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NUEVA HISTORIA DE LA IGLESIA

 

SIGLO PRIMERO. LA BATALLA CONTRA EL JUDEOCRISTIANISMO

CAPITULO V

LOS ORÍGENES DEL GNOSTICISMO

 

El período que va del 70 al 140, a la vez que una época de expansión, es una época de crisis interna para el judeo-cristianismo. Es entonces cuando aparece, bajo múltiples formas, una corriente dualista que recibirá el nombre de gnosticismo. Se trata de un hecho nuevo, ligado a una situación histórica. Conviene distinguirlo de la gnosis, que es, en líneas generales, la corriente apocalíptica judía y judeo-cristiana. El gnosticismo viene a ser una forma de su desarrollo. No se identifica tampoco con las tendencias dualistas propias de ciertas corrientes judías, como la de Qumrán, y que se remontan quizá a influencias iranianas. Si el gnosticismo toma algo de tales corrientes, es en un afán de radicalismo, rasgo característico de la actitud gnóstica.

El medio en que aparece esta nueva tendencia es el de las zonas marginales del judaísmo y del judeo-cristianismo. Ya hemos levantado acta de la existencia de esas zonas. Antes del 70 aparecen como formas aberrantes de la corriente mesiánica y de la expectación apocalíptica. Pero no parece ser que se trate todavía de gnosticismo en el sentido propio de la palabra. R. M. Grant ha demostrado que Simón el Samaritano, presentado por los heresiólogos como el padre de la gnosis, no era gnóstico: fueron sus discípulos quienes llegaron a serlo después del 70. El milenarismo asiático aparece ya en acción durante la época en que Pablo escribe a Timoteo, pero no pasa de ser una herejía gnóstica caracterizada hasta finales del siglo I, con Cerinto. H. J. Schoeps tiene, sin duda, razón de ver en el ebionismo una heterodoxia judeo-cristiana muy arcaica, para la cual Cristo es el profeta anunciado por Moisés, pero no el Hijo de Dios. Pero también O. Cullmann tiene razón al decir, de acuerdo con Epifanio, que es después del 70 cuando este grupo constituye una heterodoxia.

Parece ser que en ese sentido hay que interpretar un texto de Hegesipo sobre el origen de las herejías. Escribe Hegesipo que, durante el episcopado de Simeón, después de la muerte de Santiago, introdujo Tebutis las herejías a partir de las siete sectas judías. Como iniciadores de tales herejías nombra a Simón, Cleobio, Dositeo, Gorteyo y a los masboteos. Y añade: “De éstos proceden los menandrianistas, los marcionitas, los carpocracianos, los valentinianos, los basilidianos, los satornilianos”. Es claro que el texto no se puede tomar a la letra. De él se desprenden, sin embargo, dos ideas. La primera es la distinción de tres etapas en el movimiento que lleva al gnosticismo. Su medio originario es el judaísmo heterodoxo. A partir de ahí se desarrolla el cristianismo heterodoxo de Simón y de los nazarenos. Por fin, de ese cristianismo heterodoxo nace el gnosticismo propiamente dicho. Por lo demás, Hegesipo hace coincidir precisamente con el episcopado de Simeón, es decir, después de la ruina de Jerusalén, la aparición del gnosticismo. Su error consiste en situar en tal época a Simón y los masboteos, cuando se trata de la tercera etapa.

I. EBIONISMO

Señalemos, en primer lugar, la existencia, después del año 70, de dos movimientos heterodoxos judeo-cristianos que no son propiamente gnósticos. Justino, en su Diálogo, poco después del 150, distingue dos categorías de judeo-cristianos: los que comparten la fe común, pero permanecen fieles a las prácticas judías y que son los descendientes de la comunidad de Santiago; y otros “que reconocen a Jesús como Cristo, pero diciendo que fue un hombre entre los hombres”. Justino no pronuncia a propósito de este grupo la palabra ebionitas. Pero las noticias de Ireneo, de Orígenes y de Eusebio ven unánimemente en tal afirmación que Cristo es un hombre como los demás, nacido de José y de María, rasgos característicos del ebionismo.

