a la felicidad de la Nación española.

17 de Mayo de 1902.

Alfonso.»

 

LA JURA DEL REY

Día memorable. — Los primaros actos oficiales de Don Alfonso XIII. — Decálogo del Rey Constitucional.

 

El 17 de Mayo de 1902 juró Don Alfonso XIII la Constitución del Estado.

La coronación fuá brillantísima. La ceremonia se celebró en el Congreso. El Rey apareció a las dos de la tarde.

Colocados todos en sus pnestos y en pie los concurrentes, excepto las personas de la real familia, el señor Presidente de la Cámara dijo, dirigiéndose al Soberano, y con visible emoción:

«Señor: Las Cortes convocadas por vuestra augusta madre están reunidas para recibir de V. M. el juramento que con arreglo alart. 45 de la Constitución del Estado, ha de Prestar de guardar la Constitución y las leyes.

Puestas en pie las personas de la Real familia y ej marqués de la Vega de Armijo acercóse a Don Alfonso XIII con el libro de los Evangelios abierto.

Hubo un momento de solemne silencio, y S. M. el Rey, en pie, dijo con voz clara, firme y serena, que resonó en todos los ámbitos de la Cámara, al mismo tiempo que colocaba la diestra mano sobre el libro sagrado :

—Juro por Dios, sobre los Santos Evangelios, guardar la Constitución y las leyes. Si así lo hiciere. Dios me lo premie, y si no, me lo demande.

El Presidente de la Cámara dijo:

—Las Cortes acaban de recibir el juramento que V. M. ha prestado de guardar la Constitución y las leyes.

Después se dirigió el rey con la comitiva a San Francisco el Grande.

•••

Terminado el Te-Deum en San Francisco el Grande el día de la Jura, los ministros se dirigieron a Palacio. Esperaron en la Cámara a que S. M. acabase de presenciar el desfile de las tropas.

Concluyó el desfile y penetró el Rey en la Cámara. El Presidente del Consejo al verle entrar, se adelantó y le dijo:

—Señor: Habiendo cesado vuestra augusta madre en la regencia, de la cual recibió el Gobierno sus poderes, cumplo un precepto constitucional, ofreciendo a V. M. la dimisión de todos los ministros y la de su Presidente. Dígnese V. M. tenerlas por presentadas y resolver lo que mejor convenga a la Corona y al país.

El Rey contestó que como el Gobierno contaba con la confianza de su augusta madre, se complacía en reconocérsela, rogando al Presidente y a los ministros que continuaran en sus puestos.

Inmediatamente el Presidente y los ministros prestaron juramento, retirándose a un salón mientras los Reyes celebraban la recepción de despedida.

Cuando ésta hubo terminado, el Gobierno celebró Consejo, presidido por el Rey.

Don Alfonso manifestó a los consejeros su propósito de recibir a los ministros y celebrar Consejo en la misma forma y días que lo había venido haciendo su augusta madre. Se mostró también muy complacido de las calurosas muestras de afecto que le habían hecho las Cortes y el pueblo, expresándose en términos de profundo reconocimiento.

Sagasta le contestó que en los muchos años de su vida pública, no recordaba haber presenciado espectáculo tan hermoso como el dado por las Cortes y el pueblo el día de la Jura.

•••

La popular revista «Blanco y Negro publicó en aquellos días de la Coronación, el siguíente e interesantísimo decálogo del Rey Constitucional:

I. Amar a su Patria sobre todas las cosas.— Sagasta.

II. No engañar al pueblo con falaces progr­mas. — Romero Robledo.

III. Para todo buen republicano, la mejor obra de los Reyes consiste en santificar desde las alturas el Poder, imperio de la voluntad nacional. — Melquíades Alvarez.

IV. Renovar con creces solamente las virtudes y glorias de sus mayores, honrándolas como a la semilla el fruto. — Maura.

V. No matarás el sentimiento de la libertad y tendrás el amor del pueblo. — Vega Ar-mijo.

VI. Ser el primero en pureza de costumbres.— Dato.

VII. No hurtarás la felicidad de la Patria, si amas la libertad y cumples y haces cumplir las leyes. — Montilla.

VIII. Si la primera condición de un hombre de Estado es la lealtad, en un Rey constitucional es requisito indispensable. — Weyler.

IX. Confiar sin vacilaciones en el buen sentido del pueblo. Acudir a él constantemente y hacerle ver con claridad y exactitud cuáles son sus intereses, que las disputas de los políticos frecuentemente le obscurecen—Mo-ret.

X. No desearás territorios sin que te asista la justicia y el derecho. — López Domínguez.

 

NUEVO REGIMEN DE VIDA

La elevación al Trono de Don Alfonso XIII inauguró una etapa completamente nueva en la vida del Monarca. Se levantaba entre siete y siete y media de la mañana. En el aseo de su persona invertía escasamente media hora. Tomaba el desayuno acompañado de su augusta madre y de su hermana la Infanta María Teresa y, después de un rato de conversación familiar, entraba en sus habitaciones particulares. Durante una hora conferenciaba con los que habían sido sus profesores, cuya ense­anza, aunque no con el carácter de lección, seguía recibiendo.

Su despacho comenzaba de diez y media a once.

Recibía al comandante de alabarderos para darle el santo, al mayordomo mayor señor duque de Sotomayor, al intendente señor marqués de Borja y a algunos otros jefes superiores de Palacio, a los que tenía que dar órdenes especiales.

Después recibía a los dos ministros que cada día iban a Palacio, excepto los sábados, en que concedía audiencia, y los jueves, en que despachaba con el Consejo en pleno.

Los sábados asistían a la audiencia del Rey, además de las personas que solicitaban esta gracia, gran número de las que por su condición tienen entrada en el Real Palacio, como políticos, gentiles hombres, generales, caballeros del Toisón, etc.

A la una almorzaba, acompañado de la real familia. Solían estar invitados a la real mesa, el jefe del cuarto militar, el ayudante de guardia y algún otro funcionario palatino.

Después del almuerzo, invariablemente consagraba una o dos horas al ejercicio y al paseo. Acompañado del ayudante de guardia, el jefe del Cuarto militar y alguno de los que fueron sus profesores, a caballo o en carruaje, dirigíase a la Casa de Campo o a El Pardo.

Como la equitación y la caza constituían sus dos recreos favoritos, o salía pertrechado con armas y bagajes, para cobrar unas cuantas piezas en los montes de El Pardo, o jinete en uno de sus caballos favoritos para correr y saltar a su antojo. Cuando iba de caza, agregábase a su comitiva el primer montero de Espinosa, señor conde de San Román.

Si el tiempo estaba muy malo y no podía salir, jugaba una partida de billar después del almuerzo, generalmente con el ayudante de guardia o el jefe del Cuarto militar.

Después del paseo o de la partida, despachaba los asuntos urgentes, caso de haber alguno que no debiera aguardar al despacho ordinario de la mañana. Luego consagraba un rato al ejercicio de la esgrima con los jóvenes aristócratas con quienes en su niñez hacía ejercicios militares en el Campo del Moro.

Hasta la hora de comer invertía la hora u hora y media que le quedaba libre, en leer periódicos y revistas ilustradas, nacionales y extranjeras, o en análogas distracciones.

Aun cuando un negociado especial tenía la misión de coleccionar diariamente cuanto de los periódicos podía interesar al soberano Alfonso XIII no se conformaba con estos extractos de la Prensa, y solía leer por sí mismo los periódicos políticos y literarios, concediendo gran atención a esto deber, mediante el cual adquiría un exacto conocimiento de la marcha de los asuntos públicos, de las necesidades y aspiraciones del país y de las demandas de la opinión; y pudiendo formar el claro juicio que su viva inteligencia le permite, hacía indicaciones a su Gobierno en el sentido que creía más justo.

Comía de siete a ocho y sentaba a su mesa al jefe del Cuarto militar, jefes de parada y de la Escolta, comandante de Alabarderos, grandes de España, gentilhombre de guardia y algún alto empleado de Palacio .

A la comida solían asistir los Príncipes de Asturias y la Infanta Isabel.

Después de jugar una partida de billar o ajedrez con el Príncipe o con uno de los invitados, retirábase a sus habitaciones de diez a once, para descansar, excepto los días que asistía a la función de algún teatro, lo que hacía con escasa frecuencia.

Esta fue la vida que inauguró Don Alfonso XIII a raíz de su elevación al Trono.

 

LOS AMORES REGIOS

Cómo empezó el idilio. — La Princesa Ena de Battenberg. — Entrevista en la villa Mouriscot. — Los arbolitos del amor. — La novia pisa tierra española. — La profecía del padre.

 

A poco de haber regresado Don Alfonso de sus viajes del extranjero, comenzóse a asegurar que las excursiones del Monarca a Alemania y a Austria tendrían un epílogo interesante. Y estos rumores fueron acogidos por la Prensa.

Un personaje que frecuentaba las Cortes de Europa dijo a un periodista:

—Los que estuvimos en Londres cuando Don Alfonso XIII visitó aquella capital; los que asistimos a las fiestas de Palacio, vimos pronto que el Rey de España había fijado sus ojos en la Princesa Ena de Battenberg, y que ésta miraba con mal disimulado interés al joven Monarca.

Después, Don Alfonso XIII escribió desde Madrid a Londres, y desde Londres fueron cartas al Palacio Real de Madrid. Los amores regios comenzaban espontáneos, y el intuido diplomático se enteraría de ellos, cuando dos corazones estuvieran ya completamente unidos.

España no perdería nada con tener una Reina de raza anglosajoña. En este caso, por venturosa coincidencia, la Princesa Ena representaba las simpatías de dos grandes pueblos, por ser hija de un Príncipe alemán, el Príncipe Enrique, y de una Princesa inglesa, la Princesa Beatriz.

El día 24 de Enero de 1906 por la mañana, marchó a San Sebastián Don Alfonso, acompañado del marqués de Pacheco, del conde del Grove y del marqués de Viana.

El 25 llegó a la capital donostiarra. No concedió audiencia ni celebróse ningún acto oficial.

Partió en seguida para Biarritz, con objeto de visitar a la Princesa Ena en la villa Mou riscot.

Cerca de las diez y media llegó el augusto viajero a la villa Mouriscot, y su automóvil penetró en el jardín, deteniéndose junto a la escalinata.

En ésta aguardaba al Soberano el Príncipe Hannover.

En la «serre» le recibieron el Príncipe Alejandro de Battenberg y la alta servidumbre de la Casa de los Príncipes.

En un salón del Palacio se hallaban las Princesas de Hannover v de Battenberg.

Al entrar Don Alfonso, y después de los saludos y presentaciones, el joven Soberano entabló conversación con las tres damas, abandonando la estancia las demás personas, en la que, por último, quedaron las Princesas Beatriz y Ena y Don Alfonso.

La conferencia duró largo rato.

Durante esta entrevista, el Rey pidió verbalmente, y sin otra ceremonia, la mano de su prometida a la Princesa Beatriz, y ésta se la concedió en el acto, expresando que lo hacía como madre y con autorización del Rey Eduardo, jefe de la Casa Real de Inglaterra.

Después fué invitado el Monarca a almorzar, en compañía de los Príncipes.

Unicamente el Soberano se sentó a la mesa de la familia.

Visita igual, la repitió el Rey los días 26 y 27. Este último día antes de sentarse a la mesa, Don Alfonso y la Princesa Ena rindieron tributo a una delicada costumbre inglesa, que consiste en que los novios planten dos arbolitos, que recuerden sus primeras entrevistas.

El acto revistió carácter de intimidad encantadora .

En hoyos abiertos en el jardín de la villa, fueron plantados por el Rey y la Princesa los arbolitos que harán mañana perdurable la memoria de las alegres horas de aquellos días.

Todos los presentes, al terminar la ceremonia, hicieron votos por que la conmemoración que se celebraba, fuese anuncio de dichas futuras.

Antes de la plantación, el Rey ofreció a su augusta prometida un precioso regalo: una cadena de oro con perlas, para el cuello, y pendiente de la cadena un corazón de brillantes.

El día 28 de Enero de 1906, San Sebastián se vistió de gala, para recibir la visita de la Princesa Ena, prometida de Don Alfonso XIII. La curiosidad del público por conocerla era extraordinaria. La fama de su belleza había llegado a todas partes, y merecía esta espectación.

Esta excursión de las Princesas a San Sebastián, se debió a una invitación especial de la Reina, deseosa, de corresponder a las atenciones de que era objeto el Rey en Mou- riseot. La familia invitada contestó que se complacía y que se honraba mucho aceptándola.

Aquella misma noche regresó Don Alfonso a San Sebastián, después de haber dejado a las Princesas en Mouriscot.

La profecía del Príncipe de Battenberg, padre de la Princesa, tenía exactísima confirmación. ¿No conoces, lector, esa profecía?

Te la contaremos, para final de este capítulo.

El Príncipe Enrique, aprovechando la escala en un puerto de España de un barco de guerra que mandaba, hizo una excursión a Sevilla, en 1885.

Allí halló, entre otros pliegos, uno que contenía algo que quería ser carta, y que, desde luego, con sus trazos inseguros y su redacción candorosa, era un pedacito del corazón de su hija Ena, palpitante de inocencia, y de amor filial. Y entonces, el infortunado padre, ignorante de que hablaba por última vez con su niñita rubia, forjó un proyecto, acarició una idea y escribió a su hija en un momento de exactísima visión del porvenir:

«Sé buena y quiere a tu madre. Si lo haces así siempre, cuando seas mayorcita viajarás. Vendrás a este precioso país de España. ¡Ya verás cómo te gusta y cuán feliz serás aquí!».

