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SIGLO PRIMERO. LA BATALLA CONTRA EL JUDEOCRISTIANISMOCAPITULO V
LOS ORÍGENES DEL GNOSTICISMO
El período que va del 70 al 140, a la vez
que una época de expansión, es una época de crisis interna para el
judeo-cristianismo. Es entonces cuando aparece, bajo múltiples formas, una
corriente dualista que recibirá el nombre de gnosticismo. Se trata de un hecho
nuevo, ligado a una situación histórica. Conviene distinguirlo de la gnosis,
que es, en líneas generales, la corriente apocalíptica judía y
judeo-cristiana. El gnosticismo viene a ser una forma de su desarrollo. No se
identifica tampoco con las tendencias dualistas propias de ciertas corrientes
judías, como la de Qumrán, y que se remontan quizá a influencias iranianas. Si
el gnosticismo toma algo de tales corrientes, es en un afán de radicalismo,
rasgo característico de la actitud gnóstica.
El medio en que aparece esta nueva
tendencia es el de las zonas marginales del judaísmo y del judeo-cristianismo.
Ya hemos levantado acta de la existencia de esas zonas. Antes del 70 aparecen
como formas aberrantes de la corriente mesiánica y de la expectación
apocalíptica. Pero no parece ser que se trate todavía de gnosticismo en el
sentido propio de la palabra. R. M. Grant ha demostrado que Simón el
Samaritano, presentado por los heresiólogos como el padre de la gnosis, no era
gnóstico: fueron sus discípulos quienes llegaron a serlo después del 70. El
milenarismo asiático aparece ya en acción durante la época en que Pablo
escribe a Timoteo, pero no pasa de ser una herejía gnóstica caracterizada
hasta finales del siglo I, con Cerinto. H. J. Schoeps tiene, sin duda, razón de
ver en el ebionismo una heterodoxia judeo-cristiana muy arcaica, para la cual
Cristo es el profeta anunciado por Moisés, pero no el Hijo de Dios. Pero también
O. Cullmann tiene razón al decir, de acuerdo con Epifanio, que es después del
70 cuando este grupo constituye una heterodoxia.
Parece ser que en ese sentido hay que
interpretar un texto de Hegesipo sobre el origen de las herejías. Escribe
Hegesipo que, durante el episcopado de Simeón, después de la muerte de
Santiago, introdujo Tebutis las herejías a partir de las siete sectas judías.
Como iniciadores de tales herejías nombra a Simón, Cleobio, Dositeo, Gorteyo y
a los masboteos. Y añade: “De éstos proceden los menandrianistas, los
marcionitas, los carpocracianos, los valentinianos, los basilidianos, los
satornilianos”. Es claro que el texto no se puede tomar a la letra. De él se
desprenden, sin embargo, dos ideas. La primera es la distinción de tres etapas
en el movimiento que lleva al gnosticismo. Su medio originario es el judaísmo
heterodoxo. A partir de ahí se desarrolla el cristianismo heterodoxo de Simón
y de los nazarenos. Por fin, de ese cristianismo heterodoxo nace el gnosticismo
propiamente dicho. Por lo demás, Hegesipo hace coincidir precisamente con el
episcopado de Simeón, es decir, después de la ruina de Jerusalén, la aparición
del gnosticismo. Su error consiste en situar en tal época a Simón y los
masboteos, cuando se trata de la tercera etapa.
I. EBIONISMO
Señalemos, en primer lugar, la existencia,
después del año 70, de dos movimientos heterodoxos judeo-cristianos que no son
propiamente gnósticos. Justino, en su Diálogo, poco después del 150, distingue
dos categorías de judeo-cristianos: los que comparten la fe común, pero
permanecen fieles a las prácticas judías y que son los descendientes de la
comunidad de Santiago; y otros “que reconocen a Jesús como Cristo, pero
diciendo que fue un hombre entre los hombres”. Justino no pronuncia a propósito
de este grupo la palabra ebionitas. Pero las noticias de Ireneo, de Orígenes y
de Eusebio ven unánimemente en tal afirmación que Cristo es un hombre como los
demás, nacido de José y de María, rasgos característicos del ebionismo.