Esta concepción de Jesús como el profeta anunciado por Moisés, pero no como Hijo de Dios, fue común a varios grupos judeo-cristianos heterodoxos. Y es muy probable que existiera bastante antes del 70. Esto hay que concedérselo a H. J. Schoeps. Pero es posible determinar con mayor precisión las coordenadas de la secta de los ebionitas en sentido estricto. Epifanio sitúa su origen después de la toma de Jerusalén, entre los judeo-cristianos refugiados en Pella. Precisamente en esta región tuvo él en sus manos el evangelio de aquéllos. Un evangelio del que nos ha conservado algunos extractos y que viene a ser una transformación del Evangelio de los Nazarenos en sentido heterodoxo. Su redacción se remonta a principios del siglo II, es decir, durante el reinado de Trajano. Las prácticas baptistas nos orientan asimismo hacia Transjordania.

Epifanio enumera entre los libros santos de la secta los Viajes de Pedro. Esta obra que constituye la base de las Homilías y de los Reconocimientos Clementinos se basa a su vez en los Kerigmas de Pedro, que son de la primera mitad del siglo I. Estos últimos, por su parte, presentan notables contactos con la doctrina de los esenios, en particular por lo que se refiere al verdadero Profeta, a los dos espíritus y a la proscripción de sacrificios sangrientos. Con razón, pues, ha propuesto Cullmann que se considere a los ebionitas como un grupo de esenios convertidos a Cristo después del 70, en Transjordania, bien porque abandonaran Qumrán, bien porque formaran parte de la emigración de Kokba, junto a Damasco. Se trataría de unos cristianos de lengua aramea, muy apegados a las prácticas judías, pero hostiles al Templo de Jerusalén y adictos a doctrinas esotéricas, como la transmigración. Nos hallamos ante una derivación normal del grupo de Qumrán. Los ebionitas comparten la concepción esenia de oposición de los dos principios. Pero Ireneo subraya expresamente que no enseñan que el mundo haya sido creado por otro ser fuera de Dios. No son, por tanto, gnósticos en el sentido propio de la palabra “zer”, considerado como un demonio. Es de notar, en fin, la semejanza con Hermas, quien también recibe una revelación por medio de un libro cuyo contenido es el anuncio de una última remisión para los pecados cometidos después del bautismo. Y Hermas es un profeta judeo-cristiano. Podemos, pues, concluir de estos datos que el elkasaísmo es un movimiento judeo-cristiano heterodoxo, próximo al ebionismo, pero relacionado con la Siria oriental.

3. LOS NICOLAITAS

Las obras del Nuevo Testamento posteriores al año 70 nos describen un movimiento que presenta en todas partes análogas características. La Epístola de Judas emana de los judeo-cristianos que volvieron a Jerusalén después del 70. Su autor se nutre de apocalíptica judía. Denuncia a unos hombres que manchan su carne, desprecian la soberanía e injurian a las glorias, que murmuran y se lamentan de su suerte. Hombres mofadores, psíquicos, que no tienen el Espíritu. Las mismas expresiones aparecen en la Segunda de Pedro. Los falsos doctores desprecian la soberanía y se entregan a las concupiscencias de la carne. Desprecian también la gloria. Siguen el camino de Balaam. Son mofadores. Prometen la libertad, cuando ellos mismos son esclavos de la corrupción.

El Apocalipsis de Juan nos describe en Asia Menor un grupo de tendencia semejante. A Pérgamo y a Tiatira les reprocha que hayan admitido a “gentes adictas a la doctrina de Balaam, que comen carnes inmoladas a los ídolos y se entregan a la deshonestidad” y pretenden conocer “las profundidades de Satán”. Si reunimos los rasgos comunes a ambos textos, nos resultará una completa repulsión de las prácticas noáquicas, cosa que debía escandalizar a los judeo-cristianos. Pero hay más. Se injuria a la soberanía y a las glorias. Esto parece significar una condenación del Dios de la creación y del Antiguo Testamento. Tal doctrina aparece en relación con Balaam, el cual es, para el judaísmo contemporáneo, el antepasado de los magos y el padre del dualismo. Descubrimos aquí algunos rasgos fundamentales de la rebelión gnóstica contra el Dios del Antiguo Testamento, al que se reprocha haber defraudado las esperanzas de la apocalíptica. Semejante doctrina profesa, por lo demás, una libertad total, que es la engañosa imitación de la libertad espiritual de las iglesias paulinas.

