ANALISIS
ESPECTRAL DE LA PRIMERA CRISIS DE REGIMEN DEL REINADO
Acaso
hayamos fatigado a nuestros lectores aportando tanta documentación y tantos
detalles de la que fue primera crisis de régimen del reinado. El autor tiene
varias y poderosas razones para correr el riesgo de fatigar a sus lectores. La
primera es el meticuloso silencio guardado por los historiadores y cronistas
del período sobre nombres propios y responsabilidades personales en la traición
implícita que fue aquella crisis; si hacen mención de alguna frase o algún
hecho, no dan el nombre del autor y, si hay nombre, no dan frase ni hecho.
Segunda, la permanente colusión de los liberales y hasta de muchos
conservadores, “monárquicos todos”, y los republicanos, socialistas y
anarquistas, unidos siempre para destruir cualquier obstáculo que impida a la
Restauración seguir el camino de la Revolución, jamás es analizada por los
historiadores académicos y profesorales para investigar su profunda razón;
porque a poco de profundizar hallan que la fuerza de afinidad entre los
“partidarios” de la Monarquía, liberales y conservadores, y los enemigos de
ella, republicanos, socialistas y anarquistas, es la Masonería, y al topar con
ella, calificada por el historiador “serio” de fantasma o mito, retroceden
espantados, pero disimulando su miedo tras la careta de la “dignidad"
profesoral y académica, negándose a incorporar a sus textos el fantasma y mito
masónico... aún cuando quede sin explicar y siga siendo un misterio la colusión
monárquico-republicano-socialista-anarquista, causa única del avance permanente
y el triunfo consiguiente de la Revolución : traición a España y a Dios.
En la
primera crisis de régimen del reinado aflora con claridad y vigor
extraordinarios la colusión monárquico-republicana. La Revolución acaba de ser
vencida. Su hombre más eficiente para la violencia, Ferrer, ha pagado con la
vida su cadena de traiciones y crímenes. Y es en ese preciso instante cuando
los “amigos” y enemigos del Rey, sin fuerza en la nación, se conjuran para con
su bluff revolucionario recibir de las reales manos el Poder y con él agraciar
con la impunidad a los regicidas y traidores, seguir corrompiendo el espíritu
nacional, gobernar al dictado del extranjero; en fin, como con Fernando VII,
con Isabel II, con Alfonso XII y con la regencia de Cristina, realizar la
Revolución que repudia el pueblo español de Real Orden. Porque para eso se hizo
la Restauración por los antimonárquicos; para poner al servicio de la
Revolución el Poder de la Monarquía, único acatado por el pueblo español,
quedando reducido el Rey a ser la estampilla que decretase la descristianización
y desnacionalización de las masas españolas. Descristianización y desnacionalización,
Revolución, arrollada y vencida por el heroísmo del pueblo en la guerra de la
Independencia e impedida por los levantamientos populares carlistas que, aún
vencidos, impidieron el triunfo violento y descarado de la anti-España, y
obligaron a emplear este recurso más lento, más cobarde, más traicionero, de la
Restauración de la Monarquía, hecha por los antimonárquicos, para infiltrarse y
dominar su régimen, logrando qué el Rey se traicione a sí mismo, trayendo por
Real Decreto la Revolución asesina de España y Monarquía.
Y no fue
sutil tan extraordinaria maniobra. Fue burda, grosera; si triunfó, fue gracias
al secreto masónico, no Revelado por cuantos poseían poder, inteligencia y
situación para desenmascarar a un puñado de masones traidores.
Mas ese
silencio creó un estado mental y cultural en los más; estado que ha de tener
muy en cuenta quien pretenda profundizar algo en el último reinado; porque,
para los más, lo acaecido resulta cosa tan absolutamente natural como una
tempestad o un terremoto, gracias al silencio y a la deformación producida por
la constante desinformación histórica realizada por los historiadores,
cronistas y periodistas de “mayor circulación”.
Y no
ignora el autor, ni ha de ignorar quien quiera profundizar en el último
reinado, que si pretende algo tan sencillo y elemental como es hacer ver que
los actos tienen actor, eso parecerá increíble e imposible a muchos de sus
lectores, acostumbrados a esa Historia fenomenal, meteórica o sísmica,
impersonal, que los masones mandaron y mandan hacer.
Debemos
tener presente esa incredulidad prefabricada que se halla adueñada de la
mentalidad española, creadora de una inercia relativa, por la cual se acepta
sin repudio lógico ni de conciencia que hay acto sin actor y que todo acaeció
sin motivo ni razón, porque si... Ante tal situación dada y a riesgo de aburrir
y fatigar a los lectores, cada cosa increíble o imposible ha de ser documentada
hasta la saciedad. Es más, y lo haremos aquí, analizaremos y conjugaremos
cuanto antecede para llegar a las últimas consecuencias.
La técnica
histórica y la lógica lo dictan. Si llegamos a la más perfecta o posible
comprensión de la primera crisis de régimen del reinado, su secuencia y
consecuencia hasta su final podrá ser comprendida sin mayor esfuerzo y sin
tanto acopio de fatigosas pruebas.
Y entremos
en su análisis espectral.
Veamos. El
pretexto para la Semana Trágica es la guerra de Melilla.
La
provocación de las masas populares es realizada por la prensa masónica
burguesa, marxista y anarquista presentando la guerra marroquí, no como una
empresa nacional, impuesta por una situación internacional y la agresión
rifeña, sino como un tributo de sangre impuesto al pueblo para defender los
intereses mineros en el Rif de unos capitalistas. .
No apelamos
a textos de la prensa marxista o anarquista, ni siquiera de la republicana. Son
de prensa burguesa “monárquica”, pero, claro es, masónica:
“Ahora es de
Melilla desde donde vienen las salvas. En rigor, las noticias que de allá se
envían para demostrar que entre las kabilas limítrofes existe una agitación muy
grande, no espantarán a las personas cuerdas, ni siquiera al vulgo. Mientras
ello no pase de la paliza dada a un capataz (que probablemente bien ganada se
la tendría) de la desatención a un ingeniero particular, de la exigencia de los
moros de que les paguen al día los jornales que en las minas devengan, y de los
montones de piedras colocados en los raíles por un par de montaraces, parécenos
que deben reservar sus bríos para más alta ocasión los ánimos belicosos, y que
pueden continuar sesteando en paz las personas asustadizas. Tampoco es cosa de
emocionar a nadie la aparición de una harka de 500 ó 600 moros
desharrapados, mandados por un santón de Benibuifrur que pretende declararnos
la guerra santa... Tiene esta harka un color de partida contratada que,
a pesar de la distancia, se hace notar aquí por las narices más obtusas. No se
piense en guerras chicas ni en guerras grandes. El país no quiere. Y esté
seguro el Gobierno de que, si adopta posturas, no ya marciales, sino
sospechosas, el verano será muy movido.” De El Liberal 9 de julio de 1909. En
la mañana del día de la agresión, aún ignorada. Como vemos, la amenaza de
Revolución es clarísima.
Al día
siguiente, también de El Liberal, cuando ya es conocido el primer
combate:
“Satisfechos
pueden estar los partidarios de la acción armada en el Rif, pues les han salido
las cosas a la medida. Con cuatro tiros se hubieran contentado para dar
comienzo a la obra, y ya tienen allí cuatro obreros, un teniente y varios
soldados muertos, además de un capitán, un teniente y veintitantos soldados
heridos. Nadie habla, a Dios gracias, del honor nacional. Lo único que está en
pleito es el lucro de algunas compañías medio francesas y medio españolas, que
piden para su laboreo la protección de nuestras armas. Compañías de las cuales
bien se pueden decir que, en la parte que nos toca, juegan de palabra, pues el
capital mayor que han invertido consiste en algunos nombres retumbantes, cuyos
dueños gustan poco de aportar valores efectivos, y en la esperanza de que
les auxilie con pingües subvenciones el Gobierno... La nación sabe cuál es su voluntad,
y la ejercerá sin vacilación alguna, a fin de impedir la guerra. A la primera
llamada de los Partidos democráticos y de las agrupaciones socialistas,
ciudades, villas y aldeas se levantarán a una, a protestar contra los intentos
bélicos, y esa protesta será secundada por las clases mercantiles, por las
clases neutras, y hasta por las clases conservadoras. ¿Lo duda alguien? Pues a
la prueba, que se hará inmediatamente, nos remitimos. Sépalo el Gobierno y
sépanlo todos. Para lanzarse a una guerra no bastan ejércitos disciplinados y
aguerridos y suficientemente provistos de municiones, bastimentos y pertrechos
de campaña. Se necesita que haya detrás un pueblo que los anime, que los
conforte, que los empuje. Y ahora, no lo hay.”
Ahí está el
motivo dado a la guerra: el lucro de algunas compañías medio francesas y medio
españolas.
Sigamos:
“No
obstante, las amistosas relaciones de España con el Sultán, aún más amistosas
después de la Conferencia de Algeciras, nos pareció que el andar en tratos
indirectos con un faccioso, enemigo declarado del soberano de Marruecos, era la
cosa más natural del mundo. Y a título de llano procedimiento de negociar y
chalanear con el Rogui, se dedicaron empresas de distintos títulos, que
hoy piden garantía para sus labores, y en cuyo servicio se libró anteayer un reñido
combate. Mediante dádivas, el Rogui cedía terrenos que no eran suyos, y
traficaba con ciertos sujetos de por acá, con billetes de lotería que no habían
salido de manos del lotero. Multiplicaráronse
las concesiones, y tantas posee, inscritas en un mapa especial, cierto simpático
personaje español que, de valerle tales títulos, podría erigirse en emperador
del Rif, y aún de Castillejos y Sierra Bullones, con mejor derecho que nadie. (El
liberal conoce al personaje, pero se calla su nombre; era muy amigo suyo y
liberalisimo ese “emperador” marroquí...) De esos modos fantásticos de adquirir
dimana el impasse de ahora. El Sultán puede alegar y alega, que ni él ni su
hermano Abd-el-Aziz han vendido ni regalado terreno alguno”
De El
Liberal, 11 de julio de 1909.
Vemos
descubrir el origen fraudulento de las concesiones mineras. Y, por lo tanto,
dar la razón jurídica al Sultán y a los agresores rifeños. A la vez, son
mostrados unos fabulosos intereses de las compañías. Se alude a un “simpático
personaje español”, cuyas posesiones en el mapa, si las toman nuestros
soldados, le permitirían erigirse emperador del Rif, Castillejos y Sierra Bullones.
¡Pero el masónico periódico no da el nombre de tan enorme personaje... ¿Por
qué?... Ya lo sabremos.
Más:
“Accionistas
franceses y españoles, en su mayoría tacaños, explotan y quieren explotar unas
minas en la frontera de Marruecos. Para que la mano de obra resulte barata, es
necesario que el obrero trabaje con facilidad, sin riesgo alguno de su vida.
Mas si, además de ganar poco, caen balas sobre su cuerpo, no se encontrará un
obrero que quiera suicidarse. Y, ¡adiós negocio!, ¡y adiós minas! A fin de huir
de ese desastre, no basta con que se castigue a los audaces agresores, tal vez
maliciosamente provocados para ese hecho irreflexivo. Es preciso, además, hacer
un escarmiento, encender una guerra y conquistar... todo el imperio marroquí.
Después se pasaría la cuenta al señor Allendesalazar y se daría un sentido
pésame, con toda cortesía, a las esposas, a los hijos y a las madres de los
combatientes, y que por casualidad, por una y otra parte, habrían de ser los
pobres.”
El
Liberal, 12 de julio de 1909.
Aparte de
reincidir en lo dicho, se insinúa que los interesados en que nuestros soldados
les conquisten las minas han provocado a los rifeños para que haya guerra y
puedan ellos explotarlas. Como no dicen quién son los interesados, las masas no
sabrán quién son los provocadores. Desde luego, excluirán del grave delito a
los capitalistas y políticos amigos del periódico denunciante. ¿No era natural?
La perfidia
masónica es ejemplar. Ahora algo Inaudito:
“El Gobierno
actual abandonó Marruecos en 1904 a los apetitos desordenados de Francia; y
ahora le ha obligado a emprender expediciones militares que arruinen y
desangren a España, porque, según confesión del propio Maura, al entrar por ese
camino peligroso ha evitado que otros se encargasen de hacer lo que a nosotros
corresponde. El Gobierno ha cedido a la presión de París, abrió el campo de
Melilla a la Compañía minera francesa, y ésta, con manetos burdos y
censurables, ha provocado los actuales sucesos. El Gobierno, desoyendo nobles consejos,
se empeñó en alterar la paz, amparando a las kabilas rebeldes contra el Rogui,
y obligando a éste a alejarse de nuestra vecindad, donde servía a España mejor
que todos sus ejércitos. El Gobierno ha provocado la agresión de los moros,
porque la necesitaba para invadir el territorio próximo a Melilla, penetrando
tras los aventureros, que sagazmente dirigidos desde París, preparaban el
terreno, con complicidad inconsciente del Gobierno español. Ya está sellada con
nuestra sangre una nueva sumisión a la política francesa, que reproduce páginas
funestas de nuestra alianza con aquella nación. El Gobierno no debió permitir
nunca a los obreros entrar en el campo moro, ni construir ferrocarriles o
explotar minas. Por eso el Gobierno es tan culpable del asesinato de los
obreros como tos mismos matadores.”
También de El
Liberal del 18 de julio de 1909; un día en que se recibirán las peores
noticias de la guerra.
Los demás
artículos son de fondo, como se decía entonces, opinión del diario; el que
acabamos de reproducir lo firma don Miguel Villanueva, diputado liberal,
ministro luego de la Corona ¡y presidente del Consejo de Administración de las
Minas del Rif! ¡nada más! pero él y el periódico se guardan bien de decírselo
al público.
¿Cabe mayor
vileza? Un hombre así, después de esto, podrá llegar a ser ministro del Rey de
España.
Hemos
buscado con afán en El Liberal los nombres de los mineros provocadores
de la guerra, que quieren con ella que nuestros soldados, a costa de tanta
sangre, les rescaten sus magnificas y productivas explotaciones mineras. El
masónico periódico guarda un silencio sepulcral. No da el nombre del magnifico
y “simpático personaje” capaz de ser emperador del Rif por sus enormes
posesiones.
¿Pero quién
pensarán que es el tal los padres y madres de los reservistas movilizados?
Jamás un millonario y un político liberal, pues siéndolo han de suponer que no
seria aludido por El Liberal.
Pero alguien
no debe callarlo. Algún semanario “irresponsable”. “El Fusil, por
ejemplo, o algún periódico “carca”, el Correo Español, acaso, habrán
dado el nombre del “simpático personaje” y su nombre puede llegar a los padres
de los soldados que marchan ... y Ferrer y Pablo Iglesias no podrán llevarlos a
quemar iglesias v conventos y a asesinar sacerdotes y religiosos, que son los
“capitalistas” fabulosos de las minas rifeñas, por cuya conquista sus hijos
mueren... según les inducen a creer.
Lo
suponemos, porque el día 24, la noche anterior a aquella en que se decide para
el día siguiente la Revolución, España Nueva, el periódico más procaz y
más leído por los extremistas de toda España, abre sus columnas al “simpático
personaje”, que declara con todo cinismo:
“Hay que
fijarse en un detalle de mucha trascendencia. La lucha industrial de Alemania e
Inglaterra sobre el predominio de la fabricación siderúrgica parece inclinarse
en pro de la primera. Así, unas minas como estas, equidistantes de Francia y de
Inglaterra, muy próxima a Italia, Turquía y España, pueden ser elemento de
victoria para la nación que las posea. Francia, aliada de Inglaterra, tenía ya
las suyas. Alemania, enemiga de Inglaterra, había llegado tarde. Seguía la
agitación en el campo moro, libre de toda autoridad vigorosa desde la huía del Rogui.
Viendo tal y seguro yo de que sin paz no podían explotarse las minas, cuyo
material estaría siempre expuesto a ser destruido a cada paso, resolví separarme
de la Sociedad minera. Así lo hice. En la primera ocasión propicia, esto es,
cuando agotado el capital efectivo de dos millones se pidió a la Casa Figueroa
un dividendo de 500.000 pesetas, me negué a darlo. De esto hace ya algunos
meses, y lo puedo probar con documentos. Creía yo acabado todo, cuando supe que
se había dispuesto que la sociedad española reanudase las obras del
ferrocarril. Poco tiempo después surgieron los sucesos que hoy lamenta España,
y los cabileños, que un semestre antes apenas disponían de municiones, se
presentan ahora pletóricos de ellas, así como vemos al Rogui, que
también carecía antes de provisiones de guerra, encaminarse a Fez con balas y
fusiles de sobra. ¿De dónde han salido? Este es el dato más extraño del asunto,
sobre toda si se tiene en cuenta que los moros se presentan con cierto aspecto
militar, que establecen en el Gurugú campamentos con tiendas, que ejecutan
movimientos combinados y envolventes. Sobre esto, que me llama mucho la
atención, requiero yo la de todos. Puedo asegurar que hace seis meses, los
kabileños carecían casi de medios de resistencia, y seguramente el primer
sorprendido de lo que ocurre será el general Marina, que estaba enterado por
varios conductos seguros de lo que fue una realidad hasta hace poco tiempo. Esto
es la verdad. Yo no tengo que ver nada con el ferrocarril ni con las minas;
mas, con todo, para que no se extravíe la opinión, conviene decirle que no es
el ferrocarril español el que atacan los moros: El nuestro está muy poco
adelantado en relación al francés. Por éste circulan las máquinas de la Norteafricana,
y en sus trenes van los refuerzos. ¿Qué pasará luego? No lo sé.”
A quien
abrió sus páginas el procaz y republicanísimo España Nueva, fue al
excelentísimo señor don Álvaro Figueroa Torres, conde de Romanones, ex ministro
de la Corona, iniciador y principalísimo accionista de la “Sociedad Minas del
Rif” y, pocos meses después, hecho Grande de España. Hay derecho a pensar que
las embusteras declaraciones de Romanones—siguió siendo propietario principal
de las minas—fueron hechas en el periódico republicano y reproducidas por todos
los de izquierda para que las masas, lanzadas a las treinta y seis horas contra
los “mineros” de los conventos e iglesias, no tuvieran la mala idea de ir a
quemar el palacio condal de la Castellana.
Y sólo una
pregunta de momento: ¿Qué vínculo hay entre aquel bestia republicano, Rodrigo
Soriano, dueño de España Nueva y el aristócrata millonario y monárquico conde
de Romanones?
Sin un
vinculo, sin algo, ignorado por las historias académicas y “serias”, no hay
explicación alguna para el servicio prestado; porque, oficialmente, Rodrigo
Soriano y su procaz diario, así como los demás republicanos que lo secundaron,
eran enemigos políticos del Conde, iniciador y accionista de las minas.