Esta concepción de Jesús como el profeta
anunciado por Moisés, pero no como Hijo de Dios, fue común a varios grupos
judeo-cristianos heterodoxos. Y es muy probable que existiera bastante antes
del 70. Esto hay que concedérselo a H. J. Schoeps. Pero es posible determinar
con mayor precisión las coordenadas de la secta de los ebionitas en sentido
estricto. Epifanio sitúa su origen después de la toma de Jerusalén, entre los
judeo-cristianos refugiados en Pella. Precisamente en esta región tuvo él en
sus manos el evangelio de aquéllos. Un evangelio del que nos ha conservado
algunos extractos y que viene a ser una transformación del Evangelio de los
Nazarenos en sentido heterodoxo. Su redacción se remonta a principios del siglo
II, es decir, durante el reinado de Trajano. Las prácticas baptistas nos
orientan asimismo hacia Transjordania.
Epifanio enumera entre los libros santos
de la secta los Viajes de Pedro. Esta obra que constituye la base de las
Homilías y de los Reconocimientos Clementinos se basa a su vez en los Kerigmas
de Pedro, que son de la primera mitad del siglo I. Estos últimos, por su parte,
presentan notables contactos con la doctrina de los esenios, en particular por
lo que se refiere al verdadero Profeta, a los dos espíritus y a la proscripción
de sacrificios sangrientos. Con razón, pues, ha propuesto Cullmann que se considere
a los ebionitas como un grupo de esenios convertidos a Cristo después del 70,
en Transjordania, bien porque abandonaran Qumrán, bien porque formaran parte de
la emigración de Kokba, junto a Damasco. Se trataría de unos cristianos de
lengua aramea, muy apegados a las prácticas judías, pero hostiles al Templo de
Jerusalén y adictos a doctrinas esotéricas, como la transmigración. Nos
hallamos ante una derivación normal del grupo de Qumrán. Los ebionitas
comparten la concepción esenia de oposición de los dos principios. Pero Ireneo
subraya expresamente que no enseñan que el mundo haya sido creado por otro ser
fuera de Dios. No son, por tanto, gnósticos en el sentido propio de la palabra
“zer”, considerado como un demonio. Es de notar, en fin, la semejanza con
Hermas, quien también recibe una revelación por medio de un libro cuyo
contenido es el anuncio de una última remisión para los pecados cometidos
después del bautismo. Y Hermas es un profeta judeo-cristiano. Podemos, pues,
concluir de estos datos que el elkasaísmo es un movimiento judeo-cristiano
heterodoxo, próximo al ebionismo, pero relacionado con la Siria oriental.
3. LOS NICOLAITAS
Las obras del Nuevo Testamento posteriores
al año 70 nos describen un movimiento que presenta en todas partes análogas
características. La Epístola de Judas emana de los judeo-cristianos que
volvieron a Jerusalén después del 70. Su autor se nutre de apocalíptica judía.
Denuncia a unos hombres que manchan su carne, desprecian la soberanía e
injurian a las glorias, que murmuran y se lamentan de su suerte. Hombres mofadores,
psíquicos, que no tienen el Espíritu. Las mismas expresiones aparecen en la
Segunda de Pedro. Los falsos doctores desprecian la soberanía y se
entregan a las concupiscencias de la carne. Desprecian también la gloria.
Siguen el camino de Balaam. Son mofadores. Prometen la libertad, cuando ellos
mismos son esclavos de la corrupción.
El Apocalipsis de Juan nos describe en
Asia Menor un grupo de tendencia semejante. A Pérgamo y a Tiatira les reprocha
que hayan admitido a “gentes adictas a la doctrina de Balaam, que comen carnes
inmoladas a los ídolos y se entregan a la deshonestidad” y pretenden
conocer “las profundidades de Satán”. Si reunimos los rasgos comunes a
ambos textos, nos resultará una completa repulsión de las prácticas noáquicas,
cosa que debía escandalizar a los judeo-cristianos. Pero hay más. Se injuria a
la soberanía y a las glorias. Esto parece significar una condenación del Dios
de la creación y del Antiguo Testamento. Tal doctrina aparece en relación con
Balaam, el cual es, para el judaísmo contemporáneo, el antepasado de los magos
y el padre del dualismo. Descubrimos aquí algunos rasgos fundamentales de la
rebelión gnóstica contra el Dios del Antiguo Testamento, al que se reprocha
haber defraudado las esperanzas de la apocalíptica. Semejante doctrina
profesa, por lo demás, una libertad total, que es la engañosa imitación de la
libertad espiritual de las iglesias paulinas.