El Apocalipsis distingue, de este primer grupo, el de los nicolaítas. Se felicita a Efeso porque los odia. Pérgamo, por el contrario, alberga a personas que forman parte del grupo. Ireneo refiere que tenían por cabeza a un prosélito de Antioquia, mencionado por los Hechos entre los Siete. Tal identificación ya le parecía sospechosa a Eusebio. Pudo resultar de la interpretación de una anécdota, referida por Clemente de Alejandría, según la cual el aludido Nicolás habría ofrecido su mujer a otros. Así, pues, nuestras noticias sobre los nicolaítas se reducen a muy poca cosa. Nicolás era un equivalente griego de Balaam. Esta indicación, junto con la aproximación establecida en el Apocalipsis entre los nicolaítas y la secta precedente, nos induce a pensar que se trata de una misma corriente de condenación del Dios del Antiguo Testamento y de libertinaje moral.

4. CERINTO

Como vemos, estos primeros movimientos gnósticos aparecen en los medios judeo-cristianos de Palestina y de Asia, en tiempos de Domiciano. Un segundo grupo es el de Cerinto. Ireneo nos dice que este personaje era contemporáneo de Juan. Se trata de un judeo-cristiano que mantiene la circuncisión y el sábado. Espera, después de la resurrección, un reinado terrestre de Cristo, de carácter muy material, y la restauración del culto en Jerusalén. Además, enseña que el mundo no ha sido creado por Dios, sino por un poder lejanísimo que desconoce al Dios que está por encima de todo. Jesús nació de José y María y es tan sólo un hombre eminente. Cristo descendió sobre él en forma de paloma al tiempo de su bautismo. Ese Cristo anunció al Padre desconocido y luego volvió al Padre, antes de la Pasión.

Si analizamos los distintos elementos de estas noticias, distinguiremos dos datos principales. Por una parte, Cerinto prolonga una corriente judeo-cristiana heterodoxa. Defiende, en efecto, un mesianismo de carácter muy material. Mesianismo que le era común con muchos cristianos de Asia. Pero Cerinto niega el nacimiento virginal de Jesús y de su naturaleza divina. Jesús es un gran profeta sobre el que descendió una potencia divina. Nos hallamos ante un judeo-cristianismo heterodoxo, tal como lo veíamos en el ebionismo. Ya Epifanio relaciona a Cerinto con los ebionitas. Cerinto, en fin, considera que el mundo no fue creado por Dios, sino por un demiurgo que desconoce al verdadero Dios. En eso consiste el gnosticismo propiamente dicho, que aparece aquí por primera vez en su formulación precisa. Mediante ese rasgo, característico de la época de Trajano, modifica Cerinto una corriente judeo-cristiana anterior. Este personaje se halla tanto en la heterodoxia judía como en la cristiana.

5. LOS SIMONIANOS

Hegesipo está ciertamente en un error cuando presenta a Simón como discípulo de Tebutis, después del año 70. Pero lo que parece exacto, como preferentemente ha señalado R. M. Grant, es que el movimiento nacido de Simón, que en un principio fue un mesianismo samaritano, adquiere nuevos perfiles después del año 70. Podemos, sin duda, relacionar este fenómeno bien con Menandro, de quien hablaremos en seguida, o bien con Cleobio, a quien Hegesipo nombra como uno de los herejes derivados de Tebutis después del 70 y que aparece asociado a Simón en varios textos. Nos hallamos ante una evolución análoga a la del mesianismo asiático, que adquiere con Cerinto rasgos más acusados después del 70. El primer autor que nos informa sobre este desarrollo del movimiento simoniano es Justino. Como él mismo es de origen samaritano, su testimonio resulta digno de fe. Ireneo dedica a Simón una larga referencia.

Justino afirma que casi todos los samaritanos adoran a Simón como al primer Dios y unen a su persona la de una tal Elena, que es su primer pensamiento. Nos hallamos ante una evolución considerable con respecto a lo que nos dicen de Simón los Hechos. Como ha señalado Grant, Simón aparece como el primer Dios, por oposición a los ángeles que crearon el mundo e inspiraron el Antiguo Testamento, dato que precisará Ireneo. El primer Dios viene a liberar a los hombres de manos de los ángeles que gobernaban mal la creación. Esto es ya gnosticismo, con la condenación de Dios del Antiguo Testamento y de la creación, que es su obra. Con razón señalaron los Padres de la Iglesia la doctrina simoniana como el principio de tal movimiento. Pero ese dualismo gnóstico no se remonta al propio Simón, sino que constituye una evolución de su doctrina después del año 70. Es entonces cuando el gnosticismo aparece simultáneamente en Asia y en Siria.