Servicio grande, porque suponía desviar el odio suscitado en las masas contra
el minero del Rif hacia el clero, mostrando falsamente, desde días antes, y
continuamente, como el capitalista sangriento.
¿Qué había
entre Romanones y los republicanos y anarquistas para que a favor suyo
cometieran tal vileza?
Si los
lectores no se responden a sí mismos, no esperen leer la respuesta en letra
impresa. Si hasta hoy, pasado medio siglo, nadie se atrevió a formular la Pregunta,
no esperamos que nadie se atreva hoy a darle una respuesta...
* * *
Pasemos en
este instante al análisis de lo revelado por el debate parlamentario. Nuestros
lectores han podido enterarse de todo lo esencial. ¿Pero cuál es el motivo de
la radical ruptura de los partido turnantes realizada por Moret?
Simplemente,
la alusión hecha por La Cierva al regicidio de Morral cuando las bodas reales.
No hay una
intención trascendental en la alusión a la bomba de la calle Mayor, como luego
se vio en el resto del discurso y en la rectificación del ministro de la
Gobernación. La trajo, una necesidad polémica, porque permitiéndose atacar
Moret a La Cierva, tachándolo de incapacidad e imprevisión en la Semana
Trágica, parecía natural y lícito que La Cierva le recordase a él otra trágica
incapacidad e imprevisión, la de no haber evitado el regicidio de la calle
Mayor.
Pero Moret
se sintió acusado de criminal y de regicida por La Cierva.
Ciertamente,
una exagerada reacción, y no menor debió ser la de quien era su ministro de la
Gobernación cuando el regicidio; el técnicamente culpable; porque a aquel ex
ministro, Romanones, el fervoroso “monárquico”, como hemos visto, alzado en su
escaño, se le oyó chillar:
“¡Yo hablaré
mañana, porque no hay más remedio que hablar, y YA VERE SI ES EL ULTIMO
DISCURSO QUE HAGO COMO MONARQUICO!”
Sin motivo
reaccionó tan violentamente Segismundo Moret; pero, al fin, era explicable su
actitud inusitada, pudo temer que La Cierva —antiguo masón arrepentido, según
le afeara Soriano en el debate— le tirase a la cara que él era hermano en
Masonería de Ferrer, el organizador del regicidio e inductor del regicida.
¿Pero qué
podía temer el Conde para renegar de su aristocracia y de su monarquismo de
toda la vida?
No creemos
que La Cierva, ni siquiera siendo cierto que había sido masón, pudiera decir de
don Álvaro Figueroa que también era hermano en Masonería de Ferrer.
Y si tal
acusación no la podía temer, ¿qué podía provocar en Romanones aquella decisión
tan trascendental?
Sólo podemos
aportar esos datos para juzgar:
La cloaca
internacional se desató por el fusilamiento de Ferrer y ella movía en el
Congreso la turbina masónico-liberal-republicana; luego, el masón Moret
atacaba, impulsado por el fusilamiento de su hermano Ferrer.
¿Temió el
conde de Romanones que La Cierva mencionase un comprometedor telegrama de
nuestro embajador en París?
La Cierva
esperó hasta el 9 de julio de 1911 para referirse a tal telegrama, y dijo así:
“Tengo que
decir, para que conste, que en el Ministerio de la Gobernación figura un
telegrama, expedido por nuestro embajador en París cuatro o cinco días antes
del atentado, previniéndole al Gobierno, por referencias de la policía
francesa, que se debía vigilar a Francisco Ferrer Guardia.”
En la causa
por regicidio consta que la policía de Barcelona no supo nada de Ferrer en los
días que preceden al regicidio—y Morral tenía su domicilio en la Escuela
Moderna—, lo cual hubiera sido una tremenda acusación contra Romanones,
ministro entonces de Gobernación, porque Romanones se quedó tan tranquilo ante
la desaparición de Ferrer; ni siquiera mandó intervenir su correspondencia.
Pero La
Cierva no esgrimió tan acusador telegrama contra el h. Moret ni contra
el conde. ¿Lo temió Romanones? Acaso, pero el temerlo no parece razón bastante
para renegar de la Monarquía.
Vinardell-Roig,
un republicano librepensador extremista, cuando la campaña pro-Ferrer sostuvo
una polémica con el anarquista italiano Malato, reivindicando para él y sus
predecesores republicanos la introducción de la enseñanza laica y racionalista
en España.
En tal
polémica, el republicano y masón Vinardell, en L’Eclair, sin ser
desmentido por nadie, indicó algo sobre las intervenciones del conde de
Romanones en favor de Ferrer, cuando estaba preso y procesado.
Pudo intervenir a favor de Ferrer. Al suceder López Domínguez
a Moret en la Presidencia del Gobierno, Romanones pasa de Gobernación a Gracia
y Justicia; y es el momento en que está en formación el proceso de Ferrer.
Son dos
coincidencias capaces de hacer pensar mal a cualquier perspicaz. Cuando el
regicidio se prepara y realiza, Romanones es ministro de la Gobernación, jefe
supremo de la Policía, y no trata de evitarlo vigilando a Ferrer, según
aconseja la Policía francesa. Y, cuando es detenido Ferrer, en el período de su
proceso en que, según el criminalista republicano, Salillas, “Ferrer se fuga
del sumario” y se asegura su absolución, Romanones es ministro de Gracia y
Justicia; es decir, jefe de toda la Magistratura española. Comprendemos que
piensen mal los suspicaces; el autor se abstiene. Como ignora si don Álvaro
Figueroa Torres fue masón, no puede suponer siquiera que la fraternidad que
impone la Masonería le hiciese ocupar sucesivamente las dos carteras, desde
donde tan directamente podía proteger al masón Ferrer. La protección del conde
a Ferrer en el proceso a que alude Vinardell ignoramos si fue cierta, y si lo fue,
ignoramos qué motivo pudo tener. Supongan los lectores lo que les dicte la
lógica y su conciencia.
Si el conde
nos fuera conocido como masón, todo tendría explicación, según en el caso nos
ocurre con su jefe, Moret.
Porque así
nos resulta natural, naturalísimo, que a los pocos días de vengar a Ferrer,
derribando a Maura, Moret, con todo lo presidente del Gobierno que ya era él,
recibiera con los máximos honores a la novia de su h. Cero y hermana suya en Masonería, Soledad
Villafranca.
Que
Romanones fuera el único monárquico que se atrevió a pedir, aunque fuera en
periódico extranjero, el indulto del masón Ferrer, tampoco nos hace sospechar
nada siniestro. Y suponemos que tampoco a los lectores.
¡Ah, y,
sobre todo no quisiéramos que por esos datos anecdóticos, carentes de
importancia histórica, juzgasen mal del ferviente monarquismo del conde de
Romanones, con grandeza, cuando lo vean formar triángulo con Alcalá Zamora y
Marañón aquella famosa tarde en que la Masonería se adueña de España expuksando
a su Rey.
Sólo un
detalle más para terminar nuestro análisis espectral.
Han podido
enterarse los lectores del diálogo sostenido por varios diputados republicanos
masones—¿cómo no?—con el teniente general y diputado liberal don Valeriano
Weyler.
—Usted,
general, podría solucionarlo todo en minutos. Usted es el hombre que daría
satisfacción a la opinión pública. ¡Ahora!
—No puedo
hablar. No me hagan hablar. No me hagan hablar ustedes; responde el general.
Pero a
nuevos requerimientos responde:
—Ya lo creo
que lo resolvería en un minuto.
A su lado,
el general Luque, luego ministro de la Guerra varias veces con los liberales,
subrayaría:
—Yo no tengo
de monárquico ni el canto de un duro, y a poco que me aprieten, tiro también el
duro.
Ya hemos
dicho que los “democratísimos” apelaban contra Maura al tan democrático
“Espadón”, como ellos les llamaban a los generales que no eran de su cuerda.
¿Pero eran
meras frases acaloradas?
En aquel
momento tan sólo era un descarado chantaje verbal a la Corona de aquellos dos
“espadones liberales”. No era poco.
Porque, si
la Corona era intimidada y destituía a Maura, sería Gobierno Moret, con lo cual
la revolución se adueñaría de nuevo del Poder, y su triunfo estaría bien
asegurado.
Tal era el
plan fraguado por la Masonería internacional y secundado por el masón Moret,
por Weyler y por Luque.
Más adelante
lo veremos.
EL
ASESINATO POLITICO DE MAURA Y LA CIERVA
Como la
tramitación de la caída del Gobierno de Maura es pública y conocida, nos
limitaremos al índice de sus episodios.
El día 21 de
octubre, el siguiente al de la sesión de ruptura liberal-conservadora, lo
inaugura políticamente El Imparcial, el más “monárquico” del Trust, con
un artículo en el cual dice estas cosas:
“Sin
Sagasta, sin Castelar, la Monarquía española no existiría.”
Recordémoslo
al lector; hemos dicho con reiteración que la Restauración fue obra de la
Masonería; esos dos nombres dados por El imparcial, los de Sagasta y
Castelar, gran maestre el primero y representante del Gran Consejo de
Charlestón el segundo, lo demuestra sin apelación.
Cierto, si
no es por Castelar, Sagasta y Pavía, no hubiera existido la Monarquía
democrática; hubiera existido la Monarquía tradicionalista, encarnada en Carlos
VII; ya lo dijo Pavía justificando su “democrático” asalto al Congreso de los
Diputados.
Continúa El
Imparcial:
“Ha recogido
la herencia—de Castelar y Sagasta—don Segismundo Moret. (Otro masón y otro
cripto-republicano.) Ahora el partido libera, tutor (!!) de la Regencia,
amparador (!!) del Rey en la orfandad, se ve acusado de contactos siniestros
con los anarquistas, de vínculos con los defensores de la demagogia. (¿No era
cierta la acusación?, los “contactos siniestros” y los “vínculos” bien ciertos
y a la vista!) La situación es gravísima. (Descubiertos los “contactos” y los
“vínculos”; cierto, la situación era gravísima para los liberales.) Después de
la sesión que ayer celebró el Congreso hace falta un acto que acredite que la
Monarquía no ha prescindido del partido liberal. Esa declaración es inminente,
y ha de ser tan categórica que no ofrezca dudas. Por eso consideramos el día de
hoy como critico, esencial y definitivo para la orientación de la política
española.”
Aquella
mañana, el Gobierno había celebrado una reunión en el domicilio de don Antonio
Maura.
A la vista
del fracaso de Dato en su gestión cerca de Moret para que no rompiera el
mecanismo legal parlamentario, obstruyendo hasta la aprobación de los créditos
del Ejército en campaña, el Gobierno acordó lo siguiente, que sintetizamos de
la transcripción que hizo Maura a su hijo don Gabriel minutos después de
regresar de Palacio.
Primero. Que
si la confianza de la Corona, ratificada a Maura en el día anterior por el Rey,
continuaba, su nueva ratificación debería hacerse pública antes de celebrar el
Consejo acordado para aquel día en Palacio.
Segundo. Que
se trasladase el presidente a Palacio para plantear de nuevo la cuestión de
confianza a Su Majestad.
Tercero.
Que, por si fuera negativa, llevar redactada una nota con la dimisión del
Gobierno para no dejar al descubierto a la Corona, fundándola en la violenta
actitud de las minorías monárquicas. Y que, si ratificaba el Rey la confianza
como en el día precedente, seguirían gobernando hasta que cambiaran las
circunstancias.
Siguió Maura
refiriéndole a su hijo que cuando entró en el despacho regio el Rey se adelantó
y lo abrazó con especiales muestras de afecto, y le preguntó:
—¿Viene
usted solo? Ya sabía yo que iba usted a prestar un gran servicio a la Patria y
a la Monarquía. ¿Qué le parece a usted Moret como sucesor?
Y terminó su
referencia Maura diciendo: “Comprenderás que me apresuré a entregar la nota sin
glosarla poco ni mucho, y aquí me tienes.”
Por
entonces, algunos mauristas, apagado temporalmente su fervor por don Alfonso,
lo motejaron de digno nieto de Fernando VII, andando el tiempo, los agraciados
con el poder quitado a Maura por él lo apodaron Fernando VII y pico.
La cosa fue
demasiado compleja y grave para encerrarla en apodos contradictorios, más o
menos pintorescos. Si algo distinguió a Don Alfonso como Rey fue que dominó a
su deseo de reinar el de ser humano y caballero; algo ignorado en absoluto por
su antepasado, el indeseable Fernando, en quien dominó la pasión de reinar a
toda costa y a costa de todo, hasta de su hombría y caballerosidad. Y podemos expresarnos
así después de haber estudiado con cierta profundidad, con más que muchos, las
personalidades públicas e ignoradas de ambos Monarcas, opuestas en absoluto. Si
Fernando frustró el destino de aquella epopeya nacional, que fue la Guerra de
Independencia, que derrota en los campos de batalla a la Revolución Política, fue
traicionando a las fuerzas patrióticas triunfantes, para dejar al morir
entronizada la Revolución derrotada, para realizar esto, como se comprenderá,
Fernando debió ser un traidor muy vil. La situación de Alfonso XIII es
diametralmente opuesta; él es coronado por los que han derrotado el Movimiento
patriótico nacional, el carlista; es, como su abuelo y su padre, el Monarca de
la Revolución Política o Francesa, digámoslo claramente; y, a pesar de tal
fatalidad, nacida en su propia cuna, Don Alfonso se opuso, como supo y como
pudo a que la revolución llegase a sus últimas consecuencias. Esto es en
absoluto exacto. Que no apeló a las fuerzas patrióticas nacionales, a las que
lucharon en tres guerras contra la revolución personificada en su rama dinástica
y quiso frustrar la revolución por medio de los propios hijos de ella, todo es
cierto; y ésa es una contradicción que debía costarle la Corona. Pero seamos
justos, si Alfonso XIII no llegó en los momentos decisivos a movilizar bajo su
caudillaje real a las fuerzas patriotas y antirrevolucionarias, fue por impedírselo
su concepto más o menos instintivo de la caballerosidad, al estimar que hacerlo
sería “traicionar” a los que hablan dado el Trono a su rama dinástica; aun
cuando el no “traicionarlos” les costase su Corona.
¿Y quien así
obra es un Fernando VII?
Claro es,
lectores, que tal concepto de la lealtad y caballerosidad en un Rey,
encarnación consustancial de la Patria, podrá ser humanamente muy excelso, pero
en moral patriótica, en moral de Alta Política, es aberración absoluta. Porque
no es traidor quien traiciona a la traición —la negación de la negación es
afirmación en pura dialéctica—, y quien es leal a la traición, será un
caballero subjetivamente; pero, quiera o no, lo sepa o no, será un traidor
objetivamente. Si alguien lo niega, queda desafiado a quebrantar el rigor de
tal axioma. Nuestra generación, si la torpeza o la perfidia no consiguen inocularle
amnesia, no necesita la prueba de la premisa, lo esencial en el axioma, por ser
ella un apotegma gigantesco: el millón de muertos en nuestra España.
Refiere el
duque de Maura la patética escena de su padre llorando en sus brazos después de
dictarle para la Historia lo sucedido en la cámara regia.
No dudamos
de que don Gabriel Maura nos permitirá referirla con sus propias palabras; las
del hijo nos parecen las más propias para darles la merecida unción. Y lo
hacemos; créanos el hijo, para no restarle un ápice de emoción a la tragedia
intima del patriota, porque, para el autor, nunca fue más grande el orgulloso
don Antonio Maura que en aquel instante en que lloró.
Acabó don
Antonio de dictar a su hijo Gabriel aquella página para la Historia, ya
transcrita, y al pronunciar la última palabra “ahogaron su voz las lágrimas”.
Por primera y única vez en su vida le vio su primogénito llorar durante largo
rato en sus brazos. No prorrumpió en sollozos de ira entrecortados por gritos
de pasión, sino en llanto irreprimible, pero silencioso, de huérfano que acaba
de perder lo que más quería en el mundo. Tampoco el interlocutor necesitaba de
palabras para interpretar el significado de aquellas lágrimas.
No decían
sino esto:
“He
sacrificado, copio sabes tú bien, la tranquilidad de un hogar feliz y los
rendimientos de una profesión honradamente ejercida, para servir a mi País
desde el Gobierno. No he escatimado nunca ni horas de trabajo en el despacho,
ni intervenciones personales en el Parlamento. He gobernado a la vista de
todos, con luz y taquígrafos, poniendo cuanto estaba de mi parte para acertar. Pero
bastó que unos adversarios políticos me acusaran, sin creer, lo ellos mismos,
de prevaricador, para que millares de convecinos se echasen a la calle
protestando contra mi inmoralidad. Ahora que unos extranjeros, desconocedores
de lo que ha ocurrido en España, me infaman llamándome asesino, centenares de
colegas míos parlamentarios piden mi dimisión, negándome el agua y el fuego. Y
el Rey, el Rey, que es para mí encarnación viviente de la Patria, me abandona y
me entrega...”
Hemos hecho
preceder a estas últimas y durísimas palabras de Maura contra Don Alfonso, con
el atenuante de ser dichas en la intimidad, reservándolas para la Historia, un
análisis de la conducta del Rey como hombre y caballero en aquel momento.
Esa última
frase de Maura —unos extranjeros me infaman llamándome asesino... Y el Rey; el
Rey, que es para mi encarnación viviente de la Patria, me abandona y me
entrega— no queríamos de ningún modo pudiese motivar que se calificase a Don
Alfonso de fernandino.
Y el mismo
Rey, años después, con palabra serena y meditada, nos daría base y razón para
exculpar al hombre, mostrándose ante el propio hijo del “abandonado” y
“entregado” Maura, como el tipo moral más radicalmente opuesto al fernandino.
He aquí lo
dicho por el Rey al duque de Maura en Roma:
“Eso que
dices en tu libro sobre la crisis del nueve, es verdad. Yo cambié de parecer en
veinticuatro horas y le admití a tu padre una dimisión que no me había
presentado. Te aseguro que la noche anterior había dormido muy poco, después de
oír las noticias del Congreso que trajo Ramón Echagüe y las opiniones de muchas
personas de seso, que casi todas ellas me aconsejaban el cambio de Gobierno;
digo casi todas porque mi madre opinaba, lo contrario. La Reina Cristina que,
en 1903, no me dejó en paz hasta que hube despedido a Silvela y a Maura,
sostuvo el nueve a tu padre hasta después de caído y siguió diciendo que me
había equivocado. Yo suscribí entonces el “Maura no”, y lo mantuve luego,
porque estaba convencido de que no podía prevalecer contra media España y más
de media Europa. Le habrían quitado de en medio, como lo procuraron antes y lo
hicieron después con Canalejas y con Dato, que estorbaban menos, dejando a la
Monarquía sin defensor y embarcada en la aventura.