El Apocalipsis distingue, de este primer
grupo, el de los nicolaítas. Se felicita a Efeso porque los odia. Pérgamo, por
el contrario, alberga a personas que forman parte del grupo. Ireneo refiere que
tenían por cabeza a un prosélito de Antioquia, mencionado por los Hechos entre
los Siete. Tal identificación ya le parecía sospechosa a Eusebio. Pudo resultar
de la interpretación de una anécdota, referida por Clemente de Alejandría,
según la cual el aludido Nicolás habría ofrecido su mujer a otros. Así, pues,
nuestras noticias sobre los nicolaítas se reducen a muy poca cosa. Nicolás era
un equivalente griego de Balaam. Esta indicación, junto con la aproximación
establecida en el Apocalipsis entre los nicolaítas y la secta precedente, nos
induce a pensar que se trata de una misma corriente de condenación del Dios del
Antiguo Testamento y de libertinaje moral.
4. CERINTO
Como vemos, estos primeros movimientos
gnósticos aparecen en los medios judeo-cristianos de Palestina y de Asia, en
tiempos de Domiciano. Un segundo grupo es el de Cerinto. Ireneo nos dice que
este personaje era contemporáneo de Juan. Se trata de un judeo-cristiano que
mantiene la circuncisión y el sábado. Espera, después de la resurrección, un
reinado terrestre de Cristo, de carácter muy material, y la restauración del
culto en Jerusalén. Además, enseña que el mundo no ha sido creado por Dios,
sino por un poder lejanísimo que desconoce al Dios que está por encima de todo.
Jesús nació de José y María y es tan sólo un hombre eminente. Cristo descendió
sobre él en forma de paloma al tiempo de su bautismo. Ese Cristo anunció al
Padre desconocido y luego volvió al Padre, antes de la Pasión.
Si analizamos los distintos elementos de
estas noticias, distinguiremos dos datos principales. Por una parte, Cerinto
prolonga una corriente judeo-cristiana heterodoxa. Defiende, en efecto, un
mesianismo de carácter muy material. Mesianismo que le era común con muchos
cristianos de Asia. Pero Cerinto niega el nacimiento virginal de Jesús y de su
naturaleza divina. Jesús es un gran profeta sobre el que descendió una potencia
divina. Nos hallamos ante un judeo-cristianismo heterodoxo, tal como lo veíamos
en el ebionismo. Ya Epifanio relaciona a Cerinto con los ebionitas. Cerinto, en
fin, considera que el mundo no fue creado por Dios, sino por un demiurgo que
desconoce al verdadero Dios. En eso consiste el gnosticismo propiamente dicho,
que aparece aquí por primera vez en su formulación precisa. Mediante ese rasgo,
característico de la época de Trajano, modifica Cerinto una corriente
judeo-cristiana anterior. Este personaje se halla tanto en la heterodoxia judía
como en la cristiana.
5. LOS SIMONIANOS
Hegesipo está ciertamente en un error
cuando presenta a Simón como discípulo de Tebutis, después del año 70. Pero lo
que parece exacto, como preferentemente ha señalado R. M. Grant, es que el
movimiento nacido de Simón, que en un principio fue un mesianismo samaritano,
adquiere nuevos perfiles después del año 70. Podemos, sin duda, relacionar
este fenómeno bien con Menandro, de quien hablaremos en seguida, o bien con
Cleobio, a quien Hegesipo nombra como uno de los herejes derivados de Tebutis
después del 70 y que aparece asociado a Simón en varios textos. Nos hallamos
ante una evolución análoga a la del mesianismo asiático, que adquiere con
Cerinto rasgos más acusados después del 70. El primer autor que nos informa
sobre este desarrollo del movimiento simoniano es Justino. Como él mismo es de
origen samaritano, su testimonio resulta digno de fe. Ireneo dedica a Simón una
larga referencia.
Justino afirma que casi todos los
samaritanos adoran a Simón como al primer Dios y unen a su persona la de una
tal Elena, que es su primer pensamiento. Nos hallamos ante una evolución
considerable con respecto a lo que nos dicen de Simón los Hechos. Como ha
señalado Grant, Simón aparece como el primer Dios, por oposición a los ángeles
que crearon el mundo e inspiraron el Antiguo Testamento, dato que precisará
Ireneo. El primer Dios viene a liberar a los hombres de manos de los ángeles
que gobernaban mal la creación. Esto es ya gnosticismo, con la condenación de
Dios del Antiguo Testamento y de la creación, que es su obra. Con razón
señalaron los Padres de la Iglesia la doctrina simoniana como el principio de
tal movimiento. Pero ese dualismo gnóstico no se remonta al propio Simón, sino
que constituye una evolución de su doctrina después del año 70. Es entonces
cuando el gnosticismo aparece simultáneamente en Asia y en Siria.