Un mes después, el Príncipe Enrique enfermo de fiebres, fallecía en alta mar, a bordo del «Blonde».

El día 11 de Marzo, víspera del regreso de los Reyes a la corte, procedentes de San Sebastián, se reunió en Madrid el Consejo de ministros y el presidente, señor Moret, dio cuenta a sus compañeros de haberle comunicado el Rey su proyectado enlace con la Princesa Victoria Eugenia, encargándole de participarlo al Consejo de ministros, para que éste lo pusiera en conocimiento de las Cortes.

Se acordó cumplir al día siguiente los deseos del Rey.

En la misma sesión leyó el ministro de Hacienda, don Amos Salvador, el proyecto de ley concediendo la asignación anual de 450.000 pesetas a la futura Reina.

 

LA BODA REGIA

El 31 de Mayo de 1906. — En la iglesia de los Jerónimos. — La bomba de Morral. — Los Reyes ilesos.

Entre auras de popularidad, pocas veces igualada, se celebró el 31 de Mayo de 1906 el matrimonio del Rey Don Alfonso XIII con la Princesa Victoria Eugenia de Battenberg.

Un sol espléndido abrillantaba la hermosura del espectáculo, y una alegría inmensa palpitaba en todas partes.

Las reales personas no cesaron de escuchar ovaciones durante todo el trayecto.

La comitiva de la Princesa llegó algo más tarde a la iglesia de los Jerónimos, que la de S. M. el Rey.

Una vez situados en sus respectivos reclinatorios los augustos contrayentes y sus padrinos la Reina madre y el infante don Carlos, el cardenal arzobispo de Toledo, revestido de pontifical, dió principio al acto, haciendo los requerimientos de ritual.

Terminados los actos religiosos los Reyes y su brillante séquito abandonaron el templo. 

La brillante comitiva regia avanzaba por la calle Mayor en dirección a Palacio.

La multitud, entusiasmada, redoblaba sus aclamaciones a los Reyes.

A las dos y veinte minutos pasaba la carroza regia por delante de la casa señalada con el número 88, y en aquel instante, estando el tiro de caballos delantero a la altura de la embajada de Italia, cayó de un balcón del cuarto piso de la citada casa, del balcón más próximo a la esquina de la calle Factor, un ramo de flores que vieron venir por el aire gran número de personas de las que ocupaban la tribuna quie había delante de la iglesia del Sacramento y de las que se hallaban en los balcones de las casas más inmediatas.

Chocó el ramo con las piedras de la calle, próximamente a la altura del juego delantero de la carroza regia por el lado que ocupaba la Reina Victoria, y en el acto se produjo una detonación enorme y se escuchó un grito general de angustia.

Terribles fueron estos instantes para todos los que ocupaban aquel trozo de la popular vía, y especialmente para los que se encontraban próximos a la carroza que ocupaban los Reyes.

Estos estaban ilesos. Minutos después entraban en Palacio.

NACE EL HEREDERO DE LA CORONA

Sucesión masculina. — Júbilo popular. — Presentación oficial.— El bautizo.— Amor de madre.

El fausto suceso que esperaba con ansiedad España entera, se realizó el día 10 de Mayo de 1907, en la forma más venturosa. Su Majestad la Reina Doña Victoria, dió a luz un Príncipe, y al júbilo del natalicio se unió el de la sucesión masculina, que colmó las aspiraciones públicas.

A la una, poco más o menos, izóse el pabellón nacional.

De la multitud salieron exclamaciones y aplausos.

—¡Niño! ¡Niño! ¡Un Príncipe! ¡Viva el Príncipe de Asturias!

A la una y cuarenta minutos se verificó la ceremonia oficial de la presentación, con verdadera solemnidad.

Su Majestad el Rey vistiendo uniforme del regimiento de Infantería del Rey número 1, de capitán general, con la insignia del Toisón y la banda de Carlos III, salió de la alcoba Regia, llevando en sus brazos una bandeja de plata repujada, sobre la que, descansando en precioso eestillo de mimbres, enguatado de blanco raso y adornado con ricos encajes, conducía al recién nacido, envuelto en finísimos paños.

El rostro del Monarca estaba radiante.

El Presidente del Consejo levantó el rico paño que cubría el débil cuerpo del recién nacido.

El bautizo del Príncipe se celebró el 18 de aquel mismo mes de Mayo, y se impuso al heredero de la corona el nombre de Alfonso.

Esta ceremonia fué muy solemne. Asistieron a ella varios Príncipes extranjeros en representación de sus Soberanos.

También fueron muy solemnes la ceremonia de la imposición de la Cruz de la Victoria al nuevo Príncipe y la entrega de mil doblas del Principado de Asturias.

Su Majestad la Reina, desde que se sintió en estado interesante, expresó su ardiente deseo de amamantar a su hijo, y ese deseo se realizó, en efecto.

Las madres españolas aplaudieron este hermoso rasgo de la Reina.

 

LO QUE TRABAJA SU MAJESTAD

De nueve a dos y media. — Las audiencias de S. M. — Cartas y libros.

 

Su Majestad el Rey de España trabaja incesantemente . Para demostrarlo, vamos a dar cuenta aquí de lo hecho por el Rey en un día tomado al azar.teniendo en cuenta que ese día ha sido uno de los menos atareados del Monarca.

Estamos a 30 de Enero de 1912.

Se levantó S. M. a las ocho de la mañana, se bañó, tomó su desayuno. estuvo unos instantes con sus augustos hijos, y recibió al Presidente del Consejo, es decir, empezó su hora de oficina. (Esta costumbre de cambiar impresiones a diario con el Rey fue costumbre establecida por el señor Maura).

La conversación con el Presidente del Consejo duró hasta las diez.

A las diez despachó con los ministros de Gobernación y de Hacienda, hasta las once; es decir, trabajó en la confección de Rea­les decretos, estudió estas disposiciones, estampó en ellas su firma.

A las once comenzó la más compleja, la más difícil de sus labores: la de recibir audiencias.

¿Alcanzáis el inmenso trabajo que esto supone? Estar hablando, hablando con una serie interminable de individuos que no traen banalidades ni zonzadas, sino cosas graves, o al menos de algún interés; enterarse de todo, opinar, dar un consejo, ofrecer un apoyo. sonreír, estar amable, bondadoso, no sentir cansancio; ser el misino siempre, es decir, la bondad, la indulgencia.

¿Queréis saber a quiénes recibió ese día Su Majestad?

Pues recibió a las siguientes personas: Al señor Díaz Moren, a la Comisión de Alicante que vino a Madrid para invitarle a las fiestas de aquella simpática población, a don Daniel López, a don José Lastra, a don Justo García San Miguel, a don José Tejero, a don Angel Aznar, al conde de Valdelagrana, a don Tomás Santín de Quesada, al vicealmirante señor Morgado, a Monsieur Martín, consejero de la embajada francesa; a don Eugenio Montero Ríos, al duque de Alba, al duque de San Pedro de Galatino, a don Javier Ugarte, al marqués de Bayamo, al marqués de Bondad Real y al señor Soto, cónsul de España en Zurich, y, por último, despachó con los jefes de Palacio.

A las dos y media terminó la hora de oficina para este funcionario modelo.

¡Y qué oficina! Despachar con el jefe del Gobierno, con los ministros y después ocuparse de asuntos tan complejos como le traerían esos militares, marinos, diplomáticos, periodistas, aristócratas, políticos que acudieron a verle y que de seguro no llegaron hasta su augusta presencia para tratar de cosas pueriles.

No terminó aquí la labor de ese día.

Almorzó el Rey, como dijimos, a las dos y media. Después se distrajo algún tiempo en la Casa de Campo. A las seis ya estaba de vuelta. Estuvo en familia tomando el té. A las seis y media recibía a Alejandro Pérez Lugín, redactor de La Tribuna con el cual habló largo rato, y de cuya entrevista hizo el señor Lugín un precioso artículo inaugural del popular diario.

Más tarde despachó el Rey con el señor Torres sus asuntos de secretaría, ocupándose de cosas particulares y de otras muchísimas relativas al bien público. Comió apresuradamente y acudió a un teatro.

Antes de acostarse, leyó y estudió un rato.

Hay días en que S. M. ha ido a almorzar a las cuatro y aun a las cuatro y media de la tarde.

Y hay días también en que este Soberano se acuesta de madrugada estudiando algún difícil pleito nacional, sin que por ello le falte ocasión de buscar en un libro, antes de reposar, conceptos útiles, experiencias amables, talento que llevar a su vida.

 

EL SASTRE DE SU MAJESTAD

En casa de Ranz. — Los trajes de Alfonso XIII. — Sus gustos. — Las medidas de un insigne cliente. — Otros detalles.

 

En la calle del Arenal, 11, hay una sastrería. Allí se hacen los uniformes del Rey. Su dueño se llama don Alberto Ranz.

—¡El señor Ranz? — preguntamos así que abrimos la mampara, y entramos en pleno establecimiento.

- ¿Qué desean ustedes? — interroga también, afablemente, un empleado.

—Ver al señor Ranz. Dígale usted que somos dos periodistas y que deseamos hablarle de un asunto.

A poco surge, amabilísimo, un hombre de aire decidido y simpático, dueño de la sastrería y confeccionador maravilloso de los reales uniformes; le exponemos nuestro propósito; y nos hace pasar al camarín de pruebas, donde tiene lugar el siguiente diálogo:

—¿Hace mucho tiempo que viste usted al Rey?

—Desde que dejó la nodriza. El primer trajeeito que le hice fué uno compuesto de una faldita plegada, yde una blusa marinera. Luego le hice varios trajes de montar cuando tenía cinco y seis años. A los ocho, hice el primer uniforme.

—Uniforme, ¿de qué!

—De la Academia de Infantería. Como ustedes saben llevó esa indumentaria hasta que fué coronado.

—Y ahora, ¿qué trajes le hace usted?

—Algunos de deporte, y todos, absolutamente todos los uniformes militares.

—¿Quién le hace los de paisano?

—Algunos, Peñalver.

—Y, diga usted, — interrogamos — ¿podemos saber con todos sus perfiles cómo se le hace un traje al Monarca?

Don Alberto Ranz, cada vez más amable, nos hizo una relación minuciosa:

—Cuando el Rey necesita que le hagan algún uniforme, recibo la visita de su ayuda de cámara, el cual así me lo manifiesta, indicándome de qué Arma y Cuerpo debo confeccionar la indumentaria.

—¿ Quién es el camarero de S. M. ?

—El señor Ilíjar, hombre viejo y fidelísimo. Un gran aragonés, nacido en Huesca. y antiguo servidor de la Real Casa... Recibo su visita, y con las medidas que ya tengo, corto el uniforme, dejándolo dispuesto para la prueba.

—Y ahora, señor Ranz, vaya usted contándonos todo el proceso de un traje real.

—Muy sencillo. Cuando lo tengo de prueba voy a Palacio y pido venia para hacer esa operación. Generalmente llego a las nueve de la mañana y cuando Su Majestad acaba de salir del baño.

—¿En qué habitación se realiza la prueba?

—En el propio cuarto de baño. Es una estancia espléndida y confortable, cerca de la alcoba.

—Y ¿lo recibe a usted siempre Don Alfonso ?

—Generalmente, sí. Algunas veces me hace volver a las seis de la tarde, a la hora del té. Entonces, paso al cuarto de vestir donde Moreno, otro ayuda de cámara del Rey, me espera.

—¿Quién es Moreno?

—Moreno fué escopetero del Rey, un hombre ágil, vivo. El Monarca, nervioso y resuelto, gustó mucho de aquel mozo avispado y lo hizo su criado familiar. Pero les seguiré contando... El Rey está siempre de buen humor. Hola, Ranz» — me dice afablemente. «¿Mucho trabajo?» «¿Ha hecho usted el uniforme de Fulano de Tal?» «¿Y el de Mengano ?» Es comunicativo y muy simpático Don Alfonso. La prueba dura poco tiempo. Ya me lo dice S. M. «Cuando este llanz acierta a la primera vez, tenemos uniforme. Si no, lo mejor es dejarlo».

—¿Es, paciente S. M. para la prueba?

—No. A lo sumo tolera dos. Una cuando está cortado el uniforme, y otra cuando está concluido.

—¿Tiene muchos uniformes el Rey?

—Una enormidad. Los tiene de todas las Armas y de todos los Cuerpos.

—¿Trabaja usted sólo para el Rey? ¿Hace usted los uniformes de otros personajes de la Real Familia?

—Los de casi todos. A S. A. el Príncipe de Asturias le llevo confeccionado ya tres uniformes: los tres de soldado de Infantería. Al infantito Don Jaime ya le he hecho dos de artillería.

Había terminado la conferencia.

 

EL REY Y SUS MINISTROS

Una entrevista con Romanones. — Los niños, no. — Un Rey atento y ejemplar. — Un rasgo.

 

Le habíamos escrito una carta al conde Romanones. «¿Me puede usted conceder unos minutos?» Vino pronta y amable la contestación : «El jueves a las doce en la Presidencia del Consejo».

Recibidos cordial mente e invitados a exponer nuestro deseo, dijimos:

—Señor Presidente, queremos saber algo del Rey.