“No tuve
nunca animadversión personal contra tu padre. Le quise y le admiré, hasta
cuando estuvo duro conmigo, porque comprendí que era sincero y leal. La prueba
es que cuando pude darle el Poder, con significación distinta de la del nueve,
le encargué muchas veces de formar Gobierno y le entregué el Decreto de disolución
de unas Cortes elegidas hacía poco.
“A estas
alturas de mi vida sigo creyendo que acerté cuando rehuí un conflicto que no se
podía resolver sino por las malas. Pero aun quienes crean que me equivocaba,
habrán de reconocer mi buena fe, porque cuando lo que gritaron muchos españoles
fue: “Alfonso XIII, no” (tú lo has presenciado muy de cerca), me sacrifiqué a
mí mismo como había sacrificado a Maura, para evitar otra vez que la lucha
entre amigos y enemigos desencadenase en mi Patria una guerra civil.”
No fue, no
pudo ser jamás, un bajo tipo moral como Fernando VII su descendiente Alfonso XIII
sino el hombre más opuesto.
Si “abandonar”
y “entregar” a Maura pudo parecer una vileza fernandina, cuando el mismo
hombre, y por los mismos imperativos morales, es capaz de “abandonarse” y “entregarse”
a sí mismo, perdiendo una Corona, ni es ni jamás nudo ser un fernandino.
Y creemos
poder decirlo con personal autoridad, y sin ser tachados de adulación, porque
antes hemos calificado de traición objetiva esa excelsa, pero aberrada, lealtad
del Rey a los traidores, que costó a España un millón de sus hijos.
Pero,
dígase: ¿Hubo algún estadista español capaz de dar esa necesaria lección de
dialéctica moral a Don Alfonso de Borbón?
Nadie,
lectores. Nadie le dijo jamás que traicionar a la traición era ser leal a si
mismo, encarnación consustancial de la Patria. Y que traición, traición
objetiva, efectiva, era ser subjetivamente leal a la traición contra la Patria.
Traición evidente, como pocas veces en aquella primera crisis del Régimen de
1909.
Por no
habérselo dicho así al Rey entonces, pudo llegar él en 1931 a traicionarse a sí
mismo, encarnación consustancial de la Patria y a traicionar a España, objetiva
y efectivamente, repetimos, por aquella paradójica aberración de su sentido de
la caballerosidad y lealtad, que lo llevó a ser leal y caballero hasta con los
traidores a él y a España.
LA
REVOLUCION EN EL PODER
Con lo
relatado en el capítulo anterior han de tener suficiente nuestros lectores para
ver con entera claridad la radiografía de la crisis del Régimen.
Si a la
superficie han aflorado tantos gestos y tantas palabras de suma gravedad,
verdadero chantaje a la Corona, es fácil adivinar cuánto se ha perdido en la
oscuridad y en el difuminado de la radiografía. Sin duda, en la noche que
siguió al debate, las agoreras brujas debieron gritar sin descanso en los oídos
del Monarca. ¡Revolución! ¡Pronunciamiento! ¡Regicidio!.... y quién sabe qué
fieros males más.
Si pasados
los años Don Alfonso declara que sólo su madre abogó por la resistencia y le
indujo a sostener a Maura, es fácil inducir que el resto de la familia real
debió mostrarse contrario en absoluto al consejo materno, y también los
palaciegos. Debe hacerse constar para el justo reparto de la responsabilidad, y
a la vez para buscar los atenuantes debidos en la conducta del Rey.
Responsabilidad,
e inmensa; porque la destitución de Maura, que destitución fue, suponía llevar
la revolución al Poder.
Derrotada en
la Semana Trágica, sin fuerzas propias para nada importante, dar el Poder al
masón Moret significaba potenciarla con la impunidad si a un nuevo asalto se
lanzaba.
. ¿Sólo con
la impunidad?, debemos preguntarnos.
Si hacemos a
fondo la radiografía de aquel instante histórico, sinceramente, hallamos mucho
más.
Veremos como
el masón Moret, ligado por obediencia sectaria y, según sé nos informa,
obedeciendo a chantaje, no sólo brindaba impunidad a los revolucionarlos, sino
que fraguaba desde el Poder un golpe de Estado republicano.
No resulta
excesiva y audaz la inducción. El fusilamiento de Ferrer mostró la
subordinación del partido liberal, acaudillado por el masón Moret, al mando
internacional de la revolución.
Esto acaece
muy avanzado el año 1909; al año siguiente, veremos triunfar la revolución
republicana portuguesa, ¿qué hubiera sucedido en España si Moret continúa en el
Poder hasta esa fecha?
La
revolución republicana se hubiera organizado con perfección y absoluta
tranquilidad; hubiera estallado fatalmente, y el defensor del Estado y del Rey,
el masón Moret, con los suyos colocados en todos los centros estratégicos del
aparato gubernamental, se hubiera rendido sin combate. El “14 de abril” hubiera
sido veinte años antes.
En estos
preparativos le sorprendió la destitución, según hemos de ver.
Algo de tal
porvenir se debió ver o intuir en la reunión ministerial celebrada en el
domicilio de don Antonio Maura inmediatamente antes de visitar al Rey para ser
destituido.
Al Parecer,
don Juan de la Cierva se mostró dispuesto allí a no retroceder ante la
dictadura. Teniendo mayoría en las Cámaras, como la tenían, hubiera sido una
dictadura parlamentaria; por lo menos, durante los meses necesarios para la
formación de un partido liberal idóneo ... En una palabra, realizar una
maniobra política idéntica, pero en sentido inverso, a la que se realizó contra
Maura; implacable hostilidad al partido liberal, en tanto y cuanto significase
la revolución; en lugar de lo acaecido: implacable hostilidad al partido
conservador, en tanto y cuanto significase el orden; en tanto y cuanto no se
convirtiese en idóneo para la revolución.
Que La
Cierva opinó así parece demostrado. El duque de Maura, como nadie situado para
saberlo, alude al asunto con bastante claridad: “Ni el temperamento, ni las
sinceras convicciones personales de don Juan de la Cierva, se opusieron jamás,
en principio, a los métodos dictatoriales”.
Claro es, el
duque de Maura, en honor de su padre, alega seguidamente:
“… si bien
no pudiera usar de ellos —de los métodos dictatoriales—, mientras estuvo junto
a Maura.”
Y agrega
esta elocuente declaración sobre su progenitor:
“Maura,
desde la Universidad al sepulcro, repugnó intrínsecamente la dictadura,
tachándola de incivil, de antijurídica y de mal educadora.”
Cabe
preguntar: ¿No es más incivil, antijurídica y maleducadora la revolución que la
dictadura? Responda la Historia española.
Ante la
realidad revolucionaria, mostrando su catadura monstruosa criminal y sacrílega
y de traición a la Patria, la formación de Maura le impedía frustrarla por
doctrinarismos, por meras palabras, porque meras palabras resultan ser las
suyas cuando se decide la misma vida de España.
¿Era civil,
jurídico y educado el chantaje revolucionario ejercido por toda la izquierda
liberal, republicana, socialista y anarquista sobre el Monarca?
¿O es
jurídica, civil y educada la violencia si es ejercida contra la Patria y es
antijurídica, incivil e ineducada, si es usada para defenderla?
En fin, un
Rey renitente por su formación, como Alfonso XIII, sin hombres dispuestos a
llegar a la violencia, a la dictadura, para vencer la violencia revolucionaria,
dictadura de hecho, sería doblegado siempre, de no ser él mismo quien se
lanzase al golpe de Estado dictatorial. Y como la Historia demuestra, eso jamás
pasó por la cabeza del Rey.
Sin más
disquisición, volvamos a la secuencia de los hechos.
Los
cronistas de los mismos, con rara unanimidad, se quejan de la falta de
virilidad y dinamismo en la opinión derechista o antirrevolucionaria. Pero el
duque de Maura, uno de los que más se quejaron siempre de su quietismo, ha de
registrar en aquel momento que “los más impacientes partidarios de la violencia
la pospusieron a la iniciativa de la oposición gubernamental” —a la iniciativa
de Maura, claro está— y agregará el duque: “Entre los millones de adhesiones
procedentes de quienes, hasta entonces, habían sido en política neutros u
hostiles, guarda en su archivo un anónimo —¿realmente un anónimo, señor duque?—
que revelaba, según él, “una opinión muy válida por aquellos días en todos los
ámbitos de España.”
El “anónimo”
llegó acompañado de un recorte de A B C del día 22 de octubre, que decía esto;
atribuido a Maura, como dicho por él en la reunión ministerial que precedió a
su, visita al Rey y a la destitución :
“Si queremos
continuar en el Poder sin la cooperación de los liberales, tendremos que ir a
la dictadura, y eso no lo propondré yo jamás. Ese es el motivo de que considere
inevitable la crisis.”
No
rectificamos, nuestro aserto de que Maura fue asesinado políticamente al
salvarse tan milagrosamente de ser asesinado físicamente; pero debemos
reconocer que en su asesinato político hubo también un tanto de suicidio.
El “anónimo”
comunicante le decía a Maura esto:
“El 22 de
octubre de 1909. Si esto es cierto, se arrepentirá usted de haber pensado de
ese modo. Estas ocasiones no suelen presentarse dos veces; y es muy difícil que
se presente otra tan buena para borrar de una vez la Anarquía, que, poco a
poco, o con algunos saltos, se irá apoderando de España. El momento a que A B C
se refiere será un momento histórico”.
Y terminaba:
“...un
carlista antiguo, que es ya ciervista, y casi, casi, maurista.”
Como vemos,
la Monarquía saguntina, frente a la violencia de la revolución, hubiera podido
disponer de la violencia tradicionalista, que, como ha presenciado nuestra
generación, no era cosa despreciable en el combate.
Hubiera
podido disponer la Monarquía saguntina incondicionalmente de la Comunión
Tradicionalista para cuanto supusiese defensa de la existencia e independencia
de la Patria.
Y, acaso,
sea ésta la mayúscula responsabilidad de Maura: la de no haber permitido con su
doctrinarismo liberal la transformación de la Monarquía de Sagunto en una
Monarquía nacional, dejando de ser una Monarquía de partido, del partido
liberal, apartándose del camino de la revolución, que era el de su fatal
suicidio como institución y el suicidio de España como nación.
EL
GOBIERNO DEL “HERMANO” MORET
Sólo tres
nombres merecen ser destacados de la formación ministerial.
El de Moret,
que ocupa Presidencia y Gobernación; es decir, que acapara en sí los dos
Ministerios políticos del Gobierno.
El del
general Luque, el de aquel militar que hacía horas tan sólo que había dicho en
los pasillos del Congreso:
“Yo no tengo
de monárquico ni el canto de un duro, y a poco que me aprieten, tiro también el
duro”.
A este
general se refería un célebre revolucionario portugués al decir que cuando
visitaba a Salmerón, el jefe de los republicanos, hallaba en su casa a un
general, que, cuando volvía a Madrid, se lo encontraba de ministro de la
Guerra.
Otro nombre
a señalar es el de Santiago Alba, que no había sido hecho ministro por Moret, pero
si subsecretario de Gobernación, ministro de hecho en realidad, para no
molestar a otros “prestigios” del Partido con más fuerza política y más
antiguos. Si recordamos a Santiago Alba ocupando la presidencia de las Cortes
republicanas, sin protesta ni obstáculo de nadie, ya podremos formarnos una
idea sobre su personalidad verdadera.
La extraña
formación ministerial fraguada por Moret, de la cual se hallaban ausentes las
personalidades más importantes del Partido liberal, y ni siquiera tenían
representación proporcional sus tendencias, indicaba que el Gobierno era una
conspiración, en la cual se comprometía solamente Moret, como cabeza, y Luque
como brazo, siendo el resto de los ministros figuras de segundo plano; meros
comparsas.
Frente a
esta realidad...
¿QUÉ HACE
MAURA?.
Palabras,
palabras y palabras…
El día 25
reúne el destituido Presidente a las mayorías de ambas Cámaras del Partido en
el Senado, y les habla:
“Fuimos a
las Cortes —¡perdonad la candidez!— creyendo yo que ellas solas eran el
remedio. Porque decía yo: Entre mis adversarios los tenemos enconados; estarán
encendidas las pasiones; pero ¡la probidad, el amor patrio, estarán allí; eso
no se habrá perdido! (Aplausos.)”
El mismo
Maura se califica de “cándido”… ¿Y, siéndolo, se puede ser un gobernante?...
¿Patriotas los defensores del traidor y asesino Ferrer?... ¡Ya es candidez!...
¿Patriotas los que han servido al colonialismo francés, traicionando a nuestros
soldados en campaña?... Eso no es “candidez”; es total estupidez.
“En las
Cortes no sucedió lo que esperaba, que era levantarse todas las voces para
decir una de dos cosas: o yo estoy con los que infaman o yo estoy para afirmar
que mi Patria no es una patria de bandidos.
(Aplausos.)
“No;
creyeron las oposiciones que aquello no era contra España, sino contra el
Gobierno, y con el agua de aquel molino, con el agua de aquella cloaca,
pusieron la turbina para hacer su labor.
“Impedida
toda función legislativa, se le presentaba a aquel Gobierno esta disyuntiva,
esta tremenda e ineludible disyuntiva: o ponerse a gobernar sin Cortes, con
reales Decretos, supliendo con órdenes del Rey la función legislativa de las
Cortes con el Rey, y hacer frente a la cuestión de orden público, hallando
apiñados y revueltos a los anarquistas y socialistas con los ex ministros del
Rey y ex presidentes del Consejo
(Grandes
y prolongados aplausos)…
…o franquear
la función legislativa, diciendo a los que así procedían: Bien, venid aquí, y
os votaremos nosotros lo que vosotros no queréis votarnos en interés de la
Patria y del Ejército. Y hecho esto, llevar el conflicto ante la opinión
pública, y preguntar a España si quiere que esto suceda en su política o si
quiere redimirse de semejante lepra
(Aplausos.)”
¡Todo un
planteamiento de la cuestión!... Un falso planteamiento, claro está; porque no
hubo disyuntiva en el terreno de los hechos. No hubo tentativa siquiera de
gobernar con una mayoría parlamentaria ni con reales Ordenes. Lo único fue
decirles: “Venid aquí, y os votaremos nosotros, lo que vosotros no queréis
votarnos en interés de la Patria”... ¿Pero dónde se hallaba el “insoluble”
problema planteado por negarse la minería liberal a votar?... Porque, aún
ofreciéndoles votar los conservadores cuanto se refiriese al Ejército, Moret no
aceptó ir a las Cortes... ¿y qué pasó?... Pues eso, no pasó absolutamente nada.
Y continuó:
“Por el
procedimiento que habéis visto, y que os he recordado, han sustituido al
partido conservador unos hombres que no han entrado en el alcázar del Poder con
la bandera de sus doctrinas, si tuvieran tal bandera, que no la han desplegado,
ni usado, ni esgrimido en la contienda. Han entrado por la censura de la
represión de los crímenes de Barcelona, por la asociación con la opinión
exterior que infamaba a España, por nuestra actitud en lo que se refiere a la
represión interior, puesto que sobre Melilla no se había formulado tampoco
política contraria a la de aquel Gobierno.
(Muy bien, muy bien.)
“Con
unanimidad en el Gabinete, con las mayorías a su lado y con la confianza de
inmensas muchedumbres, abandonamos el Gobierno.”
¡Y viva la
democracia y el sistema parlamentario!... Sólo cuando conviene a la Revolución.
“No han
entrado los liberales en el Poder desplegando una bandera si tuvieran tal
bandera.
(Muy bien.)
Están en el
Gobierno por las sentencias de los Consejos de guerra de Barcelona, por la
presión de los elementos extraños agitadores. No están en el Gobierno por ideas
políticas determinadas, están por consecuencia de lo que dejo expuesto.”
Sí, señor
Maura. Estaban en el Gobierno por ideas políticas, y bien determinadas, por las
ideas de ir a la Revolución, logrando que triunfase la que acababa de ser
derrotada.
Y sólo
copiamos ya este único párrafo:
“Ciego ha de
ser quien ignore a dónde se va. Contra eso hay la propaganda, el voto, la
intervención constante, para hacer sentir a los Poderes públicos el verdadero
estado de la Patria.”
Ciertamente:
ciego había de ser quien ignorase a dónde se iba. Ciego Maura, que no veía se
iba a la Revolución; porque, de saberlo él, era estupidez, sin dejar de ser
traición, que contra ella nada valía propaganda, voto, intervención y demás
zarandajas.
La
Revolución es el hecho de plantear la solución en el terreno de la violencia,
es un hecho de guerra, y en el mismo terreno ha de serle planteada la batalla,
o triunfa de manera fatal.
¿Revolución
en beneficio de quién? La mayoría de la prensa extranjera y de las Agencias
periodísticas del exterior, respondió a esa pregunta con suma elocuencia.
Ramiro de
Maeztu, lejos aún de su conversión, corresponsal por entonces en Londres de La
Correspondencia de España, el día 26, se expresaba así:
“La
impresión primera que produce la noticia de la dimisión del Gabinete Maura en
Londres no puede apenas describirse. Es como si el mundo entero despertara de
una pesadilla insoportable. Esta es precisamente la palabra que emplean los
periódicos en sus carteles anunciadores.”
En días
sucesivos, el mismo periódico tradujo y publicó mucho de lo publicado por la
prensa extranjera, toda ella regocijada por la caída de Maura, ya que sus
dueños, judíos y masones, monopolizadores de la opinión impresa, alardeaban de
su triunfo en nuestra Patria.
Si un ápice
de patriotismo hubiese restado en la izquierda española, el espectáculo debía
producirle vergüenza. No supondría que tanto alborozo de gentes extranjeras
podía suponer nada bueno para su propia Patria; porque no pensarían que
incurrirían tantos personajes en la contradicción de haber deseado el
engrandecimiento de España, cuyos intereses y reivindicaciones se hallaban en
colisión con los de sus propias naciones.
En puerta se
hallaba la negociación hispanofrancesa sobre Marruecos, y si el gobierno de
Moret hubiera sido considerado por los periódicos franceses, por ejemplo, como
un decidido defensor de los derechos españoles, nadie debía dudar que su
alegría por motivos ideológicos hubiera tenido la sordina de los motivos
políticos.
Frente a
estas realidades constantes, resultan huecas estás palabras triunfales,
pronunciadas por Lerroux al llegar a Madrid desde Francia, cuando sabe disfruta
ya de plena impunidad:
“No perdamos
el tiempo. Tenemos mucho que hacer para dar la batalla al clericalismo, que en
todas partes pretende retrogradar la Historia, y en España, singularmente, ha
estado a punto de derrocar todas las conquistas democráticas.
