|
SIGLO SEGUNDO- LA BATALLA CONTRA EL IMPERIO
CAPITULO VII
LA IGLESIA Y EL IMPERIO
Durante las primeras décadas de su
historia, la Iglesia no constituía una realidad sociológica de suficiente
amplitud para plantear problemas al Imperio romano. La primera vez que los
funcionarios romanos tuvieron que ocuparse de los cristianos fue con ocasión
de la cuestión judía. Ya hemos aludido a esos primeros contactos. El título de
“cristianos” dado en Antioquia hacia el año 42 a los discípulos de Cristo,
parece un sobrenombre romano. En el 45, Pablo se entrevista en Chipre con el
procurador Sergio Paulo. Suetonio menciona la presencia de cristianos en la
comunidad judía de Roma, el año 49. En el 59, el procurador Festo envía a
Pablo a Jerusalén con un informe sobre su caso. En todo esto no aparece ninguna
hostilidad frente a los cristianos por parte de los funcionarios romanos.
Estos intervienen en los conflictos entre judíos y cristianos, pero más bien
para proteger a estos últimos, en los que no ven un peligro político
I. LAS PRIMERAS PERSECUCIONES
Las primeras medidas contra los cristianos
aparecen durante el reinado de Nerón, en el 64. A ellas alude Suetonio: “Nerón
afligió con suplicios a los cristianos, raza entregada a una superstición nueva
y maléfica”. El relato de Tácito es más extenso: “Para acallar los rumores
sobre el incendio de Roma, Nerón señaló como culpables a unos individuos
odiosos por sus abominaciones, a los que el vulgo llama cristianos. Este nombre
les venía de Chrestos, el cual, durante el reinado de Tiberio, fue condenado al
suplicio por el procurador Pondo Pilato. Reprimida de momento, aquella
execrable superstición desbordaba de nuevo, no sólo en Judea, cuna de tal
calamidad, sino en Roma, adonde afluye de todas partes toda atrocidad o infamia
conocida. Fueron detenidos primero los que confesaban su fe; luego, por indicación
suya, otros muchos, acusados no tanto de haber incendiado la ciudad cuanto de
odio contra el género humano”.
Este texto exige varias observaciones.
Encontramos en él los nombres de chrestos y chrestiani, que aparecían ya en
Suetonio. Son un dato bien garantizado por la oposición entre el nombre de
cristiano y la acusación de abominación, lo cual supone un juego de palabras
entre christós y chrestos, bueno. La alusión a Poncio Pilato es interesante
desde el punto de vista de las relaciones del Imperio con los cristianos. Pero
lo más importante es el motivo de la acusación. Al lado del reproche de
actividad sediciosa, ligado al mesianismo, vemos aparecer el de odium humani
generis. La expresión latina traduce la palabra griega misanthropia. Acusación
que ya había sido lanzada contra los judíos. Apunta esencialmente al hecho de
que una comunidad aparezca sospechosa en sus propias costumbres. Era fácil
pasar de la idea de costumbres diferentes a la de costumbres inhumanas, desde
el momento que la civilización greco-romana era considerada como la norma de
la philanthropia, del humanismo. De ahí las acusaciones, formuladas primero
contra los judíos y renovadas contra los cristianos, de adoración de un asno,
de homicidio ritual, de incesto. Tenemos aquí un primer estadio de la opinión
de los paganos sobre los cristianos. Los cristianos comienzan a ser
distinguidos de los judíos, pero las acusaciones lanzadas contra ellos se
inspiran todavía en las que se hacían contra estos últimos.
Durante los reinados de Galba, Otón y
Vitelio, que se suceden en el 68, no tenemos noticia de ninguna persecución. Lo
mismo sucede bajo el imperio de Vespasiano (68-79) y de Tito (79-81). La
atención del poder romano se concentra en la rebelión judía, y los cristianos parecen
olvidados. Pero, en tiempos de Domiciano (81-96), la persecución es un hecho,
según nos informa Melitón. Esta actividad persecutoria parece relacionada con
hechos bastante dispares. En Palestina, después de la ruina de Jerusalén,
volvieron sin duda a la ciudad parte de los judeo-cristianos refugiados en
Pella. Eusebio refiere que se reunían en torno a algunos parientes del Señor.
Santiago había sido sucedido por Simeón, un primo de Jesús. Por otra parte,
Hegesipo recuerda que Domiciano hizo comparecer ante sí a los descendientes de
Judas, otro primo del Señor, los cuales le habían sido denunciados como
descendientes de David. Un poco antes Eusebio nos dice que Vespasiano había
mandado buscar a todos los descendientes de David, después de la toma de
Jerusalén. Se trata, pues, de la represión del mesianismo judío. Los parientes
de Cristo se hallaban implicados por el hecho de la descendencia davídica de
Jesús proclamada en el kerigma.