La asociación de la persona de Elena con
Simón puede estar en relación con el culto de Elena en Samaria, o simplemente
con un afán de helenización, como opina Grant. En todo caso, descubrimos aquí
desde el principio una huella del sincretismo característico del gnosticismo.
Justino afirma igualmente la existencia, en la época que describe (hacia el
145), de una comunidad simoniana en Roma, sin duda entre los samaritanos.
Justino relaciona la fundación de tal comunidad con un viaje de Simón a Roma en
tiempos de Claudio (antes del 54), coincidiendo con Pedro. Los escritos
pseudo-clementinos, por su parte, aluden a ciertas controversias romanas entre
Pedro y Simón. En todo esto hemos de ver una expresión legendaria de la
expansión del gnosticismo durante el presente período y de sus conflictos con
las comunidades cristianas. Justino recuerda, en fin, la existencia de un
altar dedicado a Simón en la Isla Tiberina. En realidad, se trata de un altar
consagrado a una divinidad sabina de la fertilidad, Semo Sancus. Este altar
fue descubierto en 1574. Pero es posible que los discípulos de Simón creyeran
ver en él una expresión del culto a su fundador y dios.
6. MENANDRO
Hegesipo menciona a los menandrianistas en
la segunda oleada de sectas nacidas de la heterodoxia judía. Por Justino
sabemos que Menandro era samaritano, como Simón, y discípulo de éste. Añade
que se trasladó a Antioquia. Ello quiere decir que el gnosticismo se desarrolló
gracias a su influjo en la Siria occidental, región que sería luego uno de sus
principales focos. Justino nos dice, en primer lugar, que Menandro practicaba
la magia, rasgo común de los gnósticos samaritanos. El gnosticismo no era sólo
una teología, sino también una teurgia. Y Eusebio advierte que estos aires de
magia contribuían a desacreditar a los cristianos en los medios paganos. De
hecho, vemos cómo en el siglo II Luciano y Celso presentan a Cristo como un
mago.
Por lo demás, según Justino, Menandro
enseñaba que sus seguidores no morirían. Aquí tenemos, sin duda, una alusión a
las esperanzas mesiánicas. Pablo ponía en guardia a los tesalonicenses contra
“palabras proféticas, discursos o cartas presentadas como procedentes de
nosotros y que os harían pensar que es inminente el Día del Señor”. En Efeso,
Himeneo y Fileto enseñaban que la resurrección ya había tenido lugar. Con
Menandro nos situamos en la prolongación del mesianismo de Simón y de Cerinto.
Ireneo dice, además, que Menandro se presentaba como el Salvador enviado de lo
alto, del mundo de los eones invisibles, para salvar a los hombres. Gracias a
su bautismo, se llegaba a ser superior a los ángeles de la creación. Tales
doctrinas están muy cerca de las que Ireneo atribuye a Simón. Es posible que
sea Menandro quien dio al mesianismo samaritano de Simón su carácter de
teología gnóstica.
7. SATORNIL
Menandro señala el paso del mesianismo
samaritano de Simón al gnosticismo. Ejerce su apostolado en Antioquia entre
los años 70 y 100. Heredero suyo es Satornil, según indica ya Justino.
Satornil es la primera gran figura del gnosticismo propiamente dicho. Su
actividad se desarrolla en Antioquia aproximadamente entre los años 100 y 130.
Durante el comienzo de su carrera, tiene por obispo a Ignacio. Su doctrina es
una evolución de lo que hemos hallado en Menandro. Opone los siete ángeles
creadores, cuyo jefe es el Dios de los judíos, al Dios escondido. Esos ángeles
crean al hombre, pero éste se arrastra por la tierra hasta tanto que el Dios escondido
no le dé una parte de la luz que emite. Por lo demás, Satornil condena el
matrimonio, que hace proceder de Satán; algunos de sus discípulos no toman
carne.
Ireneo hace notar que Satornil es el
primero en distinguir dos razas de hombres, los que tienen parte en la luz
celeste y los que no tienen parte. Esta doctrina es lo que constituye
propiamente el dualismo gnóstico, el cual sustrae radicalmente a Dios lo que se
deriva de la creación de los ángeles planetarios. Pero se ve, por otra parte,
hasta qué punto el contexto de su pensamiento sigue siendo judío. Depende del
relato de la creación del Génesis, que es uno de los temas de la especulación
judía de su tiempo; su ascetismo depende del judaísmo marginal; su doctrina de
los siete arcángeles es la de la apocalíptica judía. Pero, al mismo tiempo,
presenta a Yahvé como el príncipe de los ángeles responsables de la creación.