(Ovación.)
”Una
corriente general de solidaridad, tácitamente concertada por los pueblos, lucha
por la defensa de las libertades, oponiéndose a la corriente avasalladora de la
reacción clerical.
(Aplausos.)
"Nosotros
reanudaremos nuestras luchas, afirmando, en primer término, la permanencia
definitiva, la intangibilidad de estas cuatro libertades; la libertad de
pensamiento, la libertad de reunión, la libertad de asociación y la libertad de
la prensa.
(Indescriptible
ovación y muchos vivas a Lerroux.)”
A tales
afirmaciones, repetidas mil veces, en el torbellino de mítines y
manifestaciones en que desborda la euforia revolucionaria, nadie responde. El
Gobierno de Moret, el “defensor oficial de las Instituciones”, calla como un
muerto.
Y ha de ser
el propio Rey quien rompa una lanza verbal en honor dé la verdad.
El día 2 de
noviembre, dará cuenta El Imparcial de las declaraciones hechas por don
Alfonso a Le Journal de París, que fueron así:
’“Yo no
sabría decir a usted cuánto me ha apenado, cuánto me ha entristecido ver que en
Francia se daba a los sucesos que han seguido a los disturbios de Barcelona una
interpretación falsa. No me refiero a las multitudes, para despistar a las
cuales bastan algunos artículos de periódico. La muchedumbre es siempre generosa,
siempre está pronta a secundar lo que cree la justicia, a tomar partido por el
derecho y por la verdad, que a menudo no es sino la verosimilitud; la
muchedumbre va de un salto hasta el límite de su función; batalla y se manifiesta
por una idea que le parece justa, y que a veces es errónea. No; yo no atribuyo
a la multitud lo ocurrido, no quiero atribuírselo; es que la vieja sangre
latina ha hervido en ella. Lo que no puedo concebir es que entre los
protestantes se hayan podido encontrar hombres de esos a quienes se llama intelectuales.
¿Cómo un sabio, que no osaría proclamar un descubrimiento sin haber comprobado
cien veces sus, experiencias; que con razón permanecería en la duda hasta que
no hubiese pesado los miligramos y contado las células; que, respetuoso con su
ciencia, se negaría a emitir una verdad hasta que ésta no se le apareciera
evidente, demostrada, irrefutable; cómo este mismo sabio, este mismo
intelectual, protestará, sin previa investigación, contra un fallo dado
conforme a leyes que no conoce él y bajo una garantía que tiene algún valor: la
del honor de los militares españoles? ¿Qué idea es entonces la que en Francia
se tiene de España? De dar oídos a ciertos franceses, parecería que éramos de
un país de salvajes. ¿Dónde está en nuestra historia esa Inquisición de que
vuestros periódicos hablan tan fácilmente? ¿Y vuestras guerras de religión? ¿Y
aquella frase histórica de: “¡Mata, mata! Dios reconocerá a los suyos?” Yo soy un Monarca
constitucional, tan constitucional, que ni siquiera tengo la iniciativa del
indulto. No vea usted en mis palabras la expresión de ningún resentimiento,
sino la afirmación de un hecho. Nosotros tenemos Tribunales militares, cuyo
honor no puede ser puesto en duda; tenemos un procedimiento, bueno o malo;
tenemos una prensa, útil o nefasta. Estos son hechos, y con los hechos vivimos.
Que el extranjero ahorre sus críticas y sus consejos a las Naciones que conoce imperfectamente.
¿No habéis tenido vosotros en vuestra casa una cuestión Dreyfus? ¿Nos hemos
mezclado nosotros en ella? Estas criticas francesas me han entristecido, más
bien que irritado; porque yo amo a vuestro país, y no puedo olvidar que fue en
Francia, en vuestro París, donde hice mis primeras armas de Soberano al lado de
un venerable Jefe de Estado, a quien tuve el dolor de ocasionar un peligro. Hablemos
de Melilla. ¿Qué ha visto usted allí?”—dijo don Alfonso al corresponsal de Le
Journal, dando por terminadas sus declaraciones sobre el asunto Ferrer.
El
periodista hizo al Rey un elogio del heroísmo de los Oficiales españoles y
trazó un paralelo entre las expediciones militares de Casablanca y Melilla, y
S. M. acabó la entrevista con estas palabras:
“Francia y
España no pueden olvidar su acción común en Marruecos, ni las condiciones,
estrictamente delimitadas, de la misión que han de cumplir allí. Cuando de un
tratado se dice que es secreto, es precisamente porque ha dejado de serlo. España
da en este asunto su palabra. Tomadla, porque es ella la prenda más segura que
podéis tener, y no se concebiría que en Francia se atribuyese a España
intenciones incompatibles con los compromisos adquiridos por ella.”
Irrefutables,
lector. Sobra todo comentario, porque sólo serviría para empalidecer las
luminosas palabras del Rey.
Eco de las
reales palabras pueden considerarse las escritas por el señor Redonet, hijo
político de Maura, en una carta electoral:
“Es
indudable que, por virtud de estos hechos evidentes, los españoles que en la
cosa pública se ocupan quedan divididos en dos grandes agrupaciones: una, en
que figuran los partidarios del motín, del saqueo y del incendio, de la
revolución y los que con tales gentes simpatizan o transigen, y, otra, en que
nos sumamos todos los que tenemos la arraigada convicción de que sin una fuerte
disciplina social, sin un respeto muy hondo a la autoridad y la ley no hay
sociedad, ni siquiera vida posible.”
Palabras
verdaderas ciertamente, pero sólo palabras. A los políticos y ciudadanos les
correspondía realizar algo más.
No traemos
aquí la permanente compaña de agitación desatada por las izquierdas con la
complacencia gubernamental.
A tal campaña
se sumará con una “elegancia” moral muy discutible, Francisco Cambó, el
explotador hasta el extremo del error maurista en la cuestión separatista, con
olvido de tantas alabanzas como recibiera él caído presidente, al ser fiel
hasta el extremo a los compromisos contraídos con él.
Y le dirá:
“Con motivo
de la represión gubernativa, un sentimiento de lealtad —¿lealtad para con
quién?—, me obliga a dirigir censuras al Gobierno del señor Maura. El primer
error que cometió fue enviar un gobernador civil que tenía una tacha que le
incapacitaba para el ejercicio del cargo: el desconocimiento absoluto de
Barcelona.”
Y así seguía
Cambó haciendo cargos contra Maura, y con el mismo fundamento; porque Ossorio y
Gallardo fue nombrado con su beneplácito y a él “facturado”, como se dijo en
plena Cámara, y parte de sus errores y traiciones se debieron a las sugestiones
irresponsables, por no demostrables, del “aliado”, el señor Cambó; especialista
ya entonces en organizar derrotas de las fuerzas dirigidas por él o aliadas.
Sólo apuntar
esto de momento. Prometemos a los lectores penetrar a fondo en la extraña e
ignorada personalidad de Cambó cuando, allá en 1917, entre de lleno en la
política nacional, y su influjo empiece a ser más evidente por lo siniestro.
El adjetivo
no es nuestro. Es de apologista suyo; acaso del propió Cambó; de todos modos,
de quien fuera el autor del prólogo a un libro suyo, editado en Buenos Aires,
en 1929. Dígasenos si el adjetivo de siniestro no cuadra para el hombre capaz
de esto;
“Cambó es un
espíritu revolucionario, que no quiere ponerse fuera de la ley. Cambó es capaz
de hacer aprobar una ley, para que sus actividades revolucionarias sean
toleradas y consentidas por los mismos poderes que trata de derribar.”
Por estas
fechas (8-XI-1909) visitó Madrid el Rey don Manuel de Portugal. Hacía poco que
había quedado huérfano por el asesinato de su padre, pues, asesinado a la vez
su hermano, el príncipe heredero, debió él ocular el trono en temprana edad.
Sólo pasarían meses y la Revolución anárquico republicana lo derribaría,
obligándolo a huir.
Nadie ha
hecho el paralelo de las dos monarquías peninsulares. Si se hiciera, fácilmente
se vería que las fuerzas revolucionarias eran más potentes y audaces en España.
Perdura veinte años más la Monarquía en nuestra Patria, y el argumento surge
por sí mismo: las dotes de don Alfonso XIII fueron muy superiores a las de los
monarcas portugueses; debiendo agregar que Maura, La Cierva y, sobre todo, el
general Primo de Rivera, contribuyeron también a que perdurara cuatro lustros
más la Monarquía en España.
Poco de
trascendente sube a la superficie política durante la etapa gubernamental de
Moret; sin duda, lo importante no se ve. Sólo unos detalles aquí y allá
surgirán para poder adivinarlo.
Lerroux, el
que ha permanecido “prudentemente” más allá de la frontera durante la Semana
Trágica, entrará en Barcelona con honores de Emperador triunfante. Lo recibe la
masa bullanguera de asesinos, incendiarios y violadores a los acordes de la
marcha La Vuelta del Caudillo y de la Marsellesa. Dirá en su arenga:
“¡Queremos
la Patria, pero antes queremos la libertad!”
Y nadie osó
decirle, respondiendo al manido slogan:
“¿Y cómo
tendrá un pueblo libertad sin Patria?”
Con la
Revolución en el Poder, gracias al masón Moret, es rentable políticamente
ufanarse de haber participado en la Semana Trágica. Por ello, el masón Lerroux reivindicará
para sí la paternidad espiritual, ya que la material le impidió su miedo
alcanzar la de aquella traición y salvajada. Y dirá:
“Cuando
recibí noticias de lo que aquí pasaba sentí aquella satisfacción interior que
siente el maestro al ver que sus discípulos realizan su obra. Quienes lamentan
la quema de conventos son hijos de aquéllos, que no hace un siglo los quemaron
con los frailes y monjas dentro.”
Lo primero,
cierto; en cuanto a lo segundo, cierto en parte; los políticos del Partido
Liberal y toda la izquierda, con bastantes conservadores, más o menos
arrepentidos sinceramente, fueron los incendiarios de La Gloriosa; esto es
evidente. Como hemos visto, Sa-gasta, el político más importante de la
Restauración, fue un violador de sepulturas reales, ¡qué no harían sus huestes
progresistas!
ROMANONES,
“GRANDE” DE ESPAÑA
Moret había
puesto a la firma de S. M. el decreto concediéndole la “grandeza” a Romanones.
Sus méritos
para el supremo honor aristocrático debió colmarlos con su frase en la última
sesión del Congreso, cuando dijo que hablaría en la próxima sesión y vería si
hablaba por última vez como monárquico.
El chantaje
del aristócrata a la Corona, y al cual se doblegó a las pocas horas, bien
merecía ser premiado con una “grandeza” par con la dimensión de su amenaza de
traicionar a la Institución y al Rey.
Aquella
victoria del chantaje del Conde, dándole todo su político carácter, fue
celebrada con un banquete, al cual concurrieron todos los jerarcas liberales en
pleno. Hubo muchos discursos rebosantes de euforia, cerrándolos el nuevo
“grande” con el suyo. Terminó el “grande” brindando por el Rey, por el partido
y por su jefe, Moret. A poco más de un mes, “el “grande” traicionaría
descaradamente al “querido” jefe. ¿Cómo no?, la “grandeza” le había demostrado
que la traición era rentable con muy elevado tanto por ciento.
Y el
nuevo “grande” —¡qué caramba!— era un financiero pura sangre
Que sepamos,
nadie fue capaz de evocar en el fastuoso banquete aquellos pobres frailes
asesinados, las ruinas de templos y conventos calcinadas ni los soldaditos
muertos en las escarpas rifeñas, evocación absolutamente necesaria, porque la
demagogia masónica emborrachó a las masas haciéndolas creer que los soldados
partían para el Rif y allí morían para defender unas minas propiedad de los
frailes por intermedio de su testaferro Comillas, hemos dado abundantes textos.
Y allí
estaba el nuevo “grande”, agasajado por políticos y prensa; por los mismos
políticos y la misma prensa que hizo “mineros” culpables de la guerra a los
asesinados frailes, callando cuidadosamente que el auténtico minero, un minero pura
sangre, era Romanones, ¡el grande!
Tal era la
Historia de silencios que la Masonería ordenó hacer.
MORET, EN
ESTATUA
El día 28 de
noviembre, con gran solemnidad, se verificó el descubrimiento de la estatua
erigida en Cádiz, al h. Cobden,
don Segismundo Moret, presidente del Consejo a la sazón.
Una estatua
parece ser uno de los honores más extraordinarios; y, en justicia, sólo pueden
merecerlas los grandes hombres de la Nación.
Pues, bien;
invitamos a nuestros lectores a realizar un experimento: pregunten a sus hijos
bachilleres y universitarios quién fue y qué de grande hizo Moret. Y sus
respuestas les darán la medida de sus méritos para verlo magnificado en el
bronce de su estatua.
Claro es, el
caso de Moret no es único; las plazas españolas están profanadas por multitud
de fantasmones masones, cuyo único mérito para merecerlas fueron sus
traiciones; que sólo sus traiciones les elevaron a tal honor, en tanto, sólo en
la memoria de los patriotas tienen su estatua una legión de grandes reyes,
conquistadores y héroes, ¡con qué gusto fundiría el autor tanto masónico bronce
como aún hay por ahí para moldear las estatuas de Carlos y Felipe, de Cortés y
Pizarro, de Juan de Austria y Cervera, de José Antonio y Onésimo, de Maeztu y
Pradera, de Mola, Moscardó, Yagüe, Varela y de tantos y tantos más cuyos
nombres llenarían páginas y páginas como llenan las de toda nuestra Historia!
Volvamos a
los merecimientos de Moret.
Cinco días
antes de ser descubierta su estatua, hizo unas declaraciones M. Pichón,
ministro de Asuntos Exteriores de Francia, en la Cámara, y refiriéndose a otras
declaraciones hechas por el general colonisa D’Amade, se lamentó de que tal
general “hubiera querido defender intereses cuya custodia no le ha sido confiada”
—defenderlos frente a España, claro está— y añadió:
“Ofreció
también España retirar sus tropas una vez que hubiese restablecido el orden en
el Rif. El Gobierno del señor Moret ha reiterado las mismas seguridades que dio
el anterior.” ,
El mismo día
en que se inaugura la estatua del que “está de acuerdo con Francia” en retirar
nuestras tropas, el ministro de Estado español, Pérez Caballero, confirma lo
dicho por el francés en unas declaraciones hechas a Le Temps;
manifestando que estaba de “completo acuerdo con su colega francés, cuyo
discurso había de producir seguramente el mejor efecto en toda España (?) y en
el ánimo del señor Moret”.
¿Merecida la
estatua, lector?..
Al día
siguiente, los “amigos” y protegidos de Moret colocan tres bombas en la puerta
del convento de religiosas de Jerusalén, de Zaragoza, cuyas mechas son
apagadas, evitándose la explosión. Junto a los artefactos explosivos es hallado
un papel que dice: “Vengar a Ferrer”.
Sin duda, el
dinamitero seguiría creyendo que aquellas pobres monjas de Jerusalén eran
“mineras” del Rif.
La
“pacificación” ofrecida por Moret era evidente.
En un mitin
electoral republicano socialista, celebrado en Madrid, dirán:
“Las
instituciones serán, a partir del primero de año, huéspedes molestos en
Madrid.”
Y Pablo
Iglesias agregó:
“No puede
haber tranquilidad ni orden en España mientras existan las actuales
instituciones.”
La “pacificación”,
continúa Pablo Iglesias, el “pacífico apóstol”, que nos legó la estampa
masónica, declarará en el periódico La Mañana, el día 7 de diciembre:
“Tan
ignominiosa sería para el país la vuelta de Maura al Gobierno, que a todo será
necesario apelar antes que tal cosa suceda. El que atropelló todos los fueros
humanos para reprimir los sucesos de julio; el que fusiló inocentes como Baró e
infelices como Clemente García; el que cometió no sólo el crimen de matar a
Ferrer, sino la sin igual locura de desafiar a la opinión y al sentimiento de
todo el mundo civilizado; quien todo esto hizo, ya que no haya pagado con su
vida tanto mal, está imposibilitado para ocupar el Poder. Y si alguien
intentara llevarle a él, si con el esfuerzo de los suyos Maura pretendiera
ocuparle de nuevo, todo, todo estaría justificado para impedirlo: desde la
protesta ruidosa, la huelga general y la revolución, hasta el atentado
personal.”
Algo se
trasluce de las intenciones de Moret, pues el día 10 visita a Montero Ríos para
desmentir las acusaciones conservadoras de que se halla entregado a las
izquierdas antidinásticas, y declarará textualmente y cínicamente:
“Esto
—aseguró el señor Moret— es totalmente inexacto; no tengo pactos de ninguna
clase con esos elementos; además, los que han faltado, después del discurso de
Zaragoza, son ellos, combatiendo desconsideradamente al Gobierno.”
Al parecer,
Luque, el del “canto del duro”, hace mangas y capirotes con las recompensas
militares de la campaña; sin duda, busca crear agradecidos para sus torcidos y
subversivos fines ulteriores.
Se produce
agitación entre la oficialidad de la guarnición de Madrid. Hay denuncias del
general Lloréns, tradicionalista y diputado, secundándolas con el seudónimo
“Santiago Vallisoletano” el oficial don Gonzalo Queipo de Llano.
Hay cambios
de mandos en varios regimientos y arrestos de algunos militares, Queipo, Amado,
Golfín y es detenido en el mismo despacho de Luque el oficial y diputado señor
Pignatelli.
Se habla de
un ministerio presidido por Weyler.
Por cierto,
que en aquella ocasión “enseña la oreja” por primera vez el señor Sánchez
Guerra, futuro jefe del partido conservador:
“Desde hace
mucho tiempo se viene falseando el concepto verdadero de la inmunidad
parlamentaria, que, según espíritu que se desprende de la Constitución, no
puede ser otro que el ejercicio, sin trabas de ninguna clase, de las funciones
de diputado o senador; pero de ninguna manera puede referirse a otros actos de
la vida, que nada tienen que ver con aquéllas. Suponer otra cosa es hacer a
diputados y senadores de una casta superior y diferente a la de los demás
ciudadanos. Si los hechos han sucedido como los refiere la prensa, no cabe la
menor duda de que el Gobierno ha tenido perfecto derecho para detener al señor
Pignatelli.”
¡Cómo se pronunciaría
luego cuando los afectados eran diputados de izquierda!
Romeo, el
director de La Correspondencia de España —de Francia, mejor— es absuelto
de haber incitado a la rebelión militar. También lo es Sol y Ortega de haber
intentado incendiar el convento de los Jesuitas en Barcelona, ¡pueden las
rebeliones y los incendios continuar!