Estaba más afable aún que de costumbre el jefe del Gobierno. Positivamente don Alvaro de Figueroa es un hombre seductor.

—Tengo dos rasgos del Monarca, muy representativos y de gran interés...

Miró hacia el techo como para recapitular, y dijo:

—Uno, se refiere al concepto que tiene de su rango. Yo, que pertenecí a su primer Gobierno, al de la coronación, pude observar la transición que se operó en el ánimo real así que hubo jurado. Cuando fuimos hacia el Congreso donde se había de celebrar la ceremonia, era Don Alfonso el niño mimado, sometido a prudente tutela, cautivo por la emoción del instante. Ah, pero así que hubo jurado, así que se vió Rey... —¿Qué? — interrogamos intrigadísimos. —Ya era otra persona. Había crecido ante sí mismo, comprendía la grandeza de aquel momento y la proporción de aquel paso. Al salir del Congreso se le acercó Sagasta, que ya estaba muy viejecito y que apenas se podía mantener sobre sus piernas temblonas, y le dijo: «Conste, Señor, que somos un Gobierno dimisionario». Se lo había dicho sinceramente, como podía habérselo dicho a su nieto. Pero el Rey, grave, consciente ya de su altísimo papel, respondió con aire que hablaba de madurez y de reflexión profunda : «Bueno, ya veremos lo que decido».

-¡Hermosa contestación en un mozo de dieciséis años! «¡Lo que decido!» ¡Era el Rey!

Asintió el Presidente con un gesto, y añadió :

Ratificaba poco después su confianza al Gobierno, jurábamos, y el Rey mismo nos indicó la conveniencia de celebrar Consejo. Y ¡ vaya si fue un Consejo cabal! Para todos los ministros tuvo su frase, sus preguntas oportunísimas, su investigación acertada, su afán, noble afán de enterarse, de discutir, de ser un verdadero Monarca consciente de sus deberes y derechos. Parecía un hombre de treinta años que llevase veinte ocupando el Trono. A Weyler le hizo infinitas preguntas sobre organización militar por la que se preocupó y preocupa grandemente.

—¡Magnífico concepto de sus obligaciones, más estimable aún en un joven de tan corta edad! — dijimos admirados. — Pero vamos al segundo rasgo advertido por usted en el ánimo real.

Recapacitó un momento el Presidente, y buscando, seleccionando sus palabras, cuidadoso de no deslizarse con exceso, respondió:

—¡La orientación amplia de su espíritu! ¿No le admira a usted? Nació Monarca. No pudo, como otros Príncipes, asomarse al mundo, vivir la inquietud como su egregio padre, aprender en el destierro lecciones de mundo. Ha sido educado en un Alcázar. Y, sin embargo, conoce al país, y está enterado de todo, y no adivina, por que sabe. A veces sorprenden sus observaciones. Dirírase que ha recorrido las calles disparado, que estuvo en la tribuna pública del Congreso, que ha ido a un casino, que buscó en los hogares pobres el alma de las muchedumbres tristes. Conoce, conoce muy bien a España — añadió el presidente. — Luego, permaneció pensativo, descubrió una frase y la formuló. — El gran ambiente de su nación ha ganado con su espíritu al ambiente, más pequeño aunque más exquisito, que le rodea.

—Y ahora, díganos, ¿cómo despacha S. M. con los ministros?

—Se lo diré con toda clase de perfiles. A las diez de la mañana va, invariable, a Palacio, el Presidente del Consejo; se detiene en la antecámara del regio despacho, y allí aguarda a que salgan los niños...

Pero al decir «niños», el Presidente se mordió la lengua y dió un puñetazo en el brazo de su butaca:

—¡Niños! ¡Si no se les puede ni debe llamar niños! ¡Maldita costumbre! Y es claro, ¡son tan bonitos y tan simpáticos, que llamándoles niños parece decírseles algo tierno y grato...! Pero, no, no, no... El otro día, ¡zas!, delante del mismo Rey se me escapó la dichosa palabrita, y hube de estar media hora repitiendo: «S. A. el Príncipe de Asturias. S. A. el Infante Don Jaime. S. A. la Infanta doña Beatriz». Pero, ¡en qué íbamos? »

—Ibamos en que salían los Infantes del regio despacho...

—Sí, cuando salen, el Presidente besa sus manecitas, y aciide u la Cámara real. El Monarca suele, deferente, aguardarle en la puerta.

iCómo es el despacho?

—Amplio y severo. Hay una mesa y una silla para el Rey, y otra, a su derecha, para el Presidente. Hay también una larga mesa donde se celebran los Consejos de ministros.

—Bueno, señor Presidente, ¿cómo se realiza el despacho diario con el Rey ?

Muy sencillo. El Monarca toma asiento en su butaca, tras de la mesa, mientras fuma incansablemente.

—¿ Y los Consejeros?

—No deben fumar ante S. M. Es irrespetuoso. Aunque esto no reza conmigo porque yo no fumo en parte alguna. Pero, le seguiré explicando... El Presidente se acomoda a la derecha del Rey y entonces empieza la conversación.

—Conversación que será interesantísima...

—¡Oh, figúrese usted! El Presidente le hace un resumen de todos los acontecimientos mundiales de interés que han ocurrido du­ante el día, los comenta, propone ideas que se aeptan o que se rechazan.

—¿Rechaza el Rey alguna proposición?

—Rara vez. Es constitucional y un modelo. Pero cuando, por espíritu patriótico, no le agrada cualquier insinuación, dice: Lo pensaré. Lo meditaré. Si no vuelve a hablar del asunto, un presidente discreto lo imita.

—Y diga usted, ¿propone el Rey alguna orientación personal?

—Orientaciones, no. Insinuaciones, sí. El Rey estudia mucho, se preocupa mucho, ama idolátricamente a su nación, y vela por su bien. Está, además, enterado de todo. Antes de recibir al Presidente ha leído toda la Prensa importante de España, y parte de la extranjera, especialmente la francesa, la inglesa y la alemana.

—¿Lee toda la Prensa, incluso la enemiga del régimen!

—Sí. El Rey quiere compulsar todos los latidos, asomarse a todas las opiniones.

—¿Dura mucho la conversación!

—Tina hora generalmente. A las once entran los dos ministros de turno...

—¿Dos! No despacha uno sólo jamás!

—Por regla general, no. Solo no despacha más que el Presidente. Y mire usted..., es una buena costumbre. Así tiene siempre la intriga de algún cortesano, testigo...

—Muy constitucional y muy inteligente, usted sus interesantes manifestaciones. Dimos con entusiasmo. Díganos, ¿en qué orden despachan los ministros!

—Verá usted. El de Estado y el de Gracia y Justicia, los lunes: el de Hacienda, y el de Gobernación, los martes; el de Guerra, y el de Marina, los miércoles; el de Fomen­to y el de Instrucción Pública, los viernes.

—¿Y los jueves?

—Hay Cousejo de Ministros.

—¿ Y los sábados ?

—Sólo despacha con el presidente.

—Y diga usted, ¿se entera escrupulosamente de los decretos sometidos a su firma?

——Los lee despacio, meditándolos a conciencia. Los ministros debutantes se suelen asustar de tanto celo.

—¿Y los devuelve sin firmar alguna vez?

—No. Antes de llevarle un decreto a la firma, ya el Presidente, en su diario despacho, explora el ánimo real.

—¿Hace objeciones alguna vez?

—Con mucha frecuencia. El Rey, repito, está enterado de todo. Hablan con él sus cortesanos, los gentileshombres, sus íntimos. Recibe, además, en audiencia, a infinitas personas. Y así, investigando, compulsando, no ignora nada...

—¿Habla con personajes políticos de afuera del Gobierno?

—Con mucha frecuencia también. Pero no se calla los motivos de conversación, sino que se los expone al Presidente del Consejo. Cuando le visita Maura al día siguiente el Rey tiene la deferencia de referirme el resultado de la entrevista. Es una práctica eminentemente constitucional que S. M. sigue con verdadero escrúpulo.

—Hablemos ahora de los Consejos de ministros.

—Se celebran los jueves, aparte de los extraordinarios, y en la mesa larga de que antes hablé. Preside S. M. A la derecha está la cartera del Presidente, y a la izquierda la del ministro de Estado. Cuando se sienta el Rey, que suele hacerlo tras de charlar con todos afablemente, lo imitamos. Entonces el Presidente del Consejo pronuncia un discurso de carácter general, abordando todas las cuestiones palpitantes. Canalejas era extenso y florido. Según Gimeno, sus discursos ante el Rey han sido los mejores que pronunció en su vida. Yo soy pareo. Generalmente no duran mis discursos más de media hora. Después, si tienen algo que oponer, hablan los ministros.

—¿Interroga alguna vez el Monarca!

—Sí. Con frecuentes observaciones, sobre todo, acerca de política internacional y de organización militar, de cuyas cuestiones está enteradísimo.

Para terminar, nos dijo:

—¿Quiere usted una anécdota del Rey cuando era niño!

—¡No la hemos de querer!

—Estaba S. M., que tendría entonces nue­e o diez años, en clase de gimnasia de la que era sil profesor un vallisoletano. Don Marcos Ordás. Hallábase también presente el Señor Loriga, preceptor del Monarca. «Suba V. M. al trapecio»—le había indicado el profesor.—El Rey había cumplido la orden. «Salte, salte V. M.»—añadió el maestro. —Pero el augusto niño no hizo caso. Entonces, el Señor Loriga, para animarlo, exclamó : «Salte, salte V. M. No tenga miedo.» Y el Rey, impetuoso, se tiró, del trapecio de cabeza, y se hizo algunas lesiones, por fortuna, leves. Cuando le preguntaron por qué se había tirado del trapecio, contestó: «Yo no sabía saltar; pero me dijeron que no tuviera miedo, y el Rey no tiene miedo nunca.»

 

LOS GOBIERNOS DE ALFONSO XIII

Relación de los Gobiernos y numeración de los Ministros que ha tenido hasta ahora Don Alfonso XHI.—Cifras aterradoras.

 

Antes de jurar Don Alfonso XIII la Constitución de la monarquía española, estaban los liberales en el Poder y formaban el Gobierno siguiente:

Presidencia, Sagasta: Estado, duque de Almodóvar; Gracia y Justicia. Don Juan Montilla: Guerra, Weyler: Marina, duque de Veragua; Hacienda. Rodrigáñez; Gobernación. Moret; Instrucción Pública, Romanones; Agricultura, Canalejas.

Una vez posesionado el Monarca otorgóle su confianza al Gobierno, pero éste corroído por luchas intestinas, y tras la disidencia de Canalejas al que sustituyó Don Félix Suárez Inclán, y tras de una crisis parcial ocurrida el 10 de Noviembre de 1902 en la que salieron Montilla, Rodrigáñez y Suárez Inclán sustituyéndoles López Puigcerver, Eguilior y Don Amós Salvador, hizo crisis total el Gabinete en 6 de Diciembre, siendo llamado por el Rey el partido conservador.

La segunda Presidencia bajo Don Alfonso XIII la ocupó Silvela quien nombró el famoso Gobierno de altura en la siguiente forma:

Presidencia, Silvela; Estado, Abarzuza; Gracia y Justicia, Dato; Guerra, Linares Marina, Sánchez Toca; Hacienda, Villaverde; Gobernación, Maura; Instrucción Pública, Allendesatazar; Agricultura, marqués del Vadillo.

El Gabinete presentó la dimisión en 18 de Julio por desacuerdo sobre la oportunidad de llevar el proyecto de creación de escuadra a las Cortes.

Aceptada la dimisión por el Rey nombró Presidente del Consejo a Villaverde, quien tomó posesión el día 20 de Julio, formando el Gobierno siguiente:

Presidencia, Villaverde; Estado, Conde de San Bernardo; Gracia y Justicia, el Sr. Santos Guzmán; Guerra, Don Vicente Martitegui; Marina, Cobián; Hacienda, Besada; Gobernación, García Alix; instrucción Pública, Bugallal; Agricultura, Gasset.

Se retiró durante esta etapa Silvela a la vida privada.

Como resultado de una viva campaña republicana en el Congreso contra Villaverde, y de la actitud de gran parte de la mayoría que se unió a Don Antonio Maura, presentó la dimisión el Gobierno el 5 de Diciembre, siendo nombrado Maura Presidente del Consejo de Ministros.

Este fue el cuarto Gabinete, constituido así:

Presidencia, Maura; Estado. Rodríguez San Pedro; Gracia y Justicia, Sánchez Toca; Guerra, Linares; Marina, general Ferrándiz; Hacienda, Osma; Gobernación. Sánchez Guerra; Instrucción Pública. Domínguez Pascual; Agricultura. Allendesalazar.

El Gobierno del señor Maura dimitió por estar en desacuerdo con el Monarca acerca del nombramiento de jefe del Estado Mayor Central. Cayó del Poder el día 16 de Diciembre de 1904.

Formó el quinto Gobierno Don Marcelo de Azcárraga con el siguiente personal:

Presidencia. Azcárraga; Estado, Aguilar de Campoó; Gracia y Justicia, Ugarte; Guerra, Villar y Villate: Marina. Cobián; Hacienda, Don Tomás Castellano; Gobernación, Vadillo; Instrucción pública. La Cierva; Agricultura, Don José de Cárdenas.

El general presentó la dimisión por disensiones habidas entre la mayoría conservadora.