La asociación de la persona de Elena con Simón puede estar en relación con el culto de Elena en Samaria, o simplemente con un afán de helenización, como opina Grant. En todo caso, descubrimos aquí desde el principio una huella del sincretismo característico del gnosticismo. Justino afirma igualmente la existencia, en la época que describe (hacia el 145), de una comunidad simoniana en Roma, sin duda entre los samaritanos. Justino relaciona la fundación de tal comunidad con un viaje de Simón a Roma en tiempos de Claudio (antes del 54), coincidiendo con Pedro. Los escritos pseudo-clementinos, por su parte, aluden a ciertas controversias romanas entre Pedro y Simón. En todo esto hemos de ver una expresión legendaria de la expansión del gnosticismo durante el presente período y de sus conflictos con las comunidades cristianas. Justino recuerda, en fin, la existencia de un altar dedicado a Simón en la Isla Tiberina. En realidad, se trata de un altar consagrado a una divinidad sabina de la fertilidad, Semo Sancus. Este altar fue descubierto en 1574. Pero es posible que los discípulos de Simón creyeran ver en él una expresión del culto a su fundador y dios.

 6. MENANDRO

Hegesipo menciona a los menandrianistas en la segunda oleada de sectas nacidas de la heterodoxia judía. Por Justino sabemos que Menandro era samaritano, como Simón, y discípulo de éste. Añade que se trasladó a Antioquia. Ello quiere decir que el gnosticismo se desarrolló gracias a su influjo en la Siria occidental, región que sería luego uno de sus principales focos. Justino nos dice, en primer lugar, que Menandro practicaba la magia, rasgo común de los gnósticos samaritanos. El gnosticismo no era sólo una teología, sino también una teurgia. Y Eusebio advierte que estos aires de magia contribuían a desacreditar a los cristianos en los medios paganos. De hecho, vemos cómo en el siglo II Luciano y Celso presentan a Cristo como un mago.

Por lo demás, según Justino, Menandro enseñaba que sus seguidores no morirían. Aquí tenemos, sin duda, una alusión a las esperanzas mesiánicas. Pablo ponía en guardia a los tesalonicenses contra “palabras proféticas, discursos o cartas presentadas como procedentes de nosotros y que os harían pensar que es inminente el Día del Señor”. En Efeso, Himeneo y Fileto enseñaban que la resurrección ya había tenido lugar. Con Menandro nos situamos en la prolongación del mesianismo de Simón y de Cerinto. Ireneo dice, además, que Menandro se presentaba como el Salvador enviado de lo alto, del mundo de los eones invisibles, para salvar a los hombres. Gracias a su bautismo, se llegaba a ser superior a los ángeles de la creación. Tales doctrinas están muy cerca de las que Ireneo atribuye a Simón. Es posible que sea Menandro quien dio al mesianismo samaritano de Simón su carácter de teología gnóstica.

7. SATORNIL

Menandro señala el paso del mesianismo samaritano de Simón al gnosticismo. Ejerce su apostolado en Antioquia entre los años 70 y 100. Heredero suyo es Satornil, según indica ya Justino. Satornil es la primera gran figura del gnosticismo propiamente dicho. Su actividad se desarrolla en Antioquia aproximadamente entre los años 100 y 130. Durante el comienzo de su carrera, tiene por obispo a Ignacio. Su doctrina es una evolución de lo que hemos hallado en Menandro. Opone los siete ángeles creadores, cuyo jefe es el Dios de los judíos, al Dios escondido. Esos ángeles crean al hombre, pero éste se arrastra por la tierra hasta tanto que el Dios escondido no le dé una parte de la luz que emite. Por lo demás, Satornil condena el matrimonio, que hace proceder de Satán; algunos de sus discípulos no toman carne.

Ireneo hace notar que Satornil es el primero en distinguir dos razas de hombres, los que tienen parte en la luz celeste y los que no tienen parte. Esta doctrina es lo que constituye propiamente el dualismo gnóstico, el cual sustrae radicalmente a Dios lo que se deriva de la creación de los ángeles planetarios. Pero se ve, por otra parte, hasta qué punto el contexto de su pensamiento sigue siendo judío. Depende del relato de la creación del Génesis, que es uno de los temas de la especulación judía de su tiempo; su ascetismo depende del judaísmo marginal; su doctrina de los siete arcángeles es la de la apocalíptica judía. Pero, al mismo tiempo, presenta a Yahvé como el príncipe de los ángeles responsables de la creación. Se trata, pues, de una crisis en el seno del judeo-cristianismo, de una rebelión contra el Dios de Israel.