Todo esto y
mucho más trascendía, sembrando la intranquilidad sobre el próximo futuro.
Dentro del
Partido Liberal existía también agitación, pero por otros motivos, nada
patrióticos y en absoluto personales.
Como se ha
dicho, Moret había constituido un Gobierno personalísimo, según inducimos, el
más apropiado para su premeditada traición al Rey. Los demás jefecillos,
Montero Ríos, García Prieto y, sobre todo, Romanones, temieron que las Cortes a
elegir por Moret, previa obtención del decreto de disolución de las mauristas,
resultasen también personalísima de Moret; temiéndolo con fundamento, pues
Alba, subsecretario de Gobernación, y en funciones de ministro, era muy capaz
de fabricar unas cámaras así.
Este
disgusto de los jefecillos, liberales tuvo ciertos escapes que trascendieron a
la prensa, que más o menos claramente acogió los rumores.
Muchos
creyeron que el Rey trataba de solucionar la crisis interna del Partido Liberal
cuando en el Consejo de Ministros celebrado bajo su presidencia el día 3 de
enero se expresó así :
“El partido
liberal —dijo el Rey —tiene que decidirse a gobernar en España, entendiendo por
gobernar no sólo ocupar el Poder, sino acreditar con actos y reformas la
significación que le es propia. El partido liberal tiene necesidad de estar
unido, de suerte que en él queden ponderados todos sus matices y tendencias, y
yo deseo para él una vida larga y fecunda. Dentro de mis funciones, como Rey
constitucional, estoy dispuesto a aceptar íntegramente la obra del partido liberal
y a secundarle para que esta obra responda a un alto sentido de gobierno y a
las exigencias del país.”
Moret sólo vio
en esos conceptos unas frases formularias del Monarca, y no advirtió que fue
alterado el programa previsto; y el Rey, en lugar de salir para Sevilla, se
quedó cazando en las proximidades de Madrid.
LA MANIOBRA
DE ROMANONES EL “GRANDE”
¿Supo algo
de la verdad o toda ella el conde de Romanones? ¿Llegó hasta él por sus
relaciones palatinas noticia de las intenciones del Rey?. Su hijo,
Villabrágima, buena escopeta, era un asiduo compañero del Rey en las regias
cacerías. Es un detalle o un indicio valioso. No diremos que llegase a conocer
el auténtico motivo de la decisión tomada por el Rey, que se lo reservó al
parecer, hasta que dejó de reinar.
Si hubiera
conocido el hecho que determinaba las intenciones del Monarca, dudamos mucho de
que Romanones hubiera llegado a realizar el gesto que sirvió al Rey de pretexto
para lanzar a Moret. Jamás Romanones fue capaz de nada eficaz ni decisivo
contra la Revolución, y lo hecho por él en la ocasión no podía ser una
excepción.
Contémoslo:
El día 8 de
enero convocó Romanones una reunión en el Círculo Liberal. Aquel local, siempre
desierto, cobró de repente una extraña animación. El Comité de Madrid se
presentó en pleno y también comparecieron muchos diputados y senadores del
Partido.
El conde,
presidente del Comité y del Círculo, en violento discurso dio cuenta de las
razones que le habían impulsado a poner la dimisión de ambos cargos en manos
del jefe del Partido, el presidente del Consejo.
Su
afirmación principal sobre su determinación fue la de que “Moret colocaba en
manos de los republicanos todos los instrumentos que pueden considerarse como
más eficaces y decisivos en las luchas electorales”.
Los
concurrentes acogieron el final del discurso con una nutrida salva de aplausos;
acordando por unanimidad secundar la actitud del conde, y, a tal fin,
redactaron en el acto una comunicación dirigida a Moret en la que todos
renunciaban a sus cargos también.
El Rey había
regresado de una finca de Galapagar a Madrid la noche anterior y por la mañana
pidió a Moret que fuese a Palacio.
El
presidente acudió, llevando en la cartera el decreto de disolución de Cortes.
Era la respuesta que pretendía dar a los indisciplinados; pues, el decreto en
sus manos le suponía poder bastante para reducirlos a la nada.
En julio de
aquel año, por provocación de Melquides Alvarez, hablaron Moret y Canalejas de
la crisis.
He aquí lo
esencial de cuanto ambos dijeron.
Moret:
“Dijo ayer
el señor Álvarez que la crisis estaba rodeada de misterios y que de esos
misterios éramos dueños el señor Presidente del Consejo de Ministros, el señor
Presidente de la Cámara y yo. He de decir francamente que yo no veo misterio
alguno y que, por mi parte, no tengo ninguno que revelar ni ningún secreto que
guardar.
“Tiene razón
el señor Álvarez, la tenía ayer cuando suponía que el jefe de aquel Gobierno
había tenido la confianza completa y absoluta de S. M. hasta el último momento.
Verdad.
”Nada tengo
que decir de mis relaciones con el Jefe del Estado antes del día 5 de febrero.
La confianza de que disfrutaba era omnímoda y tan completa que, rebasando los límites
de la política, se extendía a todas las esferas de la vida social, dejando en
mi memoria lisonjeros y agradecidos recuerdos.
“La víspera
de Carnaval, S. M. se sirvió indicarme que pasaría fuera de Madrid el domingo y
el martes, citándome para el lunes; pero llegado éste, me hizo saber que,
habiendo de marchar a Ríofrío, quedaba aplazada la entrevista.
“El miércoles
recibí aviso de adelantar la hora habitual de la audiencia. Llegué, en efecto,
a las diez y media, sorprendiéndome no encontrar en la Cámara a los ministros
de la Guerra y de Marina, a quienes correspondía el despacho. El Rey me recibió
en seguida, y como de costumbre, me preguntó qué ocurría. Y como desde el sábado
anterior no había tenido el honor de despachar con S. M., le respondí
mencionando los dos asuntos que reclamaban su atención: el uno, la actitud y
conducta del nuncio a consecuencia de la conversación tenida con el Rey el
jueves anterior, y el otro, el incidente promovido por la deliberación habida
en el Ayuntamiento de Madrid acerca de la aplicación de la ley Municipal para
el nombramiento de sus empleados.
“Pasé
después a exponer la transformación que había sufrido el acuerdo municipal
referido, en virtud de la enmienda redactada por el señor García Molinas y el
desenvolvimiento lógico y sencillo que imprimía a la cuestión, con ventaja para
todos y especialmente para el Municipio.
“Fue, sin
duda, mi relato algo prolijo, porque S. M., interrumpiéndome, me preguntó si
sobre este asunto y en su relación con las próximas elecciones no había
ocurrido algún hecho importante. Respondí que, en efecto, la noche anterior y a
última hora me habla sido remitido un documento firmado por el Comité electoral
de Madrid, presentándome su renuncia, por entender que sus elementos
electorales quedaban muy mermados si prosperaba el acuerdo de dejar al
Ayuntamiento el nombramiento de sus empleados; añadiendo que llevaba el
documento para dar cuenta al Rey, pero que me había reservado hacerlo en el
último momento, porque sobre él me proponía plantear la cuestión de confianza.
“Terminé,
pues, brevemente lo que me restaba decir, y di cuenta a Su Majestad de la
renuncia del Comité electoral, cuyo contenido no creyó necesario conocer, y una
vez hecho, añadió: Como este documento supone una escisión en el partido
liberal y como esa renuncia se funda en un acto que afecta al Gobierno, éste
necesita saber si continúa disfrutando la confianza absoluta del Rey; porque,
si la tiene, esta noche quedarán expulsados del partido todos los firmantes del
documento, y si no la tiene, es inútil que moleste a Vuestra Majestad
ocupándome de él.
“El Rey no
contestó a mi dilema, pero se lamentó amargamente de las formas que afectaba la
política y de lo odioso que debía, ser para los hombres políticos el tener que
vivir en semejante atmósfera. Y después de deplorarlo en términos de gran
sentido, me indicó que Iba a llamar a los señores Montero Ríos, López Domínguez
y Canalejas para saber exactamente cuál era su actitud y apreciar hasta qué
punto podía contar el Gobierno con el apoyo de sus amigos.
“Como S. M.
no me consultaba sobre este llamamiento, comprendí que me retiraba su
confianza, y así se lo manifesté, pidiéndole su venia para retirarme. Pero
antes de hacerlo, y atento al cumplimiento de mis deberes para con la Corona,
manifesté a S. M. que en la cartera llevaba también el decreto de disolución de
las Cortes, por si el Rey prefería motivar la crisis en su negativa a firmarlo.
El Rey no lo creyó necesario, y yo me despedí de S. M. rogándole, como un gran
favor, se sirviera constituir el nuevo Gobierno cuanto antes le fuera posible”.
Sólo dos
diputados aludieron la versión del h. Cobden, el poderosísimo hasta
pocos meses antes; uno de los dos, su lealísimo don Natalio Rivas.
En su
rectificación, después de hablar Maura, Moret lanzó su último dardo contra
Canalejas:
“El partido
conservador ha contribuido tanto a la creación de ese Gobierno, que no podrá
fácilmente, en su seriedad y en su dignidad, volverse atrás. (Rumores en la
minoría conservadora.) ¿No queréis que se os diga? Pues entonces, ¿qué
significa la conducta que habéis seguido conmigo? ¿Es que hay alguien ahí que
diga que la actitud de la implacable hostilidad no hizo caer al Gobierno que yo
representaba? Pues eso fue facilitar y empujar el movimiento espontáneo para
levantar al señor Canalejas. El señor Maura es bastante leal para darme la
razón”.
Y Canalejas
replicó:
“El Gobierno
ha nacido después de ser planteada una cuestión de confianza. Yo aspiro, como
el señor Moret, a que no pueda decírsenos que somos conservadores por nuestra
culpa. ¿Es que hay una fuerza extraña a nosotros que perturba al partido
liberal? No. El partido liberal no ha encontrado ninguna resistencia en el
Poder moderador”.
Todo farsa;
todo convenido. Por lo menos, ignorancia total del auténtico motivo que tuvo el
Rey para destituir a Moret al cabo de cien días de Gobierno.
Nos lo hará
saber hombre tan académico y ponderado como es el duque de Maura cuando de la
Masonería se trata.
Tan
ponderado que, poco antes, el dar cuenta de las frases chantajistas para la
Corona de los “espadones” liberales Weyler y Luque, no da sus nombres. Mayor
garantía de veracidad no cabe.
Según
refiere, en la audiencia concedida por el Rey a don Antonio Maura después de
caer Moret y ya presidente Canalejas, el Monarca le explicó:
“Me he visto
obligado a despedir a Moret porque, sin mala intención (créanlo así también los
lectores del h. Cobden), estaba sirviendo a los enemigos de España.”
El Rey le
explica que se había decidido nombrar dos capitanes generales. para dar
satisfacción al Ejército, y que los agraciados con el principado de la milicia
serían Polavieja y Weyler, y añadió el Monarca:
“Los
servicios de información de nuestra Embajada en París me comunicaron que en
aquellas Logias masónicas se había tomado él acuerdo de impedir el ascenso de
Polavieja, pero no el de Weyler.”
Y añadió don
Alfonso:
“Comprenderá
mi sorpresa y mi indignación cuando, a las pocas horas de saberlo, me dijo
Moret al despachar, sin dar importancia a la cosa, ni explicación alguna a mí,
que Polavieja no podía ser capitán general.”
La
“ponderación” del duque de Maura sólo le permite extraer de, un hecho tan
inaudito la conclusión de que aquello era sólo una “insensatez caciquil” en los
nombramientos militares.
De manera
que aquella injerencia del Gran Oriente francés, a través del masón Moret,
subordinado a él, ¿sólo era una cacicada?
Demasiado
ingenuo el duque de Maura y su colaborador, señor Fernández Almagro.
Que el Gran
Oriente francés, cerebro de la Revolución en los países latinos, el que dirige
la ofensiva que asesina políticamente a su propio padre, sólo quiere que
alcance la más alta jerarquía militar Weyler, el izquierdista, y no Polavieja,
el derechista, por pura caciquería... ¿no es esto?.
Ante todo,
para un historiador del rango de los citados, hallar la prueba de la obediencia
de un presidente del Consejo de Ministros de España a una entidad extranjera,
al Gran Oriente de la Masonería francesa, es algo de una importancia histórica
impar infinitamente más importante que averiguar si era el Rey don Sebastián el
pastelero de Madrigal, o si Tutankamón murió de raquitismo o de apendicitis.
Esa
obediencia demostrada de un presidente del Consejo español a la Masonería
internacional es historia viva y trascendental no historia de lujo para
entretener aristocráticos ocios y alimentar vanidades. Es la clave de nuestros
desastres y nuestra decadencia; porque, como el masón Moret, tantos y tantos
jefes de Gobierno también obedecieron los dictados de los Grandes Orientes
extranjeros, y el anticristianismo y antiespañolismo que inspiró siempre las
órdenes de tales Orientes fue una realidad en todos esos llamados “errores”; en
todas esas traiciones de nuestros Gobiernos masónicos, que han costado a España
su grandeza, torrentes de sangre y casi su misma vida.
En el caso
concreto que nos ocupa, el nombramiento de Weyler como único capitán general
era darle, para un momento dado, la suprema autoridad militar, con la cual,
secundado por un masónico Gobierno traidor, como era el de Moret, hubiera
logrado hacer triunfar muchos años antes un complot como aquel de la Noche de
San Juan, en que participó rodeado de masones.
La deducción
es correcta: logra la Masonería la caída de Maura, del vencedor de la
Revolución, y con la elevación de Moret a la Jefatura del Gobierno y la de
Weyler a único capitán general, con Luque en Guerra, la Monarquía española
hubiera durado menos que la portuguesa... ¿para qué, si no se había de molestar
el Gran Oriente francés?
Y pensar que
el Rey, personalmente él, debía informarse de la trama y comprobarla mano a
mano con el marrullero setentón de Moret, cuando sólo contaba veintidós años,
ciertamente, reconózcase» don Alfonso resultaba un verdadero prodigio de Rey.
CANALEJAS AL
PODER
El
republicano Ciges Aparicio refiere que cuando don Alfonso asístió a los
funerales de Eduardo Vil de Inglaterra escuchó la opinión de los soberanos que
concurrieron a la Ceremonia sobre lo acaecido en España con motivo de la Semana
Trágica, y atribuye al Rey estas palabras, como pronunciadas a su regreso, en
París:
—¡Maura no!
Jamás volveré a llamarle. Siete soberanos, entre ellos el Emperador de
Alemania, han estado de acuerdo en que el fusilamiento de Ferrer ha sido un
acto impolítico, peor que un crimen: porque ha comprometido mi reputación y el
prestigio de España.
La fuente
resulta demasiado dudosa; pero es la verdad que, ciertamente, si Maura volvió a
ser llamado a presidir Gobiernos fue—como don Alfonso dijo, ya en el exilio, al
duque de Maura—“con distinta significación personal”, sujetado
gubernamentalmente por hombres y partidos adversos. Simplemente, apeló a Maura
como prestigio personal indiscutido hasta por sus enemigos en los distintos
momentos en que los errores y traiciones cometidos por quienes lo habían vetado
y traicionado impusieron la presencia de Maura para evitas peligrosas
reacciones nacionales; al suscitar la vuelta de Maura, en los patriotas y
especialmente en el Ejército, esperanzas de remedió; es decir, servía su figura
para adormecer ímpetus antirrevolucionarios. Pasado ese “peligro”, Maura volvió
siempre al ostracismo. Como garantía de su docilidad, nunca entró La Cierva en
las formaciones gubernamentales de coalición que Maura presidiera.
Si los
hechos riman con el contenido de las palabras atribuidas al Rey, poco importa
que no las pronunciara él.
Lo indudable
debe ser que aquellos monarcas europeos así opinaron, según dice Ciges
Aparicio, incluido el Emperador Guillermo. Con tales opiniones sobre la
Revolución y sus hombres, no extrañará que casi todos perdieran el trono pocos
años después. Europa fue casi enteramente republicana el año 1918.
Si nos
inclinamos a creer en ese nefasto viraje mental del Rey, no dejamos de apreciar
un poderoso atenuante a su favor. Don Alfonso contaba en aquella fecha sólo
veintitrés años, y en su mentalidad juvenil habían de pesar las prestigiosas
opiniones de aquellos siete monarcas, algunos soberanos de poderosos Imperios.
Aparte de la del Emperador alemán, debió expresarle opinión igual el nuevo Rey
de Inglaterra; opinión dada en lugar y momento singular, en los funerales de
Eduardo VII, hermano en Masonería de Ferrer, un Rey masón muerto en su cama de
muerte natural, un hecho muy elocuente para un joven Rey como Alfonso XIII,
cuya vida la conservaba de milagro después de ser víctima de horrorosos
atentados. Naturalmente, fácil, aunque falso, era el argumento a forjar: si los
Reyes de Inglaterra morían de viejos en sus reales camas, era por no reinar y
por no ser obstáculos para la Revolución, que podía triunfar plenamente en virtud
del sufragio universal.
Falso el
argumento, desde luego; pero con aparentes evidencias capaces de convencer a un
joven monarca con su vida amenazada permanentemente por la dinamita y las
balas. Porque nadie sería capaz de decirle que en tanto perdurase la secular
alianza entre la Masonería e Inglaterra, su cuna, en tanto la Masonería
sirviese a Inglaterra y se sirviese de ella contra los Estados adversarios de
ambas, bien por razones de potencia o estratégicas, bien por razones religiosas
o por ambas a la vez, caso de España, carecería de sentido que la Masonería
debilitase a su aliada con revoluciones, que destruyese con regicidios la
Monarquía inglesa, rompiendo la unidad imperial y nacional, fajada por la
Corona británica. Bien podía el Estado británico en esa situación dada carecer
de defensas fisiológicas, vivir en plena democracia, en tanto que el judaismo y
su ejército cipayo, la Masonería, no; decidiesen inocular en su organismo político-social
el virus revolucionario y anárquico... y esto no sucedería en tanto perdurase
la secular alianza masónico-británica. Y perduraría, por lo menos en tanto
existiesen en Europa monarquías católicas... porque, aparte de las razones de
potencia y religiosas apuntadas, el ejemplo de la Monarquía británica, sin
partido republicano en la nación y con unos Monarcas inmunizados contra el
regicidio, era un ejemplo a imitar para los demás reyes europeos; ejemplo por
el cual serían impulsados a dejar sin defensas fisiológicas los organismos
político-sociales de sus respectivos Estados, creyendo así salvarse del peligro
republicano y regicida, cuando en realidad quedaban indefensos y el ataque revolucionario
les resultaba fatalmente mortal.
Y quede ahí
esa síntesis radical, tantas veces evidenciada por la Historia.