Formó el sexto Gobierno Villaverde el día 26 de Enero de 1905 de la siguiente manera: Presidencia. Villaverde; Estado, Villarrutia; Gracia y Justicia, Ugarte; Guerra. Martitegui; Marina, Cobián; Gobernación, Besada; Instrucción pública, La Cierva; Agricultura, Vadillo.

El Gobierno fué derrotado al solicitar en el Congreso un voto de confianza, presentando la dimisión en 20 de Junio.

Llamados al Poder los liberales formó Don Eugenio Montero Ríos, en 23 de Junio, el séptimo Gobierno siguiente:

Presidencia: Montero; Estado, Sánchez Román; Gracia y Justicia, González de la Peña; Guerra, Weyler; Marina, Villanueva; Hacienda, Urzáiz; Gobernación, García Prieto; Instrucción pública, Don Andrés Mellado; Fomento, Romanones.

Como resultado de unos alborotos militares en Barcelona dimitió éste siendo nombrado Presidente del Consejo Don Segismundo Moret.

He aquí el octavo Gobierno que formó el 1º de Diciembre de 1905:

Presidencia, Moret; Estado, Almodóvar del Río; Gracia y Justicia, García Prieto; Guerra, Laque; Marina, Concas; Hacienda, Amos Salvador; Gobernación, Romanones; Fomento, Gasset; Instrucción pública, Santa María de Paredes.

No puestos de acuerdo los liberales acerca de la fecha en que se debíain convocar las Cortes, dimitió Moret el día 8 de Julio de 1906, siendo nombrado presidente el general López Domínguez.

Noveno Gobierno: Presidencia. López Domínguez; Estado, Gullón; Gracia y Justicia, Romanones; Guerra, Luque; Marina, Alvarado; Hacienda. Navarro Reverter; Gobernación, Dávila; Fomento. García Prieto; Instrucción pública, Gimeno.

«El papelito» de Moret, llevado por Alba a la Cámara regia, derribó al Gobierno en 30 de Noviembre.

Décimo Gobierno:

Presidencia, Moret; Estado, Pérez Caballero; Gracia y Justicia, Barroso; Guerra, Luque; Marina, Alba; Hacienda, Don Eleuterio Delgado; Gobernación. Quiroga; Fomento, Gasset; Instrucción pública. Borbolla.

Este Gobierno vivió sólo unos días.

Undécimo Gobierno constituido en 4 de Diciembre:

Presidencia, Vega Armijo; Estado, Pérez Caballero; Gracia y Justicia. Barroso; Guerra, Weyler; Marina, marqués del Real Tesoro; Hacienda. Navarro Reverter; Gobernación, Romanones; Fomento, Don Francisco Federico; Instrucción pública. Gimeno.

Deshecho el partido liberal, son llamados en 25 de Enero de 1907 los conservadores.

Duodécimo Gobierno:

Presideneia, Maura: Estado, Allendesalazar; Graeia y Justicia, Figueroa; Guerra, general Loño; Marina. Ferrándiz; Hacienda, Osma; Gobernación, La Cierva; Fomento, Besada; Instrucción pública, Rodríguez San Pedro.

Este Gobierno fuó derribado por «el bloque de las izquierdas» en 21 de Octubre de 1909.

Gobierno décimotercero:

Presidencia, Moret; Estado, Pérez Caballero; Gracia y Justicia, Martínez del Campo; Guerra, Luque; Marina, Concas; Hacienda, Alvarado; Gobernación, el propio Moret; Fomento, Gasset; Instrucción pública, Barroso.

Luchas interiores de partido dieron al traste con el Gabinete en 9 de Febrero de 1910, siendo nombrado Presidente Don José Canalejas.

Gobierno décimocuarto:

Presidencia, Canaljeas; Estado, García Prieto; Gracia y Justicia, Ruiz Valarino; Guerra, Aznar; Marina, Arias de Miranda; Hacienda, Cóbián; Gobernación, Merino; Fomento, Calbetón; Instrucción pública, Romanones .

Asesinado Canalejas en 12 de Noviembre de 1912, y tras de una presidencia interina de García Prieto, fué nombrado jefe del Gobierno el conde de Romanones, quien juró el día 14.

Gobierno décimoquinto:

Presidencia, Romanones; Estado, García Prieto; Gracia y Justicia. Arias de Miranda; Guerra, Luque; Marina, Pidal; Hacienda, Navarro Reverter; Gobernación, Barroso; Fomento, Villanueva; Instrucción pública, Alba.

Aniquilado el partido liberal a fines de Noviembre de 1913, llamó el Rey a los conservadores, y por no aceptar Maura el poder, fue nombrado el Señor Dato Presidente del Consejo, quien juró con el Gobierno siguiente: Presidencia, Dato; Estado, Lema; Gracia y Justicia, Vadillo; Hacienda, Bugallal; Gobernación, Sánchez Guerra; Guerra, Echagüe; Marina, Miranda; Fomento, Ugarte, e Instrucción pública, Bergantín.

Cayó Dato en una discusión sobre un proyecto de ley modificando el Estado Mayor Central y subió Romanones con este ministerio : Presidencia, Conde de Romanones; Estado, Villanueva; Gracia y Justicia, Barroso; Guerra, Luque; Marina. Miranda; Ha-cienda, Urzáiz; Gobernación, Alba; Instrucción Pública, Burell; Fomento, Amos Salvador.

Ha tenido, pues, S. M. el Rey Don Alfonso, hasta ahora en que trazamos estos sucintos d atos biográficos, los siguientes ministros, contando las crisis parciales:

Presidentes conservadores:

Silvela, Villaverde, Maura, Azeárraga, Villaverde (segunda vez), Maura (segunda vez), Dato. Total cinco.

Presidentes liberales:

Sagasta, Montero Ríos, Moret, López Domínguez, Moret (segunda vez), Vega Armi- jo, Moret (tercera vez), Canalejas y Roma-nones. Total siete.

Ministros conservadores:

Abarzuza, Dato, Linares, Sánchez Toca, Rodríguez San Pedro, Allendesalazar, Vadillo, San Bernardo, Santos Guzmán, Martitegui, Cobián, Besada, García Alix. Bugallal, Gasset, Ferrándiz, Osma, Sánchez Guerra, Domínguez Pascual, Figueroa, Aguilar de Campoó, Ugarte, Villar y Villate, Castellano, La Cierva, Cárdenas, Villaurrutia, Cortozo, Lorio, Primo de Rivera, Sánchez Bastillo, Lema y Bergamín. Total 33.

Ministros liberales:

Almodovar del Río, Montilla. López Puigcerver, Weyler, Veragua, Rodrigáñez, Eguilior, Moret, Romanones, Canalejas, Suárez Inelán, Salvador, Sánchez Román, Gnilón, González de la Peña, Urzáiz, Eehegaray, García Prieto, Mellado, Pérez Caballero, Celleruelo, Concas, Quiroga, Gasset (hecho liberal), Santa María de Paredes, San Martin, Alvarado, Navarro Reverter, Dávila, Jimeno, Barroso, Alba, Delgado, Borbolla, Real Tesoro, de Federico, Martínez del Campo, Valarino, Arias de Miranda, Aznar, Pidal, Cobián (hecho liberal). Merino, Alonso Castrillo, Calbetón, Villanueva, Burell, López Muñoz y Ruiz Jiménez. Total 49.

¡ Triste país en el que se suceden en su gobernación tantos hombres!

 

LO QUE SE GASTA EN PALACIO

La lista civil. — Gastos de la Real casa. — ¡16.000 personas!

 

La familia real cobra del Presupuesto general del Estado la cantidad anual de pesetas 8.250.000.

He aquí algunos de sus gastos.

Obras de reparación y de mejora en los edificios y jardines del Patrimonio (promedio de lo gastado en los diez últimos años), 1.425.000.

Gastos de las Administraciones Patrimoniales (incluidas las obras), 1.294.000 pesetas.

Personal de la Real casa, 1.620.000 pesetas.

Gastos de la Inspección general de los Reales Palacios, 1.284.000.

Reales Caballerizas (incluidos los gastos de personal), 993.000 pesetas.

Viajes y jornadas, 700.000 pesetas.

Beneficencia, 845.000 pesetas.

Además de los gastos mencionados hay otros muchos que, aunque importantes, son de menor cuantía en comparación con los relacionados, tales como la compra y reparación de mobiliario, adquisición de material de todas clases y otros análogos.

He aquí, ahora, la relación de las personas que viven a costa de la Familia Real. ¡Todo un pueblo!

Hay los siguientes individuos:

En Madrid .... 942 empleados.

En Aranjuez ... 463

En la Casa de Campo ... 306

En el Pardo ... 246

En San Ildefonso .... 534

En San Lorenzo ... 77

En Sevilla .... 175

Reales Obras.—Vienen a satisfacerse por esta dependencia unos 97.926 jornales al año, que dan un promedio diario de 268 

Se abonan, además, miles de jornales, con motivo de las labores de siembra, cultivo, recolección, etc., que pueden calcularse en 200 diarios

Total... 3.211

Resulta, por tanto, que de la consignación deSu Majestad viven 3.200 familias que, a cinco individuos por familia, dan un total de 16.000 personas, esto sin tener en cuenta los millares de ellas, las casas de comercio, industriales, fabricantes, etc., etc., que obtienen grandes beneficios con los considerables pedidos de materiales que se adquieren para las obras de entretenimiento y mejora de parques, jardines, edificios y fincas en general.

Las 256 familias que dependen de las Reales Caballerizas, disfrutan el emolumento de casa, abonándose, a los que no tienen cabida en el edificio, una cantidad mensual para pago de alquileres.

Todos los empleados de la Real Casa go­zan también del emolumento de médico y botica.

En La Granja se ha rescatado casi todo el Patrimonio, habiéndose tenido que anular las ventas hechas por la Revolución y que han costado millones de pesetas. El pinar de Balsain, hubiera perecido a manos de amortizadores, si no hubiera sido rescatado a tiempo. Las talas se hacían sin orden, sin amor al árbol, amenguando aquella riqueza y aquella hermosura.

Ha realizado también el Patrimonio las siguientes mejoras: Construcción de casetones en la pradera de Balsain; taller de aserrín mecánico; camino de la Cruz de la Gallega; camino de la Cueva del Monje; alumbrado eléctrico; enormes y costosísimas obras en Palacio; protección para el resurgimient de la fábrica de cristales (esto se debe a la personal iniciativa del Rey ; transformación de los jardines, habiéndose hecho el bosque franqueable para el público.

En el Escorial no ha realizado menos importantes mejoras el Real Patrimonio. Se han restaurado los claustros bajos, que antes estaban llenos de letreros y que fueron deteriorados por las tropas de Napoleón; se ha restaurado también el techo de la Biblioteca que estaba comido por el salitre; se ha dotado de puertas al Palacio y de órganos al templo.

En 1885 se creó, con la cooperación de los Agustinos, el Colegio de Alfonso XII, y luego la Universidad, llamada Colegio de estudios superiores de María Cristina. Como de todos es sabido, el Colegio es uno de los centros docentes más cultos y modernos de España, y está costeado por la Intendencia Real. Hace algunos años se quemó parte del Colegio, habiendo costado 50.000 duros reponer los perjuicios. También costó, no poco dinero repoblar un bosque que fue incendiado por los rayos. Un ministro de entonces (y en esto se ha adelantado muy poco en España) achacó a Felipe II la causa de aquella hecatombe, «por no haber tenido la previsión de colocar pararrayos en el Real Patrimonio».

Tambien se han construido múltiples caminos, y se ha ensanchado el vaso de la presa.

Las habitaciones de Felipe II están siendo completamente restauradas y vueltas a su primitivo estado, gracias a unos planos de Juan de Herrera dados a conocer por Jehan Lkermite, criado flamenco del gran Austria. Estas habitaciones constituirán un divino museo y será una de las joyas arqueológicas de nuestra nación.

En Aranjuez se ha restaurado la casita del Labrador que se la llevaba el río, y que ha costado una suma fabulosa; se han construido nuevos techos en Palacio: se han arreglado los jardines, especialmente el de la Isla; se han metido en cultivo infinitos sotos, proporcionándoles abundantes riegos. Merced a la iniciativa Real, hay en Aranjuez doce larguísimas calles arboladas.

Y así todo. Vése la mano generosa de una Casa magnífica, que gasta sus rentas en mejorar lo que constituye el recreo y el orgullo de España.

 

EL REY INTIMO

Lo que come el Rey. — Lo que fuma el Rey. —Su vida íntima. — El hambre de S. M.— Algunas anécdotas.

 

Se dice del Rey que come exageradamente. Nosotros hemos leído en un libro francés «La longevidad a través de los siglos» una relación bastante exagerada acerca de la comida real.

El Rey, hombre de 30 años, que trabaja largo, que hace una vida activísima y que goza de excelente salud, come bastante, pero tampoco de una manera excesiva.

Por la mañana desayuna café con leche y pan tostado con manteca. Alguna vez, muy rara, toma a las once algún emparedado y una copa de Jerez. A las dos almuerza varios platos. A las seis merienda y toma el té. Come de noche con menos apetito que al mediodía.Como particularidades en su gusto puede afirmarse que prefiere la comida españolaa todos los platos extranjeros, y que no repara demasiado en el condimento. Ja- mas encuentra sosa, salada, amarga, dulce, una vianda. Yanta hombruno, juvenil, para reparar sus fuerzas prodigadas en el ejercicio físico y en el intelectual.