8. LOS BARBELOGNOSTICOS

Ireneo resume en el capítulo XIX del libro I del Adversus haereses la doctrina de una secta que denomina los barbelognósticos. Actualmente poseemos la obra cuya primera parte él resume. Se trata del Apócrifo de Juan. Un ejemplar de la misma se conserva en Berlín y otros tres han sido hallados en Nag Hammadi. Este importante número de ejemplares demuestra que se trata de una obra capital. Se presenta en forma de una revelación hecha por Cristo resucitado a san Juan en el Monte de los Olivos. La primera parte contiene una genealogía de los eones del pleroma. Después, a partir de 45, 5, viene a ser una especie de comentario al Génesis.

Los siete arcontes quieren formar un hombre a semejanza de Dios. Tal hombre es incapaz de moverse. Entonces la Sabiduría, sophia, le comunica una fuerza que le hace superior a los arcontes y suscita la envidia de éstos, en particular de su jefe Ialdabaoth, el Yavé judío.

La obra está llena de alusiones a los apócrifos judíos. Nos hallamos, pues, en el ambiente que ya conocemos. Por lo demás, su doctrina es semejante a la que desarrolla la Epístola de Eugnosto, descubierta en Nag Hammadi. Más que la obra del propio Satornil, podría serlo de un discípulo suyo. Parece claro que es de origen sirio. Por fin poseemos con ella un documento original del gnosticismo primitivo. H. Ch. Puech la data como perteneciente a la primera mitad del siglo II. En ella están ya presentes todos los temas gnósticos, incluidos los eones del pleroma y el papel de la sophia. Al mismo tiempo, aparece la unidad de la doctrina gnóstica a través de la multiplicidad de sus expresiones y corrientes.

9. LOS SETIANOS

El capítulo XXX del libro I de Ireneo nos presenta, después de la doctrina de los barbelognósticos, la de los setianos. La comparación de esta noticia con la segunda parte del Apócrifo de Juan, que Ireneo no había resumido en el capítulo precedente, nos indica que se trata de un desarrollo de la misma gnosis, con un carácter judeo-cristiano más acentuado. Los eones del pleroma son primero el Padre, luego el Hijo y el Espíritu Santo, después Cristo y la Iglesia. Los eones del pleroma producen a sophia. Esta engendra, de su unión con las aguas inferiores, siete hijos: Ialdabaoth, Iao, Sabbaoth, Adonái, Elohim, Astaphain y Horaios. Y estos ángeles forman al hombre a su propia imagen. Cristo desciende a través de los siete cielos, ante el estupor de las potestades, tomando la forma de los ángeles de cada cielo.

Hallamos aquí los mismos temas fundamentales que en el Apócrifo. Es de notar que los siete ángeles llevan los diferentes nombres de Yavé en el Antiguo Testamento. Además, aparecen los mismos temas de la teología judeo-cristiana, según hemos visto en la Ascensión de Isaías, la Epístola de los Apóstoles y el Pastor de Hermas: preexistencia de Cristo y de la Iglesia, descendimiento oculto de Cristo a través de las esferas de los ángeles, estupor de las potestades. Nos hallamos ante el más característico gnosticismo judeo-cristiano, contemporáneo de la teología judeo-cristiana. Su vinculación con Antioquia parece cierta. A este grupo se unirán varias de las obras halladas en Nag Hammadi, como el Libro del Gran Set.

10. CARPOCRATES

Desde Asia y Siria, el gnosticismo judeo-cristiano se difundió por Egipto, donde iba a adquirir un extraordinario desarrollo. Sabemos que Cerinto procedía de Alejandría. Hacia el 120 encontramos allí una doctrina que se presenta como una evolución de la suya, la de Carpócrates. También éste enseña que el mundo fue creado por los ángeles, que Jesucristo nació de José y que sobre él descendió una potestad o potencia. Quien comparte esa potencia es igual a él, puede despreciar a los arcontes fabricadores del mundo y realizar los mismos prodigios que Jesús. Este último rasgo no se hallaba en Cerinto. Puede, en cambio, depender del gnosticismo asiático en su forma más acusada.