Se trata, pues, de una crisis en el seno del judeo-cristianismo, de una
rebelión contra el Dios de Israel.
8. LOS BARBELOGNOSTICOS
Ireneo resume en el capítulo XIX del libro
I del Adversus haereses la doctrina de una secta que denomina los
barbelognósticos. Actualmente poseemos la obra cuya primera parte él resume. Se
trata del Apócrifo de Juan. Un ejemplar de la misma se conserva en Berlín y
otros tres han sido hallados en Nag Hammadi. Este importante número de
ejemplares demuestra que se trata de una obra capital. Se presenta en forma de
una revelación hecha por Cristo resucitado a san Juan en el Monte de los Olivos.
La primera parte contiene una genealogía de los eones del pleroma. Después, a
partir de 45, 5, viene a ser una especie de comentario al Génesis.
Los siete arcontes quieren formar un
hombre a semejanza de Dios. Tal hombre es incapaz de moverse. Entonces la
Sabiduría, sophia, le comunica una fuerza que le hace superior a los arcontes
y suscita la envidia de éstos, en particular de su jefe Ialdabaoth, el Yavé
judío.
La obra está llena de alusiones a los
apócrifos judíos. Nos hallamos, pues, en el ambiente que ya conocemos. Por lo
demás, su doctrina es semejante a la que desarrolla la Epístola de Eugnosto,
descubierta en Nag Hammadi. Más que la obra del propio Satornil, podría serlo
de un discípulo suyo. Parece claro que es de origen sirio. Por fin poseemos
con ella un documento original del gnosticismo primitivo. H. Ch. Puech la data
como perteneciente a la primera mitad del siglo II. En ella están ya presentes
todos los temas gnósticos, incluidos los eones del pleroma y el papel de la
sophia. Al mismo tiempo, aparece la unidad de la doctrina gnóstica a través de
la multiplicidad de sus expresiones y corrientes.
9. LOS SETIANOS
El capítulo XXX del libro I de Ireneo nos
presenta, después de la doctrina de los barbelognósticos, la de los setianos.
La comparación de esta noticia con la segunda parte del Apócrifo de Juan, que
Ireneo no había resumido en el capítulo precedente, nos indica que se trata de
un desarrollo de la misma gnosis, con un carácter judeo-cristiano más
acentuado. Los eones del pleroma son primero el Padre, luego el Hijo y el
Espíritu Santo, después Cristo y la Iglesia. Los eones del pleroma producen a sophia. Esta engendra, de su unión con las aguas inferiores, siete hijos:
Ialdabaoth, Iao, Sabbaoth, Adonái, Elohim, Astaphain y Horaios. Y
estos ángeles forman al hombre a su propia imagen. Cristo desciende a través de
los siete cielos, ante el estupor de las potestades, tomando la forma de los
ángeles de cada cielo.
Hallamos aquí los mismos temas
fundamentales que en el Apócrifo. Es de notar que los siete ángeles llevan los
diferentes nombres de Yavé en el Antiguo Testamento. Además, aparecen los
mismos temas de la teología judeo-cristiana, según hemos visto en la Ascensión
de Isaías, la Epístola de los Apóstoles y el Pastor de Hermas: preexistencia de
Cristo y de la Iglesia, descendimiento oculto de Cristo a través de las esferas
de los ángeles, estupor de las potestades. Nos hallamos ante el más característico
gnosticismo judeo-cristiano, contemporáneo de la teología judeo-cristiana. Su
vinculación con Antioquia parece cierta. A este grupo se unirán varias de las
obras halladas en Nag Hammadi, como el Libro del Gran Set.
10. CARPOCRATES
Desde Asia y Siria, el gnosticismo
judeo-cristiano se difundió por Egipto, donde iba a adquirir un extraordinario
desarrollo. Sabemos que Cerinto procedía de Alejandría. Hacia el 120
encontramos allí una doctrina que se presenta como una evolución de la suya,
la de Carpócrates. También éste enseña que el mundo fue creado por los ángeles,
que Jesucristo nació de José y que sobre él descendió una potestad o potencia.