Le gusta mucho comer entre militares y guisos cuarteleros. En alguna ocasión, con motivo de ser el Príncipe de Asturias soldado del Regimiento de Infantería del Rey, le ha dicho repentinamente a algún ayudante:

—Vámonos a almorzar al Regimiento. Pero que no se le avise al coronel. Deseo almorzar lo que haya.

Las paellas hechas en el campo son una de las cosas por las que siente predilección verdadera.

El cocinero de S. M. se llama Marechal. Es francés y ha estado al servicio del. duque de Alba.

La cocina, teniendo cu cuenta no sólo la mesa real, sino el sinnúmero de personas, entre cortesanos y servidores que comen en palacio, cuesta de 60.000 a 70.000 pesetas mensuales. La cocina arde constantemente desde las siete de la mañana hasta la una de la noche.

El «chauffeur» de confianza de S. M. llámase Antonín. Tiene varios ayudas de cámara, que ganan 3.000 pesetas y propinas, y agasajos frecuentes. Estos ayudas de cámara, que se llaman Jorge, Moreno, Palomar, arreglan las habitaciones íntimas del Soberano y preparan su ropa. El Rey, sin embargo, se viste solo, no gustándole que le pongan una sola prenda. En vestirse tarda minutos S. M. Nervioso, vivacísimo, no tiene paciencia, idiosincracia de hombre afectado. Es limpio y ágil, fragante y masculino.

El Rey fuma incansablemente cigarrillos emboquillados, de tabaco español. También fuma cigarrillos turcos. Cigarros puros no los fuma sino muy rara vez.

S. M. duerme poco, pero duerme muy bien, apaciblemente, sin despertar jamás. En el tren duerme con facilidad suma, por lo cual prefiere hacer de noche sus viajes. No extraña la cama. Duro, juvenil, con piel de soldado, coge el sueño en cuanto se lo propone y donde sea. Durante sus cacerías ha dormido alguna vez sobre unas mantas.

Don Alfonso tiene un gran sentido estético y una enorme cultura artística. A la música no es muy aficionado. Dice que no tiene oído m ás que para las marchas militares.

El Rey es elegante, sin afectación en su indumentaria. Tiene una traza inconfundible de un aristoeracismo supremo. Vestido de uniforrne es todo un Monarca. La levita y el frac los lleva con sobria distinción. No es d ado a los perfumes. Su pañuelo huele muy ligeramente.

En la iglesia es S. M. modelo de austera devoción. A todo el que lo ha contemplado, admiró por su exacto conocimiento de la liturgia católica, y por la compostura respetuosa que guarda ante los oficios divinos.

Es risueño y cordialísimo. En la mesa lleva casi siempre la palabra, encantando a los circunstantes con el ingenio y la profundidad de sus palabras.

Cuando le dan una queja, por insignificante y aun pueril que sea, la atiende y procura complacer al justamente quejoso.

El papel en que escribe S. M. sus cartas particulares es de una elegancia inaudita. Las cruces de las cuatro órdenes militares como membrete, sin otro adorno ni otro símbolo. Es un papel que ha sido elogiado mucho en el extranjero por su noble seriedad. El papel de escribir y las tarjetas se las hace el señor Mira, el de la calle de Carretas. Su zapatero es el Señor Brete.

Juega alguna vez al billar, en Miramar sobre todo. Juega bien, mucho mejor que su abuelo Fernando VII, y no le ponen carambolas fáciles como a éste, pues muchas veces le ganan sus contrincantes la partida.

¿Qué tratamiento da el Rey a las demás personas?

A. las pertenecientes a la Real Familia les habla de tú en la intimidad, pero en documentos oficiales dales el tratamiento que les pertenece por su categoría. De usted habla a sus antiguos profesores, a los generales, a los políticos eminentes como a Maura, por ejemplo, y en general a toda persona de relevante posición social o de no suficiente confianza.

Concede el tuteo a quienes muestra particular simpatía. A los militares les habla generalmente de tú. Pero esto es sumamente complejo y no obedece a una ley general, sino a mil sutilezas de temperamento de individuo. A Romanones y al general Echagüe les habla de tú. Del tratamiento de Majestad que tiene por derechos de Rey, fuera de su augusta familia, no hace dejación nunca.

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He aquí algunas anécdotas del Rey, que e nos vienen a la punta de la pluma:

Son infinitas las que pudiéramos referir. Para deleite de los lectores contaremos algunas, de las más curiosas.

Hallándose una vez S. M. en Oviedo, mostróle el Rector de aquella Universidad. Señor Panella, un rudimentario aparato de telegrafía, de los que se usaron durante el siglo XIX. El Rey lo vió, y llamando a los periodistas que le acompañaban en su viaje, les dijo:

—Ya lo ven ustedes. Hace un siglo se sabían noticias en una hora. Hoy, con todos los aparatos modernos, se tardan veinticuatro.

Inútil será decir que sabida la frase, los funcionarios de Telégrafos, echaron el resto aquel día para demostrar así la utilidad de los modernos sistemas.

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Acababa de celebrarse una fiesta en la Capitanía general de la Coruña, y el Rey, que llevaba cuatro días en la hermosa población gallega, por lo que corría el rumor de que estaba enfermo, se detuvo unos instantes en la puerta.

El público como es natural se había arremolinado curioso. Entre la muchedumbre, un hombretón miraba fijamente hacia S. M.

—¿ Qué quiere usted? Por qué observa usted al Rey tan fijamente?—parece que le dijo un policía.

Y entonces, aquel hombre, a quien preocupaba sin duda la supuesta enfermedad real, replicóse, como si hablara consigo mismo:

—¡ Bah, bah... ! O que ten, es fame...

Llebaga el Rey a León en uno de sus famosos viajes realizados a poco de jurar la Constitución española, y se le preparaba alojamiento. Horas antes de llegar S. M., recibió el gobernador un telegrama cifrado que depía : «El Rey no duerme solo.» Figuraos los apuros del gobernador, loco en la tarea de descifrar aquel despacho...

De lo que se trataba, era de que S. M. tenía la costumbre de dormir cerca de su ilustre preceptor, señor conde del Grove.

Hasta que lo supo, el gobernador no sabía qué hacerse.

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De niño, y hoy y siempre, que el carácter no se pierde jamás, fue Don Alfonso gran amigo de la gente popular. En Santander trabó conocimiento con un «golfo» llamado Juan Antonio, que iba frecuentemente en la trasera del coche real, y a quien el Soberano daba cigarrillos.

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El periódico parisién «Revista Gráfica», editado en español, contó en su primer número algunas anécdotas del Rey, que por su Maravilloso interés reproducimos:

«Una tarde sorprendió a Don Alfonso una panne. Fué en una de esas carreteras toledanas. ilustres porque sobre ellas ha rodado toda la literatura picaresca española, en las llamadas carreteras de la muerte, y por donde han desfilado los bravos de los tercios y lugareñas de la Sagra que avanzan arrebujadas en sus faldas, vuelta sobre las greñas a modo de capucha, la pareja de la Guadia Civil, una caravana gitanos.

El rey y uno de sus palaciegos volaba por la carretera bajo la lluvia. De pronto, el estallido caracteristico y el involuntario patinar de la formidable máquina. Se apearon S. M. y su acompañante. Mientras el mecánico resolvía el problema que acababa de presentarse, los viajeros entraron a descansar en un ventorro que había allí cerca. Imagináos un interior lóbrego y que apesta a vino. Cierran el fondo unos toneles y hay por las paredes varias estampas religiosas. Un perro, de esos galgos color de pizarra que tanto seducen al pincel zuloaguesco, acude a olfatear las extrañas vestimentas de los desconocidos. En torno a una mesa que preside un jarro con el mosto que ya deseaba Berceo, se agrupan algunos obreros del campo, andrajosos, enjutos, muy graves, como hidalgos a quienes sobrase la riqueza. Nadie reconoce al Monarca. Por el contrario, al ver a los automovilistas detenidos en mitad de su carrera, dedícanse a maldecir del servicio público, y de juramento en juramento, en su inconsciencia, acaban por renegar del propio Rey, el cual, según dice el improvisado comité revolucionario, sólo cuida de que se mantengan las rutas de Segovia, las más frecuentadas por el coche real.

El Monarca escucha en silencio, y hasta convida, en estilo campestre, a una ronda. Aparece en esto el «chauffeur», se oye cómo trepida el motor, reanúdase la repentinamente rota velocidad. Los borrachos, los velazqueños borrachos le despiden en la puerta, bajo el ramo de pinocha simbólico.

Pocos días después, una muchedumbre de peones invade los desiertos lugares y comienza la reparación del camino. Es así cómo administraba y atendía su reino el antiguo califa, célebre por su prudencia.

Otra anécdota existe digna de la ternura c asi doméstica del «Amigo Fritz». Ocurrió en Francia, en el Sur. El Rey y otro cortesano, como el de la excursión por tierras de Toledo, se detienen a merendar en una hostería que luce en la puerta un gallo de metal. La apacible vieja y señora del castillo encantado suspende su labor de calceta, mira por encima de las gafas a los intrusos. Aquí no surge un galgo, sino un felino zalamero y runruneante, un gato de ojos de esmeralda. ¡ Ay, la pobre madama no aguardaba visita alguna, y en la despensa sólo se archivan unos huevos duros! El Rey los come, y pide más. La honorable anciana rebaña todossus armarios. Retorna con una latita de foiegras. El Rey la come. Igual que en el oso cuento de Daudet, el gato y la vieja piensan: ¡Qué tragón es este señor!... Y al cabo del tiempo Alfonso pasa de nuevo vestido de uniforme militar, escoltado, aclamado.

Otra vez la madama interrumpe su calceta y escucha el tumulto. El Rey la saluda desde lejos con la mano, y la pobre mujer palidece. Desde entonces siempre que, en uno de sus frecuentes viajes a Burdeos, pasa Don Alfonso por aquellos parajes, se asoma a la ventanilla y sonríe a la abuela, a quien ya avisaron de la llegada del tren y aguarda con su cofia y su paraguas rojo. El gato expresa su voluptuosidad frotándose contra las medias blancas de su ama.

Un día, distraído en un sendero de un bosque donde cazaba, sin oir las trompas que suenan a lo lejos, confundidas con el aullar de la jauría, se le aparece por detrás de unos madroños, una viejuca encorvada al peso de un haz de leña, como en un cuento de hadas, y como en otro cuento de hadas, el Rey ayuda a la anciana a transportar su carga bien- oliente hasta el chozo que humea en un collado. Y recibe sonriendo el premio de unos frutos que maduró el otoño. Quizás entonces, la reina visita enfermos pobres, según suele, y reparte sonrisas y billetes de banco, y recibe ruegos como las santas. Los Reyes jóvenes, victoriosos de la fatalidad, orgullo de su pueblo!

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El Rey varía de humor con facilidad. Sin embargo, su nota característica es la jovialidad, el regocijo. Tiene el don admirable de no hablar con su interlocutor más que de lo grato y conveniente. En Palacio no se platica más que en español. En este idioma se expresa basta con la reina Victoria, que ya conoce maravillosamente el castellano, habiendo perdido casi enteramente su acento inglés. El Rey es sobrio, de austeras costumbres. Viviendo tan alto y tan claro como vive, ni el rumor de la murmuración más trivial ha corrido pregonando aventuras. Varonil y resuelto, hombre además de gran producción intelectual, desprecia el sensualismo.

S. M. lee mucho. En libros gasta un dineral, estando como ya hemos dicho, al corriente de cuanto se publica interesante en el mundo. «A B C». «La Epoca» y «El Imparcial» los lee íntegros. De los demás periódicos se entera por un extracto que le hacen en su secretaría particular, y cuyos recortes le entregan en unas grandes hojas. Es curioso consignar que el Rey lo lee todo, incluso los diarios republicanos, cuyos artículos le afectan si se refieren a asuntos de gran importancia política. Ve también las caricaturas que le hacen, y cuando son ingeniosas, las ríe.

La correspondencia del Rey es profusa. En su nombre se reciben en Palacio de doscientass a trescientas cartas diarias, y de las cujales tiene siempre conocimiento. Algunas, por conocersen el sobre que vienen de la Fa milia Real, se las entregan directamente. Las otras van a secretaría, donde son abiertas. En su despacho con el señor Torres se entera de todas y hace una selección de las más interesantes. Se ha dado el caso de haber atendido en sus justos deseos a hombres desconocidos que le escribían sus quejas o le hacían súplicas. Algunas cartas se las entregan también el jefe de su casa militar y los señores marqueses de la Torrecilla y de Viana. A ciertos soldados cumplidos que le escribieron pidiéndole colocación, los empleó inmediatamente de peones camineros. Redacta algunas de sus cartas, y de una manera muy literaria y gentil. Sostiene bastante correspondencia particularísima, especialmente con oficiales del Ejército. interesándose por las operaciones de Africa.

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¿Quieres saber. lector, algunas intimidades de Palacio? ¿Quiénes comen con S. M., por ejemplo?