LA EXTRAÑA
PERSONALIDAD DE DON JOSE CANALEJAS
Vamos a
honrar estas páginas con las palabras del gran don Juan Vázquez de Mella, según
fueron publicadas por L’Echo de París en septiembre de 1910, en un
articulo firmado por el tribuno tradicionalista encabezado con estas titulares:
“EN
ESPAÑA—LA PERSONALIDAD DEL SEÑOR CANALEJAS. REVELACIÓN INÉDITA.
Los
parlamentarios españoles son muy diferentes a los de otros países. Se parecen
entre sí, pero cada uno forma una variedad distinta.
La única
unidad que entre ellos existe sería comparable a la de los cilindros de un
mismo fonógrafo o a la de las películas de un mismo cinematógrafo.
”Uno de los
ejemplares más curiosos de este género es, sin duda, don José Canalejas. Educado
piadosamente por una madre admirable, sinceramente católica, fue de esta mujer
superior de quien recibió las primeras impresiones, modificadas luego por la
dirección de su tío don Francisco Canalejas, profesor en la Universidad de
Madrid.
Desengañado
prontamente de la carrera universitaria, en la que no obtuvo los puestos que
pretendía, Canalejas circunscribióse al foro y a la política.
Debutó en las
filas republicanas, pero permaneció en ellas poco tiempo.
“Cristino
Martos llevóle al palacio real, que no frecuentó mucho, sin embargo. Su ideal,
durante los primeros años de su vida pública, fue la dictadura militar, y en
favor de ella libró en la prensa ruidosas batallas.
Al culto
del sable se asocia lógicamente el del hisopo, y Canalejas convirtióse en el
verbo de Polavieja, el general ultramontano que fue, durante cierto tiempo, la
esperanza y el ídolo del clericalismo no carlista.
“El actual
Presidente del Consejo corrigió entonces personalmente un célebre programa antiliberla
y consagró a su defensa varios artículos en El Heraldo de Madrid.
Desengañado
bien pronto de esta táctica, Canalejas saltó de un Impulso al campo contrario, rompiendo
con la Iglesia y vertiendo al castellano los discursos de Waldeck-Rousseau en
Toulouse.
“Sin
embargo, hubo en la vida de este hombre de Estado un paréntesis misterioso,
ignorado de todos hasta el presente, del que voy a levantar, en parte, el velo
protector, porque me considero hoy libre de todas las consideraciones que hasta
ahora me habían impedido hablar.
El suceso
se remonta a 1896. Las guerras coloniales se presentaban cada día peor; la
actitud de los Estados Unidos autorizaba los temores más exagerados, y la salud
del Rey Alfonso inspiraba vivas y continuas inquietudes.
“Cánovas del
Castillo, que había consagrado sus ocios al estudio de la decadencia española,
con preferencia al de nuestras grandezas, se inclinaba al pesimismo, y
arrastrado por sus negras ideas, pintó a la Regente doña María Cristina un
cuadro de tal modo sobrecogedor de horrores, que el efecto fue diametralmente
opuesto al que deseaba dicho hombre de Estado.
La Regente
debió creerlo todo perdido; contempló, dentro de su espíritu, el espectáculo de
España agonizante, y en vísperas de ver cómo todo se hundía, lanzóse hacia
donde la llamaban su sangre y su fe. Y pensó en salvar, a lo menos, el Trono,
por medio de una fusión dinástica.
El alma de
esta empresa fue el cardenal Cascajares, gran figura de la Iglesia, que lucía
sobre su púrpura la gran cruz de Calatrava, condecoración circunscrita
exclusivamente a los sucesores de las más nobles casas del Reino.
Partió para
Roma, celebró varias entrevistas secretas con León XIII, y de regreso en Madrid
alojóse, vistiendo el hábito de simple presbítero, en un humilde convento que,
durante varios días, fue el punto de cita de eminentes parlamentarios y de
ilustres generales.
“Cánovas del
Castillo, presidente del Consejo, y Romero Robledo, su brazo derecho, ignoraron
siempre estas reuniones, donde se discutían los medios de llegar a la solución
siguiente: matrimonio de don Jaime con doña Mercedes (la hija mayor de don
Alfonso XII, casada más tarde con el príncipe Carlos de Caserta) y coronación
de ambos, desempeñando la Regencia don Carlos VII.
Con objeto
de llegar a la realización de este proyecto se .preparaba un golpe de Estado,
combinado con un alzamiento, en las provincias carlistas, y apoyado por una parte
del Ejército.
“Logrado el
triunfo, sería nombrado un Gobierno provisional, compuesto de los jefes
victoriosos, y de un alto personaje carlista, y este Gobierno procedería a la
proclamación de don Jaime y de doña Mercedes. Ahora bien. ¿Quién era el agente
más activo de las reuniones del pobre convento y la base principal de ellas? Don
José Canalejas, presidente actual del Consejo de Ministros.
“Salvo el
cardenal Cascajares, el señor Silvela y un hombre de Estado liberal, todos los
otros asistentes a estos conciliábulos viven todavía, y también vivimos el
marqués de Cerralbo, jefes entonces del partido carlista, y yo, que aun sin
formar parte de los Comités secretos, estábamos día por día al corriente de
todas estas negociaciones.
“Un
religioso, familiar del cardenal Cascajares, me puso al tanto de la
conspiración, por orden de Su Eminencia, y otra persona muy allegada a él iba
todos los días a mi casa a darme cuenta del estado del asunto. Esta última
persona vive todavía y se encuentra dispuesta a confirmar cuanto digo.
Al año
siguiente (1897) fui encargado por don Carlos de una misión especial, y tuve
que hacer un viaje a Roma, y en el Vaticano aproveché una circunstancia para
hablar del asunto a un alto, altísimo dignatario de la Iglesia, que no pudo
disimular su extrañeza cuando supo que yo estaba al corriente de un secreto que
creía sólo conocía» además de él, unos pocos iniciados.
“Sea como
sea, la conjuración fracasó, porque don Carlos, siempre hostil a todo arreglo
de esta naturaleza, negóse a recibir al enviado que debía hacerle
proposiciones, y porque dos de los principales conjurados se arrepintieron. ¡Pero
ninguno de éstos era don José Canalejas, que perseveró hasta lo último!
“Poco tiempo
después convidóme el cardenal Cascajares a comer con él en El Escorial. Y
durante toda la comida hablóme de la conspiración en presencia de varios
convidados, que podrían testimoniarlo, y Su Eminencia no economizó los elogios
que merecióle la conducta del señor Canalejas, cuya corrección, discreción y
abnegación encomiaba.
No tengo
que decir que, al decidirme a estas revelaciones, no abrigo el menor deseo
secreto de mortificar al señor Canalejas, ni pretendo avivar los temores de los
republicanos, que dudan de su sinceridad. ¡Lejos de mi tan pequeño
maquiavelismo! Si yo levantó una punta del velo que ocultaba este misterio, lo
llago simplemente para demostrar que es preciso aceptar a los parlamentarios
españoles tales como son y guardarse de tomar en serio las consecuencias
lógicas de una política o de una continuidad en las ideas. Todos, o casi todos,
son versátiles; pero todos también son sinceros en cada una de sus
metamorfosis.
“Volviendo,
pues, al señor Canalejas, lo creo tan sincero hoy, cuando se yergue contra el
cardenal Merry del Val, como lo era ayer, cuando servía los planes del cardenal
Cascajares. Además, es preciso tener en cuenta en este caso particularísimo una
circunstancia completamente personal. El actual Presidente del Consejo es un
hombre muy amable, muy cortés, dotado de inteligencia y comprensión muy vivas. Ha
leído mucho, tal vez demasiado, porque ha leído muy deprisa libros que fueron
escritos muy lentamente. Pródigo de afirmaciones, es avaro de razonamientos y
merece, hasta cierto punto, el juicio que expuso sobre él Cánovas del Castillo,
que decía había en su estilo oratorio mucha hojarasca y pocas ideas. Las
personalidades complejas e impresionables son más accesibles que las otras a la
sugestión de quienes las rodean. De ello el señor Canalejas es un ejemplo
concluyente. Durante mucho tiempo tuvo, a su lado a un periodista eminente,
Augusto de Figueroa, hijo de un heroico jefe carlista, y en este periodo de su
vida inclinóse claramente a la derecha. ¡Cuántas veces me habló mi querido
amigo Figueroa de los proyectos conservadores de Canalejas y de todas las
esperanzas que hubiésemos podido fundar sobre él si la conspiración hubiese
tenido éxito! Muerto Figueroa, fue reemplazado en la intimidad de Canalejas por
otro periodista, Luis Morote, que es su antítesis. Y Morote es quien
desarrolla, para los diarios masones de Viena, el programa que el ministro debe
aplicar. La influencia de Morote, la vanidad de seguir lo que él cree la
política del momento, los aplausos de los librepensadores extranjeros, los deseos
de merecer los de ciertos compañeros, he aquí las causas determinantes del
anticlericalismo de Canalejas, que le conduce al abismo impulsado por la fuerza
de la sugestión más que por su voluntad propia.
“Hay que
contar con el orgullo de ser el primero, no importa dónde, situación que no
puede conseguir sino poniéndose al servicio de la izquierda, porque en la
derecha todas las plazas están ya ocupadas. Sea como sea, ya veremos en un
porvenir muy próximo luchando a este hombre de Estado con las peores
dificultades.”
Juan Vázquez de Mella, Diputado a Cortes
El artículo
de Mella provocó gran escándalo. Hubo desmentido por parte de Canalejas y
rectificaciones de otras personas aludidas, y hasta llegó el asunto a tomar
estado parlamentario.
En cuanto al
fondo del asunto, en contra de lo sugerido por la redacción del artículo y
aclarado después por el propio Vázquez de Mella, la Reina Cristina, de acuerdo
siempre en unir las dos ramas dinásticas, jamás pensó en nada capaz de
menoscabar los derechos de su hijo Alfonso; la posibilidad de que reinase don
Jaime, una vez casado con la infanta, era una deducción de los negociadores
para el caso de fallecer el heredero, cuya salud hacia temer por su vida.
En cuanto al
retrato personal de Canalejas, está trazado de mano maestra, y coincide muy
exactamente con los perfiles de su figura trazados por Maura en su
correspondencia. Por nuestra parte, sólo destacaremos algo esencial: que
Canalejas “fué educado por una madre admirable, sinceramente superior de quien recibió las primeras impresiones”; ¡qué contraste con un tío suyo, Francisco
Canalejas, profesor de la Universidad de Madrid, masón institucionista, etc.!
De ahí las contradicciones registradas por Mella en su ideología, pugnando entre su corazón y cerebro, sentimientos
e ideas, su santa madre y su tío herético, al fin, como en San
Agustín, vencería la madre, y la Providencia le concedería
el arrepentimiento y absolución antes de caer muerto, fulminado por las balas
de Pardínas.
LA
IMPLACABLE HOSTILIDAD DE LAS IZQUIERDAS
Resultó
verdaderamente asombroso. Canalejas era y pasaba por ser, dentro de la
izquierda dinástica, el más extremista de todos los conspicuos liberales,
demostrándolo con su anticlericalismo radical. Pues bien, si sólo a ideología
hubieran obedecido las izquierdas, debían recibir alborozadas la exaltación de
Canalejas al Poder; como Jefe del Gobierno, les garantizaba la legislación más
avanzada, la realización más radical de su programa, que consistía, sintéticamente,
en transformar la Monarquía en una República laica según el modelo masónico
europeo. Políticamente, Canalejas era para todos más radical que Moret, y su
elevación debía significar un extremismo gubernamental mayor.
Pues bien,
la elevación de Canalejas provocó la ira en la izquierda monárquica y en los
republicanos y socialistas... ¿Cómo podía ser eso?
“El Imparcial,
El Liberal y El Heraldo—según escribe Soldevilla—, y en general
todos los periódicos y elementos de la izquierda, censuraron y recibieron mal
al nuevo Gobierno”.
Se proyectó
una manifestación izquierdista contra el Gobierno, y en el manifiesto
convocándola se leía:
“Maura no
cayó. Maura reina, sigue en pie, gobernando, disponiendo a su antojo de todo.
Los que vinieron a sustituirle son instrumentos suyos, monigotes de carne y
hueso. A su antojo van y vienen, preparándole el camino, que emprenderá pronto,
para tornar a llenarlo de sangre, de luto y de infamia. Obra de Maura y de
quienes con Maura y para Maura viven ha sido esta crisis, que si el pueblo
español cumple con su deber y sabe ejercitar sus derechos, debe ser la crisis
del régimen. Crisis tortuosa, anticonstitucional, camarillera”.
Y el
“monárquico” Imparcial decía el mismo día:
“El objeto
de la manifestación es:
Primero.
Para protestar contra las tenebrosas crisis que tan irregular y tortuosamente
se plantean, tramitan y resuelven.
Segundo.
Para pedir la apertura de todas las escuelas clausuradas.
Tercero.
Para solicitar la suspensión de todo procedimiento entablado por supuestos o
reales delitos de opinión, y la libertad de cuantos sufren condena o prisión
por los expresados delitos.
Cuarto. Para
afirmar la urgencia de que se llegue cuanto antes a declarar la neutralidad de
la enseñanza oficial”.
No hemos
exagerado. El masón Soldevilla, que no debía estarcen el secreto, comenta todo
esto:
“Para no
volver sobre este asunto le terminaremos diciendo: Que los promovedores y
auxiliadores de la manifestación se habían equivocado; que el espíritu público
no marchaba en ese sentido, porque a nadie se le podía convencer de que el
señor Canalejas fuera menos progresivo y menos radical que el señor Moret; que
varias cosas de las que en la manifestación hablan de pedirse (el indulto
general, sobre todo), las tenía el Gobierno en vías de realización”.
Y así era.
El día 23 firmaba el Rey el decreto de indulto, que comprendía los delitos de
rebelión y sedición; y tan radical era, que prescribía que desistiera el fiscal
en las causas no falladas aún; incluía la monstruosidad jurídica de indultar
penas no impuestas.
A todo esto,
el Gobierno, con su jefe a la cabeza, insistían en su radicalismo anticlerical;
quería, sin lograrlo, aplacar a las fieras echándoles “carne de cura”, según se
dijo entonces con esa gráfica frase.
Pero no se
saciaban las fieras. Lerroux dirá en un banquete, el día 20 de febrero:
“Este
banquete es la preparación de una gran contienda. Se aproxima un movimiento
militar que hará recordar los sucesos de la revolución de julio. Se hacen
preparativos belicosos en conventos e iglesias; pero no se olvide que el
pueblo, sin armas, tomó la Bastilla (Ovación.) La política española está
dirigida desde Roma. No fue Romanones, sino el nuncio, quien derribó a Moret.
Maura sigue gobernando, y tras la cortina frustrará las iniciativas de
Canalejas”.
Aun cuando
sin lograrlo, en Valencia intentaron los republicanos obstaculizar los actos
religiosos del Jueves Santo. No circularían más de diez carruajes en la ciudad,
y en ellos los jefecillos ácratas, con Azzati, el italiano, a la cabeza.
Sin embargo,
el Viernes Santo era bueno para conceder indultos. Su Majestad indultó a 23
reos de nena de muerte; “todos autores de crímenes horrorosos”, dirá una pluma liberal, que añade:
“El señor
Canalejas se proponía abolir en la práctica la aplicación de la pena de muerte;
pero los criminales indultados eran tantos, y sus crímenes tan horrendos, que
la opinión se sintió alarmada y el Gobierno fue objeto de censuras”.
¿Y lo
social? Las huelgas menudean; en La Coruña es asesinado un obrero por negarse a
dejar el trabajo. Recibe un balazo por la espalda.
Romanones da
una Real Orden el día 18 de abril concediendo más atribuciones a la talmúdica
Junta de Ampliación de Estudios.
El día 20 de
abril, después de un homenaje al catedrático Altamira en un teatro, los
concurrentes se dirigieron sobre los talleres y redacciones de los periódicos
derechistas El Carbayón y Las Libertades, saqueándolos, a pesar
de la defensa hecha de los talleres por los obreros que trabajaban en ellos.
El
gobernador acudió en persona; hizo retirar la Guardia Civil, que había llegado
después del desastre rogando la primera autoridad que se disolvieran los
asaltantes, cosa a la cual accedieron, sin que hubiera un solo detenido.
En Cádiz es
asaltada la redacción de El Correo de Cádiz. Su colega El Demócrata (?) atribuyó el desastre a la “intransigencia clerical” (!!), atacando al señor
obispo. No hay asaltantes detenidos.
El Rey
visita Valencia. Su popularidad continúa intacta. Las ovaciones lo acompañaron por todas partes, a
pesar de ser la ciudad un “reducto” republicano.
A su
regreso, el 30 de abril, el Rey recibe la visita de Altamira, el republicano,
provocador de los asaltos a los dos periódicos derechistas de Oviedo, al que
Romanones le ha concedido (¿en premio?) la gran cruz de Alfonso XII.
Altamira
hizo elogios del Rey a la salida de palacio.
También se
dignó visitar al Monarca el anarco-masón, íntimo de Ferrer, Odón de Buen, como
presidente de la comisión española en el Congreso Oceanógrafico de Mónaco, que
entregó al Rey la medalla del mismo.
Y una
victoria “monárquica”: Morote, un masón “tragacuras”, se hace monárquico, del
partido gubernamental.
El 1º de
mayo se celebra la manifestación socialista con entera libertad. Al contrario
que en Francia, donde Briand, el ultra-izquierdista y ferrerista despliega el
Ejército y logra impedirla.
Pero esto no
aplaca a las izquierdas. En un mitin electoral dirá Soriano:
“Si trataran de robarme las
actas, tened entendido que será un día de revolución sangrienta. (Ovación.) La Monarquía ha querido
enviar aquí representantes pagados —dijo, ante las protestas de algunos
concurrentes—; pero no logrará su propósito. La hora final de la Monarquía ha
llegado ya”.
El señor
Esquerdo dijo:
“Las
próximas elecciones serán las últimas que realice la Monarquía. A los últimos
senadores vitalicios les han dado el timo de los perdigones. Al disolverse las
Cortes de Canalejas se abrirán las exclusas para la revolución. Proclamada la
República, se proclamará seguidamente en Portugal, uniéndose con independencia
las dos naciones que separaron los Reyes. Y reconquistaremos, con la ciencia y
el trabajo, aquel Imperio de América que también perdieron los reyes. (Ovación.)
La candidatura republicana significa la lucha por el decoro de España, por la
seguridad de los ciudadanos, para que no se vuelva a fusilar a nadie, como a
Ferrer, por sus ideas. (Aplausos) Nuestros adversarios no van a luchar
sólo por los procedimientos legales. Ya están echando mano del oro, para
explotar el hambre de los pobres, y que tengan que dar a cambio de unas monedas
su conciencia. Ante sus recursos rastreros, nosotros debemos emplear contra
ellos la santa violencia. Vencidos o vencedores, preparemos los ánimos para la
caída inmediata de la Monarquía. Vencedores, fuera y dentro del Parlamento,
preparemos la revolución. Se formó la conjunción como garantía de que Maura no
había de volver al Poder, y para esto es preciso que caiga la Monarquía. (Ovación)”.