En Roma el problema es distinto. Domiciano
“castiga sin piedad toda resistencia en la aristocracia y entre los
intelectuales”. Es posible que, entre los personajes afectados, hubiera
cristianos. Tal sería el caso de Manio Acilio Glabrión, cónsul en el 91,
ejecutado junto con otros dos aristócratas como “ateo” e “innovador”. Más
tarde, una de las propiedades de los Acilii Glabriones sirvió de cementerio
para los cristianos. Pero más exacta es la tradición que considera cristianos
a Flavio Clemente, primo de Tito y de Domiciano, y sobre todo a su mujer Flavia
Domitila. El primero fue condenado a muerte el año 95 por ateísmo y “costumbres
judías”, ella fue desterrada a la isla Poncia en el 96. El cementerio de
Domitila podría ser una de sus propiedades, destinada a sepultura de los
cristianos. Tal vez Clemente se refiere a estas persecuciones cuando alude en
su Epístola a ciertas calamidades acaecidas a la iglesia de Roma.
Todos estos hechos, sin embargo, tienen un
carácter problemático. Pero hay una región de la que nos consta con certeza
el hecho de una persecución contra los cristianos por obra de Domiciano: Asia
Menor. Poseemos, en efecto, un documento capital en el Apocalipsis. Este libro
nos informa sobre un grupo de iglesias de Asia, Lidia y Frigia. Y parece cierto
que por entonces hay persecuciones en esta región. El mismo Juan ha sido
desterrado de Efeso a Patmos). La iglesia de Efeso ha sufrido “por el Nombre”
de Cristo. En Pérgamo, Antipas ha sido ejecutado, y ello en relación con el
“trono de Satán”, que designa probablemente el templo de Roma, y por tanto con
el culto imperial. Tertuliano alude al martirio de Antipas durante el reinado
de Domiciano. Además, Juan anuncia a la iglesia de Esmirna que serán encarcelados
varios de sus miembros. Y no olvidemos que el objeto del Apocalipsis es llevar
un mensaje de esperanza a unos fieles que se hallan en dificultad; por tanto
supone persecución.
Pero si el Apocalipsis es importante con
respecto a las persecuciones contra los cristianos de Asia durante el reinado
de Domiciano, lo es más todavía por el cambio de actitud que refleja en los
cristianos frente al Imperio. La comparación con las Epístolas de Pablo es
sorprendente. Para éste el peligro consistía en que la Iglesia se dejara
arrastrar por los judíos en su oposición a Roma. Por eso multiplica los
llamamientos a la sumisión frente al poder imperial. Pero ahora la situación ha
cambiado radicalmente. A partir de Nerón, el Imperio es considerado como
perseguidor de los cristianos. Juan lo describe bajo el símbolo de la bestia
que sube del mar. Sus diez cuernos y siete cabezas representan la serie de
emperadores. Son explícitas las alusiones al culto imperial. Roma es designada
con el nombre de Babilonia, como símbolo del paganismo perseguidor. La misma
hostilidad frente a Roma aparece en Asia, por la misma época, en el libro V de
los Oráculos sibilinos.
Este tema del Imperio perseguidor
cristaliza principalmente en torno a la persona de Nerón. A él probablemente se
refiere el número 666. Por lo demás, a raíz de su muerte había aparecido en los
medios paganos la creencia en su supervivencia y en su retorno futuro II. En
ella insiste el Apocalipsis. Pero el Apocalipsis no es la única obra cristiana
de la época de Domiciano en que aparece ese tema. A la misma época pertenece la
Ascensión de Isaías, relacionada probablemente con la comunidad cristiana de
Siria, y en ella encontramos también el tema del retorno de Nerón. Se alude al
culto del emperador. Es perseguida la Iglesia, a la que se designa como “la
plantación plantada por los Doce Apóstoles del Amado”, rasgo típicamente
judeo-cristiano. Recibe muerte uno de los Doce, alusión cierta al martirio de
Pedro bajo el imperio de Nerón. Es de notar, por último, que aparece el mismo
tema en los apocalipsis judíos de la época, el IV de Esdras y el libro IV de
los Oráculos sibilinos, el primero palestinense, el segundo asiático.
Podemos preguntarnos a qué se debió este
endurecimiento del poder imperial contra los cristianos y de los cristianos
contra Roma. Parece ser, por el lado romano, que nos hallamos ante un aspecto
del conflicto del. Imperio con los judíos. Si los Flavios persiguen a los
cristianos, es sólo en la medida en que se los confunde todavía con los judíos.
Y así los miembros de la aristocracia romana son perseguidos por costumbres
judías, lo mismo que los parientes de Jesús son arrestados en Palestina como
descendientes de David. De este modo se explica por qué la atención recae
particularmente sobre las iglesias de Asia. El cristianismo de esta región está
animado por corrientes mesiánicas. Aquí es donde aparece el milenarismo, es
decir, la expectación de que Cristo establezca su reino universal centrado en
Jerusalén. Papías relaciona tal doctrina con los presbíteros de Asia,
discípulos de los Apóstoles. El mismo Juan alude a semejante actitud en el
Apocalipsis. Y Cerinto le da una forma heterodoxa.