Pues verás. En el almuerzo se reúnen las siguientes personas. SS. MM. las reinas Doña María Cristina y Doña Victoria, S. M. el Rey, el Ayudante de servicio, el Ayudante secretario de turno, las damas particulares de las Reinas, quienes son: de la Reina madre, la señora marquesa de Martorell, la de Moctezuma y la condesa de Mirasol, y de la Reina Victoria, las señoritas Carmen Loygorri y Conchita Heredia, bellísimas ambas, el Sr. Marqués de Santa Genoveva y el coronel de Artillería Sr. Elorriaga. Por la noche son muchos más los que se sientan a la mesa, pues se añaden a las personas anteriores, el Grande de servicio con el Rey. la dama de servicio con la Reina Doña Cristina, el Grande de servicio con la dicha augusta señora, el jefe de la guardia exterior, el jefe de carrera (Escolta Real), que suele ser el Infante Don Fernando, o los señores Uzqueda y Alvear, y el oficial mayor de Alabarderos de turno.

Y ahora, para terminar este capítulo, ¿qué se puede afirmar acerca de la manera cómo vive el Rey?

El Rey vive para el trabajo y para su nación. siendo el Palacio de Madrid el más democrático de Europa.

Esto lo han reconocido muchos extranjeros a quienes ha sorprendido el espectáculo de la Capilla pública, en la que como en tiempos de Goya, se ve al menestral junto al magnate, a la dama encopetada junto a la manola de buen trapío, al rico mezclado con el pobre, y revueltas la alcurnia con lo plebeyo, lo empaquetadamentc oficial con lo bizarramentey del arroyo.

Y es que esa enorme casa de la Plaza de Oriente, la casa ilustre de las viejas piedras, es el hogar de todos.

 

EL PROGNATISMO DE ALFONSO XIII

Dice Don Florestán Aguilar. — El Rey fisiológicamente considerado por un gran médico. — El absurdo de Gippe. — Juan II el poeta fue prognato — Unos estudios interesantísimos.

 

—¿Don Florestán Aguilar?

Nos hacen pasar a un salón puesto a la turca, suntuoso, nos acomodamos en un diván propio de sultanes, donde la molicie tiene sus almohadas más finas, y esperamos al eminente odontólogo. Cuando llega, exponemos nuestro deseo y solicitamos media hora para hablar acerca del Monarca español.

—¿Visita usted al Rey desde hace mucho tiempo ?

—Desde que tenía nueve años. Un día fui a Palacio. El Rey niño venía sufriendo de los dientes. No había dormido en dos noches. Lo curé.

—¿Y ha vuelto usted a Palacio en otras ocasiones?

—-Sí, bastantes.

—¿Luego S. M. padece mucho ?

—No. Tiene una dentadura magnífica, que se cuida con esmero. Padece, claro está, como padecemos todos los mortales. Tiene algunas orificaciones. Recientemente le hizo unas radiografías que necesitaba, Moore, el famoso doctor de Burdeos.

—¿Qué tiene S. M. ?

—Una otitis que se le agravó en Valencia por haber hecho explosión una traca cerca de su oído.

—¿Pero reviste esa dolencia alguna importancia ?

—Ninguna. El Rey es uno de los hombres mejor constituidos que conozco. Por lo demás ¿ a quién no aqueja algún dolorcillo? Es un caso de salud inaudita. ¿Se ha fijado usted en la vida que hace ? Vida de trabajo, de meditación, de responsabilidad.

—Y de gran esfuerzo físico.

—Esfuerzo físico por el que siente cada vez mayor inclinación el Soberano. Se lo he oído muchas veces. «Cuando Grecia cultivó el ejercicio atlético surgieron el arte y la filosofía en toda su magnificencia. Hoy mismo, las naciones más adelantadas. Suecia, Inglaterra, Alemania misma, son las más aficcionadas al deporte. Conviene educar a nuetros hijos en el amor a la naturaleza, al ejercicio muscular, al peligro. al atrevimiento.

—Diga usted. ¿ha venido S. M. a esta casa en alguna ocasión?

—Seis o siete veces. Sí, he tenido ese honor y esa fortuna.

—Y ¿por qué ha venido? ¿No es costumbre que vaya usted a Palacio?

—Es costumbre, pero a veces no es posible. Aunque hay en Palacio un buen instrumental dental, no puede ser tan perfecto como el del que yo dispongo. Aquí ha venido algunas veces.

—¿Con aviso previo? ¿No habrá tenido que aguardar el Soberano?

—Con aviso previo, mas sin ceremonia. Ha venido acompañado de una sola persona, de Aybar, de Quiñones de León...

—¿Es sufrido el Monarca para las manipulaciones, a veces dolorosas?

—Mucho. Pero tiene una costumbre. Antes de abandonarse a mis manos habla de infinitas cosas, lleno de afabilidad y de ingenio, como si quisiera retardar el trance. ¡Ah, pero en cuanto empieza la operación, la soporta con estoicismo ejemplo!

El maestro de la odontología española, eminencia consagrada, seguíanos hablando con aire sugestivo y con frase inteligente y aguda. Luego, permaneciendo callado un instante, dijo:

—El Rey es el español más español que se pudiera imaginar. Todo el que se le acerca para exponerle una idea patriótica, halla en su corazón acogida. Podría contarle a usted dos cosas interesantes.

—¿Podría usted? ¡Vengan, vengan ahora mismo!

Y Don Florestán Aguilar habló así:

—Una de ellas. Se le debe al Rey que haya en España enseñanza oficial de la odontología. Se debe a su iniciativa, a su protección, a su generosidad.

Habló el ilustre dentista. He aquí lo escuchado por nosotros:

En nuestra Patria hasta hace muy pocos años creíamos, como en el Riff, que los dentistas eran sacamuelas. Creíase que curar la dentadura era menos importante, por ejemplo, que curar el estómago. No había enseñanza oficial de la odontología en el país. Si algún muchacho sentía inclinación por esos estudios, tenía que ir al extranjero. Florestán Aguilar se hizo dentista en los Estados Unidos después de hacerse médico en España. Por lo demás el oficio, ese oficio tan noble y tan científico, estaba explotado en nuestra nación por ingleses, franceses, alemanes. ¡Como en Turquía!

¿No era esto una pequeña vergüenza nacional? Y así Florestán Aguilar , que no es sólo un gran científico y un gran luchador sino un gran patriota, acometió, en unión de otros dentistas españoles la fundación en España de la enseñanza odontológica.

¡Cuánto pelear de ministro en ministro, de subsecretario en subsecretario, de Consejo en Academia, de expediente en legajo y de consulta en ironía! ¡ Sí, hasta en ironía! Porque esos políticos hidalgos, que se comen tranquilamente a la nación, creían que el oficio de odontólogo no pasaba de sacar muelas.

En estas luchas, la intervención del Monarca, de este egregio Monarca que vive para el bien nacional, a quien tanto preocupa el adelanto, en todos los ramos y matices, de su patria, dióle fin al calvario.

Tras de una conversación tenida con Aguilar, Don Alfonso exclamó:

—Bueno, eso corre de mi cuenta. Mañana veré a Romanones.

Y Romanones, que entonces era ministro de Instrucción pública, creó, asimilándola a la Facultad de Medicina, una pequeña Facultad odontológica.

Pero no ha sido esto sólo. Como no había cantidad presupuestada, el Rey mismo y la Reina doña María Cristina dieron cuanto hizo falta, de su peculio, para que se adquiriera el instrumental técnico idóneo. Y ha presidido los Congresos nacionales de Odontología que se han celebrado en España, y les ha dado su calor, y hoy...

Pero será mejor oir al propio Señor Aguílar.

—Y hoy tenemos una enseñanza tan buena como la del país más adelantado. Yo, en unión de Laúdete, de Subirana y de Cuzzani, explicamos con devoción nuestras asignaturas. Ya van saliendo generaciones de dentistas nacionales. Y—oiga usted esto verdaderamente confortador—acuden de las Repúblicas americanas estudiantes de odontología que llegan buscando nuestra enseñanza.

iY esto se ha logrado merced al entusiasmo real! Y hay más aún. Las visitas que Florestán Aguilar ha hecho, como dentista de fama europea, a las familias reinantes de Paviera y de Austria, las ha hecho por mediación de Don Alfonso.

—¡ Si viera usted qué orgullo siente S. M. cuando ve lucir a un español!

Bueno, cuénteme ahora el otro rasgo...

—Sí. Verá usted. En mi reciente viaje a lo s países americanos, observé una triste cosa. Observé que se venden allí, con perjuicio de nuestrra producción, muchos periódicos y libros franceses editados en lengua española. Pensando yo en el por qué de tal anomalía, di pronto con la clave. Francia supo concertar con esos jóvenes países unas tarifas postales sumamente económicas y que le permiten invadir, más baratamente que nosotros, aquel espléndido mercado. Pues bien, hablando yo con Su Majestad acerca de esto, y lamentándome de la desigualdad comercial que suponía, me dijo:

—Es necesario que nuestros libreros, que nuestras empresas periodísticas y que nuestros autores, se vean libres de tal competencia. Es necesario que se rebajen también nuestras tarifas. Deme una nota. Yo se la daré también al Consejó de Ministros.

Nos confortó, nos enorgulleció este miramiento real por la cultura patria; este afán, esta generosa iniciativa.

Había pasado una hora. Antes de abandonar la hospitalaria mansión, recogimos unas tan bellas, tan interesantes notas, que constituyen la flor de este libro humilde.

—Voy a facilitarle unos apuntes míos acerca del prognatismo real, que acaso le gusten. Se trata de una monografía en proyecto cuyos rasgos salientes voy a anticiparle.

Y sacó el Sr. Aguilar, ante nuestra curiosidad creciente, un enorme legajo, y nos instruyó en materia tan amena y tan importante que permanecimos todavía más de una hora ocupados en aquella enseñanza provechosa.

—¡El prognatismo! ¿No ha oído usted afirmar alguna vez que el prognatismo resulta un estigma de degeneración?

Algo he oído, pero no hice caso. Me pareció siempre una tontería. Cristóbal Colón, ora prognato. Muchos degenerados como el insigne almirante nos harían falta. Prognato fué Carlos I...

—Sí, es un absurdo científico. Quien lo propaló fué Gippe... Otros autores, sin estudio personal, dando por buena la teoría, se aferraron a ella. Pero es una puerilidad.

Quedóse un momento pensativo, y afirmó después:

—Tres cosas pruebo en mi monografía con toda evidencia. Que el prognatismo es achaque de casas reales. Que tiene origen español. Y, naturalmente, que no implica degeneración alguna.

Y es cierto. Docenas y docenas de fotografías nos fueron mostradas. Fotografías de Reyes, de Príncipes, de Infantes. Y no soto de Reyes, Príncipes e Infantes de las Casas españolas, sino de otras muchas. Los Valois, los Stuardos, los Médicis, los Austrias, tienen en sus árboles genealógicos infinitos prognatos.

—Bueno, probando que es achaque de casas regias ¿cómo demostraría usted el origen español del prognatismo ?

—Fácilmente. En primer término, la raza ibera tiende a ser prognata. La mandíbula inferior del íbero neto, es algo prominente. Pero, además, ¿sabe usted que fué prognato Don Juan II de Castilla ?

—Lo ignoraba.

—Pues vea usted... ¡Ah, me ha sido muy difícil proveerme de documentaeión! Hasta el siglo XVI, y aun hasta el XV abundan los retratos, pero de ahí en adelante resulta una tarea muy dificultosa. Aun así, vea usted estas medallas y estas monedas de Don Juan II. ¿No advierte usted marcado el prognatismo ?

Miramos e hicimos afirmación rotunda. La mandíbula inferior de aquel Rey absolutamente ibero, se adelanta en los grabados auténticos que nos muestra Don Florestán Aguilar.

—Pero, no es sólo ese fidedigno testimonio. Vea usted lo que dice el cronista Diego Enriquez de Castilla, acerca del Rey Don Enrique IV.

Leimos. He aquí las palabras de nuestro respetable compañero y antecesor en biografías reales.. «Tenía las quizadas luengas e tendidas a la parte de ayusto.»

—No cabe duda — sigue diciendo luego el señor Aguilar. — El prognatismo es marca ibera. Las Casas reales, en cuanto se cruzan con sangre española, ven aparecer en sus dinastías los prognatos. De Juan II va el prognatismo a Portugal. De Portugal, por su madre, a Maximiliano; de Maximiliano a los Austrias. Y así a los Valois, a los Stuardos, a los Médicis.

El tercer extremo que desea probar nuestro eminente odontólogo no necesita demostración. ¡ Estigma de degeneración el prognatismo ! ¡ Qué absurdo!

Nosotros hemos contemplado los retratos de Reyes, de Princesas, de Infantas que tenían esta anomalía insignificante, y que han sido ilustres, y que han pasado a la historia como insignes modelos de sabiduría, de valor, de ecuanimidad y de virtud. Pero ¿y ese Don Juan II de quien parece arrancar el Prognatismo de las dinastías? ¡El Rey, fino, suave, munificente, el Rey de los poetas y de los troveros, el Rey de Jorge Manrique del Marqués de Santillana! ¿Degenerado Carlos I, que no podía beber en sus últimos años sino con el auxilio de un canuto de plata, y que fué un genio de la guerra y una tan resplandeciente figura? ¿Degenerado Don Juan de Austria? ¿Degenerado el ibero Cristóbal Colón, el gran pontevedrés? ¿Degenerados todos esos Stuardos, Valois, Médicis y Borbones que recuerda la Historia? Y, en fin, este nuestro ilustre Monarca tan serio, tan probo, ¿qué indica sino que el prognatismo es una condición superficial y casual, sin la menor transcendencia, como la de ser zambo, o ser bizco, salvo la estética, pues antes da cierto empaque de abolengo el prognatismo, que afee ni que desarmonice al rostro?