En este mes
de mayo es cuando asiste el Rey a los funerales de Eduardo VII, en los cuales,
como se ha dicho, escuchó los consejos “ferreristas” de siete monarcas
europeos. Ya hemos comentado debidamente el supuesto consejo de las testas
coronadas europeas.
ELECCIONES.
A las
acusaciones hechas contra don Alfonso de haber sido un enamorado del poder
personal, hemos respondido que, lejos de haber usado de la ficción
constitucional para ejercer un Poder personal, usó de su Poder personal para el
ejercicio de la ficción constitucional
El
nombramiento de Canalejas fue una prueba estupenda, como vamos a ver.
Su propio
hijo nos dirá:
“Llegó al
Poder solo, ni un ministro era suyo. Alguien en palacio dijo a Romanones; “¡Por
Dios, conde, en usted confiamos!” Dentro de los Consejos no tenía la menor
garantía de secreto. ¿Diputados de él? Tres o cuatro. ¿Alianzas? Las que creyó
iban a ayudarle, le traicionaron casi siempre, y a pesar de todo, este hombre
se mantuvo tres años en el Poder tocando las cuestiones más delicadas de
España”.
Entonces...
¿de qué poder disponía Canalejas?
De uno solo:
del poder del Rey, del poder de disolver las Cortes y de fabricarse otras
nuevas; nada más, pero nada menos. Inmenso, absoluto poder; porque suponía
crear una ficción constitucional a gusto y placer del Jefe del Gobierno, que
había sido agraciado con el mágico decreto de disolución de Cortes, y dígase si
una sola vez se forjó tal ficción constitucional para que el Rey ejerciera su
poder personal y si no es lo cierto que usó de ese su absoluto poder para
mantener la ficción constitucional, en virtud de la cual hombres como
Canalejas, carentes de toda fuerza política, como declara su propio hijo,
pudieron gobernar, no en beneficio de la voluntad de la Corona, y menos aún
según la de España, sino a favor de unas ideas importadas, repudiadas en la
Guerra de la Independencia, en la de los Agraviados y en las tres Carlistas por
alzamientos auténticamente populares hechos contra el Estado masónico
revolucionario, fuera el de José Bonaparte o Fernando VII, fuera el de Isabel
II o Amadeo, fuera el de la República o Alfonso XII.
Esta es la
verdad histórica, quisiera o no, lo supiera o no, don Alfonso XIII de Borbón.
El absoluto
poder del Rey estuvo siempre al servicio de la ficción constitucional de los políticos.
Véase cómo cambia la opinión de España, según sea uno u otro quien haga las
Cortes:
Cortes de
1907 Cortes
de 1910
Adictos al
Gobierno .................. 250 conservadores 229 liberales
Oposición
dinástica .................... 79 liberales 106 conservadores
Carlistas
..................................... 14 9
Integristas
................................... 3 7
Catalanistas
................................ 19 7
Republicanos..............................
32 40
Independientes..............................7 50
Socialistas ....................................
0 1
TOTALES 404 404
Véase cómo
los conservadores pasan de 250 a 106, y los liberales de 79 a 229.
Las
variaciones de los demás partidos guardan consonancia con el signo del que hace
las Cortes. Con el conservador serán unos cuanto más los diputados derechistas;
con el liberal aumentarán unos pocos los izquierdistas.
A estos
favores de Canalejas a las izquierdas respondían éstas diciendo por boca de
Pablo Iglesias:
“El programa
de todos los diputados de la Conjunción Republicano-Socialista, dentro y fuera
del Parlamento, no debe ser otro que el imposibilitar, a todo trance, la vida
de la Monarquía, para que ésta desaparezca en breve plazo. En el Parlamento
podemos hacer mucho; pero en la calle, en el comicio popular, en las reuniones
privadas, se halla el verdadero foco revolucionario que nos ha de poner en pie.
Vayamos a la acción constante y bien planeada, porque elementos e inteligencias
tenemos, y corazón no nos falta. Vayamos, pues, con todo tino y coraje a dar la
puñalada de muerte al régimen monárquico”.
Sin duda
obedeciendo a estas consignas, en el tumultuoso recibimiento hecho a Rodrigo
Soríano en Valencia, un criminal hirió en el cuello y en el vientre, matándolo
en el acto, a un teniente de Seguridad. El criminal desapareció; ignoramos si
alguien lo buscó.
Al día
siguiente, con ocasión de hallarse don Alfonso en Londres, el Daily Mail,
en largo articulo, pretendiendo elogiarlo, le llamaba discípulo de Eduardo VII,
como diplomático y gobernante...”
En efecto,
por imitarle caía un guardador del orden apuñalado, y el día que aparecía el
artículo, el 18, estallaba una bomba debajo de un banco en el paseo de Gracia;
por fortuna no había ningún niño sentado en él.
Y dígase si
se podía ser un gobernante como Eduardo VII donde un diputado burgués,
Melquíades Álvarez, cobrando minutas de millones de pesetas, decía el mismo
día:
“Ahora el
supremo interés en todos los republicanos debe consistir en mantener la alianza
con los socialistas, la cual nos proporciona un elemento revolucionario de
segura eficacia: la huelga general, que se declarará en toda España, secundada por las
agrupaciones del extranjero, al solo anuncio de la vuelta al Poder del señor Maura.”
Para que
cuarenta y ocho horas después, el 20, fuera secundada su voz por el estallido
de otra bomba en Barcelona.
OTRO
REGICIDIO FRUSTRADO
El 14 de
enero había llegado a Madrid un anarquista que estaba fichado por la Policía,
llamado José Corengia, que procedía de Barcelona. Era de origen italiano—como
Angiolillo—, pero se había nacionalizado en España hacía algunos años. De enero
al 21 de mayo estuvo alojado en la calle de Atocha número 80; ese día pasó a
vivir en Horno de la Mata, número 3, pasando al día siguiente a Jacometrezo,
número 25. Nadie le molestó ni se ocupó de él, aun cuando se sabía que había
sido expulsado recientemente de Buenos Aires por anarquista.
Se comprobó
por declaraciones de otros huéspedes de las dos últimas pensiones donde se
alojó, que varios días había salido con un maletín, permaneciendo bastantes
horas fuera de las mismas. En el maletín, según se vio el día 23 de mayo,
llevaba una bomba, cuya construcción era idéntica a la arrojada por Morral
contra el Rey. Pero pudo andar por las calles de Madrid con su máquina infernal
sin tropiezo todos aquellos días.
Como se ha
dicho, el Rey se hallaba en Londres recibiendo consejos de clemencia para los
dinamiteros, y en Madrid lo estaba esperando Corengia para lanzarle su bomba
cuando llegara.
El día 23 se
levantó el anarquista más temprano que de costumbre. El día 21 se supo que la
Reina había tenido un mal parto. Sin duda, supuso el regicida que don Alfonso
apresuraría su regreso, y que llegaría ese día; y marchó a la calle con su
terrorífico maletín.
A pie pasó
por Santo Domingo y paseo de San Vicente, rondando la Estación del Norte un par
de horas. Luego entró en una barbería próxima a la misma y se afeitó, leyendo
un periódico, según dijo, “para enterarse de lo que sucedía en España”. Había
dejado su maletín sobre una silla, encargando a los dependientes que no
tropezaran con él, “porque tenía objetos muy delicados”. Pagó una peseta, no
admitiendo la vuelta; espléndida propina en aquellas fechas.
Continuó
rondando la Estación hasta las tres y media de la tarde, volviendo por la calle
de Bailén, entrando en la plaza de la Armería, sentándose en un banco junto a
dos individuos del Cuerpo de Inválidos; volvió a marchar por la calle de
Bailén, y ya no se supo de él hasta las nueve y media de la noche. La Policía
pudo reconstruir todas estas ideas y venidas porque el Corengia era un tanto
jorobado y su traza la recordaron muchos por esta circunstancia.
Serían las
nueve y media de la noche cuando frente a la casa número 88 de la calle Mayor,
desde cuyo último piso lanzó Morral la bomba contra los Reyes, se produjo una
tremenda explosión.
El guardia
de Seguridad señor Blanco percibió un tipo junto a la verja del monumento, a la
Virgen, que recordaba entonces a las víctimas de Morral—demolido por los
rojos—que, renqueando, trataba de alejarse. El guardia corrió tras él, y cuando
le daba ya casi alcance, el jorobado sacó un revólver, se lo puso en la sien y
disparó, cayendo muerto en el acto.
No se
reconstruyó cómo pudo acaecer la explosión. Se ignora si la tensión nerviosa
que debió sufrir el sujeto durante todo aquel día, llegando a ser insoportable
al recordar a Morral en el mismo lugar del crimen, le hizo tirar el maletín,
ocurriendo así la explosión; acaso, cualquier choque fortuito le hiciera creer
que se habían roto los tubos explosivos y arrojó el maletín para salvarse, pues
la explosión no lo alcanzó. Estas son las hipótesis naturales... pero cabe la
sobrenatural: que la Virgen salvadora de la vida de nuestros Reyes, ya en
estatua conmemorativa en el lugar del prodigio, pusiese su santa mano para
evitar más desgracias.
En el
registro practicado por el Juzgado de Guardia en la pensión de la calle de
Jacometrezo fue hallado un cuchillo en cuya hoja se leía “¡Viva la anarquía!
¡Mueran los tiranos!, y tres bombas como la que acababa de estallar en la calle
Mayor, dos formadas por sendas cajas de hierro—como las manuales para guardar
dinero—, reforzadas por muchas vueltas de alambre, y un tubo de 15 centímetros
de largo por tres de diámetro, cerrado a presión y también cubierto por
alambre. Llevadas a Carabanchel, las trefe bombas estallaron y eran de gran
potencia. .
Ante el
Juzgado de Instrucción se presentó a declarar el mismo oficial que vio a Morral
en el Retiro acompañado de un desconocido, y que luego halló las inscripciones
grabadas en un árbol. Había visto el cadáver de Corengia en el Depósito
Judicial y reconoció ser el del acompañante de Morral.
Era ministro
de la Gobernación Fernando Merino Villarino, conde consorte de Sagasta, por
casamiento con doña Esperanza Mateo, hija de don Práxedes Mateo Sagasta.
Con un
cinismo, heredado con el título del profanador de los restos del Emperador,
declaró:
“Quiero,
señores, que hagan constar, para poner las cosas en su punto, que está
averiguada con toda clase de detalles la vida del infeliz que, después de hacer
estallar la bomba en la calle Mayor, se suicidó, y desde luego podemos asegurar
que no se trata de ningún anarquista, pues está completamente aclarado el
extremo de que no tenía connivencia ni relación con ninguno de éstos, ya españoles
o extranjeros. Se trata simplemente de un pobre monomaniaco, cuya obsesión
consistía en curarse la joroba, para lo cual ha viajado, ha consultado con
muchos médicos y se ha proporcionado dinero a cualquier costa. Odiaba a la
humanidad por verse deforme, y sin duda porque todo el resto de los mortales no
tiene su misma deformidad. En sus cartas, que, como es natural, permanecen en
el secreto del sumario, se ve que no eran sus ideas anarquistas, ni mucho
menos, y que procedía a impulsos de un deseo vehemente de curarse. En algunas
de aquellas cartas se leen párrafos que demuestran haber sido escritos en un
momento de cólera, puesto que se llega a asegurar que si no pudiera curarse
cogería las cuatro bombas que tenía, las ataría a su cintura, unidas por una
mecha, y desde lo alto de un teatro lleno de público se arrojaría, para no
perecer él solo, sino en unión de todos los concurrentes. Esto sintetiza y
retrata a este pobre desgraciado”.
El “¡Viva la
anarquía!”, el Mueran los tiranos!”, el señalársele como compañero de Morral,
el haber querido repetir la hecatombe de El Liceo, la tenencia de cuatro
bombas, el disponer de dinero “a cualquiera costa”... esto, según el conde de
Sagasta, no es de anarquista..., es tan sólo de un “infeliz”. Si el Rey llega
por la Estación del Norte aquel día, según creyó el regicida frustrado..., si
la Virgen no vuelve a salvarle la vida, ya lo hemos visto, el conde de Sagasta
no se la hubiera salvado con toda su Policía...
Pero había
que hacerle creer al Rey que si seguían echando “carne de cura” a las fieras
anarquistas tenía asegurada la vida; de ahí la “piadosa” mentira del heredero
de Sagasta, el necrófobo.
LA CUESTION
RELIGIOSA
Al estudiar
el periodo de Gobierno de Canalejas no podemos dedicar a su política
antirreligiosa el espacio proporcionado a cuanto se hizo y se dijo durante su
mandato. Fue la cuestión permanente, y en la única que tuvo el apoyo y el
acicate constante de las izquierdas todas, lo que provocó una reacción general
en España encabezada por el Episcopado; pero sólo secundada políticamente por
los partidos tradicionalista e integrista y por algunas personalidades aisladas
del conservador; porque, como partido, fue un cómplice servil de Canalejas en
su obra antirreligiosa, un saboteador de la reacción católica nacional; todo
para lograr que las izquierdas volvieran a tolerarlo y le permitieran gobernar
a Maura. Tal fue la realidad clara y descarnada, sin matices, gestos ni frases
más o menos hipócritas, que es como únicamente podemos reflejarla en estas
páginas.
Que nosotros
no exageramos al afirmar que la cuestión antirreligiosa fue la constante del
Gobierno de Canalejas, como lo había sido toda la Restauración, fue una
evidencia para todos los contemporáneos del periodo. Pero queremos demostrarlo
con palabras de parte, con las del conde de Romanones, uno de los máximos
protagonistas de aquella larga campaña anticatólica, pues el famoso conde hizo
su prodigiosa carrera política al calor de tal campaña.
El día 14 de
septiembre de 1912 diría el conde de Romanones en un discurso pronunciado en
Santander esto:
“Hemos
pasado muchos años (me refiero especialmente a los últimos años de la Regencia
y a los primeros del reinado de don Alfonso XIII) ocupados y preocupados tan
sólo en dirigir toda la atención de la política sobre la cuestión que, más o
menos acertadamente, se ha llamado problema religioso; en todo éste periodo
parecía no existir otro problema para España; momentos hubo en que la
exacerbación de las pasiones y de los ánimos llegó al paroxismo; al ver nuestro
calor en la disputa, parecía que la felicidad total de la nación española
dependía de la solución que se diera a esta cuestión o serie de cuestiones; y
es un fenómeno notable que conviene registrar el hecho extraordinario de
haberse pasado de este estado de suprema excitación a la calma más completa, a
la indiferencia casi total de los espíritus sobre este asunto. ¿A qué causas
obedece transformación tan grande? ¿Es que el problema quedó resuelto? ¿Es que
ha sido siquiera encauzado? ¿Es que se han aplicado medidas de tal virtualidad
que hayan podido hacer desaparecer todos aquellos puntos de divergencia y
contradicción que antes dividían los espíritus? Nada de esto ha sucedido. Es ya
general el arrepentimiento de haber gastado tantas energías, tantas
preocupaciones, tantas atenciones en el Problema religioso, arrepintiéndonos de
no haberlas dedicado a aquellos otros problemas que nos llaman con mayor
imperio y que son más necesarios para el desarrollo y la prosperidad de la vida
de los pueblos. Yo, cada vez más firme en mis convicciones liberales, no aspiro
en este aspecto tan importante de la vida a otra cosa—que no se consigue
principalmente con leyes, que es obra, más que constituyente, de reforma de las
costumbres, de transformación de los espíritus—que a que se destierre para
siempre de España el espíritu sectario, propulsor de todos los grandes
fanatismos, y que sea reemplazado por aquel otro que mueve hoy al mundo entero
de amplísima, de respetuosa, de sagrada tolerancia para todas las opiniones y
para todas las creencias; que esto, antes de perjudicar, dará mayor y más
efectivo valor y más grande consideración a aquellas que son las más preponderantes,
las únicas preponderantes entre' nosotros, y que a pesar del tiempo transcurrido
y de la evolución y el progreso de las ideas, cada día amamos con mayor
entusiasmo.
Esto no
significa, no quiero que nadie lo suponga, que se trata de huir de las
dificultades que pudieran estar pendientes, de las dificultades que ofrece
solucionar los conflictos, de la necesidad de liquidar para siempre, o al menos
para muchos años, el problema religioso en España. Yo entiendo que ésta es una
obligación, y una obligación perentoria del partido liberal, obligación que le
servirá para redimirse del pecado de haber exacerbado el sentimiento religioso
en ocasiones pasadas más de lo debido. El partido liberal no puede dejar el
Poder sin haber llegado no ya sólo a determinar concretamente su política en
este punto, sino también sin haber llegado a aquellas soluciones con Roma que
aseguren de una manera indiscutible la necesidad absoluta de reconocer la
supremacía y la independencia del Poder civil”.
¿Satisfechos
los lectores?... ¿Fue o no fue cuestión permanente durante la Restauración la
antirreligiosa?
Sin duda,
queriendo aplacar con más “carne de cura” a las fieras anarquistas, el conde de
Sagasta dará una Real Orden el día 31—ocho días después de la bomba del “pobre
infeliz” Corengia—para que sean disueltas las órdenes religiosas que no hayan
llenado o no llenen los requisitos de una ley de 1887.
Sin duda,
todo esto era muy necesario, porque dos días antes de aparecer la R. O. contra
las órdenes religiosas, la policía de Barcelona le encontró a Francisco Jordán
Gallego 25 cartuchos de dinamita. Dijo ser anarquista... pero, para Sagasta,
sería otro “pobre desgraciado”, hambriento de carne de sacerdote...
Era un
error. El más moderado de la Conjunción Republicano-Socialista, Melquíades Álvarez,
se expresaría así el 5 de junio en un mitin celebrado en Madrid:
“Nos
acompañan a los republicanos los socialistas, a quienes muchas veces combatí,
admirando su disciplina y su desinterés. ¡Ojalá se instaurase la República
social, basada en la soberanía del trabajo!... Y sobre esto y simultáneamente,
secularizar la vida del Estado, la libertad de cultos y el matrimonio civil. (Grandes
aplausos.) Hay que ir a la disolución de las Ordenes monásticas y la
implantación de la escuela laica. (Más aplausos.) Porque no es bien que
esas Ordenes se apoderen de las conciencias. La Monarquía, para galvanizarse,
necesita de todas las aspiraciones e ideas, por disolventes que parezcan. Es lo
menos que podía exigirse. La Monarquía echa a Moret; Maura es quien manda, y
Canalejas quien gobierna. Si viéramos que establecía por decreto la enseñanza
neutral en las escuelas, y la libertad de cultos y el matrimonio civil, momentáneamente
olvidaríamos agravios para ir a él. Pero no nos engañará. Nosotros, aliados con
los socialistas, lucharemos por los intereses de la libertad y de la Patria, y
habremos de decir que no hay redención para España en la Monarquía. Y los
liberales habrán de pasar el Rubicón y venir a nuestro campo y exclamar con el
general romano: “Alea jacta est: la suerte está echada.” (Ovación
grandísima.)