Quien comparte esa potencia es igual a él, puede despreciar a los arcontes
fabricadores del mundo y realizar los mismos prodigios que Jesús. Este último
rasgo no se hallaba en Cerinto. Puede, en cambio, depender del gnosticismo
asiático en su forma más acusada.
Carpócrates, en efecto, no presenta
huellas del milenarismo mesiánico de Cerinto, que quedó circunscrito a Asia y
al mundo occidental. En cambio, descubrimos en él la concepción según la cual
el hombre no puede ser liberado de los arcontes sino después de haber sido
esclavo de los vicios que ellos presiden. De lo contrario, habrá de
reencarnarse para pagar su deuda. La doctrina de los demonios de los vicios y
de la reencarnación proceden del judaismo heterodoxo. Carpócrates añade un
amoralismo que parece obedecer a la rebelión gnóstica no sólo contra el Dios
judío, sino también contra la Ley. Por este detalle y por su desprecio a los
ángeles, recuerda a los nicolaítas y aparece como expresión del gnosticismo en
su estado puro, en su repulsión violenta de la creación.
11. BASILIDES
Basílides es contemporáneo de Carpócrates
y también alejandrino. Pero Epifanio nos lo presenta como discípulo de
Menandro. Además, es claro que su gnosticismo se halla en la línea del de los
sirios. Basílides es el primero que organiza las doctrinas de los simonianos en
una gran síntesis. Vemos en él la concepción de los ángeles creadores del
mundo que se reparten su dominio. Uno de ellos es el Dios de los judíos, que
intenta someter a los demás a su poder. Basílides no concede importancia al
hecho de comer carnes inmoladas a los ídolos. Es el mismo reproche que hacía
Juan a los nicolaítas en el Apocalipsis. Semejante liberación total de la Ley
es un rasgo gnóstico, que representa una exageración total del paulinismo, en
el extremo opuesto del judeo-cristianismo johánico.
El interés de Basílides reside en que la
apocalíptica judía en su trasposición gnóstica aparece en él más que en ningún
otro. R. M. Grant ha señalado cómo las especulaciones sobre el calendario
sagrado, que eran una de las expresiones de la teología de la historia entre
los apocalípticos judíos, han sido trasladadas a un plano cosmológico y
proporcionan el marco a la doctrina de los eones. Así, para Basílides, hay
trescientos sesenta y cinco cielos, a cada uno de los cuales corresponde un
orden angélico. Basílides, por lo demás, se declara a sí mismo intermediario
entre judíos y cristianos. También del judaísmo toma Basílides su doctrina sobre
los vicios como demonios personales que moran en el alma. Esto lo acabamos de
ver en Carpócrates.
La comparación de estos diversos
movimientos no puede dejar duda alguna sobre su continuidad fundamental. Su
elemento primordial es la oposición entre el Dios escondido, que se manifestará
en Cristo, y los ángeles creadores del mundo, de los que forma parte Yavé.
Semejante concepción puede tener ciertas anticipaciones en la tradición judía
con la importancia concedida a los ángeles en la creación del hombre y en la
entrega de la Ley. Pero es después del año 70 cuando se convierte, para cierto
número de judíos y judeo-cristianos, en expresión de su rebelión contra el Dios
que los ha decepcionado en su expectación escatológica y contra la creación,
que es su obra. El origen judío y judeo-cristiano del movimiento aparece con
claridad en el hecho de que todos sus elementos —especulaciones sobre el
Génesis, doctrina de los siete ángeles, calendario sagrado, ángeles de los
vicios, descendimiento a través de las esferas— proceden de la apocalíptica.
No menos claras aparecen las líneas del
desarrollo histórico del movimiento. Nace simultáneamente después del 70 en
algunos círculos judeo-cristianos mesianistas de Asia, con Cerinto, y de
Antioquia, con Menandro. La corriente asiática tiene un carácter más
práctico. Subraya, sobre todo, la nota de rebelión contra la Ley. Viene a ser
una exasperación de ciertas tendencias paulinas. Incluso adopta formas
amoralistas. La corriente antioquena es más especulativa. De ella nace, con el
Apócrifo de Juan, la primera gran obra gnóstica conocida. Las dos corrientes se
desarrollan luego en Alejandría a finales del período que estamos estudiando.
Pero, mientras la primera no tardará en extinguirse con las últimas llamaradas
del mesianismo judío, la segunda hallará en el medio alejandrino las
condiciones apropiadas para un extraordinario desarrollo.
CAPITULO VI COSTUMBRES E IMAGENES JUDEO-CRISTIANAS
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