—¡Oh! — dccíamos con verdadero entusiasmo. — Es un estudio éste, de vivo interés, sumamente original, llamado a constituir un gran éxito.

El señor Aguilar diónos las gracias. Después, imbuido en su materia, exclamó:

-El prognatismo es una cosa, hereditaria, como la miopía, pero en nada relacionada con la degeneración. Puede nacer un prognato de pocos alcances, como dicen que fué Carlos II, y puede haber un prognato genial, como Carlos I. Son cosas que coinciden o que se separan, y de ningún modo unidas por afinidad fisiológica. Por lo demás, de un sordo, que fuera un gran músco, tenemos noticia.

—Y ¿ diga usted ? — preguntamos aún, — ¿es muy marcado el prognatismo de Don Alfonso XIII ?

—No. En vez de encajar sus dientes inferiores en los superiores, chocan alguna vez., Carlos I tenía los superiores encerrados en los inferiores. Y ya ve usted si fué todo un Monarca...

Nos despidió, cortés y arabilísimo, Don Florestán Aguilar.

 

LA SILUETA DEL REY

Algunos rasgos de su personalidad. — Recuerdos y detalles del momento. — Su amor a España.

 

Alto, enjuto, anguloso, la nariz aguileña, fija y luengo, el rostro penetrante la mirada, afable el gesto, severa la expresión, el Rey de España, pese a sus apellidos es, ante todo y sobre todo, un ibero. Don Alfonso de Borbón y Hapsburgo, de Francia y Austria>, es Don Alfonso de España. Pero no esto rareza, sin embargo. Viene la Casa de Borbón de Enrique IV, Rey de Navarra antes de serlo de Francia, hijo de madre vascona y , como tal, Príncipe Ibero. He aquí el origen de la «nariz borbónica», como también la llaneza borbónica, cosas ambas bien distintas del tipo galo y la afectación francesa. Tiene su origen la Casa de Hapsburgo generalmente llamada Casa de Austria, en el Infante de España Don Fernando, hermano de Carlos V y, en consecuenciade madre española como lo fue doña Juana. Era ésta hija de Don Fernando de Aragón y de doña Isabel de Castiila. Y ambas procedían de la Real de Navarra, como fundadas por hijos del Monarca nava- rrés Sancho el Grande.

El tipo vasco, continuación del tipo ibero, es el tipo aristocrático español. Hidalgo y vasco son idéntico tipo, depuración y encarnación de la raza. No es, pues, extraño, que este origen ibero dé al Rey de España silueta nacional. Silueta física, pero moral también. En Don Alfonso de Navarra, que es como en rigor se apellida el Rey de España, júntanse por modo ibero aquel concepto elevado de st mismo, que da el rango, con el respetuoso concepto por los otros, que en nuestra Patria dió la cortesanía, aquella mezcla de orgullo y de sencillez, de altanería y gentileza, con que el hidalgo español sabía inspirar a un propio tiempo estimación y cariño sin que jamás le hinchara la afectación ni la vulgar familiaridad le envileciera. Es Don Alfonso, Monarca cuando calla y es hombre cuando sonríe, con lo que gana la consideración callando y el afecto sonriendo, juntando así a un tiempo mismo, con rara suerte, majestad y simpatía. «Rey encantador» llamáronle los primeros extranjeros que le vieron, maravillados de hallar en este Príncipe, no la tiesura ni la vulgaridad, sino el agrado personal de su carácter con la prestancia de su egregio nacimiento.

La caridad del Rey es proverbial. Con las anécdotas a ella referentes, podríamos escribir todo un libro.

Cuando ocurrió la catástrofe de Navacerrada, mandó conducir a la Casa de Canónigos al mecánico y a uno que le acompañaba; a los heridos los instaló allí, los mandó dar caldos, champagne, medicinas, todo loque fuera menester, y les puso a su servicio a varias Siervas de María, para que los atendieran y cuidaran.

Llegan a cientos las familias que, por haber perdido su caudal, viven de regias pensiones.

En una ocasión — y esto lo sabemos por el interesado, — un individuo que gozaba en Madrid de excelente reputación, cometió u na ligereza perdurable.

—Señor — le dijo S. M., — he sido un ho,bre honrado durante toda mi vida. Se me tiene por digno y caballero. Ayer, sin embargo, en un momento de ceguera... Esto serámi perdición, la ruina de mi casa, el deshonor de mis hijos...l

—Bien, respondió el Soberano, piadoso y con la  mas afectuosa de sus sonrisas. — ¿Cuánto es ello?

—Diez mil duros, Señor.

Los diez mil duros, aquellos diez mil duros que salvaron su nombre, fueron entregados.

Un rasgo de otra índole:

En uno de sus paseos en automóvil por las carreteras del Guadarrama, halló a un hombre y a una mujer, rendidos por la marcha y extenuados por el hambre. S. M. detuvo el automóvil, y les preguntó:

—¿Quiénes sóis, a dónde vais?

—Somos gallegos y venimos a Castilla buscando trabajo.

—¿Y venís a pie desde tan lejos?

—A pie venimos y sin comer desde hace muchas horas.

No hubo una vacilación.

—¡Ca! — gritó S. M. alegremente. — ¡ Subid!

Y los metió en su automóvil, los trajo a Madrid, les llenó la panza hasta que los vio hartos, les dió dinero, y empleó al marido.

Además de las cantidades que el Rey haya dado por su propia mano y de otras que de hecho son donativos, aunque no figuren con tal nombre, el promedio que resulta en los diez últimos años de lo invertido en pensiones, limosnas y obras benéficas, es el de 845.000 pesetas.

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Para dar idea del valor sereno del Rey, valor cumbre, la más alta expresión del valor, referiremos algunas de sus frases.

Cuando se enteró de que habían sido asesinados en las calles de Lisboa el Rey dePortugal y el Príncipe heredero, mostró pesar, un legítimo pesar ante aquella irreparable desgracia. Pero después, sonriendo, exclamó:

—En fin... Es lógico. Todos hemos de morir. El cólera, la tuberculosis, el cáncer... ¿quién escapa de la muerte? Los Reyes, ademas de estos males, padecemos otra enfermedad, inevitable y también prevista: el atentado.

Cuando un anarquista atentó contra él en París, volviéndose hacia M. Loubet, y en medio de la impresión producida por la bomba, exclamó:

—No le importe, Señor Presidente. Son Sajes del oficio.

Maravillosa es la frase que tuvo cuando le preguntaron el efecto que le había producidover avanzar hacia sí al anarquista San cho Alegre, afirmando «que no le había impresionado, porque vió en el fondo de sus ojos que se trataba de un inexperto que in­tentaba su primer crimen».

A la Comisión del Ateneo de Madrtá que fue a felicitarle por haber salido ileso de los disparos de Sancho Alegre, les dijo:

El atentado me servirá de nuevo acicate para seguir en mi lugar, dispuesto a sacrificarme cuantas veces sea necesario por el bien de España.

Para dar idea del espíritu democrático del Rey diremos que, ganoso de fomentar el ahorro postal en España, recibió, entre otros, en Palacio, al cartero de Tudela de Ebro, Apolinar Martín, sosteniendo con este humildísimo funcionario charlas animadísimas.

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De la regia cultura da idea este pequeño episodio.

Hallándose una vez ante varios académicos ilustres, se deslizó la conversación por los temas históricos, hablando el Rey largo y tendido acerca de viejos sucesos españoles. Cuando salían de la regia Cámara aquellos doctísimos varones afirmaban «que salían muy satisfechos, después de oirle a S. M. una verdadera lección de Historia.»

Está en relación con muchos intelectuales extranjeros. El académico francés, Lavisse, le escribe con frecuencia.

Una de las preocupaciones más intensas de S. M. el Rey, es la emigración, habiéndose interesado siempre por el estado en que salen nuestros emigrantes, y cómo el éxodo se efectúa. Siempre cme algún amigo suyo va a despedirse de S. M. para América, ordénale que le tenga al corriente de sus impresiones acerca de aquellas colonias españolas. El problema de la emigración, que puede desangrar o enriquecer a España, según el espíritu que anime a los gobiernos en su dirección y organización, lo domina el Rey con celo exquisito.

También le preocupan extraordinariamente nuestras relaciones con los países iberoamericanos, relaciones que él procura fomentar en un noble acercamiento de razas fraternas. Recientemente, lia costeado de su individual peculio, una. lápida conmemorativa para el monumento que, en California, se erige a la memoria del franciscano español Padre Serra, primer fomentador de aquella comarca.

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¿Es el Rey un hombre mundano?

Con las damas es gentilísimo. Hallándose un día en casa de la señora marquesa de Monistrol, entró en una estancia donde sólo se hallaba una señora, mimstra por cierto de una Potencia extranjera, que estaba acompañada por un caballero. La pareja, q ue platicaba sentada en un sofá, distraídamente, se puso en pie apenas fue llegado el Monarca. Pero, al observar el Rey aquel acto de cortesía, rogó desde lejos a la señora que volviera a sentarse. Hizo ella un mohín de negativa palaciana. Y enton ces Don Alfonso XIII juntando sus manos como en en éxtasis, como en un transporte de exclamó:

—Yo se l0 ruego!

Desde la boda regia, es cuando pmide decirse que ha frecuentado el Rey los salones.

Estuvo en casa de la duquesa de Fernán Núñez con motivo de las bodas Reales, dándose allí una gran fiesta mundana, a la que asistieron los regios esposos y cuarenta Príncipes, además del elemento oficial y aristocrático.

El primer salón al que asistió S. M. el Rey, después de la boda, fue al de la señora duquesa viuda de Bailen, en su hermosísimo palacio de la calle de Alcalá, llamado de Portugalete.

Ha estado en las casas de la condesa de Casa Valencia, repetidas veces, gustándole muchísimo las comedias que allí se han representado por aristocráticos actores; en la de la marquesa de Esquilache, duque de Montellano, duques de Alba, y en algunas Embajadas.

Baila valses y rigodones y suele jugar al bridge. Atentísimo con todos, su conversación es amenísima y encantadora.

En el último baile que hace años dio la aristocrática sociedad Nuevo Club, estuvo y bailó todo el cotillón.

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El Rey tiene un ingenio pronto y espontáneo. Ya de niño lo demostraba así. Un día, en que no supo bien su lección, el preceptor, para arredrarlo y llevarlo al buen camino, díjole:

—¡ Qué dirá la nación, si sabe que V. M. no conoce la lección de hoy!

El Rey se le quedó mirando, y con una sonrisa; todo regocijo, exclamó:

—Pero, ¿ cómo ha de saberlo si tú no se lo cuentas?

De su amor a los seres humildísimos, insignificantes y débiles, da idea la anécdota que vamos a referir.

Sabido es que cuando el Rey era pequeño se hallaba en el piso bajo del regio alcázar el Ministerio de Estado. Lo que no sabía casi nadie es que había un gato celador antirratonil, enaquel departamento ministerial.

Pues bien; una de las preocupaciones del Augusto niño era aquel gato a quien hacía vidas frecuentes, y cuya seguridad nocturna (pues en el Ministerio no se quedaba nadie noche) le obsesionaba verdaderamente. En al guna ocasión había preguntado el Monarca: ¿Duerme solo? ¿No le entra el miedo? Quién le da de comer?

En vano procuraron tranquilizar su corazón diciéndole que los gatos no tienen miedo a la oscuridady que tenía el Mícifuz su consignación en presupuesto para cordilla y otros suculentos manjares. El Rey no se daba a partido. Al fin un día vino a coger al gato y se lo llevó a su bondadosa tía la Infanta doña Isabel porque allí estaría mejor.

Otro detalle que demuestra el amor profundísimo que siente hacia su egregia madre. Un día en que se hallaba malucho y en que le habían recetado cierta pócima bastante desagradable de tomar, negóse terminantemente a beber aquel engendro de farmacopea.

Sucedióse una lucha homérica. Pero las persuasiones, las excitaciones, aun las respetuosas amenazas, no dieron el menor resultado. Por fin, alguien tuvo una idea repentina y genial:

—Si no toma V. M. la medicina, va a llorar la Reina.

Y entonces, un poco pálido, cogió la copa, y sin pestañear, sin hacer un melindre, heroicamente, consumó el sacrificio.

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Respecto de su noble afición al deporte, podríamos trazar infinitas páginas.

Es un gran jugador de Polo, monta muy bien a caballo y ataca la bola con valentía, Ha sufrido algunos accidentes, sin importancia por fortuna, siendo el de más cuidado la caída de caballo que tuvo hace algunos meses, de la que resultó con el cuello resentido.

Caza muy bien y es un cazador «veraz»; lo que mata cobra, sin «apuntarse» ni una pieza del vecino, cosa algo difícil entre cazadores.

En el tiro de pichón es formidable; es de las primeras escopetas que hoy tenemos; sin embargo la suerte no le suele acompañar.

En el «chalet» del tiro de la Casa de Campo su modo de ser encanta. Sencillo, amable, cariñoso, atento, tiene un supremo don de gentes.

Almuerza allí con frecuencia invitando siempre a algún tirador, y en la merienda también sienta a su mesa a amigos suyos.

Hace tiradas admirables. Tiene alguna superstición, como todo tirador. (Cuando ve pasar el coche de su madre dice que yerra.)

Tiene afición grande al mar, y en las regatas en que toma parte se conduce como el mejor de los balandristas. En un crucero que hace dos años hubo de San Sebastián a Bia- rritz, llegó primero en balandro con una mar verdaderamente comprometida. Iba completamente calado.