Es natural que las autoridades romanas
confundieran el milenarismo asiático con el celotismo judío. Una confusión,
desde luego, sin fundamento. Pero es un hecho que el medio influido por Juan permanecía
profundamente ligado al judaismo. Así se comprende que lo alcanzara la
persecución romana contra los judíos, considerándolo como solidario de éstos.
En realidad, durante el reinado de Domiciano en Asia y en Palestina, la
literatura judía y la cristiana muestran un sorprendente paralelismo. El IV de
Esdras y el libro IV de los Oráculos sibilinos, por un lado, y el Apocalipsis,
por otro, son la expresión de una misma hostilidad contra Roma.
2. LA IGLESIA BAJO LOS ANTONINOS
El advenimiento de los Antoninos inaugura
una etapa de distensión, a partir del reinado de Nerva. Eusebio nos dice que
Juan regresó de Patmos para establecerse en Efeso. Referencia que ya aparece
en Clemente de Alejandría. También, sin duda, durante el reinado de Nerva se
puede situar la Epístola de Clemente de Roma. El autor escribe, en nombre de la
iglesia de Roma, a la iglesia de Corinto, donde se han producido ciertos
disturbios. Declara que no ha podido intervenir antes a causa de los incidentes
y desgracias que han tenido lugar. Estas desgracias parecen ser las
persecuciones romanas de tiempos de Domiciano. Clemente aprovecha la tregua que
supone el advenimiento de Nerva para cumplir con su misión. La iglesia de Roma
aparece entonces gobernada por un colegio de presbíteros cuyo portavoz es
Clemente.
A Nerva le sucede Trajano (98-117). Su
reinado nos pone en conocimiento de un notable documento que prueba la
existencia de medidas contra los cristianos, pero precisando su modalidad: la
Carta de Plinio el Joven. Este, gobernador de Bitinia, escribe a Trajano
pidiéndole instrucciones con ocasión del proceso entablado contra los
cristianos). “¿Se ha de castigar el nombre a falta de pruebas o los crímenes
inseparables del nombre?” Plinio ha tomado como línea de conducta mandar
ejecutar a los que, interrogados repetidamente, se niegan a abjurar. Y señala
que “es imposible obligar a los que son verdaderamente cristianos”. Señala
igualmente que los cristianos son numerosos. Trajano responde que no se ha de
buscar a los cristianos; pero, si son denunciados y se niegan a abjurar,
conviene condenarlos; sin embargo, no hay que admitir denuncias anónimas, “que
no son ya de nuestra época”.
El texto es capital, pues parece contener
la jurisprudencia que perdurará durante todo el siglo y que será objeto de
atención por parte de los apologistas. Es de notar que no existe ninguna
proscripción de los cristianos emanada del poder central, ni, por tanto,
ninguna persecución de conjunto. Pero sí tienen lugar ataques locales,
procedentes de las poblaciones y que serán sometidos al magistrado romano. Es
el caso de la Pasión de Cristo. Además, el motivo de la acusación no se centra
en crímenes concretos, sino solamente en el “nombre” cristiano. Hasta el punto
de que la investigación hecha por Plinio parece concluir la inocencia de los
cristianos. Todo esto viene a indicar que el gobierno no da por buenas las
calumnias lanzadas contra ellos. Pero, en último término, el nombre cristiano
constituye como tal un motivo de condenación. Ese es el punto esencial, el
punto en que los apologistas centrarán el peso de su acción.
La cuestión del fundamento jurídico de tal
motivo de condenación ha sido muy controvertida. Se ha pensado con frecuencia
que se basaba en una ley positiva proscribiendo el cristianismo, ley que se
hacía remontar a Nerón sobre la base dé una afirmación de Tertuliano referente
a un institutum neronianum. Pero, como hemos visto, tal interpretación no
parece fundada. Nerón es simplemente el primero que tomó medidas contra los
cristianos, pero fundándose en motivos de derecho común, como reos de actos
criminales. Lo que expone a los cristianos, en el caso de Plinio, a una
condenación legal en cuanto tales no es una ley contra ellos, sino la
pertenencia a una secta a la que se atribuyen costumbres contrarias a la moral
(flagitia). Por otra parte, aun en el caso de resultar inocentes, se les podían
exigir ciertos actos cultuales imposibles de practicar para un cristiano, lo
cual justificaba su condenación por pertinacia. Conviene añadir que la
decisión de Nerón y sus motivaciones pudieron constituir la jurisprudencia en
que se basarán las acusaciones ulteriores. Tal jurisprudencia es lo que
Tertuliano designa acertadamente con el nombre de institutum.