Carpócrates, en efecto, no presenta huellas del milenarismo mesiánico de Cerinto, que quedó circunscrito a Asia y al mundo occidental. En cambio, descubrimos en él la concepción según la cual el hombre no puede ser liberado de los arcontes sino después de haber sido esclavo de los vicios que ellos presiden. De lo contrario, habrá de reencarnarse para pagar su deuda. La doctrina de los demonios de los vicios y de la reencarnación proceden del judaismo heterodoxo. Carpócrates añade un amoralismo que parece obedecer a la rebelión gnóstica no sólo contra el Dios judío, sino también contra la Ley. Por este detalle y por su desprecio a los ángeles, recuerda a los nicolaítas y aparece como expresión del gnosticismo en su estado puro, en su repulsión violenta de la creación.

11. BASILIDES

Basílides es contemporáneo de Carpócrates y también alejandrino. Pero Epifanio nos lo presenta como discípulo de Menandro. Además, es claro que su gnosticismo se halla en la línea del de los sirios. Basílides es el primero que organiza las doctrinas de los simonianos en una gran síntesis. Vemos en él la concepción de los ángeles creadores del mundo que se reparten su dominio. Uno de ellos es el Dios de los judíos, que intenta someter a los demás a su poder. Basílides no concede importancia al hecho de comer carnes inmoladas a los ídolos. Es el mismo reproche que hacía Juan a los nicolaítas en el Apocalipsis. Semejante liberación total de la Ley es un rasgo gnóstico, que representa una exageración total del paulinismo, en el extremo opuesto del judeo-cristianismo johánico.

El interés de Basílides reside en que la apocalíptica judía en su trasposición gnóstica aparece en él más que en ningún otro. R. M. Grant ha señalado cómo las especulaciones sobre el calendario sagrado, que eran una de las expresiones de la teología de la historia entre los apocalípticos judíos, han sido trasladadas a un plano cosmológico y proporcionan el marco a la doctrina de los eones. Así, para Basílides, hay trescientos sesenta y cinco cielos, a cada uno de los cuales corresponde un orden angélico. Basílides, por lo demás, se declara a sí mismo intermediario entre judíos y cristianos. También del judaísmo toma Basílides su doctrina sobre los vicios como demonios personales que moran en el alma. Esto lo acabamos de ver en Carpócrates. 

La comparación de estos diversos movimientos no puede dejar duda alguna sobre su continuidad fundamental. Su elemento primordial es la oposición entre el Dios escondido, que se manifestará en Cristo, y los ángeles creadores del mundo, de los que forma parte Yavé. Semejante concepción puede tener ciertas anticipaciones en la tradición judía con la importancia concedida a los ángeles en la creación del hombre y en la entrega de la Ley. Pero es después del año 70 cuando se convierte, para cierto número de judíos y judeo-cristianos, en expresión de su rebelión contra el Dios que los ha decepcionado en su expectación escatológica y contra la creación, que es su obra. El origen judío y judeo-cristiano del movimiento aparece con claridad en el hecho de que todos sus elementos —especulaciones sobre el Génesis, doctrina de los siete ángeles, calendario sagrado, ángeles de los vicios, descendimiento a través de las esferas— proceden de la apocalíptica.

No menos claras aparecen las líneas del desarrollo histórico del mo­vimiento. Nace simultáneamente después del 70 en algunos círculos judeo-cristianos mesianistas de Asia, con Cerinto, y de Antioquia, con Menandro. La corriente asiática tiene un carácter más práctico. Subraya, sobre todo, la nota de rebelión contra la Ley. Viene a ser una exasperación de ciertas tendencias paulinas. Incluso adopta formas amoralistas. La corriente antioquena es más especulativa. De ella nace, con el Apócrifo de Juan, la primera gran obra gnóstica conocida. Las dos corrientes se desarrollan luego en Alejandría a finales del período que estamos estudiando. Pero, mientras la primera no tardará en extinguirse con las últimas llamaradas del mesianismo judío, la segunda hallará en el medio alejandrino las condiciones apropiadas para un extraordinario desarrollo.

 

 

CAPITULO VI

COSTUMBRES E IMAGENES JUDEO-CRISTIANAS

 

 

NUEVA HISTORIA DE LA IGLESIA