Practica la esgrima con verdadero éxito.

También es el Rey uno de los primeros automovilistas españoles. Ha tenido y tiene coches de todas las fuerzas, y en sus comienzos manejar el volante, sus records eran notabilísimos, hasta el punto que Maura hubo de llamarle la atención sobre el exceso de velocidad.

Años antes de casarse estuvo expuesto a un serio peligro en la Casa de Campo: entre los arboles del camino que había de seguir, colocaron un alambre que rompió el para-brisas del coche.

Hoy ya no hace velocidades.

Protetor de la industria española, favorece notablemente a la Hispano-Suiza.

Uno de los rasgos personales más característicos del Rey, es su manera de saludar. En privado, saluda con un gesto militar de su mano, mientras junta los pies rápidamente, haciendo que choquen los tacones con violencias, y produciendo retembleo de espuelas marciales. Pero su saludo más personal, es el que hace en la calle. Contra la costumbre de quienes tienen por su rango la necesidad de saludar a las muchedumbres aclamantes, Don Alfonso XIII mira a las personas una por una, pudiéramos decir. No dirige miradas vagas a los grupos. Los ojos buscan al individuo para sonreirle. Entonces el gesto de su mano, es todavía más cordial y más expresivo. Tiene el don supremo de excitar el entusiasmo. Su saludo a París la vez primera que lo vitorearon en la capital de Francia, aquel saludo tan franco y tan noble y tan elegante al mismo tiempo, ha quedado como un gran recuerdo de simpatía en la gran ciudad francesa.

El Rey es llano, cortés, democrático, justo. Es también ecuánime. Tiene una ponderación que sorprende. Es el Rey que os sonríe. No es jamás el hombre que ha olvidado inolvidables rangos y preeminencias y que no tiene el concepto de su categoría. Despiertísimo, de una inteligencia luminosa, vive la vida nacional con un conocimien- , to sutil de todos sus problemas.

Y esto es su rasgo característico. El afán por España. Con ánimo de sacrificio, con amor sin límites, con verdadero apostolado, adora a su nación, y cree y espera en ella, en la sana, en la fuerte. Don Alfonso la ve palpitar ganosa de trabajo, de verdadero y noble progreso, de riqueza y de justicia, y asiste, como un español más, pero como un español eficacísimo, a este resurgir de grandes energías.

 

CAPÍTULO QUINTO.

LA SEMANA TRÁGICA. ANTONIO MAURA

VICTORIA EUGENIA DE BATTENBERG Eugenia de Battenberg (Victoria Eugenie Julia Ena of Battenberg; Aberdeenshire, 24 de octubre de 1887-Lausana, 15 de abril de 1969) fue reina de España desde su matrimonio con el rey Alfonso XIII. Era hija de Enrique de Battenberg y Beatriz del Reino Unido. Nieta de la reina Victoria del Reino Unido y Alberto de Sajonia-Coburgo-Gotha, príncipe consorte del Reino Unido.

Victoria Eugenia de Battenberg nació en el Castillo de Balmoral en Escocia, el 24 de octubre de 1887. Era hija de Enrique de Battenberg y de su esposa, la princesa Beatriz, hija menor de la reina Victoria del Reino Unido y del príncipe Alberto. Su madre, como la hija menor de la reina, se mantuvo "en casa" con la corte, que resultó estar en el Castillo de Balmoral cuando entró en trabajo de parto.

Fue bautizada en el Drawing Room del Castillo de Balmoral. Sus padrinos fueron su abuela paterna la princesa de Battenberg, sus tías maternas la princesa heredera alemana y la princesa Cristián de Schleswig-Holstein, su tío paterno el príncipe Luis de Battenberg, su tío materno el duque de Edimburgo y la emperatriz Eugenia de Francia.

Victoria Eugenia creció en la residencia de la reina Victoria, ya que la monarca había permitido a regañadientes el matrimonio de Beatriz con la condición de que continuara siendo su dama de compañía y secretaria personal a tiempo completo. Por tanto, pasó su infancia en el Castillo de Windsor, en Balmoral y en el Castillo de Osborne en la isla de Wight.

Cuando tenía seis años, Victoria Eugenia sufrió una conmoción cerebral severa al caer de un poni en el Castillo de Osborne y golpearse la cabeza contra el suelo. Los médicos detectaron síntomas peligrosos, signos evidentes de hipertensión intracraneal y probablemente una hemorragia cerebral. Su tía Victoria escribió: “es tan grave que (Victoria Eugenia) no puede darse cuenta ni abrir los ojos”.

Su padre murió 5 de febrero de 1896 tras contraer unas fiebres en África, cuando viajaba a Costa de Oro (actual Ghana), para sofocar una revuelta asanteashanti, lo que supuso un duro golpe para ella.

En 1905, la princesa asistió en el actual hôtel du Palais de Biarritz a una fiesta organizada por su tío, Eduardo VII, dada en honor de Alfonso XIII de España. El monarca español empezó a cortejar a la joven a pesar de la oposición existente ante un posible matrimonio.

La reina María Cristina, madre de Alfonso XIII, no era partidaria de esta unión, dados los orígenes de la línea Battenberg; la abuela paterna de Victoria Eugenia, la condesa Julia de Hauke era hija de Hans Moritz von Hauke, un militar polaco con poco rango aristocrático por lo cual Victoria Eugenia ostentaba únicamente el tratamiento de alteza en el Reino Unido y alteza serenísima en el Gran Ducado de Hesse-Darmstadt, que la reina María Cristina consideraba inferior. Por otra parte, los antecedentes de hemofilia provenientes de la rama de la familia de su abuela tampoco agradaban a la reina.

A pesar de todo, la Casa Real de España anunció el 9 de marzo de 1906 el compromiso matrimonial del rey Alfonso XIII y la princesa Victoria Eugenia. La noticia preocupó a muchos españoles, ya que la novia era anglicana y no tenía la categoría de consorte real.

La princesa evitó el primer obstáculo al convertirse al catolicismo. El 7 de marzo de 1906 se celebró la ceremonia de conversión por Robert Brindle, obispo de Nottingham, en el oratorio del palacio de Miramar en la ciudad de San Sebastián. Su tío, el rey Eduardo VII, eliminó el segundo obstáculo al darle el tratamiento de Alteza Real el 3 de abril de 1906. El tratado matrimonial se firmó por duplicado en Londres, el 7 de mayo de 1906.6 El matrimonio tuvo lugar en la iglesia de San Jerónimo de Madrid el 31 de mayo de 1906, y la reina lució por primera vez la diadema de las lises.

La princesa Victoria Eugenia contrajo matrimonio con el rey Alfonso XIII de España el 31 de mayo de 1906 en la iglesia de san Jerónimo el Real en Madrid. En la ceremonia estuvieron presentes su madre, hermanos y primos.

Tras la ceremonia, el cortejo real se dirigía de regreso al Palacio Real cuando el anarquista Mateo Morral, atentó contra el rey al lanzar una bomba desde un balcón cercano, que rebotó en la capota plegada del carruaje, matando a gran cantidad de personas y a todo el tiro de caballerías. Victoria Eugenia escapó sin heridas porque, en el momento exacto de la explosión, volteó la cabeza para ver la iglesia de Santa María, que Alfonso le mostraba. Tras el atentado, se presentó ante los invitados en el Palacio Real con el vestido ensangrentado por las heridas de las víctimas del atentado.

Alfonso  (1907-1938), príncipe de Asturias nació hemofílico y renunció a sus derechos al trono en 1933, dos años después de la proclamación de la Segunda República Española, para poder así contraer matrimonio con Edelmira Sampedro y Robato, cubana de origen español que no pertenecía a ninguna familia real. Ostentó el título de conde de Covadonga desde entonces y hasta su muerte prematura. Volvió a casarse una segunda vez, con Marta Esther Rocafort y Altuzarra, aunque no tuvo descendencia de ninguno de estos matrimonios. Falleció debido a las heridas producidas tras un accidente de tránsito, como consecuencia de la hemofilia que padecía.

Jaime  (1908-1975), infante de España, quedó sordo a los cuatro años tras una intervención quirúrgica por una doble mastoiditis; renunció bajo presión paterna a sus derechos al trono en 1933, cuando recibió el título de duque de Segovia. Heredó de su padre los derechos dinásticos al trono de Francia (1941-1975) y fue conocido como el duque de Anjou para los monárquicos franceses. Contrajo matrimonio en primeras nupcias con Emanuela de Dampierre. Tuvo descendencia de este matrimonio. Tras su divorcio, volvió a casarse, con Charlotte Luise Auguste Tiedemann. No tuvo hijos con su segunda mujer. Abuelo de Luis Alfonso de Borbón.

Beatriz (1909-2002), infanta de España; se convirtió en princesa de Civitella Cesi por su matrimonio con Alessandro Torlonia. Fue la abuela materna de Alessandro Lecquio y de Sibilla de Luxemburgo.

María Cristina  (1911-1996), infanta de España; contrajo matrimonio con el conde Enrico Eugenio Antonio Marone Cinzano (viudo de Noemí Rosa de Alcorta y García-Mansilla, que aportó tres hijos de su anterior matrimonio) y fueron padres de cuatro hijos.

Juan (1913-1993), infante de España y conde de Barcelona, pretendiente al trono desde la muerte de su padre en 1941 (teniendo en cuenta sendas renuncias dinásticas de sus hermanos mayores) hasta 1977, cuando cedió sus derechos a su hijo Juan Carlos (1975-2014), cuando éste ya era rey de España. Contrajo matrimonio con su prima, la princesa María de las Mercedes de Borbón y Orleans y fueron padres de cuatro hijos.

Gonzalo  (1914-1934), infante de España, nació hemofílico.

Sus años en la corte de Madrid fueron complicados. A su carácter reservado, propio de la rígida corte victoriana, se le unió su difícil relación con la reina madre María Cristina de Habsburgo-Lorena, que siempre mantuvo su autoridad sobre la familia real y su influencia sobre el rey. Cuando estalló la Primera Guerra Mundial en 1914, las diferencias entre ambas se exaltaron, ya que la reina madre mostró su claro sentimiento germanófilo, mientras que la reina consorte mostró su apoyo hacia su primo, el rey Jorge V del Reino Unido.

En materia política siempre se mantuvo ajena a la lucha de los partidos, con una vida pública volcada exclusivamente en la beneficencia. Años después, en el exilio, comentó al escritor Augusto Assía el disgusto que sufrió por el golpe de Estado del 13 de septiembre de 1923, porque ella estaba educada en la tradición de la monarquía constitucional y se había roto el pacto con el pueblo, no viendo la posibilidad de que se reparase.

En cuanto a las relaciones personales con su esposo, Alfonso XIII siempre le recriminó la transmisión de la hemofilia a sus hijos y herederos. Además la relación fue enfriándose y las infidelidades del rey fueron convirtiéndose en cosa común en palacio. Cada infidelidad se compensaba con una joya, por lo que la reina Victoria Eugenia atesoró un gran número de joyas personales. Victoria Eugenia comenzó un aislamiento personal.

La familia real española partió hacia el exilio el 15 de abril de 1931, cuando en las elecciones municipales del 12 de abril de 1931 los partidos republicanos ganaron en la mayoría de las grandes ciudades y el rey Alfonso XIII suspendió deliberadamente el ejercicio del poder real, lo que dio lugar a la proclamación de la Segunda República Española. La familia real se trasladó a Francia y más tarde al Reino de Italia. La pareja real se separó y Victoria Eugenia regresó a Londres, donde se instaló en el 34 de Porchester Terrace (actual embajada del Perú), desde donde estuvo cerca de su madre. En 1939, tras el inicio de la Segunda Guerra Mundial, la reina consorte fue invitada a abandonar el Reino Unido y dejó de pertenecer a la familia real británica. Se trasladó a Lausana, en Suiza, donde fijó su residencia definitiva en un palacete llamado «Vieille Fontaine» (actualmente propiedad de una entidad financiera suiza), donde acudían muchos de sus nietos a visitarla.

En 1938 toda la familia se reunió en Roma para el bautizo del hijo varón mayor de Juan de Borbón, Juan Carlos, futuro rey de España, a quien amadrinó junto con el cardenal Pacelli, futuro papa Pío XII. El 15 de enero de 1941, Alfonso XIII, presintiendo que su muerte estaba cerca, transfirió los derechos sucesorios de la Corona española a su hijo Juan. Alfonso XIII murió el 28 de febrero de 1941 en el Gran Hotel de Roma.

Victoria Eugenia regresó momentáneamente a España en febrero de 1968, tras treinta y siete años de exilio, para ejercer de madrina en el bautizo de su bisnieto Felipe. Durante esos días se estableció en el Palacio de Liria, residencia de la duquesa de Alba, su ahijada, con la que además poseía una relación afectuosa.

Victoria Eugenia murió en su residencia de Lausana el 15 de abril de 1969, a consecuencia de una enfermedad hepática irreversible. Fue enterrada en la capilla del Sacré Coeur de Lausana. El 25 de abril de 1985, la Casa Real trasladó sus restos y los de sus hijos Alfonso, Jaime y Gonzalo a España, que reposan en el Monasterio de El Escorial. Después de pasar el tiempo establecido en la Cripta real, en octubre de 2011 fue ubicada en el Panteón de los Reyes, compartiendo estancia con su esposo, Alfonso XIII.