Así, pues, lo que caracteriza la situación
de los cristianos durante todo este período es su estado precario. Se hallan
continuamente bajo la amenaza de una denuncia. Y, de hecho, no faltaban
razones de hostilidad procedentes de las poblaciones paganas. Pero esto
modifica la idea que solemos tener de las persecuciones. Eusebio y Lactancio,
apologistas de Constantino, hacen caer el peso de las persecuciones sobre los
emperadores paganos. Pero éstos, en general, fueron tolerantes. La hostilidad
procedía de las poblaciones, paganas o judías. Y tal situación durará durante
todo el siglo II. Al siglo siguiente, con él advenimiento de los Severos,
surgirán nuevos problemas. Encontraremos actos legislativos emanados del poder
central. Pero no hay que confundir ambas situaciones.
¿Podemos hacernos una idea de la extensión
que tuvieron esas condenas durante el reinado de Trajano? Por lo que se
refiere a Bitinia, contamos con el testimonio de Plinio. En Palestina, fue
condenado a muerte Simeón, segundo obispo de Jerusalén, hijo de Cleofás. Pero
uno de los motivos parece haber sido su pertenencia al linaje de David. El
mártir más célebre de la época es Ignacio, obispo de Antioquia, martirizado en
Roma. El escritor griego Epicteto, expulsado de Roma el año 89 y que murió en
Nicópolis el 140, habla del fanatismo de los galileos, que los lleva a resistir
a las amenazas
El reinado de Adriano (117-138) parece
haber sido notablemente apacible para los cristianos. Poseemos, a este
respecto, un precioso documento, conservado por Justino, que es paralelo a la
carta de Trajano. Adriano lo dirige a Minucio Fundano, procónsul de Asia. Es
una confirmación de la jurisprudencia anterior, precisando que no se ha de
condenar por simple acusación, sino que se ha de instruir un proceso y condenar
con severidad a los que acusen injustamente. Pero ello no implica, como
pretende Justino, que cita el texto, un cambio en la legislación.
Durante el reinado de Antonino, se opera
un cambio progresivo en las relaciones del cristianismo con el mundo
greco-romano. Antes, el cristianismo aparecía ligado al judaísmo. Las primeras
persecuciones están relacionadas con el conflicto entre el judaísmo y el
Imperio a fines del siglo I. Parece ser que todavía el martirio de Telesforo en
Roma, el año 137, es una consecuencia de la guerra judía. Por otra parte, los
cristianos están animados por el espíritu de la apocalíptica judía. Roma es
para ellos la ciudad de Satanás, y creen que la intervención divina pondrá
próximamente fin a su conflicto con la ciudad de Dios. Tal espíritu persiste
durante el siglo II. Aparece especialmente en el montanismo. Y Celso sigue
considerando el cristianismo como una herejía judía. Poco a poco, sin embargo,
los cristianos van apareciendo a los ojos de los paganos en una perspectiva
distinta. Se reconoce su originalidad. Pero, al mismo tiempo, no se sabe cómo
clasificarlos.
Los cristianos aparecen como seres
singulares, al margen de la sociedad. Esta es la imagen que se perfila a
través de los testimonios que poseemos de tiempos de Antonino y Marco Aurelio.
Para los intelectuales de la época, los cristianos forman parte del mundo de
los mistagogos orientales, a la vez inquietantes por sus poderes mágicos y
despreciables por sus costumbres dudosas. El testimonio más antiguo es el de
Frontón, maestro de Antonino y Marco Aurelio, cónsul en el 143, durante el
reinado de Adriano. Las acusaciones que formulaba contra los cristianos nos son
conocidas por Minucio Félix: adorar una cabeza de asno, inmolar y devorar a
un niño en las ceremonias de iniciación, unirse incestuosamente después de un
banquete los días de fiesta.
Ya en su primera Apología, hacia el 155,
Justino hacía alusión a esas mismas acusaciones. Se trata de los gnósticos.
“¿Son culpables de las infamias que se atribuyen a los cristianos, como las
extinciones de luz, las promiscuidades, los banquetes de carne humana? No lo
sabemos”. Justino debió utilizar el texto de Frontón, pues su exposición
sigue exactamente a la de Minucio Félix. Por tanto, el ataque de Frontón se
remonta a principios del reinado de Antonino. Obsérvese que Justino da a
entender que las acusaciones formuladas contra los cristianos son tal vez
ciertas por lo que se refiere a los gnósticos. No cabe duda que los paganos confundían
a los cristianos de la Gran Iglesia, a los montanistas y a los gnósticos. Ya
veremos en Celso la misma identificación. Una confusión que, sin duda,
perjudicó mucho a los cristianos.