Leyendo al
cabo de los años lo dicho en 1910 por Melquíades Álvarez y teniendo presente
que murió pasados veintiséis años, en 1936, a manos de los sicarios de esa
“República Socialista” preconizada por él... hemos de creer en la Justicia
inmanentemente... porque, no razón, pero explicación humana tiene un odio tal
contra un Régimen cruel en un proletario, al cual han descristianizado; pero
que un burgués, un privilegiado del mismo Régimen, como lo era Melquíades
Alvarez, embriague así con su brillante oratoria demagógica a las masas
ignaras, es firmar su propia sentencia de muerte a equis años fecha.
Como al
dictado de las palabras demagógicas del canario asturiano, el conde de Sagasta
da otra Real Orden sobre libertad de cultos, concediendo derecho a los no
católicos a manifestaciones exteriores. Claro es, para ello hay que estirar
tanto la interpretación del Artículo 11 de la Constitución, que se rompe; pero
así lo quieren las izquierdas; y así se hace.
No es
deducción propia, Canalejas lo confiesa en el discurso a sus mayorías
parlamentarias el día 13 de junio, tres días después:
“... hemos
de interpretar la Constitución del 76 con el espíritu de la Constitución del
69. (Grandes y prolongados aplausos.) Pues esa es nuestra bandera, ese
es nuestro compromiso de honor, esa es nuestra obligación. (Prolongados
aplausos.)”
La Santa
Sede protesta por la R. O. sobre las confesiones heterodoxas. Ello produce gozo
y algazara en las huestes gubernamentales.
Los pastores
protestantes expresan su gratitud al Gobierno. Y esto es lo importante.
¿Y los
conservadores?
Veamos con
qué claridad se pronunciará Maura, su jefe, ante las leyes anticristianas:
“Delante de
este problema, de esta disconformidad de las leyes con las realidades de la
vida nacional en la política, la disyuntiva es clara e ineludible: o el partido
conservador tenía que tomar el temperamento de reaccionar en las leyes para
traerlas a la acomodación de la realidad, o tenia que ponerse a impulsar la
realidad para elevarla a los ideales que hablan trazado las leyes. (Muy bien.)
Lo primero significa traer cada partido al Poder toda una dote, con sus arras,
de aportación de leyes, y hasta de Constituciones, y así se vivió hasta 1868;
pero Cánovas, cuyo nombre no puede dejar de sonar en reunión semejante;
Cánovas, fundador de este partido dentro del régimen actual, hizo la opción e
hizo la opción contraria, y las leyes que habla combatido considerándolas
inadecuadas, injustas, equivocadas, una vez establecidas, tenían la promesa de
que cooperaría lealmente a su implantación y de que haría sinceramente cuanto pudiera
para que encarnaran en la realidad y fructificasen para el bien público. Esa ha
sido la conducta de Silvela, y esa ha sido nuestra conducta; nosotros no
podemos tener otra, porque dejaríamos de ser el partido liberal conservador de
la Monarquía constitucional. (Muy bien.)”
Tratemos de
ver claro en tal galimatías. Deben fijarse los lectores en lo subrayado. La
retorcida sintaxis de Maura no impide hallar en sus palabras esta enormidad
moral: que las “leyes inadecuadas, injustas, equivocadas, una vez
aprobadas”—por el izquierdismo liberal, claro está—serian implantadas (por el
Partido Conservador) “que haría cuanto pudiera para que encarnaran en la
realidad y fructificasen... en el bien público” (¡ ¡).
¿Si eran
inadecuadas, injustas y equivocadas, cómo iban a fructificar en el “bien
público”? A esta enormidad lógica y moral, según la acotación del texto,
respondió la borregada de la minoría conservadora con un “Muy bien”.
El impudor
del mestizaje conservador es tremendo; por boca de su más insigne autoridad se
dirá que su papel es respetar y hacer cumplir cuanto el Partido Liberal legisle
en obediencia a la demagogia masónica, republicana, socialista y anarquista;
sin modificarlo siquiera, con toda sinceridad, por injusto, por anticristiano,
por antiespañol, que sea lo legislado... Tal era el Pacto, respetado. ¿Marchaba
o no el carro de la Restauración por el camino de la Revolución, fuera liberal
o conservador el carretero de tanda?
Si con un
inaudito esfuerzo mental podemos apartar de la mente los altos y sagrados
intereses de Patria y Religión, traicionadas por el Pacto liberal-conservador,
y descendemos a los humanamente beneficiados, a los republicanos, ¿qué
hallamos?
Nos lo dirá
su “santón”, Pérez Galdós, el presidente de la famosa Conjunción
republicano-socialista.
En la
revista Por esos Mundos hace unas declaraciones el día 21 de junio, y
“vomitará” su asco así:
“Esto es
insoportable. Esto es nauseabundo. En este partido se tropieza por excepción
con hombres sinceramente republicanos, con hombres que desean el advenimiento
de la República. Este partido está pudriéndose por la inmensa gusanera de caciques
y caciquillos. Tiene más que los monárquicos. En cada capital hay cincuenta que
quieren imponer los caprichos de su vanidad y de su ambición a todos sus
correligionarios ...Y si nada más hubiera esos cincuenta, menos mal. Luego
vienen los caciques de distrito y los de barrio... ¡Oh! ¡Esos vegestorios
endiosados de Comité local y de barriada! ¡Papas rojos que se creen infalibles
e indiscutibles!... Para hacer la revolución, lo primero, lo indispensable,
sería degollarlos a todos. Si estos trajeran la República, estaríamos peor que
ahora. Sería cosa de emigrar. Suerte, que no hay miedo a que la traigan. ¡Hay
cada revolucionario que tiene un miedo feroz a la revolución! Hubiera usted
visto a algunos de ellos cuando la semana roja de Barcelona, cuando aquí se
dijo que iba a estallar la huelga general, irse huyendo de Madrid como ratas...
No sé qué diablos ocurría entonces, que a todos les salían negocios en
provincias, o tenían por esas tierras de Dios parientes enfermos de gravedad,
que los llamaban... ¡Y para ver este espectáculo me vine yo de Santander e
interrumpí mi veraneo!...
“En este partido
son muy pocos los directores que trabajan desinteresadamente por el ideal; la
desorganización es indescriptible, no se puede imaginar; no hay espíritu de
disciplina, ni siquiera instinto de conservación... Si no fuera porque veo esos
caciquillos ir a su avío, sin saber disimularlo, creería que estaban locos. No
se puede hacerlo peor para facilitar la victoria al adversario e imposibilitar
la propia. Estoy harto de luchar sin esperanza de salvación entre tanta
miseria. Si están disgregando la masa republicana, infiltrando el escepticismo
entre los soldados de fila... ¡Oh! Usted no puede darse idea de lo que aquí se
persiguen unos odios a otros y unas vanidades a otras... ¡Con qué ensañamiento,
con qué perfidia, empleando todos los medios hasta la difamación u la
calumnia!...”
LA CUESTION
RELIGIOSA ENTRE BASTIDORES
El día 24 de
junio se celebra Consejo en Palacio. Canalejas, eufórico, recibe a los
periodistas en su domicilio y hace unas declaraciones muy amplias, contándoles
lo tratado en Palacio. Como siempre, lo único tratado ha sido la cuestión
antirreligiosa.
“He tenido
hoy que pedir la venia de S. M. para prescindir de la costumbre y hablar con
alguna amplitud del problema del día. Tuve el honor de recordar al Rey de una
manera concreta la entrevista que celebré con él cuando, sin merecerlo ni
pretenderlo, me hizo el honor de encargarme del Gobierno. Con este recuerdo de
antecedentes, reiteré al Rey mi firme e inquebrantable propósito de no
rectificar hi apartarme un ápice de la línea de conducta que formé desde que
subí al Poder. Así las cosas, empezamos las negociaciones con Roma. Cual era
nuestro programa, cuáles nuestras aspiraciones y cuáles los medios que hablamos
de poner en práctica para llegar a la realización de nuestra política, eran
notorios para el Rey, para el Nuncio, para el secretario de Estado de Su
Santidad y para todo el mundo. Aunque ciertas materias son de la competencia
del Poder público, yo me allané a negociar con Roma. Porque sustancial, teórica
y doctrinalmente, los asuntos que negociamos son de incumbencia de los
Gobiernos. Pero como existía un modus vivendi, he negociado y sigo negociando. Todo
lo que se ha resuelto era conocido de quien debía serlo. Yo no podía, ni debía,
ni puedo, ni lo haré nunca, consultar con la Iglesia determinados asuntos, pues
esto constituiría una derogación de la competencia del Poder civil. De suerte,
que esas Reales órdenes, que esos preceptos que hemos llevado a la Gaceta y
esas afirmaciones que contiene el discurso del Trono, no son un programa, son
un compromiso de honor del Gobierno en las Cortes o a la falta de confianza de
la Corona. Nosotros nos encontramos ahora con una dificultad, porque en las
Cortes nos han de preguntar qué hay de las negociaciones. Y sin ser
indiscreción, no puedo ya, no tengo para qué, ocultar que nosotros hicimos dos
Notas sucesivas y hemos preparado una tercera que no hemos enviado a Roma
todavía, porque nos falta una respuesta.
“A nuestra
primera nota, contestó el Vaticano con una inadmisible. A nuestra segunda nota,
no contesta el Vaticano inmediatamente, sino que interpone una protesta. No
conocemos todavía el texto de ésta; pero sabiendo el contenido de la de los
Obispos y los telegramas enviados desde Roma, creemos que será análogo al de
estos documentos. Cuando llegue la protesta, la contestaremos, e insistiremos,
además, en que necesitamos contestación a nuestra última nota, pues está sin
ella hace bastante tiempo. Hemos recibido el documento de la Acción Católica y
el de los Prelados, más una serie de telegramas que van en aumento. En esos
telegramas hay protestas nobles y sinceras, que yo debo respetar, porque los
ciudadanos católicos tienen también el derecho de petición, y nosotros, que
consentimos toda clase de vivezas en la exposición de juicios, no vamos a
negarles ese derecho.
“Ahora bien;
si de ese tono, como ya hoy lo inicia algún señor dignidad de una catedral, se
fuere al tono de las insinuaciones de violencia, o a las frases de amenaza, ya
he dicho en Consejo de Ministros que, contra quien eso haga, recabaré el amparo
que me dan las leyes. Porque las leyes tutelan y protegen a las autoridades y a
los funcionarios, y no consienten amenazas de violencia contra el Gobierno.
Hasta ahora, como he dicho antes, no hay más que un caso.
“Lo que no
puedo oír sin indignación, sin protesta, es que nos supongan enemigos de la
religión católica, pues cuando un Gobierno reconoce que pueden existir
confesiones religiosas diversas, no infiere un ultraje a una religión, sino que
respeta a todas. Lo contrario, el ultraje, es pretender que sólo exista una
confesión religiosa. ¡Eso no puede ser y no será!
“Y en cuanto
a la Real orden última y a las consecuencias que se derivan de ella, tengo la
firme persuasión de que no hay en España gobernante capaz de derogarla, ni
tendrá nadie fuerza bastante Dara conseguir su derogación. Porque esa Real
orden, dé forma modesta, es la afirmación de los sentimientos del espíritu
moderno de España en el concierto de las naciones civilizadas y libres.
“Es gratuita
la afirmación de que esas Reales órdenes atacan al Concordato. Tampoco
pretendemos esto.
“También
dije al Rey que había recibido no sólo del señor Moret y de otras
personalidades políticas españolas muestras de satisfacción por la conducta del
Gobierno, sino de otras extranjeras, a quienes apenas conozco, pero que me
infunden gran respeto y que me estimulan para que dirija mis pasos por el
camino empreñado.
“Y esto dije
al Rey, hablándole de la cuestión religiosa.”
Pero había
algo más. Algo más habla dicho o sugerido al Rey su Presidente del Consejo.
No mucho
después, en agosto, el marqués de Valdeiglesias, director de La Época,
tenía una conversación con Canalejas, de la cual daba cuenta a su jefe, Maura,
por carta de la cual tomamos estas líneas:
"Necesito
buscar una persona de mi confianza—le dijo Canalejas—para entenderme
secretamente con el Vaticano. Yo tengo pruebas de la mala fe y de la ignorancia
con que el Papa ha procedido respecto a España. En cuanto encuentre esa
persona—la encontró demasiado tarde; tal persona fue Cambó—expondré al Vaticano
lo que me propongo hacer y hasta dónde puedo y quiero ir.”
Siguió
reiterando lo anterior y añadió:
“¿Obtengo la
confianza del Rey para proseguir adelante? (Su fuente única de Poder.) Daré
desde el Gobierno la batalla al Vaticano y a las derechas, principalmente a la
carlista, pues de la conservadora no tengo queja. (Naturalmente.)
Y si no
obtenía la confianza del Rey, afirmó:
“Me retiraré
a mi casa, robustecido con la confianza de las izquierdas, cuyo jefe me
considero ya (¡qué iluso el pobre hombre!) y alentado con la opinión de Europa”
(con la ferrerada).
Y continuó:
“Ya le dije
a usted que si prescindía de mí sistemáticamente para formar Gobierno, tendría
que irme de la Monarquía.” (Lo de todos: gobierno o me hago republicano...
¡monárquico chantajista!)
Y terminó
así Canalejas:
“La batalla
desde la oposición será muy ruda. Buscaría para que me ayudasen a los radicales
franceses, a judíos, a protestantes (¡muy patriótico!) a cuantos se hallasen
dispuestos a llevar a cabo campaña anticlerical. Provocaría una gran campaña de
agitación en España y Europa... José Canalejas se basta para dar la batalla y
destruir al clericalismo y al vaticanismo en España, desde el Gobierno o desde
la oposición, como quiera el Rey.” (!!)
“A usted le
diré en reserva—aludía a su viaje a Bruselas—que voy casi exclusivamente a
conferenciar con Briand y con otras personas en París y en Bruselas. Yo tengo
puntos de apoyo en varias partes”.
¡Cómo
engañaban al iluso don José! Si su sentencia de muerte no estaba ya dictada por
esos mismos en quienes creía poder apoyarse para su campaña antirreligiosa,
poco tiempo faltaba ya, según mostraremos.
Ahora bien,
la prueba del mandato masónico extranjero sobre los gobernantes masones
españoles ahí está. El mandato a Canalejas tan sólo sería obedecido por éste en
lo antirreligioso; pues, al negarse a obedecer y no traicionar a España en sus
intereses materiales ni al Rey en sus intereses reales, se ganó su sentencia de
muerte. Su traición debió ser total para conservar vida y Poder.
Sólo una consideración
a la vista de tales interioridades de la llamada “cuestión religiosa”,
verdadera injerencia del Judaismo y la Masonería internacional en las
conciencias y en la gobernación de! Estado, como sin pudor, confiesa y alardea
un jefe del Gobierno, Canalejas; que, aun siendo masón, fue el más
independiente y nacional de los políticos liberales qué ocuparon el Poder, Dara
que su testimonio tenga mayor fuerza, y, a la vez, podamos deducir que si con
él podían tanto Judaismo y Masonería en cuestiones religiosas españolas ¿qué no
lograrían con los demás hombres del Partido Liberal?
No bastaban
los Ferrer y los Giner de los Ríos para corromper las creencias religiosas, era
necesario también que el Gobierno del Estado católico español arrancase desde
la escuela primarla toda idea de religión católica en los niños y niñas de
España. Odio judío-masónico a Cristo en su esencia radical, cierto; pero, a la
vez, ambiciones de lograr la destrucción material de España, porque sabían muy
bien, masones y judíos, por experiencia secular, que sólo arrancando la fe
católica de las conciencias españolas podría triunfar un día la Revolución
asesina de la Patria.
Esto, con
todo su patriotismo político, pero ignorando en absoluto la metapolitica de
España, no lo veía Canalejas, ni presenciando, como pocos lo presenciaron, que
aquellas fuerzas y naciones interesadas en destruir la Religión Católica en
España eran las mismas que se oponían a sus más justas y legítimas
reivindicaciones en el área internacional.
Así, aquella
intensa y permanente campaña sostenida por el auténtico catolicismo español,
con su episcopado en cabeza, era, lo viera Canalejas o no, una campaña a la vez
religiosa y patriótica. Y así había de ser, porque, sin excepción, en todas las
grandes ocasiones de la Historia, el peligro para la Iglesia fue peligro para
España y el peligro para España fue peligro para la Iglesia.
Así, veremos
en la gran manifestación celebrada en Madrid el día 3 de julio figura a la
cabeza de las masas a un conjunto de masones y judíos, conocidos o secretos,
los cuales, como evidenciaremos, habían tenido y seguían teniendo arte
permanente en la traición revolucionaria contra la Religión, España y el Rey.
La
manifestación liberal-republicana-socialista-anarquista significaba un decidido
apoyo al Gobierno canalejista en cuanto hiciera e intentara contra la Religión
Católica. Los principales nombres de aquella presidencia deben ser perpetuados:
“A la cabeza
de la manifestación, cogidos del brazo y ocupando todo el ancho del paseo de
coches de Recoletos, marchaban los señores Moret, Galdós, Azcárate, Aguilera,
Esquerdo, Labra, Lerroux, Salvador (don Amós), Gimeno (don Amalio), Álvarez
(don Melquíades), Moya, Salillas, Iglesias (don Emiliano), Morote, Rozalem,
Dorado, Salvador (don Miguel), Rodríguez Vilariño, Talavera, Aguilera y Arjona,
Alba, Gasset, Mora (don Francisco), Alvarez Villamil, Sellés, Suáréz Inclán,
Sacristán, Carande, Cabañas, Villanueva, Quiroga Espí y otros muchos políticos
conocidos.”
Es la
Conjunción masónica-liberal-republicano-socialista-anarquista que veremos al
año siguiente hacer el juego con la Revolución al imperialismo francés.
Para el
anticristianismo no tienen inconveniente los Moret y los Salvadores, liberales
y monárquicos, en figurar públicamente unidos a republicanos y socialistas,
pero serán más cautos y disimularán la misma unión en la traición en favor de
naciones extranjeras.