Tenemos otro testimonio debido a la pluma
de Luciano. Nacido el año 125, se estableció en Atenas el 165. Su obra
pertenece a los reinados de Antonino, Marco Aurelio y Cómodo. En su Vida de
Peregrino refiere cómo este personaje, a quien presenta como un charlatán, se
convirtió al cristianismo en Palestina. Una vez dentro de la Iglesia, obtiene
con facilidad los primeros cargos; es “profeta”, “tiasarca”, “jefe de
asamblea”, “interpreta los libros”, “compone libros”. Tenemos en esta obra el
cuadro de una comunidad palestinense de mediados del siglo II descrita por un
pagano. Peregrino fue profeta, presbítero, didáscalo. Apresado por su fe en
Cristo, encarcelado y aureolado con la gloria de los confesores, recibe la
visita de los cristianos, que le colman de presentes. De ese modo consigue una
fortuna. Pero, al salir de la cárcel, se hace excluir de la comunidad por
haber comido idolotitos: un rasgo muy en su lugar dentro de una comunidad judeo-cristiana.
Peregrino continúa entonces sus peregrinaciones. Luciano presenta a los
cristianos bajo distinta luz que Frontón: no son criminales, sino ingenuos,
engañados por el primer impostor.
También en tiempos de Antonino, el
filósofo cínico Crescente difunde en Roma, hacia 152-153, contra los cristianos
una serie de “infames calumnias”, al decir de Justino: una segunda edición,
sin duda, de los temas de Frontón. En cambio, Galiano, que residió en Roma
entre 162 y 166, tiene un juicio más moderado. Reconoce el valor de los
cristianos ante la muerte y admite que son capaces de llevar una vida
filosófica. Pero les reprocha su credulidad. Reproche que aparecía ya en
Luciano y que se repetirá en Celso. El cristianismo, para estos hombres, es
inocente, pero está lleno de supersticiones sin fundamento. Siempre el mismo
tono de desprecio. Marco Aurelio sólo les dedica una palabra: alude a su
espíritu de oposición, que los lleva a entregarse a la muerte. El dato es
interesante y caracteriza a determinados círculos, como el montañismo. Rústico,
prefecto de Roma, que condenó a Justino el año 165, es amigo del emperador.
Pero todo esto no constituía un ataque a
fondo. La primera gran requisitoria contra el cristianismo es la de Celso.
Marca una nueva etapa. El cristianismo no aparece ya como un fanatismo o una
superstición sin importancia y de tipo anecdótico. Semejante endurecimiento de
los intelectuales paganos, bajo el reinado de Marco Aurelio, supone la
existencia de intelectuales cristianos. Y es posible, en efecto, que el
Discurso verdadero de Celso sea una respuesta a Justino . Celso presenta a
Cristo, a los Apóstoles y a los cristianos como personas sin escrúpulos,
engreídas de su propia importancia. Y no ve en sus doctrinas más que plagios
mal asimilados del saber tradicional. Pérfidamente subraya que tal actitud es
peligrosa para la ciudad.
Despreciados y calumniados por la opinión,
los cristianos se encontraban en una situación difícil. A veces todo se
reducía, como en el caso de Crescente. Pero había un hecho particularmente
temible. Y es que formaba parte de las costumbres romanas, con ocasión de
ciertas solemnidades, ofrecer al pueblo unos espectáculos que exigían bastantes
víctimas destinadas a los combates del circo. Si estudiamos las circunstancias
de los martirios de cristianos durante los reinados de Adriano y Marco
Aurelio, veremos que los principales mártires están relacionados con fiestas
paganas. Así sucede con el martirio de Policarpo, que tuvo lugar en Esmirna con
ocasión de las fiestas ofrecidas por el asiarca Felipe. Y lo mismo, con los
mártires de Lyon en el 177: son arrojados a las fieras con ocasión de la fiesta
que reunía anualmente en Lyon a los delegados de las tres Galias.
Este es, sin duda, el punto en que la
persecución contra los cristianos adquiere su significado más profundo. No se
trata solamente de incompatibilidad ideológica. En concreto, resulta
sorprendente que emperadores liberales y filósofos como los Antoninos cuenten
con mártires en sus reinados. Pero es que la civilización greco-romana como
tal escondía, bajo su barniz humanista, un fondo de crueldad. Esto lo suelen
ignorar los historiadores racionalistas en su intento de reducir las
persecuciones a problemas sociológicos. Justino o Tertuliano son mejores
historiadores, pues se muestran más fieles a la totalidad de la realidad. Toda
la argumentación de Justino se centrará precisamente en mostrar a los emperadores
filósofos la contradicción que en ellos constituye la persecución de los
cristianos.
3. LAS APOLOGIAS
En tal situación, a los cristianos se les
presentaba el problema de disipar los prejuicios que sobre ellos pesaban y
ganar su proceso ante las autoridades y ante la opinión. Ese es el objeto de
una serie de obras cuya aparición señala, por todos los conceptos, un hecho
nuevo en el cristianismo. Obras griegas no sólo en el idioma, sino también en
la forma de pensamiento y expresión. Inspiradas en su contenido por el afán de
mostrar que el cristianismo está de acuerdo con el ideal del helenismo o, mejor
aún, que es su verdadera realización. Algunas de ellas son gestiones oficiales
encaminadas a justificar el “nombre” cristiano de las acusaciones lanzadas
contra él. Pero su objeto principal y común es manifestar ante la opinión la
verdadera naturaleza del cristianismo, y así no sólo conseguir el respeto, sino
conseguir adhesiones.
La primera apología data del reinado de
Adriano . Según Eusebio, le fue presentada, con ocasión de su estancia en
Atenas en 124-125, por Cuadrado. De ella sólo conservamos un fragmento. La
segunda es la de Aristides. Eusebio pone la redacción durante el reinado de
Adriano y la traducción siriaca durante el de Antonino. Pero no es
absolutamente cierto que el texto que ha llegado hasta nosotros sea la obra de
Aristides mencionada por Eusebio. De todos modos, la actitud que acabamos de
definir aparece propiamente, con Justino, durante el reinado de Antonino.
Justino es una personalidad de excepcional importancia. Nacido en Samaria,
pero de familia griega y pagana, nos refiere él mismo, en el Diálogo con
Trifón, cómo buscó la sabiduría en las diversas escuelas filosóficas hasta el
día en que se convirtió. Le encontramos en Efeso, poco después de la guerra
judía, discutiendo con el judío Trifón. Viene a Roma en tiempos de Antonino,
hacia el 150. Allí funda una escuela a la manera de las de los filósofos
paganos. Tiene discusiones con el filósofo cínico Crescente. Y es martirizado
hacia el 165. Justino representa un nuevo tipo de cristiano : es un filósofo
griego que, una vez convertido, conserva sus hábitos de pensamiento y su estilo
de vida.
De su obra se nos ha conservado tan sólo
una pequeña parte. La enumeración que hace Eusebio, el cual pudo conocer en la
biblioteca de Cesárea sus libros hoy perdidos, indica su carácter filosófico.
Figura un Discurso a los griegos, donde responde a las preguntas de los
filósofos y diserta sobre la naturaleza de los demonios. Otra obra dirigida a
los griegos se titula Refutación (elenchos). Una obra Sobre la monarquía de
Dios trata la cuestión no sólo según la Biblia, sino también según los libros
de los griegos. Otra Sobre el alma recuerda las opiniones de los filósofos griegos.
Todos estos problemas aparecen en la filosofía de la época, en Plutarco, en
Albino, en Galiano. Andresen ha demostrado que Justino estaba ligado a la
escuela del platonismo medio. Esto lo veremos reflejado también en su
teología.
Al lado de estas obras filosóficas
hallamos obras de controversia. Se nos ha conservado el Diálogo con Trifón, que
es un documento capital «sbre la interpretación de la Biblia en el siglo II.
Ireneo cita una obra Contra Marción, que se ha perdido. El mismo Justino
menciona su Tratado (syntagma) contra todas las herejías. Por último, las dos
Apologías, que se sitúan entre 150 y 165. La primera parece una respuesta a las
calumnias de Frontón y va dirigida a Antonino. La segunda va quizá destinada
a Marco Aurelio. Justino apela a los sentimientos filosóficos de los
emperadores, a su piedad y a su virtud. Su objetivo es ante todo demostrar que
los cristianos representan la verdadera piedad y que su doctrina está de
acuerdo con la de los griegos más distinguidos, Sócrates, Heráclito, Platón.
Luego aborda el tema moral, señalando las virtudes de los cristianos e
insistiendo en su observancia de las leyes. A lo cual opone el paganismo:
denuncia su teología, describe su inmoralidad. Estos temas serán repetidos en
toda la literatura subsiguiente.
Tenemos otro grupo de obras relacionado
con la persecución de Marco Aurelio, entre 176 y 180. Melitón dirige una
apología al emperador. Tal vez se la presentó él mismo, el año 176, con ocasión
del paso de éste por Asia Menor. Alude a nuevos edictos contra los cristianos.
Edictos de los que no tenemos noticia, pero que responden perfectamente al
recrudecimiento de la hostilidad frente a los cristianos experimentada al
final del reinado de Marco Aurelio. Eusebio nos ha conservado algunos fragmentos
de esta Apología. Melitón explica que la “filosofía” cristiana, después de
florecer entre los bárbaros, se ha desarrollado en el Imperio. Señala que ese
desarrollo coincide con el incremento del poder romano. Recuerda que Antonino
prohibió renovar nada en lo que se refiere a los cristianos.
Eusebio relaciona con la Apología de
Melitón la de Apolinar de Hierápolis. Esta pudo ser presentada a Marco Aurelio
en la misma época y en las mismas circunstancias. Apolinar, según Eusebio,
escribió también cinco libros A los griegos y dos Sobre la Verdad. Por la misma
época, entre 177 y 180, Atenágoras presenta en Atenas su Apología a Marco Aurelio
y a Cómodo, a quien el emperador acaba de asociar y que le sucederá en 180.
Este texto ha llegado hasta nosotros. Su espíritu es el mismo que el de las
obras de Justino. A los mismos emperadores dirige Milcíades, en Asia, su
Apología, obra que no conservamos. Había escrito también unos tratados Contra
los judíos y Contra los griegos.
Las obras que acabamos de enumerar se
caracterizan por ser actos oficiales, súplicas dirigidas a los emperadores.
Junto a ellas encontramos en la misma época otras obras cuyo espíritu es
idéntico, pero que van dirigidas a personas particulares o a los griegos en
general. Teófilo, obispo de Antioquia durante el reinado de Marco Aurelio,
intervino en las controversias de su tiempo. Escribió contra Marción y contra
Hermógenes. Eusebio vio algunas obras de catcquesis del mismo autor. Aquí nos
interesa por su obra A Autólico. Teófilo es muy diferente del asiático Melitón
y del filósofo Justino. Está todavía muy metido en el judeo-cristianismo de
Siria. Procura probar la verdad del cristianismo sobre todo por medio de la
historia. Su obra muestra el interés que tenía por las cuestiones históricas.
Por lo demás, remite a un libro Sobre las historias, que no poseemos. Su
cronología termina con la muerte de Marco Aurelio. La obra A Autólico es
aproximadamente del 180.
Debemos recordar a Taciano, discípulo de
Justino, que luego se hizo encratita. Taciano publicó un Discurso a los
griegos. Se trata de un género literario distinto del de las Súplicas. Su
objeto exclusivo es refutar los errores griegos. Tal era, sin duda, el tema de
las obras, de título análogo y hoy perdidas, de Justino, Milcíades y Apolinar.
El tratado de Taciano se caracteriza por la violencia de sus ataques contra los
filósofos, los cultos y los misterios griegos. Al igual que Justino,
identifica el cristianismo con la verdadera filosofía. Pero, a diferencia de
Justino, no encuentra en los griegos huella alguna de esa filosofía y se fija
sólo en sus deformaciones. Por último, la Epístola a Diogneto, cuyo autor no
ha podido hasta el presente ser identificado, ofrece una notable presentación
del cristianismo frente a las objeciones de un intelectual pagano.
Vemos por estos ejemplos que el objetivo
de las Apologías no es simplemente reclamar para los cristianos un estatuto
legal. Su ambición es mucho mayor: nada menos que presentarlos como los únicos
herederos de la civilización greco-romana. Los apologistas descienden al
terreno de los adversarios. Estos los acusan de ser insensatos en su doctrina e
inmorales en sus costumbres. Y ellos, aceptando este llamamiento a la razón y
a la moral, se esfuerzan por demostrar que quienes ofenden a la razón y a la
moral son sus adversarios, mientras que ellos mismos la representan. De ahí, el
doble aspecto de su obra: por una parte, denuncian las diversas formas del
paganismo, la mitología, los misterios, el culto al emperador, y condenan las
costumbres paganas; por otra, exponen la doctrina cristiana, insistiendo sobre
todo en el monoteísmo y en la resurrección, y describen las costumbres
cristianas.
Esta actitud implica una notable
interpretación de la continuidad entre el cristianismo y el helenismo. La
verdad es una, y fue comunicada primero a los bárbaros, es decir, a los judíos.
De ahí la importancia que tiene para Taciano o Teófilo la argumentación
histórica. Dicha verdad ha sido deformada por los griegos por influjo de los
demonios. Estos se hicieron adorar en lugar del verdadero Dios; se apropiaron
los misterios anunciados por los profetas y los convirtieron en las fábulas de
la mitología. Justino no duda, pues, en comparar la ascensión de Perseo con la
de Jesús o la concepción de Dánae con la de María: las primeras no son para él
sino deformación de las segundas. Además, el Logos siempre estuvo presente
entre los hombres: un Sócrates o un Heráclito le fueron dóciles y condenaron el
paganismo. Ese mismo Logos fue el que, en la persona de Cristo se manifestó
plenamente, mientras que hasta entonces los hombres no habían tenido de él sino
un conocimiento parcial.
Como vemos, este acento es nuevo. Los
apologistas no se limitan a reclamar tolerancia, sino que reclaman la alianza
del cristianismo con la filosofía, de la Iglesia con el Imperio. Los
apologistas aceptan sinceramente el mundo en que viven. La Epístola a Diogneto
subraya que los cristianos no se diferencian en nada de los demás hombres: ni
por la vivienda, ni por el vestido, ni por el lenguaje. Justino los presenta
como los mejores ciudadanos. Melitón pone de relieve que el cristianismo ha
contribuido a la grandeza del Imperio. Y no se trata simplemente de un
argumento contra los adversarios. Justino, Atenágoras, el autor de la Epístola
a Diogneto pertenecen al helenismo por su origen, su cultura y su modo de
vivir, y están convencidos de no haber renunciado a todo esto al hacerse cristianos,
sino, por el contrario, de haber hallado su verdadera significación.
4. RETORICA Y FILOSOFIA
Este helenismo cristiano comienza a
florecer bajo los reinados de Adriano y Marco Aurelio. El siglo II es, en el
mundo helenista, el siglo de la retórica. Elio Aristides, Dión de Prusa y
Herodes Atico cultivaron la prosa de arte en tiempos de Antonino. Máximo de
Tiro es contemporáneo de Adriano. Los retóricos ofrecen en las salas de
conferencias del mundo entero sus brillantes improvisaciones. Por otra parte,
la diatriba es, en manos de los cínicos, un género literario en plena
vitalidad. Luciano de Samosata escribe sus diálogos llenos de brío mordaz.
Florecen las escuelas filosóficas. Los escritos de Aristóteles constituyen la
base de la enseñanza de la dialéctica. La moral estoica encuentra en Marco
Aurelio una de sus más altas expresiones. Pero, sobre todo, el platonismo
recobra su impulso original después del eclecticismo de la Nueva Academia.
Gayo, Albino, Atico y Numenio se entregan al estudio del platonismo auténtico y
preparan el camino al neoplatonismo.
Los escritores cristianos de la época
están formados en las escuelas griegas y romanas. Su cultura es la de su
ambiente y de su tiempo. Melitón es, sin duda, el más artista entre los
escritores cristianos de la época. Eusebio nos dice que brillaba con notable
esplendor. Apenas si podíamos sospecharlo por los escasos fragmentos que de él
nos han conservado Eusebio o las “cadenas”. No obstante, el fragmento de su
Apología que nos ha transmitido Eusebio termina con una admirable aliteración.
Otro fragmento nos describe el bautismo inspirándose en imágenes homéricas.
Actualmente disponemos del texto de su Homilía sobre la Pasión y un breve
fragmento de liturgia pascual que la seguía. En la Homilía hallamos un continuo
juego de antítesis, un gusto especial por las descripciones patéticas, una
acertada musicalidad, que hacen de este texto un modelo característico de la
retórica de la escuela asiática. También a Asia y a la misma época pertenece el
epitafio de Abercio.
Teófilo de Antioquia presenta curiosas
analogías con Elio Aristides. En él aparecen también los procedimientos de la
retórica asiática. Justino es un aticista. Se inspira en los autores clásicos.
El comienzo de su Diálogo con Trifón imita a todas luces el comienzo de los
diálogos platónicos. Su estilo directo, escueto, es de una claridad admirable.
También Taciano es aticista. Pero está más cerca de Luciano que de Platón.
Comparte el gusto de su tiempo por las anécdotas curiosas. Se mofa de los
dioses de la mitología y de sus aventuras a la manera de los cínicos. Se
muestra curioso por la historia y se complace en la cronografía. Este rasgo se
repite en Hegesipo, el primer historiador de la Iglesia, que recoge por donde
pasa la lista de las sucesiones episcopales. Por su parte, Teófilo consulta a
los historiadores griegos para estudiar los antecedentes de los hechos de la
historia sagrada. Todos —Atenágoras, Teófilo, Justino— adornan sus apologías
con citas de Homero y de los Trágicos, tomadas probablemente de las colecciones
escolares.
Más todavía que a la forma literaria, el
helenismo afecta al pensamiento. Lo cual, a fin de cuentas, no es de extrañar.
¿No afirma Justino que era el Logos quien habló a través de Sócrates y Platón?
En Taciano y Atenágoras aparece cierta influencia de las obras juveniles de
Aristóteles. Y los apologistas emplean elementos de su psicología y de su
lógica que se habían integrado en la enseñanza escolar. Incluso presentan temas
lomados de los estoicos. Justino relaciona la destrucción del mundo por el
fuego con el juicio final. El vocabulario del conocimiento utilizado por
Justino y Atenágoras es, en gran parte, estoico. Taciano se inspira en la
psicología de la Stoa, Atenágoras reconoce en la naturaleza el encadenamiento estoico
de las causas. La Epístola a Diogneto parece aludir a la doctrina de la
simpatía universal. Por último, Justino considera justos los principios de la
moral estoica y presenta al cristiano como la realización del ideal del sabio
estoico.
Pero, de hecho, los elementos estoicos y
aristotélicos que hallamos en los apologistas son casi exclusivamente los que
forman parte del eclecticismo de la cultura escolar y que habían pasado a ser
lenguaje común de todas las escuelas. La única filosofía que realmente influyó
sobre ellos es el platonismo medio. Justino, en concreto, nos dice que se
sintió decepcionado por las demás filosofías y prestó su adhesión al
platonismo antes de ser cristiano. Una vez cristiano, sigue siendo filósofo, y
su escuela de Roma es semejante a la de los representantes de las sectas
filosóficas. Su discípulo Taciano es también filósofo y muy representativo del
platonismo medio. Lo mismo sucede con Atenágoras. Vemos, pues, que se perfila
un tipo nuevo: el intelectual cristiano, que no tenía equivalente en el
judeo-cristianismo y que constituye el elemento dinámico de la Iglesia frente a
los grandes obispos, Melitón, Ireneo, Teófilo, que son ante todo testigos de la
tradición.
CAPITULO VIII
|
|